La Operación Delgado y el Tarzán de Palomares
O geral sem medo, assassinado, nao é segredo quem matou Humberto Delgado.
Canción popular portuguesa
El día 24 de febrero de 1965 se descubren dos cadáveres en la finca Los Almerines, situada en el término municipal de Olivenza, pequeña localidad extremeña que los portugueses consideran, desde hace varios siglos, parte de su territorio nacional.[70] Los cuerpos presentan heridas de bala y pronto se averigua que son los del general portugués Humberto Delgado y su secretaria, la brasileña Arajaryr Moreira de Campos. El militar ha acudido al lugar donde ha sido asesinado para contactar con el supuesto enlace de un movimiento revolucionario de oposición a la dictadura de Salazar. En realidad, la falsa cita era una encerrona criminal urdida por la CIA y la policía política portuguesa, la PIDE (Policía Internacional e de Defensa do Estado). Siete años antes, en su mensaje de fin de año, el dictador Oliveira Salazar había advertido a Delgado: «Sabemos todo lo que está ocurriendo. Nosotros os haremos callar, seremos duros e implacables hasta la crueldad».
Humberto Delgado se convierte en uno de los principales enemigos del régimen portugués en 1958, cuando se presenta a las elecciones a la presidencia del país como alternativa de la oposición, frente al candidato oficial, el almirante Américo Thomas. El poder controla los escrutinios y no hay ninguna posibilidad de transparencia en el proceso, pero Delgado pelea hasta el final y no cede a las fuertes presiones que el dictador ejerce sobre él. Popularmente se le empieza a conocer como el «General sin miedo».
Desde 1932, fecha en que es nombrado presidente del Consejo, Antonio de Oliveira Salazar es el dictador absoluto de Portugal. Sin embargo, le gusta tener por «encima» de él a un presidente títere de la República —en todos los casos, un militar de alta graduación— para comprometer al Ejército en el control del país. El general Oscar Fragoso Carmona se presta a ese juego y cada siete años es reelegido, hasta 1951, fecha de su muerte. En 1948 se celebran las primeras elecciones presidenciales en las que un candidato de la oposición, en este caso, el general Norton de Matos, se opone a Carmona, pero decide retirarse pocos días antes de la celebración de los comicios. En 1951 es elegido el general Higinio Craveiro Lopes, nuevo candidato salazarista, que sustituye a Carmona. El representante de la oposición, agrupada en el Movimiento de Unidad Democrática, el profesor Rui Luis Gomes —ilustre matemático—, es rechazado como candidato por el Consejo de Estado. Sometido a un juicio político, finalmente se le deporta a la colonia penitenciaria de Santa Cruz de Bispo, en Oporto. Y el candidato que le tiene que sustituir, el almirante Quintao Morales, desiste de presentarse a las elecciones.
En 1958 se convocan nuevos comicios. Como candidato de la oposición se presenta esta vez el general Humberto Delgado, un hombre que antes ha apoyado decididamente al régimen portugués y, poco a poco, se ha ido distanciando de él. Delgado tomó parte activa en el movimiento del «28 de mayo», que más tarde iba a instaurar la dictadura de Salazar, y desde 1941 hasta 1943 representó al Ejército del Aire portugués en los acuerdos secretos con Estados Unidos que llevaron a la instalación de bases norteamericanas en las islas Azores. Considerado el general más brillante del Ejército portugués, Delgado es enviado por el propio Salazar a Washington, donde, paradójicamente, va a cambiar de ideas. Regresa a Portugal distanciado del dictador y defendiendo planteamientos democráticos para su país. Tras las elecciones de 1958 tiene que pedir asilo político en Brasil. Desde allí coordina, en 1961, el plan del general Enrique Galvao, que se apodera del trasatlántico Santa María, en una acción de propaganda política que tiene durante varios días a todo el mundo pendiente de la resolución del incidente. El secuestro, en el que participan españoles, concluye sin que haya víctimas. El fin de esta acción es alertar a la opinión pública sobre la situación de la península Ibérica, sometida a las dictaduras de Oliveira Salazar y Franco. Delgado se empieza a convertir en un personaje demasiado peligroso.
