12

Fue el espinazo de Golosina arqueándose y su pelo erizado lo que alertó a Aidan del peligro. El gato era por naturaleza demasiado perezoso como para hacer algo más que gruñir para intimidar a las visitas. Aidan puso todos sus sentidos en alerta. Mientras la puerta se abría, agarró a Lyssa por la cintura y tiró de ella hacia atrás…

… justo a tiempo para evitar la embestida hacia abajo de una espada.

El mármol de la entrada se agrietó con la fuerza de la guja.

—¿Chad? —chilló Lyssa sacudiendo los brazos—. ¿Qué coño estás haciendo? ¡Casi me matas!

Un rápido vistazo al hombre conocido que estaba dando la estocada en la puerta hizo que a Aidan se le congelara la sangre. Dejó a Lyssa en el suelo y la empujó hacia las escaleras.

—No es Chad. ¡Vete!

Aidan dio varios saltos hacia atrás para evitar que le destripara la embestida del arma dirigida a su abdomen. Con el corazón en un puño por lo que había estado a punto de sucederle a Lyssa, se arriesgó a mirarla. Ella se había quedado inmóvil. A una conmoción se le añadía ahora otra más.

—¡Corre, maldita sea! —Aidan lanzó una brutal patada con el talón desnudo a la rodilla de Chad y lo hizo caer al suelo.

—¡Voy a llamar a la policía! —gritó ella subiendo las escaleras a toda velocidad—. ¡Estáis los dos locos!

—¡No! —Dio un salto y la hoja de Chad sonó en el aire debajo de él. El golpe estaba destinado a cortarle las piernas. Literalmente—. ¡No llames a nadie!

Aidan estaba agradecido por llevar aquel pantalón de pijama poco ajustado. Le permitía la misma libertad de movimientos que su atuendo para la batalla. Sin embargo, Chad iba vestido con unos vaqueros y el tejido pesado y poco flexible le ralentizaba lo suficiente como para atenuar ligeramente el efecto que los Ancianos tenían sobre él. Al ver la mirada perdida de Chad y la ausencia de expresión facial alguna, Aidan estuvo seguro de que estaba enfrentándose a un sonámbulo.

Decidido a mantener a Lyssa a salvo, apartó a Chad de la escalera y lo condujo a la sala de estar. Tenía su espada allí, esperando junto a la cadena de música. Cuando Aidan se movió hacia la derecha y, después, hizo amago de moverse hacia la izquierda, Chad echó el brazo hacia atrás con una fuerte oscilación. Con un rápido giro sobre su talón, Aidan cogió su guja y, antes de terminar la rotación, la liberó de su vaina y bloqueó el golpe que iba dirigido a él.

El choque de un metal contra otro hizo que se concentrara. Era un sonido que había oído casi tantas veces como su propia respiración. La sensación familiar de la empuñadura en la palma de su mano y el peso de su arma le centraron. Era reconfortante en un sentido que sólo comprendían quienes vivían con una espada.

Todo lo demás desapareció.

Embestía y esquivaba con una pericia única y reconoció la destreza de un Maestro en su oponente. ¿Cuál? ¿Quién podría venir así a por ellos? ¿Era a Lyssa a quien querían o a él? ¿A los dos, quizá?

Consciente de su desventaja por el hecho de no poder matar a Chad, Aidan se vio obligado a ponerse a la defensiva, una postura que odiaba y con la que estaba relativamente poco familiarizado. Aun así, sabiendo que podría pasar días luchando de esa forma, consiguió cambiarse la espada de una mano a otra cuando el brazo se le cansó. Chad estaba en forma, pero carecía de la resistencia física y de los músculos perfectamente pulidos que Aidan había trabajado a lo largo de los siglos. A pesar de los conocimientos guerreros que le había enseñado el Maestro que lo controlaba, la forma física de Chad no podía mejorar.

El combate continuó. Estaban atrapados en el pequeño espacio de la sala de estar y del comedor contiguo. Dando traspiés entre los muebles, Aidan maldijo cuando chocó con la librería.

—¿Te puedes despertar ya, joder? —le gritó a Chad.

