—¿Quién demonios eres?
Aidan miró a Stacey, que estaba en la puerta de la consulta de Lyssa, y arqueó las cejas.
—¿Perdón?
—Ya me has oído. ¿Qué quieres de Lyssa?
Se apoyó en el escritorio y se cruzó de brazos. Sabía que Lyssa le tenía mucho cariño a su amiga Stacey y, según parecía, Stacey sentía lo mismo por ella.
—Creo que no es asunto tuyo.
—Claro que lo es. —Entrecerró los ojos—. Chad es un buen tío. Es bueno para ella.
—Yo soy un buen tío. Soy bueno para ella.
—Yo no diría que lo que estás haciendo sea bueno para ella. Ya la dejaste antes y no parece que estés planeando quedarte por aquí tampoco esta vez.
No había nada que pudiera decir al respecto. No sabía cuál sería su siguiente movimiento. En las últimas cuarenta y ocho horas no había tenido mucho tiempo para pensar en ello. Incluso cuando Lyssa había estado ocupada con sus pacientes, sus pensamientos habían estado más centrados en la desavenencia que había entre ellos que en los días siguientes. Necesitaba concentrarse.
—El trabajo me mantiene alejado.
—¿A qué te dedicas? Lyssa me ha dicho que perteneces a las Fuerzas Especiales o algo así.
Muy lista.
—Algo así.
—¿No crees que es un poco egoísta presentarse sin más cuando te apetece, sobre todo cuando ella tiene una relación estable? —preguntó Stacey dando una patada en el suelo.
—He intentado mantenerme alejado, Stacey —contestó él en voz baja—. De verdad.
—Me reservo mi opinión por ahora —dijo ella tras quedarse estudiándolo un largo rato.
—Gracias. —Y lo decía de verdad. Si Stacey se ponía en contra de él, empeoraría lo que ya estaba resultando bastante difícil.
—Mientras tanto, tenemos que buscarte algo de ropa.
—Eso estaría bien —admitió. Tener un aspecto «normal» era una forma de calmar los nervios de Lyssa.
Tomándose un segundo para guardar sus valiosos libros en el cajón superior del escritorio, Aidan cogió las llaves y el dinero y le hizo una señal a Stacey para que saliera delante al aparcamiento. Lo estaba pasando mal al sentirse tan inútil. Era algo que nunca antes había experimentado y, definitivamente, no iba con él. Necesitaba que Lyssa se adaptara y, así, él podría concentrarse en serio en los textos antiguos. El día casi había acabado. La noche llegaría pronto. Después, a dormir, cuando Lyssa sería más vulnerable.
El tiempo, algo que antes solía tener en cantidades infinitas, ahora se iba agotando.
***
—Para acabar de haber sido ascendido a capitán de la Elite, estás muy callado.
Connor miró de reojo a la Guardiana de cuerpo curvilíneo que yacía en su cama. Sonrojada tras el polvo reciente, Morgan estaba muy guapa, y le estaba tentando para que dejara de pulir su espada y volviera a tomarla.
—Cross es el capitán.
—Se ha ido —respondió Morgan enfadada.
—Encontrará el modo de volver. Yo me aseguraré de ello. —Aidan era un guerrero hasta la médula. No podía vivir sin una espada en la mano—. ¿Te lo imaginas conduciendo un monovolumen?
—No. —Morgan se rio y se dio la vuelta, destapando su cuerpo al estirarlo de forma sinuosa—. Pero tampoco me lo imagino tan encariñado de una mujer.
Connor soltó un bufido y volvió a su tarea.
—Locura transitoria. Los Ancianos le han jodido. Primero lo enviaron dos veces a la Soñadora. Después, a la Puerta de Entrada.
—¿Es tan terrible como dicen?
—Peor. No está pensando con claridad, créeme. Encontrará a la Soñadora y follarán como conejos. Luego, se olvidará de ella y hará lo que tiene que hacer.
—¿Crees que ella es la Llave?
Connor hizo una pausa.
—No lo sé. Pero tú vas a tratar de descubrirlo.