Los viajes del «General sin miedo» a Europa son cada vez más frecuentes, para mantener contactos con los dispersos grupos de la oposición antisalazarista. La principal base de actuaciones de Delgado en el Viejo Continente es Italia. En la embajada de Estados Unidos en Roma está destinado, como agregado militar, el coronel Vernon Walters, que mantiene contacto, a través de la red «Gladio», con ultraderechistas italianos, franceses, españoles y portugueses. Mario de Carvalho es uno de ellos. Este agente de la PIDE intenta estrechar lazos con Humberto Delgado haciéndose pasar por miembro del Frente Interior portugués. En ese momento, están instaladas en las colonias portuguesas, singularmente en Angola, grandes empresas norteamericanas, entre ellas General Mining, Bethlehem Steel o General Electric. Y ya trabaja para la CIA un personaje como Holden Roberto, quien, tras la independencia de Angola, después del 25 de abril, combatirá al MPLA socialista (Movimiento Popular de Liberación de Angola) con su grupo armado UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola), financiado por Estados Unidos y Sudáfrica.
Desde Roma, Vernon Walters envía un informe a Langley en el cual señala que Humberto Delgado no es controlable. Dirige la Agencia McCone y sus dos hombres de confianza son William Egan Colby y Richard Helms. Ambos llegarán a directores de la CIA. Y Walters a director adjunto bajo las órdenes de Helms. Éste, en 1962, se encuentra al frente del Departamento de Operaciones Secretas. En septiembre de ese año se crea, dentro de ese departamento, la sección de Tareas Especiales y su primer jefe es William Harvey. Una de las primeras operaciones que se hace bajo su mando es provocar el accidente del avión personal de Enrico Mattei, directivo de la Sociedad Nacional de Hidrocarburos de Italia. Los detalles del atentado se acuerdan con el general De Lorenzo, jefe de los servicios secretos italianos.
Con el visto bueno de Langley, tras el informe de Walters, se comienza a preparar una acción contra Delgado. El segundo secretario de la embajada de Estados Unidos en Portugal, Glenwood Mathews, se encarga de coordinarse con la PIDE.
Mientras tanto, en Italia aparece en escena André Resfelder, un ingeniero y geólogo francés, pied-noir, que ha participado, en abril de 1961, en el «putch de los generales» que intentaba parar el proceso de independencia de Argelia. De Gaulle aplasta la sublevación y Resfelder huye a Italia, donde conecta con la organización neofascista «Ordine Nuovo», a través de la cual conoce a Licio Gelli, futuro dirigente de la logia masónica P-2 y agente de la CIA desde poco después de 1947.[71] Gelli es quien pone en contacto a Resfelder con Walters. La OAS se encarga, a partir de ese momento, de hacer los seguimientos de Humberto Delgado, en coordinación con la PIDE.
El mayor Fernando Eduardo da Silva Pais, director general de la PIDE, encarga a sus hombres Agostinho Barbieri Cardoso y Alvaro Pereira de Carvalho que secuestren a Humberto Delgado. Barbieri Cardoso es quien mantiene los contactos con la OAS. Se encargará de la operación el comando de Jean-Jacques Sussini. Tras salir forzosamente de Argelia en 1962, muchos miembros de la OAS se refugian en Portugal y pasan a servir a la PIDE. Intervienen en el hostigamiento de los militantes antisalazaristas y anticolonialistas portugueses exiliados en Francia. La policía gala conoce esas actividades de Barbieri Cardoso y, en el verano de 1963, tiene que asegurar la protección del escritor y militante antifascista portugués Castro Soromenho, que entonces reside en París.[72]
Los miembros del comando Sussini están reclamados en Francia, pero pueden actuar con completa libertad en Italia y, sobre todo, en España. Tras un frustrado intento de secuestro de Delgado en París, Carvalho decide que la operación se debe desarrollar en el país trasalpino. El 25 de septiembre de 1964 escribe una carta al general, que se encuentra en Argel, como miembro del Frente Interior. Le pide una reunión en Roma. Delgado desconfía de él y le cita en París. El encuentro se celebra el día 29 de diciembre, en el hotel Caumartin, y allí Carvalho le habla a Delgado del supuesto movimiento revolucionario que él debe encabezar. La siguiente cita será en España, cerca de la frontera con Portugal, en Olivenza. Un lugar muy simbólico: el «Gibraltar» portugués.[73]
Delgado y Arajaryr desembarcan en Algeciras sin ninguna dificultad. Desde allí se trasladan a Sevilla, y al día siguiente les recoge en la capital andaluza un taxista a quien han encargado llevarles hasta Badajoz.
