16

Lyssa vio aquellas sombras negras retorcerse con los ojos abiertos de par en par y horrorizados. Eran traslúcidas y su forma no era más que una neblina. Un extraño ruido salía de ellas, un chillido agudo que hizo que los nervios se le pusieran más de punta, como uñas que se clavan en una pizarra. Podían oírse algunas palabras en medio de aquella cacofonía, pero eran demasiado desordenadas como para que tuvieran sentido alguno.

—¿Qué están haciendo? —preguntó mientras se agachaba para poder ver entre las piernas de los gigantes que habían formado un círculo protector a su alrededor.

Los hombres cambiaban sin parar su peso de un pie a otro.

—No están haciendo nada —respondió Connor.

Lyssa se mordió la lengua.

—¿Está pasando algo que yo no puedo ver? —preguntó finalmente al ver que el tiempo pasaba.

—No está pasando nada —murmuró Philip—. Eso es lo malo.

Se abrió paso a empujones para poder ver un poco mejor. Le costaba poder identificar las pesadillas de las que uno se despierta con un sudor frío con aquellas tenues nubes de humo.

—¡Uuuh! —exclamó ella inclinándose hacia delante.

Se retiraron serpenteantes rápidamente.

—Mierda. —Connor la miró con ojos bien abiertos y recelosos—. Lo siento —dijo ella haciendo una mueca.

Entonces, vio cómo todos los hombres la miraban boquiabiertos. Ella soltó un resoplido y volvió a retirarse al centro. Estupendo. Su comportamiento infantil había sido presenciado por todos.

—Se sienten atraídos hacia ella —dijo Connor con tono de asombro—, pero también le tienen miedo. No me lo creería si no lo estuviera viendo con mis propios ojos.

—Tenemos que averiguar ya qué demonios es capaz de hacer. —Philip se hizo a un lado para poder mirarla a ella y a las Pesadillas al mismo tiempo—. Creía que su presencia asustaría a los Ancianos lo suficiente como para darnos cierta ventaja. En absoluto podía imaginarme que pasaría esto. De hecho, me preocupaba que sucediera lo contrario.

—¿Descubriste algo en la sala de control? —preguntó Connor.

—¿Podemos hablar de ello mientras vamos a rescatar a Aidan? —Lyssa daba patadas en el suelo impaciente—. En este preciso momento no me importa qué es lo que dice la profecía que yo voy a hacer.

—Para nosotros es de suma importancia —dijo Connor estudiándola atentamente con sus nórdicos ojos azules.

Ella suspiró, arrepentida.

—Sé que lo es. Aidan me contó que llevaba siglos buscándome, tratando de averiguar qué es lo que se supone que voy a hacer. Sé lo que esa leyenda significa para vosotros y os prometo que si me ayudáis a recuperar a Aidan, yo os ayudaré a descubrir qué es lo que pinto en todo esto.

—Necesitamos al capitán aquí —dijo uno de los hombres con la mirada fija en las Pesadillas—. Nunca nos han vencido mientras él estaba al mando. ¿En qué nos va a beneficiar que él esté en tu mundo?

Un murmullo de asentimiento se escuchó entre los soldados.

—Acepto la posibilidad de que él se quede con vosotros —les aseguró con el mentón levantado estoicamente. Se negaba a llorar delante de los hombres de Aidan—. Pero no así, con la mitad de él aquí y la otra mitad conmigo.

—Quizá sea eso —intervino Connor dando un paso hacia ella—. Puede que la puerta que vayas a abrir no sea la de las Pesadillas, que está claro que no saben qué pensar de ti. Quizá sea la puerta que hay entre el Crepúsculo y tu mundo.

—Ni hablar —contestó ella cruzándose de brazos—. Aidan me contó que toda vuestra fuerza de la Elite fue creada para evitar que las Pesadillas entraran en mi mundo. Yo nunca pondría en peligro algo así.

