Mientras unas esquirlas heladas le rasgaban la carne, Lyssa se sacudía del dolor y su subconsciente se liberaba de los golpes mecánicos y los susurros insidiosos que le estaban destrozando la mente. Sus tensos pulmones tragaron aire con fuerza y abrió la garganta para gritar. Pero tenía la boca tapada, y aquello hizo que aumentara su terror.
Tratando de respirar y desesperada por evitar las agujas que se le clavaban por todos lados, arañó los brazos firmes que la mantenían atrapada e inmóvil.
Tomando aire por la nariz, olió algo que hizo que los ojos se le abrieran…
… y se encontró con otros de color azul zafiro que mostraban una oscura determinación.
Asustada, se aferró al cuerpo duro y mojado que la agarraba con tanta fuerza. Jadeó tratando de respirar, inhalando la respiración que Aidan exhalaba mientras él se tragaba sus gritos con el calor de su boca.
De repente, vio todo lo que la rodeaba. Los azulejos de su cuarto de baño, el agua heladora del mango de la ducha detrás de ella, la figura completamente vestida que se apretaba con tanta fuerza a ella. Dejó de luchar y se hundió en él, aliviada de estar en unos brazos seguros después del horror que había sentido tan sólo un momento antes.
Él apartó su boca respirando con fuerza y su abrazo era tan fuerte que el agua no pasaba entre ellos. La sensación de su pecho era cálida, un duro contraste con el río de agua helada derretida que le corría por la espalda.
—Es-está frí-fría —se quejó rodeando con sus brazos los poderosos hombros de él.
Dándose la vuelta, apartó de ella el choque del agua y la tensión de su mandíbula fue la única muestra de su malestar. Lyssa trató de apartarse, de liberar sus brazos para adaptarse a la temperatura, pero él la agarró.
—De-deja que enci-cienda el agua ca-caliente.
Él tardó un poco en hacer lo que ella le pedía, como si no quisiera soltarla. Extendiendo la mano alrededor de él, Lyssa giró el grifo. El agua empezó a calentarse y alrededor de ellos empezó a levantarse el vapor. A continuación, se atrevió a alzar la vista de nuevo. Un tic en la mandíbula de él se unió a su temible ceño fruncido.
—Te dije que no te durmieras —le dijo con furia.
—No quería hacerlo.
Los brazos de Lyssa envolvieron la cintura de él en un vano esfuerzo por calentarse. Entonces, Aidan se movió, sus manos cogieron el dobladillo de su blusa y tiraron hacia arriba. Si él no hubiera tenido un aspecto tan imponente, quizá ella habría protestado por su atrevimiento. O quizá no habría…
—Me has asustado mucho —murmuró él concentrado del todo en desnudarla.
Ella se movía con él, obedeciendo sus órdenes silenciosas, comprendiendo por su contundencia que se trataba de un hombre que llevaba el peso del poder y la responsabilidad con inusual sutileza. A pesar de que su ropa mojada se pegaba a la piel de Lyssa, él la desnudó en muy poco tiempo. Un experto. La absoluta seguridad con la que desnudaba a las mujeres hacía que la sensación de inquietud de ella fuera en aumento.
—Sí, bueno… —empezó a decir con tono malhumorado—. Yo también me he asustado, así que… ¡Eh! —Ella refunfuñó mientras la atraía hacia él y la abrazaba. El cuerpo rígido de Lyssa se relajó de inmediato y se dejó absorber por la fuerza y el consuelo que él le ofrecía.
—Yo cuidaré de ti —le prometió con brusquedad—. No tengas miedo.
Casi se echó a llorar. Al contrario que el resto de la gente que había en su vida y que le decía lo que tenía que hacer para sentirse mejor, como ir al médico, tomar más medicinas y comer más sano, Aidan se hizo cargo de todo el peso. Ella se lo dio encantada.
—He tenido la peor de las pesadillas —le confió ella—. Alguien golpeaba y aporreaba algo metálico, se oían chirridos y arañazos y un terrible sonido de lamentos.
