17

Con las piernas abiertas y las manos en la cintura, Aidan miró al Anciano principiante que estaba en el tubo que había delante de él, pero era la cara de Lyssa lo que veía, sus ojos grandes y oscuros llenos de dolor y confusión. Respiró hondo y se aferró a su sensatez por un hilo. Delante de él se extendían días infinitos, una eternidad sin Lyssa.

—¡Maldita sea, Cross!

Giró la cabeza y sus ojos se encontraron con el ceño fruncido de Connor.

—Joder, tío —murmuró Connor—. Estoy llamándote desde hace un rato.

Aidan se encogió de hombros con indiferencia.

—¿Qué quieres?

Connor soltó un suspiro y se pasó una mano por su pelo rubio.

—Quiero que seas feliz. O al menos, quisiera que no estés triste.

—¿Has hecho lo que te he pedido?

Connor dio un paso hacia el interior de la habitación y asintió.

—Aparte de Lyssa, nadie más en el mundo sabe que has existido nunca.

—¿Lyssa sigue resistiéndose?

—Lo siento —contestó Connor encogiéndose ligeramente de hombros—. Es demasiado fuerte.

Aidan miró hacia otro lado con un nudo en la garganta. Le mataba pensar que Lyssa estuviese sufriendo la misma angustia que él. A Aidan le costaba respirar y ella era mucho más sensible. Fue aquella empatía lo primero que le atrajo de ella.

—Sigue intentándolo.

—Wager hace todo lo que puede.

Connor se quedó en silencio un largo rato.

—¿La olvidarías si pudieras? —preguntó por fin.

—No. —Aidan sonrió con pesar—. Es mejor haber amado y perdido después que no haber amado nunca.

—Yo no sé de esas cosas, amigo —repuso Connor con brusquedad—. Casi prefiero estar a este lado de la valla. Si te soy sincero, todo parece mucho mejor desde aquí.

Connor se marchó con pasos apenas audibles sobre el suelo de piedra. En el aire permanecieron las preguntas que no se habían hecho mucho tiempo después de que se fuera y Aidan estaba agradecido de que su amigo no le hubiese obligado a responderlas. No podía hablar de Lyssa ni de lo que había hecho cuando estuvo con ella. Le dolía demasiado.

Cerró los ojos con fuerza y trató de centrar su mente en las tareas que aún debía realizar más que en el dolor lacerante que sentía en el pecho. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. No importaba.

—Cross.

Con un movimiento instintivo, Aidan cogió la espada que estaba apoyada sobre el tubo que tenía delante de él y se giró a la velocidad de un rayo, pero controlando su cuerpo.

Sheron apenas pudo dar un salto hacia atrás, a tiempo de evitar ser cortado en dos.

El Anciano levantó las manos a la defensiva.

—Estoy desarmado, capitán.

Aidan entrecerró los ojos.

—¿Cómo has entrado aquí? No estabas con los demás.

—Me decepcionas. Creía que te había enseñado a ser mejor.

—Me enseñaste lo suficiente como para poder hacerte daño. Ahora mismo, eso es lo único que necesito saber.

—¿De verdad? —Sheron recorrió la habitación con la vista—. Entonces, supongo que no te importa saber cómo puedes regresar con tu Soñadora y ser más productivo en su mundo de lo que puedes serlo aquí.

Entreviendo un atisbo de sonrisa en las sombras de su capucha, Aidan empujó a su antiguo maestro contra el duro muro de piedra. Apoyó el antebrazo con fuerza contra la tráquea de Sheron.

—Te sugiero que cuando retire el brazo, empieces a hablar.

Sheron consiguió asentir levemente y Aidan aflojó ligeramente la presión.

—Existen leyendas terrenales sobre los sueños —dijo el Anciano con la respiración entrecortada.

—Ve al grano.

—Ciertas culturas humanas se han esforzado por controlar los sueños de varias maneras, a través cazadores de sueños, muñecos o símbolos.

Aidan lo miró con más atención.

—Continúa.

—¿De dónde crees que proceden las ideas de utilizar esos recursos? Hay un punto de verdad tras cada leyenda.

—Lo sé. ¿Y?

—Hay lugares por el planeta de esa Soñadora donde siguen estando los artefactos originales que dieron lugar a esas leyendas. Han permanecido ocultos hasta que apareciera la Llave. Existía la posibilidad de que la Elite no consiguiera matarla o no pudiera y los Ancianos querían contar con algún recurso.

A Aidan se le heló la sangre en las venas.

—¿Y qué hacen?