—Lo cierto —empezó a decir Philip en voz baja— es que la Elite se creó para matarte.

Ella no tenía ni idea de qué contestar ante aquello.

—Vamos a ver si nos dejan marcharnos sin tener que pelear. —Connor envainó su espada y sacó el cuchillo más pequeño que llevaba en la pierna antes de ponerse detrás de ella y pasarle un musculoso brazo por la cintura. Se puso en movimiento despacio, elevándose poco a poco por encima de ellos. Lyssa se aferró a su brazo con todas sus fuerzas.

Las Pesadillas se retorcieron enloquecidas y el ruido que hacían fue aumentando de volumen, pero no hicieron esfuerzo alguno por atacarlos.

Philip se elevó también, al igual que los hombres que estaban bajo su mando. Siguieron empuñando sus espadas hasta que estuvieron a cierta distancia en el aire. Entonces, Philip dio una orden que ella no supo entender y todos envainaron de nuevo sus espadas.

—Justo al otro lado de la colina hay un lago.

Lyssa vio cómo Connor asentía.

—Sé dónde está. Vamos.

Mientras planeaban rápidamente entre la noche nublada, Lyssa observó el paisaje que había debajo de ellos. Aquel hermoso lugar era el mundo de Aidan. Había pasado siglos arriesgando enormemente su vida para defenderlo. Allí él era casi inmortal y tenía el poder de hacer que ocurrieran cosas simplemente con pensarlas. Los ojos de Lyssa se inundaron de lágrimas. Se dio cuenta de que la Tierra no era lugar para un hombre como Aidan. Encontraría el modo de volver aquí y, tal y como le había advertido a ella, una vez que se marchara, no volvería.

—Si tienen a Cross bajo el lago, no habrá modo de acercarse a esa zona con cautela. —La voz de Connor sonó fuerte en su oído.

Philip giró la cabeza para mirar a Connor.

—¿Has estado ahí?

—No del todo. No salí a la superficie dentro de la caverna. No pude. Por lo que pude ver, sólo hay una entrada y no hay forma de acceder de forma sigilosa.

—Maldita sea.

Lyssa hizo una mueca ante la frustración que se desprendía de la voz del teniente.

—Una vez que liberéis al capitán Cross, ¿qué pasará con todos vosotros? ¿No se enfadarán los Ancianos?

Todos los hombres parecieron mirar con tristeza. Fue Connor quien respondió:

—Conocemos los riesgos.

—¿Me van a matar? —preguntó ella tratando de armarse de valor para el enfrentamiento que le esperaba. Todo era posible. No descartaba nada.

—Dudo mucho que Cross vaya a permitir que te pase nada —respondió él con frialdad.

—¿Y tú? —preguntó ella—. ¿Y el teniente? Ninguno de vosotros tiene motivos para confiar en mí. Joder, ni siquiera yo me fío de mí misma. No tengo ni idea de qué se supone que tengo que hacer. ¿Y si estornudo y vuela todo por los aires?

Connor apretó el brazo alrededor de la cintura de Lyssa, cosa que ella agradeció inmensamente, pues estaban muy altos.

—¿Le amas?

—Con todas mis fuerzas.

—¿Y si tu existencia pone en peligro la suya?

—Espero que tú te encargues de ello.

El pecho de él se movía al respirar contra la espalda de ella.

—¿Morirías por él?

—Sí, si es necesario —contestó ella fervientemente mientras el viento hacía que las lágrimas fluyeran por su sien y se escondieran en su cabello—. Él lo arriesgó todo por venir conmigo, Connor, sabiendo incluso que si conseguía salir con vida de aquello yo no le recordaría. Habíamos pasado muy poco tiempo juntos, pero para él fue suficiente. Me deseaba terriblemente.

—¿Tú le quieres del mismo modo?

