—Has incumplido una de nuestras leyes más sagradas, capitán Cross. —El mar de rostros envueltos en sudarios grises que había ante Aidan asintió como uno solo—. No elegimos a la ligera las misiones que les damos a los Guardianes. No eres tú quien debe reasignarlas, a ti o a otros, para satisfacer tus necesidades.
Él permanecía impasible, con las manos enlazadas a la espalda y su postura abierta, como si estuviera preparado para un golpe, lo cual era verdad. Había sido consciente de los riesgos que corría cuando fue a ver a Lyssa. Los había aceptado a cambio de unos breves momentos con ella y el precio bien valía haber podido abrazarla como lo hizo.
—Das ejemplo a los demás —continuó el Anciano—. Cualquier transgresión por tu parte puede dar comienzo a una cadena de desobediencia. Por este motivo, vas a pasar las próximas dos semanas en la Puerta de Entrada.
Se estremeció por dentro. El contraste entre su nueva misión y el deleite de la presencia de Lyssa era similar al que había entre el cielo y el infierno.
Pero quizá el tiempo que pasara en la Puerta de Entrada le haría bien. Desde luego, no podría permitirse el lujo de pensar en ella allí.
—Empezarás de inmediato, capitán.
Inclinó la cabeza antes de darse la vuelta. Como esperaba que le asignaran una tarea onerosa, se había vestido para la batalla y su guja colgaba bien sujeta en la vaina que le cruzaba la espalda. Sus botas golpeaban amenazadoras el suelo de mármol mientras salía del haiden y bajaba los escalones hacia el patio al aire libre. A su alrededor, unos Guardianes vestidos con ropa informal se quedaron mirándolo. Algunos de reojo, otros sin disimular. Había incumplido una ley que llevaba siglos sin incumplirse y todos querían saber cuál sería el castigo para una falta tan grave.
Dae un salto, salió planeando rápidamente por el neblinoso Crepúsculo en dirección al resplandor rojizo que iluminaba las cimas de una distante cadena montañosa. Como siempre, se sintió agradecido por la larga duración del viaje. Gracias a eso podía disfrutar de un tiempo para dedicar a sus pensamientos y ordenarlos. En la Puerta de Entrada, los Guardianes no podían pensar en otra cosa que en mantener el puño sobre sus espadas y no hacer caso del dolor abrasador de sus músculos agotados. Durante las siguientes dos semanas tendría poco descanso y comida. A todos los Guardianes que deseaban entrar a formar parte de las filas de la Elite se les exigía que pasaran un mes en la Puerta de Entrada. La gran mayoría no conseguía cumplir su misión.
Él regresaba cada dos siglos, al igual que todos los miembros de la Elite, para recordar lo esencial que era su labor. La permanencia era solamente de unos días, lo suficiente para reafirmarse, pero no lo bastante como para perder la esperanza.
Dos semanas iban a parecer una eternidad.
Se detuvo en la cima de la cadena montañosa y bajó la vista hacia los horrores que había abajo. La enorme puerta hacia el Mundo Exterior estaba abombada del esfuerzo por retener en su interior a las Pesadillas. Una simple fisura de color rojo mostraba la presión que tenía la puerta en las bisagras y la cerradura. De esa diminuta abertura salían sombras negras como si fuera agua, derramándose e infectando el Crepúsculo que rodeaba la Puerta de Entrada hasta que se formaban unas pústulas en el suelo que vomitaban lava. Los Guardianes luchaban de mil en mil una batalla infinita, con sus espadas lanzando destellos de luz rubí mientras cortaban a las Pesadillas en mil pedazos.
La tristeza y la desesperación provocaban un hedor fétido en el aire. El estómago se le revolvió, pero también desapareció de sus pensamientos. Descendiendo por el precipicio rocoso mientras cortaba en dos el torrente de sombras, Aidan trató de ignorar los gritos que lanzaban las Pesadillas justo antes de estallar en bombas de ceniza de olor nauseabundo. Sus gritos eran agudos, casi un aullido que sonaba como un niño que estuviese pidiendo ayuda. Se trataba de un sonido espeluznante que podía volver loco a un hombre y que le llegaba por todos lados.
Los Guardianes de abajo vieron que se acercaba y empezaron a luchar con renovado vigor, reconfortados con su presencia. Aquella estima le dejó mermado, minó sus fuerzas, le hizo sentir pesado. No podía mostrar temor, ansia ni agotamiento delante de los demás y la energía que necesitaba para mantener las apariencias la estaba perdiendo desde hacía tiempo.