—Todo lo que necesitas saber está en ese libro que te llevaste —Sheron bajó la voz y se volvió más apremiante—. Van a enviar a alguien en busca de esas cosas. Mientras tú estás aquí, tendrán a alguien allí para que actúe contra tu Soñadora.

—¿Por qué iba yo a creerte?

—¿Qué beneficio obtendría mintiéndote?

Aidan arqueó una ceja.

—Me tendríais alejado durante un tiempo.

—Ah… —Sheron sonrió—. Es eso.

Apartándose de la pared, Aidan levantó la punta de su guja. El corazón le latía a un ritmo constante, el pecho se le elevaba y hundía sin esfuerzo, pero sus emociones no estaban igual de calmadas.

—El libro dice algo de la Llave, la Cerradura y el Guardián que destruye el mundo tal y como lo conocemos.

—¿Ah, sí? —preguntó Sheron en voz baja.

Aidan hizo una pausa para recordar lo que había transcrito y, de repente, dudó de las conclusiones que había sacado.

—Hay cámaras por todas partes, Cross. Hasta que tus hombres tomaron la caverna, yo no podía hablar con libertad. En cuanto a tu regreso, la Elite no se habría apropiado de este lugar si no estuvieras aquí y vas a necesitar estas herramientas si es que tienes alguna esperanza de conseguir lo que buscas. Todo tenía que suceder del modo en que lo ha hecho. Confía en mí.

—¿Y el colgante?

—Lee el libro. Está todo ahí. Los Ancianos no saben que lo han perdido. Con tus hombres aquí dispondrás del tiempo que necesitas.

—Estás traicionando al resto de los Ancianos. ¿Por qué?

—Todos queremos lo mismo, que se acaben las Pesadillas. Pero creo que existen otras formas de conseguir ese objetivo. Yo no puedo hacer nada sin perder mi posición, pero tú puedes actuar en mi lugar. Quizá no siempre entiendas por qué hago algunas cosas como lo del colgante, pero confía en que todo tiene un porqué. —Sheron se dirigió a la puerta con un remolino de sus túnicas grises.

Aidan dio un salto para detenerle, pero con la misma rapidez que él se acercó, el Anciano había desaparecido, desvaneciéndose en el aire.

***

Mientras Golosina gruñía con fuerza y se restregaba contra su pierna, Lyssa se dio la vuelta entre los cojines del sofá y se echó la manta de felpilla por encima de la cabeza.

—Vete —protestó, pues odiaba que la despertaran. Al menos, cuando estaba dormida no pensaba en Aidan. Por primera vez en su vida, el hecho de no tener sueños era una bendición.

Había pasado un mes desde que se separaron y todavía la consumía el dolor de su pérdida. La intensidad de su deseo y la tristeza no habían disminuido en absoluto.

Lo empeoraba el hecho de que nadie recordara a Aidan, por lo que no había nadie con quien pudiera compartir su tormento. De no haber sido por las pruebas que él dejó atrás —los libros, el colgante, la espada—, Lyssa habría pensado que estaba como una cabra. De todos modos, no es que estuviese muy cuerda. A veces, en esos momentos oscuros en los que lloraba hasta que no le quedaban lágrimas, Lyssa deseaba que Aidan le hubiera lavado también a ella el cerebro. Sólo por un momento. Un dichoso momento de paz.

Golosina se arrastró por encima de su pierna y restregó la cabeza contra ella. Lyssa sacó la mano de debajo de la manta y le acarició por detrás de las orejas.

El gato bostezó. Ella lloró. Aplastada bajo el peso de su pena, se hizo un ovillo. El pecho se le movía con sollozos de sufrimiento y el corazón le dolía en cada centímetro.

Su mente fue repasando su pesar, recordando unos ojos azules llenos de calor depredador y de intención posesiva, recordando un cuerpo duro y poderoso y un rostro salvajemente hermoso. Ilusiones de caricias procedentes de las manos encallecidas de Aidan que le recorrían la piel.

«Te quiero. Dime que lo sabes».

Lo sabía, estaba segura de ello en lo más profundo de su alma. Aquello actuaba tanto de bálsamo como de dardo. Haber encontrado un amor así, sólo para después perderlo… Sabiendo que él seguía en algún lugar ahí afuera, amándola, y que, sin embargo, nunca estarían juntos.

Sonó el timbre de la puerta.

No le hizo caso. Su madre había pasado por allí antes para regañarla y ordenarle que fuera al médico. Había sido una tortura sentarse y fingir que simplemente estaba cansada y no muriéndose porque le habían destrozado el corazón. Al final, le gritó a Cathy que se fuera y su madre se había marchado enfurecida y refunfuñando, dejando que Lyssa se desplomara aliviada. Ir a trabajar durante la semana ya era bastante malo. Enfrentarse a visitantes entrometidos era demasiado.

