Connor recorrió con paso impaciente todo el pasillo de roca hasta la caverna principal. A medida que se acercaba a la gruta, el aire se hacía más húmedo debido a la gran masa de agua que había justo pasando el escarpado borde. Un olor a moho y musgo impregnaba el ambiente y le hacía suspirar por su vida de unas semanas atrás. Una vida sobre la tierra, con mujeres, cerveza y una buena pelea cuando se necesitaba.
Y una puerta para entrar y salir. Eso sería estupendo.
No estaba ansioso precisamente por el inevitable chapuzón en las gélidas aguas del lago. Era casi una tortura hacer el ascenso a la superficie con los pulmones agarrotados por la temperatura glacial. A diferencia de todo lo demás en el Crepúsculo, el agua del lago no podía alterarse sólo con el pensamiento. No había deseos, órdenes ni esperanzas que hicieran el líquido más soportable.
Así que simplemente saludó a sus hombres, comprobó que la espada iba bien segura en la vaina que le cruzaba la espalda, y se tiró de cabeza.
Un buen rato después, Connor emergió helado y jadeante y se arrastró hasta la arenosa orilla, atacado de violentos escalofríos. Tuvo una sensación de déjà vu tan desconcertante que no se dio cuenta de que no estaba solo hasta que alguien le atacó, empujándole hacia atrás.
Cuando un cuerpo más pequeño y enjuto que el suyo chocó contra él, el grito de indignación se reflejaba en la superficie del agua y liberó su creciente tensión. Connor se retorcía y forcejeaba con su agresor hasta que ambos cayeron otra vez al lago en una explosión de agua y golpes. Agarró a su atacante por el cuello de su ropa y tiró de él hasta la orilla.
—¡Espera! —gritó Sheron.
Connor se llevó la mano al hombro y desenvainó la espada.
—Ya hemos pasado por esto antes, viejo —le chilló.
—No concluimos nuestra conversación.
—Pues empieza a hablar ahora antes de que pierda la poca paciencia que me queda.
El Anciano se echó hacia atrás la capucha, toda empapada.
—¿Recuerdas lo que te dije sobre las estelas que dispusimos en el Templo?
—Sí.
—¿Y que el único lugar en el Crepúsculo que es seguro contra las Pesadillas es la caverna que tú has ordenado?
—Sí.
—Algunas Pesadillas se infiltraron en las estelas del Templo y se fusionaron con el Guardián en tránsito para formar otro ser.
—Fóllame. —Connor agarró la espada con más fuerza y el sudor empezó a rociarle la frente—. ¿Pueden viajar ellas solas? ¿Corren peligro ahora los humanos? ¿Los hemos jodido del todo infectando su mundo además de sus sueños?
—No, por lo que sabemos. A diferencia de las estelas de la caverna, estas otras se abren brevemente, lo justo para dar el salto. Después se cierran otra vez.
—¿Cómo averiguasteis lo que estaba ocurriendo?
—Empezamos por enviar un guardia en un ciclo rápido: dentro y fuera.
Connor se puso a caminar de un lado a otro.
—Con el tiempo se hizo evidente que algunos guardias no estaban bien —continuó Sheron—. Al principio pensamos que se debía a la ubicación.
—A estar fuera de la caverna.
—Sí. Después, empezaron a cambiar. Físicamente. Emocionalmente. Mentalmente. Parecía que era muy importante para ellos provocar miedo y tristeza en los que les rodeaban. Se hicieron violentos y crueles. Sus ojos cambiaron de color. Dejaron de comer.
—¡Caray…!
—Entonces nos dimos cuenta de lo que había pasado. Las Pesadillas que tenían dentro estaban apoderándose de ellos y los impulsaban a cometer actos que causaban terror para que ellas pudieran alimentarse de emociones negativas.
—Desde que las Pesadillas descubrieron el subconsciente humano por medio de la fisura creada por los Ancianos, han estado usando el poder de la mente humana como sustento. Miedo, ira, infelicidad… estas cosas eran fáciles de suscitar en los sueños y alimentaban muy bien a las Pesadillas.
Connor bajó la espada para dejar libre una mano y poder frotarse la mandíbula.
—¿Cuántas de esas cosas hay?
—Había doce en el experimento original, pero sólo quedaba vivo uno de los Guardianes afectados y tú lo has matado hoy.
—Ser agradecido por los pequeños favores, ¿eh? —Connor dio un bufido.
Sheron se quitó de la cintura, demasiado delgada, la correa de la vaina y vació el agua que había quedado dentro. Luego, envainó la espada y se dirigió a una roca cercana, dejando tras de sí un rastro de gotitas.
