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Con la luz del sol inundándole los ojos, Aidan parpadeó y se quedó mirando a la mujer que tenía en sus brazos. El corazón le dejó de latir y cada célula de su cuerpo se detuvo al ver los bucles dorados caídos sobre la arena.

—¿Qué…? —jadeó ella con sus preciosos ojos oscuros abiertos y sorprendidos mientras miraba a su alrededor—. ¿Dónde estamos?

Una ligera brisa tropical despeinaba a Aidan y de fondo se oía música reggae, pero sus ojos no dejaban de mirarla. Lyssa estaba confundida y hundía sus uñas en la piel de los antebrazos de él, que no podía pronunciar una sola palabra coherente que la tranquilizara.

Lyssa Bates era increíblemente hermosa, sus rasgos tan aristocráticos como sensuales. Su boca era carnosa y roja, daban ganas de besarla. Sus ojos, seductores y ligeramente achinados, revelando inteligencia e inocencia. ¿Por qué se había descrito con un aspecto tan deteriorado y agotado?

Porque así es como se sentía.

—Ay, Dios mío —susurró ella mientras las yemas de sus dedos acariciaban el rostro de él con reverencia—. Eres guapísimo.

Y a continuación, se vieron sumergidos en la oscuridad. La música se silenció y la aromática brisa marina desapareció, quedando sólo los dos entrelazados, con sus corazones latiendo a toda velocidad uno junto al otro.

—¿Qué ha pasado? —exclamó ella con tono lastimero.

Aidan se quedó inmóvil de la impresión. Había deseado su olor, la sensación de su cuerpo, su forma de hablar tan directa… Independientemente de la apariencia de su rostro, había querido ponerla debajo de él y follársela sin pensar en nada más. El sexo como distracción le había funcionado siempre y, por la forma en que ella reaccionó a su abrazo, supo que con ella también funcionaría.

Entonces, la vio. Y ahora quería algo más.

—Te has asustado —consiguió decirle con voz ronca—. Te has salido del sueño.

Mientras él trataba de lidiar con las consecuencias, ella volvió a acariciarle el rostro, aprendiéndose sus rasgos con el tacto, como haría un escultor. Él no tenía ni idea de lo que ella había visto con la luz. Su sueño le habría convertido en lo que ella más deseaba. Por primera vez, aquello le hizo sentir celos y desear que el efecto que hubiera provocado en Lyssa fuese auténtico y que la cara que ella tanto había admirado fuera la suya.

—¿Aidan? —Habló en voz baja, con voz dulce y vacilante. Solitaria.

Igual que él.

Se dio la vuelta y tiró de ella para colocársela encima, con los brazos caídos sobre el suelo. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, con el peso de su duda aplastándole el pecho y haciendo que le costara respirar. Toda una eternidad seduciendo le había aportado la suficiente sabiduría como para estar seguro. Algo frágil había arraigado durante el breve momento en que se habían mirado a los ojos.

Tenía que reprimirlo y olvidar a Lyssa.

—¿Sí? —Su voz sonó áspera y sintió la confusión que provocó en ella. Debía dejarla ir, apartarla de él.

Pero no podía hacerlo.

Entonces, ella bajó su boca hacia la suya y su cabello suave y fragrante le rodeó, encerrándolos juntos, hasta que perdió la conciencia de todo excepto de ella y de lo mucho que la deseaba. Los labios de Lyssa acariciaron los suyos, un breve beso, una suave presión. Gimió al sentir dolor. Animada, movió la lengua y le humedeció el labio inferior antes de chupárselo, tirando de él de una forma rítmica y haciendo que su polla se hinchara y le doliera. Lyssa colocó las manos a ambos lados de la cabeza de él y se levantó ligeramente para que sus pechos acariciaran el de él de un lado a otro.

Aidan Cross, Guerrero de la Elite y seductor inmortal estaba siendo completamente seducido por primera vez en su infinita existencia. Y a Lyssa Bates aquello se le daba mejor que bien.