Pero no había nada que pudiera decirle Aidan, ninguna persuasión o amenaza haría cambiar la postura de su oponente, no podía hacer ningún sonido ni ningún gesto para inspirarle miedo. Chad estaba dormido y era imposible razonar ni entablar una conversación con él. El sudor caía por el rostro del otro hombre, le goteaba por las pestañas y se le metía en los ojos, pero no era capaz de sentirlo.

Aidan calculó sobre la marcha los puntos débiles de Chad, clasificándolos mentalmente para hacer uso de ellos si era necesario. En el momento en que Chad empezó a moverse con lentitud y a respirar con dificultad, Aidan aprovechó la ocasión.

Moviéndose con una precisión estratégica, obligó al otro hombre a retirarse hasta que la parte posterior de sus piernas se dieron contra la mesa de centro, tropezó y se cayó hacia atrás.

Aidan lanzó la guja a su otra mano y saltó sobre la mesa con las rodillas dobladas y llevando en su puño la fuerza de su descenso. El golpe contra la mandíbula de Chad fue acompañado de un crujido seco y, a continuación, el hombre cayó sin fuerzas. Completamente inconsciente, más allá del Crepúsculo. Yacía arqueado sobre la mesa con los brazos abiertos. El arma cayó de su puño aflojado y aterrizó con un golpe seco sobre la moqueta del suelo.

—¡Dios mío! —exclamó Lyssa—. ¿Le has roto el cuello?

Aidan giró la cabeza y vio a Lyssa de pie, al fondo de las escaleras, con los labios y los puños apretados por la tensión y el brazo extendido, temblándole con fuerza. Miró sorprendido el objeto que sostenía y bajó de la mesa de un salto.

—¿Qué ibas a hacer? ¿Parar el golpe con tu bolígrafo?

—Esp-pray de p-pimienta —balbuceó después de tragar saliva.

Aidan entrecerró los ojos.

—Habías cogido eso antes de que sonara el timbre de la puerta.

Lyssa parpadeó.

Las implicaciones de los actos de ella hicieron que Aidan apretara los dientes. Cogió la espada de Chad y la dejó al otro lado de la habitación.

Recogió del suelo su vaina y metió en ella su guja, dejándola al lado de la otra arma con movimientos deliberadamente despreocupados. Después, se acercó a ella y envolvió con su gran mano la que ella tenía extendida.

—Dame eso —murmuró mientras le abría los flojos dedos. Manteniendo agarrada la mano inmóvil de ella, Aidan se hizo a un lado lo suficiente como para poder llegar al equipo de música y dejó sobre él el espray de pimienta, lejos del alcance de Lyssa.

Le tocó el pecho con la mano libre, haciendo que el músculo que quedaba debajo de ella saltara.

—Apenas respiras con dificultad.

Aidan le agarró la muñeca y le retiró la mano.

—¿Pensabas lanzarme ese maldito espray de pimienta?

Una vez más, ella parpadeó con sus ojos enormes y oscuros, con los iris invadidos por las pupilas dilatadas.

—Stacey me dijo que lo hiciera si querías sacrificarme o venías de otro planeta.

—¿Sacrificarte…? —gruñó—. ¿Y dices que soy yo el loco?

Lyssa frunció el ceño. Y entonces, rompió a llorar.

Rindiéndose con un suspiro, él la estrechó entre sus brazos. Su mente admitía que ella tenía derecho a ser recelosa y a pensar en protegerse. A otra parte de él, su corazón dolido, no le importaba aquello.

—¿Has llamado a alguien? —preguntó.

—N-no…

—Buena chica —dijo acariciándole la espalda.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella entre sollozos con voz pagada.

Él apoyó la mejilla sobre la cabeza de ella.

—Cuando se despierte va a sentir un dolor tremendo y va a tener una fea magulladura en la mandíbula, pero no va a recordar nada —le explicó por fin.

—Yo no lo voy a olvidar nunca. —Tomó una bocanada de aire y se frotó el rostro contra la piel húmeda de él de tal modo que el dolor que Aidan sentía en su pecho aumentó—. Entonces, me has dicho la verdad.

—Por supuesto. —Se apartó de ella y se acercó al cuerpo tumbado de Chad—. Oye, tengo que llevarlo a su casa antes de que se despierte. No hay tiempo para cambiarnos de ropa.

