Connor vio cómo Aidan sacaba la guja de la vaina que llevaba a la espalda. Sacó el cuchillo de la funda que estaba atada al muslo y se dispuso a luchar.
La furia le hervía la sangre y hacía que los músculos se le abultaran por la necesidad de hacer trizas a su enemigo. La sintió, la abrazó y, a continuación, abrió la boca y rugió a las Pesadillas que se arremolinaban alrededor de ellos.
Aquel sonido fue en aumento y, después, salió hacia fuera. Lleno de furia y frustración, el grito fue aterrador y las Pesadillas se alejaron de él retorciéndose, algunas de ellas lo suficientemente asustadas como para desvanecerse en nubes de ceniza de un olor nauseabundo. Gritaban como niños, lo cual provocó que Aidan entrara en tal frenesí que Connor se detuvo en mitad de un giro para observarlo con admiración. Había un motivo por el que Aidan Cross era el mejor de la Elite. Era un jodido cabrón cuando empuñaba una guja.
Las Pesadillas retrocedieron y se arremolinaron insidiosas alrededor de ellos. Lleno de hostilidad, Connor saltó sobre aquellas figuras tenebrosas blandiendo su espada delante de él. Aidan estaba con él, luchando con un vigor que Connor no había visto en él en muchos años.
Con la atención dirigida a Aidan y a las Pesadillas, Connor no se dio cuenta de que ya no estaban solos con su enemigo hasta que fue demasiado tarde. Antes de comprender qué estaba pasando, cientos de Ancianos aparecieron detrás de ellos enarbolando sus gujas. Enseguida, toda la extensión de hierba quedó oculta por un mar de figuras con túnicas grises y por las Pesadillas a las que se enfrentaban. Se extendían hacia fuera como una mancha cada vez mayor, rodeando el porche y los laterales de la casa.
Connor no entendía qué demonios estaba pasando, pero en ese momento no le importó. Lo único que le preocupaba eran las Pesadillas y matar a cada una de ellas. Con la ayuda de los Ancianos, ese objetivo podría alcanzarse.
Hay un momento en toda batalla en el que los vientos del destino cambian de dirección. Los guerreros de todo tipo lo saben por instinto. Les llega con una descarga de adrenalina, una explosión de energía, un rugido de victoria.
Fue en ese momento de triunfo cuando los Ancianos actuaron. Avanzando como si fueran uno solo, subieron en tropel las escaleras y arrinconaron a Aidan con una inundación de brazos que lo agarraban y que lo arrastraban. El capitán luchó como si estuviera poseído, pero fue incapaz de vencer a tal cantidad de asaltantes. Connor rugía de frustración y temor por su amigo. Pero no podía hacer nada, pues estaba atrapado luchando con las Pesadillas que aún quedaban. No podía darles la espalda. No podía ayudarle.
Lo único que pudo hacer fue seguir luchando y hacer un juramento privado de venganza.
***
Lyssa bajó la mirada al libro que tenía en sus manos y a la nota que había sido cuidadosamente colocada encima de él.
«Te quiero».
Nunca antes había visto la letra de Aidan, pero aquella forma de escribir oblicua y arrogante era suya, no le cabía duda. Como él mismo, se trataba de letras hermosas y vigorosas, pero trazadas con dureza y ángulos puntiagudos.
Pasó la yema de los dedos por aquellas líneas mientras lloraba. Aidan creía que si se quedaba con ella la pondría en peligro. Estaba dispuesto a sacrificarse por amor a ella.
—Aidan. —Se secó las lágrimas y, a continuación, se agarró el colgante con la mano cerrada en un puño.
—No vas a estar solo en esto. Y no voy a dejar que te vayas sin luchar.
Lyssa se apartó de la mesa con un suspiro de agotamiento y subió a la cama. Cerraría los ojos y rezaría por poder entrar en el Crepúsculo para salvarlo. Cómo lo conseguiría y qué era lo que podía hacer para ayudarlo, no lo sabía. Había pasado casi toda su vida escondiéndose de los Ancianos y las Pesadillas. Ahora no tenía otra opción. Tenía que enfrentarse a ellos. No podía quedarse sin hacer nada. No podía dejar a Aidan en ese estado, con su cuerpo en un plano y su mente en otro. Hasta ahora, ella se había guiado por sus instintos en cada paso que daba. No iba a dejar de hacerlo ahora.