—¿Qué? —Morgan se incorporó en la cama.
—He visto la lista de turnos. Philip Wager ha sido designado para dirigir esta noche al equipo. —El equipo que intentaría por segunda vez entrar en la mente de la Soñadora de Aidan. Se quería dar de tortas por haberse intercambiado con su amigo aquella noche. Ahora deseaba haber mantenido a Aidan alejado de ella y haberse encargado él. Sencillamente no podía imaginar que una mujer lo cautivara tanto como para hacerle renunciar a su soltería.
—Philip está enfadado conmigo. No va a contarme nada. —Se echó su oscuro cabello por detrás del hombro—. Y de todos modos, yo tampoco tengo un interés especial por hablar con él.
Connor sonrió.
—Sí que lo tienes. Sientes curiosidad por esa Soñadora. Llevas mucho tiempo sintiendo algo por Cross.
—También por ti.
Su sonrisa se hizo más obvia.
—Y aún lo sientes. —Dejó a un lado su espada con apenas el tiempo suficiente para coger la almohada con borlas que Morgan le había lanzado. Se puso de pie y fue hacia la cama, dándose cuenta del modo con que los oscuros ojos de ella se fijaban en su polla y en lo rápido que se iba hinchando antes de levantarlos para mirarlo a la cara.
—Ay, no —murmuró ella con frialdad—. Reconozco esa mirada. Quieres algo. Por desgracia para ti, me siento bastante bien con los orgasmos que he tenido, así que no creo que vaya a consentirlo.
—Puedo hacer que te sientas aún mejor —dijo él apoyando una rodilla en el filo de la cama antes de gatear hacia ella.
La sonrisa de Morgan desapareció.
—En serio, Connor, me estás pidiendo demasiado. Los Ancianos me castigarían por acercarme a ellos así.
—Yo te protegeré.
—No se puede proteger a nadie de los Ancianos.
—Ponme a prueba.
Cuando vio su obstinación, se maldijo a sí mismo y cambió de táctica.
—Sólo quiero que hables con Wager —dijo con tono lisonjero—. Que averigües qué órdenes han dado, qué métodos va a utilizar y a qué resistencia se enfrenta.
—¿Qué excusa voy a poner para querer saber todo eso?
La besó apasionadamente y colocó su boca sobre la de ella con una evidente promesa de recompensa, esperando ocultar así su desesperación.
—Haré que te merezca la pena, querida Morgan.
—Para eso, hará falta mucho. —Tomó aire cuando sus pechos se tocaron. Se detuvo un momento y, a continuación, lo rodeó con los brazos.
—Tengo mucho para darte. —Amoldó sus caderas y embistió suavemente dentro de su coño tenso y resbaladizo—. Si es que lo quieres, claro.
Ella soltó un suave gruñido, un sonido que hizo que el corazón de él latiera más rápidamente con una mezcla de excitación y ansiedad.
—Estás haciendo trampas —se quejó ella.
Sí, era verdad, pero Connor haría lo que fuera necesario por ayudar a Aidan. No dejaría a su comandante y mejor amigo solo ahí afuera.
***
Stonehenge.
Mientras los recuerdos inundaban la mente de Aidan, las yemas de sus dedos recorrían el recién descifrado texto del libro de las piedras preciosas. Había estado en Stonehenge una vez. Una Soñadora tuvo allí una fantasía —sexo apasionado bajo las estrellas en el centro de las piedras—. La formación estaba entonces completa, no diezmada por el tiempo como sabía que se encontraba en el presente.
Aquella mujer y lo que había hecho con ella parecían ahora tan lejanos y confusos que carecían de sentido. Desde el momento en que se introdujo en la mente de Lyssa por primera vez, cualquier mujer de su pasado se había desvanecido en la insignificancia. No había creído que tal pérdida de memoria fuera posible e incluso había llegado a considerar la posibilidad de que el viaje desde el Crepúsculo le hubiese alterado el cerebro de algún modo. Pero recordaba todas las demás cosas de su vida inmortal. Sólo era en lo referente a su pasado sexual cuando todo se volvía borroso. Solamente Lyssa brillaba con gran intensidad en sus pensamientos, calentándole la sangre, haciendo que su corazón latiera con más fuerza.
