3

Aidan estaba tumbado boca arriba con los ojos levantados hacia el cielo de la noche lleno de estrellas a través de la ventana redonda. Aparentemente, estaba tranquilo y saciado. Por dentro, estaba absolutamente alterado. No sabía cómo procesar la sensación de conexión que sentía con la mujer que estaba acurrucada a su lado.

Cuando se deslizó por el interior del cuerpo tan deliciosamente firme de Lyssa, la conexión había sido más que un sueño, más que sexo. Había tratado que aquella unión no fuera más que placer físico. Le había dado la vuelta y la había puesto mirando hacia otro lado que no fuera él, pero nada de eso había funcionado. El ansia desenfrenada que sentía por ella no se había disipado con su orgasmo. Ahora era peor que nunca, pues estaba acompañada por el hecho de saber que tendría que dejarla, y una vez lo hiciera, no volvería a verla.

Cerró los ojos mientras la respiración se le entrecortaba. Ella le había hecho el amor a él, no a una fantasía. No al capitán de la Elite. No a un Guardián con reputación de lascivo. Sólo a Aidan Cross.

Estaba seguro de que en toda su vida ella había sido la única mujer que había hecho eso.

El efecto que tuvo sobre él ser consciente de aquello fue sorprendente. Se había rendido ante el sexo igual que ella. Él, un hombre que literalmente se había follado a infinidad de mujeres, acababa de tener un encuentro sexual diferente a cualquier otro.

—Dime una cosa. —El susurro de ella recorrió su piel—. ¿Qué son esas cosas que dices y que no entiendo?

—Lyssa… —Dejó escapar un suspiro y desvió la vista hacia la parte superior de su cabeza. ¿Cuánto podría contarle para mantenerla a salvo sin que enfureciera a los Ancianos?

—Oh, no. —Se levantó para mirarlo—. Deja que adivine. No vas en serio. No buscas novia ni ataduras. Sólo es sexo.

No lo era, pero no podía decírselo.

—Soy un Guardián de los Sueños —dijo en su lugar.

Ella lo miró sorprendido.

—Vale… Esto es nuevo.

—La playa, esta habitación, tu ropa, incluso la oscuridad… son invenciones de tu mente.

—De acuerdo, eso lo pillo.

—Yo no.

—Tú no, ¿qué?

—Yo no soy una invención de tu imaginación. Puedes cambiar mi aspecto para adaptarlo a tus deseos, pero hasta ahí llega el control que tienes sobre mí. No puedes obligarme a hacer nada que yo no quiera.

—Sí, de eso ya me había dado cuenta. —Lyssa apretó los labios pensativa. Le dedicó una débil sonrisa—. Entonces, ¿no eres un dios del sexo alto, de piel oscura, atractivo y guapo de morirte?

Aidan retorció los labios ocultando una sonrisa.

—¿De qué color es mi pelo?

—Negro.

—¿Todo?

Lyssa le pasó los dedos por el vello del pecho y, a continuación, fue más abajo para agarrarle los huevos.

—Sí, todo.

—¿Y el color de mis ojos?

Ella entrecerró los suyos y se acercó aún más.

—No estoy segura —contestó por fin en voz baja y vacilante—. Parecen oscuros. Creo que no hay mucha luz.

Él extendió la mano y cogió la de ella y, después, la dejó caer como si le hubiese quemado. Aquél fue el primer síntoma que ella notó de que algo iba mal. Vio cómo él apretaba los puños y se preguntó qué narices estaba pasando.

—La iluminación es buena.

—Bueno, entonces, ¿no es éste tu aspecto?

—No.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Acababa de hacer el amor con un hombre al que no podía ver. Aquello era tan extraño que no sabía cómo se suponía que debía sentirse.

—¿A qué se dedica un Guardián de los Sueños?

—Depende —respondió él con voz áspera—. Somos muchos y estamos divididos en varias especialidades. Algunos son más tiernos y dan consuelo a quienes están afligidos o muy tristes. Otros son más divertidos y llenan los sueños de héroes deportivos o reality shows de la televisión.

—Supongo que tú eres de los tiernos —adivinó ella, recordando su compasión y su cariño y la paz que ella había sentido. No sabía qué aspecto tenía, pero sí el tipo de hombre que era, y eso era lo que de verdad importaba.

Aidan se puso rígido debajo de ella.