De repente, se había olvidado del plan de olvidarse de Lyssa en su infierno. En lugar de ello, su recuerdo permaneció por encima de todos los demás, un luminoso faro de esperanza y felicidad hasta tal punto que lo único en lo que podía pensar era en ella, en cómo podría estar con ella, en encontrar en Lyssa el consuelo que en nadie más encontraba. Ella era la energía que estaba detrás de cada oscilación de su espada, de cada respiración entrecortada, de cada gruñido que arrancaba de su garganta.
Ella era la esperanza que había creído desaparecida hacía tiempo, el objetivo que debía alcanzar, el sueño por el que esforzarse. Ya no era la Llave.
Era Lyssa.
***
La puerta se abrió sobre sus engrasadas bisagras. Fue casi un silbido silencioso de aire, pero tal y como había sucedido todos los días durante las últimas dos semanas, Lyssa sintió cómo se le ponía de punta el pelo de la nuca y los músculos se le tensaban. Todo su cuerpo esperaba con ansia el regreso del hombre que tanto lo estimulaba, un hombre que nunca venía.
Se quedó mirando su cuaderno de dibujo y se obligó a relajarse. En su espalda, la corteza de un roble se apretaba contra su piel. A su alrededor, una verde pradera con flores silvestres de color amarillo se balanceaban suavemente con una ligera brisa aromática. Cerca, se oía un arroyo fluir. Aunque le gustaba más la playa, en su corazón no podía imaginarse allí de nuevo. La playa era Aidan, lujuria y deseo, cosas que quería volver a sentir desesperadamente, pero se negaba a ello. Él no volvería, y mantener la esperanza en algo que nunca sucedería era un esfuerzo en vano.
Aun así, lo sentía. El poder y la fuerza que le había dado con su cariño habían hecho posible aquello que la rodeaba. Sin él, seguiría sentada en la oscuridad, volviéndose loca.
Soltó un suspiro y se dispuso de nuevo a esperar a que apareciese el Guardián de la noche, diciéndose a sí misma que tenía que pasar página y sentirse agradecida por lo que había compartido con Aidan, aunque aún desease más.
Su gente constituía un grupo extraño. Se acercaban a ella con cautela, claramente incómodos al ser incapaces de integrarse de forma transparente en su mundo soñado. Los Guardianes le exigían que hiciera ejercicios extraños, pero ella recordaba la advertencia de Aidan de que no revelara nada importante. Ella nunca obedecía ni les mostraba las destrezas que practicaba cuando estaba sola. A cambio, ellos no le contaban mucho sobre sí mismos. Aquél era un acuerdo extraño y ella no podía evitar preguntarse cuánto tiempo continuarían así.
Tampoco podía evitar preguntarse dónde estaba Aidan y qué estaría haciendo. ¿Estaba luchando en algún lugar con su espada? ¿O estaría haciendo realidad la fantasía de alguna mujer?
Este último pensamiento hizo que se estremeciera y sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo y le puso la piel de gallina. Fue entonces cuando levantó los ojos y lo vio.
Aidan.
Parpadeó para asegurarse de que era él y cuando vio que su deliciosa presencia no desaparecía, el corazón se le disparó de la alegría.
Entró en su sueño con aquel paso arrogante y despreocupado que tanto le gustaba, pero había algo diferente en él… un manto invisible de enorme peso que parecía llevar colgado de sus hombros. Sus rasgos esculpidos, tan rotunda y descaradamente hermosos, formaban líneas duras y firmes. Su mirada fría. Sus pasos implacables mientras pasaba por su lado y se dirigía al arroyo.
Empezó a quitarse sus prendas, que estaban ennegrecidas por la ceniza y chamuscadas por algunos sitios. La piel dorada de su espalda quedó desnuda ante la mirada ansiosa de ella y, después, un culo tan perfecto que hizo que sintiera ganas de llorar de la impresión. Él seguía sin decir nada. Lyssa trató de pensar en algo que decir.
En lugar de ello, hizo que el arroyo fuera más profundo y el agua más cálida, y puso jabón sobre un guijarro para ayudarle en su baño. Ensanchó la manta en la que descansaba e imaginó una cesta con merienda. Después, vino. Mientras tanto, siguió observándolo, mientras su sangre se calentaba y el deseo la volvía perezosa. Con sus enormes manos se enjabonó el pecho, deslizándose por sus apetitosos pectorales y sus marcados abdominales, flexionando sus bíceps y llenándose de una energía latente.
Era una fantasía sexual hecha realidad. Su visión le provocaba locuras en su sistema nervioso, pero lo que más le afectaba era la desolación que veía en sus ojos azules. ¿Qué había visto? ¿Dónde había estado? Su ropa y su conducta le hacían parecer que había estado en el infierno y había vuelto. ¿Qué le habían hecho para que estuviera tan… vacío?
