Aidan se giró de lado y se llevó a Lyssa con él. En el estrecho espacio del sofá, tenían los cuerpos apretados para no caer al suelo. Su polla seguía palpitando dentro de ella. El coño de Lyssa seguía ordeñándole la leche suavemente. Aidan respiró hondo y la atrajo más hacia sí, tratando de aunar las fuerzas para dejarla.
—Aidan. —La respiración de Lyssa sopló cálida sobre la piel de él mojada por el sudor. Le recorrió el cuerpo, pasando desde el corazón a los dedos de los pies con el hormigueo de una ola de placer.
—¿Sí? —murmuró él mientras acariciaba la suave piel de su espalda. Nunca se cansaba de tocarla, de abrazarla, de hacerle el amor. Saber eso hizo que algo dentro de él muriera, aquel punto cálido de esperanza y paz que ella le había regalado.
—Tiene que haber algún modo de que te quedes.
Le costó deshacer el nudo que sintió en la garganta. No sabía qué hacer con aquel exceso de emoción. Había estado mucho tiempo bloqueado por la soledad, casi muerto por dentro, preocupándose tan sólo de los hombres que tenía a su mando. Había respetado a todas las mujeres con las que se había acostado, pero el nombre que éstas pronunciaban no era el suyo. Era «Cross» o «capitán», y la distancia que había entre ellos era enorme, aunque sus cuerpos estuvieran todo lo próximos que pudieran estar.
—Quiero cuidar de ti —susurró Lyssa pasándole los dedos por el pelo—. Quiero hacerte reír, hacerte feliz.
—Ya lo haces. —La voz de él sonó ronca, áspera como una lija.
—No quiero dejar de hacer esas cosas. Necesitas que alguien te cuide.
Aidan la besó en la frente.
—Menudo par. Tú también necesitas que te cuiden, tía buena. Pasamos los dos tanto tiempo ocupándonos de los demás que nos olvidamos de nosotros mismos. Tú eres lo único que he querido sólo para mí. De una forma egoísta.
Qué no daría por pasar su vida con ella, envejecer con ella, morir a su lado. Mucho mejor que la vida fuera corta y dulce a eterna y vacía. Pero lo más que podía hacer por ella era garantizarle una vida lo más larga posible. Para que se pudiese casar. Tener hijos y nietos. Los hijos y los nietos de otro hombre.
Aquellas imágenes eran como cuchillos en su mente clavados en lo más profundo de su corazón. Girando, escarbando, matándolo despacio y sin piedad. Ella se apretó contra él, pero Aidan no se quejó.
—¿Podemos quedarnos aquí, así, para siempre? —preguntó ella con un suspiro de tristeza.
Él se tomó un momento para controlar la voz y, a continuación, habló con toda la ligereza que fue capaz.
—Creo que la cama sería más cómoda.
Lyssa soltó una suave carcajada. No era la alegría completa que tanto le gustaba a él, pero sí era mucho mejor para su cordura que una voz triste.
—¿Y si nos duchamos? —sugirió él.
—¿Juntos?
—Me encantaría, pero tengo que limpiar el comedor y preparar el desayuno.
Ella se echó hacia atrás lo suficiente para mirarlo con sus ojos grandes y oscuros y él la agarró de los hombros para que no se cayera. La silenciosa confianza de ella en que él la sostendría le hizo sonreír de verdad. Sí, Lyssa había tenido dudas con respecto a él, pero a pesar de ello, siempre había seguido sus instintos y éstos siempre se habían mostrado a favor de él.
—¿Qué piensas preparar para desayunar?
Se había reído hasta saltársele las lágrimas cuando él apareció arriba a las tres de la madrugada con un plato de galletas Chips Ahoy untadas con pegotes de crema de cacahuete.
—¿Qué? —había preguntado él sonriendo—. La crema de cacahuete tiene proteínas.
Aquella respuesta hizo que ella se cayera de la risa, con su cuerpo flexible dando vueltas entre las enredadas sábanas azules. Él dejó el plato sobre la mesilla de noche y fue con ella, sentándose finalmente con la espalda apoyada contra el cabecero y colocándola a ella en su regazo. Lyssa se sentó a horcajadas enfrente de él, mientras la polla dura de Aidan palpitaba dentro de ella. Se untaron crema de cacahuete uno al otro en los labios e hicieron el amor entre galletas y risas.
Él la besó en la punta de la nariz.