—¿Qué? —preguntó Lyssa arqueando las cejas.

—Soy el capitán de los Guerreros de la Elite —dijo como si con eso lo explicara todo.

«Mantengo a los malos alejados», le había dicho la primera noche. Pero había sido bueno con ella. Tierno.

—¿Qué es un Guerrero de la Elite?

—Mi misión es proteger a los Soñadores que tienen Pesadillas recurrentes.

—¿Como un guardaespaldas?

—Más bien como un militar de salvamento.

—Por eso eres tan grande.

Él se quedó mirándola con intensidad.

—Soy un hombre grande, sí, pero no sé qué es lo que ves cuando me miras, Lyssa. Tu sueño es el que crea mi apariencia. Los Soñadores no pueden ver a los Guardianes. Tu subconsciente rellena las lagunas.

—Ah. —Lyssa se hundió aún más entre los pañuelos—. ¿Por qué necesito un Guerrero de la Elite en mis sueños? Yo no tengo pesadillas.

—La puerta que creaste es extraordinaria. Teníamos que entrar y yo tengo la fuerza física.

La breve carcajada de ella no fue de buen humor.

—¿Por eso has vuelto esta noche? ¿Porque no le abría la puerta a los demás… Guardianes?

—Sí.

Sintió un nudo en el estómago. Había creído lo que él le había dicho de que estaba preocupado por ella.

—¿Por qué tienen tantos deseos de entrar? No hay nada que ver aquí.

Aidan se incorporó y se apoyó en un montón de almohadones. Aparte de la cadena de plata y el colgante de piedra que llevaba puesto, estaba desnudo y no mostraba reparos por ello. El animal más suculentamente masculino que ella había visto nunca. Y aunque aplaudía a su imaginación, lamentaba que no fuese real.

Aquella perfección masculina estaba sólo en su cabeza.

—Las Pesadillas son reales —dijo él—. Pero no del modo en que las ven los humanos.

—¿Eh? —Esperó a que él hablara y escuchó con las palmas de las manos húmedas mientras él le explicaba lo que era el espacio abreviado, el espacio-tiempo y los planos de existencia con una voz desprovista de inflexión.

Como las Pesadillas habían descubierto el subconsciente humano a través de la fisura provocada por los Ancianos, la batalla no acababa nunca. Los sueños creados en la mente humana le habían dado a las Pesadillas una nueva fuente de energía sobre la cual se desarrollaban. El miedo, la rabia, la tristeza… se despertaban fácilmente en los sueños y les servían de alimento.

—Muchas veces he visto círculos oscuros bajo los ojos humanos, hombros hundidos, pasos cansados de pies arrastrándose. —Las manos de Aidan se cerraron en un puño en su regazo—. A lo largo de los años, los Ancianos han intentado cerrar la pequeña grieta que hay entre el Crepúsculo y vuestro mundo, pero no hay forma, Lyssa. Sólo podemos dedicarnos a controlar los daños.

Y ella que pensaba que era una experta en los sueños tras toda una vida luchando con el suyo. Qué poco sabía.

—Nos defendemos lo mejor que podemos para protegeros —continuó él—. Nos hemos convertido en fantasmas, asumiendo la forma y los matices de cada subconsciente individual.

Lyssa pensó en todo aquello detenidamente.

—¿Por qué tengo que saber todo esto? —preguntó después—. Supongo que no ocurre lo mismo con la mayoría de la gente.

—La mayoría no —admitió él—. Pero tú eres más fuerte que la mayor parte. Reconoces los disfraces y puedes impedirnos la entrada si quieres. Me han pedido que te convenza de que abras la puerta. Como comprendes que se trata de un sueño, lo cual es raro, pero no imposible, he decidido decírtelo sin rodeos.

—¿Sólo quieren entrar, echar un vistazo y ver si hay alguna Pesadilla merodeando por aquí? ¿No es ése tu trabajo?

Aidan se quedó en silencio un momento.

—Están buscando a alguien, Lyssa. No están seguros de a quién, pero hay ciertos indicios que han activado la alarma. Me preocupa que tras demasiados años de búsqueda hayan adquirido un exceso de celo. Preferiría que les mostraras lo menos posible sin parecer sospechosa. Te lo cuento porque quiero que estés preparada.