Hurgó en el bolsillo de Chad y sacó las llaves del coche.

—Yo iré detrás de ti en su coche y, después, puedes traernos a los dos de vuelta. ¿Estás bien para ponerte al volante?

—Creo que sí. —Lyssa fue a la cocina a por su bolso y Aidan se agachó para echarse el cuerpo de Chad al hombro. Encontró un todoterreno rojo aparcado justo en la puerta del garaje de Lyssa, dejó su carga en el asiento del pasajero y apartó el vehículo para que ella pudiera salir.

Había pensado en la posibilidad de controlar a los Soñadores desde el Crepúsculo. La primera vez que vio la gruta que los Ancianos utilizaban para guardar a humanos hipnotizados, pensó que seguramente la capacidad de controlar la mente en ese estado funcionaría en ambos sentidos. Al parecer, era verdad. Se preguntó si Chad habría iniciado la conexión a propósito y había acudido a la hipnosis para curar algún trauma, o si los Ancianos tenían la capacidad de controlar el cuerpo humano a través de los sueños. Eso convertía a cada persona que los rodeaba en una amenaza.

Lyssa no estaba a salvo en ningún sitio.

***

Lyssa salió marcha atrás de la cochera con más cuidado del habitual y, después, pasó un largo rato mirando el todoterreno y al hombre que estaba sentado tan pensativo en el asiento del conductor. Ella se agarraba al volante con fuerza para evitar que las manos le temblaran de manera descontrolada. Todo lo que sabía de su vida acababa de estallar en su cara. La invasión alienígena no vendría por el aire. Aparecería desde el interior, como con los zombis o como en La invasión de los ladrones de cuerpos.

Pero Aidan no era así. Era cálido, cariñoso, apasionado. Humano.

Sólo pensar en él hizo que deseara tener sus brazos alrededor de su cuerpo. Había recorrido una distancia incalculable para salvarla, dejando atrás todo lo que conocía. Todo. Por ella.

Puso el pie sobre el acelerador y condujo hacia la casa de Chad, levantando continuamente los ojos al espejo retrovisor. Sus pensamientos eran tumultuosos, la respiración irregular y las manos y los pies los tenía fríos como el hielo. Aparcó el coche en casa de Chad de manera instintiva, con la mente demasiado saturada como para registrar lo que sucedía en la realidad. Como se iba recuperando lentamente del impacto, tardó una hora en darse cuenta de que Aidan no le hablaba.

Permaneció en silencio mientras colocaba a Chad en el suelo, junto a la cama, simulando una caída que en absoluto podría responder al agotamiento de sus músculos ni a las magulladuras de su rostro, pero aquello era lo mejor que podían hacer. Siguió en silencio durante el camino de vuelta a casa y mientras se dirigían a la puerta desde la cochera, aun cuando ella se detuvo en el umbral con la mano en el pomo y la sangre ardiéndole al recordar lo que habían hecho allí. Sólo hacía unas horas y, sin embargo, parecía que había pasado una eternidad.

Miró hacia atrás y vio la oscuridad en los ojos de él. Aidan también se había acordado, pero, aparte del calor de su mirada, se mostró distante y frío.

Ahora, al verlo de pie en la cocina con una pastilla para dormir en la mano, Lyssa se dio cuenta de que aquello era tan duro para él como para ella. Negó con la cabeza.

—No quiero tomarla ahora. Tenemos que hablar.

—Ya hemos hablado bastante —dijo él con expresión firme—. Tienes que dormir.

—No estoy cansada.

—Estás conmocionada. No sabes cómo estás. —Aidan bajó la voz, agotado—. Ni quién soy yo.

—Aidan…

Él cerró los ojos al escuchar su nombre.

—¿Vas a subir conmigo? —preguntó ella en voz baja.

—No puedo. Tengo cosas que hacer.

—Sólo hasta que me quede dormida.

Él negó con la cabeza.

—Lyssa, si me tumbo, puede que me quede dormido. No puedo hacerlo. Tendremos que dormir por turnos. No podemos permitirnos estar inconscientes al mismo tiempo.

