Prólogo

La mujer que estaba debajo de Aidan Cross estaba a punto de alcanzar un increíble orgasmo. Sus gritos guturales inundaban el aire, instando al público que los veía a que se acercara más.

Tras siglos protegiendo a las mujeres de esta forma, él conocía las señales y ajustaba sus embistes conforme a ellas. Su esbelta cadera subía y bajaba con incansable movimiento, a la vez que metía su polla a través de aquellas cremosas profundidades. Ella ahogó un grito y arañó la espalda de él mientras arqueaba la suya.

—Sí, sí, sí…

Los jadeos le hicieron sonreír, la potencia del clímax de ella, que tan rápidamente se aproximaba, llenaba la habitación de un resplandor que sólo él podía ver. En el borde del Crepúsculo, donde la luz de la pasión de ella se unía a la oscuridad de sus miedos íntimos, las Pesadillas esperaban con evidente excitación. Pero él las frenaba.

Se encargaría de ellas en un momento.

Colocando la palma de las manos sobre sus nalgas, Aidan elevó las caderas de ella para que cada uno de sus profundos embistes hicieran que la polla le rozara el clítoris. Ella se corrió con un grito y su coño se tensó con el orgasmo a lo largo de toda aquella dureza suya mientras su cuerpo se movía con un desenfreno salvaje y descabellado que nunca mostraba cuando estaba despierta.

Él la mantuvo allí, suspendida en el éxtasis, absorbiendo la energía que aquel sueño provocaba. La aumentó, la magnificó y se la devolvió a ella, que empezó a hundirse en un estado de sueño muy profundo y tranquilo, alejándose del Crepúsculo, donde era vulnerable.

—Brad… —suspiró antes de dejarse llevar por completo.

Aidan era consciente de que aquel encuentro no era más que algo espectral, una conexión de mentes. La piel de los dos se tocaba solamente en el subconsciente de la mujer. Sin embargo, para ella, aquella forma de hacer el amor le parecía absolutamente real.

Cuando estuvo seguro de que ella se encontraba a salvo, Aidan se apartó de su cuerpo y se despojó de la piel de su fantasía. Debajo de su fachada de Brad Pitt, apareció su verdadero cuerpo, más alto, más ancho de hombros, cambiando el pelo a su negro natural y muy corto y el azul de sus iris oscureciéndose hasta convertirse en su azul zafiro traslúcido.

Las Pesadillas se retorcieron expectantes y sus cuerpos indefinidos se ondularon al borde de la conciencia de la Soñadora. Esa noche había varias de ellas y él sólo era uno. Mientras blandía su guja, Aidan mostraba una auténtica sonrisa. Le encantaba cuando le superaban en número de una forma tan enorme. Tanto tiempo de lucha le había hecho sentir rencor y disfrutaba de cada oportunidad de desquitarse con las Pesadillas.

Con experta elegancia, Aidan doblaba su espada con movimientos sinuosos, utilizando el considerable peso de su hoja para cambiar el foco de sus músculos desde la tensión sexual a la agilidad de un guerrero. Algunos recursos podían verse aumentados en los sueños, pero, a pesar de todo, enfrentarse a múltiples oponentes requería una destreza innata.

—¿Empezamos? —preguntó cuando estuvo listo.

***

—¿Ha pasado una buena noche, capitán Cross?

Aidan se encogió de hombros y siguió avanzando hacia el Templo de los Ancianos mientras su túnica negra se le arremolinaba alrededor de los tobillos con cada uno de sus largos pasos.

—Como siempre.

Haciendo una señal de despedida al Guardián que le había saludado, Aidan pasó bajo el enorme arco del torii que daba al patio central. Mientras sus pies desnudos avanzaban en silencio por el frío suelo de piedra, una suave brisa le movía el pelo y tentaba sus sentidos con su fragancia. Se sentía tan vigorizado que podría haber permanecido en el campo de batalla más tiempo luchando, pero los Ancianos se lo prohibieron.

