13

He estado buscándole, capitán.

Connor se irguió y se giró para ver a Philip Wager subir los escalones del porche de la casa de Aidan. Alto y enjuto, el teniente se acercaba con pasos largos, acortando la distancia entre los dos. Dejó una nevera sobre el banco que había junto a la puerta y, a continuación, utilizó las dos manos para volver a atarse su largo cabello con una pequeña cinta negra.

—Me has encontrado.

Una vez dispuesto para presentarse ante un comandante, Philip hizo una reverencia. Connor le devolvió el saludo y, a continuación, arqueó una ceja a modo de pregunta silenciosa.

—Solicito permiso para hablar con libertad, señor.

—Concedido.

El teniente tomó aire antes de hablar.

—Habría preferido que usted acudiera a mí en persona con sus preguntas en lugar de enviar a Morgan.

—Pero en ese caso, te habrías visto en una situación de la que no podrías haber salido airoso. Desafiando a tu comandante o traicionando a los Ancianos. Con Morgan te resultaría fácil decir que no y evitar cualquier molestia.

—¿He protegido sus espaldas y le he salvado la vida, pero no puede acercarse a mí como un amigo para pedirme ayuda? —bramó.

—Toda amistad tiene sus límites —respondió Connor con seriedad, apoyando la cadera a la barandilla.

—La suya con el capitán Cross parece no tenerlos.

—Es como un hermano para mí.

—Y yo le debo la vida. Por muchas ocasiones.

Connor soltó un suspiro y se dejó caer en la silla que tenía al lado. Cuando Aidan estaba en casa, todas las puertas estaban abiertas de par en par para dejar que la brisa entrara. Ahora, las puertas correderas de papel estaban cerradas, evitando que el interior disfrutara de la simulada puesta de sol. La falta de la dinámica presencia de Aidan había llevado un inusual e incómodo silencio a la casa.

—No se trata del mismo hombre al que tú conocías, Wager. Es un fugitivo que ha robado la Llave y ha abandonado a sus hombres y sus obligaciones.

—Usted no se cree eso más que yo. —Philip señaló hacia el banco y preguntó—: ¿Puedo?

—Por supuesto.

Philip apoyó los codos sobre las rodillas y lo estudió con los ojos entrecerrados. Con su larga cola y sus ojos grises y atormentados, tenía una apariencia rebelde que se correspondía con su reputación de bala perdida. Por su carácter voluble, había sido teniente segundo durante más siglos de los que debería.

—Los Ancianos le han juzgado muy mal. Esperaban que su ascenso sirviera para alejarle de Cross.

—Sí. Se han equivocado. Así que me están socavando, asignando patrullas para los Soñadores sin consultármelo. —Connor se encogió de hombros—. ¿Llevas cerveza en esa nevera?

Sonriendo, Philip metió la mano dentro y sacó una lata cubierta de hielo. Se la lanzó y, después, cogió otra para él.

—El capitán ha mantenido a esa mujer lejos del Crepúsculo, pero las propias defensas de ella son magníficas. Los Ancianos solicitaron un contingente del Cuerpo de Ingenieros y dijeron que el único modo de atravesar esa puerta es que ella nos deje pasar.

—Impresionante.

—¿Esperabas que Cross eligiera a una mujer que no lo fuera?

—La inusual destreza de esa mujer es desconcertante, ¿verdad? —Connor dirigió la mirada más allá del porche, hacia la verde hierba y las ondulantes colinas que había a lo lejos. Aquél era su mundo y continuaría defendiéndolo con su vida—. ¿No le hace dudar? ¿Ha pensado que quizá Cross se equivoque con ella?

—Por supuesto que lo he pensado. Pero nunca antes se ha equivocado.

Connor echó la cabeza hacia atrás y vació su bebida con largos tragos. Al igual que Philip, se guardaba su opinión sobre la Soñadora hasta que la viera con sus propios ojos, pero hasta ahora no pintaba bien.