Si dormían por turnos, nunca estarían juntos.

Y ella le necesitaba.

Estuvo a punto de decirle que lo único que quería era que él la envolviera con sus brazos, que estuviera dentro de ella, que le hiciera sentir querida y a salvo. Pero le preocupaba que al decírselo obtuviera una respuesta negativa. Por primera vez desde que él había entrado por la puerta, estuvo casi segura de que él no quería hacerle el amor. Así que sólo se atrevió a decir una cosa.

—Por favor.

Él lanzó un gruñido y se pasó la mano por el pelo. Le hizo una señal para que fuera delante de él y, después, la siguió escaleras arriba. Cuando Lyssa se detuvo junto al baño, Aidan le dio la pastilla para dormir y ella fue al lavabo mientras él se tumbaba en la cama. Lyssa miró su reflejo, sabiendo que tenía un aspecto horrible, pero consciente también de que no era su aspecto lo que había enfriado la pasión de Aidan.

Colocó la pastilla junto al lavabo. Si la necesitaba después, que así fuera. Pero primero iba a intentar hacer que Aidan hablara con ella.

Volvió al dormitorio, se metió en la cama y se tumbó a su lado. Aidan estaba tumbado de lado, con la cabeza apoyada en la mano, pero cuando ella se acercó, se giró para ponerse boca arriba y la atrajo hacia sí. Ella le colocó la pierna por encima y el brazo sobre su abdomen. Él respondió poniéndose rígido.

—Estás enfadado conmigo —susurró ella, y su aliento sopló caliente sobre el pecho desnudo de él.

Él soltó el aire de forma audible y se giró para mirarla.

—No. No estoy enfadado contigo.

—Entonces, abrázame —dijo ella—. Te necesito.

—Lyssa. —Aidan bajó la cabeza y la besó, introduciendo la lengua profundamente, haciéndola estremecer debajo de él. Lyssa necesitaba aquello, necesitaba esa conexión para aferrarse a él. Aidan era un sueño, un alienígena, un hombre varios siglos más viejo que ella. Lyssa era una amenaza, una profecía, la llave para su destrucción. La distancia entre ellos se abría a varias galaxias y planos de existencia y, sin embargo, él era el yang de su yin, una pieza viviente de rompecabezas que, por algún tipo de milagro, le hacía encajar perfectamente con ella, lo mismo que los otros hombres de su misma especie. Juntos podrían ser uno solo, sin separación alguna entre ellos. Por eso lo necesitaba, en ese mismo momento, tanto como necesitaba respirar. A medida que su deseo por él aumentaba, aflojó los brazos y movió la mano para acariciarle la espalda. Su olor era delicioso, más aún de lo habitual, pues había estado sudando antes. La combinación de Aidan, la sobrecarga de adrenalina y la testosterona, constituía un potente afrodisíaco.

Ansiándolo infinitamente, ella le acarició la lengua con la suya.

—¿Recuerdas lo de la manzana? —murmuró él dentro de su boca.

Lyssa se quedó inmóvil.

—Sí…

—Eso no ha cambiado simplemente porque ahora lo entiendas.

—¿Qué quieres decir?

—No sé cuánto tiempo estaré aquí —se explicó él en voz baja, mirándola intensamente bajo un mechón de pelo negro que le caía sobre la ceja—. La información que necesito saber puede que esté en los libros que he traído, o puede que esté en el Crepúsculo. Ahora mismo, los dos tenemos que considerar mi permanencia aquí como algo temporal y mi consiguiente partida como un hecho permanente.

—Creía que habías dicho que nadie había vuelto nunca —dijo ella tras tragar saliva.

—Ninguno de los otros Guardianes tenía un libro escrito por los Ancianos con información detallada sobre la creación de la grieta —aclaró él.

—Ah. —Hundiéndose en el colchón, las piernas se le aflojaron y las dejó caer—. Así que no estás enfadado.

—Lo estoy. —Su voz sonó grave y apasionada—. Con todo y con todos los que me impidan quedarme contigo. —Apoyó la frente sobre la de ella, inundando sus sentidos con el olor y el calor de su piel—. Pero no, no estoy enfadado contigo. Me siento orgulloso de que estés dando pasos para protegerte y sé que confías en mí. De lo contrario, no habrías dejado que te follara sin condón. Eres veterinaria y demasiado lista como para jugar de ese modo con tu vida.