—Algo se me ocurrirá.
—Vale. Confío en ti. —El tono bajo y ardiente de ella le conmovía como muy pocas cosas lo habían hecho antes. Con todo lo que él le había contado el día anterior, el hecho de que ella le creyera significaba mucho.
Se separaron a regañadientes y se levantaron del sofá. Una vez de pie, Aidan se sacó el colgante por la cabeza, tiró de Lyssa para que se acercara y deslizó el colgante alrededor de su cuello. Se quedó colgando entre los pechos de los dos, reluciendo con un fuego interior, una anomalía que él suponía que se debía al viaje hasta ese lugar o a una reacción ante este mundo. Nunca se le había pasado por la cabeza que aquella piedra pudiese estar reaccionando ante Lyssa.
Puso la palma de la mano sobre el colgante y el pecho de ella.
—No puedo aceptarlo —dijo ella en voz baja, colocando su mano sobre la de él—. Tiene mucho valor para ti.
Aidan negó con la cabeza.
—Tú tienes mucho valor para mí. Prométeme que siempre lo llevarás puesto. Yo nunca me lo he quitado. Me ducho y me baño con él. No hay motivo alguno para que te lo quites. No se puede dañar ni deslustrar como los metales de la Tierra. Necesito saber que esto no perderá nunca el contacto con tu piel.
—¿Aidan? —Sus ojos oscuros se mostraban recelosos y estaban acompañados por un ceño fruncido.
—Prométemelo. Para que me quede tranquilo.
—Por supuesto. —Lyssa se llevó la piedra a los labios y la besó. Después, se puso de puntillas y lo besó a él—. Lo cuidaré siempre. Gracias.
—Gracias a ti. —La abrazó con fuerza y apretó con ímpetu los labios sobre su frente. Inhalando profundamente, trató de grabar aquel olor y aquel tacto en su memoria para no olvidarlos nunca.
—Encontraremos el modo de estar juntos, Aidan. —Sus pequeñas manos le acariciaban la espalda—. Me niego a creer que es imposible.
Aidan sabía que ella se sentía así. Lyssa había sobrevivido porque se había negado a abandonar las esperanzas. Por eso mismo no podía decirle nada hasta que se hubiese ido. Ella intentaría impedirle que se fuera si sabía que no iba a volver.
—Prepárate para comer —dijo él dando un paso atrás y soltándola, manteniendo en su rostro la sonrisa despreocupada con verdadera fuerza de voluntad.
Los dedos de los dos permanecieron entrelazados hasta el último momento y, a continuación, ella subió las escaleras y él fue al comedor. Aidan colocó los libros de tal modo que su objetivo y sus motivaciones quedaran claros. No podía permitir que ella creyera que se había ido o que se lo habían llevado. Necesitaba que supiera por qué se iba para que pudiera soportarlo. Aceptarlo. Superarlo.
Al principio, ella no notaría nada pero, después, cuando prestara más atención, lo comprendería.
Aidan dejó la nota para el final. Retiró una silla y respiró hondo antes de escribir su despedida.
No podía hacerlo cara a cara. Sería demasiado doloroso. Dobló el papel y se lo llevó a los labios para besarlo. Después, lo dejó sobre las páginas abiertas del libro que le había robado a Sheron.
El segundo libro, el de adornos con piedras preciosas y referencias a Stonehenge y a la alineación de las estrellas, no parecía tener relación alguna con el que los Ancianos ocultaban. Si había alguna respuesta en él, Aidan no supo encontrarla. Parecía plantear más problemas que soluciones, como un rompecabezas que se volvía más complicado cuanto más avanzaba en él.
De manera inconsciente, pasó los dedos por el texto que había traducido.
«Cuidado con la Llave que hace girar la Cerradura y muestra la Verdad».
Aquellas palabras se le clavaron con fuerza, cada una con su propio golpe. Se quedó sentado e inmóvil y su respiración silbaba al salir y entrar entre sus dientes apretados.
La Llave no iba a abrir la Puerta de Entrada a las Pesadillas. La Llave iba a revelar algo que los Ancianos no querían que se supiera. Por eso querían darle caza. Por eso querían destruirla.