—No puedes dejarte llevar hacia el sueño. —La sacudió suavemente para aventurar sus palabras—. Tienes que caer dormida profunda y rápidamente.
Inclinando la cabeza hacia atrás, Lyssa vio el tormento que había en sus ojos y se sorprendió al darse cuenta de que estaba preocupado por ella. Más de lo normal.
—Tú también me estás asustando.
—No. —Aidan negó con la cabeza—. Confía en mí. Me necesitas.
—Eso es lo que me asusta. —Se sentía segura con él, sus miedos no podían afectarla cuando estaba entre sus brazos. Aquella dependencia de algo era tan nueva que la aterraba. ¿Podría confiar en algo que no comprendía?
Aidan rozó sus labios contra los de ella, firmes y deliciosos. Su sabor permaneció en la boca de Lyssa y provocó sus sentidos ya bastante aguzados. Pasó la lengua por la curva del labio inferior de él, deseando más. El estremecimiento que el miedo le provocaba en el vientre se intensificó y, a continuación, se convirtió en otra cosa.
Él soltó un fuerte suspiro y se apartó, apoyando la frente en la de ella mientras de su pelo caían gotas de agua sobre su mejilla. La atmósfera que los rodeaba cambió y la inquietud que ella sentía se convirtió en un tipo de desesperación muy diferente.
Cerró los ojos y, después, empezó a abrirse los botones de la camisa. Ella dio un paso atrás y se quedó boquiabierta mientras un calor intenso y curiosamente familiar se extendía por sus fríos miembros.
Stacey tenía un calendario de un grupo de strippers masculinos en la pared de la consulta. Ninguno de los hombres que aparecía en aquellas páginas estaba a la altura de Aidan Cross. Era todo músculos sólidos y ondulados. Cada línea, curva y plano se flexionaba con una latente energía y con una elegancia auténticamente masculina. Era más esbelto que voluminoso. Más fibrado que abultado.
—Precioso —susurró ella antes de poder poner en marcha su cerebro lo suficiente como para mantener la boca cerrada. Chad no le había hecho sentir nunca aquel deseo. Ni siquiera sabía que fuera posible sentir tantas ansias por alguien.
La mirada que Aidan le brindó como respuesta a su elogio era abrasadora, necesitada. E inconfundible.
Ella no se quedaba atrás en cuanto a figura bonita, pero Aidan era tan perfecto que la inquietaba. Había algo en él, una cualidad desconocida que la atraía, una sensación de ser… más. Más hermoso, más intenso, con más carga sexual. Más que un simple hombre, aunque no entendía de dónde le venía esa idea. Un dios.
Sintiéndose tímida de repente, Lyssa se giró ligeramente hacia un lado.
Cuando él la agarró del codo y volvió a darle la vuelta, ella parpadeó sorprendida.
—Te estoy mirando —dijo él con arrogancia.
Ella arqueó las cejas.
—Sí. Y yo también te estoy mirando.
—No trates de esconderte.
—No seas tan mandón.
Aidan entrecerró los ojos. Después, la soltó y se llevó las manos al cinturón. Era imposible pensar en otra cosa cuando su cerebro estaba concentrado por completo en él y en el hecho de que estaba a punto de desnudarse.
El extremo del cinturón golpeó la pared cuando Aidan lo soltó. A pesar de tener la cremallera cerrada, los pantalones cayeron de su esbelta cadera sobre el charco que tenía a sus pies. Una parte del cerebro de Lyssa se preguntó por qué llevaba ropa tan condenadamente grande. A la otra parte no podía importarle menos, mucho más interesada en la polla que se curvaba hacia arriba hasta casi tocarle el ombligo.
La boca de Lyssa se hizo agua; larga, gruesa y llena de venas, era un sueño hecho realidad.
«¿De dónde vienes?
De tus sueños».
Él estaba empapado y se estaba mojando aún más. Ella se rio.
Aidan se echó hacia atrás y arqueó una ceja con la boca ligeramente levantada en una media sonrisa que hizo que ella colocara la mano sobre su mejilla. Era demasiado arrogante y seguro de sí mismo como para tomarse la momentánea risa de ella como algo que tuviera que ver con el tamaño de aquella impresionante polla y Lyssa lo quiso precisamente por eso.
