Decidida a enfrentarse a su precioso problema sin ambages, Lyssa subió las escaleras de dos en dos. Entró rápidamente en su dormitorio justo a tiempo de ver a un Aidan aún mojado saliendo desnudo del cuarto de baño con los brazos levantados para secarse el pelo con la toalla, flexionando los pectorales y los abdominales de tal forma que la boca se le hizo agua. Se detuvo de repente.
—Yo… tú… eres… Ay, Dios… qué bueno… —balbuceó ella mientas él se empalmaba delante de sus ojos.
Aidan soltó un suspiro y dejó caer los brazos.
—Me acabo de masturbar.
Ella tragó saliva mientras su mente se llenaba de imágenes de cómo lo habría hecho. Con el agua cayendo con fuerza, unas manos llenas de jabón acariciando todo su cuerpo vibrante, latiendo con un ritmo primitivo hasta hacer que su lujuria desapareciera por el desagüe. Ella sabía cómo era la sensación de aquella preciosa polla en sus manos, lo gruesa y dura que se ponía cuando estaba erecta. Mierda, ya era grande antes de empalmarse. ¿Cuántos hombres podrían decir lo mismo?
«Tiene un lunar en la cadera izquierda».
Sus ojos fueron directamente hasta ese punto y se quedó boquiabierta al ver el pequeño círculo marrón. Después, trató de tranquilizarse. Podría haberse fijado en ella en la ducha. El hecho de que la recordara no significaba nada.
—No te preocupes. —La voz grave y ronca de él se abrió paso entre sus pensamientos—. Queda más que suficiente para ti.
Dios, le encantaba su forma de hablar, lo abierto que se mostraba con respecto a su sexualidad y cómo la deseaba a ella. ¿Se habría acercado así a ella antes? ¿Quizá en alguna discoteca cuando era más joven? En la universidad había sido rebelde: dedicaba el día a los estudios y la noche a salir de fiesta. Se imaginó la escena: vestida con pantalones cortos y una camiseta de espalda descubierta, inclinada sobre la barra, pidiendo su copa a voces al camarero para hacerse oír por encima del estruendo de la música. Después, las manos de Aidan en su cadera, su erección contra su trasero, su boca en el cuello de ella, tal y como había hecho abajo. Antes de llevársela a otra parte…
¿Había ocurrido así? Se esforzó por recordar. En cualquier caso, su cuerpo recordaba al de Aidan, aunque su mente no lo hiciera.
Él se acercó con una elegancia silenciosa, rodeó su cintura con un brazo y con la otra le apartó el pelo mojado, inclinándole la cabeza para ajustar mejor sus labios a los de ella. Besó su boca con fuertes y profundos lametones de su lengua, haciéndola estremecer mientras ella se agarraba a su espalda mojada.
—¿En qué piensas cuando me miras así? —preguntó él con una voz que rebosaba pecado.
—Eh… —No estaba pensando en nada, pues él la había dejado exhausta con aquel beso.
—¿En sexo muy sucio? —Atrajo las caderas de ella contra las suyas para asegurarse de que sentía cada centímetro de su polla caliente y palpitante. Colocó la palma de la mano en la parte posterior de la cabeza de ella y le acarició la oreja con la boca—. ¿Te estaba follando ya o estaba a punto de hacerlo?
—Aidan… —gimió ella, torturada por su propio cuerpo excitado y por la abierta y excitante provocación de él—. Es tan bueno lo que hacemos que no puedo dejar de pensar en ello.
Cerró los ojos apretándolos y hundió sus inquietos dedos en los fuertes músculos de su espalda.
—Es muy bueno —dijo él con voz ronca.
—¿Por eso es por lo que has venido? ¿Para ver si es tan bueno como recordabas? ¿Se trata solamente de echar un polvo?
«¿Habrá algo más o sólo esto?». La simple idea de que él se fuera le hizo sentir una presión en el pecho.
Él enterró el rostro ruborizado de ella en la curva de su cuello.
—No, no y no. ¿Tienes tiempo para que hablemos?