—¿Qué es lo que no me has contado? —Connor siguió espada en mano. No se fiaba de Sheron ni un pelo. Nunca más. Triste, teniendo en cuenta que una vez había confiado plenamente en aquel hombre.
—Lo que he venido a decirte aquí. —El Anciano se acomodó en una roca grande y extendió sus ropas, empapadas, todo lo que pudo—. El experimento se consideró un éxito antes de que aparecieran los síntomas de posesión por parte de las Pesadillas. Nosotros intentábamos conseguir viajes de ida y vuelta con buenos resultados, no efectos secundarios. Mandamos un contingente adicional de Guardianes y Ancianos antes de comprender el alcance del problema.
A Connor se le hizo un nudo en el estómago.
—Bueno, pues traedlos de vuelta, ¡maldita sea!
—No podemos. Para cuando comprendimos el error, los Guardianes habían sufrido tantas alteraciones que fueron incapaces de volver sobre sus hilos Ya no eran los mismos individuos que cuando se fueron. Sólo pudimos recuperar a los que no estaban afectados.
—¿Qué demonios habéis hecho? ¿Cuántas de esas cosas hay por ahí?
—Diez de ellos no pudieron regresar. Hemos enviado otros veinte desde entonces. Un riesgo. Los que no están afectados perseguirán a los que sí lo están y los sacrificarán. Cross esperará que le busquen los Guardianes, pero no tiene manera de saber nada de los híbridos.
Antes de la rebelión, Aidan había sido capitán y Connor su lugarteniente. Juntos habían dirigido impecablemente la Elite. Entonces la vida parecía muy sencilla. Ahora, todo era complicado.
—¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó Connor con suspicacia.
—La muerte de Cross no es algo que yo quiera.
—Pero sí la de la Llave —replicó Connor—, y te aseguro que tendréis que matar a Cross para acercaros a ella.
—Ya nos las arreglaremos cuando llegue la hora.
—¡Y un cuerno! —Connor se lanzó como un misil e incrustó su hombro en el pecho del Anciano.
Le vendría muy bien como rehén.
Ambos cayeron y rodaron por la arena…
Connor se despertó con un sobresalto y jadeando, lo que despertó también a la cálida y escultural mujer que tenía entre los brazos.
—¡Eh! —La voz de Stacey era ronca por el sueño. En el tenue brillo del televisor apagado, Connor la vio girar la cabeza hacia él—. ¿Estás bien? ¿Has tenido una pesadilla?
Connor se incorporó y pasó por encima de ella cuidadosamente.
—Sí.
—¿Quieres que te prepare un té o algo?
—No. —Se inclinó y la besó en la frente—. Vuelve a dormir. Es que he recordado una cosa importante y es mejor que la escriba antes de que se me olvide otra vez.
Connor se acercó a la barra de desayuno, encendió los focos empotrados que la iluminaban desde arriba y cogió una libreta que había visto antes. Se llevó una silla de la mesa de comedor y el portaminas que estaba sobre los libros de Stacey, y se dedicó a buscar una hoja en blanco.
A medida que pasaba las hojas con retratos de Aidan esmeradamente dibujados, Connor iba recuperando el ritmo normal del corazón. Su respiración se hizo más profunda y regular. Las imágenes que tenía delante no eran del mismo Aidan junto con quien había luchado durante siglos. El Aidan reproducido por Lyssa con minuciosos trazos de lápiz parecía más joven y más feliz. Le brillaban los ojos y las arrugas de estrés eran menos visibles.
Connor estudió los dibujos durante largo rato. Percibió movimientos en el sofá y se dio la vuelta. Vio a Stacey, de lado, hecha un ovillo. Sus párpados vibraban al haberse quedado dormida de nuevo.
Sonrió, una vez más, notando que los escalofríos causados por sus sueños desaparecían sólo porque ella estaba cerca. Era increíble lo que la sensación de consuelo femenino podía hacer en un hombre. Ahora veía que su relación con Lyssa había cambiado a su amigo de un modo maravilloso.
Lo cual hizo que Connor se sintiera más resuelto a tener éxito en su misión.
Él se encontraba allí por una razón. Sus actividades en aquel plano de existencia mantendrían a salvo a la gente que le importaba, y cumpliría la promesa que había hecho mucho tiempo atrás: proteger a los Soñadores de los errores de los Ancianos.
Centrado otra vez en su tarea, Connor devolvió la atención al papel en blanco que tenía delante e intentó poner en orden sus ideas.
Aidan no recordaba las conversaciones que tenían en sus sueños. No había razón para que Connor pensara que su cerebro fuera diferente, lo que significaba que los dos «encuentros» con Sheron eran producto de su imaginación.
