11

Así que vas a tener atado a Chad mientras decides qué pasa con tu tío cachas.

Lyssa la fulminó con la mirada.

—No, Stacey. No voy a tener atado a Chad. Hemos acordado que seguiremos en contacto, como amigos.

—Y aún no recuerdas haber conocido a Aidan, sólo haber echado un polvo con él. —Stacey apoyó la espalda en uno de los pequeños sofás que adornaban la sala de espera y negó con la cabeza—. Quizá te dio sin darte cuenta alguna droga o algo así.

—¡Stacey! Dios mío. ¡Míralo! No necesita drogar a las mujeres para llevárselas a la cama.

Apoyando los brazos sobre las rodillas, Lyssa cerró los ojos.

—¿Sabes? He abierto la puerta de la Sala 1 y lo he visto ahí y se me han doblado los dedos de los pies. La única vez que doblo esos jodidos dedos es cuando estoy teniendo un orgasmo.

—¿Has tenido un orgasmo sólo con mirarle?

—Casi. —Incluso en ese momento, el recuerdo de verle apoyado contra el marco de la puerta con sus vaqueros anchos y su camiseta blanca hacía que sintiera una punzada en el pecho. Aidan Cross miraba, olía, caminaba y hablaba desprendiendo sexo. Punto.

—Ojalá yo sintiera calentones así —dijo Stacey con un bufido—. Vale, esto es lo que yo creo. Quizá sea uno de esos casos, como cuando una miembro de un jurado se casa con un asesino en serie después del juicio. Eso de mira qué chico tan malo y peligroso al que voy a domesticar.

Lyssa se quedó mirándola.

—Es sólo una idea —continuó Stacey levantando las manos a la defensiva.

—Aidan no es un asesino en serie.

—Puede que pertenezca a las Fuerzas Especiales.

—¡Eso sería distinto!

—Sí. —Stacey volvió a desplomarse en el sofá—. Supongo que sí. Puede que simplemente seas una loca, o quizá lo sea él. Espero que todo se solucione y seas feliz, pero, chica, tengo mis dudas. Aquí está pasando algo raro.

Lyssa suspiró con fuerza.

—Yo también lo creo.

—Ten, toma esto. —Stacey buscó en el bolso que tenía a su lado y sacó un bolígrafo. Después le quitó la capucha y de debajo salió un vaporizador.

—¿Qué es eso? ¿Gas lacrimógeno?

—Espray de pimienta. Esta cosa es muy desagradable. Justin trasteó con un tubo una vez y casi nos mata a los dos. Los ojos te lagrimean, la nariz te empieza a moquear y la piel te quema muchísimo.

Mirando aquel tubo de aspecto inofensivo, Lyssa sintió ganas de llorar. ¿Podría estar más dispersa y confusa?

—¿Crees que voy a tener que utilizar esto?

—Más vale prevenir que curar. Este tío es un desconocido. ¿Quién sabe qué se propone? Sin ropa, sin dinero. Es muy raro. Si empieza a hablar de sacrificios religiosos o dice que es un alienígena, darás gracias por tener este espray.

—Joder.

Stacey se inclinó hacia delante y le apretó la muñeca.

—Llámame con frecuencia durante el fin de semana o enviaré a la policía a tu casa. Y tráelo mañana a cenar a mi casa. Quiero verle en persona.

—Me estás asustando. —Lyssa se puso de pie y empezó a dar vueltas. Cuando estaba con Aidan se sentía a salvo. Querida. Pero cuando se separaban, las dudas la invadían.

—Instala a Aidan en un hotel hasta que todo quede explicado y aclarado.

—Vale.

—¿Vale, lo vas a hacer? ¿O vale, cállate ya?

—De acuerdo, le buscaré un hotel.

Cuando la puerta trasera de la clínica se cerró de un portazo, las dos giraron la cabeza. Aidan apareció un momento después con el pelo despeinado y revuelto por el viento, lo que le daba un aspecto muy atractivo. Llevaba la bolsa de una librería en la mano. Se había comprado unas gafas de sol que se subió cuando se acercó, mostrando sus ojos azules llenos de placer y deseo al verla. Caminaba con su forma tan característica, la que hacía exclamar: «¡Qué bueno está!». Bajo el fino algodón de su camiseta podía adivinarse la tabla de sus abdominales y su fuerte pecho.

Lyssa encogió los dedos de los pies.

—¿Lista para marcharnos? —preguntó él con su voz profunda de acento seductor. Aquel tono tocó una fibra sensible dentro de ella, provocando de nuevo una sensación de familiaridad en lo más profundo de su ser.