Suspiró y negó con la cabeza.
—Tengo que ir a trabajar. Llego tarde.
—¿Puedo ir contigo?
Por un momento, ella se quedó inmóvil. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con él? Necesitaba cierta distancia para poder pensar. Quizá investigar un poco. Llamar a viejas amigas. Ver si alguien más recordaba a Aidan.
—Será mejor que vaya sola. Estaré ocupada y estoy segura de que tendrás cosas que hacer mientras estás en la ciudad.
—Hay algunas cosas que tienes que saber.
«Que no buscas nada serio, que no buscas una novia ni ningún compromiso. Que sólo es sexo».
—Por favor, Lyssa.
La sensación de déjà vu era tan fuerte que la abrumaba. Y le dolía. Un polvo de una noche. Eso es lo que habían tenido. Eso era lo único que Aidan quería.
Él se echó hacia atrás.
—No me excluyas. Escucha lo que tengo que decirte.
Ella levantó la mirada hacia él y vio el breve destello de anhelo que Aidan ocultó rápidamente con una sonrisa torcida y supo que no tenía otra opción.
—Vale, vístete y… Mierda. No tienes nada para ponerte. —Lyssa arrugó la nariz—. ¿Tienes idea de cuándo te va a enviar tus cosas la compañía aérea?
Entonces, Lyssa pensó en la situación en la que se encontraban y entrecerró los ojos con recelo.
—¿Cómo sabías dónde vivo?
—Me lo dijiste tú —contestó simplemente, acariciando su espalda con las manos.
—Deberías haber llamado antes de venir.
Él restregó su nariz con la de Lyssa y apretó su cuerpo contra el de ella.
—Lo sé.
—¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte?
—Aún no lo he decidido —murmuró, rozando la boca de ella con la suya de un lado a otro.
Ella dejó escapar un suspiro, demasiado cansada como para enfrentarse a la sensación de que estaba hecha para aquellos brazos.
—Tenemos que irnos. Se me va a hacer muy tarde.
Aidan asintió y se apartó para recoger el chándal de donde ella lo había lanzado al otro lado de la cama sin hacer. Primero, se lo puso. Después se colocó un par de botas militares de muy mal aspecto que se ajustaban con un sencillo toque de los dedos.
Cuando se puso de pie, ella se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
—Unas botas estupendas, pero no puedes salir así.
—¿Qué? ¿Por qué no? —preguntó arqueando una ceja.
—Hace frío en la calle.
—Estaré bien.
Estaba demasiado bien, condenadamente bien con su delicioso torso desnudo para que todo el mundo lo viera. Un grueso mechón de pelo negro le colgaba sobre la ceja y atraía la atención sobre aquellos hermosos ojos y sus labios tan tremendamente seductores. Si salían a la calle con él así sufrirían el acoso de un montón de mujeres locamente enamoradas.
Lyssa frunció los labios.
—No voy a llevarte por ahí vestido así.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó Aidan frunciendo el ceño. Después, abrió los ojos de par en par y se cruzó de brazos, imitando la pose de ella—. ¿Es éste tu modo de decirme que no quieres que vaya contigo?
—¡No! Bueno… sí. —Lanzó los brazos al cielo—. Quizá pueda volver a la hora de comer con algo que te puedas poner. Después, podrás pasar el resto del día conmigo.
—¿Recuerdas lo que hemos hablado? —preguntó con seriedad—. Que fueras sincera conmigo. Yo haré lo mismo contigo.
—Es curioso cómo eso te ha llevado a que tú lo sepas todo de mí y yo no sepa nada de ti.
—Estoy dispuesto a hablar en cualquier momento. Ahora estaría bien. Eres tú la que tienes que incluirme en tu agenda.
—¡Eres tú el que se ha autoinvitado a venir a mi casa sin hacer primero una simple llamada de cortesía!
Aidan abrió la boca para responder y, a continuación, soltó un suspiro exasperado.
—¿Quieres explicarme por qué estamos discutiendo?