Aun así, a pesar de saber cómo funcionaban los sueños, le costaba mucho creer que la historia fantástica que le había contado Sheron procediera sólo de su mente. A él no se le ocurrían rollos como aquél. Se consideraba a sí mismo más músculo que seso.
A menos que los Ancianos tuvieran un método que los Guardianes desconocieran… ¿O quizás Wager había extraído más información del chip?
Confuso y un poco horrorizado por las diversas posibilidades (de las cuales la menos importante no era la idea de que lo que había soñado fuera la verdad), Connor empezó a escribir.
Lo que despertó a Stacey fue el ruido de una puerta al abrirse y el lejano ronroneo de la apertura automática de un garaje. Todavía grogui y demasiado cómoda para encontrar palabras, tardó un buen rato en comprender dónde se encontraba. Se frotó los ojos, con los párpados muy pesados, cambió de postura ligeramente y entonces se dio cuenta de que estaba entre los brazos de un hombre grande y somnoliento, envuelta en él como el gusano en su capullo. Su cerebro iba poniéndose en marcha lentamente, reconociendo, pieza por pieza, el brazo y la pierna que él tenía sobre ella, los suaves labios y el cálido aliento que le acariciaba los hombros, la erección matinal que presionaba sus glúteos insistentemente. Estaban en el sofá del salón encogidos y de lado; el mentón de Connor, en lo alto de su cabeza; el enorme cuerpo, cubriendo la mitad del de Stacey. Normalmente, ella necesitaba una manta gruesa para estar a gusto, pero Connor era como unos altos hornos a su espalda. Pese al pijama corto y de tirantes que llevaba puesto, no tenía frío en absoluto.
Parpadeando, Stacey miró a través del comedor hacia la cocina y descubrió dos caras con la misma expresión de asombro que, a su vez, la miraban fijamente a ella.
—Eh…
Horrorizada ante la idea de que Connor oliera su aliento de la mañana, Stacey cerró la boca enseguida y trato de librarse de su abrazo. Él también estaba vestido, claro, pero eso no hacía la situación menos embarazosa. No había manera de fingir que entre ellos no había pasado nada.
La respuesta de Connor a sus movimientos fue un gruñido de protesta y ponerle la mano en un pecho. El pezón, descaradamente contento con la atención, se irguió contra la palma, lo que activó una previsible reacción en la polla.
—Hmmm… —susurró, arrimándose más y meciendo las caderas insinuantemente contra las de ella.
Aidan y Lyssa se quedaron boquiabiertos.
Stacey tenía cara de vergüenza y le pegó a Connor en la mano.
—¡Para ya! —le dijo entre dientes—. Han vuelto.
Ella supo en qué momento exactamente había asimilado Connor la información. Se puso rígido y masculló una palabrota, apenas audible. Levantó la cabeza, miró hacia un lado y dijo:
—Cross.
—Bruce —le replicó Aidan, un tanto tenso.
Abochornada, Stacey se liberó del ya flojo abrazo de Connor y aterrizó bruscamente con las manos y las rodillas en el suelo, entre el sofá y la mesa de centro. Connor se incorporó hasta quedar sentado.
—Qué pronto habéis venido, chicos —les dijo Stacey con fingida alegría. Connor se puso de pie y la ayudó a levantarse—. ¿Qué tal el viaje? —Brisa en la tormenta, pensó. Normalmente funcionaba, por lo menos durante un rato.
—A mí me apuñalaron en una pierna —respondió Aidan.
—Yo ayudé a enterrar un monstruo de la naturaleza —dijo Lyssa y se estremeció.
Ahora le tocaba a Stacey quedarse estupefacta. Se le fueron los ojos al grueso vendaje blanco que asomaba por debajo de los shorts de Aidan, que le llegaban casi a la rodilla.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Stacey, rodeando apresuradamente la mesa antes de caer en la cuenta de que no llevaba sujetador. Se sonrojó y cruzó los brazos sobre el pecho. Un instante después, tenía por los hombros la tela de chenilla que cubría el sofá de Lyssa. Le hizo a Connor un gesto de agradecimiento.
Él le dedicó una sonrisa.
—Sube a cambiarte —le sugirió, mirando a Aidan por encima de la cabeza de Stacey.
—Voy contigo —dijo Lyssa inmediatamente—. Necesito una ducha desesperadamente.
Stacey se fijó en su jefa y frunció el ceño al notar la palidez y las ojeras que traía. Lyssa no había estado así desde antes de que Aidan apareciera en su vida.