—Sí, estoy lista —respondió agarrando el tubo de pimienta con fuerza.

***

Lyssa no estaba segura de cómo habían terminado en su casa. Sus pensamientos habían estado dedicados a la lógica preocupación de Chad y Stacey y había conducido de forma automática. Aun así, cuando se detuvo en su garaje, no sintió ningún terror por no haber dejado a Aidan en un hotel. De hecho, cuando la puerta de la cochera empezó a bajar, se sintió aliviada.

Agarrada al volante con las dos manos, miró hacia delante y exhaló con fuerza.

—¿Quieres contarme en qué estás pensando? —le preguntó Aidan, a la vez que deslizaba la mano izquierda para colocarla sobre el muslo de ella—. No has dicho una palabra desde que hemos salido de la clínica.

Bajo la palma de la mano de él, la piel de Lyssa ardía. El calor se extendió y le calentó la sangre, haciendo que se removiera en el asiento. Él la acariciaba suavemente, despacio, y su cuerpo reaccionó derritiéndose por él. Apretó los dedos en el volante.

Un sonido áspero resonó en el pecho de Aidan.

—Si quieres que haya una cama bajo tu espalda cuando vuelva a follarte, será mejor que salgas del coche —murmuró él con tono amenazante.

Ella salió con dificultad y cerró la puerta con fuerza. Él rodeó el coche por detrás tan rápidamente que los dos llegaron a la puerta de la cocina a la vez. Su mano rodeó la de ella cuando agarró el pomo, apretó el pecho contra su espalda y sus piernas se tocaron. La erección larga y dura era inconfundible contra la curva superior de sus nalgas. Aidan bajó las piernas y la presionó contra ella.

Cerrando los ojos, Lyssa apoyó la frente caliente contra la fría puerta y lanzó un leve gemido. Los labios de Aidan acariciaron el lateral de su cuello y empezó a mover la lengua rápidamente por encima de sus vibrantes pulsaciones.

Lyssa oyó un ruido sordo, pero hasta que la mano izquierda de Aidan no se apoyó sobre su cadera, no se dio cuenta de que había dejado caer la bolsa de libros.

—¿Qué estás haciendo? —susurró ella con tanto deseo de él que los pulmones se le dilataron.

—Estás tensa. Voy a relajarte.

El acento de Aidan sonaba maravilloso cuando hablaba de forma directa. Cuando estaba excitado era pura seducción.

Ella echó la mano hacia atrás y la apoyó en el culo de él, imitando sus movimientos, acariciando toda la longitud de su polla con su cuerpo. Él gruñó y la mordió en el punto sensible que había entre el cuello y el hombro. Aquello la inmovilizó y dominó sus movimientos, diciéndole sin palabras que estaba a su merced.

—No es justo —protestó ella con un mohín.

Él lamió la marca de sus dientes en la piel de ella.

—¿Es una queja? —Deslizó su gran mano y se la introdujo entre las piernas—. No puedes.

Ella suspiró mientras él la frotaba suavemente por encima de los pantalones, con la presión justa para hacer que se humedeciera, pero no lo suficiente como para satisfacerla.

—Oh, Aidan…

Él la agarró con más fuerza para atraer su cuerpo hacia sí, como si el sonido de su nombre le hubiese vuelto más apasionado.

—La próxima vez —murmuró él.

Con sus dedos, le desabrochó el botón de la cintura, le bajó la cremallera y, a continuación, le bajó los pantalones bruscamente.

—¿Qu-qué…?

—La cama. No vamos a llegar.

Introdujo la mano entre la unión de sus piernas.

—Joder —exclamó ella agarrándose al pomo para no perder el equilibrio.

Aidan la invadió, separándola con los dedos y, después, entrando dentro de ella.

—Voy a follarte, Lyssa —susurró con la boca pegada a su oreja—. Aquí mismo. Sin tapujos.

Las piernas de ella cedieron. Si no llega a ser porque él tenía sus dedos bien dentro de ella, se habría caído al suelo.

—Hazlo.

Lyssa se echó pesadamente sobre la puerta y él empezó a follarla con los dedos, rápido y con fuerza y no lo suficientemente profundos. El deseo de él la estimulaba, volviéndola loca y haciendo que perdiera el control.

Y él lo sabía.