—¿Y ahora qué?

—Mi equipo está esperando.

—Estupendo.

—¿Le importaría compartir conmigo su plan? —Philip sacó una segunda cerveza, pero la apartó rápidamente cuando Connor fue a cogerla—. Lo de compartir va también por usted.

—Cabrón insolente. —Connor se rio por primera vez en varias semanas. Aidan llevaba ausente solamente unos días, pero el desastre en que se había convertido su vida desde que había conocido a la Soñadora casi había terminado con el buen humor con el que Connor contaba para sobrevivir toda la eternidad—. Cuanto menos sepas, mejor para TI.

—Ya, claro. Y a mí se me conoce por hacer lo que es mejor para mí. —Philip se terminó la cerveza de un modo muy parecido al de Connor—. Va a necesitar usted ayuda. No puede hacerlo solo y no veo a nadie más de la Elite además de usted, Cross y yo con las pelotas suficientes como para enfrentarse a los Ancianos.

Connor sonrió aún más.

—De acuerdo. Tengo que entrar en la sala de control que hay en la parte posterior del Templo.

—¿Qué sala de control?

—La que vio Cross antes de irse. —La que Connor había visto brevemente en los pensamientos de Aidan la primera noche que su amigo se había ido. Se habían visto un momento en el sueño de Aidan, pero el capitán estaba vulnerable y febril y la conexión no duró mucho. El sueño no se parecía a nada de lo que Connor hubiera visto antes. Nublado, un poco distorsionado, como un canal de televisión con una señal pobre. Si se debía a la inusual enfermedad o a las diferencias genéticas de los humanos que habían modificado la entrada en el Crepúsculo, eso no lo sabía. Y Aidan no había regresado al estado de ensoñación desde entonces para que pudiera ayudarle a saberlo.

—¿Para qué es la sala de control? —preguntó Philip.

Connor cogió la cerveza de la mano desprevenida del otro hombre y se rio al ver el ceño fruncido que obtuvo como respuesta.

—No tengo ni idea, pero debemos averiguar qué es exactamente lo que hace la Llave si queremos albergar alguna esperanza de evitar que ocurra. Cuando lo sepamos, tendremos también una idea bastante acertada de si la Soñadora de Cross es o no la Llave o si los Ancianos han cometido el primer error del que se tiene noticia.

—Entrar en el Templo parece peligroso.

—Eso creo yo.

—Joder, eso espero. Si no, no será divertido.

Connor se bebió la otra cerveza y, a continuación, eructó.

—Esto es lo que vamos a hacer…

***

—Llama a ver si está, Stacey. Por favor.

—Ni hablar.

Lyssa echó la cabeza hacia atrás sobre la almohada y se pasó la mano por el pelo enmarañado. Estaba rodeada por el olor de Aidan, pese a que él ya no estaba en la cama. Por la falta de calor a su lado, supuso que llevaba un rato levantado. Se había quedado dormida por puro agotamiento físico. Aquel hombre tenía resistencia de sobra, una máquina bien engrasada.

—Sólo quiero asegurarme de que está bien.

—Chad está bien. Tú misma lo dijiste ayer.

Eso fue antes de que Aidan le diera una paliza. Era un títere inocente en la batalla que se libraba entre ella y «los Ancianos», y odiaba haberle causado daño involuntariamente.

—Sólo un saludo rápido. Podrías llamarle para preguntarle por Lady.

—¿Un sábado? —se mofó Stacey—. También podría empezar la conversación diciendo: «¡Buenas! Lyssa quiere saber cómo estás porque te ha dejado y se siente culpable». Muy de adolescentes, doctora, hazme caso. Es un hombre adulto, lo superará.

Lyssa cerró los ojos y apartó la vista del techo abovedado que había sobre ella.

—Te daré un aumento.

—De acuerdo. —Stacey soltó un resoplido de exasperación sobre el auricular—. Ese soborno siempre funciona. Me vendo por dinero.

—Eres una madre soltera. Te admiro.