—Vamos a limpiarnos —dijo él atrayéndola hacia sí de nuevo. Entonces, cogió el gel, se echó un poco en la palma de la mano y se puso manos a la obra. Sobre el cuerpo de ella.
Lyssa dio un respingo cuando él colocó sus resbaladizas manos sobre sus pechos. Aidan trataba de parecer inocente, pero con aquel brillo travieso en sus ojos, no lo consiguió. Lyssa, que nunca se amilanaba ante un reto, cogió un reguero de burbujas de su vientre y le agarró la polla.
Él arqueó la ceja y le pasó la mano entre las piernas.
Lyssa arqueó la suya y tiró de sus pelotas. Sus pechos se elevaban y se hundían a gran velocidad en respuesta a la forma tan íntima y dominante con que él la tocaba. Aidan tomó nota y ajustó sus movimientos con una destreza sin igual. No mostró las vacilaciones ni las dudas silenciosas de otros hombres cuando estaban con una pareja nueva. Y tampoco lo mostró ella con él, lavándole la polla y las pelotas como si tuviera todo el derecho a hacerlo.
Aidan se rio y la intensidad de su expresión se suavizó con un claro afecto.
—Eres dura, tía buena.
—Y tú también. —Lanzó una mirada incisiva a sus propias manos rebosantes—. Más que duro.
Inclinándose hacia delante, besó la frente de ella y aquel tierno gesto contrastaba con el modo pecaminoso en que él avivaba su deseo. Mientras se movía alrededor de ella, recorriendo todo su cuerpo con sus manos, Aidan cerró los ojos con un suspiro. La sangre corría por el interior del cuerpo de Lyssa caliente y lenta, y su mente se perdió en el hechizo sensual que él había tejido tan bien. En lo más profundo de sí misma, sintió el deseo, y se tensó por la sensación de vacío y expectación de lo que sabía que le esperaba.
Si aquello era un sueño, no quería despertarse. Jamás en su vida había sentido un deseo como aquél, una necesidad tan intensa que la hacía jadear, y sus piernas se aflojaron tanto que él se vio obligado a sostenerla con una fuerza despreocupada.
—¿Fue en las vacaciones de primavera en Cabo? —preguntó ella entrecortadamente.
—¿Qué? —Aidan se apartó para mirarla, mostrando unos ojos a medio cerrar que no podían ocultar el ardiente deseo que albergaban.
—Cuando nos conocimos. Cabo San Lucas. Ésa fue la última vez que yo recuerde que no puedo recordar.
—Ah… Ya entiendo. —La agarró por los hombros, le dio la vuelta y, un momento después, sus fuertes dedos estaban restregando champú sobre el cuero cabelludo de ella.
Lyssa se convirtió en un charco sin huesos. Aidan sabía cómo tocarla; le masajeó los músculos tensos de sus hombros y le acarició la su espalda de arriba abajo hasta que toda la ansiedad de su pesadilla se fue por el desagüe. Ella sentía los callos de las palmas de las manos de él y la fuerza que ejercía con tanto cuidado. Cuando la envolvió con sus brazos y la echó hacia atrás para meterla bajo el chorro de la ducha con él, ella se apoyó contra su cuerpo con una confianza que no debería sentir, pero que no podía evitar.
—Pero hemos follado —insistió ella, estremeciéndose al pensar en cómo debió ser. Él no tenía ninguna prisa y se tomaba su tiempo como si tuviera una eternidad, como si el tiempo no existiese para él. Si ponía el mismo cuidado cuando hacía el amor…
Aidan le lamió la oreja mojada.
—Algo así.
Dándose la vuelta entre sus brazos, Lyssa echó la cabeza hacia atrás y miró sus ojos azules rodeados de unas pestañas espesas y mojadas.
—¿Algo así como follar?
—Sí. Lávame. —Le puso un bote en las manos—. Quiero sentir tus manos sobre mí.