—Abre las piernas. —Su orden severa hizo que ella sintiera un escalofrío ante la expectativa y cuando él dejó la mano de ella en el pomo y la subió para pellizcarle el pezón por encima de la blusa y el sujetador, su gemido sonó fuerte y suplicante.

Dobló la pierna, se zafó de una parte de los pantalones con una patada y colocó el pie sobre el umbral, que estaba unos pocos centímetros más alto que el suelo de la cochera. Se abrió sin ninguna vergüenza.

—Sí. —Se estremeció de forma violenta cuando él retiró los dos dedos y después volvió con tres juntos y apretados. Aidan se mostraba ardiente, pero bajo aquella impaciencia había una veneración subyacente. Todas las dudas de Lyssa parecieron volverse insignificantes. Ningún hombre podría tocar así a una mujer sin tenerle cariño, sin conocerla y querer darle placer. La fuerza impulsora era un deseo y un ansia básicos, pero también había desesperación y necesidad que surgían de un lugar mucho más íntimo.

Lyssa podía oír los coches que pasaban rápidamente por la puerta de su garaje y voces lejanas. Sus vecinos hablando, padres que gritaban, niños que jugaban. La activa comunidad en la que vivía estaba a tan sólo unos metros. No le importó. Sólo deseaba a Aidan. Lo necesitaba.

—Te estás derritiendo en mi mano. —Pronunció aquellas palabras sobre su piel, restregando sus labios contra su cuello.

—Yo… —Ella también se arrimaba—. Date prisa.

Antes de que ella pudiera entender lo que pasaba, él se separó y le dio la vuelta para que lo mirara. La miró fijamente, estudiándola con sus ojos azules. Después, cogió su cara entre sus manos y la besó apasionadamente.

Sin tapujos.

Ella estaba sorprendida por aquella nueva cara de él y no pudo ignorar la sensación de que Aidan lo hacía todo con un férreo control, incluso el sexo. Pero sus acciones no estaban siendo ahora nada controladas. Estaba dispuesto a llevarla hasta el final, de eso estaba segura. Y ella quería que así fuera. Quería que se perdiera dentro de ella.

Entonces, la volvió a sorprender de nuevo al ponerse de rodillas.

Echándose la pierna de ella por encima del hombro con manos temblorosas, la desnudó con la mirada.

—Eres tan hermosa —dijo separándola con los dedos pulgares. Ella sabía lo que iba a hacer antes de que él la empezara a lamer, pero aun así se estremeció.

—¡Ah! —exclamó metiendo los dedos entre la seda oscura del pelo de Aidan y quedándose inmóvil mientras sus labios calientes le rodeaban el clítoris. La almohadilla rugosa que era su lengua se movía adelante y atrás entre sus sensibles nervios. Tenía la boca caliente, su textura era perfecta y su destreza evidente. Cuando lanzó un gemido contra ella y aumentó el ritmo, Lyssa se mordió el labio inferior para mantenerse en silencio. A continuación, él inclinó la cabeza y metió la lengua dentro de ella, haciendo que se abandonara y lanzara un grito.

Aidan gruñó mientras se iba animando.

Entregada al placer, montó sobre su boca moviendo las caderas al compás de aquellas suaves y profundas caricias dentro de ella que la estaban volviendo loca.

—Por favor —suplicó dejando caer las manos sobre los hombros de él.

La piel le quemaba cada vez que él espiraba y el masaje de los dedos de Aidan sobre sus caderas hacía que sintiera un hormigueo por todo el cuerpo y, mientras él le follaba el coño con la lengua, ella perdía la cabeza.

—Por favor… —gimió de nuevo agarrándose a su brazo.

Él le besó el clítoris y sus músculos se tensaron, preparándose para el orgasmo que se aproximaba y que deseaba más que el respirar. Cuando llegó, la fuerza de su clímax casi la hizo caer de rodillas, pero Aidan la sostuvo de pie abultando los hombros bajo sus manos para sostenerla no sólo físicamente, sino también por dentro. Ver cómo él atendía sus necesidades era tan alentador como agradable.

Cuando Lyssa se dejó caer hacia atrás, Aidan se puso de pie y la levantó del suelo con sorprendente facilidad. Ella colocó las piernas alrededor de sus caderas y, a continuación, sintió un escalofrío cuando los dos se miraron. No había ninguna sonrisa de satisfacción en los ojos ni en los labios de Aidan. Sólo deseo y una profunda intensidad, como si estuviese buscando algo entre sus facciones.

—Tómame —susurró ella.

Sosteniéndola sin esfuerzo con una mano por debajo de sus nalgas, Aidan se desabrochó el botón de un tirón y se bajó a empujones los pantalones hasta la cadera.