—Vale —asintió—. Deberíamos idear alguna señal secreta o algo así. Si empiezo a hablar demasiado, podrás avisarme.

—Lyssa… —Tomó aire con fuerza.

A ella se le revolvió el estómago al ver que Aidan no decía nada más, lo cual era decir mucho.

No iba a volver.

—Entiendo. —Había sentido su pericia en sus caricias, la había saboreado en sus besos, habría estado follándoselo ahora mismo si no necesitara unos minutos para recuperarse. Un hombre que conocía muy bien el cuerpo de las mujeres—. ¿La seducción forma parte también de tu trabajo?

—A veces —contestó apretando la mandíbula.

Ella hizo una mueca al sentir un fuerte dolor en el pecho.

—Un amante y un luchador.

—Un guerrero —la corrigió con tono serio.

—Un hombre de muchos talentos. —Dejando escapar un suspiro, Lyssa se dio la vuelta para alejarse de él y gateó hasta el filo de la cama, ocultando su tembloroso labio inferior—. Ve a decirles que les voy a dejar entrar.

Notó que él se movía detrás de ella y, a continuación, las manos de Aidan estaban en sus hombros. Un momento después, tenía sus labios apretados sobre su piel. Ella se apartó con una sacudida y salió del todo de la cama, deseando que hubiese alguna bata o algo para cubrirse. Para su sorpresa, apareció una sobre la silla que estaba junto a la puerta y la cogió antes de salir…

… adonde brillaba el sol sobre una playa de arena. Se quedó inmóvil por la sorpresa y se puso en acción cuando oyó que Aidan se acercaba.

Se imaginó un bar con techo de paja un poco más arriba y se dirigió a él rápidamente. Necesitaba una copa. Mucho.

—Creo que ya le he cogido el truco a esta cosa de los sueños. Gracias por tu ayuda.

—Quizá fuera el miedo lo que te retenía —dijo él a sus espaldas, siguiéndola—. En algún momento, las Pesadillas han debido asustarte mucho. Elegiste la seguridad de la oscuridad y la puerta por encima de tus sueños.

—Me alegra saberlo. Supongo que ya estoy curada. —Cuando él se materializó delante de ella, Lyssa dio un grito y un salto hacia atrás—. ¡Joder, menudo susto me has dado! No vuelvas a hacerlo.

Los oscuros ojos de Aidan se enturbiaron con poderosas emociones que ella no sabía identificar.

—No me des la espalda después de lo que acabamos de hacer.

Aquella simple declaración le provocó una agitación en el vientre que se extendió con un verdadero escalofrío. Lo único que deseaba en el mundo —en éste y en el suyo— era abrazarse a él y sentirse segura mientras ponía su mente en orden. Pero sentía cosas que no debía sentir. Anhelo, posesión, deseo… Aquello sólo iría a peor cuanto más tiempo permaneciera él allí.

—¿Qué quieres que haga, Aidan?

Algo caliente parpadeó en sus ojos cuando ella pronunció su nombre.

—Vuelve dentro. Aún tenemos tiempo.

—No. —La voz le salió más vacilante de lo que a ella le habría gustado. A pesar del poco tiempo que habían pasado juntos, él había sido su consuelo, la roca a la que aferrarse. Perderle iba a ser doloroso. Ya le dolía—. Será mejor que te vayas sin más.

—¿Por qué? —preguntó él apretando los dientes.

—No me van los polvos por compasión. —Oyó entonces el rechinar de dientes de él y se alegró. Sus emociones estaban descontroladas. Era justo que las de él también lo estuvieran—. Durante los últimos años, no importa cuántos, me he estado protegiendo muy bien. No necesito que vengas a follarme en el Crepúsculo o lo que sea eso que tú haces.

Las fosas nasales de Aidan se dilataron.

—Estás enfadada y lo entiendo. Pero sabes que no ha sido ése el motivo por el que nos hemos acostado.

—¿Lo sé? Bien… —Se dio la vuelta y se imaginó el bar con forma de choza en la dirección contraria.

—Lyssa… —La agarró con fuerza y ella se detuvo con el tirón.

—¡Lyssa! ¡Por el amor de Dios, despierta!

Un violento empujón hizo que tomara conciencia de la voz de su madre y de su sala de estar de color marrón grisáceo.

—Ya, ya —murmuró frotándose los ojos.