Ella negó con la cabeza y cogió el gel. Estuvo a punto de decirle que no, sólo por poner freno a su arrogancia, pero quería tocarle. Tanto que las palmas de las manos le escocían por el deseo.
Con los dedos llenos de jabón, deslizó las manos por su pecho, maravillada por la sensación de su piel estirada y firme sobre unos músculos duros como piedras. Él cerró los ojos con un largo gruñido, colocando sus manos sobre las caderas de ella y dejando caer la cabeza hacia atrás en un gesto de súplica que la pilló por sorpresa. Aidan se estaba regodeando en sus caricias, absorbiéndolas, deleitándose cada vez que ella se detenía en algún punto especialmente sensible.
Era fascinante ver a un hombre tan grande y peligroso convertido en un muñeco en sus manos. Y era un hombre peligroso, ella lo sabía. Había algo en sus ojos. Eran antiguos, estaban marchitos, hastiados a pesar de su edad. Y también había algo en el modo en que la miraba, su forma de moverse, el tono de mando que había en cada expresión trivial. Aquel hombre no bajaba nunca la guardia. Pero ahí estaba. Desnudo ante ella en todo su esplendor.
Así pues, decidió darse el capricho y se tomó su tiempo para lavarle por delante, desde la cabeza hasta los pies y, después, darle la vuelta y prestarle la misma atención a la parte de atrás, que era igual de magnífica.
Cuando volvió a mirarla de nuevo, Lyssa lo colocó debajo de la ducha y le pasó los dedos por el pelo, asegurándose de que desapareciera todo rastro del champú. Ella era mucho más bajita que él, tuvo que ponerse de puntillas para llegar. La pérdida de equilibrio la obligó a inclinarse hacia él con sus pechos sobre el de Aidan. Su erecta polla, dura y pesada, se presionó contra su vientre, pero él no hizo ningún movimiento para ir más allá.
—Creo que ya estoy limpio. —Detuvo las manos de ella con las suyas antes de apartarla suavemente.
Lyssa se mordió el labio inferior avergonzada. Asintió y abrió la puerta de cristal de la ducha para coger la toalla que estaba más cerca de ella. No se molestó en secarse. En lugar de ello, se puso la toalla bajo los brazos y se acercó al armario de las toallas para sacar una limpia que lanzó hacia atrás sin girar la cabeza. Oyó girar los grifos y el agua dejó de salir.
—¿Ahora no quieres mirarme? —preguntó él en voz baja, entrelazando sus dedos con los de ella y provocándole una intensa sensación a lo largo del brazo.
Ella se soltó y se acercó a la puerta, nerviosa e inquieta por la confusión y la insatisfacción. No sabía qué hacer ante el hecho de que él la hubiese tocado de una forma tan íntima y, después, se hubiese apartado. La dureza de su polla lo traicionaba, al igual que la oscura ansia que había en sus ojos, pero había echado el freno.
Entonces, ¿por qué estaba en su casa, volviéndola loca, si no quería acostarse con ella?
—Voy a darte un poco de privacidad —murmuró ella.
Su mano se acercaba al pomo de la puerta cuando Aidan la atrapó y la abrazó con todo su cuerpo, sujetando con sus brazos los de ella, su pecho desnudo contra su espalda y presionando su erección de forma inconfundible contra su trasero.
—Háblame. —Sus labios rozaron calientes el cuello de Lyssa.
Ella se estremeció ante la fuerza de su propio deseo y el corazón le empezó a latir con un ritmo frenético.
—¿Qué te pasa, Lyssa? —Con un brazo cruzado hacia arriba entre los pechos de ella, su bíceps se abultaba bajo las manos que lo sujetaban. Con sus dedos, Aidan giró la mandíbula de ella en dirección a su boca expectante. La besó a la misma vez que giraba su cadera con elegancia de experto, mientras ella se sentía inundada de él por todos lados.
—Estaba tratando de salvar mi cordura, no quería desilusionarte —susurró él en su boca.
Gimiendo, Lyssa se resistió lo que dura un respiro y, después, se rindió, uniendo su lengua a la de él, buscándola, mientras él la acercaba y la retiraba con profundos lametones.
