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Una península sin dictaduras

El 25 de abril de 1974, la Revolución de los Claveles en Portugal hace saltar todas las alarmas de la CIA y convierte a la península Ibérica en centro de atención especial de los servicios de inteligencia norteamericanos. Al mismo tiempo, la dictadura militar de Grecia se derrumba; la salud de Franco se está debilitando y el futuro de España también resulta incierto; asimismo, en Italia los comunistas se encuentran más cerca que nunca de participar en un Gobierno nacional. El desarrollo incontrolado de la revolución portuguesa puede acarrear la pérdida de la base norteamericana de Lajes, en las Azores. Y esa instalación es vital para la Fuerzas Aéreas de Estados Unidos: durante la reciente guerra del Yom Kippur, en 1973, ningún otro país de la OTAN, salvo Portugal, ha permitido repostar a los aviones norteamericanos que se dirigían hacia Israel.

«Yo no podía imaginarme a Ford, Kissinger y sus aliados europeos, observando tranquilamente cómo se desarrollaba la revolución en Portugal», escribe Philip Agee en su libro Acoso y fuga: con la CIA en los talones.[111] «Este país era miembro fundador de la OTAN, prueba de que, después de la Segunda Guerra Mundial, Washington había estado dispuesta a abrazar a cualquiera con tal de que fuese anticomunista».

En agosto de 1974, el teniente general Vernon Walters, director adjunto de la CIA, visita Portugal para calibrar la situación. Y pocas semanas más tarde se produce la «marcha de la mayoría silenciosa» del general Spínola y el fallido contragolpe encabezado por este general el 28 de septiembre. Antonio de Spínola es un hombre ligado a la CIA, abiertamente anticomunista, que estuvo en España, durante la guerra civil, con las columnas portuguesas que apoyaron a Franco.

Algunos de los sucesos que se empiezan a producir en Lisboa para desestabilizar al Gobierno de la Revolución son repetición de acontecimientos ya conocidos: en Brasil, diez años antes, Walters ocupaba el cargo de agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Río de Janeiro, y su papel fue clave para ayudar a que se fraguara el golpe de Estado contra el régimen constitucional encabezado por el presidente Goulart. Entre las operaciones más eficaces destinadas a provocar el levantamiento militar, destacaron las grandes marchas callejeras realizadas contra el Gobierno, muy parecidas a la de Spínola en Portugal.

La CIA envía a Lisboa, como embajador, a uno de sus hombres fuertes, Frank Carlucci, con la misión de emplearse a fondo hasta que se consiga neutralizar el proceso sociopolítico desencadenado el 25 de abril, a partir de que sonaran por la radio los primeros compases de «Grândola, vila morena».[112] Para que no haya dudas sobre la implicación directa de la Agencia en los asuntos internos de Portugal, Carlucci será posteriormente ascendido a director de operaciones encubiertas de la CIA, cargo que ocupará con Ford y Carter. Carlucci mantiene una relación muy directa con el futuro secretario de Defensa Caspar Weinberger y con Donald Rumsfeld, en ese momento jefe de gabinete de Gerald Ford. A finales de 1975, la CIA consigue provocar la caída del Gobierno izquierdista de Vasco Gonçalves y asciende al poder uno de los hombres controlados por Estados Unidos, Mário Soares.[113]

LA ANEXIÓN DEL SAHARA

Mientras tanto, en España continúa la incertidumbre política. La salud de Franco se deteriora rápidamente y su desaparición física parece inminente. Aprovechando la delicada situación que vive el régimen en esas horas, el omnipresente Walters aparece también para echarle una mano a su viejo amigo Hassan II. No en vano, el periodista Bob Woodward ha descrito a Vernon Walters como el representante del monarca alauí en la CIA.

Desde los tiempos del desembarco norteamericano en sus costas, durante la Segunda Guerra Mundial, Marruecos ha sido considerado un aliado primordial por Estados Unidos. Las alteraciones provocadas por la influencia de la revolución portuguesa, que pone en peligro la base de las Azores, convierten en un lugar geoestratégico especialmente sensible toda esa zona del Atlántico tan próxima al estrecho de Gibraltar. Además, investigaciones realizadas durante los primeros años setenta demuestran que se puede obtener uranio a través del ácido fosfórico procedente del fosfato. Y el Sahara Occidental es el principal productor del mundo de este mineral.[114] Tampoco hay que desdeñar, de cara al futuro, la importancia de sus reservas petrolíferas.