—Sí. —Sonrió y giró la cara para mirarle, haciendo que su pelo cayera sobre el rostro de los dos. Ella se lo apartó con impaciencia y, de repente, vio que estaba sujeto con una goma—. ¿Lo has hecho tú?

Él negó con la cabeza.

—Vaya.

—Sí —murmuró él—. Vaya.

Se quedaron en silencio un momento.

—Cuando lleguemos al lago, vamos a sumergirnos directamente —dijo él después—. La caverna está bastante honda y necesitamos la velocidad para llegar hasta ella. Te avisaré cuando llegue el momento. Aguanta la respiración y no te muevas. Trata de mantener el cuerpo recto y los brazos y piernas pegados para disminuir la resistencia dentro del agua.

—De acuerdo.

—No sé qué es lo que nos vamos a encontrar ahí abajo. Tendrán la zona bien vigilada y saben que vamos de camino.

—Entendido. Me mantendré apartada.

—Bien. Habría preferido dejarte atrás, pero ahora mismo estás con la única gente dentro del Crepúsculo que desea mantenerte con vida.

El labio inferior de Lyssa tembló y se lo mordió. En ese mundo, todos la querían ver muerta.

Pasaron muy cerca de la cima de una montaña baja y bajaron con una fuerza asombrosa hacia el lago que apareció al otro lado.

—Seguidme —gritó Connor a los demás y, después, en voz más baja—: Prepárate.

Ella tomó aire y, al instante, contuvo el aire en los pulmones mientras se zambullían de cabeza sobre el agua helada. Tratando de no moverse, Lyssa empezó a marearse rápidamente mientras sus pulmones sufrían espasmos por aquel frío tan tremendo. Sintió como si fuera un granizado. Justo antes de perder el conocimiento, salieron al aire cálido y húmedo.

Mientras escupía y jadeaba, la sacaron del agua y la lanzaron a un lado bruscamente. Lyssa se quitó el agua de los ojos y vio el tumulto que había provocado su llegada. Sus Guardianes de la Elite luchaban con sus espadas contra una legión de figuras vestidas con túnicas grises que también blandían unas espadas mortales. El espacio era pequeño y estrecho, dominado por la consola circular de un ordenador y una pantalla con imágenes que parpadeaban a gran velocidad. Por el ángulo en que ella miraba, podía ver la sala que había al otro lado, un espacio lleno de anchos rayos de luz como aquel del que ella había salido antes. Estelas.

La visión del pasillo al otro lado de la caverna la hizo entrar en acción. Se apartó de un salto del camino de un Anciano que huía de una espada de la Elite. Esquivando cuerpos que caían y espadas endiabladas, Lyssa cruzó aquel espacio y escapó, desesperada por encontrar a Aidan.

Entró en el pasillo excavado en la roca y empezó a correr, deteniéndose en cada arco sin puerta para mirar en su interior. Oyó pasos detrás de ella y se giró, aliviada al ver que se trataba de Philip, que corría hacia ella. Ante ella se extendía lo que parecía una interminable hilera de entradas. Los pies le chapoteaban dentro de los zapatos mojados y los pantalones holgados, tan ligeros cuando estaban secos, eran ahora un fuerte peso sobre sus piernas. Deseó que estuviesen secos, pero parecía incapaz de realizar el cambio.

—Sigue avanzando —le instó Philip, que se encargaba de la tarea de mirar en las habitaciones de la izquierda. Él también seguía empapado.

En el siguiente umbral en el que ella se detuvo vio a un hombre en una cámara de cristal cilíndrica. Ahogó un grito, esperanzada, pero después se dio cuenta de que el hombre de pelo oscuro que había dentro no era lo suficientemente grande como para tratarse de Aidan. Siguió adelante y vio a más hombres en otros tubos de cristal. Todos parecían estar dormidos. O muertos.

—¿Qué es este sitio?

—El infierno. —Philip apretó el puño con fuerza alrededor de la empuñadura de su arma.

Continuaron caminando.