La puerta se abrió y Lyssa gruñó, acurrucándose aún más. Si no era su madre, sería Stacey, y no quería ver a ninguna de las dos.

—¿Lyssa?

El suave acento de Aidan le acarició la piel como el terciopelo cálido. Se puso rígida, con miedo a mirar. Con miedo a no mirar. Con miedo a despertarse. Con miedo a haber muerto y estar en el cielo, donde se le habían concedido sus más profundos deseos.

—Tía buena. —El amor y la preocupación en aquella amada voz hizo que llorara con más fuerza. Entonces, unas manos suaves la levantaron, moviéndola, subiéndola en brazos sin esfuerzo. Ella se acurrucó contra aquel cuerpo duro y familiar, agarrándose a él mientras éste se hundía en el sofá. Se montó a horcajadas en su cadera y le pasó los brazos alrededor del cuello, apretando la nariz contra su garganta y llorando sobre su piel—. Lyssa. —Las manos de Aidan le acariciaban la espalda mientras la besaba en el pelo—. No llores. Verte llorar me mata.

—Stacey no te recuerda… Nadie te recuerda…

—Mírame —murmuró él.

Tomó una profunda y temblorosa bocanada de aire. Levantó la cabeza y lo miró a los ojos, oscuros como el zafiro y profundos. Muy profundos, con siglos de recuerdos detrás de ellos. Tomó entre sus manos aquel rostro tan increíblemente hermoso y presionó sus trémulos labios contra los de él.

—Creí que habías desaparecido para siempre.

—Estoy aquí —contestó él con voz áspera— y te quiero. Dios mío, te quiero demasiado. —Tomó su boca inclinando sus labios sobre los de ella, besándola con desesperación. Hundió las manos en su cabello, ladeándole la cabeza para besarla mejor. Su cuerpo se excitó bajo el de ella, volviéndose más duro. Por todas partes.

Rota por la pena, la confusión y una terrible necesidad de asegurarse de que él era real, Lyssa le subió la camiseta y vio cómo sus manos encontraban y acariciaban una piel caliente de satén. Él gimió dentro de la boca de ella y ella sintió la caricia de su lengua, que se tragó aquel sonido. Notó cómo aumentaba la excitación de él, sintiendo el efecto que producía en Aidan mientras sus besos pasaban del amor ferviente al puro deseo carnal.

Los dedos de ella bajaron hasta la pretina de sus vaqueros.

—Espera —dijo él, como si aquello fuera lo último que quisiera que ella hiciera. Lyssa le apartó los dedos y le abrió los botones.

—Tía buena… —Aquella palabra cariñosa dicha con dientes apretados hizo que se le pusieran duros los pezones. Era un sonido tanto de rendición como de exigencia—. No me provoques —la avisó—. Te he echado de menos hasta la locura. Deja que me calme un poco.

—Estarás suficientemente calmado en unos minutos.

Su polla salió disparada dentro de la mano de ella, dura, gruesa y palpitante. Él siseó cuando la envolvió con sus finos dedos. La ropa no era de su talla y, por las explicaciones que le había dado anteriormente, ella supo por qué. Aquello constituía una pequeña prueba de que no estaba soñando y se aferró a ella agradecida.

Lyssa le lamió el capullo.

—Ah —gimió él—. Hazlo otra vez.

Aidan dejó caer la cabeza hacia atrás mientras ella recorría con su lengua el rastro de una vena. Él apretó las manos sobre su pelo, tirando de las raíces y Lyssa levantó los ojos para ver los suyos sorprendida. Los ojos de él estaban casi negros, el iris azul estaba dilatado por la excitación y tenía los pómulos encendidos por el deseo.

—Abre la boca —gimió él con sus labios hermosamente cincelados, separados por los jadeos.

—¡Aidan!

Él se introdujo dentro de su boca abierta y la cabeza le cayó hacia atrás mientras los labios de ella lo envolvían.

—Estaba deseando que me tocaras así.

Fue entonces cuando se dio cuenta de cómo él temblaba de la cabeza a los pies, su seductor inmortal de tan reconocido prestigio. Acarició ligeramente con su lengua la parte baja y sensible de la punta y él arqueó la espalda hacia arriba con un gruñido. Lyssa estaba dispuesta a apostar que él nunca había estado tan fuera de control en lo concerniente al sexo.

—Lyssa.

Ella sonrió con la boca llena.

Aidan levantó la cabeza y bajó la mirada hacia ella con los ojos entrecerrados.

—Vas a matarme.