Había querido distraerla y echarle un polvo. Ahora, copular con Lyssa se había convertido en una maraña peligrosa. Su cerebro no estaba analizando paso a paso el mejor modo de excitarla para poder abalanzarse sobre ella y meterle la polla. Su cerebro apenas funcionaba, lo suficiente para detectar el pánico que había en lo más hondo de su deseo. Quería abrazarla con fuerza, despacio, volverla loca con su boca y sus manos antes de deslizarse dentro de ella y hacer que se corriera. Una y otra vez.

No para olvidarse de sí mismo, sino para encontrarse. Para recordar qué se sentía cuando aún tenía esperanza, para recordar cuando no tenía miedo de sentir interés por alguien.

Abrió la boca para hablar, pero en lugar de ello, Lyssa se la inundó con un beso, recorriendo con su lengua el interior, acariciándole la suya, haciéndole estremecer. Se movió para montarse a horcajadas sobre su cintura, con el coño tocándole la polla y deslizando su pequeña complexión sinuosamente por la de él, acariciándolo con todo su cuerpo. El pecho de Aidan se elevaba y se hundía con tanta rapidez que se sintió mareado. Sudaba y extendió la mano para apartarla, pero sus músculos se negaron a obedecer.

—La arena —dijo con voz entrecortada mientras giraba la cabeza para dejar que la boca de ella le mordisqueara la mandíbula.

Al instante, la arena le amortiguó la espalda.

—El sol. —Si la obligaba a hacer los cambios, quizá su pasión se rebajaría lo suficiente como para que él pudiera resistirse y salvarse. No podía permitir que su creciente fascinación por ella fuera a más. No había lugar para una relación entre ellos y, aunque lo hubiese, sería imposible. Aidan debía dedicar toda su energía a la lucha. No podía permitirse perder la concentración necesaria para realizar bien su trabajo.

El aire que los rodeaba se fue iluminando poco a poco, como un amanecer, y la bañaba con un resplandor dorado que formó un halo alrededor de su pelo. Le pareció que era un ángel, una mujer tan abierta como inocente, pero no tan frágil como las circunstancias le hacían parecer.

—Por favor, no pares —le susurró ella al oído haciendo que sintiera un escalofrío.

—Lyssa. —Apretó la mandíbula—. No lo entiendes.

Ella hundió su cadera en la de él y su polla se sacudió al sentir el calor de ella abrasándole la piel más sensible.

—Me deseas —repuso ella con obstinación.

—Sí, pero hay cosas que tú no…

—Y yo te deseo a ti.

Aidan gimió mientras ella volvía a contonearse.

—¡Joder! —murmuró él revolviéndose para sujetarla debajo de él.

—Exactamente lo que yo estaba pensando —dijo ella con voz y ojos divertidos.

Apagando deliberadamente la parte de su cerebro que le instaba a pensárselo bien, Aidan dejó que su cuerpo tomara el control.

Eso era lo que sabía hacer, lo que había estado haciendo durante siglos, y nunca había deseado tanto a una mujer. ¿Podía enfrentarse a legiones de Pesadillas pero le daba miedo follarse a una mujer a la que deseaba?

—Haz desaparecer de tu mente todo excepto yo —le ordenó él con voz brusca—. Deja que yo te lleve.

—Ya lo estás haciendo.

Concentrándose más de lo que lo había hecho nunca, Aidan tomó el control del sueño, cambió lo que los rodeaba y creó una habitación circular iluminada con velas y flores exóticas y olorosas. Había incienso aromático ardiendo en varios soportes que dejaba escapar delgados hilos de humo blanco y fragrante. Dominando el interior del espacio envuelto en terciopelo había una enorme cama redonda donde se amontonaban un montón de pañuelos de diferentes colores. Era allí donde se los imaginaba, tumbados en mitad de aquella suavidad, con la piel desnuda y apretándose una contra otra. Ahora que estaba decidido, se aseguraría de que aquélla fuera una noche que ninguno de los dos olvidara jamás. Su tiempo juntos era limitado y estaba decidido a agotar su deseo antes de que terminara.