—Los halagos no te van a servir de nada conmigo. Sólo es dinero, aunque si pudieras buscarme un tío cachas, estaríamos empatadas. Por cierto, ¿cómo os va?

—Es maravilloso. —Y era cierto.

—Me alegro. De verdad.

—Lo sé.

—Vale, llamaré a Chad y trataré de mantener alguna conversación que no sea descaradamente sospechosa. Pero más te vale que te vea en la cena.

Los dedos de Lyssa se llevaron la suave sábana de color azul a la nariz para oler mejor a Aidan. No quería salir de casa. Quería recluirse con él, mantenerlo a su lado, no dejar que se fuera nunca.

—Allí estaremos.

—Hasta luego.

La conversación se cortó. Lyssa pulsó el botón de apagado y, a continuación, dejó el teléfono a su lado. Por la puerta abierta del dormitorio le llegaba el olor a café caliente y recién hecho. Era una sensación muy casera, vivida con un hombre al que había conocido hacía tan poco tiempo. Pero funcionaba. Le hacía sentir completa y amada, de un modo que no había experimentado desde hacía años. Si es que lo había sentido alguna vez. Quería estar con él, así que retiró las sábanas y se puso una bata.

Mientras intentaba bajar las escaleras con sigilo, Lyssa esperaba presenciar una nueva tabla de ejercicios matutinos de Aidan. En lugar de ello, lo encontró bostezando y cayéndose pesadamente sobre el libro adornado con piedras preciosas en la mesa del comedor. Se colocó detrás de él sin hacer ruido, le puso las manos sobre los hombros y le masajeó con los dedos los tensos músculos de su espalda.

Él gruño y echó la cabeza hacia atrás.

—Hola —murmuró con ese tono grave que a ella le provocaba escalofríos por toda la espalda.

—Hola. —Se inclinó y lo besó en la frente—. ¿Has dormido algo?

Negó con la cabeza.

—No me arriesgaría estando tú dormida al mismo tiempo. He ido a ver cómo estabas cada media hora.

—Creía que estaría a salvo una vez que me quedara dormida profundamente.

—Eso es una deducción lógica. —Sonrió—. En cualquier caso, estás preciosa cuando duermes.

Lyssa rodeó la silla y pasó la pierna por encima de la de él, sentándose en su regazo y encajándose entre él y la mesa. Era un hueco estrecho, pero no le importó. Sobre todo, cuando la rodeó con sus brazos y se la acercó más a toda esa piel cálida y de olor delicioso y a sus marcados músculos.

—¿Encuentras algo interesante en ese libro?

—Algo, sí. —Su voz sonaba cansada y desanimada—. Básicamente me estoy limitando a traducir para poder leer todo el texto de una vez. Si lo hago por partes no me funciona.

—¿No puedes leerlo?

—Está en el idioma antiguo. Como la mayor parte de vuestras palabras que derivan del latín.

—Ah, ya entiendo. —Deslizó sus manos por su costado desnudo y los labios por su mandíbula, tratando de que los dos dejaran la conversación de la vuelta a casa de Aidan—. No te sale barba.

—Ajá —ronroneó él mientras inclinaba la cabeza para que ella pudiera llegar a su cuello—. A los Guardianes no nos sale vello facial aparte de las pestañas y las cejas.

—¿De verdad? —Como veterinaria, sintió curiosidad—. ¿Qué otras diferencias fisiológicas existen entre nosotros?

—Nada importante. —Removió la cadera de forma sinuosa para demostrar lo que decía.

—Veo que lo de la erección matutina es universal. —Se rio entre dientes cuando él le pasó los dedos por la cadera.

—Eso es para los tíos que se acaban de despertar. Esta erección es la que tiene un hombre cuando su mujer se sienta en su regazo vestida tan sólo con un albornoz.

Lyssa le besó en la comisura de los labios y se puso seria.

—¿Has dormido algo desde que llegaste?