Llevaban una eternidad insistiendo en que los Guardianes volvieran al Templo a intervalos regulares. Aseguraban que era para darles un tiempo de descanso, pero Aidan sabía que aquélla no era la única razón. El arco que quedaba tras él era el verdadero motivo de la orden de regresar. Enorme y de un color rojo fuerte, era tan imponente que obligaba a cada uno de los Guardianes a mirarlo y leer el aviso que tenía grabado en aquel lenguaje ancestral: «Cuidado con la Llave que hace girar la Cerradura».

Debido a la falta de pruebas, él había empezado a dudar de la existencia de la Llave. Quizá la leyenda no fuera más que una herramienta para inspirar miedo, para instar a los Guardianes a seguir adelante, para mantenerlos alerta y evitar que descuidaran sus deberes.

—Hola, capitán.

Giró la cabeza hacia el suave susurro y se encontró con los ojos de Morgan, una de las Guardianas Juguetonas cuya labor era la de llenar los sueños de surf en la playa y bodas entre otras innumerables actividades gozosas. Redujo el paso y cambió de rumbo para acercarse hasta donde ella se asomaba desde detrás de una columna estriada de alabastro.

—¿Qué haces? —preguntó él con una sonrisa complaciente.

—Los Ancianos nos están buscando.

—¿Ah, sí? —La miró sorprendido. El hecho de ser convocado rara vez significaba algo bueno—. ¿Así que te has escondido? Muy lista.

—Vamos a retozar junto al arroyo y te contaré lo que he oído —le sugirió con un ronco susurro.

Como no era ningún estúpido, Aidan aceptó sin vacilar. Cuando una encantadora Juguetona se ponía festiva, no se debía rechazar la oferta.

Se la llevó a hurtadillas y descendieron desde la elevada plataforma de mármol a la hierba que había al otro lado. Sujetando a Morgan mientras bajaban por el sendero en pendiente hacia el arroyo caliente, Aidan se detuvo un momento para disfrutar de la inmaculada belleza del nuevo día y de la vista panorámica de las colinas ondulantes, los riachuelos burbujeantes y las embravecidas cataratas. Al otro lado de la loma le esperaba su casa. A su mente acudió una imagen de las shoji, las puertas correderas, y los tatamis sobre suelos de madera. Estaba escasamente amueblada, era de colores tenues, todo elegido teniendo en mente la paz y tranquilidad. Pequeña e íntima, aquella casa era su refugio, aunque solitario.

Con un despreocupado movimiento de la mano, silenció el agua, de modo que una emocionante quietud invadió el aire. No deseaba forzar el oído ni que se escuchara ningún grito.

Deshaciéndose de las túnicas de sus respectivos rangos —la suya, negra para indicar su rango superior; la de ella, multicolor en honor a su frivolidad—, se metieron desnudos en el agua humeante. Apoyándose contra un pequeño saliente de piedra, Aidan cerró los ojos y tiró de su acompañante para acercársela.

—Esto está hoy inusualmente tranquilo —murmuró.

—Es por Dillon. —Morgan se acurrucó a su lado, apretando deliciosamente sus pequeños pechos contra la piel de él—. Asegura que ha encontrado a la Llave.

La noticia no afectó a Aidan en modo alguno. Cada pocos siglos, un Guardián era víctima del deseo de hacer realidad la leyenda. No era nada nuevo, aunque los Ancianos se tomaban en serio cualquier descubrimiento falso.

—¿Qué pista se ha saltado? —preguntó, sabiendo que personalmente él nunca se saltaría ninguna. En ocasiones, los Soñadores mostraban algunas señales, pero nunca todas. Si lo hicieran, los mataría sin dudar.

—Su Soñadora no podía ver sus rasgos, como pensaba Dillon. Resulta que la fantasía de la Soñadora sobre el aspecto de Dillon era muy parecida a su apariencia real.

—Ah. —El error más común y que se cometía cada vez con mayor frecuencia. Los Soñadores no tenía la capacidad de ver en el Crepúsculo, así que no podían distinguir los verdaderos rasgos de los Guardianes que pasaban el tiempo con ellos. Sólo la mítica Llave podía verlos tal cual eran—. ¿Pero los otros rasgos eran ciertos? ¿Lo llamó por su nombre?

—Sí.

—¿El Soñador controlaba el sueño?

—Sí.

—¿Las Pesadillas parecían confusas y desorientadas?