Cuando Aidan desapareció bajo la superficie para enjuagarse el pelo y volvió a emerger, la luz del sol se reflejó en las gotas que había en su piel y lo convirtió en una especie de antiguo dios pagano. Goteando y sin inmutarse, salió desnudo a la orilla y no se esforzó por recuperar su ropa. Ella lo absorbió con la mirada, cada centímetro de su piel tostada, paseando la vista por su pesada polla y sus pelotas que eran impresionantes incluso sin estar en erección. Él cayó de rodillas a su lado y, a continuación, la agarró con fuerza antes de rodar sobre su espalda.
Se quedaron allí tumbados, y el abrazo de él estaba teñido de una sensación de posesión que la asustó. Le lanzaba su cálido aliento sobre la cabeza y con las manos le masajeaba la espalda. Inhalando el aroma limpio de su piel mojada, Lyssa le tocó el pecho con una caricia rítmica y tranquilizadora y, por primera vez desde que él se había ido, sintió paz.
—Ha sido egoísta por mi parte regresar —dijo él por fin, con su suave acento, haciendo que los pezones de ella se hincharan.
—Si necesitas algo de mí, quiero dártelo.
—Voy a hacerte daño, pero no podía seguir alejado de ti.
Lyssa levantó la cabeza y puso una mueca al ver el evidente tormento que había en sus facciones.
—¿Por qué?
¿Por qué iba a hacerle daño? ¿Por qué no podía permanecer alejado de ella?
—Te necesito —susurró él con voz áspera.
—Aquí estoy. —Ella le pasó los dedos por el pelo mojado y, después, jugueteó con su colgante—. Cuéntame qué ha pasado.
Deslizó su gran mano hasta la nuca de Lyssa y, a continuación, tiró de ella hacia abajo, hacia sus labios expectantes.
—Te deseo con toda mi alma.
Invadió su boca deslizando su lengua entre la de ella.
—Aidan… —suspiró ella, ansiándolo de una forma casi insoportable.
—¿Le amas?
Ella parpadeó, sorprendida por la pregunta, pero lo entendió.
—¿A Chad? No. Sólo somos amigos, aunque a él le gustaría que fuéramos algo más y yo me lo estoy pensando.
—Entonces, deja que te posea otra vez, una más, antes de que él te aparte de mí.
No pretendió ocultar aquella súplica tan franca entre su acento. El hecho de que la necesitara tanto… de que viniera a ella a pesar de que había normas que decían que no debía hacerlo… de que se mostrara ante ella de una forma tan completa, hizo que algo se abriera en su interior.
Había oído hablar de su valentía de boca de otros Guardianes. Sabía lo temible y poderoso que era. Una leyenda entre su propia gente, considerado como modelo que los demás debían imitar. Se decía que el capitán Aidan Cross no tenía ningún punto débil, ningún escrúpulo, sólo el decidido propósito de la destrucción de su enemigo.
Pero aquello no era cierto. Ella sabía que era sensible y bueno, a su modo taciturno.
Al ver su solitaria casa en la colina, lejos de la comunidad más cercana, supo que era reservado. Se había distanciado de su familia. Huraño y solitario, se decía que era muy diferente al hombre que se había graduado en la formación de la Elite con calificaciones inmejorables y que mostraba un desaforado optimismo por el futuro.
No se apoyaba en nadie, pero sí quiso acercarse a ella.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó perdida. Aquello no se trataba de un problema médico con respuestas en libros de texto, sino una herida en el alma. Y ella no sabía cómo tratarla.
—Tócame. —Le cogió la mano y se la colocó sobre el corazón mientras la miraba a los ojos—. Sedúceme. Igual que hiciste aquella primera noche en la playa.
Durante un apasionante momento, ella se quedó mirándolo. Su feroz guerrero conservaba su humanidad, su espíritu generoso, su capacidad de ser bueno. Quizá fuera por su facultad de sentir y empatizar por lo que su profesión le afectaba tanto.
Al diablo con el instinto de supervivencia. Él la necesitaba y ella haría lo que fuera por hacerle sentir bien otra vez.
Se acercó a él, presionando su cadera contra la de Aidan, con las manos sobre su pecho y con el único deseo de cuidarle y consolarle. Doblando la cintura, Lyssa le lamió los labios.
—¿Así?
—Sí…
Las yemas de sus dedos encontraron los puntos planos de sus pezones y los acarició.
—¿Así también?
Él se estremeció y aquella sensación subió por los brazos de ella hasta calentarle la sangre.
—Dios, sí… —dijo él, cerrando los ojos.
—¿Cuál es tu color favorito? —le preguntó pegando los labios a sus oídos.