—Por supuesto, doctora —Stacey esperó a que su amiga se reuniera con ella antes de dirigirse a las escaleras. Connor permaneció donde estaba, alto y orgulloso a pesar de su media desnudez. En ningún momento desvió los ojos de Aidan.
Apenas habían llegado al descansillo cuando Lyssa le preguntó a Stacey en voz baja:
—¿Te has acostado con él? ¿Ya?
—¿Qué te hace pensar eso?
La respuesta de Lyssa consistió en un levantamiento de cejas.
—Vale, vale. —Stacey tiró de Lyssa hacia el dormitorio principal y cerró la puerta.
—¡Stace, eso no es propio de ti!
—Ya lo sé. Pero… pasó.
Lyssa se dejó caer en el borde de la cama y echó un vistazo por la habitación.
—¿Dónde está Justin?
—Aquí no —contestó Stacey, pasándose una mano entre las greñas. Siempre tenía un aspecto horroroso por la mañana, justo el que ella no quería que viese el tío más macizo que había conocido en su vida.
—Ya veo —replicó Lyssa, lacónicamente.
Durante cierto tiempo, el cuarto había estado pintado en distintos tonos de azul, en un intento de que eso ayudara a Lyssa a dormir. Ahora estaba decorado al estilo oriental, con un biombo shoji colocado delante de la puerta corredera de cristal que había a la izquierda de la cama, y toallas negras con caracteres kanji, bordados en oro, en el cuarto de baño abierto que se encontraba a la derecha. La cama era de madera intrincadamente tallada y estaba cubierta por un edredón de satén rojo. A la cabecera, había una pintura lacada formada por varias tablas.
Era un dormitorio único y exótico, sensual y seductor. Muy diferente del beis que predominaba en todo el apartamento y del estilo victoriano de la clínica veterinaria. Antes de conocer a Aidan, Stacey nunca habría imaginado a su amiga en un entorno semejante, pero le iba bien a la mujer en la que se había convertido. Siendo tan caucásica como era (y Lyssa, con ojos oscuros y almendrados, se parecía a la Barbie más perfecta que una niña pudiera tener), el aire internacional de la habitación revelaba un lado aventurero del que Stacey no sabía nada.
—Tommy heredó un poco de dinero —le explicó Stacey—, cogió a Justin y se lo llevó a pasar el fin de semana en Big Bear.
Lyssa parpadeó, sorprendida.
—¡Oh, vaya!
—Sí, ésa fue mi reacción también.
—¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
—Hace cinco años —Stacey se dejó caer en una silla—. Bueno, ¿y cómo fueron tus minivacaciones?
Lyssa movió la cabeza de lado a lado y dijo:
—Ah, no, no vas a cambiar de tema tan fácilmente.
—¡Oye, que tú has estado en el entierro de un monstruo de la naturaleza! —protestó Stacey—. Eso es muchísimo más interesante que mi vida sexual.
—Era un animal atropellado —dijo Lyssa, mientras se quitaba con los pies el calzado blanco manchado de barro que llevaba puesto y se tumbaba a los pies de la cama en sentido transversal, con la cabeza apoyada en una mano—. No podíamos dejarlo allí. Era… repugnante.
El horror que denotaba la voz de Lyssa exasperó a Stacey. Le parecía una exageración.
—Ya sé que te gustan mucho los animales y eso, doctora, pero enterrar un animal atropellado no pasa de ser desagradable.
—Volvamos al tema de antes —dijo Lyssa, sin disimular su interés.
Stacey se echó a reír.
—Parecemos adolescentes.
—¿A que sí? Venga, ¿qué pasó?
Stacey dio un resoplido y renunció a ser evasiva, así que empezó a contarle lo que ella misma no comprendía bien.
***
—Tío —empezó Aidan, con cara de enfado—, tu noche con Stace se va a volver contra mí.
Connor apretó las mandíbulas y cruzó los brazos. De ninguna manera iba a consentir que le reprendieran por sus asuntos personales.
—Siento tener que decirte esto, Cross, pero mi vida sexual no tiene nada que ver contigo.
Maldiciendo para sus adentros, Aidan despejó un trozo de la mesa donde Stacey tenía sus libros y puso allí una bolsa negra.
—Cuando tu vida sexual incluye a la mejor amiga de Lyssa, sí tiene que ver conmigo.
—¿Y eso?
Aidan le dirigió una mirada maliciosa.
—Mira, esto es lo que va a pasar: tú harás cabrear a Stacey por una u otra razón. Ella se quejará a Lyssa. Lyssa se me quejará a mí. Yo le diré que me deje al margen de esto y ella me dirá que vaya a dormir al sofá.