Pero lo que no sabía era por qué la Llave era una Soñadora ni por qué las cualidades que se le atribuían eran tan importantes. Y el colgante…
Cerró los ojos con un escalofrío. Allí, en aquel texto antiguo, había encontrado un dibujo del colgante que Sheron le había regalado hacía tanto tiempo. Una reliquia del viejo mundo. Una parte de la profecía que los Ancianos no habían compartido jamás con nadie. Esa piedra la protegería, y la reacción resplandeciente que tenía ante su proximidad aumentaba las capacidades de Lyssa en el Crepúsculo. Había sabido crear la puerta sin la piedra. Con ella, Aidan imaginaba que Lyssa podría mantener a los Guardianes y a las Pesadillas alejados del portal. Por fin estaría a salvo en sus sueños.
Nada más traducir aquella parte del texto, Aidan se sintió confuso con respecto a los motivos por los que le habrían regalado algo tan peligroso a él, un hombre al que por las noches enviaban a que interactuara con Soñadoras que podrían ser la Llave. ¿Por qué no lo habían guardado bajo llave?
Después, siguió leyendo.
La Llave. La Cerradura. El Guardián.
Lyssa era la Llave, tal y como evidenciaba la reacción de la piedra, que era la Cerradura. Supuso que él sería el Guardián. ¿Y el resultado de la combinación de los tres?
«El final del Universo tal cual lo conocemos».
Lo que tradujo después estaba incompleto. Muchas de las palabras que aparecían le eran desconocidas. Pero había cosas que sí estaban claras. Ruptura. Aniquilación. Decir que aquello no sonaba bien sería un gran eufemismo.
Tenía que regresar al Crepúsculo en busca de respuestas. Y tenía que permanecer alejado de Lyssa.
La creación de la grieta no era lo que necesitaba buscar. Necesitaba saber más sobre esa capacidad de Lyssa para ver en el Crepúsculo y controlar los sueños y que tanto asustaba a los Ancianos. ¿Por qué un Guardián curioso como lo era él no iba a constituir una amenaza igual? Y la piedra. ¿Qué era? ¿Cuál era su función? ¿Por qué se la habían regalado?
¿Y qué significaba todo aquello? ¿Las intenciones de los Ancianos eran buenas o malas? No lo sabía, pero no podía evitar pensar que si su causa fuera justa, la habrían compartido libremente con los Guardianes. Habían dicho muchas mentiras. Habían dicho que el viaje a este mundo era sólo de ida, pero había fragmentos de su traducción que le hacían pensar lo contrario. ¿Por qué iban a ocultar la posibilidad de viajar libremente entre el conducto y este plano? Ésta era una de las innumerables preguntas sin respuesta.
Pero, si estaba equivocado con respecto al viaje de ida y vuelta, posiblemente se despertara de nuevo en este mundo. Aidan se tocó el mentón. No podía permitir que eso ocurriera si su presencia allí pusiera en peligro a Lyssa. Tendría que evitarlo. Con los medios que fueran necesarios.
El agua de la ducha de arriba se cortó, y eso hizo que él se pusiera en marcha. Aidan se lavó rápidamente en el baño de abajo y, después, fue a la cocina, armándose de valor para la partida que tan rápidamente se acercaba.
***
Al escuchar el leve gorjeo que le avisaba de que era seguro continuar, Connor tensó la mandíbula y entró en el Templo de los Ancianos. La utilización de aparatos de comunicación no era posible en una situación así, pues las transmisiones serían detectadas y usadas después en su contra. Ésta sería necesariamente una de esas misiones sin artificios. Sus favoritas.
Philip había abatido al guardia de la puerta con un dardo bañado en tranquilizante. Después, lo recuperó del cuello de aquel desgraciado para no dejar ninguna prueba tras de sí. El guardia se despertaría solamente con la vaga sensación de haberse quedado dormido, quizá por el aburrimiento. Connor haría lo mismo con el único centinela que había en la sala de control. Esperaban que su cuidado plan evitara que fueran vistos y recordados. Si conseguían alguna respuesta y, después, marcharse sin haber sido detectados, considerarían el resultado de la acción un rotundo éxito.
Con este objetivo en mente, Connor se movía entre las sombras con todos sus sentidos en alerta y sus pasos prudentemente planeados y sincronizados para evitar que quedaran registrados. Entró en el pasillo que salía del haiden. El vestíbulo de la izquierda daba a la residencia de los Ancianos. El de la derecha conducía a un apartado jardín de meditación al aire libre.
Por ahora, todo en orden.