—Más —le pidió ella, clavándole las uñas en la carne.
La mano que estaba en el cuello de ella se agitó.
—Aquí no. Llévame a tu cama.
—No estoy segura de poder hacerlo —dijo retorciéndose contra él, acariciando aquella polla gruesa y dura con la curva de sus nalgas.
—Está al otro lado de la puerta.
—Demasiado lejos.
Él dobló las rodillas, se abrió camino entre las nalgas y empezó a frotarse contra ella. Con la mano libre le tocó el muslo y fue subiendo hacia arriba por debajo de la toalla. Un sonido ansioso vibró contra la espalda de ella cuando colocó la mano sobre su coño húmedo.
—Estás resbaladiza y caliente —ronroneó él—. Podría deslizarme dentro de tu coño desde atrás. Montarte con fuerza, aquí mismo, como a ti te gusta. Justo como a mí me gusta. —Sus dedos imitaron lo que iba describiendo, deslizándose dentro de ella, metiéndose repetida y rápidamente hasta los nudillos.
—Sí… —Ella dejó caer la cabeza sobre el hombro de él y separó los labios queriendo tener más. Lo lamió con desesperación, moviendo la lengua, tratando de saborearlo—. Hazlo.
—Podría ponerte sobre el lavabo, mirando hacia nuestro reflejo. Podrías ver cómo te follo. —El gruñido que salió de su pecho era de puro deseo sexual. Sus burdas palabras hicieron que los pezones de ella se endurecieran, que el coño se estremeciera alrededor de los dedos de él y que soltara un suave grito.
—Aidan.
—Pero no voy a hacerlo, Lyssa. Esta vez no. Esta vez quiero tenerte desnuda y tumbada en la cama para poder complacerme.
Mientras la piel de él se calentaba llena de deseo, su olor, exótico y delicioso, invadió las fosas nasales de ella. Era un olor desgarradoramente familiar y eso hizo que su útero se apretara al reconocerlo. Él bajó la mano desde el cuello de ella hasta el pecho y se lo apretó, haciendo que se hinchara. Las piernas de ella se aflojaron, pero él la sostuvo con fuerza. Mientras tanto, él le follaba la boca con los deliciosos embistes de su lengua y movía su cadera contra ella con una perversa imitación de lo que de verdad quería.
—Voy a hacer que te corras de mil maneras distintas —le prometió él—. Alrededor de mis dedos, sobre mis labios, alrededor de mi polla… Voy a desgastarte, a agotarte. Vas a dormir como un muerto… Cuando te deje dormir.
Lyssa soltó un gemido. Jamás en su vida había estado más caliente con el sexo.
—No puedo esperar más. —Las palabras de él sonaron como una oscura amenaza que la excitaba—. Y no lo haré. Llévame a tu cama para que podamos empezar. Quiero que estés cómoda para que podamos tomarnos nuestro tiempo.
—Yo… no puedo andar.
Los dedos de Aidan la soltaron y, a continuación, se inclinó y la levantó.
—Abre la puerta.
Ella extendió el brazo hacia el picaporte sin mirar, presionando su boca con un calenturiento beso contra el cuello de él.
—Podríamos ir más rápido si miraras —dijo él con un tono simpático y divertido.
—Entonces voy a tener que dejar de mordisquearte.
—Pero hay muchas otras partes de mí que puedes mordisquear.
Lyssa giró la cabeza lo suficiente como para abrir la puerta. Aidan dio un paso atrás mientras se abría hacia dentro y el sonido de su risa se esparció por el dormitorio junto con las ráfagas de vapor. Él recorrió la distancia entre el baño y la cama en unos cuantos pasos largos. Cuando la dejó sobre ella, Lyssa gateó de rodillas y se lanzó contra él. Aidan no se movió un solo centímetro pese al impacto.
—Tía buena —dijo con sus labios sonrientes pegados a la sien de ella—. Siempre vas con demasiada fuerza. —Con un fuerte brazo sosteniéndole la espalda, metió de nuevo una mano entre sus piernas—. Es hora de bajarte la intensidad.