—Estás sacando conclusiones precipitadas.
—Conclusiones basadas en conocimientos históricos —mientras hablaba, Aidan abrió la cremallera de la bolsa y sacó el contenido cosa por cosa—. Por eso dejé de salir a ligar contigo, ¿te acuerdas? Uno de los dos la caga y terminamos pagándolo los dos.
—Esto es diferente.
—Sí, es peor. Yo cuento con Lyssa a largo plazo, Lyssa cuenta con Stacey a largo plazo, y Stacey tiene buenas razones para no fiarse de los hombres. Le van los tíos como tú.
—¿Y eso qué quiere decir, gilipollas?
—Lyssa me ha contado que Stacey tiene un buen historial de engancharse a hombres de los que no se quedan. —Aidan sacó de la bolsa una copa de metal y la depositó en la mesa con mucho cuidado. Teniendo en cuenta que la cosa aquella estaba para tirarla, Connor comprendió que sería importante y se acercó para verla mejor.
—Cuando yo llegué aquí —continuó Aidan, todavía vaciando la bolsa—, Stacey tenía tanto miedo de que le pasara algo a Lyssa, que le dio un espray de pimienta y le dijo que me lo echara a mí si resultaba que yo era un alienígena o algo así, raro.
—¿Qué? —Connor cogió la copa y la examinó—. ¿Sabía ella que eras un alienígena?
—No. ¿Por casualidad no habrás traído un lector? —Aidan tenía un chip en la mano, y, ante la negativa de Connor, soltó unas palabrotas y lo puso sobre la pulida superficie de madera.
—Entonces ¿a qué venía esa alusión a los alienígenas? —Connor estaba confuso.
—Era una broma. Stacey tiene un sentido del humor así de retorcido.
—¡Ah! —Connor sonrió y dejó la copa.
—La cuestión es que armó a Lyssa contra mí porque le preocupaba que yo le hiciera daño de algún modo. Es muy dura.
—Sí. —Lo era. Connor lo sabía. También sabía que era tierna y vulnerable. Él había visto un poco debajo del caparazón—. A mí me gusta eso de ella.
Aidan tiró la bolsa, ya vacía, a una de las sillas.
—No te gustará tanto cuando te rocíe los ojos con esa mierda.
Connor apoyó una mano en la mesa, se inclinó y dijo:
—Cross, me estás encabronando. ¿Por qué leches estás tan seguro de que voy a fastidiarla?
—¿Cuándo has tenido tú algún interés en hacer vida en común con una mujer? Te conozco desde hace siglos y nunca has querido nada que vaya más allá de echar un polvo.
—Ni tú tampoco —replicó Connor.
—Evidentemente, yo he cambiado.
—Y, según tú, yo jamás cambiaré.
—Pero ¿qué dices? —dijo Aidan con brusquedad—. ¿Por qué estamos discutiendo por esto? Déjala en paz. No creo que te resulte difícil. No es como si anduvieras escaso.
—Gracias por tu caluroso apoyo. —Connor cogió el envoltorio de tela—. Aunque no sea asunto tuyo, te diré que yo quería pasar más tiempo con Stacey y llegar a conocerla bien. Ella no quiere. Pero no te preocupes por mis sentimientos. No tengo.
Si no hubiera estado de mal humor, a Connor podría haberle divertido la cara de incredulidad de Aidan. Pero estaba muy jodido y no le hizo ninguna gracia. Demasiado. Todo el asunto era demasiado.
—Olvídalo, Cross. No puedo cambiar lo que ya está hecho, pero se terminó antes de empezar.
—Bien. —Aidan le observaba mientras desenvolvía la tela y aparecía un borrón mugriento, lleno de tierra.
—¿Qué es eso?
—Ni idea. Lo limpiaremos y ya lo veremos. —Aidan se dejó caer en una silla con un suspiro de cansancio y empezó a quitarse el esparadrapo que sujetaba el vendaje del muslo.
Connor puso el borrón en la mesa antes de seguir el ejemplo de Aidan y coger una silla para él.
—¿Qué te ha pasado en la pierna?
—Una tía chiflada es lo que me ha pasado —el algodón se desprendió de la herida, dejando ver una cicatriz fruncida y rosada debajo de una fila de perfectos puntos de sutura—. Creo que era una de nosotros. Llevaba botas de la Elite y —señaló con la mano los objetos que había sobre la mesa— todo esto era suyo.
—Chiflada, ¿eh? —Connor dio un bufido y se pasó las manos por el pelo, enlazándolas luego sobre la nuca—. ¿Con unos ojos espeluznantes y mucha falta de ir al dentista?