Mientras caminaba, una vibración bajo sus pies hizo que Connor dirigiera su atención al suelo. La piedra centelleó y se volvió traslúcida, lo que hizo que por un momento temiera que el suelo hubiera desaparecido por completo y que estuviera a punto de caer al manto infinito de estrellas que quedó al descubierto. Buscó a tientas la pared como forma instintiva de salvarse y, a continuación, la visión del espacio se fundió en un caleidoscopio de colores que daba vueltas.
—¡Joder! —exclamó en voz baja.
Sorprendido ante aquel despliegue, Connor se quedó mirando boquiabierto, preguntándose si lo que estaba viendo era real o algún tipo de proyección.
Después, consciente de que tenía poco tiempo, se obligó a no hacer caso del vértigo que le provocaba el suelo y siguió adelante. A cada paso, se extendían olas de colores que se retorcían, como si caminara sobre un arcoíris de aguas poco profundas. Más adelante, vio una entrada abovedada y sigilosamente apoyó la espalda en la pared que había justo al lado. Echó un vistazo al interior y vio a un Anciano inclinado sobre una consola iluminada.
Connor sacó la daga que llevaba en la pierna y la levantó delante de él, ladeando la hoja brillante para ver el reflejo de su objetivo, que trabajaba de forma tan diligente. Podría lanzar un tiro. Si fallaba, revelaría su posición y sus intenciones y sería sometido a severas medidas disciplinarias.
Así pues, sacó la cerbatana con la otra mano y esperó pacientemente, sin hacer caso de las gotas de sudor que se le deslizaban por la sien. Cuando por fin el Anciano se giró para sacar un libro de la estantería que había detrás de él, Connor se plantó en la entrada y en un santiamén apuntó, antes de lanzar el diminuto dardo a lo largo de la considerable distancia que había entre él y el Anciano.
Después, volvió a su sitio con la mirada fija en el suelo que se arremolinaba con tanta fuerza y esperó hasta escuchar el golpe sordo del Anciano cayendo inconsciente.
Antes de entrar en la sala, Connor silbó para avisar a Philip de que lo había conseguido y empezar la cuenta atrás. El tranquilizante no duraría mucho tiempo.
—Cuéntame todos tus secretos —murmuró dejando la daga a su lado sobre el panel de control. Ante él había un panel en forma de semicírculo lleno de botones iluminados. Sobre éste, empotradas en la pared, había una docena de pequeñas pantallas y cada una mostraba a distintos Guardianes ocupados en sus misiones. Miró las pantallas y su mente vaciló al darse cuenta de qué era exactamente lo que estaba viendo.
Todo este tiempo, los Guardianes habían supuesto que los momentos que pasaban en el flujo de ideas de los Soñadores eran privados. No era así.
Lo cual quería decir que habrían tenido conocimiento de las sospechas del capitán con respecto a la Soñadora. Habrían visto el creciente apego que había entre los dos. Quizá lo habían fomentado al enviarle de vuelta con ella. Habían permitido que aquella relación avanzara porque tenían conocimiento de ella, no porque la ignoraran.
Intrigado y horrorizado ante aquella idea, Connor se puso manos a la obra, recorriendo los archivos, pulsando teclas con destreza, tratando de demostrar y refutar sus sospechas. Con un rápido vistazo a la puerta, vio que el suelo del pasillo había vuelto a su apariencia de mármol ahora que él ya no lo pisaba. Demasiadas rarezas en un mundo que antes creía que conocía a la perfección.
Todos esos años que había pasado burlándose de Aidan y haciendo caso omiso de la abrumadora curiosidad de éste hicieron que Connor sintiera un nudo en la garganta. Lo único que le había preocupado y en lo que se había centrado eran el sexo y la lucha. Qué frívolo le parecía ahora. La vida no era tan sencilla como la búsqueda poco entusiasta de una profecía de varios siglos atrás.
«¿Quiénes son los Ancianos? ¿Quién los pone al mando de todo? ¿Por qué aquel drástico cambio en su apariencia? ¿Dónde habían oído hablar de la Llave? ¿Por qué dejamos de envejecer? ¿Nunca te preguntas estas cosas?».
«Haces demasiadas preguntas, Cross».
Qué estúpido. Él nunca se metía en ninguna misión sin conocer todos sus aspectos, pero había estado toda la vida sin saber una mierda, tal y como le estaban dejando claro esos últimos momentos.