Su madre merodeaba por encima de ella.

—¡Dios mío, Lyssa! Me has dado un susto de muerte.

—¿Qué?

—¡Llevas dormida casi veinticuatro horas sin mover un solo músculo! ¡He tenido que estar pendiente de ti a cada hora para asegurarme de que respirabas!

Cerrando los ojos, Lyssa suspiró y estiró el cuerpo, lo que le hizo darse cuenta de que le dolían todos los músculos después de haber pasado horas en la misma posición.

—Dormí anoche en tu cama porque me daba miedo dejarte.

Su madre siempre la había fastidiado, buscando en vano durante toda su vida una cura física para lo que Lyssa siempre había sospechado que se trataba de una enfermedad mental.

—Estoy bien, mamá. —Y por primera vez en varios años sentía realmente como si fuera verdad. No estaba segura de por qué se sentía así. Simplemente lo sabía. Como si algo se hubiese saldado o resuelto. Una pregunta de mucho tiempo que por fin había encontrado respuesta—. ¿Qué hora es?

—Las ocho pasadas.

—¡Uf! —Lyssa se quitó la manta de felpilla y se puso de pie con una mueca de dolor—. Voy a llegar tarde para mi primer paciente si no me voy ya.

—¿Cómo demonios puedes pensar siquiera en ir a trabajar cuando no eras más que un vegetal hace un minuto? —El efecto de las manos colocadas en las caderas de su madre a modo de reprimenda quedó en nada por culpa de su pelo despeinado.

—El trabajo es lo único que tengo, mamá. No voy a dejar que se vaya al traste junto con mi salud y mi vida amorosa.

—Voy a llamar a tu médico para decirle que tiene que hacerte más análisis.

Lyssa iba ya por la mitad de las escaleras.

—Ni hablar.

—Si no aceptas hacerte un chequeo, no pienso permitir que vayas a trabajar.

—Mamá… —Miró escaleras abajo, pero por la expresión de terquedad en el rostro de su madre supo que no tendría sentido discutir—. De acuerdo —dijo cediendo de mala gana—, pero tendrás que prepararme un café.

Una ducha y tres tazas de café después, Lyssa salió a toda velocidad de su urbanización de camino al trabajo. El valle seguía estando un poco gris y nublado y había en el aire un cierto frío que la estimulaba. No se sentía descansada como la semana anterior, pero tampoco como si fuera a quedarse dormida al volante. Sólo eso ya hizo que el día empezara con buen pie.

Estaba silbando cuando abrió la pesada puerta de acero de la parte posterior de su consulta y cuando entró en la Sala 1 con su precioso papel de pared de rayas azules y blancas, Lyssa sonreía abiertamente.

—Buenos días —saludó, abriendo los ojos de par en par cuando el dueño de su paciente giró la cara hacia ella—. Soy la doctora Bates.

Alto, de pelo oscuro y muy corto, era atractivo y de constitución fuerte, con vaqueros anchos y una camiseta negra que se le ajustaba a la perfección. Las letras de la camiseta delataban su ocupación. Bombero, una profesión que ella admiraba.

Estrechó la mano que ella le tendió.

—Chad Dawson. —Señaló al hermoso pastor alemán que estaba sentado elegantemente a sus pies—. Ésta es Lady.

—Hola, Lady.

Lady levantó su pezuña para saludar.

—Qué chica tan lista eres, Lady —la elogió mientras miraba el historial que tenía en la mano—. Ah, ya, inyecciones. Prometo ser suave.

Lyssa no disfrutaba torturando a sus pacientes. Actuó rápidamente y, a continuación, le ofreció un premio de recompensa. Todo el tiempo, el dueño de Lady estuvo merodeando cerca y su colonia era una presencia suave en el interior de la sala, mientras su gran cuerpo ocupaba todo el espacio. Ella se fijó mucho en él y en su manifiesto interés, así que cuando terminó de tomar notas en el historial y se disponía a pasar a la otra sala, no le sorprendió que él la detuviera.

—¿Doctora Bates?

—¿Sí?

—Le agradezco lo cuidadosa que ha sido con Lady. Odia las inyecciones y se pone a temblar como un flan cuando venimos al veterinario.

Lyssa acarició a Lady detrás de las orejas.

—Has sido muy valiente, Lady. Una de las mejores pacientes que he tenido nunca. —Levantó los ojos—. Es una perra maravillosa, señor Dawson.