En esas circunstancias, el director adjunto de la CIA comienza a maniobrar en favor de Marruecos, para que Hassan II se apodere de lo que, hasta ese momento, ha sido el Sahara español. Y empieza a gestarse la «Marcha Verde». Le Monde Diplomatique, en su edición en lengua inglesa, ha publicado recientemente un informe,[115] sustentado en documentos desclasificados de los archivos de Estados Unidos, en el que se llega a la conclusión de que la apropiación del Sahara por parte de Marruecos, en 1975, tiene éxito gracias a la intervención de Estados Unidos a su favor. En uno de estos documentos, enviado por el director de la CIA, William E. Colby, a Kissinger, se indica que hay que intentar a toda costa «controlar la reacción contraria a Marruecos que van a provocar en La Haya sus reivindicaciones sobre el Sahara Occidental». Y añade: «Es posible que Hassan II haya llegado a la conclusión de que una intervención armada española contra su invasión del Sahara provoque una mediación internacional favorable a sus intereses». Está claro que todos consideran a los integrantes de la «Marcha Verde» exclusivamente carne de cañón. El informe de Le Monde cita otro documento desclasificado en el que Kissinger, después de reunirse con el presidente Gerald Ford y con el consejero para Asuntos Europeos, Arthur Hartman, señala: «Hay que llevar el tema a la ONU, pero con la garantía de que el Sahara pase a Marruecos».

Mientras el secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, recorre los países implicados en el proceso de autodeterminación del Sahara, Marruecos, a sus espaldas, urde, junto a Estados Unidos, una estrategia para apropiarse del territorio. El eje de la actuación sobre el terreno consiste en lanzar una masiva marcha civil marroquí que se introduzca en territorio saharaui. Paralelamente, las presiones políticas ejercidas por Estados Unidos deben hacer desistir a las tropas españolas de utilizar la fuerza para defender sus posiciones.

La «marcha» la diseñan agentes de los servicios de inteligencia norteamericanos en un gabinete de estudios estratégicos situado en Londres y financiado por Kuwait. El secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, es quien da el visto bueno a la operación. Hassan II encarga a su secretario de Defensa, el coronel Achakbar, la supervisión de los trabajos. El monarca marroquí asume, imperturbable, que en caso de que se desate la violencia, pueden producirse hasta treinta mil bajas entre sus súbditos embarcados en la «marcha».

El 21 de agosto de 1975, Kissinger se halla en Jerusalén cuando recibe la confirmación de que el proyecto está listo. Casi dos meses antes de que la Corte de La Haya se pronuncie, el secretario de Estado norteamericano cierra la entrega del Sahara a Marruecos con un telegrama remitido a Rabat desde la embajada de Estados Unidos en Beirut. «Laissa podrá andar perfectamente dentro de dos meses. Él la ayudará en todo», dice el texto.[116] «Laissa» es el nombre en clave de la «Marcha Blanca» que se ha estado preparando y que dos meses después lanzará Hassan II con el nombre de «Marcha Verde». «Él» es Estados Unidos.

El 2 de noviembre, con Franco consumiéndose ya de forma irreversible, Marruecos amenaza con una invasión pacífica del Sahara Occidental, un territorio al que se le ha adjudicado, hace años, la condición de provincia española de pleno derecho. El príncipe Juan Carlos, en funciones de jefe de Estado, realiza una visita relámpago a El Aaiun para hablar con los mandos militares españoles y les comunica la decisión de abandonar el territorio. Enfrente está Hassan II, a quien él considera un «hermano mayor» y con quien va a mantener una estrecha relación hasta su muerte.

Vernon Walters reconoce, en su libro Misiones discretas[117] que ayudó al príncipe Juan Carlos y a Hassan II a negociar la retirada de las tropas españolas del Sahara y la posterior anexión de la ex «provincia» española.

Los norteamericanos incrementan el suministro de armas y municiones a Marruecos desde que comienzan a producirse las primeras tensiones en la zona.[118] Además, para no aparecer como claros impulsores de una guerra de anexión, utilizan un mecanismo complementario para apoyar bélicamente a Hassan II: la transferencia de armas a través de países amigos, como Jordania, que envía a Marruecos 26 aviones F-54, en mayo de 1976, y 16 morteros de 155 mm en octubre. Más adelante, con la Administración Reagan, esa ayuda se incrementa notablemente. El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, autoriza el envío de armamento «sin límite» para acabar con la «rebelión» en el Sahara y treinta instructores norteamericanos comienzan a entrenar a los pilotos marroquíes en tácticas antimisil. En octubre de 1981, Vernon Walters visita Rabat para reafirmar a Hassan II el apoyo de Estados Unidos a su política de anexión.