Aidan se giró para separarse de ella y se quedó mirando al techo.

—No entiendo cómo vas a poder volver —dijo ella con el ceño fruncido, confundida—. Ni siquiera estoy segura de comprender cómo has llegado aquí.

Él giró la cabeza para mirarla con una dulce sonrisa.

—Has oído hablar de Atenea, ¿verdad? La diosa de la sabiduría, que salió de la frente de Zeus completamente formada.

—Eso es un mito. —Se mofó ella, pero la similitud le pareció sorprendente.

—¿No se basan todos los mitos y leyendas en una pizca de verdad?

—Entonces… —Lyssa se quedó mirando su perfil, derritiéndose por dentro por lo guapo que era. Un depredador grande, elegante y mortífero tumbado en su cama. Lo había visto entre los balaustres mientras luchaba con Chad, había observado el movimiento de los músculos de sus brazos y su pecho, el modo en que los pantalones del pijama se le amoldaban a los muslos cuando embestía y el tenso entrelazado de su abdomen al saltar hacia atrás. La forma calculadora en que estudiaba a su oponente la hizo estremecer, y no sólo de miedo. Tal y como Stacey había dicho, Aidan Cross era un chico malo y peligroso y ella quería domesticarlo.

Antes de que él pudiera responder, ella se le adelantó y se lanzó sobre su duro cuerpo. Él gruñó por el impacto y la miró con los ojos abiertos de par en par. Ella le besó en la boca para que no pudiese protestar, deslizando la lengua sobre sus labios y, después, por dentro. Las yemas de sus dedos encontraron sus pezones y los frotó ligeramente. El gemido de su respuesta fue justo lo que ella quería escuchar.

—Es demasiado tarde para la prudencia —susurró ella sobre los labios de él. Estaban magnífica, firme y hermosamente dibujados, pero muy suaves. Y la forma en que se movían… el modo en que le hacían el amor a ella…—. De todos modos, acabaré destrozada. Mientras, creo que deberías hacer que merezca la pena.

—¿Es que no lo he hecho ya? —Su acento era pronunciado y delataba el efecto que ella le producía.

—Quiero más. —Lyssa se incorporó en la cama, se sacó la camiseta por encima de la cabeza y la lanzó al suelo. Se colocó las palmas de las manos sobre los pechos y los apretó entre sus dedos.

—Lyssa —murmuró él con voz ronca, recorriéndole con las manos los muslos—. Me vuelves loco cuando haces eso.

Ella abrió la boca para decir que nunca le había mostrado los pechos y, entonces, recordó lo que él le había contado antes. Habían sido amantes en sus sueños.

—¿Ya he hecho esto antes para ti?

—Pues… —contestó él subiendo poco a poco los dedos, lo que hizo que la piel de ella se incendiara.

—No es justo. Tú tienes más recuerdos que yo. Tengo que ponerme al día.

Aidan sonrió y el corazón empezó a latirle más rápido. Lyssa le cogió las manos y las apretó contra sus pechos.

—Por favor, no pongas fin a esto —suplicó ella dejando su orgullo de lado—. Te necesito. Desesperadamente.

Entonces, Aidan se dio la vuelta y se colocó sobre ella, una manta de un hombre grande, atractivo y sensual.

—Yo también te necesito. —Acarició su cara contra el cuello de ella y deslizó una mano por dentro de la pierna de sus pantalones cortos—. Mucho.

Ella suspiró y envolvió de nuevo el cuerpo de él con el suyo. Si se paraba un momento a pensar, se sentiría aterrorizada por el futuro, pero ahí, en ese preciso momento… se encontraba en el cielo.

—Dime que estás conmigo —le pidió ella entre gemidos, arqueándose sobre los dedos de él mientras le separaba las piernas y le acariciaba el clítoris con el tacto ligero de un dedo encallecido.

Aidan la besó con una ternura desgarradora.

—Estoy contigo.

Era sólo por ahora. Pero, por ahora, era suficiente.