—Sí… —Girando la cabeza, Morgan le lamió el pezón y, a continuación, nadó hasta colocar la cintura de él entre sus muslos abiertos.

Él la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí. Estaba distraído y sus actos físicos se regían más por la costumbre que por la pasión. El afecto profundo por cualquiera era un lujo que los Guerreros de Elite no podían permitirse.

—¿Qué tiene eso que ver contigo y conmigo?

Morgan le pasó los dedos mojados por el pelo.

—Los Ancianos se han vuelto a animar con la noticia. El hecho de que tantos mortales visualicen tal proliferación de los rasgos les hace pensar que ha llegado el momento.

—¿Y?

—Han decidido enviar a los Guerreros de Elite, como tú, para entrar en los sueños de quienes se nos resisten. Mi deber es trabajar con los Preceptores para curarlos una vez que hayas conseguido entrar.

Lanzando un suspiro de tristeza, Aidan dejó caer suavemente la cabeza hacia atrás y la apoyó sobre la piedra. Algunos Soñadores cerraban partes de sí mismos de una forma tan firme que ni siquiera los Guardianes podían entrar. O bien habían sufrido algún tipo de abusos y bloqueaban sus recuerdos o sentían tal culpa por alguna acción del pasado que se negaban a recordarla. Proteger de las Pesadillas a los Soñadores de ese tipo era la tarea más difícil de todas. Sin conocer del todo su sufrimiento interior, la capacidad de los Guardianes para ayudarles se veía seriamente limitada.

Y los horrores que había visto en sus mentes…

A medida que los recuerdos volvían a resurgir con fuerza —guerras, enfermedades, torturas sin precedentes—, un escalofrío recorrió su piel, a pesar del agua caliente. Imágenes que le obsesionaban desde hacía siglos.

De la lucha, la acción… podía encargarse. El sexo, el bendito olvido del orgasmo… los buscaba casi con desesperación. Como hombre tangible con deseos insaciables, follaba y luchaba bien, y los Ancianos no dudaban en utilizarlo para su mejor provecho. Era consciente de cuáles eran sus puntos fuertes y cuáles los débiles y se hacía cargo de los Soñadores que se aprovechaban de ellos.

Asignarle la tarea de dedicarse en exclusiva a aquellos que habían sufrido algún daño y sin ningún descanso… Lo que los Ancianos le pedían ahora sería un verdadero infierno, no sólo para él, sino también para sus hombres.

—Debes estar excitado —murmuró Morgan malinterpretando su repentina respiración acelerada—. A la Elite os encanta un buen conflicto.

Aidan respiró hondo. Si el peso de su oficio parecía aplastante, eso sólo él lo sabía. Anteriormente había mostrado un entusiasmo sin límites por su trabajo, pero la falta de avances conseguía desanimar incluso a los más optimistas.

Entre todas las antiguas leyendas y cuentos fantásticos, no había nada que indicara que su labor fuera a terminar alguna vez. Las Pesadillas no podían eliminarse, sólo controlarse. En un momento dado, miles de mortales sufrían pesadillas de cuyo despiadado control no podían despertar. Aidan estaba cansado de aquel estancamiento. Era un hombre que buscaba resultados y durante siglos se los habían negado.

Morgan, notando su preocupación, volvió a llamar su atención poniéndole una mano entre las piernas, y sus talentosos dedos empezaron a rodear su polla. La boca de Aidan se curvó en una sonrisa que auguraba el cumplimiento de los deseos de ella. Él le daría lo que quería. Y después, le daría más.

Si se concentraba en ella podría olvidarse de sí mismo. Durante un rato.

—¿Cómo quieres que empecemos, amor? ¿Fuerte y rápido o lento y despacio?

Con un suave gemido de expectación, Morgan le acarició el pecho con sus pezones.

—Ya sabes lo que necesito —susurró.

El sexo era lo más cercano a la compañía que él podía conseguir, pero aquello sólo aliviaba su deseo físico y le provocaba un ansia más profunda. A pesar de conocer a muchas Soñadoras y de los innumerables Guardianes con los que trabajaba, se sentía solo.

Y así sería durante toda la eternidad.