—No estamos… —Lyssa se detuvo cuando él volvió a mirarla con la ceja arqueada. Ella se encogió de hombros sin convicción—. Para mí es un problema que te vean medio desnudo, ¿vale?
Él parpadeó. Después, una lenta y pícara sonrisa apareció en su cara.
—¿Tienes celos, tía buena? —preguntó divertido.
—No —mintió dándose la vuelta y dirigiéndose rápidamente hacia la puerta—. Tengo que irme. Volveré sobre…
Él la agarró con los dos brazos, la levantó del suelo y la sacó de la habitación. Bajaron las escaleras mientras él se reía entre dientes.
—¿Qué haces? —preguntó ella con el tono más serio que consiguió poner, pero riéndose como una tonta. Era un bravucón grande y musculoso con una sonrisa adorable y demasiada arrogancia.
Le gustaba. Mucho.
—Voy contigo. Llevaré una de las batas blancas de Mike, si eso hace que te sientas mejor.
Se puso tensa.
—¿Sabes qué? La información en plan acosador que tienes sobre mí me está asustando.
—Estoy seguro de que es así. —Se detuvo delante de la barra de la cocina—. Coge tus cosas. —Ella recogió su bolso y sus llaves—. Y los dos libros de ahí.
—Sí, en cuanto a esos libros… ¿Qué demonios son, Aidan? ¿Y por qué están en mi casa?
—Son deberes para mantenerme ocupado.
Ella contuvo su réplica y, a continuación, se sorprendió a sí misma esforzándose por seguir enfadada, lo cual no le resultaba fácil mientras él la llevaba por todos sitios como si fuese un saco de patatas. El hecho de que Aidan le mordisqueara el cuello tampoco ayudaba.
—¡Déjalo ya! Mira por dónde vas.
No necesitaba que lo reprendiera. Se movía con una precisión certera; la agarraba con una mano mientras con la otra apagaba las luces y la cafetera y abría la puerta del garaje.
—Vamos a poner la capota —murmuró ella mientras caía sobre el asiento del conductor, imaginando que se detendrían en algún semáforo en rojo y las miradas que Aidan suscitaría.
—Estás siendo una tonta. —Le agarró la mano cuando ella iba a pulsar el botón para cubrir el coche.
Su boca estaba a un suspiro de la de ella. Se detuvo ahí, atrapándola, haciéndola esperar. Ella podría haberse inclinado hacia delante ese poco y haber presionado sus labios contra los de él, pero la necesidad de respuestas, su creciente inquietud eran lo suficientemente fuertes como para contenerla.
Aidan ocultó su frustración cada vez mayor ante la resistencia de Lyssa, que había sacado la punta de la lengua para mojarse los labios, pero que no hizo ningún movimiento por estrechar el espacio que había entre ellos. Él cogió el cinturón de seguridad, tiró de él atravesando el regazo de ella y lo colocó en su sitio con un chasquido. A continuación, le dio un rápido beso en los labios, rodeó la parte delantera del coche y se metió en el asiento del pasajero.
Lyssa esperó un momento, mirándolo con aquellos ojos oscuros que le decían todo lo que ella estaba pensando. Aquélla era una de las muchas cosas que adoraba en ella, su falta de engaño. Con ella podría limitarse a ser él mismo. No tenía que ponerse ninguna máscara ni tenía que mantener ninguna rigidez.
Aquello le proporcionaba un alivio parecido al profundo suspiro que se suelta tras aguantar la respiración mucho tiempo, pero el nuevo recelo que advertía en ella hizo que todo su cuerpo se tensara. Necesitaba aferrarse a ella, así que extendió la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.
—Eres un verdadero problema —murmuró ella con un suspiro.
—Espera a que vuelva a tenerte en la cama.
Sintió el escalofrío de ella a través de sus manos apretadas. La dulce Lyssa con su sonrisa franca tenía algunos secretos, como su oculto deseo de que la tomaran con fuerza y le dieran caña. No pudo evitar preguntarse si alguna vez algún hombre había llegado a saber eso de ella. Al final, lo habría sabido, aunque no hubiese estado al corriente de sus pensamientos en sus sueños. Sin embargo, él estaba agradecido de no haber necesitado esperar para descubrirlo. Su fuerte vínculo era el deseo que el cuerpo de ella recordaba. No permitiría que Lyssa lo olvidara.