—Dormí la primera noche que estuve aquí —contestó él con un suspiro.

—Estabas enfermo, así que no cuenta.

—¿Estás tratando de hacer de madre conmigo? —La calidez de sus ojos hizo que Lyssa sintiera que el estómago se le agitaba.

—Mis sentimientos no son para nada maternales. En realidad, estoy siendo egoísta. Vas a necesitar tu fuerza para el sexo.

—¿Sí?

Sus ojos se iluminaron con malicia y retiró la silla. Se levantó y dejó a Lyssa sobre la superficie de madera de la mesa y, a continuación, pasó los brazos por detrás de ella para lanzar los libros al suelo. Los golpes sordos y los crujidos de las páginas resultaron curiosamente eróticos. Se inclinó sobre ella y la obligó a dejarse caer hacia atrás, hasta quedar tumbada sobre la mesa como si fuera un banquete.

—A veces, con menos energía se consiguen preliminares más largos. Eso te gustaría, ¿verdad?

Pasó la lengua por el labio inferior de ella. Lyssa la atrapó y la chupó. Él se estremeció y ella sonrió, encantada de provocarle ese efecto.

—Necesito que tengas energías para que puedas ayudarme a quemar toda la comida que me has obligado a comer —murmuró ella sobre su boca—. Nunca antes había comido a las tres de la mañana. Seguro que va todo directo a las caderas.

—¡Sí, claro! —se mofó él apartándose para dedicarle una mirada burlona—. Pesas menos de lo que deberías, y lo sabes. Además, tenías que comer para compensar el desayuno que no habías tenido.

—¿Ése era tu razonamiento? —Lyssa frunció los labios con escepticismo—. Creía que me estabas dando combustible para la sexta ronda. ¿O era la séptima? Podrías dar clases al conejo de las pilas Duracell sobre lo que es durar y durar y durar…

—Ya te daré clases a ti —la amenazó, abriéndole el cinturón que llevaba atado a la cintura.

Lyssa le abofeteó las manos.

—Nada de eso. Primero dormir y, después, sexo.

—Pero no estoy cansado.

—Mentira. Pareces agotado. —Pero sintió la tentación. Vaya si la sintió. Sí, tenía irritación y dolores en sitios que antes no sabía que existían, pero el placer… Dios mío, los orgasmos eran adictivos. Hacían que perdiera la cabeza y se le quemaran todas las terminaciones nerviosas. Ahora entendía lo que era la adicción sexual. Totalmente.

—Sé que quieres —ronroneó él—. De lo contrario, te habrías vestido. Y sabes que… tengo energía más que suficiente para darte lo que quieres.

—No deberías tener ninguna. Deberías estar agotado. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Todos los Guardianes están tan cachondos y son tan infatigables como tú?

—No. Para nada. Yo siempre tenía ganas, pero no me satisfacía fácilmente. —Le apartó el filo del albornoz y le recorrió con la lengua desde la pelvis hacia arriba, pasando entre los pechos.

Ella arqueó la espalda hacia arriba.

—¿Me estás diciendo que no sé satisfacerte?

—Siempre —susurró él mientras mantenía la lengua suspendida justo por encima de un pezón duro y expectante—. Estás a punto de hacerlo otra vez.

La boca de él, caliente y húmeda, le abrasó la piel. Lyssa ahogó un grito y se retorció, pero rápidamente fue dominada por los dedos de él deslizándose entre sus piernas. Las separó, le acarició el clítoris y se metió dentro. Ella liberó su pecho y soltó un gruñido.

—Joder, eso me la ha puesto dura. —Se salió y metió dos dedos dentro de ella—. Puedo sentir mi semen dentro de ti. Estás empapada de él.

—Sí —jadeó ella mientras él se metía más adentro—. Te lo he dicho. Deberías estar agotado después de lo de anoche. —Bajando las manos, Lyssa le agarró la muñeca y detuvo sus movimientos—. Dime una cosa. ¿Somos compatibles a nivel reproductor?