—El color de tus ojos —respondió él sin vacilar.
Ella parpadeó sorprendida.
—Son de un marrón muy feo.
—Son preciosos —murmuró Aidan, tocándole la espalda con caricias rítmicas—. Cuando los miro me olvido de todo.
Derretida por dentro, Lyssa se dio cuenta de que la ternura de él era el catalizador que sus sueños habían echado en falta toda su vida. Sólo cuando estaba con él sentía la paz que necesitaba para descansar y retomar fuerzas.
Imaginó que se quitaba la ropa y que se dejaba un sujetador y un tanga de color chocolate. Cuando estaba despierta nunca se pondría nada tan poco práctico, pero ahora no estaba despierta. Aidan era el hombre de sus sueños en todos los aspectos.
Contoneando la cadera, dejó que él sintiera su piel repentinamente desnuda contra su dura polla.
—¿Y qué tal así?
Cuando levantó sus densas pestañas se sorprendió mirando a un azul insondable de tal intensidad que el corazón se le paró.
—Esta vez no me voy a ir —dijo él con tono de aviso.
—Más vale que no lo hagas —replicó. Levantó las manos, las colocó sobre sus propios pechos por encima del sujetador, los masajeó y con los dedos índice y pulgar se pellizcó los pezones erectos.
—Provocadora —gruñó él con los ojos a medio cerrar llenos de deseo.
—Mira quién habla, el señor Lapongocalienteymevoy.
Una sonrisa se asomó a la comisura de sus labios hermosamente esculpidos. Ella recorrió su contorno con un dedo, admirando su perfección. Mientras su mente se inundaba de imágenes de lo que quería que él le hiciera con esa boca, un brusco destello de sensibilidad le recorrió la piel y la hizo sudar.
—Te voy a hacer todo eso —murmuró él mientras colocaba las manos sobre las nalgas desnudas de ella y se las apretaba—. Y mucho más.
—No es justo que tú puedas leerme la mente y yo no pueda leer la tuya.
—Disfrutarás más cuando te muestre lo que estoy pensando. —Su voz era puro pecado y sexo.
Impaciente y ansiosa, se contoneó más adentro para tocarle con más fuerza.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—No lo suficiente. —Aidan se dio la vuelta y se quedó tumbado a su lado, apoyando la cabeza en una mano y recorriéndole el cuerpo con la otra.
Ella se rio y le apartó la mano.
—Tienes cosquillas. —Esta vez su sonrisa estalló del todo y transformó sus rasgos.
Sorprendida, ella le acarició la cara porque no pudo soportar no hacerlo.
—Dios mío, eres guapísimo.
La sonrisa desapareció y Lyssa recordó que a quien veía no era realmente él. Era un extraño.
Un repentino frío la recorrió, haciendo que se estremeciera. Notando su inquietud, Aidan se acercó más para compartir su calor y, entonces, a ella no le importó el hecho de que pertenecieran a dimensiones distintas.
—No importa, Aidan. —Lyssa separó sus labios con una descarada invitación a que él la besara, a lo cual accedió con tal ansia que ella gimió y sintió cómo la entrepierna se le humedecía.
—Podrías tener el aspecto de un trol y tener antenas —dijo jadeando cuando él la dejó respirar—, y aun así seguiría deseándote.
—¿Por qué? —Su ceja arqueada refutaba lo que ella había dicho.
—Por la forma en que me abrazas, y por cómo me haces sentir. —Pasándole la pierna por encima de la cintura, Lyssa le empujó para ponerlo boca arriba y se volvió a colocar encima de él—. No tienes antenas, ¿no?
Él sonrió y el corazón le dejó de latir.
—Exacto. Los Guardianes somos muy parecidos a los humanos.
Ella le lamió la punta de la nariz, después los labios, y luego un pezón, que se endureció bajo su lengua.
—Ya te deseaba cuando esto estaba a oscuras —susurró ella—. Lo mismo que te deseo ahora.
Se deslizó más abajo y siguió el oportuno rastro del sedoso pelo que bajaba por los músculos ondulantes de su abdomen. Él se puso rígido y arqueó el cuerpo hacia la boca de ella, sacudiendo las caderas, pidiendo más, haciendo que ella notara cada centímetro sedoso de su dura polla entre sus pechos.
—¿Quieres que baje más? —preguntó ella sabiendo demasiado bien que sí quería.
—Quiero que me hagas el amor. De la forma que desees.
«Que me hagas el amor».
Sorprendida por la forma en que había elegido sus palabras, levantó la vista a lo largo de todo su torso para mirarlo a los ojos. Al ver la severa vulnerabilidad de sus hermosas facciones, los ojos de Lyssa se llenaron de lágrimas, haciendo que la visión se volviera borrosa. De repente, sintió que su intimidad se volvía intensa y evocadoramente personal.