Durante el Consejo de Ministros del 17 de octubre de 1975, el Gobierno de Arias Navarro decide abandonar el Sahara. Ante el inminente fallecimiento de Franco, elude sus compromisos internacionales de apoyo a la autodeterminación del Sahara y cede ante las pretensiones de Marruecos, que goza del apoyo total del Imperio en este conflicto. En esas circunstancias, la debilidad del régimen de Franco, cuyos pupilos ya están centrados en cómo dirigir la Transición, propicia la rápida firma de un tratado en Madrid con Marruecos y Mauritania, en noviembre de 1975. Al mismo tiempo que el príncipe visita a las tropas acantonadas en el desierto saharaui, su agente Manuel de Prado y Colón de Carvajal se entrevista con el secretario de Estado Henry Kissinger. «A la incapacidad del dictador habría que unir las informaciones que indican que el príncipe Juan Carlos habría negociado con la CIA la retirada española», escribe Antonio Díaz Fernández.[119]

El Tratado de Madrid supone la cesión de la administración del Sahara a Marruecos y Mauritania, con un vago compromiso para que las nuevas potencias administradoras del territorio procedan más tarde a su descolonización. A principios de 1976, cuando las tropas españolas abandonan el Sahara, se inicia una guerra de resistencia del Frente Polisario, apoyado por Argelia, que impide una dominación estable marroquí y provoca la retirada de Mauritania en 1979. La mayor parte de los militares españoles que sirvieron en el Sahara consideraron su definitivo abandono en manos de Marruecos una traición al pueblo saharaui, que treinta años después todavía no es dueño de su propio territorio.

HEREDERO A TÍTULO DE REY

El primer contacto directo con el poder del Estado lo disfruta Juan Carlos en 1974. El 19 de julio es nombrado jefe de Estado interino, cuando la enfermedad de Franco, una tromboflebitis en la pierna derecha, provoca su ingreso hospitalario y muy malos augurios. Los norteamericanos aprovechan la ocasión para dar el visto bueno al heredero y el día siguiente, 20 de julio, se firma la prórroga del Tratado de Amistad y Cooperación entre España y Estados Unidos, presidido por un desacreditado Richard Nixon, que está a punto de sucumbir como consecuencia del escándalo Watergate.

Después de protagonizar este acontecimiento, y salvo la presidencia de un par de Consejos de Ministros, la actividad del príncipe al servicio del Estado es bastante escasa: la mayor parte de los 43 días que Juan Carlos de Borbón ejerce interinamente el cargo los pasa de vacaciones en Mallorca. El Caudillo se recupera y aguanta casi un año y medio más. Cuando Juan Carlos alcanza por fin la jefatura del Estado, el primer viaje oficial que realiza le lleva hasta Estados Unidos.

El 3 de junio de 1976, el rey pronuncia un discurso en el Congreso, en una sesión que reúne a los componentes del Senado y de la Cámara de Representantes conjuntamente. Y recibe su bendición. Juan Carlos de Borbón es el primer jefe de Estado español que visita oficialmente Estados Unidos. Sin embargo, ésa no es la primera vez que el heredero de Franco visita ese país, ni tampoco es Gerald Ford el primer presidente con el que se entrevista.

Juan Carlos está asistido en ese viaje por algunos de los políticos que han actuado como consejeros suyos en anteriores ocasiones: José María de Areilza, ministro de Asuntos Exteriores en ese momento, era embajador ante Eisenhower en 1958, cuando el príncipe llegó a Washington por primera vez;[120] Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, que es titular de Justicia en el primer Gobierno de la Monarquía, estaba al frente de la embajada española en Washington en 1962, y tuvo que mediar para que el príncipe fuera recibido entonces por el presidente Kennedy, y Gregorio López Bravo, que está al frente de la comisión preparatoria de la reforma constitucional, era ministro de Asuntos Exteriores cuando Juan Carlos se entrevistó con Nixon, en 1971.