Apretó los dientes y tiró de ella hacia abajo a la vez que él se subía. Ella se retorció en sus brazos mientras los tejidos resbaladizos e hinchados de su interior se dolían con la penetración. Aidan estaba duro como una piedra gruesa y larga.

Las fosas nasales se le ensanchaban mientras se deslizaba despacio al salirse de ella con un movimiento pesado para volver a embestirla con fuerza, presionándola contra la puerta.

Los dedos de los pies de Lyssa se encogieron.

—¡Oh, Dios! Tu polla…

Colocó los brazos alrededor de los hombros de él y sintió el algodón húmedo que separaba la piel tórrida de Aidan de la de ella. Bajo las yemas de sus dedos, los músculos de la espalda de él temblaban. Volvió a doblar las piernas con una desgarradora retirada y, después, con el culo apretado bajo sus pantorrillas, se metió de nuevo dentro de ella, llenándola de una forma tan absoluta que ahogó un grito.

Lyssa se agarraba a él con las pocas fuerzas que le quedaban. Aidan la estaba follando como un poseso, montándola fuerte y profundamente. Él lanzaba un gruñido con cada zambullida y siseaba con cada retirada. La parte inferior de la espalda de Lyssa golpeaba repetidamente la puerta con un inconfundible sonido rítmico. Sexo duro. Le encantaba, se moría por Aidan. Lo mismo que él la ansiaba a ella.

La sangre le rugía por las venas, ensordeciéndola, pero poco a poco Lyssa fue reconociendo su voz, aunque las palabras parecieran extrañas y jadeantes. Hacía calor en la cochera. Sofocante. Provocaba un efecto de sauna que intensificaba su excitación. Se sentía narcotizada, lánguida, aunque cada célula de su cuerpo estaba sintonizada a la perfección con aquel hombre que la estaba follando tan bien.

—Aidan. —Sus labios pronunciaron su nombre contra la piel sudorosa de su cuello mientras deslizaba los dedos por los mechones húmedos de su pelo.

Como respuesta, él la abrazó con fuerza de una forma tan tierna que no se correspondía con la parte inferior de su cuerpo, que bombeaba sus caderas con la fuerza de su deseo mientras metía la polla en su coño una y otra vez.

—No puedo… lo siento —masculló él justo antes de empujarla contra la puerta, estremeciéndose con un orgasmo, con sus piernas temblorosas bajo las de ella y sacudiéndose su polla dentro, quemándola con su semen.

Lyssa se dejó caer sobre él y restregó su clítoris sobre la pelvis de Aidan, llegando al orgasmo con él. Se aferraron el uno al otro, se estremecieron juntos. Ella apretó la nariz contra él, respirando aquel olor tan característico de Aidan.

El corazón de él latía sobre el de ella. Su pecho se elevaba y se hundía de una forma tan laboriosa como el de ella y el sudor de su frente se mezcló con el de Lyssa.

Conectados.

***

Aidan salió de la ducha de abajo antes de que Lyssa hubiese terminado en el baño de arriba. Se envolvió una toalla en la cintura y pasó una mano por el espejo nublado. El hombre que le devolvió la mirada, con cierto miedo en los ojos además de una expresión de determinación, no le resultaba conocido.

Soltó un suspiro y salió al pasillo. Lanzando la toalla a la cesta de la ropa sucia, Aidan se puso los pantalones de pijama que se había comprado y fue a la cocina en busca de algo para dar de comer a su Soñadora.

La noche anterior había descubierto que Lyssa hacía las compras típicas de una soltera. Cerveza, soda, sobras e ingredientes para bocadillos era todo lo que había en su frigorífico. Ron helado, comidas preparadas y helado conformaban el contenido del congelador. Mejor que mirar en el frigorífico, tenía que ir directo a la despensa, donde sabía que encontraría pasta y algunas latas.

Por un momento, estuvo tentado de preparar de nuevo pasta precocinada, pero después decidió probar con algo distinto. Sacó unas cuantas cosas y se puso manos a la obra.

—Huele bien —dijo Lyssa poco después.

Aidan miró hacia atrás y sonrió feliz. Lyssa se sentó en la barra de la cocina, con el pelo mojado y peinado hacia atrás sujeto con una cola y una camiseta de satén de tirantes que supuso que iría con unos pantalones a juego.

—Esperemos que sepa igual de bien.