***

—Suponía que te encontraría aquí —retumbó una voz profunda detrás de Aidan.

Continuando con sus ejercicios, giró la cara hacia su mejor amigo. Estaban en el claro que había en la parte posterior de su casa, con la hierba salvaje llegándoles por las rodillas y bañados por el resplandor magenta del fingido atardecer que se acercaba. El sudor le caía por las sienes mientras blandía la espada, pero, a pesar de ser tan tarde, no estaba cansado.

—Suponías bien.

—La noticia de nuestra nueva tarea se está propagando rápidamente entre las filas. —Connor Bruce se detuvo a pocos metros, alardeando con los brazos cruzados de sus enormes músculos y sus fuertes antebrazos. Aquel gigante rubio no tenía la velocidad ni la agilidad de la que presumía Aidan, pero las compensaba con una auténtica fuerza animal.

—Ya lo sé. —Aidan arremetió contra un adversario imaginario, moviendo su espada con una fingida embestida mortal.

Connor y él eran amigos desde hacía siglos, desde que fueron compañeros de dormitorio en la academia de la Elite. Mientras pasaban los días trabajando duro en sus múltiples clases y las noches complaciendo a mujeres, habían forjado un vínculo que se había mantenido fuerte a lo largo de los años.

La academia tenía un plan de estudios riguroso y el índice de abandono era extremadamente alto. Cuando las cosas se ponían difíciles, Aidan y Connor se animaban mutuamente para seguir adelante. De los veinte alumnos que empezaron en su clase, ellos estuvieron entre los tres únicos que se graduaron.

Los que no terminaron la formación se dedicaron a otras vocaciones. Se hicieron Sanadores o Juguetones. Algunos decidieron ser Maestros y dedicarse a la enseñanza. Era un objetivo respetable. El mentor de Aidan, el Maestro Sheron, había supuesto una figura esencial en su vida y recordaba al Guardián con admiración y cariño, incluso después de tantos años.

—Veo que no te ha gustado la decisión de los Ancianos —dijo Connor con frialdad—. Pero últimamente no te gusta nada de lo que hacen.

Aidan se detuvo y dejó caer el brazo que sostenía su espada.

—Quizá sea porque no sé qué demonios están haciendo.

—Tienes esa mirada en los ojos —murmuró Connor.

—¿Qué mirada?

—La de «tengo cientos de preguntas que hacer».

El Maestro Sheron había inventado aquella expresión para referirse a la actitud ensimismada de Aidan. Era una de las muchas cosas que el Anciano formador le había enseñado y que seguía teniendo presente hasta ahora.

Aidan echaba de menos las horas que había pasado con su mentor en la mesa de piedra situada bajo el árbol del patio de la academia. Le hacía muchísimas preguntas y Sheron se las aclaraba con una paciencia encomiable. Poco después de que se graduaran, Sheron se sometió a la Iniciación para convertirse en un Anciano de pleno derecho y Aidan no lo volvió a ver.

Aidan levantó la mano y se tocó el colgante de piedra que Sheron le había regalado el día que se graduó. Lo llevaba siempre como un recuerdo tangible de aquellos días y del joven entusiasta que había sido antes.

—¿No te planteas nunca por qué desea nadie convertirse en Anciano? —le preguntó a Connor. Sí, la posibilidad de buscar respuestas era tentadora, pero la Iniciación cambiaba a los Guardianes de un modo que a Aidan le parecía preocupante. Sheron había tenido un aspecto juvenil, con cabello y ojos oscuros y una piel tostada. Ahora su apariencia era como la del resto de Ancianos —pelo blanco y una piel y unos ojos pálidos—. Para una raza casi inmortal, un cambio así de drástico debía significar algo, y Aidan estaba completamente seguro de que no debía ser nada bueno.

—No. No me hago esa pregunta. —Connor apretó la mandíbula con obstinación—. Dime dónde hay que ir a luchar. Eso es lo único que deseo saber.

—¿No deseas saber por qué es por lo que luchamos?

—Joder, Cross. Por lo mismo que hemos luchado siempre, para contener a las Pesadillas mientras buscamos a la Llave. Ya sabes que sólo somos la frontera entre ellas y los humanos. La fastidiamos dejando entrar a las Pesadillas y tendremos que seguir así hasta que encontremos un modo de echarlas.