Ella soltó un gemido con los ojos cerrados por el calor que se extendía por todo su cuerpo, primero con una oleada que le puso la carne de gallina y, después, empapándose de sudor. La sensación casi abrumadora de aquella familiaridad íntima y profunda combinada con la presencia del hombre tan atractivo que le estaba haciendo el amor era demasiado. Cuando Aidan deslizó un largo y encallecido dedo dentro de ella, gimió a la vez que trataba de tomar aire y le clavó las uñas en los antebrazos.
Él murmuró algo en un idioma extraño y, a continuación, sacó el dedo, acallando la protesta de ella con la boca. Con la punta del dedo mojada con la crema de ella, dio vueltas alrededor del clítoris y, después, lo acarició con la presión justa. Preparada para el orgasmo por las cosas que le había hecho en la ducha, Lyssa se corrió con un grito y Aidan la agarró con reverencia, acariciándola con ternura y prolongando su orgasmo hasta que cayó sin fuerzas entre sus brazos.
Mientras Aidan la tumbaba suavemente en la cama, Lyssa se dio cuenta de que no podía pensar, que apenas podía respirar. El pecho le subía y bajaba rápidamente y el corazón le latía con desesperación. Sólo podía ver con los ojos entrecerrados mientras él la colocaba con las caderas en el filo de la cama y, a continuación, se ponía de rodillas.
—Por favor —suspiró ella, reavivándose su deseo. Aidan colocó sus grandes manos en la parte interior de los muslos de ella y los abrió. El color de la piel de él, comparado con el suyo, hizo que sintiera un escalofrío. El calor de su aliento que soplaba entre sus rizos mojados hizo que los músculos de Lyssa se tensaran.
—Dios mío. —Un sonido áspero y nervioso se escapó de su boca mientras sus dedos mantenían los labios abiertos para que nada quedara oculto—. Te estás derritiendo.
Lyssa arqueó la espalda hacia arriba mientras él la lamía con un movimiento lento y deliberado y, después, se retiró para volver a mirarla.
Puso la lengua en forma de punta y la movió rápidamente por encima de la diminuta hendidura por la que se entraba a su cuerpo, lamiendo el líquido de su reciente orgasmo. Después, inclinó la cabeza y le metió la lengua dentro.
Lyssa gimió y con sus manos apretó el edredón azul claro. Aidan se colocó las piernas de ella por encima de los hombros para poder acercarse más. Húmeda, emitiendo sonidos que se elevaban mientras él se la comía como si fuese un postre del que no se pudiera hartar, su lengua entraba y salía de su coño con rápidas y superficiales embestidas.
Suspirando y sudando, Lyssa se colocó las manos sobre los pechos y se pellizcó los pezones, tirando de ellos, tratando de aliviar su desesperada dureza.
Mientras gruñía de placer, Aidan extendió las manos y apartó las de ella y, como las suyas eran más grandes, rodeó sus pechos y los apretó presionándolos con habilidad y con la intensidad perfecta. Mientras tanto, siguió lamiéndola, chupándola, provocándola.
—Sí —susurró ella moviendo sus caderas hacia arriba, siguiendo el ritmo de los azotes de la lengua de él. Bajó las manos y deslizó los dedos por el pelo de Aidan, masajeándole la cabeza—. Haz que me corra.
Rodeó el clítoris con sus labios firmes y tiró de él con una suave succión mientras restregaba la punta de la lengua contra el diminuto manojo de nervios.
Lyssa llegó al orgasmo con un grito jadeante, arqueándose hacia arriba mientras él prolongaba aquel delicioso tormento hasta que le suplicó que parara, con la carne hinchada e hipersensible.
Aidan sonrió con malicia mientras se retiraba lamiéndose los labios.
—Ahora ya estás lo suficientemente relajada para encajarte bien en mí —ronroneó.
No pudo mover un solo músculo cuando él salió de debajo de ella y se puso de pie entre sus piernas abiertas. La visión de él cogiendo con la mano su larga y gruesa polla y ladeándola para traspasar su coño fue lo más erótico que había visto nunca. Aidan era pausado en sus movimientos, estaba concentrado y fijó la vista donde el caliente, sedoso y suave capullo de su polla se abría camino hacia el interior de ella.