Ella chupó levemente, sólo para ver cómo se retorcía y, después, lo soltó.

—Eso sería gracioso.

Aidan la atrajo hacia él.

—Estás haciendo un trabajo estupendo, créeme.

—Sentía que me estaba muriendo —dijo ella en voz baja mientras le temblaba el labio inferior—. Cada día durante el último mes.

—No puede ser. —Aidan subió la pierna y le dio una patada a la mesa de centro. Se echó sobre ella empujándola hacia atrás y hacia abajo, sujetándola al suelo con su cuerpo grande y duro—. ¿Cuánto recuerdas de la última vez que estuvimos juntos?

—Demasiado.

—No van a conseguirlo, Lyssa —dijo con la mandíbula apretada mientras con bruscas manos le subía el vestido y le arrancaba el tanga de encaje—. Vamos a hacer que esto funcione.

El corazón de ella se estremeció por la determinación que había en su voz.

—¿Cómo vamos a solucionar la cuestión de la mortalidad y la inmortalidad?

Aidan subió la mano por la pantorrilla de ella y se detuvo en la rodilla y, a continuación, la apartó para que quedara abierta delante de él. La miró a los ojos con apasionada intensidad y sus dedos encallecidos recorrieron sus piernas, separándola, acariciándole el clítoris.

—Iremos poco a poco hasta que lo consigamos.

Cuando introdujo dos dedos dentro de ella, Lyssa arqueó la espalda sin poder contenerse.

—Wager y Connor están ocupándose de ello en el Crepúsculo. Yo trabajaré desde aquí.

La respiración de Lyssa se volvió más dificultosa mientras Aidan acariciaba las paredes internas de su coño con aquellos dedos expertos.

—¿Trabajar en qué? —Aquello fue lo único que consiguió decir. El dedo pulgar de él le estaba acariciando el clítoris, flexionando la mano mientras se la follaba con ella. Entrando y saliendo.

Aidan se puso más cómodo y apoyó la cabeza sobre una mano para observarla mientras con la otra la llevaba a un estado de excitación absoluta.

—Es como si delante de mí tuviera la búsqueda de un tesoro.

Mientras ella se revolvía bajo sus atenciones, Aidan le sacó los dedos, colocó una pierna cubierta por tela vaquera sobre sus caderas para inmovilizarla y, a continuación, volvió a su sensual tormento.

—¿Q-qué?

Los ojos de Aidan brillaron con malicia.

—Hablaremos cuando hayamos terminado. ¿Te parece bien la semana que viene? —Acarició un punto dentro de ella que la hizo gemir de placer.

—¿No te necesitan tus hombres? —susurró ella con la piel caliente y tirante y el coño succionando ansioso sus dedos inflados. Una semana en la cama con Aidan… Sintió un escalofrío.

—Yo te necesito a ti. Cuando te fuiste con Connor… —Sus dedos de detuvieron. Cerró los ojos un momento y, después, exhaló con fuerza.

Ella levantó la mano para acariciarle la mejilla y él le acarició la palma con la nariz.

—Hay muchas cosas que tenemos que averiguar —dijo él con brusquedad—. Ni siquiera hemos arañado la superficie de lo que puedes hacer o de lo que supuestamente puedes hacer. Y ese maldito colgante… —Soltó un gruñido—. Conseguiremos resolverlo. Siempre que estemos juntos.

—Te quiero. —Las lágrimas cayeron por las sienes de Lyssa.

Él adoptó una sonrisa auténticamente masculina.

—Lo sé.

Su polla desnuda ardía como un tizón sobre su piel. Lyssa llevó las manos hacia ella, quería agarrarlo, amarle, darle el mismo placer que él le daba. Asomó la lengua para humedecerse los labios secos.

—Creía que necesitabas una mamada.

Aidan se inclinó sobre ella y la besó en la comisura de la boca.

—Bueno, es que me pasa una cosa curiosa cuando me hablas de la muerte. Me despeja.

Ella levantó la cabeza cuando él se incorporó, aferrada a sus labios.

—¿Qué tienes que buscar? ¿Vas a tener que viajar?

—Sí, por desgracia.

—¿Cómo vamos a arreglárnoslas?

Aidan sonrió.

—Chad le robó la espada a un coleccionista privado y rico que ha estado comprando objetos de gran valor en el mercado negro. Recientemente ha realizado sondeos encubiertos para buscar un especialista en adquisiciones de repuesto. Tengo fluidez en todos los idiomas de la Tierra y conocimientos de primera mano sobre el valor de la historia, así que espero que me sea fácil conseguir el trabajo. Él me utilizará para aumentar su colección y yo a él para conseguir dinero y dietas.