«Lyssa».
Cerró la mano en un puño y de su pecho surgió un gruñido. Estaba en baja forma. Hacía dos horas que ella se había ido y, poco a poco, se estaba volviendo loco. Concentrarse en el libro antiguo le había ayudado algo, pero no lo suficiente. Incluso cuando conseguía descifrar un párrafo, no llegaba a comprenderlo. Stonehenge, los petroglifos y la astronomía serían fascinantes si Lyssa estuviese a su lado, creyendo en él. A salvo. Pero no era ése el caso. Tenía miedo de estar perdiéndola. Él, un hombre que nunca había temido a nada.
Se obligó a concentrarse de nuevo en el libro. Necesitaba más información. Como un viaje a Inglaterra haría que Lyssa estuviera más vulnerable, lo descartó de inmediato. De algún modo, tenía que saber lo que necesitaba desde un lugar a miles de kilómetros de distancia.
El inconfundible sonido de la pesada puerta trasera al abrirse hizo que levantara la cabeza. Se puso de pie, con la boca seca, y esperó a que ella apareciera. Cuando lo hizo, se agarró al filo de la mesa con las manos húmedas y estudió su rostro, buscando algún indicio de sus pensamientos.
—Hola —lo saludó ella con tono cansado.
Él rodeó la mesa pero no se acercó a ella, temiendo que, si la presionaba demasiado, la apartaría del todo.
—Hola.
—¿Ha ido todo bien mientras no estaba?
—Te he echado de menos. —Un eufemismo de lo que había sido toda su vida. Ella hacía que se sintiera vivo, su proximidad hacía que una palpable oleada de conciencia de lo que eran atravesara el espacio que los separaba. Qué distinto era esto, con sus cuerpos físicos existiendo y tocándose en el mismo plano. El sexo con ella había sido increíble en el Crepúsculo. En la vida real era espectacular, capaz de cambiarlo.
Ella soltó un suspiro, dejó caer el bolso en el suelo y fue a abrazarlo. Su brazos la rodearon y apretó los ojos al sentir un terrible dolor en el pecho. Enterró la nariz en el pelo de ella e inhaló. Las diminutas manos de Lyssa le acariciaban la espalda de arriba abajo, calmándolo, ofreciéndole de nuevo el consuelo que no había sabido que necesitaba hasta que la conoció.
—Yo también te he echado de menos —dijo mientras se frotaba la cara contra su nueva camiseta de algodón blanco—. Estás estupendo con los vaqueros.
Reconociendo que aquello era un gesto de paz, consiguió adoptar una sonrisa y la besó en la frente.
—Me alegra que te gusten.
—No habrá sido Stacey demasiado dura contigo, ¿verdad?
—No. Ha estado bien. Eres tú quien me preocupa. ¿Cómo te encuentras? —Vio una gran tristeza en sus ojos y que arrastraba el cuerpo como si llevara la carga de un enorme peso. La distancia entre los dos era dolorosa, demoledora.
Lyssa inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
—Estoy bien. Me alegra saber que sólo quedan unas cuantas horas para que podamos irnos.
—A mí también. ¿Hay algo que pueda hacer para que todo vaya más rápido?
Ella rio irónicamente.
—Deja mi despacho cerrado. Cada vez que paso por al lado y te veo, me aturullo. Eso hace que vaya más lenta.
Mientras su sangre se inundaba de calor, la boca de Aidan se curvó. Se sentó en el filo del escritorio y la atrajo entre sus piernas.
—¿Te aturullas? ¿O te pones caliente?
—Las dos cosas a la vez. —Sus manos se deslizaron por el suave algodón que cubría su pecho y, a continuación, cogieron la cadena que asomaba por encima del cuello de la camiseta. La sacó para verla—. ¿Qué clase de piedra es ésta?