Por fin, lo encontró. Su ropa negra contrastaba enormemente con el atuendo blanco de los pobres hombres.

—Dios mío —dijo ella en voz baja mientras el estómago se le revolvía peligrosamente. La cabeza le caía hacia abajo, con el mentón sobre el pecho, y el cuerpo estaba sujeto en posición vertical por algún artilugio que no podía verse. Lyssa corrió hasta la cámara y dio golpes sobre ella, tratando de encontrar una puerta o algún modo de abrirla—. ¡Aidan! ¡Aidan, respóndeme!

La idea de que pudiera estar muerto la hizo sentir tan mal que la habitación empezó a dar vueltas a su alrededor.

—¡Cuidado! —Philip la agarró del brazo y la apartó.

Un destello de algo moviéndose en su visión periférica fue lo único que la hizo comprender la angustia de Philip hasta que una espada pasó con un silbido por su lado, a punto de cortarle el brazo.

—¡Dios mío! —Se movió hacia la izquierda mientras el Anciano volvía a embestir contra ella.

—Mátala, teniente —ordenó el Anciano justo antes de tambalearse hacia atrás cuando la espada de Philip paró la suya con tal fuerza que la capucha le cayó sobre los hombros—. ¿Qué haces? —exclamó.

Philip empujó a Lyssa para ponerla detrás de él.

—¿Cómo puedo sacar al capitán de ahí?

—Está aislado por el bien de todos.

Lyssa se quedó boquiabierta, horrorizada al ver al hombre que llevaba la túnica. Parecía un cadáver, con la piel fina como el papel y muy arrugada y el pelo de un intenso color blanco. La miró con furia con sus ojos claros y ella supo, sin duda, que lo único que él quería era asesinarla.

—Te lo pregunto de nuevo, Anciano —dijo Philip casi alcanzando a su oponente en el abdomen—. ¿Cómo podemos liberar al capitán Cross?

—¡No te lo voy a decir! —respondió el Anciano con tono malicioso.

Lyssa miraba con asombro cómo los dos hombres, tan distintos en apariencia, uno joven y viril y el otro recién levantado de su tumba, se enfrentaban con una muestra de destreza que ella no podía más que admirar. Se retiró poco a poco mientras la pelea continuaba y finalmente se detuvo con la cintura apoyada contra el filo de una mesa. Aventurándose a mirar con qué había tropezado, Lyssa vio un panel de un ordenador parecido al que había visto en la caverna, pero mucho más pequeño. Las letras del teclado estaban en un idioma extranjero, pero la ranura redondeada para una llave era inconfundible.

«Muy bien».

Tomando aire, no hizo caso de los escalofríos que le hacían sacudir el cuerpo y trató de imaginar qué tipo de llave debía buscar. Entonces, la sintió.

Miró hacia abajo y se sorprendió al encontrar una llave redonda colgando de una cadena en el centro de la palma de su mano.

—Joder —dijo en voz baja, asombrada al ver el poder que tenía en el mundo de Aidan. Al parecer, no necesitaba buscar las cosas. Miró rápidamente hacia la cerradura y vio que se trataba de la llave correcta. Ahora sólo tenía que ayudar a Philip a deshacerse del Anciano—. ¡Ya lo tengo! —Sonrió al imaginarse un jarro con un asa y ver cómo aparecía en su mano. Ancho por abajo y con un filo estrecho para vaciar el contenido, parecía exactamente el dibujo de los zumos Kool-Aid. Esperó el momento adecuado y, entonces, entró en acción, golpeando al Anciano en la cabeza cuando se acercó lo suficiente.

El cristal se hizo añicos. El Anciano hizo un ruido balbuceante y, a continuación, cayó a sus pies mientras su espada provocaba un estrépito contra el suelo. Lyssa se quedó con el asa en la mano, sin el jarro, lo lanzó a un lado y se limpió las manos en los pantalones mojados.