En el lugar de la cita, en medio del campo, en la linde entre Olivenza y Villanueva del Fresno, Casimiro Monteiro dispara tres balazos contra el pecho de Humberto Delgado y después le da el tiro de gracia. Agostinho Tienza estrangula a Arajaryr Moreira. Los asesinatos se producen el día 13 de febrero, pero los cuerpos no aparecen hasta once días después. Desde el primer momento, el régimen portugués, en colaboración con el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, lanza cortinas de humo sobre la desaparición de Delgado, a pesar de que la policía franquista sabe perfectamente que Humberto Delgado y Arajaryr han pernoctado la noche del 12 al 13 de febrero en Badajoz. Desde Lisboa, la agencia oficial ANI difunde continuas notas intoxicadoras, como que el general «podría encontrarse detenido en una prisión española». Por fin, el día 24 de abril aparecen los cadáveres y, poco después, son identificados. Entonces, el Gobierno de Salazar comienza a sostener la tesis de que el general ha sido asesinado por los comunistas o por los miembros del Frente Patriótico de Liberación Nacional.
La policía española tiene la certeza de que los enemigos políticos del general dentro de la oposición portuguesa no tienen nada que ver en el asunto. Argel está plagado de agentes y confidentes dedicados a controlar a los refugiados políticos antifranquistas y se sabe que los portugueses del Frente Patriótico de Liberación Nacional no han intervenido en el atentado contra Delgado. Están tan perplejos por su desaparición como el resto de la opinión pública internacional.
En España, los encargados de investigar los asesinatos, por encargo de la familia Delgado, son los abogados españoles Mariano Robles Romero-Robledo y Jaime Cortezo Velásquez-Duro. Desde el primer momento, tienen la seguridad de que la PIDE está detrás de lo ocurrido, pero el Gobierno portugués se niega a entregar a los culpables y a prestar la más mínima colaboración. Por tanto, en España no se celebra ningún juicio sobre el caso.
Después del 25 de abril, la Justicia portuguesa llega a la conclusión de que los responsables directos de las muertes de Delgado y Arajaryr Moreira son los miembros de la PIDE Casimiro Teles Jordao Monteiro —autor material de los disparos—, Antonio Rosa Casaco y Alvaro Pereira de Carvalho. También se condena como implicados en el atentado a Fernando da Silva Pais, director de la PIDE, y a Agostinho Barbieri Cardoso, subdirector.
No era la primera vez que Rosa Casaco participaba en una operación contra Delgado. Antes había formado parte del comando que, en enero de 1961, fue expulsado de Brasil porque las autoridades del país sospecharon que querían atentar contra la vida del general. Tras los asesinatos de Olivenza, Rosa Casaco continúa residiendo con toda normalidad en Lisboa, hasta la Revolución de los Claveles. El día siguiente de la caída de Marcelo Caetano —heredero y sucesor de Salazar—, cruza la frontera hacia España y se refugia en Madrid, protegido por el coronel Eduardo Blanco, director general de Seguridad, y por el comisario jefe de la Brigada Político-Social, Vicente Reguengo. En octubre de 1975, poco antes de la muerte de Franco, se traslada a Brasil, pero pronto vuelve a España, donde vive con toda tranquilidad hasta que es detenido, en abril de 1998,[74] con ochenta y dos años ya, y puesto a disposición de la Justicia de Portugal, donde había sido condenado a ocho años de prisión.