—¡Vaya! —exclamó ella con sus ojos oscuros abiertos de par en par—. ¿Cómo has hecho eso?

—Calla. —Colocó sus dedos sobre los labios de ella—. No hables más. —Se puso de lado, cogió la mano de ella y colocó la palma contra su pecho—. Siente el ritmo de mi respiración.

—Pues… Preferiría sentirlo contigo desnudo.

Él arqueó una ceja.

—Soy yo quien te lleva, ¿lo recuerdas? —Respirando hondo, Aidan empezó a imitar el rápido ascenso y descenso del pecho de ella y, a continuación, redujo la velocidad—. Sigue mi ritmo.

Lyssa hizo caso a Aidan hasta que estuvieron tomando aire y soltándolo al unísono. La concentración necesaria para hacer lo que él le pedía hizo que se olvidara de todo lo demás. Se sintió inundada por una corriente sensorial —los seductores olores de la habitación, la sensación de su contorno duro y poderoso y la suavidad de los tejidos sobre los que estaban tendidos—.

Miró a su alrededor y vio la gran cantidad de flores de hibisco que decoraban los jarrones llenos de agua y el suave resplandor violeta que desprendían los faroles de aceite. También había velas en candelabros adornados con piedras preciosas y la luz de la luna se filtraba por una ventana circular. En conjunto, el efecto era mágico, sumamente sensual y cargado de erotismo.

Mientras su mundo se reducía para abarcar tan sólo aquella habitación y el hombre con el que la compartía, Lyssa sintió que el hechizo por Aidan se hacía más fuerte.

—No rompas el ritmo de tu respiración. —Su voz era un sonido grave y seductor que fluía hacia ella. Aidan levantó la mano y en ella apareció una pequeña botella de un líquido dorado.

—¿Me vas a enseñar a hacer eso? —susurró ella mientras observaba cómo él se movía elegantemente para ponerse de rodillas a su lado y vertía en su mano el aceite con olor a jazmín.

—Algún día. Esta noche no. —Su lenta sonrisa hizo que el corazón de ella le diera un brinco—. Esta noche voy a darte lo que los dos queremos.

Lyssa apenas podía creer lo que estaba pasando. Estaba a punto de tener sexo con un hombre al que apenas conocía.

Pero aquello era un sueño y ninguno de sus tabúes tenían cabida en él. No había que pasar por la rutina de los diferentes pasos en las citas de cenar e ir al cine, siguiendo «las normas» hasta estar seguros de que se conocían lo suficiente como para «hacerlo».

Qué estupidez. Ella ya sabía todo lo que necesitaba saber. Era amable y atento con sus necesidades, se esforzaba al máximo por crear un entorno atractivo en el que poder tomarla. Si aquello no hubiese consistido nada más que en sexo, se la habría follado en la arena y le habría bastado con eso. En lugar de ello, el modo en que él se enfrentaba a su encuentro sexual lo adaptaba a los placeres de ella.

Manteniendo la respiración profunda y regular, Lyssa dejó que sus ojos recorrieran todo el cuerpo de Aidan, admirando su piel dorada barnizada por la parpadeante luz de las velas. La tenía tirante por sus pectorales hermosamente definidos y sus abdominales marcados y sus bíceps se flexionaban mientras calentaba el aceite en sus manos.

Después, miró más abajo y vio el objeto de su deseo. La boca se le hizo agua y el coño se le humedeció al ver su impresionante polla y sus pesadas pelotas.

—Dios mío, estás bien dotado. —Todo su cuerpo se estremeció y la mente se le llenó de imágenes de él haciéndola llegar al orgasmo con aquella erección tan apetitosa.

Joder. Por fin, después de tantos años, tenía al tipo perfecto. Aquello fue suficiente para hacer que se retorciera de deseo, la piel le ardiera y sintiera un hormigueo al pensarlo.