Mientras tanto, tenían que sobrevivir a ese día, lo cual había resultado ir hasta entonces en su contra en cada paso que habían dado. Pero conseguiría estar a solas con Lyssa y le contaría todo en cuanto ella se detuviera el tiempo suficiente como para escucharlo. Aidan necesitaba que su explicación fuera clara y creíble, así que echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para absorber la sensación del aire de la mañana recorriendo su cuerpo.
Hacía un poco de fresco, tal y como ella le había advertido, pero el calor que albergaba en su interior por las repetidas miradas intensas de Lyssa hacía que se sintiera bien. Bajo su mano izquierda llevaba los libros que había traído del Crepúsculo. Esperaba que le proporcionaran las respuestas que necesitaba para mantener a Lyssa a salvo. Algo, lo que fuera que pudiese demostrar sin lugar a dudas que, o bien no existía ninguna Llave, o que, en caso de que los Ancianos tuvieran razón sobre su existencia, no se trataba de Lyssa.
Aidan maldijo por no haber prestado más atención durante sus clases de historia, pero entonces era joven y libidinoso. Dispuesto a luchar y a follar hasta saciarse. No era lo suficientemente maduro como para pensar en el futuro en todos sus muchos aspectos. Desde luego, no había sido consciente de que algún día encontraría a alguien que le recordaría que tenía necesidades más profundas que las carnales.
Lyssa siguió en silencio y él deseó poder leerle el pensamiento tal y como había podido hacer en el Crepúsculo. Era comprensible que la mente consciente de ella estuviera confusa, pero su subconsciente lo recordaba. Aidan sólo esperaba que aquello fuese suficiente para que pudiese sobrevivir a sus explicaciones. Iba a parecer un loco.
—Háblame —le dijo en voz baja, lo suficientemente alto como para que ella le oyera entre el viento.
—¿Por qué no hablas tú? —repuso ella—. Dime cómo es que sabes tantas cosas de mí.
Aidan suspiró. Así que era en eso en lo que estaba pensando.
¿Por dónde empezar? ¿Por la parte en la que le explicaba que era un alienígena? ¿O empezaba diciendo que ella era la profética destrucción de dos mundos?
En cualquiera de los dos casos, Lyssa tenía que saber quién era él y qué estaba haciendo antes de que el sentido común se impusiera a sus instintos viscerales e hiciera que lo echara a patadas. No quería raptarla ni obligarla a hacer nada en contra de su voluntad. Pero lo haría si con ello le salvaba la vida.
El descapotable se detuvo de forma abrupta poniendo fin a aquellos pensamientos. Levantando la cabeza y abriendo los ojos, Aidan vio la puerta trasera de la clínica a tan sólo unos metros. Cuando Lyssa salió del coche, él inclinó el cuerpo y la agarró de la muñeca.
—¿Puedes salir pronto?
Ella frunció sus deliciosos labios un momento y, a continuación, asintió.
—Lo intentaré.
—Oye, ¿qué está pasando? —gritó una voz.
Aidan mantuvo la mirada fija sobre la mujer de sus sueños y vio cómo la culpa y la confusión nublaban sus encantadores rasgos.
—Mierda —susurró—. Es Chad.
***
Lyssa dirigió la mirada al sueño erótico medio desnudo que estaba en el asiento del pasajero y se dijo a sí misma: «Despierta, despierta, despierta…».
Menuda pesadilla a plena luz del día. ¿Cómo demonios iba a explicar aquello si ni siquiera ella sabía qué estaba pasando? Tenía el pelo mojado. Aidan también. Y llevaba el pecho descubierto. Tenían aspecto de ser culpables de todo lo que habían hecho.
—Eh… Siento interrumpir, pero la señora Yamamoto empieza a estar cabreada. —El sonido de la voz de Stacey procedente de la puerta trasera de la clínica fue tal alivio que Lyssa decidió darle un aumento—. Ella y su gato llevan esperando casi veinte minutos.