—Llámeme Chad, por favor.

Ella sonrió, pero el estómago le dio un pequeño brinco, que, en parte, era de excitación y, en parte, de pánico.

—Espero que no le importe —empezó a decir él con una sonrisa tímida—, pero he visto que no lleva anillo de casada. ¿Está saliendo con alguien?

El deseo de contestar que sí era fuerte y también confuso.

—No, a menos que incluyamos a los gatos gruñones.

La sonrisa con la que él le contestó era deslumbrante.

—En ese caso, me gustaría invitarla a cenar alguna vez, si está dispuesta a salir con los dueños de sus pacientes.

—Nunca antes lo he hecho —admitió—, pero siempre hay una primera vez.

Sacó de un cajón un cuaderno con el distintivo de un anuncio farmacéutico, intercambiaron sus números y concertaron una cita para el fin de semana.

Lyssa se quedó en la sala un rato más después de que Chad y Lady se marcharan, tratando de adivinar por qué una cita con un bombero macizo al que le gustaban los perros la ponía triste.

***

Escondido al otro lado del Crepúsculo, Aidan miraba a la mujer que se retorcía en la cama. Jadeaba suavemente y su cuerpo desnudo se arqueaba hacia arriba mientras se acariciaba el clítoris con una mano y con la otra se introducía dos dedos bien adentro de la empapada hendidura de su sexo.

Él apenas parpadeó, negándose a apartar la mirada, con su mente instando a su cuerpo errante a que colaborara y se excitara. A su alrededor, sentía y oía acercarse a las Pesadillas, atraídas por la energía que la Soñadora rezumaba en el interior del Crepúsculo. Era todo lo vulnerable que se podía ser y la misión de él era ponerla a salvo. Pero a pesar de su disposición sincera a ayudarla, no podía encontrar el más mínimo deseo en la tarea que se le presentaba.

Suspirando, Aidan cerró los ojos y lanzó una llamada silenciosa para pedir ayuda. Mientras la mujer que estaba en la cama gemía con el comienzo del orgasmo, él sintió una presencia a su lado.

—Iba a venir a verte de todos modos —dijo entre risas la voz que estaba a su lado.

—¿Eh? —Aidan lanzó una mirada de reojo a Connor y trató de no aparentar demasiado alivio cuando su amigo empezó a desnudarse con obvia emoción.

—Esta noche me han asignado a tu Soñadora, Cross. Imaginé que una vez que lo supieras querrías volver a hacer un intercambio. Llevas semanas dándome todas tus misiones sexuales, pero sospechaba de verdad que querrías tener otro sueño con ella. Y lo necesitas, tío. Mucho.

Aidan se sentó mientras unas emociones que no entendía le recorrían el cuerpo.

—¿Lyssa Bates?

Connor asintió y se frotó las manos.

—Cualquiera que sea tu fascinación por ella, espero que dure un poco más. Ocupar tu puesto es estupendo. Y ahora, si me perdonas…

El otro Guardián entró en el sueño y su apariencia exterior cambió al instante para amoldarse a la mujer a la que se acercaba. Aidan se dio la vuelta y se marchó rápidamente, con sus pensamientos nuevamente devorados por la Soñadora a la que nunca debía volver a ver, pero a la que parecía no poder resistirse.

Había pasado un mes desde la última vez que había estado con ella. Un mes de estar pidiendo a los demás Guardianes que preguntaran quién había pasado la noche con ella y, después, interrogándolos sobre las cosas de las que habían hablado y lo que ella estaba haciendo. Ahora estaba saliendo con alguien, un hombre que se llamaba Chad, y Aidan se dijo a sí mismo que era mejor que la vida de ella volviera a la normalidad. Había intentado seguir su ejemplo y olvidarla, aceptar misiones que le habían distraído en el pasado.

Nada funcionó.

Ahora se movía por el Crepúsculo con una excitación apenas contenida y el corazón se le aceleraba ante la expectativa de verla de nuevo. El dulce tono de su voz y su suave aroma a flores permanecían en su mente, al igual que el color oscuro de sus ojos y los rizos dorados de su pelo. Pero como cualquier mañana del Crepúsculo, los detalles se disipaban envueltos en una neblina. Si le dedicaba un poco más de tiempo, podría olvidar.