Tras los asesinatos de Olivenza, el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, en ningún momento deja de sostener, a través de la agencia oficial EFE (dirigida entonces por su amigo Carlos Mendo), que «no hubo intervención de la PIDE en los sucesos de Badajoz».
A las 10.20 del 16 de enero de 1966, un B-52 de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, proveniente de la base de Seymour Johnson (Carolina del Norte, Estados Unidos), colisiona con un avión nodriza KC135, que ha despegado de la base norteamericana de Morón de la Frontera, mientras ambos aparatos realizan una maniobra para repostar combustible en vuelo. En la bodega de la nave se alojan cuatro bombas termonucleares, de 70 kilotones y 7 metros de longitud cada una. Los norteamericanos no ofrecen ninguna explicación sobre cuál era el cometido de su bombardero, que participaba en unas maniobras por el Mediterráneo. Los acuerdos bilaterales de cooperación España-Estados Unidos prohíben a los aviones norteamericanos sobrevolar territorio español con material nuclear, pero nadie en el Gobierno levanta la voz frente a tan poderoso aliado.
Los cuatro miembros de la tripulación del KC135 mueren en el acto, lo mismo que tres de los siete tripulantes del B-52. Los otros cuatro consiguen salvarse saltando en paracaídas. Dos de las bombas chocan directamente contra el suelo, y su carga convencional explosiona liberando su contenido radiactivo, compuesto principalmente por plutonio y americio. Crean una nube radiactiva que se esparce sobre unas 226 hectáreas de terreno, debido al viento reinante. Esta área incluye la población de Palomares, una tranquila pedanía del término municipal de Cuevas del Almanzora (Almería). A finales de los sesenta, Palomares ni siquiera aparece en los mapas militares de la época, pero allí se va a producir el accidente nuclear más importante ocurrido en España, cuyas consecuencias sobre el medio ambiente de este rincón del sudeste peninsular están aún por determinar cuatro décadas después. Las otras dos bombas caen con el paracaídas abierto y no explotan. Una es encontrada, presuntamente intacta, en el lecho de un río seco, y la otra se sumerge en el mar.
En su línea de actuación habitual, el ministro de Información y Turismo español, Manuel Fraga Iribarne, suministra a la prensa un escueto comunicado en el que se señala que un avión de Estados Unidos ha sufrido un accidente que no ha provocado víctimas civiles. El texto no hace la menor mención a las armas nucleares que llevaba el aparato siniestrado. Pero los habitantes de la zona empiezan a sospechar que algo grave ha ocurrido cuando los militares norteamericanos ponen en acción un operativo al que denominan «Broken Arrow» (Flecha Rota), cuyo principal objetivo es localizar los proyectiles perdidos y, después, descontaminar la zona. Un grupo de búsqueda marina, integrado por 20 barcos, 2000 marinos y 125 hombres rana se concentra frente a las costas de Palomares, pero su trabajo resulta infructuoso. Se tardan casi sesenta días en localizar la bomba caída, que aparece a cinco millas de la costa. Finalmente, es el pescador de Águilas, Francisco Simó Orts, quien la encuentra, el 15 de marzo: Desde entonces, sus paisanos le conocerán como Paco «el de la Bomba».
La imagen del incidente que ha quedado para la historia es la de Fraga y el embajador estadounidense en España, Angier Biddle Duke, bañándose en las aguas mediterráneas de Palomares el 7 de marzo de 1966. El chapuzón tiene como objetivo demostrar que la zona no está contaminada.[75] Y según el embajador norteamericano, alguna cosa más: «El viaje, en realidad, ha servido para llamar la atención a los turistas de lo que ofrece la costa almeriense en su calidad de lugar de veraneo»,[76] declara Biddle Duke, tan campante, al diario Ya.