Se lamió los labios mientras él se sentaba sobre ella. Su polla llena de venas gruesas se curvaba hacia arriba hasta casi tocarle el ombligo. Aquel hombre medía más de un metro ochenta y sus hombros eran tan anchos que no podía ver lo que había detrás de él, pero no se sintió abrumada por su tamaño. Se sentía segura y protegida y tremendamente excitada por tener a un hombre tan esplendoroso en la cama. Su torso iba disminuyendo hasta una cintura sin grasa, unas caderas esbeltas y unos muslos poderosos. El recuerdo de aquellos muslos entre los de ella hizo que se le secara la boca.

Incapaz de resistirse, Lyssa levantó las manos y envolvió con ellas su erección. Deslizó los dedos hacia arriba, calculando su longitud, y parpadeó asombrada.

Pero claro, si él era tan enorme en todo lo demás, ¿por qué no también ahí?

—Existe una filosofía espiritual llamada tantra —murmuró él mientras colocaba la palma de las manos sobre sus pechos ansiosos para amasarlos—. ¿Has oído hablar de ella?

—Algo. —Sus dedos recorrían la dura longitud de su polla, asimilando su forma y textura al detalle. Oyó ligeramente cómo él dejaba por un momento de tomar aire y, a continuación, volvía a recuperar el ritmo de su respiración.

Sus bastas manos apretaban la carne inflada de ella y ejercían una presión hábilmente calibrada. Los párpados de ella se volvieron pesados mientras la sangre disminuía su ritmo, fluyendo lentamente por sus venas.

—El tantra enseña a los que creen en él que la energía del cosmos existe dentro de nuestros cuerpos y que una verdadera unión sexual tántrica fusiona estas energías en una sola.

—Aidan —gimió Lyssa cuando las yemas de los dedos de él tiraron suavemente de sus pezones. Estaban tan duros que casi le dolían de tanta excitación y el aceite en las manos de Aidan hacía que sus caricias se deslizaran por la piel calenturienta. Aquella combinación la enloquecía, pues la calmaba tanto como la provocaba—. Ah… La verdad es que no necesito preliminares ahora.

Aidan guiñó un ojo, desprendiendo sexo picante, erótico y exquisito por cada poro.

—Eso es lo que trato de decirte. Esto no va a ser un polvo rápido. De hecho, va a pasar un rato hasta que sientas mi polla dentro de ti.

—No puedes estar hablando en serio.

Lyssa arqueó la espalda mientras él pellizcaba las puntas erectas de sus pechos.

—Claro que puedo.

Entrecerrando los ojos, ella también deseó tener un poco de aceite. Al instante, sintió las manos resbaladizas y una lenta sonrisa apareció en su boca. Apretó las manos y bombeó la palpitante largura de aquel astil. Aidan gimió.

—Donde las dan las toman —murmuró ella.

—Tendremos que bajar la intensidad, tía buena. —Aidan le metió la mano entre las piernas y se las abrió para poder acariciarle el clítoris. Lo frotó presionándolo con suaves círculos mientras su otra mano seguía tirándole del pezón—. Estás demasiado hambrienta. Demasiado impaciente.

—Ay, Dios mío… —susurró ella, aferrándose a la polla de forma convulsiva mientras un agudo y rápido orgasmo la pillaba por sorpresa. Dos de los largos y encallecidos dedos de Aidan se deslizaron dentro de ella, follándola, mientras con su engrasado dedo pulgar continuaba la consumada manipulación de su clítoris. El coño se le estremeció y se movió con espasmos, mientras su cuerpo se tensaba como un arco. Torciéndose… extendiendo los brazos…

Mientras volvía a alcanzar otro orgasmo, su coño succionaba vorazmente los dedos de Aidan.

—Qué excitante —gruñó él inclinándose sobre ella, deseando llegar más hondo de lo que sus dedos podían. Lyssa abrió la boca y trató de beberlo con un beso frenético y apasionado. El acomodó su boca a la de ella y le dio lo que quería, un profundo y húmedo beso. Sintiéndose salvaje y fuera de control, ella empezó a masturbarlo con ambas manos, apretándole la gruesa cabeza de su polla con cada tirón hacia arriba.