—¡Vaya! —exclamó Philip, que había detenido el balanceo de su brazo en el aire.

—Toma. —Le lanzó la llave a Philip y éste la cogió con la mano que tenía libre—. Saca a Aidan de ese tubo.

Él se acercó a la consola.

—Ahora mismo.

Philip encendió el teclado. Un momento después, un fuerte silbido de aire indicaba que la cámara se había abierto y Lyssa se acercó corriendo, justo a tiempo de agarrar a un Aidan que daba un traspié.

—Cariño —murmuró ella con las piernas abiertas en un esfuerzo por aguantar su peso.

Él se aferró a ella con fuerza, acariciando su mejilla contra la de ella.

—Estás mojada —dijo con un susurro balbuceante—. Y no por el motivo que a mí me gustaría.

—Eres un obseso sexual —respondió ella aliviada. Una parte de ella se había sentido aterrorizada al ver tan indefenso a un hombre tan grande como él. Incluso cuando estaba dormido había en él una tensión de alerta que no dejaba nunca que nadie olvidara lo peligroso que era. En aquel tubo había carecido de ella—. ¿Estás bien?

Él le colocó sus grandes manos a ambos lados de la espalda y la apretó fuerte contra su cuerpo hasta que no quedó espacio entre los dos. La sostuvo de esa forma durante un largo rato y, después, Lyssa sintió cómo la cabeza y el cuerpo de Aidan se le tensaban a medida que iba siendo consciente de lo que le rodeaba.

—No, no estoy bien. Estoy enfadado y asustado. ¿Qué demonios haces aquí?

—Salvarte.

—Joder.

—¿Puedes dejar de pensar en el sexo?

La renuente risa entre dientes de Aidan retumbó contra el pecho de ella.

—Me vuelves loco, tía buena.

Ella le subió las manos por la espalda hacia el espeso y sedoso pelo de la nuca. Se abrazó a él y, después, se puso de puntillas para darle unos cariñosos besos en la cara y en el cuello. Mientras recorría con su lengua sus palpitaciones, Aidan gimió y se estremeció.

—Lyssa —dijo en voz baja dejándola sin aire por la fuerza de su abrazo.

—Estaba muy preocupada.

—Yo estoy aterrado. Éste es el último lugar en el que me gustaría que estuvieses.

Ella restregó su cara contra él y Aidan la abrazó con más fuerza, pasándole las manos de forma posesiva por la espalda y las caderas.

—Capitán.

Aidan levantó la cabeza y asintió ante el teniente, que mantenía la cabeza agachada.

—Gracias.

—Bueno, nuestra motivación no es del todo altruista —empezó a decir Philip con frialdad—. Vamos a necesitar un liderazgo en el exilio.

—¿Quién está con vosotros?

Philip recitó de un tirón una lista de nombres.

—Entiendo que ésta es únicamente una misión de rescate. —Aidan apartó a Lyssa de él centrándose por completo en el problema.

—Por el momento, hoy he pasado un tiempo en el Templo.

—¿En la sala de control?

—Creo que la mayoría de las cosas que necesitamos está ahí dentro —dijo Philip asintiendo—. Los Ancianos nos han ocultado muchas cosas. ¿Sabía que es posible moverse por el mundo de ella a través de un Soñador?

—Sí, lo sabía.

—Y es posible pasar libremente de un plano a otro. ¿Lo sabía también?

—Sí.

—¡Entonces, puedes regresar! —exclamó Lyssa eufórica al sentir una oleada de esperanza.

Aidan negó con la cabeza.

—Creo que no es seguro estar contigo y hasta que tenga la certeza de que lo es… —Tomó aire con fuerza y miró hacia otro lado.

Lyssa se mordió los labios para no discutir, pelearse ni descargar su frustración ante lo injusto que era todo aquello. Aidan y ella no habían hecho nunca nada para merecerlo. Todo ese tiempo habían estado esperándose el uno al otro y ahora se separarían por motivos que no tenían nada que ver con sus propios actos.