Se moriría cuando él se fuera. No sabía cómo podría soportarlo.
Pero merecía la pena. En lo que a él se refería, lo aprovecharía todo lo que pudiera y se alegraría por ello.
—Me he dado cuenta de que yo siento lo mismo —murmuró él con aquel tono profundo que a ella tanto le gustaba.
Aidan levantó los ojos hacia aquella belleza rubia que yacía sobre él y por primera vez en muchos siglos se sintió feliz. Sentía la intensidad del afecto de Lyssa en cada mirada, en cada caricia, en cada palabra que decía y él lo anhelaba. Lo necesitaba.
—Rápido —dijo ella con urgencia, tan impaciente como él por estar conectados en todas las formas posibles.
Él intercambió la posición con ella y le arrancó el diminuto encaje que le sostenía el tanga a la cintura.
Tomando la boca de ella con apasionada intensidad, le metió la mano entre las piernas y vio que estaba resbaladiza y caliente. La polla se le empalmó deseando estar dentro de ella, ser uno solo con ella de modo que nada los pudiera separar.
Con dedos reverentes, la abrió, encontró su clítoris y lo acarició con los dedos húmedos, sacándolo de su escondite. Ella gimió mientras lo besaba y abría las piernas, ondulando su cuerpo al ritmo de las caricias de él.
Dejando caer su peso sobre un brazo, Aidan colocó las caderas entre las de ella, sacando los dedos de su sexo hinchado para que recibiera a cambio su polla. Utilizó el capullo de su polla para provocarla, para excitarla, frotándolo por la evidencia líquida del deseo de ella. Mientras tanto, le follaba la boca con su lengua con una deliberada imitación de lo que vendría después. Lo que deseaba más que respirar.
Y no estaba solo en su ansia desenfrenada. Lyssa le estaba dando todo lo que tenía.
Los pensamientos de Aidan se inundaron con el lujurioso y lascivo diálogo que ella mantenía en su mente, antojos tan salvajes que hicieron que la piel se le empapara de sudor. Había descubierto esa faceta del deseo sexual de ella la primera vez que hicieron el amor. Lyssa imaginaba el sexo con un lenguaje tan carnal que las pelotas de él se impacientaban por vaciarse dentro de ella.
Las manos de ella se aferraban a sus costados y se soltaban de manera convulsiva. Él le agarró una de las muñecas e hizo que le cogiera la polla.
Apartando la boca de la de ella, le mordió el lóbulo de la oreja.
—Mira lo dura que me la pones —gruñó—. Tendría que estar follándote varios días seguidos para quedarme satisfecho. Un polvo fuerte y sin parar, hasta el fondo.
El pecho de Lyssa se elevaba y se hundía mientras respiraba con dificultad y la piel se le puso tan caliente como la de él y, después, más aún, tanto que él se quemaba al tocarla. Ella era su oasis, su ángel, pero en lo referente al sexo con él, le gustaba exactamente como a él, sin limitaciones. Sin barreras. Sólo una pura y salvaje carnalidad uniéndolos.
—Y eres muy pequeña —se mofó él, sintiendo cómo el deseo de ella aumentaba mientras sus imágenes mentales representaban las palabras que él pronunciaba—. Tienes el coño deliciosamente tenso. Estoy deseando volver a sentirlo… El modo en que tu coño me agarra la polla mientras me abro camino dentro de ti…
Ella giró la cabeza y le mordió el cuello sin ninguna suavidad, justo antes de levantar las caderas y succionar el palpitante capullo de su polla metiéndoselo.
—Pues entonces, empieza a moverte, machote —le retó jadeante.
Aidan dio una fuerte sacudida mientras el coño empapado y hambriento de ella se cerraba como un puño a su alrededor. El control que había sentido tan sólo un momento antes desapareció, sustituido por auténtica lujuria. Apretó los dientes y empezó a bombear las caderas despacio, sintiendo cómo las paredes de ella, suaves como el terciopelo, se esforzaban por ensancharse para recibir su polla.
—Oh, Dios mío… —gimió ella echando la cabeza hacia atrás—. Eres increíble.
Él quería contestarle, pero no pudo hablar. Tantas mujeres, tantos años… Ninguna de ellas le había tomado a él. Su deber era ocupar sus sueños con otros hombres. Nunca era él mismo, sólo el fantasma de otra persona. Incluso cuando estaba con otras Guardianas, no era a Aidan al que querían, sino al capitán Cross. A la leyenda, no al hombre.