—Para —dijo él con voz ronca mientras ella le sacaba con la mano apretada fluido preseminal por la punta—. Vas a hacer que me corra si sigues así.

—Habías dicho que debíamos bajar la intensidad —dijo ella con ansia—. Podemos hacerlo más lento la próxima vez.

La próxima vez. Aidan no había pensado nunca en una «próxima vez» con una mujer. Sólo había existido esta vez. Por supuesto, normalmente él podía hacer que «esta vez» durase toda la noche. Sabía ya que tendría suerte si duraba cinco minutos dentro de Lyssa. Por suerte, ella estaba dispuesta y más que lista, y su coño tan jugoso y caliente que se derretía alrededor de sus dedos. Y, como había dicho ella, podrían ir más lentos la siguiente vez.

Le excitó aún más la idea de tener a Lyssa una y otra vez y la polla se le puso terriblemente gorda.

—Ponte sobre las manos y las rodillas —le ordenó Aidan, separándose.

Los oscuros ojos de Lyssa se abrieron de par en par cuando se libró de sus manos. Tragó saliva.

—No sé si me cabrá así. Eres muy grande.

Aidan se agarró la polla con las dos manos y la cubrió con una mezcla del líquido de ella y el aceite.

—Hazlo. Deja que yo me encargue de la logística. Tú limítate a estar ahí y correrte.

Ella se dio la vuelta mostrando un culo prieto y dulcemente curvado que hizo que las pelotas de él se pusieran duras. Los rizos dorados oscuros que había entre las piernas de Lyssa estaban recortados casi al cero y dejaban ver los pliegues rosa pálido que relucían con su deseo.

Él cerró los ojos mientras tomaba aire, con cada músculo tensado por la expectación y el profundo deseo. No era aquel despliegue erótico lo que más le conmovía. Sino la confianza de ella. El corazón empezó a latirle con más fuerza, y su respiración se volvió tan irregular e incontrolada como su humor. Como si estuviese de pie sobre un precipicio, sabiendo que iba a caerse, pero incapaz de impedirlo.

¿Cuándo había sido la última vez que había estado tan caliente? ¿Cuándo fue la última vez que había deseado tanto a una mujer?

Aidan estaba deseando que sus emociones sencillamente se descontrolaran un poco con aquella misión. No había tenido sexo desde que había conocido a Lyssa. Simplemente, no había tenido tiempo con todo el trabajo que tenía y, cuando se encontraba con una o dos horas libres, las pasaba pensando en ella. Quizá le hubiese causado a su sistema una conmoción por haber prescindido de ello. Ése debía ser el problema. Llevaba siglos follándose a mujeres. No tenía por qué ser distinto esta vez.

—Date prisa —susurró ella.

Él abrió los ojos y vio a Lyssa mirando hacia atrás, hacia él. Sintió un nudo en la garganta al ver la grácil curva de su espalda y su esbelta cintura. Era hermosa de una forma que le atraía intensamente.

Agarrándola de la cintura con una mano, dirigió su polla con la otra hacia su resbaladiza abertura, restregando el palpitante capullo por la raja de ella.

—Yo… estoy nerviosa —admitió Lyssa con cada terminación nerviosa concentrada en su coño y en la polla que estaba a punto de deslizarse en su interior. La piel se le llenó de sudor. Se estremeció cuando él empezó a entrar, con su grueso capullo extendiéndose dentro de ella.

—Tranquila —murmuró él—. Estoy aquí.

Aidan entró despacio, muy despacio, abriéndose paso en su interior, avanzando, retirándose, haciendo que ella fuese terriblemente consciente de cada centímetro. Su avance fue agónico, un tormento que la volvió loca hasta que los brazos le empezaron a temblar, obligándola a caer sobre los pañuelos. El cambio de ángulo inclinó su cadera hacia arriba, lo que le permitió a él darle más de aquella magnífica polla. Lyssa gimió.

—Así. —La voz de él sonaba como un terciopelo rugoso y oscuro—. Dame ese coño.