Las distintas Administraciones, republicanas y demócratas, que se han sucedido en Estados Unidos desde finales de los cincuenta han coincidido en depositar su confianza en Juan Carlos de Borbón como garante de las privilegiadas relaciones que Estados Unidos mantiene con España desde 1953.Y el rey ha hecho todo lo posible para no defraudar esa confianza. Hasta hoy. «Quizá una de las situaciones más críticas entre el Rey y Felipe González se derivó de las declaraciones de don Juan Carlos a Jim Hoagland, del Washington Post, de las que se deducía que el Jefe de Estado discrepaba de cómo llevaba el Gobierno las negociaciones con Estados Unidos para el desmantelamiento de las bases norteamericanas en España», escribe Manuel Soriano.[121]

Alguien pudo recordar que el Rey mandaba mensajes a su Presidente a través de la prensa estadounidense, como lo hizo con Carlos Arias Navarro por medio de Newsweek. En las dos ocasiones fue en víspera de un viaje real a Estados Unidos. En el primer caso, a don Juan Carlos le interesaba dejar claro, antes de llegar, que España sería una democracia, y en el segundo, que se alineaba sin reservas en el dispositivo de defensa de Washington.

LA CIA, AL QUITE

Durante los meses anteriores a la muerte de Franco se incrementa, de forma notable, la presencia de agentes de los servicios de inteligencia norteamericanos en España. En noviembre de 1974, el semanario Cambio 16 publica un artículo titulado «Que viene la CIA».[122] En él se señala que aquí se ha producido un desembarco acelerado de miembros de la Agencia tras el 25 de abril: «Se calcula que han llegado más de 200 agentes de la CIA a la península en los últimos meses».

La cifra resulta muy difícil de comprobar, pero diplomáticos españoles confirman que, desde mayo, se ha triplicado, respecto a años anteriores, el número de visados oficiales solicitados por el Gobierno norteamericano. En esas mismas fechas, Daniel Schorr, veterano corresponsal de la cadena de televisión CBS, confirma en Washington, en un programa sobre la CIA, que Portugal, Italia, España y Grecia están entre las prioridades de la Agencia. El propio director de la CIA, William Colby, y el omnipresente Vernon Walters visitan España esos días. Walters ya ha estado en Lisboa poco antes, del 9 al 12 de agosto, para comprobar sobre el terreno la situación. Según el Washington Post, durante su estancia en nuestro país, estos dos máximos responsables de la Agencia se entrevistan con varios altos funcionarios españoles. Kissinger, por su parte, ha viajado a España tres veces en sólo seis meses.

Según el citado artículo de Cambio 16, dentro de la última remesa de la CIA desembarcan en Madrid Daniel Simcox, con la cobertura de consejero de Asuntos Políticos, y César Beltrán, como agregado, «dos tipos curtidos que han tenido multitud de destinos latinoamericanos». La publicación también denuncia que en el Centro Colón de la capital funcionan oficinas paralelas de la CIA conectadas con la estación de la embajada. Y señala como miembro de la Agencia al director del Centro Cultural de Estados Unidos, Miró Morville. Según el listín del Departamento de Estado, un especialista en radio que ha vivido en Monterrey, México.

¿Y qué hace un especialista de estas características dirigiendo un centro cultural en Madrid? Antiguos trabajadores del Centro Cultural, posteriormente rebautizado como Asociación Cultural Hispanoamericana, recuerdan, más de treinta años después, que cuando apareció aquel artículo en el que se señalaba a Morville como hombre de la CIA, éste reunió a todos los profesores del centro para darles una explicación. «Dijo que quien aparecía citado en el artículo no era él, que aquello era falso, con una risa muy nerviosa», explica uno de los profesores. «Fue una negación fatalmente hecha. Si yo antes tenía alguna duda sobre el asunto, después de eso ya no me quedó ninguna. ¿Y cuál era la misión de Morville allí? Pues sacar información, nada más. Dirigía una asociación cultural y no tenía el más mínimo interés por la cultura. Era un tipo turbio». A Morville le sucede al frente del centro John Treacy, un director que, al parecer, sí tiene ciertas inquietudes culturales y cuya gestión es algo más transparente. Como Morville, antes de llegar a España ha pasado por Colombia y otros países latinoamericanos.

La Asociación Cultural Hispanoamericana, con sede en la calle de San Bernardo, 107, llega a tener inscritos tres mil alumnos, prácticamente todos ellos españoles. El profesorado es norteamericano. La principal actividad que se desarrolla allí son las clases de inglés, pero también se imparten algunas asignaturas complementarias, todas ellas encaminadas a explicar, de forma convincente y atractiva, cómo es la cultura estadounidense. La finalidad del programa es fichar a españoles afines al Imperio. «Había un control exhaustivo del personal del centro por parte del FBI», señala un antiguo profesor. «Allí se intentaba captar a alumnos con posibilidades de tener influencia en la época que se avecinaba. Se prestaba especial atención a los que habían estudiado en el Colegio del Pilar, por ejemplo, también a algunos del Opus no muy fanáticos y a socialistas no marxistas». Los profesores norteamericanos de idiomas han dado mucho juego. La propia Susan Lord, mujer de Emilio Alonso Manglano, director general del CESID, impartía clases de inglés en la base de Torrejón.