Nadie sabía lo mucho que él había llegado a odiar aquella desconexión, lo vacía que ahora le parecía su vida, cómo se le escapaba la satisfacción de un trabajo bien hecho. Porque nunca terminaba. Era infinito.
«Yo te deseaba cuando esto estaba a oscuras», había dicho Lyssa.
La creyó.
Era la única que le conocía. Era la única amante que le deseaba a él. La mujer que utilizaba unos cariñosos dedos para acariciar su piel, que movía sus caderas para que estuviese más cómodo, que le susurraba estimulándolo sin sentir vergüenza ni inseguridad.
—Sí —susurró ella—. Dámelo.
Él giró la cadera y le metió más adentro la polla y todo su cuerpo se tensó ante el placer que amenazaba con castrarlo.
Toda la agonía de las dos últimas semanas había desaparecido, los duros nudos que sentía en los hombros y la espalda se aflojaron con aquel calor sensual. Sólo existía ese momento. El momento en que hundía las pelotas dentro de un coño jugoso que pertenecía a una mujer a la que admiraba y deseaba. Una mujer que le hacía sonreír y que le acariciaba con reverencia.
La gratitud y el afecto le provocaron un nudo en la garganta.
Sintiendo el temblor de los brazos de Aidan, Lyssa levantó la mirada hacia su cara enrojecida y las lágrimas la inundaron. Muy dentro de ella, él latía. Cada latido de su corazón resonaba en la palpitación de la dura carne que la inundaba.
—Te he echado de menos —admitió, pues necesitaba que él supiera lo importante que era para ella.
Aidan apretó la mandíbula y asintió. Ella sabía que él también la había echado de menos. No sólo porque había regresado a su lado, sino porque sentía cómo su cuerpo lo irradiaba. La necesidad y el deseo de él eran palpables.
—Dámelo todo —murmuró ella, agarrándolo por los hombros mientras él obedecía.
Por un momento, Lyssa se quedó mirando, tomándose su tiempo para asimilar cómo lo sentía debajo de ella, dentro de ella. Era él la razón por la que no podía avanzar con Chad. Chad no podía hacerla sentir así. Chad no era la voz que la había encontrado en la oscuridad ni los fuertes brazos que la agarraban mientras dormía, ni la callada energía que la hacía sentirse a salvo. Aidan era su ancla.
—Tenías razón —dijo ella suavemente, elevándose sobre sus rodillas, con sus párpados cerrándose por la sensación de su polla acariciándola mientras ella se retiraba.
—¿En qué? —Su enorme cuerpo se estremeció cuando ella volvió a bajar.
—En lo de hacer el amor. —Le acariciaba con sus manos la parte superior de los hombros.
—Lyssa… —Entrelazó sus dedos con los de ella, sosteniéndola mientras empezaba a cabalgar encima de él con mayor premura. Ella gemía del placer.
—Así —dijo él en voz baja, mirándola con sus ojos azul intenso—. Haz conmigo lo que quieras.
El sudor le empapaba la frente mientras ella empezaba a subir y bajar con un ritmo regular, acariciando toda la gruesa largura de su polla con el cariñoso abrazo de su cuerpo. Era demasiado grande para ella. Las caderas de Aidan le abrían las piernas lo suficiente como para que los labios de su coño le besaran la raíz de la erección con cada profunda embestida. Se oyó un gemido y, después, otro, mientras ella trataba de acariciar ese punto de su interior que tanto lo ansiaba.
—Yo… No puedo…
Sabiendo lo que necesitaba, Aidan tomó el control. Soltó sus manos para agarrarla de las caderas mientras bombeaba hacia arriba con constantes embestidas. Era perfecto, el modo en que él se movía, las variaciones en la profundidad de sus embestidas, la forma en que giraba las caderas. Lyssa apenas podía respirar, apenas podía pensar, con su cuerpo perdido en la habilidad de él y sin poder contenerlo.
Lyssa se inclinó hacia delante a cuatro patas y le dejó hacer, dejó que la matara con lo que le estaba haciendo sentir física y mentalmente, que la llevara adonde él quisiera. El sonido de su voz lasciva hizo que su coño palpitara mientras recorría su polla y, después, se apretó con fuerza con un orgasmo.
—¡Ah, Dios…! —Aquel grito que salió de su garganta no era suyo. No sabía de dónde venía. Había salido del mismo lugar que su placer, de muy adentro.
—Dulce Lyssa —gimió él pegando la boca a su oído mientras los brazos de ella se venían abajo, dejando sus caderas suspendidas por la fuerza de él. Aidan estaba teniendo ahora lo que necesitaba, utilizando el cuerpo de ella para satisfacer el suyo, con la cara enterrada entre sus pechos, regodeándose en su olor mientras se movía hacia arriba, adentrándose en sus profundidades espasmódicas con zambullidas largas e intensas.