—Ya está bien. —Echó los hombros hacia atrás y el objetivo principal de su vida cambió en un poderoso momento de revelación—. Todo esto está a punto de cambiar.
Entonces, escuchó su nombre y se quedó inmóvil, tratando de discernir de dónde procedía aquel sonido. Volvió a oírlo y sus ojos abiertos de par en par se dirigieron a la fila de monitores.
Cross.
En la pantalla del extremo derecho vio el sueño de Aidan… y a Aidan.
***
Mientras Lyssa se aplicaba crema en la cara, pensó en su dilema y se preguntó qué podría hacer al respecto, si es que había algo que pudiera hacer. No podía ayudar a Aidan con los libros que había traído con él, pues su idioma quedaba fuera de su alcance, pero sí se había dado cuenta de que los libros nuevos que él había comprado el día anterior trataban sobre Stonehenge. No sabía por qué ese lugar le interesaba tanto a Aidan, pero lo descubriría.
Daba igual lo que tuviera que hacer. No iba a permitir que él desapareciera de su vida. No después de lo que había compartido con ella esa mañana. Su guerrero inmortal había pasado toda su vida sin necesitar y sin amar a ninguna mujer… hasta que la encontró a ella. Ahora Lyssa era su sueño y aquello era un regalo que ella no iba a dejar escapar sin luchar.
Salió del baño y se detuvo de pronto. Aidan estaba tumbado en la cama, dormido. Sonrió con cariño y su corazón se inundó de emoción.
—Pobrecito mío. Incluso los amantes de los sueños necesitan descansar alguna vez.
Caminó descalza por la moqueta de pelo corto de color avena mientras con sus manos apretaba el pliegue que evitaba que la toalla se le cayera de entre los pechos. De pie junto a la cama, recogió la ropa de él, sus holgados pantalones negros y el chaleco a juego. Al contrario que la ropa que se había comprado el día anterior, estas prendas se ajustaban a su cuerpo a la perfección, ciñéndose como una segunda piel a la cadera y luego los pantalones se ensanchaban para facilitarle el movimiento. Aquel tejido extraño y el patrón sin costuras le recordó que procedían de mundos distintos.
Con el corazón en un puño, memorizó las facciones de su amante tal cual estaban en ese momento, con sus líneas duras y angulares suavizadas al estar dormido. Aparte de los mechones de pelo plateado que le contorneaban las sienes, Aidan no parecía mayor que los treinta años de ella.
—Precioso —dijo en voz baja, profundamente enamorada de sus brazos desnudos y su cuello dorado. Inclinándose sobre él, pegó los labios a los suyos—. Te quiero.
Aidan siguió durmiendo.
Lyssa necesitaba un café desesperadamente, así que se vistió con un vestido corto de algodón adornado con dibujos de flores de color pastel. Ya había bajado la mitad de las escaleras cuando oyó una voz conocida que la llamaba desde la puerta abierta de la casa.
—¿Lyssa?
Bajó dando saltos el resto de los escalones.
—Hola, mamá. —La saludó con un abrazo entusiasta.
—¿Qué demonios le ha pasado a tu entrada? —preguntó su madre dando golpecitos a los restos agrietados y pulverizados de baldosa con la punta de sus sandalias de tacón.
—Se me ha caído una cosa.
—¿Un mazo?
Lyssa se rio.
—¿Acabas de reírte? —La madre de Lyssa levantó la cabeza y entrecerró los ojos. Dio un suave silbido—. ¡Mírate! Quienquiera que sea ese tipo, no ha tardado en llevarte al momento luna de miel de su visita, ¿eh?
—¡Mamá! —Negando con la cabeza, Lyssa fue a la cocina a por un café y encontró un plato tapado con galletas saladas Ritz untadas con crema de cacahuete y una pasa en lo alto.
—¿Qué es eso? —preguntó su madre, haciendo contrastar sus ojos de extrañeza con su aspecto cosmopolita. Vestida con una blusa de gasa multicolor y un chaleco sin mangas azul celeste, Cathy tenía un aspecto fabuloso, como siempre. Movía las manos al hablar, lo que provocaba un alegre tintineo de las delgadas pulseras de oro que llevaba en las muñecas.
—Es el desayuno.
—¿Estás cuidando otra vez del pequeño Justin?
—No. Es mi desayuno. —Lyssa cogió una galleta y le dio un bocado. Era lo mejor que había probado nunca. Preparado con manos amorosas, le provocó un intenso recuerdo del tentempié que habían tomado a altas horas de la noche.