El sonido que salió de la garganta de Lyssa fue la materialización de la lujuria y el deseo. Aquella preciosa polla estaba introduciéndose en ella, acariciándola mientras se resbalaba entre sus tejidos vibrantes, obligándolos a abrirse para él.
Se retorció, en un esfuerzo por albergar todo lo que él tenía.
—¿Protección? —preguntó jadeante.
—Confía en mí —le instó él—. No pasa nada.
Lyssa estuvo a punto de protestar, pero, entonces, se dio cuenta de que no podía. A pesar de todo lo que no sabía de Aidan, sí creía que nunca le haría daño ni la pondría en peligro. Se trataba de una certeza absoluta e inquebrantable. Se sentía consolada por su presencia y su tacto, como si lo hubiese estado esperando, deseando su regreso. Aunque no sabía que él era la parte que le faltaba en su vida.
—Prométeme que recordarás esto. —La voz de él sonó tan áspera como el papel de lija y sus manos temblaban bajo las caderas de ella, por donde él la sostenía—. Lo que sientes, tú y yo, conectados, cuando hablemos después del motivo por el que he venido.
Ella ya lo recordaba. La sensación de que habían estado antes juntos, así, era tan fuerte que iba más allá de un déjà vu.
Dios, qué grande era.
Lyssa gimoteó.
Él giró sus caderas y se deslizó más adentro, llenándola de un modo que estaba segura de que sólo él había conseguido y conseguiría jamás.
La sensación de tenerlo dentro era maravillosa, realmente divina, y cuando Aidan se echó sobre ella, Lyssa lo abrazó con fuerza y trató de hacer que entrara aún más.
—No tengas prisa —dijo mordisqueándole el lóbulo, mientras el diminuto punto de dolor hizo que ella se sacudiera de la sorpresa—. Voy a estar dentro de ti más veces que fuera. Al despertar, al dormir. No quiero que te sientas dolorida.
—Te necesito. —Le clavó las uñas en los hombros mientras entraba más adentro, masajeando el ancho capullo de su polla por el punto que había dentro de ella que tanto lo anhelaba. Le agarró las esbeltas caderas y las atrajo hacia sí al mismo tiempo que se levantaba, obligándole a entrar hasta el fondo y a que sus pesadas pelotas se golpearan contra la costura de su culo.
—Lyssa —susurró él toscamente, estremeciéndose. Se quedó mirándola con sus ojos oscuros e insondables, destellando la pasión de sus atractivos rasgos e hinchando su peso con una respiración dificultosa—. Dios mío… Es… aún mejor… cuando es real.
Ella no tenía ni idea de qué era lo que quería decir, pero no le importó. Lo único que le importaba era Aidan, que entrelazó sus dedos con los de Lyssa y se pasó sus brazos por encima de la cabeza. Tomó su boca con una ternura desgarradora y rozó sus labios con los de ella.
—Lyssa. —Aquel nombre estaba lleno de un deseo desgarrador cuando lo pronunciaba con aquel acento tan sugestivo. Hizo que a los ojos de ella asomaran las lágrimas.
—Por favor —suplicó devolviéndole el beso con desesperación. Su cuerpo se abrasaba bajo el de él y su coño sufría espasmos alrededor de aquella gran polla que latía en su interior.
Ecos de encuentros pasados fluían por su mente. El pecho de ella contra su espalda mientras la tomaba por detrás, sus manos amasando sus muslos mientras se montaba sobre él con fuerza antes de llegar a un orgasmo abrasador.
—Por favor —volvió a decir, restregando sus pezones doloridos y tensos contra el pecho de él.
—Calla. Yo te llevo.
Lyssa sabía que él ya le había dicho aquello antes en un momento parecido.
Aidan empezó a moverse, saliéndose y, después, volviendo con un perfecto movimiento hacia abajo, embistiendo despacio y con facilidad, midiendo su pasión.