Él se quedó completamente inmóvil y, a continuación, respiró hondo.

—¿Te gustaría que lo fuéramos?

Aidan la miró fija e intensamente, con una mirada penetrante. Unos pozos de color zafiro oscuro que, poco a poco, iban perdiendo el cinismo que ella había visto la primera vez que le abrió la puerta. Le hacía feliz. No tenía ninguna duda al respecto.

La punta del dedo le frotó suavemente por dentro.

—¿Te gustaría, Lyssa?

Aquella pregunta le rompió el corazón. Mientras yacía en la cama esa mañana, le habían inundado la mente un montón de sueños tontos y poco realistas de príncipe azul y felicidad por siempre jamás. Saber que él estaba en casa con ella, preparándole el café que ella iba a tomar… No podía negar que la idea de compartir su vida y formar una familia con él se le había pasado por la cabeza.

—Sí que me gustaría —contestó ella mientras las lágrimas le escocían en los ojos.

Fue lo único que pudo decir después de tragar saliva, pero para Aidan fue suficiente. Le apoyó la palma de la mano en la mejilla y bajó los labios hacia los de ella.

—Entonces, vamos a intentarlo.

—¿Qué? —Cada músculo de su cuerpo se tensó como un arco—. ¿Me estás diciendo que es posible?

La sonrisa de él era dulce, pero su mirada, triste.

—No tengo ni idea. Pero podemos soñar.

La levantó y la llevó hasta el sofá. Golosina, por una vez, captó la indirecta y dio un salto desde el brazo del sofá en busca de un lugar más tranquilo. Aidan la tumbó con cuidado arrodillándose al lado de ella, con sus oscuros ojos llenos de deseo y amor. Su enorme mano fue subiendo por la parte interior del muslo de ella.

—No puedo concebir, Aidan. Tomo medicinas para evitarlo.

—En mis sueños, no las tomas. —La besó en la rodilla y, después, se colocó encima de ella, abriéndole las piernas, colmándole de atenciones el clítoris con la lengua hasta que ella empezó a retorcerse y, a continuación, a moverse hacia arriba.

Lyssa se apoyó en los codos, mirando, moviendo los hombros para quitarse el albornoz blanco, deseando sentir la cálida piel de él contra la suya.

—En mi sueño, ésta es nuestra casa —dijo él en voz baja, recorriéndole el cuerpo con la mirada como una caricia—. Nos despertamos temprano por las mañanas para que nos dé tiempo a hacer el amor. Despacio. Cubriendo tu cuerpo con el mío, introduciéndose bien dentro del tuyo, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Nos separamos a regañadientes y nos damos un beso de despedida antes de salir hacia el trabajo. Pasamos todo el día pensando el uno en el otro, esperando impacientes a volver a estar juntos por la noche.

Le lamió primero uno de los pezones y, después, el otro, deslizando las manos por la cintura.

—Nos vamos de vacaciones a playas privadas donde yo te observo jugar con las olas, reírte, con tu piel bronceada. Te desnudo allí mismo sobre una manta. Te quito el bañador y hundo mi polla dentro de ti. Te monto hasta que ya no puedes más. Después, te llevo dentro de la casa y vuelvo a follarte. Compartimos las comidas, los problemas, la vida.

Lyssa dejó caer la cabeza sobre los blandos cojines mientras los dedos de él se acercaban a su coño y se metían dentro.

—Aidan…

Cerró los ojos para contener las lágrimas. Pero de todos modos, salieron, deslizándose por sus sienes y mojándole el pelo.

—Todos los días dices mi nombre así. Suavemente y jadeante, llena de deseo. Y cada vez que lo oigo, te quiero más. Pienso en lo afortunado que soy por tenerte. Lo bien que cuidas de mí, siempre mimándome. Absorbo cada minuto porque te necesito. —Bajó la voz y se volvió más ronca—. Mucho.