Durante un largo rato, Aidan permaneció inmóvil, en un silencio cargado de una tensión subyacente, como si se estuviese armando de valor para alguna pesada tarea que vendría después. A Lyssa se le puso la carne de gallina, pese a no tener frío.

—¿Por qué estás perdiendo el tiempo, Cross? —retumbó la voz de Connor cuando éste entró en la habitación. Dirigió la vista al tubo de cristal y, después, de nuevo a Aidan—. Ya no estás confuso y has salido de tu estela. Creía que solamente ella podía hacerlo.

—Sólo ella puede hacerlo. No estoy soñando. Estoy aquí.

—¿Qué?

—Los Ancianos me han rescatado —se explicó Aidan con tono serio—. A mí entero.

—Tonterías —protestó Connor—. Si fuese posible crear grietas que se pueden cerrar nos habríamos pasado a la esfera mortal hace mucho tiempo y habríamos dejado aquí a las Pesadillas.

—Hay muchísimas cosas que no conocemos. Como estos tubos. Están llenos de Ancianos principiantes.

—¿Qué? —Philip apartó la vista de la consola—. No puede ser.

Lyssa frunció el ceño al recordar a los hombres que había visto en las otras salas. No se parecían en nada a los Ancianos con las túnicas grises.

—Quiero que Lyssa salga de aquí —ordenó Aidan con brusquedad—. Hacedla regresar.

—¡No! —Lyssa se agarró a su brazo, que se tensó como una piedra bajo las yemas de sus dedos.

Él bajó la mirada hacia ella con sus helados ojos azules.

—Por lo que sé, tu vida corre peligro si estás fuera de tu estela. No deberías haberte arriesgado por mí.

—¿Pero tú sí puedes arriesgarte por mí?

Aidan no contestó, y su bello rostro con sus facciones y sus preciosos ojos, esos que la habían mirado con tanto amor un momento antes, ahora estaban fijos e inexpresivos. Remotos.

—Te necesito viva, Lyssa. Más de lo que te pueda necesitar a mi lado.

Connor le entregó una espada a Aidan y, a continuación, pasó una mano alrededor de la cintura de ella y la levantó en el aire.

Mientras se dirigían hacia la puerta, Lyssa gritaba confundida.

—No hagas que esto se vuelva más difícil de lo que ya es. —Aidan apartó la mirada con la mandíbula apretada y las fosas nasales dilatadas—. Dame algo sobre lo que trabajar, Wager.

Connor salió de la habitación.

—No te lo tomes como algo personal —murmuró pegando los labios a sus oídos—. Tiene que ocultar sus emociones o, de lo contrario, no podrá pensar en el siguiente movimiento.

Con pasos increíblemente largos, Connor recorrió rápidamente la distancia hacia la caverna. Allí vio a los Ancianos retenidos en un rincón, algunos de ellos heridos, otros lanzando amenazas de castigo. Los hombres de Aidan parecían desconcertados ante aquella situación, pero mantenían sin vacilar las puntas de sus espadas dirigidas al grupo.

En la consola, un hombre pulsaba las teclas con rapidez. Levantó la mirada cuando Connor entró.

—Capitán, ¿puede echarle un vistazo a esto?

Connor asintió y apoyó a Lyssa en el suelo.

—No te muevas —le advirtió.

Se acercó al teclado y, de repente, los hombres de Aidan se olvidaron de ella mientras seguía bajo la mirada fulminante de los espeluznantes Ancianos. El aire estaba húmedo debido a la gran cantidad de agua que había al otro lado del filo de piedra, pero Lyssa sentía un frío que procedía de su interior.