—¡Uf! —exclamó su madre arrugando la nariz—. Y bien, ¿dónde está?
—¿Dónde está quién? —Lyssa se sirvió rápidamente una taza de café, le añadió leche y edulcorante y remojó la peguntosa crema de cacahuete.
—No seas tonta. Quiero conocerlo. No te veía tan bien desde hacía años.
Sonriendo, Lyssa cogió otra galleta salada y rodeó la barra para sentarse en su taburete preferido.
Su madre continuó, estropeando con un ceño fruncido el espacio que había entre sus cejas.
—¿Es profesor? —preguntó acercándose a la mesa del comedor y echando un vistazo a los libros—. ¿O estudiante?
—Algo parecido.
—¿Por qué tanto misterio? No me gusta.
Por un momento, Lyssa se puso nerviosa y se preguntó cómo podría explicar lo del libro adornado con las piedras. Se alivió al ver que estaba oculto bajo un montón de papeles.
—Eres una entrometida.
—Stonehenge, ¿eh? Siempre he querido ir allí.
—Yo no. —No si eso significaba que Aidan volviera a su casa. Había muchas cosas que quería saber de él, muchas otras que ella quería enseñarle y compartir con él. Había dicho que lo sabía todo de ella porque en el Crepúsculo podía ver el interior de su mente. Ella quería tiempo para poder conocerlo igual de bien.
—¿Ha ido a hacer la compra o algo así? —preguntó Cathy mirando a su alrededor—. Quizá ha visto lo que entiendes tú por desayuno y ha decidido ir a comprar comida de verdad. En serio, Lyssa, no puedes alimentar a un hombre con comidas como ésa.
—Está durmiendo arriba.
—Ah.
Lyssa se arrepintió enseguida de habérselo dicho a su madre. Cathy empezó a subir rápidamente las escaleras antes de que Lyssa pudiera decir nada. Lo único que pudo hacer fue seguirla.
—¡Esto no está bien, ni siquiera tratándose de ti, mamá! —protestó.
—Sólo voy a echar un vistazo. Te prometo que no voy a despertarlo. —Su madre se detuvo en la puerta del dormitorio y se quedó inmóvil. Estuvo un largo rato sin decir nada.
—Dios mío, ¿es real? —preguntó después.
—No. Es un muñeco hinchable. El mejor que hay en el mercado.
Su madre se dio la vuelta y le lanzó una mirada feroz.
—Muy listilla. —Se giró de nuevo para mirar hacia la cama—. ¿Dónde lo has encontrado? ¿Hay más como él?
—Me encontró él a mí, ¿recuerdas? —Y gracias a Dios que lo había hecho. Lyssa se puso de puntillas para poder verlo también. Aidan Cross durmiendo en su cama era la cosa más erótica que había visto jamás.
Las dos se quedaron en silencio, obnubiladas por aquel maravilloso ejemplar de masculinidad tumbado e indefenso mientras dormía. Lo único que se oía en la habitación era la respiración, el suave inspirar y espirar del aire de los pulmones. Su madre dio un paso al frente en la habitación…
… y el repentino gruñido protector de Golosina las asustó a las dos. Cathy dio un brinco y gritó, asustando a Lyssa lo suficiente como para que diera un salto hacia atrás y chillara.
Aidan ni siquiera se movió.
Lyssa sabía que su madre podía despertar a un muerto con sus gritos y su propio chillido no había sido tampoco muy suave en la escala de despertar a los muertos. Su corazón, que ya estaba acelerado por los sucesos recientes, aumentó de velocidad. Algo iba muy mal.
—Mamá, ahora vas a tener que irte.
—¿Por qué?
—Un hombre atractivo. En mi cama. Compréndelo. —Un hombre atractivo que no se movía ni reaccionaba a estímulos externos.
—No sé cómo narices piensas despertarlo si los gritos de dos mujeres no lo han conseguido. Pobre hombre. Lo tienes agotado. —Cathy se dirigió hacia las escaleras con la mano aún apretada al pecho—. Ese animal está poseído, Lyssa. Nunca cazarás a ningún hombre con una bestia así en casa.
—No te preocupes por eso ahora. —Lyssa apuró a su madre para que bajara a la planta de abajo y, a continuación, la abrazó con más fervor del habitual en la puerta, inhalando el familiar aroma de Coco Chanel—. Te quiero, mamá. Mucho —dijo por si acaso no tenía oportunidad de volver a hacerlo.