Uno de los hilos conductores fundamentales de toda la larga trayectoria política de Fraga es su permanente servidumbre a los intereses de Estados Unidos. Las estrechas relaciones que siempre ha mantenido con los norteamericanos comienzan a fraguarse antes de la firma de los acuerdos de 1953. Las actuaciones del falangista de Villalba responden fielmente a los dictados de la política de Washington. Manuel Fraga inicia su carrera profesional al mismo tiempo que los aliados consiguen la capitulación de las tropas del Eje: en 1945 obtiene el número uno de su promoción en las oposiciones al Cuerpo de Letrado de las Cortes. Dos años más tarde, se presenta a un nuevo concurso público, el de ingreso en la Escuela Diplomática, y, por supuesto, consigue su plaza. Como secretario de embajada de tercera clase, es destinado al Instituto de Cultura Hispánica, un organismo concebido exclusivamente con fines propagandísticos. Allí dirige el seminario de Estudios Hispanoamericanos Contemporáneos, a la vez que se encarga de la recién creada Oficina de Cooperación e Intercambio con Estados Unidos. En su calidad de director de los cursos de verano en España, conecta con estudiantes y profesores universitarios norteamericanos, y estrecha lazos con algunos de ellos. Es el primer contacto personal de Fraga con quienes, pocos años después, se van a convertir oficialmente en nuestros aliados.
Durante el acto de inauguración del curso académico 1949-1950 en el CEU (Centro de Estudios Universitarios), Fraga pronuncia la conferencia titulada «Raza y racismo en Norteamérica».[77] La tesis central desarrollada a lo largo de sus cien páginas constituye una crítica al racismo ejercido contra las minorías en Norteamérica. Pero se refiere sólo a las de origen europeo, que son perfectamente asimilables por el sistema. A comienzos de 1951 es destinado a la Secretaría General del Instituto de Cultura Hispánica, por decisión del ministro de Asuntos Exteriores Alberto Martín Artajo. Ese mismo año publica La reforma del Congreso de los Estados Unidos. La temática de sus investigaciones empieza a quedar notoriamente contaminada de proamericanismo. En España se está perfilando un cambio de Gobierno, condicionado por el fin del cerco internacional contra el régimen de Franco. Es la crisis del 18 de julio de 1951. Dos días antes se iniciaban conversaciones «oficiales» con el Gobierno de Washington. Fraga se sitúa de forma abierta entre quienes abogan por romper con los políticos del régimen que pugnan por un retorno «puro» a los ideales falangistas. José Félix de Lequerica es nombrado embajador español en Washington, el primero de la Guerra Fría.
En 1952, Fraga continúa avanzando por el mismo carril y publica La política exterior de Estados Unidos.[78] Y ese año realiza un viaje de dos meses de duración por Latinoamérica, ofreciendo sesudas conferencias sobre la política exterior… norteamericana. Durante la gira, entabla amistad con el gobernador brasileño Carlos de la Cerda, vinculado a la WALC (World Anti-Comunist League). La Cerda prologa las ediciones brasileñas de las obras de Fraga. De regreso a Madrid, es nombrado secretario general del Consejo Nacional de Educación, cargo que simultanea con el de secretario de la Comisión Española de la Unión Latina. Pronto llegará a secretario general de esta entidad. La Unión Latina es una organización auspiciada por Estados Unidos, que aglutina a España, Italia y los países latinoamericanos. Los fondos que maneja esta entidad son de origen desconocido.
Paralelamente, sigue ascendiendo en el escalafón franquista y, en julio de 1962, es nombrado ministro de Información y Turismo. Hay que adecuar la imagen del régimen a los nuevos tiempos, marcados por la alianza con Estados Unidos. Una de sus primeras actividades en el cargo es la creación de una especie de servicio de información compuesto por exiliados anticomunistas de los países del Este, que analizan, desde la sexta planta de las dependencias del Ministerio, toda la información sobre España que aparece en la prensa de los países integrados en el Pacto de Varsovia. La propia estructura del Ministerio, con sus delegaciones provinciales y también con terminales en el extranjero, le permite que llegue a diario a su mesa una ingente cantidad de informes. Para clasificar y analizar la prensa, Fraga cuenta con un pequeño ejército de funcionarios y colaboradores. A partir de los datos que obtiene por ese conducto, monta sus estrategias de propaganda. Es el caso de la Operación Castro Delgado.