—Ahora entro. —Respirando hondo para reunir valor, Lyssa se soltó de la mano de Aidan para enfrentarse a un Chad que la miraba con el ceño fruncido.
—Hola —dijo Chad extendiendo la mano—. Soy el novio de Lyssa. Encantado de conocerte.
Aidan apretó la mandíbula de forma evidente, pero respondió al gesto.
Cuando Chad retiró la mano, la flexionó y Lyssa pudo imaginarse la fuerza con la que se la había estrechado Aidan.
—Bueno… —Se aclaró la garganta y cogió su bolso—. Tengo que trabajar. Chad, ¿necesitabas algo?
Chad entrecerró los ojos y la miró a la cara.
—Estaba por el barrio y quería saber si estabas libre para comer.
Lyssa asintió forzadamente.
—Sí. A la una, ¿de acuerdo? Voy a tener que ponerme al día antes de poder salir.
—Bien. —Chad volvió a mirar a Aidan—. Nos vemos a la una. —Puso las piernas en firme y la besó. De lleno en la boca. Y, por si eso fuera poco, le pasó la lengua suavemente por los labios.
Lyssa no pudo mirar a Aidan mientras Chad regresaba a su todoterreno. Como una cobarde, cerró su puerta de golpe, encendió la alarma y fue casi corriendo adonde Stacey la esperaba con los ojos abiertos de par en par.
—¡Vaya mierda! —siseó Stacey mientras ella pasaba por su lado—. Estás bien jodida.
—Se nota, ¿no?
Incapaz de evitarlo, Lyssa miró hacia atrás y vio que Aidan venía tras ella dando grandes zancadas y con paso uniforme, casi acechante. Un cazador tras su presa. Cuando vio las fosas nasales ensanchadas y su mirada ardiente, supo que si esperaba a que llegara hasta ella iba a tener serios problemas.
—¿En qué sala está la señora Yamamoto? —preguntó rápidamente.
—En la 2 —Stacey soltó un silbido con ojos fascinados y llenos de un reconocimiento absolutamente femenino que hizo sonreír a Lyssa—. ¿Has visto los abdominales de ese tipo? ¡Es un pecado mortal! ¡Qué bueno está!
—Joder. Dale una bata. Y tráeme otra a mí también.
Fue directamente a la Sala 2 con el bolso y las llaves en la mano, y se puso a trabajar. A veces, era útil evadirse.
Hasta la una menos cuarto no pudo ponerse al día con sus pacientes. Las primeras veces que se vio obligada a pasar corriendo por su despacho, Aidan estaba esperando con las piernas abiertas, los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ella trató de parecer calmada y serena, pero no podía olvidar que bajo aquel chándal no llevaba calzoncillos. Sólo pensar en ello le provocaba algo extraño en su sistema nervioso. Más tarde, lo vio sentado en su mesa, enfrascado en sus libros. Y ahora que necesitaba lavarse para comer con Chad, la puerta estaba cerrada.
Durante toda la mañana había estado dándole vueltas a qué hacer en cuanto a su situación y, al final, había conseguido sentirse segura de su decisión. Independientemente de lo que ocurriera con Aidan, Chad no era su hombre. Siempre lo había sabido. Simplemente no había querido admitirlo. Terminar con aquello era la respuesta más obvia, pero la culpa pesaba demasiado. En un mundo perfecto, habría terminado con Chad antes de verse con Aidan. Pero la vida no era perfecta y tendría que compensarlo lo mejor que pudiera. Esperaba que al final pudieran quedar como amigos.
Pero aún no había decidido qué hacer con Aidan. Lo único que sabía era que cada vez que lo había visto a lo largo del día, el pulso se le había acelerado. Incluso con su expresión malhumorada y ceñuda, seguía volviéndola loca en el mejor de los sentidos.
Así que se encargaría de Chad, concluiría su jornada laboral y, después, escucharía lo que fuera que tuviera que decirle Aidan. Esperaba de verdad que pudiese llenar las lagunas de su memoria y hacer desaparecer todas las dudas que tenía.