Tuvo convulsiones por todo el cuerpo al correrse y las palabras que pronunció eran en algún idioma antiguo que ella no podía comprender. Excepto su nombre. Lo oyó. Notó su afán de posesión y se aferró a él, lo acunó y lo calmó mientras él se vaciaba dentro de ella con torrentes calientes y vibrantes. Aidan le dio todo su ser. Todo lo que ella quisiera tomar.
Pero que se vería obligada a perder cuando terminara la noche.
***
Aidan apretó el cuerpo húmedo de Lyssa contra el suyo, oyendo los ronquidos de su propia respiración, sintiendo el acelerado corazón de ella contra su pecho.
Alrededor de ellos, soplaba la suave brisa de verano, que les refrescaba la piel ardiente. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que el sexo lo había satisfecho de verdad? No podía recordarlo. Sólo sabía que nunca se había permitido sentir así.
—Aidan —susurró ella con su voz suave e inocente, un sonido que estaba lleno de asombro y saciedad.
—¿Sí?
Ella suspiró y trató de apartarse de él. Aidan, que no estaba dispuesto a soltarla, se dio la vuelta con cuidado, manteniendo la polla enterrada dentro de ella. Uno al lado del otro, se miraron. Él levantó una mano para retirarle el pelo mojado de la cara y, a continuación, la besó en la frente. Un beso de gratitud y felicidad.
Esa mañana la muerte casi había sido bienvenida. Agotado y desanimado, con el interminable fluir de sombras que salían de la Puerta de Entrada, se había preguntado por qué tenía que seguir luchando. ¿Qué había de bueno en ello?
Ahora le parecía muy sencillo. Su batalla mantenía a Lyssa a salvo, la mantenía viva y en buen estado. Aquélla era razón suficiente para seguir.
Fue entonces cuando llamó su atención el sonido de los papeles del cuaderno de dibujo de Lyssa moviéndose. Pasó la mano por encima de ella con la intención de meterlo debajo de la manta, cuando una suave ráfaga de viento pasó la página. El corazón se le detuvo al verlo y sintió una fuerte presión en el pecho provocada por el puro miedo. Todo se desvaneció, incluso Lyssa, mientras miraba sus dibujos con un horror que nunca antes había conocido.
Pesadillas, la Puerta de Entrada, incontables años de muerte y guerra… Nada de eso le había provocado tanto terror como ver su propia cara devolviéndole la mirada.
—Lyssa. —Su voz sonó grave y áspera, obligándole a aclararse la garganta antes de poder seguir—. ¿Le has enseñado esto a alguien más?
—¿El qué? —Le acarició el cuello con la nariz y los labios le rozaron la piel. El pelo rubio le caía por el brazo con el que él la agarraba, un cabello que olía a flores y a sexo fuerte, una poderosa combinación que hizo que se moviera dentro de ella.
—Estos retratos, ¿los has compartido con otros Guardianes?
—No. —Ella se echó hacia atrás y arrugó la frente sobre los ojos—. ¿Por qué?
—Tenemos que destruirlos. —Las manos le temblaban. «¿Qué puedo hacer?».
—¿Por qué? —Lyssa levantó la cabeza para mirar aquella imagen con una suave y encantadora sonrisa—. Te dije que la iluminación era mala. No pude distinguir el color de tus ojos a la luz de las velas. Tu iris es de un color azul tan oscuro que parecían negros. Y tu pelo. Las canas apenas se ven. —Lo miró—. Pero me gusta. De hecho, me excita.
Él tomó aire con fuerza. Todo ese tiempo había sido su verdadero aspecto lo que a ella tanto le había gustado. Pese a que la satisfacción masculina hacía que el calor fluyera por sus venas, las repercusiones de la percepción extraordinaria de ella le puso la carne de gallina.
—¿Tan lejos estoy de lo que es tu aspecto real? —preguntó avergonzada—. Lo siento. Los romperemos y los tiraremos a la basura.
Todo lo que él sabía, todo el trabajo de sus amigos y de los Ancianos, toda su formación… Para una única cosa…
Matar a la Llave. Una profecía cuyas características manifestaba Lyssa a raudales: controlaba el sueño, llamaba a Aidan por su nombre, podía verlo. Esto último era lo más concluyente. Que ella pudiera verlo en el Crepúsculo. Ya era bastante raro encontrar Soñadores que en sus sueños pudieran controlar lo que ocurría. Nunca habían encontrado a ninguno que pudiera ver con claridad en el interior de aquel mundo y entender que estaban interactuando con un ser real. Si los Ancianos se enteraban de aquellas aptitudes de Lyssa, la matarían. El mismo Aidan no sabía qué hacer ante aquella revelación.