Antiguo militante comunista y uno de los fundadores del Quinto Regimiento, al comienzo de la Guerra Civil, Enrique Castro Delgado escribe un libro, después de su estancia en la URSS, titulado Mi fe se perdió en Moscú. Una obra netamente antisoviética. Se afinca en Nueva York y es manejado como un pelele por la CIA. Fraga ve la utilidad de publicar ese título en España y envía a Estados Unidos, con la misión de traer a Castro de vuelta, a un hombre de su absoluta confianza, Gabriel Elorriaga.[79] Y se instala al autor en un hotelito de la sierra madrileña, para que recomponga su obra, de acuerdo con los criterios que su mentor en el Ministerio de Información y Turismo considera oportunos. Desde una perspectiva anticomunista, el libro es aceptable de acuerdo con la mentalidad norteamericana de la época, pero las afirmaciones de Castro presentándose como luchador antifascista no son precisamente las más adecuadas para que sean publicadas en la España de Franco.
Mientras tanto, Fraga continúa viajando a Estados Unidos, cada vez con mayor frecuencia. Ofrece conferencias en las universidades de Georgetown y Florida, entre otras, y en el Press and Union League Club de Nueva York. A lo largo de una sola gira, según sus biógrafos,[80] recorre 11 000 kilómetros por toda Norteamérica. Es nombrado ciudadano de honor en las ciudades de Dallas y Chicago. «En Estados Unidos se le llamó el “delfín de Franco”, no tanto como sucesor físico, sino por su significación política. Creían que Fraga iba a ser el eje en torno al cual evolucionaría el régimen franquista», escribe Carlos Sentís en su libro Perfil humano de Fraga.
Uno de sus viajes clave a Estados Unidos es el que realiza con motivo de la inauguración del Pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York. Los servicios de información norteamericanos le alertan de lo que está ocurriendo con Matesa y le suministran los primeros datos sobre el asunto.[81] Pero el reajuste ministerial de octubre de 1969 le deja fuera del Gobierno y se ve obligado a pergeñar otra estrategia política para intentar llegar a la presidencia del Ejecutivo. Intenta labrarse un perfil aperturista y se postula como candidato para encabezar la transición del franquismo a la Monarquía.
Contribuye a vender esa imagen liberal en Estados Unidos la revista Visión. Esta publicación norteamericana figura en una relación de medios de comunicación financiados por la CIA.[82] También Robert Moss, uno de los jefes de redacción de The Economist, le hace a Fraga la campaña de promoción democrática desde las páginas de su diario. Moss es conocido por sus vinculaciones con la Agencia, tras hacer de portavoz oficioso de este organismo de inteligencia a través de sus reportajes sobre el Chile de la Unidad Popular. Robert Moss vende a Fraga como el Karamanlis español.[83]
En septiembre de 1973, cuando ya sólo quedan dos años para que se produzca la desaparición biológica del dictador, Fraga es nombrado embajador en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Regresará a España un día antes de la muerte de Franco. Desde la capital británica, se convierte en un importante eje de la interminable ronda de contactos que comienzan a producirse para preparar la Transición que se aproxima. En su residencia londinense recibe, entre otros, al socialista Mário Soares, muy vinculado a la CÍA[84] y recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores de Portugal, tras la Revolución de los Claveles. También mantiene entrevistas con Darío Valcárcel y otros miembros de la nueva editorial PRISA, constituida para lanzar el diario El País, que finalmente aparecerá tras la muerte de Franco, en 1976, cuando Fraga ya es ministro de nuevo, esta vez de la Gobernación, en el primer gabinete de la Monarquía. Las fotos del político gallego paseando por Londres con Juan Luis Cebrián acreditan los contactos.[85] Sin embargo, Fraga no apuesta inicialmente por Cebrián para que sea el primer director del diario, sino por su amigo Carlos Mendo, muy bien relacionado con los norteamericanos.