Lyssa apoyó una rodilla en el colchón y gateó lentamente hasta Aidan. Se acurrucó a su lado y le pasó la pierna por encima y el brazo por la cintura. El pecho de él se elevaba y bajaba de forma regular, pero el corazón le latía a un ritmo desesperado. Apretó la cara a un lado de su cuello e inhaló su olor. Aquello la centró, haciéndole recordar sus caricias y su ternura.
Había atravesado toda una grieta galáctica por ella. Ya era hora de hacer lo mismo por él.
***
Lyssa se despertó sobre una manta en una playa. Tardó un momento en adaptarse a su nuevo entorno, pero antes de poder tomar aire del todo, la fuerza plena de su situación cayó como un cubo de agua fría sobre su cabeza. Se puso de pie de un salto y empezó a mover las manos de forma automática para quitarse la arena de la ropa. Tocó sus prendas con cuidado: una versión en miniatura y femenina del chaleco y los pantalones holgados y negros de Aidan.
—Una ropa muy chula —dijo en voz baja y levantando el mentón—. Desde luego que sí.
Armada ahora con los recuerdos del tiempo que había pasado con Aidan ahí, en el mundo de él, Lyssa estaba aún más decidida a salvar a su hombre. Pensar en sus ojos azules llenos de desolación y desesperación hizo que el corazón se le encogiera.
«Me alegra estar aquí contigo», había dicho él el día que llegó a su puerta. Su sonrisa estaba tan llena de felicidad que el corazón de ella dejó de latir, aplastándole el sentido común como si fuera un molesto moscardón.
—Ya voy, cariño —murmuró ella dirigiéndose a la gran puerta de metal que la esperaba justo después del círculo de luz creado por el sol de su sueño. Respirando hondo por última vez para tomar fuerzas, agarró el pomo, abrió la puerta…
… y vio unos ojos de un llamativo color gris. De una apariencia casi metálica, resaltaban increíblemente sobre una piel bronceada y un mentón apretado. El cabello de color negro estaba atado por detrás y caía por debajo de los omoplatos.
Lyssa ahogó un grito.
—Tus prisas por volver me hacen tener la esperanza de que sientes por el capitán Cross lo mismo que él por ti —dijo aquel hombre.
Lyssa cerró la boca de golpe para poder responder.
—¿Quién eres? ¿Y dónde está él? ¿Está bien? ¿Lo han herido?
Él sonrió e hizo una reverencia.
—Teniente Wager, a su servicio. He venido con el único propósito de llevarte con el capitán Cross. No te preocupes.
Inclinándose hacia un lado para ver detrás de su alta figura, Lyssa contó al menos veinte hombres detrás de él, cada uno de ellos con un aspecto único y delicioso. Soltó un silbido.
—Sí que sé soñar.
—A Cross tampoco se le ha dado mal —respondió el hombre—. ¿De qué color son mis ojos?
—Grises.
—¿Y mi pelo?
—Negro.
—Así que es verdad —murmuró él y, después, recorrió con su mirada risueña todo su cuerpo hacia abajo y, de nuevo, hacia arriba—. Bonito atuendo. También el colgante.
Fue entonces cuando Lyssa notó que los demás hombres estaban vestidos de forma parecida, pero de gris en lugar del negro que ella llevaba. Era un uniforme. Por las distintas sonrisas que le dirigían, dedujo enseguida que iba vestida con un atuendo reservado solamente para el capitán. Hizo una mueca.
—Vaya. El colgante fue un regalo. El resto, un error. Lo cambiaré.
—No, no lo hagas —se apresuró a decir él mientras le ponía una mano sobre el brazo—. Tienes un aspecto estupendo y el elemento sorpresa supone una gran ventaja.
Ella soltó un resoplido.
—Sí, bueno, es lo único que tengo. —Y al ver que él arqueaba las cejas, añadió—: Soy veterinaria. Si tienes a algún animal enfermo no encontrarás a nadie mejor que yo para ocuparse de él. Pero si buscas a una Sydney Bristow[1], mala suerte.
Él sonrió aún más.
—Veamos si sabes salir de la estela.
—¿Qué?
Le hizo una señal para que lo siguiera y los demás hombres se apartaron para dejarlos pasar.
—Según la profecía, eres la Llave y se supone que debemos tenerte mucho miedo. No te veo causando mucho daño atrapada en tu propio flujo del inconsciente.
Lyssa se detuvo.
—¿Y qué pasa si no puedo salir?
—Nada.
—Vale. —Lyssa lo agarró de la mano y la apretó. Él la miró sorprendido—. ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu nombre de pila?
—Philip.
—Prométeme una cosa, Philip. Si no puedo ayudarlo, prométeme que salvarás al capitán Cross por mucho que te cueste.
—Desde luego.