La CIA siempre ha tenido especial interés por penetrar en el mundo de la educación y la cultura, pero en España ese ámbito no es el que mejor se ha prestado a sus actividades. Se puede destacar a un veterano de la Agencia en Madrid, Edward Kresler, norteamericano de origen húngaro, propietario de dos galerías de arte, en las calles de Serrano y Hermosilla, durante los años setenta y ochenta. Kresler también llega a ser «director del Patronato del Hospital Angloamericano y una de las pocas personas galardonadas en este país con la Encomienda de Isabel la Católica», según Cambio 16.[123]

La formación de profesores afines al American Way of Life ha estado entre los objetivos de los norteamericanos. En un memorándum confidencial sobre España, del 7 de marzo de 1970, dirigido al presidente de Estados Unidos y desclasificado recientemente, se señala:

Está efectuándose una reforma educativa que se espera sea aprobada por el Parlamento español el próximo mes de abril. Los aspectos del plan para la formación del profesorado nos capacitarían a nosotros para influenciar la modelación de la educación de la juventud española en los próximos años, a través de la formación del profesorado. El Departamento de Estado se está gastando ahora alrededor de 180 000 dólares en intercambios académicos con España. Los programas que ya existen se podrían expandir para ofrecer más formación adicional en los Estados Unidos para profesores, administradores y asociados. Esta ayuda debería ser precedida por una revisión de los fondos necesarios para invertir en la reforma educativa de España. Creemos que entre uno y cinco millones de dólares al año nos darían espacio para jugar un papel eficaz en las reformas.

Clarito y sin literatura, como les gusta a ellos, para que se entienda bien.

LA CIA POR BULERÍAS

Uno de los profesores que trabajan bajo la dirección de Miró Morville en el Centro Cultural de Estados Unidos es Tom Sorensen, un singular personaje con una vena artística muy marcada. Durante el día imparte clases de inglés en el centro y por las noches toca la guitarra flamenca, con el nombre artístico de Tomás de Utrera. Además, también hace sus pinitos con el saxofón y, de vez en cuando, se le puede ver en el Whisky Jazz de la calle de Diego de León. «La bohemia de su vida nocturna contrastaba con las actividades que desarrollaba en el Centro y con el nivel de vida que llevaba: sus dos hijas estudiaban en el Colegio Americano, el más caro y exclusivo de Madrid», señala un antiguo compañero de Sorensen. «A veces nos invitaba a acompañarle por las noches al Patio Andaluz, de la calle de Arlabán, y a otros garitos cercanos a la Plaza de Santa Ana. Esa era su zona cuando iba de flamenco». Retirado de las clases de inglés, Sorensen, en su vertiente de Tomás de Utrera, llega a realizar giras por todo el mundo.

Durante los últimos años sesenta y la década de los setenta hay una importante corriente dentro del flamenco cercana a la izquierda comunista y todo tiene que estar controlado. El pintor y poeta Francisco Moreno Galván, militante del PCE, renueva las letras tradicionales del arte jondo dotándolas de claro contenido social. Y cantaores como José Menese, Paco Moyano, Manuel de Paula o Manuel Gerena, y posteriormente El Cabrero, van por esa senda. «Se ve desde la alta mar, / en Cái, caray, ¡qué letrero! / Se ve desde la alta mar. / Escrito “fuera la muerte / de Rota y de Gibraltar”», canta Paco Moyano por aires gaditanos.

Otro personaje singular dentro de este peculiar universo es la norteamericana Moreen Silver, fotógrafa de prensa muy bien relacionada con la embajada de la calle de Serrano. Dirige la agencia Silver Press y, al mismo tiempo, con el nombre artístico de María la Marrurra, graba un disco, en 1971, secundada nada menos que por la guitarra del gran Melchor de Marchena. Aparece en el programa de TVE Rito y geografía del cante, e incluso consigue cierto reconocimiento artístico de figuras de la talla de Antonio Mairena. Un caso insólito, la única norteamericana que ha llegado a hacer el cante con fundamento. Y mientras continúa templándose con la soleá de Fernanda de Utrera, participa en tertulias radiofónicas defendiendo a George Bush.