Una de las alternativas previstas para realizar la salida controlada del régimen tras la muerte de Franco es la llamada Operación Fraga, que se sustenta en una sociedad denominada GODSA (Gabinete de Orientación y Documentación, Sociedad Anónima), constituida para intentar llevar a Fraga hasta la presidencia de Gobierno. Con ella se intenta aglutinar a numerosas personalidades políticas de la época con el propósito de organizar un gran movimiento encabezado por el político gallego, que rentabilice la imagen liberal que se ha creado de él, durante su período de embajador en Londres, y controle el proceso de cambio político desde la dictadura hasta una democracia controlada, en la órbita norteamericana. La desastrosa gestión como ministro de la Gobernación de Fraga en el primer gabinete de la Monarquía le dejará fuera de los puestos de cabeza en la carrera por el poder y se convertirá en aglutinador de los neofranquistas. Pero incluso entonces seguirá contando con el apoyo inestimable del embajador norteamericano en España, Wells Stabler.
Fraga funda GODSA en los albores de la Transición política, cuando todavía ocupa el cargo de presidente de Gobierno Carlos Arias Navarro. El objetivo de esta sociedad es aglutinar a un selecto grupo de políticos, juristas e intelectuales, con la socialdemocracia como límite por la izquierda. De acuerdo con las tesis de la CIA, Fraga manifiesta: «Mi punto de vista era que había que llegar a conseguir un partido socialista fuerte, socialdemocrático, y un partido comunista débil. Yo pensé que un partido comunista que arrancara en aquel momento, con la fuerza que tenía en Comisiones Obreras, podía ser muy peligroso para la marcha general de las cosas económicas, políticas y sociales del país».[86]
Entre los integrantes de GODSA destaca un reducido elenco de militares vinculados a los servicios de inteligencia del Alto Estado Mayor y al SECED: el golpista del 23-F José Luis Cortina, Juan Ortuño, Florentino Ruiz Platero y Javier Calderón, que llegará a teniente general y director del CESID, en 1996, con Fraga como presidente del PP y José María A2nar recién instalado en La Moncloa. Bajo la cobertura de «Gabinete de Estudios», Fraga convierte GODSA en «una especie de agencia de inteligencia, a su exclusivo servicio, cuyo principal objetivo era preparar la creación de su próximo partido político, Reforma Democrática, con el que pretendía disputar el poder a otros competidores», señala Arturo Vinuesa.
La propia existencia de aquella organización civil de Inteligencia dejaba claro que las actividades políticas entre los militares, que estaban prohibidas desde las más altas instancias del Gobierno, lo estaban sólo para los que, con o sin ocultas ambiciones de poder, lo intentaron hacia la izquierda del espectro político. Pero no para los que lo hacían bajo el anagrama de GODSA, en la derecha de Manuel Fraga Iribarne, lo que hacía presuponer una connivencia entre parte de la cúpula militar y la ideología de este político.[87]
El coronel San Martín, primer jefe del SECED, es otro de los militares golpistas que interviene en el 23-F con quien Fraga mantiene permanentes y estrechas relaciones. Después de su forzada salida del organismo de inteligencia creado por Carrero, en 1974, tras la muerte del almirante, el entonces teniente coronel pasa un tiempo destinado en el Sahara, hasta que Manuel Fraga, ya al frente del Ministerio de la Gobernación, lo recupera para la vida política nombrándole director general de Tráfico. El general Bastos, que intentó investigar la trama del 23-F dentro de los servicios de información, cuando estaba destinado en el CESID como comandante, asegura al periodista Francisco Medina: «Yo tenía informes de que, por ejemplo, San Martín habló varias veces con Fraga. Tuvieron conversaciones con él». Y en sus memorias inéditas, Juan García Carrés escribe: «Cortina le comunicó a Tejero que, una vez ocupado el Congreso, algunos diputados se levantarían desde sus escaños para apoyar la propuesta que sería expuesta por la persona que se dirigiría a todos explicándoles el motivo de la acción militar».[88]
Un dato significativo es que el político gallego aparece en la hoja que el general Armada lleva en su bolsillo, la tarde del 23 de febrero de 1981, cuando entra en el Congreso tomado por Tejero. En ese papel está la lista con los nombres que el general golpista tiene previsto proponer para formar un Gobierno santificado por los norteamericanos. A Manuel Fraga le correspondería nada menos que la cartera de Defensa.[89]