Pronunció aquella respuesta con tal convicción que ella le creyó sin dudarlo.
—De acuerdo. Estoy lista.
¿Para qué? Eso no lo sabía. Pero estaba más preparada que nunca.
Con una mano firme sobre la parte inferior de su espalda, la apartó de la puerta y la acercó a un muro de luz azul resplandeciente. Detrás de él, Lyssa apenas podía distinguir unas formas oscuras. Era como mirar a través de una cortina de agua azul eléctrico.
—¿Puedes verlo? —preguntó él.
Ella asintió.
—Lo único que tienes que hacer es saltar a través de él.
—De acuerdo. A ver qué pasa —Lyssa respiró hondo y saltó.
***
Había un error que cometía con frecuencia todo aquel que se cruzaba con Connor Bruce. Lo subestimaban. Normalmente, esto no le provocaba mucha satisfacción. Esta vez tampoco fue una excepción.
—Estamos encantados de que puedas entender por fin nuestra postura —dijo uno de los Ancianos, una única voz que hablaba por todos.
—Os pido perdón por mi anterior conducta. —Connor hizo una reverencia y fingió arrepentimiento—. No soy un hombre al que le guste que lo pillen por sorpresa y, desde luego, tampoco me gusta que me dominen.
—Sabíamos que no entenderías de inmediato por qué teníamos que detener al capitán Cross como medida preventiva. Pero esperamos que recuerdes que nuestro objetivo ha sido siempre servir y proteger a nuestro pueblo.
—Por supuesto —mintió Connor con facilidad—. Nadie lo pone en duda, y menos yo.
—El capitán Cross sí.
Connor se encogió de hombros ocultando la intensidad de su animosidad con los ojos a medio cerrar.
—La Llave lo ha corrompido, pero siempre ha antepuesto su deber a todo lo demás. Un poco de tiempo apartado de su influencia y recuperará el juicio. Ha estado sin una relación amorosa más tiempo que ningún otro hombre que yo conozca. Los primeros amores siempre lo vuelven loco a uno, pero sólo durante un tiempo. Estoy seguro de que todos vosotros los sabéis.
—Desde luego. Y estamos de acuerdo. El capitán permanecerá aislado un tiempo y, después, volverá a integrarse a la comunidad poco a poco.
—Estaré dispuesto a ayudaros con su reaclimatación cuando llegue el momento.
—Estupendo. Agradecemos enormemente tu colaboración. Puedes regresar a tus obligaciones, capitán Bruce.
Connor recorrió con la mirada el mar de rostros oscuros que había ante él. Hizo otra reverencia y, a continuación, salió al patio, donde estaban unos Guardianes desconocidos, completamente ignorantes de la mentira en la que vivían.
El cielo estaba oscuro, el largo día terminaba. Una fresca brisa sopló junto a él y le llevó el aroma de las flores que brotaban por la noche. A lo lejos, podía oírse el estruendo de las cataratas.
Su hogar.
Como Aidan, él había nacido allí y no tenía recuerdos del mundo que los Guardianes habían dejado mucho tiempo atrás. ¿Pero qué era un hogar? ¿Se trataba de un lugar? ¿O era la gente que se preocupa por ti?
Sabía que lo estaban observando, así que fue directo al Valle de los Sueños. Pasar el rato. Era algo que había aprendido a hacer muy bien durante su tiempo de servicio en la Elite. Suponía que tardaría un rato en aclararse la mente antes de poder pensar bien en todos los lugares a los que llevarían a Aidan para mantenerlo «aislado». Sus pies golpeaban el suelo al correr, y fue por eso por lo que no pudo detenerse a tiempo para esquivar a la ágil rubia que salió de una estela justo delante de él.
Chocó con ella con toda su fuerza y los dos empezaron a caer. Ella dio un grito tan fuerte que a él le pitaron los oídos. Apretándola contra su pecho, Connor se giró mientras caían y dio una patada hacia arriba, lo que hizo que salieran por los aires para que ella no se diera contra el suelo.
—¿Qué demonios…? —gritó ella dándole una patada en la espinilla.
—¡Ay! ¡Joder!
—¡Suéltame! —Aquella pequeña fiera que estaba en sus brazos luchaba como un gato cabreado, le arañaba, le daba patadas y siseaba.
—¡Para! —le ordenó él con voz de mando.
—¡Soy la Llave! —exclamó ella lanzándole una mirada de furia con sus enormes ojos oscuros sin sentir el más mínimo miedo—. ¡Te… te… te echaré un maleficio!