Decidida, Lyssa agarró el pomo de la puerta de su consulta y la inercia la llevó hasta el centro de la habitación antes de darse cuenta de que estaba vacía.
«Ay, Dios, ¿se ha ido?».
El corazón se le aceleró y se giró para gritarle a Stacey…
… y encontró a Aidan apoyado como si tal cosa en la puerta cerrada. La bata de médico estaba colgada del perchero que había a su lado, así que una vez más estaba desnudo de cintura para arriba. Ella subió los ojos para encontrarse con los de él y el resplandor en su mirada le dijo que Aidan sabía lo que provocaba en ella la visión de aquel torso desnudo.
—¡Dios mío! —exclamó llevándose la mano al pecho—. Me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces escondido detrás de la puerta?
—No me escondía —contestó él con indiferencia—. Estaba a punto de ir a buscarte cuando tú has entrado. Casi no me da tiempo a quitarme de en medio.
—Ah. —Recorrió la corta distancia hasta su escritorio antiguo de imitación y apoyó el trasero sobre él—. Chad va a venir en unos minutos.
—Lo sé. —Atravesó la habitación con un andar seductor y a ella se le hizo la boca agua. No fue descarado, como si se tratase de un fanfarrón. Simplemente tenía una carga predadora y sexual. Colocando una mano a cada lado de sus caderas, Aidan la atrapó contra el escritorio y rozó sus labios contra su cuello—. Te voy a echar de menos.
Bajo las palmas de sus manos, Lyssa sintió la piel cálida y sedosa estirada sobre los músculos duros y flexionados y se derritió por dentro. Soltó un leve gemido cuando los dientes de él le mordisquearon el lóbulo de la oreja.
—Dime que no tengo motivos para estar celoso —le ordenó él bruscamente.
Echándose hacia atrás, Lyssa lo miró a los ojos. Su rostro permaneció impasible, a excepción del músculo apretado de su mandíbula.
—No hay ningún motivo —le aseguró en voz baja, apreciándolo más por la sinceridad de sus sentimientos.
Él la atrajo hacia sí, de modo que su cuerpo grande y duro envolvió literalmente el de ella mientras con sus manos la agarraba suavemente. Ella sabía lo fuerte que era y, sin embargo, la estaba agarrando con verdadera ternura.
—Aidan —susurró mientras sus fosas nasales se inundaban de su olor. No había nada en el mundo que oliera como él. Era aromático y exótico. Extraño. Le encantaba, lo ansiaba—. No estaré fuera mucho rato.
—Un minuto ya es demasiado. —Su voz era oscura como el pecado, su acento marcado y delicioso, una caricia vocal.
Entonces, Aidan la besó con una pasión firmemente contenida, deslizando su lengua por la de ella con gran destreza, haciendo que recordara lo bueno que era estar con él. Lo mejor. Un gruñido áspero y nervioso sonó en el pecho de Aidan mientras ella se derretía dentro de él. Sólo por un beso.
Lyssa lo abrazó con todas sus fuerzas. Había muchas cosas que quería decirle, preguntarle, saber. Pero no había tiempo y eso no le gustaba. Miró hacia atrás para poder ver el reloj de pared. Era la una menos cinco.
—Tengo que irme. —Apretó su cara contra el hombro de Aidan sintiéndose culpable.
Aidan no sabía qué hacer con su deseo de coger a Lyssa y llevársela lejos.
Se oyó un golpe en la puerta justo cuando Lyssa volvía a apoyarse en sus pies.
—¿Sí? —gritó con voz ronca.
—Ha venido Chad. —La voz de Stacey al otro lado de la puerta sonó más seria de como Aidan la había oído a lo largo del día.
Lyssa tomó aire con fuerza.
—¿Cómo voy a explicárselo si ni siquiera yo sé lo que está pasando? —preguntó con tono lastimero.