—Lo sé, pequeña. —Cathy le acarició la cabeza y la espalda mientras se le saltaban las lágrimas—. ¿Conseguiré ver alguna vez despierto a tu Míster Guapo?
Lyssa irguió de nuevo la espalda.
—Haré todo lo que pueda para conseguir que eso ocurra. Te lo prometo.
***
—¡Connor, maldita sea! ¿Dónde coño estás?
Igual que si se tratase de un Soñador, Aidan era completamente consciente de lo que le rodeaba. Sin embargo, al contrario que los Soñadores, su flujo estaba degradado, lo que provocaba un efecto nebuloso. Connor malgastó unos momentos preciosos tratando de averiguar si podía llegar hasta su mejor amigo a través del panel de control o si tendría que marcharse. Al final, borró rápidamente todos los vídeos de los últimos minutos en el Templo y, después, fue a reunirse con Philip que se encontraba fuera.
—Cross ha vuelto al Crepúsculo en estado de ensueño.
Philip frunció el ceño y, a continuación, asintió.
—Vaya con él. Yo me encargaré de la sala de control y veré qué puedo descubrir.
—Ni hablar. Es demasiado peligroso. No vas a tener un solo segundo para cubrirte las espaldas.
—A la mierda —protestó Philip con un resoplido—. Nos hemos metido en todo este jaleo. No pienso echar por tierra tanto esfuerzo. La posibilidad de que volvamos a tener una oportunidad como ésta es casi nula y lo sabe.
—Buscaremos otra forma. Una misión como ésta no puede llevarse a cabo con un solo hombre.
—Está desperdiciando tiempo. Y saliva.
Connor soltó un gruñido en voz baja y, después, maldijo. No tenía otra opción. Tenía que ir con Aidan y sabía que, una vez que se fuera, Philip haría lo que le diera la gana.
—Como te pillen, te mato.
—Trato hecho. Ahora, váyase.
Tras dar la vuelta al edificio, Connor llegó a la planicie cubierta de hierba que había detrás del Templo, saltó y pasó rápidamente al lado de la casa de Aidan en dirección a la montaña alta y más allá. Ante él se extendía el Valle de los Sueños, donde unos rayos dorados y grandes se levantaban desde el suelo del valle y penetraban en el cielo nublado hasta que desaparecían de la vista. Los distintos flujos de pensamientos inconscientes se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Unas sombras que se retorcían y unas espirales de humo negro delataban la presencia de las Pesadillas que se habían infiltrado en el valle a pesar de sus esfuerzos por no ser vistas. Aquel campo de batalla no era un infierno como el de la Puerta de Entrada, pero los riesgos eran igual de altos.
Pasó por el borde lo más rápido que le fue posible, llegando al límite del valle que estaba más lejos del Templo y, después, bajando por la colina. Allí, en la ignorada extensión de peñascos rocosos, estaba el rayo resplandeciente de luz azul clara que representaba el flujo del inconsciente de Aidan.
Connor ya había estado allí antes, por pura providencia. Había sido una casualidad que la apenas discernible luz diera en la superficie de una roca pulida en el punto más alto, lo cual había llamado su atención. Se había dado cuenta de aquella anomalía al salir de una misión y su posterior investigación lo llevó a que se vieran brevemente, el tiempo suficiente para saber que Aidan había sobrevivido al viaje hasta el plano de los mortales y para ver una imagen muy simple de la sala de control de los Ancianos.
Connor se introdujo en el frío rayo y entró en el sueño de Aidan. Su mejor amigo los imaginó a los dos en el porche de su casa, un lugar agradable para ambos.
—Has elegido el peor de los momentos, Cross.
Aidan se frotó la nuca mientras Connor se acercaba.
—Por muy malas que fueran mis sospechas, la realidad es aún peor.
Fue el chirrido del escalón del porche lo que hizo que dirigieran su atención hacia el Anciano que se había unido a ellos. La profunda sombra creada por su larga capucha ocultaba la identidad de aquel visitante, pero al ver a Aidan tan tenso, Connor se puso en alerta. Pero no llegó a tiempo.
Antes de que pudiera imaginar lo que iba a pasar, la capucha cayó hacia atrás y de las profundidades de la túnica salieron las Pesadillas.