Tenía el aspecto de un ópalo, pero parecía tener un resplandor interior. Le dio la vuelta, pero vio que el engaste era de plata sólida por la parte de atrás, sin dejar espacio para que la luz lo atravesara.
—No tengo ni idea. Fue un regalo.
—¿De una mujer?
Se tomó un momento para disfrutar del claro tono de celos que había en su voz y, a continuación, negó con la cabeza.
—No. De mi maestro favorito.
—Bien. —Lyssa volvió a dejarla debajo de la camiseta y envolvió el cuello de Aidan con los brazos. Apretó sus labios contra los de él con un gruñido—. Vuelvo al trabajo. No te metas en líos.
Él apoyó las manos en su culo y la agarró con fuerza cuando ella trató de apartarse.
—No tan deprisa.
Lyssa lo miró arqueando una ceja.
—¿Has comido? —Al ver que ella arrugaba la nariz, Aidan obtuvo su respuesta—. Tampoco has desayunado. Tienes que cuidarte más.
Aidan se giró para coger la bolsa que yacía en la esquina del escritorio. Metió los tobillos entre las pantorrillas de ella para mantenerla pegada a él y buscó en el interior de la bolsa el recipiente de poliestireno y la cuchara. Cogió entre los dientes el mango del cubierto de plástico y utilizó las dos manos para abrir la tapa. Al instante, el delicioso olor a crema de patata y queso invadió el aire que había entre los dos. Cogió la cuchara y sonrió cuando la barriga de ella emitió un gruñido como reacción a aquel olor tan apetecible.
—Es mi crema favorita —murmuró ella, y se lamió los labios de tal modo que le incitó a imitarla, recorriendo con su lengua la deliciosa curva inferior de la boca de Lyssa.
—Lo sé. —Cogió una cucharada—. Abre bien.
Le daba de comer y la besaba por turnos. Se trataba de algo tan íntimo como el sexo e igual de conmovedor. Ella se reía mientras sus oscuros ojos brillaban de placer y él la deseó. La quería tener así, abierta y cálida. Estaba deseando llegar a casa con ella y volver a tomarla. Y una vez más. Y otra. Satisfaciendo cada uno de sus deseos, cada capricho sexual, escuchando los pequeños gemidos que ella emitía cuando estaba deseando llegar al orgasmo, regodeándose en el deseo que salía de su interior y que se abría paso hacia fuera y no al revés. No por la liberación física, sino por una proximidad, una conexión tan real como la que él sentía en su interior.
Después, cuando estuviera agotada, cuando su mente se sumergiera directamente a través del Crepúsculo hacia una profunda inconsciencia, él podría estudiar la clave de Stonehenge sin distracciones.
—Ya basta —protestó ella cuando llevaba dos tercios del envase—. Voy a explotar.
—Sólo un poco más —la persuadió él, animado por el rubor sano y rosado que había sustituido su anterior palidez. Guiñó un ojo—. Luego vas a necesitar energías.
Ella se estremeció de ese modo placentero que hacía que la polla de Aidan diera una sacudida, después abrió la boca y se terminó hasta la última gota.
Cuando volvió al trabajo, Lyssa cerró la puerta y Aidan dirigió de nuevo su atención a los libros que les había robado a los Ancianos. El libro adornado con piedras preciosas parecía formar parte de una colección y hacía referencias a informaciones que él supuso que estarían en otros libros. El que había robado del Templo de los Ancianos era aún más difícil, lleno de palabras que ya no existían y que no tenían las raíces del idioma que utilizaban en la actualidad. Pero era lo único que tenía y haría todo lo que pudiera con ello.
Se apartó del escritorio y se puso de pie, girando los hombros para aliviar la rigidez que le habían provocado tantas horas de inusual inactividad. Después, abrió la puerta y fue por el pasillo hasta el mostrador de la recepción.
Stacey se sorprendió al verlo, su dureza silenciosa contradecía la encantadora imagen que reflejaba su bata con dibujos de peces tropicales.
—¿Qué pasa?
—¿Dónde está la biblioteca más cercana?