Aidan soltó un suspiro. Al contrario que otros parásitos más inteligentes que sabían de dónde procedía su comida, las Pesadillas drenaban a sus anfitriones hasta matarlos. Si dejaban desprotegidos a los Soñadores se aseguraban la extinción de la humanidad, quizá de todo su plano de existencia.

Podía imaginárselo. Las infinitas pesadillas que sufrirían. Temerosos de dormir, incapaces de trabajar o comer. Toda una especie diezmada por el horror y la fatiga. La locura haría acto de presencia.

—Vale. —Aidan se dirigió hacia la casa y Connor empezó a caminar a su lado—. Entonces, hipotéticamente hablando, ¿qué pasaría si no hubiera ninguna Llave?

—¿Ninguna Llave? Pues eso sería una putada, porque es lo único que me anima a seguir adelante, saber que hay una luz al final del túnel. —Connor le miró de reojo—. ¿Adónde quieres ir a parar?

—Lo que digo es que es posible que la leyenda de la Llave sea una estupidez. Quizá nos la hayan enseñado con el único motivo que has mencionado antes, darnos esperanza y motivación cuando nuestra labor parece no tener fin. —Aidan abrió la puerta shoji que daba a su sala de estar y cogió la vaina de la espada, que descansaba apoyada contra la pared—. Si ése fuera el caso, estamos jodiendo a los Soñadores con esta nueva misión. En lugar de protegerlos de las Pesadillas, la mitad de la Elite va a estar malgastando su tiempo mientras busca un milagro que quizá no exista.

—Tío, te diría que fueras a echar un polvo —murmuró Connor mientras pasaba por su lado y se dirigía a la cocina—, pero ya has estado con Morgan esta mañana, así que no es eso lo que te corroe.

—No me gusta dejar a los Soñadores con menos protección y me fastidia que los Ancianos muestren tanto secretismo con respecto a qué es lo que estamos haciendo. Me cuesta creer lo que no veo.

—Pero elegiste como profesión la de cazar Pesadillas —dijo Connor con un bufido mientras desaparecía tras la esquina. Un momento después, volvió con dos cervezas—. Nuestro éxito está basado enteramente en lo que no vemos.

—Sí, ya lo sé. Gracias. —Aidan aceptó la bebida que le ofreció y dio grandes sorbos mientras atravesaba la habitación en dirección a un sillón con armazón de madera—. No son nuestras espadas las que matan a las Pesadillas, sino el poder de nuestra determinación, que les provoca miedo. Es algo que tenemos en común con esas cabronas, matar a través del terror.

Aquél era el motivo del distanciamiento entre él y sus padres, uno de ellos Guardián Sanador y el otro Preceptor. No comprendían el camino que él había elegido y las constantes preguntas con las que le daban la lata habían hecho que, al final, se alejara. No podía explicar por qué necesitaba luchar contra las Pesadillas en lugar de dedicarse a limpiar lo que éstas ensuciaban. Como eran la única familia biológica que tenía, sólo le quedaba un vínculo emocional: Connor. Un hombre al que quería y respetaba como un hermano.

—Entonces, ¿cómo explicas que hayamos terminado viviendo en este conducto si no hay ninguna Llave? —preguntó Connor mientras se hundía en el otro sillón parejo que había enfrente.

Según la leyenda, las Pesadillas habían encontrado una Llave que les daba acceso a su antiguo mundo, un mundo que Aidan era demasiado joven como para poder recordar, y después, las Pesadillas se expandieron, matándolo todo. Los Ancianos apenas tuvieron tiempo de abrir una grieta dentro de un espacio pequeño que les permitió escapar al interior de aquel conducto que existía entre la dimensión humana y la que los Guardianes se habían visto obligados a dejar atrás. Aidan tardó un tiempo en comprender del todo el concepto de los múltiples planos de existencia y el continuo espacio-tiempo, siendo uno de ellos, producto de la metafísica y el otro de la física. Pero la idea de que un único ser —la Llave— era capaz de abrir esas grietas a voluntad, vaciando el contenido de un plano en el otro, era algo que aún no comprendía del todo.