Aidan se quedó inmóvil.
—Por eso estás tú aquí, ¿verdad?
—Sí.
—Tenía los dientes muy afilados y los ojos como la brea. Sin esclerótica. ¿Cómo demonios es posible tal cosa?
—Según los sueños que estoy teniendo, ésa es la consecuencia cuando los Ancianos meten la pata.
—¿Sueños?
—Ya, ya. —Connor soltó el aliento con fuerza—. No sé si mi imaginación es más aguda de lo que yo creo o si alguien en el Crepúsculo está comunicándose conmigo. En cualquier caso, he tenido dos sueños casi idénticos. En cada uno de ellos me encuentro con Sheron junto al lago y me cuenta que los Ancianos trataron de reproducir dentro del Templo las estelas de los Médiums que hay en la caverna. Las Pesadillas se infiltraron y se fundieron con los Guardianes que hacían el viaje, lo que dio lugar a esas cosas «chifladas». Él las llamó híbridos.
Aidan se frotaba la parte de atrás de la cabeza y mascullaba:
—Necesitamos saber si es cierto o no.
—No jodas. —Connor hizo un gesto de interrogación—. Tú la mataste, ¿verdad?
—Verdad.
—Estupendo. Una menos.
—¡Joder! —Aidan se enrolló la venda en el puño—. ¿Cuántos hay?
—Sheron dijo que enviaron diez Guardianes la primera vez y veinte la segunda. No hay manera de saber cuántos se infectaron. Recordando los juegos que solía hacer en la academia, yo diría que enviaron más y que se calla el número real.
—Pienso lo mismo. —Aidan se levantó y se dirigió a la cocina, donde tiró la venda a la basura—. Necesito café. Lyssa y yo no hemos dormido durante dos días. Descubrí a la pelirroja ayer por la tarde y no hemos parado desde entonces.
—¿Pelirroja?
El rojo no era un color natural en su especie. Blanco… varios tonos de rubio y castaño… pelo tan negro que parecía líquido, sí. Cualquier tono de rojo, imposible.
—Sí. Fue lo primero que me llamó la atención. Rojo fluorescente. Imposible no verla. Me despistó, porque ningún Elite se haría notar. —Aidan sacó del congelador una bolsa de café y la tiró sobre la encimera—. Ahora creo que lo que la llevó a eso fue la necesidad de alimentarse de las Pesadillas. Es como agitar una capa delante de un toro para que se acerque lo suficiente y matarlo.
—Si queremos poner stock en mis sueños…
Aidan hizo una mueca.
—Puede parecer una locura, pero ¿tenemos alguna otra cosa con la que trabajar?
Connor observaba a su amigo mientras se movía con silenciosa eficiencia por la pequeña cocina, sacando tazas del lavavajillas, llenando de agua la cafetera.
—Pareces feliz —dijo Connor. Aidan tenía una desenvoltura y una apacible sonrisa que él no le había visto en siglos. En realidad, le había faltado aquella satisfacción interior durante demasiado tiempo. Connor había olvidado que Aidan no la había sentido nunca.
—Lo soy —contestó Aidan.
—¿Alguna vez tienes nostalgia?
—Todo el tiempo.
La rápida respuesta sorprendió a Connor.
—Pues no se nota. Pareces muchísimo más joven. —Los cabellos grises que una vez le cubrían las sienes eran mucho menos numerosos. Apenas eran visibles a menos que se los buscase minuciosamente.
—Tú has estado en mi cabeza, así que sabes por qué.
Sí. Connor sabía por qué. Al haberse fusionado con el subconsciente de Aidan, había experimentado su existencia en vivo y en directo. Había sentido lo mismo que Aidan cuando Lyssa estaba cerca, las mismas emociones que ella le provocaba con una simple caricia o una mirada cariñosa, la intensidad de su deseo cuando Lyssa hacía el amor con él apasionadamente. Su conexión era de una intimidad inquietante. Las pocas veces que Connor se había encontrado con Aidan en el estado de sueño le había dado la sensación de que compartir sus experiencias era una transgresión.
—Estoy seguro de que no te gusta estar aquí, pero me alegro de que hayas venido. Así tengo menos motivos para estar nostálgico. Además, me doy cuenta de que necesito ayuda y no hay nadie en quien confíe más que en ti.
Connor desvió la mirada; no se le ocurría qué decir. Aidan era como un hermano para él, pero no sabía cómo decírselo.
—Ya sabes que siempre estoy buscando una oportunidad para pelearme con alguien —se fue por las ramas—. Wager es el hombre al que recurrir para resolver los aspectos técnicos de lo que está pasando. Yo soy el músculo. Siempre lo he sido. Realmente no creo que haya en mí nada más que eso.