—No tengo ni idea. —Abrió un cajón, sacó el listín telefónico y lo lanzó sobre el mostrador—. Aquí tienes. Búscala tú mismo.
Mierda. Aidan cogió el libro y se giró, casi tirando al suelo a la señora mayor que había aparecido detrás de él.
—Perdone, joven. —Con hombros encorvados y vestida con un chándal de color rosa fuerte y una cinta para el pelo del mismo color sobre sus rizos grises, le dedicó una alegre sonrisa.
Él se rio al escuchar que le había llamado «joven», considerando que fácilmente era varios siglos mayor que ella.
—Ha sido culpa mía —dijo, sujetándola por el codo con una mano.
—Es usted un bombón —murmuró ella, guiñando un ojo—. ¿Me puede ayudar a sacar a mi Mathilda? Ha estado enferma últimamente y cuando muevo su caja le doy muchos empujones.
Aidan se inclinó y metió una mano por el asa de la caja para transportar gatos que tenía a sus pies.
—Será un placer.
—Debería usted quedarse con este chico por aquí —dijo la mujer a Stacey.
—¿Sí? Dígaselo usted —repuso Stacey. Después mostró una cálida sonrisa—. La llamaré el lunes por la mañana, señora Laughin, para ver cómo les va a usted y a Mathilda.
—El lunes hablamos, cariño.
Aidan mantuvo abierta la puerta de cristal de la clínica e hizo un gesto a la señora Laughin para que pasara antes que él, pero una vez que salieron, ella le pidió que fuera delante.
—No me espere —dijo—. Soy tan lenta que le va a dar un calambre a esas largas piernas que tiene. Ése de ahí es mi coche, el Hummer amarillo. —El claxon sonó una vez y las luces traseras emitieron un destello cuando ella desconectó la alarma—. Puede dejarla en el suelo.
Siguiendo sus instrucciones, Aidan colocó rápidamente a Mathilda a salvo en el suelo del asiento del pasajero y, después, volvió con la señora Laughin y le ofreció su brazo.
—La doctora Bates es muy guapa, ¿verdad? —dijo ella lanzándole una mirada de reojo nada inocente.
—Sí que lo es.
—Creo que está soltera. Trabajadora. Lista. También tiene un gusto estupendo para la decoración. La clínica veterinaria es la más bonita de la ciudad. Y Mathilda la adora.
Aidan sonrió aún más.
—Mathilda tiene un gusto excelente.
—Sí. Siempre sé cuándo hay algún abogado en la puerta porque ella se hace pis en la baldosa de la entrada.
Conteniendo una carcajada, él abrió la puerta del conductor y vio cómo del chasis salía un escalón hecho a medida que permitía que ella pudiera subir al vehículo sin necesitar su ayuda. La señora Laughin lo sorprendió sosteniendo en el aire un billete de cien dólares.
—No lo quiero —dijo él.
—Cójalo. Tengo muchos. Mi querido Charles, que en Gloria esté, nos hizo ricos.
—Aun así, no lo quiero.
—Le he comido el culo con los ojos —insistió agitando el billete delante de él—. Coja el maldito dinero o me sentiré culpable por haberlo hecho. No querrá que una vieja se sienta culpable, ¿no?
Riéndose, Aidan cogió el dinero decidido a dárselo a Stacey para abonarlo a la cuenta de la señora Laughin.
—La doctora Bates tiene también un bonito trasero —dijo ella.
—Sí, es cierto —admitió él.
Le sonrió satisfecha mientras se ponía las gafas de sol.
—Sabía que me iba a gustar usted. Ahora vaya a comprarse algo bonito o un regalo para la doctora Bates. A las mujeres nos gustan los regalos. Para mí ha sido un dinero bien gastado. No he visto un culo tan bonito como el suyo en mucho tiempo.
—Gracias. —La despidió con la mano mientras ella salía del aparcamiento y luego fue a dar una vuelta con la ridícula esperanza de poder encontrar una biblioteca cerca. No lo consiguió, por supuesto, pero sí que vio pasar un autobús de transporte público adornado con un anuncio de Discovery Channel.