—Dame tú esa polla —contestó ella, sin aliento, cerrando los ojos y apretando las manos sobre la seda. Jadeaba, su cadera se retorcía, pero él la agarraba con fuerza y hacía que siguiera su ritmo pausado—. Oh, Dios mío… es increíble cómo te siento.

Lyssa no había estado más excitada en su vida. Estaba muy húmeda, muy caliente. Había dudado poder albergar a un hombre de ese tamaño.

—Ah, Lyssa —canturreó él, acariciándole con una mano toda la espalda y haciendo que se arqueara como un gato—. Tienes el coño más apretado, jugoso y ansioso que me he follado nunca.

—Aidan. —Ella se estremeció con violencia, y las rudas palabras que oyó en ese delicioso acento hicieron que se humedeciera. La lubricación adicional permitió que él pudiera deslizarse más adentro, lo que hizo que los dos ahogaran un grito. El control de las respiraciones quedó fuera de lugar. Los dos estaban demasiado incontrolados, concentrados absolutamente en el lugar donde sus dos cuerpos se unían.

A ella le gustaba el vocabulario sucio del sexo, había fantaseado con ello, pero hacía falta un hombre con el que tuviera mucha confianza para mostrarse tan abierta. Hasta ahora, no había encontrado ninguno.

Por fin, Aidan se hundió hasta el fondo, y apoyó sus pesadas y apretadas pelotas contra su clítoris. Se echó hacia atrás y bombeó hacia delante, y los embistes de su saco contra la resbaladiza carne de ella obligaron a Lyssa a lanzar un profundo gemido.

Su voz arrastraba las palabras llena de placer.

—Estás muy dentro.

Y lo estaba. Cada hendidura de su coño estaba estirada para darle cabida, enfundándolo como un guante hecho a medida. No había forma de ignorar lo bien que se ajustaban el uno al otro.

Aidan se detuvo con una mano en la cadera de ella y la otra en el hombro. Su pecho se elevaba y se hundía con grandes rugidos contra la espalda de ella, que dirigió su atención hacia los temblorosos muslos de él. Sintió que estaba partiéndose en dos. Parecía que a él le pasaba lo mismo.

El olor tentador de la piel de él inundaba el aire que la rodeaba y se unía al del incienso. Allá donde se tocaran, se quedaban pegados y sus sudores mezclados los unían aún más.

—Quizá si nos corremos rápido… —sugirió ella con voz temblorosa, tratando de pensar en un punto más allá de este momento de vulnerabilidad.

—Sí.

Metiendo la mano por debajo de ella, Aidan le frotó el clítoris con aquellos enloquecedores círculos y empezó a follar su coño con largas y acompasadas embestidas. La sensación era increíble, notar cómo se estiraba y se encogía, los apretones y la succión, ser bombeada con precisión experta por un hombre que sabía follar tan bien que hacía que perdiera el sentido con tanto deseo.

Lyssa no tenía duda de que aquella situación la superaba. No tenía experiencia tratando a hombres como Aidan. Por la forma en que él se colocaba sobre su cuerpo y lo montaba con absoluta seguridad, estaba claro que se encontraba en su medio. Ella, por otra parte, no podía más que quedarse allí tumbada y tomarlo, con tal sensibilidad por todo su cuerpo que el hecho de notar el colgante de él acariciándole la espalda, le hacía tener un orgasmo.

—Qué placer —gimió él mientras ella se movía debajo de él con un grito de sorpresa—. Me corro…

Sintió la polla de Aidan dando sacudidas dentro de ella mientras llegaba a un fuerte orgasmo que la inundó con pulsos de semen denso y caliente. La sangre le rugía en los oídos, apagando los sonidos, pero poco a poco se fue dando cuenta de las palabras que él susurraba suavemente en un idioma que ella no entendía. Su tono era reverente y su abrazo aplastante.

Cuando ella hundió las rodillas, él la siguió hacia abajo, moviéndose para quedarse tumbado detrás de ella.

Aún dentro de ella.

Aún murmurando aquellas hermosas y misteriosas palabras con los labios presionados sobre la piel de Lyssa.