—Sí. —Ella le introdujo los dedos en el pelo mientras él bajaba su cuerpo para colocarse encima, con su colgante suspendido y brillando entre los dos, hundiendo su esbelta cadera entre las piernas abiertas de ella. El capullo grande y ancho de su polla coqueteó con la resbaladiza abertura de su coño, lo que hizo que Lyssa se arqueara para que él se metiera más—. Yo también te necesito.

—Y un día decidimos que es momento de tener un bebé. —Le puso las manos sobre los hombros, inmovilizándola mientras le metía la polla dentro, llenándola con toda su caliente y palpitante extensión.

—Dios mío —susurró ella, agitando la cabeza al no poder moverse, clavada al sofá con cada centímetro de su cuerpo. Él había dejado caer los pantalones de su pijama al suelo cuando se tumbó con ella y el áspero vello de sus pantorrillas y sus muslos le hacía cosquillas sobre la piel delicada. Sintió el peso de sus pesadas pelotas apoyándose contra sus nalgas y las lágrimas cayeron con más rapidez.

—Te tomo así. —Se apartó, y el ancho capullo la masajeó. Volvió a meterse, abriéndose camino entre sus ávidas y tensas profundidades—. Te follo siempre que puedo. Te veo a la hora de comer y te follo en tu despacho. Te mantengo empapada, húmeda con mi semen, lista para el momento en que seas fértil.

Lyssa gimió mientras se tensaba con desesperación alrededor de su bombeante polla.

—Así —ronroneó él con su marcado y sensual acento—. Dime si te gusta.

—Me encanta —jadeó ella, retorciéndose bajo una embestida perfecta y profunda. Bajo sus pantorrillas, Lyssa sentía cómo las nalgas de él se tensaban y relajaban mientras la follaba lentamente, rotando la cadera, moviéndose dentro de ella.

Drogada por tanto placer, Lyssa se entregó a su pericia y dejó caer la cabeza a un lado, acariciándole la espalda, siguiendo su ritmo pausado, relajado. Apoyó los talones en el sofá y levantó el cuerpo, abriéndose más para que él pudiera meterse más adentro, ahuecándole el coño con sus largas e intensas embestidas.

El sol continuó con su ascenso inalterable, los rayos de luz entraban por la ventana y le calentaban la piel. Tomó una bocanada de aire, dispuesta a dejar todo lo que tenía por mañanas interminables como aquélla. Él la tomaba como si contaran con todo el tiempo del mundo, como si pudieran seguir así eternamente.

Arqueando la espalda, Aidan apretó la polla dentro de su punto más profundo. Lyssa se corrió con un grito ahogado y su coño se tensó a lo largo de la carne palpitante de él mientras sacudía el cuerpo con la fuerza de su orgasmo.

—Dulce Lyssa —susurró él mientras movía su polla con suaves empujones y hacía que el clímax de ella le recorriera el cuerpo con varias oleadas—. Así. Así es como vamos a hacer a nuestro hijo. —Empujó con más fuerza haciéndola gemir de placer. Y de dolor.

Suspirando con la fuerza de su propio orgasmo, Aidan apoyó sus labios contra los de Lyssa, apretando la boca y los dientes mientras se rendía ante la necesidad que sentía de ella. Jadeó cuando hubo terminado y deslizó la lengua dentro de la boca de Lyssa, a la que casi estrujó con su abrazo. Ella sollozó en silencio debajo de él. Aidan giró la cabeza y presionó su mejilla húmeda contra la de ella, preguntándose cómo podría vivir el resto de su vida inmortal sin ella. Lyssa se haría vieja y moriría, como les pasaba a todos los mortales. ¿Cómo podría soportarlo?

Quería que se hiciera realidad ese sueño que había compartido. Lo deseaba con cada centímetro de su ser. Su corazón se afligía por la pérdida del futuro que deseaba pero que nunca tendría.

Pero lo que había descifrado esa mañana en el libro antiguo no le dejaba otra opción.

Y ésta era la última vez que le haría el amor a Lyssa.