La deliciosa boca de Lyssa se curvó con media sonrisa. Sus hombros desnudos eran tan pálidos y delgados que le recordaron lo diminuta que era comparada con él. Debería haber ido más suave con ella antes. Debería haberla seguido al interior de la casa, dejar que se bañara y, después, sin prisas, engatusarla para ganarse su confianza. En lugar de eso, la notaba distante y preocupada. El miedo le había instado a tocarla, a recordarle lo bien que estaban juntos. Después, ella pronunció su nombre entre gemidos, el suyo, no el de una fantasía ni el de un guerrero de leyenda. Y él perdió de nuevo el control. Otra vez. Estaba perdiendo el control desde la primera noche que se conocieron.

—¿Qué estás preparando? —preguntó con el cuello estirado para mirar por encima de él.

—No lo sé —respondió con sinceridad. Alargó un brazo, abrió la puerta de un armario y sacó dos platos—. No hay mucho por aquí en lo que respecta a alimentación.

—Tomo complejos vitamínicos.

—Vas a necesitar muchísimo más que un complejo vitamínico para seguirme el ritmo, tía buena. Te lo aseguro.

Aidan vació el contenido de la cazuela en los platos, se giró y colocó su ración ante ella, después cogió un tenedor y se lo pasó.

Lyssa se quedó mirando su plato con los ojos abiertos de par en par.

—¿Qué es esto que hay en la ensalada de pasta? —preguntó dando golpecitos a los pequeños tubos con los dientes de su tenedor.

—Chile —contestó él tras darse la vuelta para mirar la lata que había junto a los fogones.

—¿Y esta cosa pegajosa y amarilla?

—Queso.

—¿Queso en lonchas?

—Sí —respondió él encogiéndose de hombros—. El de barra estaba pasado, así que lo he tirado.

Ella lo miró sorprendida. Después, cogió pasta con el tenedor y se la llevó cautelosamente a la boca.

Él esperó con expectación.

—Ummm… —exclamó ella suavemente y con la boca llena. Asintió.

—¿Está bueno? —Aidan cogió una cuchara y comió con entusiasmo. No era la mejor comida que había probado, pero tampoco la peor.

—Bueno —dijo ella por fin y con voz vacilante—. Háblame de nosotros. Y de ti. Y de todo.

Lanzando una mirada anhelante a la cacerola, vio que tendría suficiente para comer después, cuando Lyssa estuviera profundamente dormida.

¿Por dónde empezar?

—¿Recuerdas algo? —le preguntó él con recelo.

—La verdad es que no —contestó con una mueca—. Es más bien una sensación. Como si me resultaras familiar.

Él soltó un suspiro.

—Espera.

Le preparó un vaso cargado de ron con soda. Lo colocó delante de ella, después se retiró y apoyó la cadera contra la barra. Cruzó los brazos y reconoció que estaba un poco inquieto y a la defensiva. No había forma de explicarlo sin parecer un loco. Así que empezó a hablar, negándose a amortiguarlo con evasivas ni medias verdades. Sabía que aquella historia era poco creíble a primera vista. No necesitaba ningún adorno para empeorarla.

Estuvo todo el tiempo observándola, tratando de calibrar su reacción y se dio cuenta de que se había bebido la copa de un trago.

—Más —resolló ella cuando él se quedó en silencio, y dejó el vaso con un golpe seco sobre la encimera de granito.

Él volvió a llenárselo con un suspiro y esperó en silencio mientras ella se bebía la tercera parte de una sola vez.

—¿Estás bien?

Sus ojos oscuros parecían enormes en su rostro, su piel cremosa se volvió más pálida y las manos le temblaban mientras soltaba la copa y se limpiaba las manos en sus pantalones cortos de satén. Las lágrimas empezaron a inundarle los ojos y a colgar de sus largas y oscuras pestañas antes de deslizarse libremente para caer por las mejillas.

—Lyssa —murmuró él con un dolor en el pecho al ver sus lágrimas.

—Esto-toy bien —susurró.

Lyssa hizo una mueca de dolor mientras la voz se le rompía. Entonces, se echó a llorar a la vez que Aidan se acercaba al taburete donde estaba sentada junto a la barra. Le puso la mano en la nuca y le inclinó la cabeza hacia arriba para acariciar sus labios contra los de ella con una ternura desgarradora.

—Estás temblando. —Rozó su nariz con la de ella—. Y tienes la piel fría.