Lyssa cerró los tobillos sobre el culo de él y le instó a que la montara con más fuerza, más rápido, pero él se controlaba demasiado. Ella lamió su cuello en tensión y él gimió con fuerza pero manteniendo el ritmo. Sus caderas giraban y embestían saliendo y entrando. Bajo sus pantorrillas, Lyssa sentía cómo Aidan tensaba el culo, apretándolo, y lo relajaba cuando bombeaba con su polla dentro de ella.
—Estás muy buena. Dura como un puño. Pero mojada, tía buena —susurró él con la boca pegada a su oído—. Empapada por dentro. Tu coño está hecho para mí.
Ella se estremeció.
—Después te vas a poner a cuatro patas y voy a follarte así durante horas. —Su voz sonaba como una sensual amenaza—. Voy a dar largas y profundas embestidas dentro de este coñito tan dulce.
Su coño se rizó a lo largo de su polla a punto de llegar a otro orgasmo. Él la conocía bien. Como si se tratara de un amante de hacía tiempo que se preocupaba enormemente por darle placer.
Aidan le soltó las manos e hincó los codos en el colchón para poder cogerle los pechos.
—Voy a chuparte los pezones hasta que te corras. Vas a gritar mi nombre hasta que te quedes ronca.
La espalda de Lyssa se arqueó, con todo su cuerpo en tensión y expectante.
—Sí… Quiero…
Enderezándose, Aidan le metió los brazos por debajo de las piernas y le levantó la cadera del colchón. Con aquella posición, él podía entrar más adentro, y golpeaba rítmicamente con sus pesados testículos contra la curva del trasero, con un sonido tan erótico que hizo que ella apretara los puños a su alrededor.
Lyssa lo miraba con ojos pesados, fijándose en su mandíbula apretada y en el mechón de pelo negro que le caía sobre la frente. Sus bíceps y pectorales se le marcaban al tenerla cogida sin esfuerzo alguno. El abdomen se le flexionaba mientras la follaba y su piel dorada relucía por el sudor.
—Eres hermosa —dijo apretando los dientes, y su tono áspero reveló lo mucho que se estaba conteniendo.
Aquel elogio fue lo único que ella necesitó, empujándola con aquella última embestida que necesitaba para que volviera a tener un orgasmo. Lyssa jadeó mientras aquel clímax tensaba todo su cuerpo.
Aidan gimió y se la folló entre los espasmos de ella, golpeando su carne contra la de ella, aumentando el ritmo hasta que Lyssa no pudo respirar de tanto placer. Lyssa sintió cómo él se inflaba y se volvía tremendamente duro y, a continuación, se sumergía hasta el fondo mientras gemía.
—Lyssa…
Enterró toda su polla en la pelvis de ella, chorreando su semen lo más hondo que pudo. Se corrió con fuerza, pero en silencio. Todo su cuerpo se agitaba, la mandíbula se le cerró y sus ojos azules ardían sobre los de ella. Lyssa lo sintió, todo. Las sacudidas de su polla, el chorro caliente y denso de su semen, los latidos de su corazón dentro de ella. Los ojos se le llenaron de lágrimas y le enturbiaron la vista. Mientras él se vaciaba dentro de ella, aguantó la respiración y la fue soltando entre los dientes.
—Joder —dijo jadeando y echándose sobre ella. Colocó las palmas de las manos sobre el rostro de Lyssa y con los dedos pulgares le apartó las lágrimas, besándola en las mejillas. Su adorada voz susurraba palabras extrañas mezcladas con su nombre. Una y otra vez.
Aidan la abrazó, metió la cabeza de ella bajo su mentón y se giró para cubrirse con su cuerpo blando. Aún conectados.
Presionó ardientemente sus labios contra la cabeza de ella.
—No me puedo creer que esté aquí, que esté contigo, dentro de ti de verdad.
—Quizá estemos soñando —farfulló ella, pensando que debía haber muerto y que estaba en el cielo.
—Para nada —repuso él, apretándola entre sus brazos—. Confía en mí. Ningún sueño podría ser nunca tan maravilloso como esto.