Confiaba en cosas que pudieran demostrarse, como el cambio psicológico que este conducto le había provocado a su especie, volviéndolos casi inmortales y efímeros, como las Pesadillas. Antes, los Guardianes habían estado indefensos, pero allí se encontraban en una posición igual a la de sus enemigos.

—Los Ancianos nos metieron en esta grieta sin necesidad de ninguna Llave —dijo Aidan—. Estoy seguro de que las Pesadillas podrían hacer lo mismo.

—Así que rechazas una respuesta aceptada por todos y la sustituyes por una conjetura. —Connor aplastó la lata de su cerveza vacía—. Vino, mujeres y dar palizas, Cross. La vida del Guerrero de Elite. Disfrútala. ¿Qué más quieres?

—Respuestas. Estoy cansado de que los Ancianos me hablen con condenados acertijos. Quiero la verdad, completa.

—Nunca te cansas —bufó Connor—. Esa persistencia es lo que hace que seas un gran guerrero, pero también te convierte en un tocapelotas. Tengo tres palabras para ti: necesidad de saber. ¿Cuántas misiones ha habido en las que eras tú la única persona que sabía qué narices estaba pasando?

—No es lo mismo —repuso Aidan—. Ése es un caso de retraso temporal de la información. Aquí se nos oculta de forma permanente.

—Antes eras la persona más idealista que conocía. ¿Qué le ha pasado al aprendiz que juró ser Guardián para buscar a la Llave y matarla?

—Eso eran bravuconerías de adolescente. Aquel niño ha crecido y se ha cansado.

—A mí me gustaba ser adolescente. Podía pasarme toda la noche follando y, aun así, destrozar Pesadillas al día siguiente. Ahora es una cosa o la otra.

Aidan supo que su amigo estaba tratando de aligerar lo que rápidamente se estaba convirtiendo en una conversación colérica, pero no podía seguir aguantando su inquietud y Connor era la única persona en la que confiaba en asuntos así.

Connor lo conocía lo suficiente como para notar su determinación.

—Escúchame, Cross. —Apoyó los brazos sobre sus propias piernas y miró a Aidan con los ojos entrecerrados y expresión tensa—. Como amigo, no como tu teniente, te digo que debes olvidarte de tus dudas y reunir a las tropas.

—Estamos desperdiciando unos recursos muy valiosos.

—¡Yo me alegro de que estemos cambiando las cosas, tío! Lo que hacíamos antes no funcionaba, así que ahora estamos probando algo diferente. En eso consiste el progreso. Eres tú el que se está estancando. Supéralo ya y espabila.

Aidan negó con la cabeza.

—Piensa en lo que te he dicho —insistió.

—Ya lo he hecho. Es una estupidez. Fin de la conversación.

—¿Qué tal huele ahí?

—¿Qué?

—Tienes la cabeza tan metida en el culo que tiene que apestar.

—Te estás poniendo agresivo.

—¿Cómo puedes desestimar una idea sin tan siquiera considerarla un momento?

Se quedaron mirándose fijamente durante un largo rato, cada uno de ellos abrasándose por el calor de su propia exasperación.

—¿Qué narices está pasando? —gruñó Connor—. ¿De qué va todo esto?

—Quiero que alguien, tú, considere la posibilidad de que los Ancianos estén ocultando algo.

—De acuerdo. Pero yo quiero que tú consideres la posibilidad de que no lo hacen.

—Bien. —Aidan se pasó una mano por las raíces de su pelo humedecidas por el sudor y lanzó un suspiro—. Voy a lavarme.

—Entonces, ¿qué? —dijo Connor cruzándose de brazos.

—No sé. Piensa tú en algo.

—Siempre que hago yo los planes nos metemos en líos. Por eso eres tú el capitán.

—No. Soy capitán porque soy mejor que tú.

Connor echó su dorada cabeza hacia atrás y se rio con una fuerte carcajada, un sonido que hizo desaparecer la tensión como una fuerte brisa entre la niebla.

—Aún queda en ti un poco de aquel bravucón.

Necesitaba todas sus fuerzas para soportar las nuevas misiones que le esperaban. Misiones con las que su instinto no estaba de acuerdo.