Pero pensaría en ello más tarde. Ahora mismo necesitaba encontrar el modo de mantener a salvo a Lyssa. Cada vez que se quedaba dormida, estaba en peligro. Se estaba quedando sin tiempo. Si los Ancianos no sabían aún de lo que era capaz, pronto lo sabrían.
—Cuando acuden a ti los Guardianes, ¿te piden que los describas, que los dibujes o algo parecido?
—Sí. Qué gente más rara. —Arrugó la nariz—. Yo les he dicho que esto no es un concurso de perros y que no voy a saltar por ningún aro.
Aidan la abrazó con fuerza contra él. No podía hacer nada por ella en el Crepúsculo. Cuando el sueño la llevaba hasta allí, se volvía vulnerable. Tenía que protegerla antes de que llegara. Antes de que se quedara dormida.
«¿Qué demonios voy a hacer?».
Ojalá hubiese más Guardianes que tuvieran las mismas dudas que él. Así podría pedirles ayuda. Si un número suficiente de ellos se dirigieran a los Ancianos con una sola voz, quizá se harían oír. Pero si había otros como él, se reservaban sus pensamientos con el mismo celo que él. Por lo que sabía, era el único que cuestionaba la sabiduría de los Ancianos.
«Ella podría volver a encerrarse…».
Pero ¿quién sabía cuánto tiempo tardaría en conseguir respaldo? Cuando la encontró, Lyssa estaba a punto de perder la cabeza, un recuerdo que le condujo a un pensamiento más oscuro. Quizá no se había estado escondiendo de las Pesadillas. Puede que durante todo ese tiempo se hubiese estado escondiendo de él. De los de su especie. Era una niña la primera vez que levantó aquella puerta. Con su capacidad para ver en el Crepúsculo, quizá había sentido miedo de los Guardianes que acudían a verla.
¿Qué coño iba a hacer? No podía enfrentarse solo a los Guardianes y a las Pesadillas. Si no podía cambiar la forma de parecer de los Ancianos, sólo le quedaba un recurso.
Tendría que marcharse del Crepúsculo. Tendría que proteger a Lyssa del Exterior.
Tenía que haber un modo de entrar en su mundo. Los Ancianos habían creado la fisura en un espacio abreviado que los llevaba a este conducto. Seguro que podrían volver a hacerlo.
Estaba a punto de descubrirlo.
A pesar de la determinación de su decisión, era consciente de sus repercusiones. Además de todos los riesgos inherentes, sería tan sólo una medida temporal, una estrategia desesperada para darle a Lyssa algo de tiempo hasta que a él se le ocurriera qué hacer. Hasta que encontrara el modo de convencer a los Ancianos de su grave error.
—Estás muy pensativo. Puedo oír el tictac de tu cerebro —dijo ella con ironía, mordisqueando su mentón—. ¿Tan poco te han gustado mis dibujos? Lo siento, yo…
—No, Lyssa. —Colocó la palma de su mano detrás de la cabeza de ella y la besó con fuerza en la frente—. No lo sientas. Los dibujos son maravillosos. Me siento halagado.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Todo, excepto tú. —La miró con una seria intensidad—. Cuando me vaya, vas a cerrar con llave la puerta y no vas a dejar pasar a nadie. Ni siquiera a mí.
—¿Qué?
El tono de él se volvió más grave y apremiante. Incluso entonces, se le puso la piel de gallina al pensar que los Guardianes estaban ahí afuera, persiguiéndola con precisión.
—Van a venir. Tratarán de hacerte creer que soy yo quien está en la puerta, pero no será verdad.
—Aidan, me estás asustando. —Se abrazó a él con más fuerza, diciéndole sin palabras que confiaba en que él la protegiera.
Él daría su vida por ello. Para Aidan, la leyenda de la Llave estaba en duda, pero estaba tejida al tapiz mismo de sus vidas. Los Guardianes arriesgaban la vida en su búsqueda de la Llave. Ni ellos ni los Ancianos tenían otra alternativa. La Llave tenía que ser destruida. No se hacían preguntas. Al unirse a Lyssa, él también sería perseguido.
—Prométeme que no le vas a abrir la puerta a nadie.
—De acuerdo, te lo prometo. —Se mordió el labio inferior y los ojos le brillaron con lágrimas no derramadas—. Me estás diciendo que no voy a volver a verte, ¿verdad?
—Volverás a verme, tía buena. —Le cogió la cara entre las manos y la besó con toda el ansia que ella despertaba en él—. Pero no sabrás quién soy.