—Creo que te subestimas. —Aidan sonrió con una placidez que no le había visto desde los tiempos de la academia. Vestido con unos pantalones caqui que le llegaban a la rodilla y una camiseta azul, parecía muy humano—. Eres el tío más grande que conozco, y el más valiente, pero también eres intuitivo y…
—Cállate, que voy a ruborizarme. —Los elogios de Aidan le reconfortaban como pocas cosas podían hacerlo. Él admiraba a su mejor amigo y oficial al mando; siempre le había admirado. Aidan había nacido para dirigir; era un sólido apoyo al que agarrarse en cualquier situación.
—Ya veo, tienes la cara roja.
—¡Idiota!
Aidan se echó a reír.
Connor cambió rápidamente de tema.
—Entramos en el Templo y descargamos todos los datos que pudimos hasta que nos atacó una de esas aberraciones.
—¿Conseguisteis alguna cosa útil? —preguntó Aidan, muy interesado.
—Wager está todavía buscando, pero descubrió que los Ancianos en periodo de formación que están en los tubos son una especie de baterías.
—¿Baterías? ¿Como las que proporcionan electricidad?
—Exactamente. El interior de los tubos está lleno de energía que mantiene vivos a los tíos sin comida ni agua. Siempre creímos que algún dispositivo de fuera se la suministraba, pero es al revés. Son los tubos los que abastecen a otra cosa. Todavía no sabemos a qué.
Aidan frunció el ceño.
—Supongo que es posible. Nosotros existimos gracias a la energía celular. Los tubos deben de funcionar de modo parecido.
—Eso es lo que dijo Wager. Hay miles de esos tubos, así que o producen poca energía, en cuyo caso ¿para qué usarlos?, o lo que sea eso a lo que están conectados necesita muchísima.
Aidan estaba paralizado.
—¿Cómo han podido mantener todo esto oculto durante tanto tiempo?
—Porque se lo permitimos. —Connor se levantó de la silla y se estiró—. Guardianes como yo que estábamos demasiado ocupados pasando por la vida sin ningún objetivo como para que nos importara. Me veo como un imbécil. Un imbécil ciego y testarudo.
—Confiabas en los que juraron protegernos. No hay nada de lo que avergonzarse.
—Lo que tú digas —ironizó Connor—. Soy un memo. En cambio tú tienes que sentirte justificado. Tenías razón.
—No es eso lo que siento —dijo Aidan con aire de cansancio. Levantó una taza vacía en un gesto silencioso de invitación—. Estoy cabreado y asqueado, más bien.
Connor dijo que no con la cabeza como respuesta al ofrecimiento de café.
—¿Y ahora qué? ¿Por dónde demonios empezamos?
—Por lo que tenemos. —Aidan llenó dos tazas; en una puso nata y edulcorante antes de tomarse la que tenía café solo. Dejó una limpia junto a la cafetera para Stacey, y a Connor le produjo una extraña sensación ver aquel recipiente solitario. La necesidad de saber cómo le gustaba el café a ella le pilló de sorpresa. Era un detalle nimio, apenas personal, y, sin embargo, a él le importaba. Frunció el ceño.
—Creo que vi una vez a la Anciana Rachel en una subasta —continuó Aidan, apoyado contra el borde de la encimera y sosteniendo la enorme taza de café Rainforest con las dos manos—. No estaba muy seguro, ya que hace siglos que dejó la Elite e ingresó en los Ancianos, pero el parecido era asombroso y no se me ocurre nadie con más probabilidades de que quiera estar aquí.
La imagen de una Guardiana de pelo negrísimo apareció en la mente de Connor.
—Yo vi ese recuerdo cuando lo visité contigo en estado de sueño. Hablamos de que era una guerrera excelente. Creo que yo estuve de servicio en la Puerta de Entrada con ella en una ocasión. Es una tía con mala leche donde las haya. Le encanta el combate.
Todos los Guardianes que querían ingresar en la Elite debían pasar un mes en la Puerta de Entrada como iniciación a los rigores más extremos de su trabajo. Una gran mayoría de novatos no aguantaba aquel corto periodo de tiempo. Sólo un mes, una gota en el océano de sus vidas, pero en la Puerta de Entrada parecía una eternidad.
Porque la Puerta de Entrada era el infierno, el lugar que algunos Soñadores veían cuando estaban al borde de la muerte y creían que estaba gobernado por un hombre con la piel roja, cuernos y rabo ahorquillado. Era un sitio que todos los Guardianes hubieran querido ignorar u olvidar, pero resultaba imposible. Era la entrada al Crespúsculo, un espacio que los Ancianos habían creado para poder esconderse de las Pesadillas. Sin embargo, su refugio había sido descubierto y ahora sufrían un permanente asedio.