Ella ya lo sabía. Sabía que estaba conmocionada, pero ¿cómo se suponía que tenía que reaccionar cuando el hombre de sus sueños le juraba que había cobrado vida y que había salido de sus sueños? Todas las esperanzas que albergaba de que aquella felicidad durara se estaban desvaneciendo como el humo y algo muy preciado dentro de ella había muerto.

—¡Dios mío! —exclamó ella sintiendo cómo se le agitaba el vientre al verse sorprendida por un pensamiento repentino y terrible—. Ese Crepúsculo… ¿Es como otro planeta?

Él dejó escapar el aire de forma audible y le soltó la coleta del pelo. Sus dedos callosos se hundieron en el cabello húmedo de ella y le masajeó la cabeza. Lyssa se derritió y los ojos se le cerraron. Su respiración era tan poco profunda y el silencio tan absoluto que el ronroneo de Golosina resonó como un trueno por toda la habitación.

—No —murmuró él—. Un conducto en el plano existencial. Piensa en una manzana. El breve espacio que produce un gusano al atravesarlo por el centro. Pero en lugar de salir por el otro lado, los Ancianos han encontrado el modo de mantenernos ahí dentro.

¿Cómo podían haber estado tan equivocados ella y Golosina con respecto a él? Ese hombre estaba completamente loco. Aquella ropa grande… Dios mío… ¿Y si se trataba de un vagabundo?

—¿El agujero de un gusano? —repitió ella—. ¿Estamos hablando de esos agujeros espacio-temporales que salen en la televisión y en las películas?

—Sí, en cierto modo.

—Pero antes de entrar en la manzana, tú venías de otro planeta, ¿verdad? —preguntó ella despacio.

Aidan apretó los labios contra su frente.

—Sí.

—Entonces, me estás diciendo que eres un alienígena.

—Sí.

—Mierda —exclamó con más fuerza mientras el corazón se le rompía del todo y le costaba trabajo respirar. Dejó caer su húmedo rostro entre sus manos y se entregó al dolor con sollozos profundos y fuertes.

—Chisss. Sé que te resulta difícil de entender. Pero, por favor…, me estás matando. No puedo soportarlo.

La envolvió con sus cálidos y fuertes brazos. Ella inhaló su olor, que invadió su mente con su esencia única apenas sorprendiéndose de lo mucho que aquello la tranquilizaba. Dudaba si nunca más volvería a sorprenderse de verdad de algo.

Giró la cabeza, vio el bolso sobre la barra y lo cogió, sacó el tubo de pimienta y lo apretó en su mano. «En caso de alienígenas, rompa el cristal». La idea de utilizarlo contra Aidan o de infligirle cualquier tipo de dolor no hizo más que abatirla aún más.

Entonces, sonó el timbre de la puerta.

Se liberó del abrazo de Aidan mientras una parte de su mente se preguntaba cómo hacer que alguien se sometiera a tratamiento psiquiátrico y la otra pensaba que no le importaba que estuviese loco. Había muchos tipos de locura y a ella le gustaban el sexo apasionado de Aidan y su forma tan particular de mostrarse cariñoso. Tampoco es que ella fuera precisamente normal. ¿Quién era ella para criticar una pequeña inestabilidad mental? Era una mujer que nunca recordaba los sueños y que tenía tantos problemas con el sueño que afectaban a su capacidad de llevar una vida normal. Aidan creía que ella era una profecía que estaba destinada a destruirlo, a él y a todo lo que él conocía. «La Llave» que se esperaba que aniquilara los mundos, incluido el de ella misma, o algo parecido.

—Lyssa, olvídalo.

—No. No. Tengo que entenderlo. —«Piensa, Lyssa. Piensa».

Pero no podía pensar cuando él la tocaba. Le provocaba un cortocircuito en las neuronas.

Necesitaba cierta distancia, así que se bajó del taburete y se dirigió rápidamente hacia la puerta. Golosina salió corriendo junto a ella, con su gruñido de gato endemoniado. Ella supo que Aidan la seguía, aunque se movía en silencio.

Quizá se tratara de Chad o de Stacey. No, por Dios, Stacey no. Traería a Justin con ella. ¡Quizá sea mamá! Sería estupendo que fuera mamá. Empezaría a engatusar a Aidan y Lyssa podría escabullirse arriba y pensar en cómo demonios su vida no dejaba de empeorar.

Aliviada ante la perspectiva de pasar un momento a solas, abrió la puerta sin mirar antes por la mirilla. Pero no lo recordó hasta que la puerta ya estaba abriéndose…

… y sus ojos abiertos de par en par vieron la espada balanceándose hacia abajo.