Pero no quería olvidar. Por primera vez en muchos siglos, su sangre corría caliente por sus venas y, por primera vez en su vida, el corazón le ardía de deseo. No podía permitir que ella pensara que había sido solamente un trabajo para él. Antes de pasar página, necesitaba que supiera que le había hecho el amor porque había querido hacerlo, y no por ningún otro motivo.

Aidan bajó al suelo y se detuvo ante la puerta de Lyssa. Quería abrazarla otra vez, ser el receptor de su pasión y sus seductoras caricias. ¿Se beneficiaba Chad de esos juegos? Aquel pensamiento le abrasó y le hizo sudar.

Ella no había follado con el otro hombre… todavía. Aidan lo sabía porque todos los días lo preguntaba.

Gruñendo de rabia al pensarlo, puso la mano en el tirador nuevo y brillante que no estaba allí la última vez que fue. Entró sin avisar y encontró la misma playa que recordaba de antes. A poca distancia, Lyssa se balanceaba en una hamaca entre palmeras tambaleantes, un pareo le dejaba al aire parte de sus piernas y sus exuberantes pechos apenas se ocultaban bajo las diminutas copas triangulares de la parte superior de un biquini de ganchillo. En el regazo sostenía un cuaderno de dibujo y sus encantadoras facciones estaban protegidas por un sombrero de paja de ala ancha.

Atraído por la visión de su piel dorada y los rizos sueltos de su cabello que la brisa tropical movía entre sus brillantes labios, se quedó allí, inmóvil.

¿Por qué le afectaba tanto? Tenía tantas ansias de ella que apenas podía caminar. Otra mujer había estado desnuda y masturbándose delante de él, deseosa de una polla dura, y él no había sentido nada. Nada. Como con el resto de las mujeres a las que había evitado durante el último mes.

Armándose de valor, Aidan caminó hacia ella. Mientras Lyssa levantaba la mirada para verlo, el recelo que había en sus ojos oscuros le tensó el pecho. La confianza que le había regalado libremente cuando se acostó con ella había desaparecido y él sintió aquella pérdida profundamente.

Suspirando, ella se incorporó para sentarse y lanzó el cuaderno a la arena. Con una patada de sus ágiles piernas, hizo que la hamaca se moviera como un columpio.

—Hola —dijo Aidan, deteniéndose ante ella.

—Hola —contestó con un ronco susurro, mientras sus ojos oscuros lo observaban con cautela.

—¿Cómo estás?

—Bien. ¿Y tú?

Aquella cháchara sin sentido hizo que los dientes le rechinaran.

—No tan bien.

—¿De verdad? —Su comportamiento cambió al instante, se volvió más sincera, menos forzada. Estaba en su naturaleza sentir preocupación por los demás. Ésa era una de las razones por las que a él le gustaba tanto.

—Se supone que no debería estar aquí y no podré volver después de esta noche.

—¿Por qué? —La hamaca se fue deteniendo hasta quedarse quieta.

—Existen normas. —Dio un paso más adelante—. Nos tienen prohibido sentir cariño por los Soñadores.

—Ah.

—Y aunque lo permitieran, no podría dejar que eso pasara. No, teniendo el trabajo que tengo.

Lyssa se levantó el ala del sombrero. Su precioso rostro era abierto, revelador.

—¿Estás hablando hipotéticamente?

Él negó con la cabeza.

—¿Estás diciendo que sería posible que te encariñaras de mí?

—No sólo sería posible —admitió bruscamente—. Es más que probable.

Frunciendo el ceño, ella giró la cabeza hacia el océano. Aidan vio cómo su cabello iluminado por el sol le caía por encima del hombro desnudo. Sintió que la boca se le secaba y apretó los puños. El deseo de acariciar aquellos rizos dorados entre sus dedos era casi abrumador.

—Entonces, ¿por qué has venido? —preguntó dejándose caer sobre la arena.

—Por el modo en que nos despedimos.

Ella le devolvió la mirada.

—No podía permitir que creyeras que lo que pasó entre nosotros formaba parte de mi trabajo.

Lyssa era mucho más bajita que él y tuvo que inclinar el cuello para observar sus rasgos.

—Gracias.

Aquella dignidad calmada fue demasiado para él. Acortando la distancia que había entre ellos, le quitó el sombrero. A continuación, le pasó la mano por la nuca y la besó. Un beso fuerte y rápido.