La enorme Puerta del Mundo Exterior se abombaba por los esfuerzos para impedir el paso a las Pesadillas. Diminutas vetas de luz roja cercanas a las jambas ponían de manifiesto la presión ejercida sobre las bisagras y la cerradura. Por aquellas minúsculas grietas pasaban como agua negras sombras que infectaban el Crepúsculo en torno a la Puerta de Entrada, de modo que se formaban pústulas en el suelo que escupían lava. Allí, miles de Guerreros de Elite libraban una batalla sin fin abatiendo con sus espadas centelleantes a cantidades ingentes de Pesadillas. Era una tarea muy peliaguda y ningún guardián en su sano juicio deseaba alargar aquella experiencia más de lo estrictamente necesario.
Excepto Rachel.
Ella había aguantado todo el mes y decía que muy bien podría aguantar otro.
—Sí. Muy chula ella —corroboró Aidan. Además, ella cuenta con una gran ventaja: sabe qué está pasando. Yo, no. Ella tiene una única misión. Yo estoy dividido. Tengo que mantener a salvo a Lyssa, ocuparme de las adquisiciones para McDougal y encontrar los artefactos. Y ahora que también tenemos que lidiar con esas… cosas, no hay manera de que tú y yo podamos hacerlo solos. ¿Dos contra una banda dispersa de engendros? También podría abandonar, coger a Lyssa y escondernos en una isla desierta hasta que todo explote. Pillar un poco de paz mientras sea posible.
—¡Mierda! —exclamó Connor, resoplando—. Tienes razón. Necesitamos refuerzos, pero no habrá nadie que quiera venir aquí. Los hombres que están bajo mi mando están comprometidos con la causa, pero…
—Pero esto es pedirles demasiado.
—Así es. Para la mayoría de nosotros, el Crepúsculo es el único hogar que conocemos. No quedan muchos que se acuerden del Viejo Mundo. Pedirles que lo dejen todo por éste —abarcó con un gesto todo el entorno— es exigir mucho.
—Es una mierda, ¿pero qué alternativa nos queda? —Aidan se paso la mano por la barba incipiente que le oscurecía las mandíbulas—. La pelirroja tenía la taza que yo andaba buscando, o sea, que ellos le siguen la pista a los artefactos. Tengo que procurar tener contento a McDougal porque es el que paga las facturas. Necesitamos a alguien que busque los artefactos mientras yo estoy trabajando y un grupo que vaya tras los híbridos. La cosa aquella que me atacó era una perturbada. Si se atrapa a alguno de ellos y se le mata, los Soñadores sabrán que no están solos en el universo.
—Y cualquiera que esté cerca de ti está en peligro igualmente y necesita protección. Los Ancianos harán uso de lo que puedan para influir. Tú piensas que yo dejaría a Stacey en la estacada por aburrimiento. La realidad es que la mantendría alejada porque su relación conmigo podría suponer su muerte.
Aidan le miró detenidamente con los ojos entrecerrados.
—Pero hay un problema —continuó Connor, demasiado impaciente para intentar explicar sentimientos que no entendía—. El viaje de ida y vuelta tiene sus consecuencias. El Médium queda destruido.
—¿Destruido?
—Muerto. Asesinado. Punto final.
—¡Vaya mierda!
—Pues sí. No es como si pudiéramos prometerles una misión provisional.
Se hizo una larga pausa.
—Gracias —dijo Aidan después.
Pronunció la palabra con tanta vehemencia que Connor se quedó desconcertado.
—¿Por qué?
—Por haber dejado aquel mundo por mí…
A Aidan se le enrojecieron los ojos y a Connor le entró pánico.
—¡Eh! No te emociones, hombre, que no pasa nada.
—Sí que pasa. Es alucinante. No sé qué decir.
—Pues no digas nada.
Lyssa llegó desde el salón y Connor se sintió tan aliviado que estuvo a punto de darle un beso.
—¡Humm… café! —dijo canturreando. Llevaba ropa limpia, el pelo, todavía húmedo, recogido en una coleta y olía a manzanas. Se había puesto un chándal color rosa oscuro y se la veía repuesta y hermosa. Vio la taza que le había preparado Aidan y se puso de puntillas para besarle en la boca.
—Gracias, cielo —le susurró.
Connor aprovechó la oportunidad y se marchó. Tenía que vestirse y prepararse para la colosal tarea que tenía por delante.