Él la agarró del mentón para obligarla a mirarlo a los ojos. Sintió un dolor en el pecho al verla. Estaba pálida, sus ojos oscuros estaban afligidos y se mordía el labio inferior por la preocupación.
—Dile la verdad. Que una antigua llama acaba de avivarse y que tienes que volver a analizarlo todo.
Ella asintió, pero parecía lo suficientemente apenada como para que él se pusiera nervioso.
Lyssa apoyó la mano en su hombro desnudo y Aidan cerró los ojos un momento al sentir el placer de su tacto. Después, ella se movió y le pasó los dedos por el pelo.
—¿Estás bien? —preguntó Lyssa con voz preocupada.
Aidan asintió. En su interior había algo que latía inquieto y que hacía que el estómago se le encogiera.
—Odio esto. No quiero que te vayas.
—Te muestras tremendamente posesivo por un hombre que está fuera de mi vida —dijo ella secamente.
Él se quedó inmóvil y acompañó la verdad de sus palabras con una mirada dura como el acero.
—Llevo toda la vida buscándote.
Durante todos esos años no había sabido lo que se estaba perdiendo. Había buscado respuestas en un intento por aplacar su inquietud y aún las buscaba. Pero a quien había necesitado era a Lyssa y la conexión que había encontrado con ella.
Ella negó con la cabeza apretando los labios.
—Hablas de una forma sentimentaloide, pero nunca lo parece cuando viene de ti. Podrías dar clases sobre cómo hacer que funcionen los peores piropos de la historia.
Al recoger el bolso, Lyssa soltó las llaves y algo de dinero sobre el ordenador portátil.
—Cómprate algo de ropa. No llevo mucho dinero en efectivo, soy más de tarjeta, pero habrá suficiente aquí para unos vaqueros, una camisa y calzoncillos. Pregúntale a Stacey, ella te dirá adónde ir.
Aidan la agarró por la muñeca antes de que se diera la vuelta. Ella levantó los ojos para ver los suyos. Se miraron fijamente, mientras el aire se inundaba de preguntas y confusión.
—Tengo que irme —dijo ella por fin.
Entonces, él la abrazó, cogiéndola del pelo para echarle la cabeza hacia atrás y tomar su boca. Tomársela por completo, deslizando e introduciendo la lengua hasta lo más profundo. Bebiéndose su sabor, dejándole a cambio el suyo. Ella se agarró a su espalda y las piernas le temblaron mientras su cuerpo se combaba por el peso de su deseo. Sólo cuando ella gimió dentro de la boca de él, Aidan la soltó.
Tenía las fosas nasales ensanchadas.
—Sé rápida o iré a buscarte. No te gustará lo que puede ocurrir si lo hago.
Ella tragó saliva y asintió mientras caminaba hacia atrás despacio. Aturdida.
Cuando la puerta se cerró tras ella con un chasquido irrevocable, Lyssa soltó el aire que estaba conteniendo. No cabía duda. Estaba perdidamente enamorada.
Pero aún tenía que encargarse de Chad.
—Mierda.
La última vez que se había sentido así de mal había sido cuando hizo llorar a Jenna Lee en la facultad por un comentario irreflexivo. Chad se merecía a alguien que de verdad estuviera loca por él. Saber eso era lo único que evitaba que no se odiara a sí misma del todo.
Lyssa levantó el mentón y recorrió el pasillo hacia la puerta trasera de la clínica. Podía hacerlo. Podía.
No es que se arrepintiera de lo que había hecho con Aidan la noche anterior. No se arrepentía. Pero debería haber afrontado mejor aquella situación. Si añadía a los sucesos de las últimas veinte horas, más o menos, sus abrumadores sentimientos por Aidan, había quedado reducida a un despojo emocional.
—Oye —dijo Chad con voz suave, acercándose a ella y abrazándola—. No es el fin del mundo. Puedo soportarlo.
Lyssa se inclinó sobre él, agradecida de que él la dejara marchar. Tras varios años esperando a que apareciera un tipo estupendo, había terminado con dos a la vez sin saber cómo.
Estaba dejando marchar a uno. Rezó con toda su alma por no perder al otro.