—Te hice el amor porque no podía soportar no hacerlo. Porque lo deseaba más que nada. No me arrepiento y no quiero que tú tampoco lo hagas.

Las pequeñas manos de ella le envolvieron las muñecas.

—No me arrepiento.

Aidan apoyó la frente contra la de ella y aspiró su suave olor a flores.

—Siento como si te conociera desde hace mucho tiempo —susurró Lyssa—. Como si me estuviese despidiendo de un viejo y querido amigo.

—Yo también te echaré de menos —admitió antes de tomar su boca y besarla con intensidad. Un beso que se suponía que debía ser una despedida, un recuerdo que para él duraría una eternidad. Entonces, su sabor, dulce y excitante como el vino, fluyó por su lengua y le embriagó.

»Lyssa —gimió introduciendo su tristeza y su deseo en la boca de ella.

Los finos brazos de Lyssa trataron valientemente de envolver sus anchos hombros, pero después, se rindió y los bajó para abrazar su tensa espalda. Mientras, él se bebía su sabor pasando la lengua entre sus labios separados, lo mismo que quería hacer con su polla, deslizando sus manos encallecidas por la suave piel de su costado.

Con los ojos cerrados, Aidan inclinó la cabeza, encajando sus labios con los más suaves de ella, tragándose sus gemidos con un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Ella dio lo mejor de sí, deslizando las manos por debajo de su camisa, acariciándole la piel desnuda, arqueando la cadera hacia él, la incitación descarada e impregnada de la misma desesperación que él sentía.

Cuando enredaron sus lenguas, Aidan se apartó maldiciendo y cada uno de sus músculos le abrasaba lleno de tensión. Le mordisqueó la mandíbula, le lamió y le mordió el cuello, desvió su atención colocando la palma de las manos sobre sus pechos, masajeándolos, sintiendo cómo se volvían más pesados y grandes llenos de deseo. Con impaciencia, apartó la tela que se interponía y le agarró un pezón entre los dedos, retorciéndolo, tirando de él, apretándolo con una presión variable.

—Sí… —susurró ella instándole a que cogiera todo lo que quisiera, sin poder ver lo hambriento que estaba de ella, hambriento de aquella sensación de conexión que había encontrado con ella.

Aidan bajó la cabeza y se metió el pezón en la boca, una delicia dura y sedosa. Succionó con ansia, hundiendo sus mejillas cada vez que sorbía, a un ritmo pensado para que su coño se contrajera por él, para hacer que ella sintiera el deseo que él sentía.

Ella colocó las palmas de las manos sobre las nalgas de él, apretó y lo atrajo hacia sí. A través de la fina tela que había entre ellos, Aidan sintió su calor y apretó los ojos, presionando la nariz sobre su piel para que cada inhalación fuera Lyssa, un olor que estaría para siempre grabado en su memoria.

La tristeza brotó dentro de él y levantó la cabeza. ¿Sería mucho peor aquel cariño si volvía a tomarla de nuevo? Todas las demás mujeres habían perdido su capacidad de seducirle.

Los ojos de Lyssa parpadearon. Con su boca cautivadora y su pezón hinchado, formaba una imagen de lascivia. Podía tumbarla sobre la arena y liberar su polla. Con un rápido tirón le quitaría el bañador, lo que le permitiría hundirse en sus cremosas profundidades. Durante toda su vida, Aidan no había deseado algo con tanta intensidad.

—Me da miedo lo que pueda pasar si volvemos a hacer el amor —susurró ella, elevando y hundiendo su pecho con su dificultosa respiración—. Quiero más, Aidan.

Atrayéndola hacia él con fuerza, Aidan apoyó la mejilla sobre su cabeza.

—Siento no poder dártelo.

Se obligó a soltarla, a renunciar a su cálido y voluptuoso cuerpo. Para siempre.

Ella se colocó bien el bañador y lo miró con ojos grandes y oscuros.

—Me alegra que hayas venido, aunque no puedas quedarte.

Aidan le pasó el dedo pulgar por la curva de la mejilla.

—Adiós, Lyssa.

Dando media vuelta, la dejó.

Notó cómo ella lo miraba durante todo el camino hasta que la puerta se cerró y se convirtió en una frontera infranqueable entre los dos.