Sus dedos se movieron. Ella le clavó las uñas en los brazos.

—No voy a recordar nada de esta conversación, ¿lo sabes?

—Tengo todo el tiempo del mundo para volver a contártelo.

Gruñendo de frustración, luchó en vano contra la fuerza superior de él. Sentía el orgasmo casi al alcance de la mano. Con las caderas inmovilizadas no podía llegar a él.

—¿Te quieres correr? —preguntó él con una maliciosa curva en sus labios.

—¡Sí!

Aidan se rio entre dientes mientras presionaba el pulgar sobre el clítoris y lo acariciaba con pequeños círculos.

Entre gemidos, ella llegó al orgasmo alrededor de las embestidas de sus dedos, estremeciéndose debajo de él, arqueando el cuello de placer.

—Dios, qué hermosa eres —dijo él con tono de asombro.

Volvió a besarla y aquella lenta y profunda unión de las lenguas hizo que ella lo deseara con todas sus ganas. Metió las manos por debajo de su camisa y le acarició los poderosos músculos que se alineaban en su espalda. Él murmuró palabras ásperas, apasionadas y sexuales mientras la cubría con su duro cuerpo.

Ella gritó cuando él la embistió brusca y rápidamente y se deslizó hacia arriba unos cuantos centímetros. Aidan la agarró por los hombros y de su pecho salió un fuerte e inquieto sonido.

—Dios, Aidan…

Con sus dedos pulgares le acarició los pómulos y acercó sus labios a los de ella.

—Lyssa, comparte tu vida conmigo —dijo con un ronroneo.

—Sí… —Se incorporó para devolverle sus besos con desesperación—. Quédate conmigo.

—Encontraremos el modo —prometió él.

El fuerte nudo de miedo que ella había sentido al despertar se deshizo completamente. Aquello liberó sus sentidos y pudo concentrarse de una forma más completa en el lugar donde sus cuerpos se unían.

—Aidan.

Él le daba pequeños mordiscos en el hombro.

—¿Sí?

—Muévete. —Ella se retorcía al sentirlo tan condenadamente grande. Necesitaba el movimiento, la fricción, sentir su enorme cuerpo tensándose encima del suyo.

—¿Estás impaciente? —bromeó él con aquella voz provocativa.

—No sabes cuánto.

Él sonrió con la boca sobre su piel.

—Me estaba volviendo loco sin ti. Ahora estoy dentro de ti, soy una parte de ti, estoy conectado a ti y tengo la intención de disfrutarlo.

Lyssa apretó los ojos con un gemido.

—Me gustaba más cuando eras plastilina entre mis manos.

—Siempre lo he sido. —Aidan flexionó su precioso culo y se deslizó un poco más adentro, apoyando el peso de sus pelotas sobre ella—. Nunca me cansaré de ti. Estoy locamente enamorado de ti. Eso hace que seas tú la que tenga el control.

—Como si pudiera negarme —repuso ella entre jadeos, envolviendo con sus piernas las caderas de él e instándole a que la montara—. Eres adictivo.

Apretó las manos sobre su espalda y le clavó las uñas de los dedos en los duros músculos que le rodeaban la columna. Respiró hondo y apretó el coño alrededor de él.

—Joder —gruñó él tensando todo el cuerpo.

—¡Justo lo que estaba pensando! —Lyssa se contoneaba debajo de él, deseando haber tenido tiempo para desvestirse, pero demasiado desesperada como para sugerir que lo hiciesen ahora.

Él la besó provocándola con besos profundos y narcotizantes. Giró la cadera sin salirse, sin empujar, simplemente acariciándole el clítoris con la pelvis. Ella volvió a correrse y el orgasmo la recorrió entera con una oleada brutalmente intensa. Estirándose como un arco debajo de él, trató de jadear. Él se tragó aquel sonido con un gruñido arrogante mientras su coño se tensaba a lo largo de su polla dura y palpitante.

—Te quiero —gimió ella agarrándose a su delicioso cuerpo.

Cuando terminó, se sintió agotada y dejó caer los brazos a los lados, deslizando las piernas hasta que los talones de los pies tocaron el suelo.

—Cásate conmigo —susurró él moviendo sus labios contra los de ella.

Lyssa lo besó con dulzura y sonrió.

—Claro que sí. Tú, yo y más orgasmos como éste y podré asumir este mundo y el tuyo.

Aidan acarició su nariz con la suya.

—¿Estás cómoda? —preguntó con algo más que un atisbo de diversión pecaminosa.

—Ajá.

—Bien. Porque vamos a estar aquí un rato.