Estaba dispuesto a apostar que podría comprar las cosas que necesitaba más que pedirlas prestadas. Al fin y al cabo, sabía dónde estaban las tiendas, lo cual era más de lo que podía decir con respecto a la biblioteca. Cualquiera que fuese su siguiente movimiento, tenía que hacerlo rápidamente. Todo parecía ir en su contra ese día, pero no iba a rendirse sin luchar. No iba a permitir que llegara la noche y no hubiese conseguido nada después de tanto esfuerzo.
De vuelta a la clínica, se detuvo en la recepción.
—¿Dónde está Lyssa?
—Con un paciente.
Apoyó los codos en el mostrador.
—¿Puedes ser más exacta, por favor?
Ella se quedó mirándolo un buen rato y, después, suspiró.
—Sala 1.
—Gracias.
Al llegar a la puerta de madera con el letrero dorado que decía «Sala de Reconocimiento 1», Aidan llamó suavemente y esperó.
Se abrió un momento después y, al igual que la primera vez que había visto a Lyssa tumbada en la arena dorada debajo de él, sintió como si le hubiesen dado un puñetazo inesperado en el estómago. Una perfección rubia y voluptuosa con ojos oscuros que pasaron de la frialdad profesional al tierno deseo al verle. Él se agarró al marco de la puerta para no perder el equilibrio y respiró profundamente.
—Ay, mierda —bufó ella apretando los dedos al pomo de la puerta. Salió al pasillo para que pudieran tener algo de privacidad—. Deberías haberme avisado de que eras tú antes de abrir la puerta.
—Yo sabía que eras tú y no me ha servido de nada.
Ella lo miró con ojos vidriosos y provocadores. Aidan no tuvo que leerle el pensamiento para saber que estaba pensando lo mismo que él: sexo apasionado, cuerpos sudorosos y desnudos moviéndose juntos, el placer intenso y encarnizado que casi era insoportable. Había sido así desde el principio, la profundidad del deseo que había entre ellos y que hacía desaparecer cualquier otro pensamiento que no fuese la necesidad de estar lo más cerca posible.
Incapaz de controlarse, Aidan extendió la mano y la colocó sobre su pecho, por debajo del escote abierto de su bata de médico, acariciándole el pezón con el dedo pulgar y viendo que ya estaba duro y de punta.
Lyssa le apartó la mano con una bofetada.
—Déjalo. Necesito mis neuronas.
Él apretó la mandíbula para reprimir las ansias que no era momento de satisfacer. Concentrarse. En. Los. Libros.
—Tengo que volver a pedirte el coche. ¿Te importa?
—No. Adelante. —La pausa que hizo fue casi imperceptible, pero él la notó—. Pero habré acabado en una hora.
—Volveré mucho antes que eso. —Inclinó la cabeza y apretó sus labios contra los de ella, cruzando físicamente la distancia que él notaba que crecía entre ellos. Dos pasos adelante y uno hacia atrás—. No voy a retrasar nuestra conversación un solo minuto.
Lyssa soltó un suspiro.
—Ahora tengo el cerebro agotado.
Cuando se dio la vuelta para dejarle, él alargó la mano y le pellizcó el culo, haciendo que diera un respingo y le lanzara una mirada asesina. Él dio un beso en el aire y, a continuación, volvió al despacho de ella.
Cuando Stacey había salido antes con él, le había hablado de un gran centro comercial donde había un par de librerías así como tiendas de ropa y de otras cosas. Ahí era donde pensaba dirigirse para buscar información sobre la relación de Stonehenge con la astronomía. Sospechaba que existía una conexión entre el objetivo de aquella alineación de piedras y el mundo que su pueblo había abandonado cuando las pesadillas se hicieron con el control. Si finalmente establecía una relación de la creación de la grieta con el antiguo monumento de Inglaterra, quería asegurarse de que tenía toda la información posible.
Esperaba con todas sus ganas estar siguiendo el camino correcto. Un callejón sin salida podría costarle la vida a Lyssa.