Connor se fijó en su ropa justo en el momento en que ella decía «la Llave» y, después, se le dibujó una sonrisa que no desapareció ni siquiera cuando ella le golpeó en la mandíbula con un gancho bastante digno.
Él la sacudió y la dejó suspendida en el aire.
—¡Oye! ¡Déjalo ya! Soy Connor, el mejor amigo de Aidan.
Lyssa se quedó inmóvil en mitad de un giro y lo miró boquiabierta, lo que le dio la oportunidad de poder mirarla de verdad bajo la simulada luz de las estrellas. Era guapa, delgada pero con curvas, con mechones dorados que le caían caprichosamente por los hombros. Labios carnosos y rojos y unos enormes ojos marrones que se inclinaban ligeramente por los extremos, dándole a su bonita apariencia un toque exótico.
—Ah. —Lyssa arrugó la nariz y él entendió por qué Aidan estaba tan interesado en aquella mujer—. Lo siento.
—Así que, un maleficio, ¿eh? —dijo él riéndose.
Ella frunció el ceño con una expresión que no empañó en absoluto su belleza.
Se oyeron unas risas por debajo de ellos que fueron aumentando de volumen y, entonces, apareció Philip, casi doblado por la mitad mientras flotaba en el aire cerca de ellos.
—Creo que ésta podría haberle dado una paliza de haber querido, Bruce.
—Pero eso es porque yo no pego a las mujeres —repuso Connor.
—Excusas, excusas. —Philip guiñó un ojo a la chica de Aidan—. Le estabas destrozando, Lyssa.
A pesar del reciente torrente de violencia que había visto en ella, Connor tuvo que admitir que le costaba imaginarla como la destrucción de nada. Era muy pequeña y quizá demasiado delgada. Además, tenía esos ojos tan limpios e inocentes.
Ella bajó la mirada al suelo, casi un kilómetro por debajo de ellos y, entonces, se aferró a los brazos de él como una enredadera.
—¡Dios mío! ¡Bájame!
Con las cejas levantadas, Connor fue bajando poco a poco al suelo del valle. Sintió el cuerpo de ella suave y cálido junto al suyo. Dejó escapar un resoplido, deseando en parte que Aidan volviera a ser un soltero empedernido. La otra parte de él reconocía que Lyssa era una chica atractiva con un carácter fuerte. Algunos Soñadores acudían a ellos en sueños lúcidos, pero ninguno había podido nunca dejar su flujo del inconsciente para pasearse entre ellos.
En cuanto sus pies tocaron el suelo, Lyssa se apartó y se quedó mirando a aquel gigante rubio que tanto la había asustado. Se dio cuenta de inmediato de dos cosas. Una, que era enorme. Casi dos metros de altura y, al menos, cien kilos de peso. Y dos, que era tan hermoso como el resto de los Guardianes hombres que había visto hasta ese momento. También él tenía aquel acento tan delicioso.
—Bonita ropa —dijo él sonriendo.
—Ya está bien —murmuró ella—. Voy a cambiarme.
—No, no lo hagas —se apresuró a decir él—. Apuesto a que a Cross le encantará verte así.
Los ojos le escocieron al recordarlo y su error de atuendo dejó de ser importante.
—Necesito verle. Tenemos que ponernos en marcha.
—Estoy de acuerdo —contestó Philip, a la vez que desaparecía de sus atractivos rasgos toda huella de buen humor—. No tenemos mucho tiempo. Los Ancianos tienen cámaras de vídeo por todas partes. Van a saber que Lyssa está aquí.
—Se lo han llevado —dijo Connor con voz grave—. No tengo ni idea de adónde.
Lyssa se quedó petrificada, a punto de llorar y sintiéndose como una estúpida. ¿Qué demonios creía que podría hacer allí? Los hombres de Aidan estaban más capacitados para salvar a su capitán. Lo más seguro es que ella no fuera más que un estorbo.
—Yo he visto adónde. —Philip le hizo una señal a sus hombres, que rompieron la formación—. Lo he visto en el panel de control.
—Joder —exclamó Connor de repente, haciendo que todos lo miraran confundidos debido a su tono bajo y receloso.
Tras mirarlo sorprendida, Lyssa giró después la cabeza en la dirección hacia donde él estaba mirando.
Iluminada por la luz que arrojaban las estelas que los rodeaban, una mancha de humo negro los invadió formando un círculo perfecto. Se fue ensanchando rápidamente, haciéndose más grande por segundos.
—¿Qué es eso? —preguntó ella sintiendo un nudo en el estómago por el miedo.
—Pesadillas. —Philip desenvainó su espada—. Miles de ellas.