Los dos hombres trabajaron durante un largo rato y aplicadamente en la consola y, mientras tanto, Lyssa dirigió su atención hacia su interior, concentrándose en la necesidad de mantenerse entera hasta que estuviera sola. Controló el abrumador deseo de volver corriendo por el pasillo hasta donde estaba Aidan. Saber que estaba tan cerca era una tortura. Era tan fuerte su deseo que dudaba que pudiera aplacarlo, pero entendía sus motivos. Tampoco podía soportar la idea de que le pasara algo y ésa era la razón por la que la estaba matando el hecho de haberlo dejado. Aidan iba a pasar por todo aquello solo y ella deseaba con todas sus ganas poder serle de ayuda.

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se dio cuenta de inmediato del extraño silencio en que se había quedado la habitación. Hasta que sintió el calor en su espalda e inhaló el sensual y delicioso olor que sólo podía pertenecer a Aidan, no fue consciente del cambio.

Lyssa se puso rígida.

—Sigues aquí —murmuró él. Estaba inmóvil detrás de ella, casi rozándola, lo suficiente como para que pudiera sentir su respiración, lenta y profunda. Pudo sentir la lucha que se libraba en el interior de él. Cerró los ojos con fuerza y apretó los puños.

Comprendía por qué tenían que separarse de esa forma tan radical. Aidan no podía permitir que sus sentimientos afloraran. El cariño que había demostrado nada más salir del tubo era ahora un lastre. Una vez que el dique estaba roto, la riada no se detendría hasta que no quedara agua. Ella también se estaba conteniendo, porque sabía que cuando llorara su pérdida, la desesperación inicial duraría días.

Pero no podía marcharse sin decirle, al menos una vez…

—Te quiero.

El escalofrío que él sintió en todo su cuerpo se propagó por el espacio que había entre los dos. Le rodeó las muñecas con sus manos, pero mantuvo aquella distancia tan provocadora. Le acarició con el dedo pulgar el pulso de sus venas.

—Bonito atuendo —respondió con un susurro.

Apareció una lágrima y, después, cayó, seguida rápidamente por otra. Lyssa dio gracias porque él no pudiera ver cómo le afectaba su respuesta. Afecto, no intimidad. Abrió los ojos negándose a dejar que los Ancianos vieran su tormento.

—Recuerda lo que me prometiste —dijo él en voz baja—. No te quites el colgante. Nunca.

Ella asintió, incapaz de hablar.

Connor se acercó con actitud retraída. Ella se preguntó qué veía cuando los miraba, sobre todo cuando había apartado los ojos con una mueca de dolor. Aidan la soltó y se acercó a la consola.

Lyssa tragó saliva y le dio la espalda.

—Vámonos.

Cada paso que se alejaba de Aidan la destrozaba más, hasta que empezó a jadear de la angustia. Connor se metió en el agua por el saliente poco profundo y alargó los brazos hacia ella. Entrelazando sus dedos con los de ella…

… Lyssa reprimió un grito cuando alguien la agarró desde atrás con un abrazo aplastante pero instantáneamente familiar. Un duro brazo le rodeó la cintura y otro se deslizó entre sus pechos.

—Te quiero —dijo Aidan con voz áspera, pegando los labios a su oído y envolviendo con su cuerpo el de ella con evidente desesperación—. Dime que los sabes.

Lyssa subió los brazos para aferrarse a los de él.

—Lo sé.

Estuvo a punto de pedirle que soñara con ella. Pero en lugar de eso, se mordió la lengua y sintió cómo el corazón se le rompía.

***

Lyssa se despertó con un sobresalto y se irguió. El corazón le latía tan rápidamente que sentía cómo le empujaba las costillas. El sudor le cubría la piel y el pecho se le movía con una respiración jadeante.

El espacio que había junto a ella en la cama estaba vacío y la almohada conservaba aún la forma del hombre que había estado apoyado en ella hacía tan poco tiempo.

—Aidan. —Las lágrimas le inundaron los ojos y cayeron como un río constante.

Se llevó la almohada a la cara, respiró el persistente aroma y lloró.