Stacey aflojó el pie del acelerador según se aproximaba a su casa, para disfrutar viendo a su familia desde lejos. A Connor se le veía iluminado por el sol del atardecer, como un dios dorado, con la espalda desnuda brillante por el sudor del esfuerzo; flexionaba los fornidos bíceps cada vez que ponía otro tornillo en la valla de madera blanca que estaba sustituyendo a la anterior metálica.
Desde el momento en que el agente inmobiliario le enseñó la casa, pensó que el encanto pintoresco que tenía disminuía con la barrera moderna. Connor, que la conocía muy bien, la había sorprendido al empezar la reforma mientras ella estaba en el trabajo el día anterior. Siempre estaba haciendo tareas así, intuyendo sus deseos y esforzándose por hacerlos realidad. Era una de las muchas, muchas cosas que le encantaban de él.
Mientras miraba, apareció Justin, también sin camisa. Le pasó a Connor un tornillo y entonces éste le pasó a él el destornillador eléctrico. Con una paciencia infinita, el amante de sus sueños, puso unas gafas de seguridad en los ojos de su hijo y le enseñó a manejar un destornillador inalámbrico. Justin terminó de asegurar la tabla él solo. Luego dio unos pasos hacia atrás para admirar su trabajo con orgullo, cambiando sus rasgos juveniles.
A Stacey no le cabía tanto amor en el pecho. Se le humedecieron los ojos y empezó a moquearle la nariz. Cogió un pañuelo y se obligó a respirar profunda y acompasadamente. Si se alteraba demasiado, le sangraría la nariz, un efecto secundario de la inyección cerebral del que no quería que Connor se preocupase.
Como si intuyera el peso de su mirada, Connor levantó la cabeza y la vio. Sonrió y levantó una mano. Tranquilizándose, Stace pisó el acelerador y se aproximó a la casa; giró en el camino de entrada y apagó el motor. No había sacado aún la llave del contacto cuando ya estaba él abriendo la puerta y ayudándola a salir del coche.
—Te he echado de menos —murmuró, abrazándola y haciendo que se sonrojara—. Y me encanta este traje de faena.
Ella se rio, pensando que era tonto pero alegrándose de que lo fuera. En el fondo, ella pensaba de sí misma que estaba un poco chiflada, y era fabuloso compartir la vida con un hombre que alababa esa parte de ella.
—Eso lo dices de todos mis uniformes.
—Ya, pero éste es mi preferido. Es sexy.
Con ambas cejas enarcadas, se miró la ropa que llevaba.
—Debo de estar haciendo algo mal si tu idea de sexy es una caricatura de dos perros.
—Ah, pero mira qué ojitos le pone ella a él. Eso es romántico.
Stacey meneó la cabeza y alzó la vista hacia él, deleitándose en su mirada cálida y afectuosa.
—Lo romántico es sexy.
—¡Exactamente! —murmuró, antes de apresarle la boca en un beso rápido. Cuando se separaron, tenía los ojos oscuros de deseo—. Sólo puedo besarte con Justin por aquí. Hasta eso le revuelve el estómago, dice él.
—Esta noche eres mío —dijo ella, dándole un azote en el culo.
—Puedes jugarte lo que quieras. —Connor la agarró de la mano y tiró de ella hacia la casa—. Quiero enseñarte algo.
—¿Ah, sí?
Cada vez que le «enseñaba» algo, la dejaba alucinada. La búsqueda de reliquias le obligaba a viajar mucho, pero no dejaba de pensar en ella mientras estaba fuera. Lo sabía por la frecuencia con que la llamaba y por la cantidad de regalos que le traía. Ignoraba cómo lo hacía, pero se las arreglaba para distribuir los regalos aquí y allá durante sus siempre cortas estancias en casa. Stacey sabía que ella no tendría esa paciencia; pero, tenía que reconocerlo, era mucho más divertido así.
La condujo por el cuarto de estar hasta el dormitorio y cerró la puerta tras ellos.
—¿Y Justin? —le recordó, notando cómo se le alteraba la sangre de todos modos. La idea de Connor de un polvo rápido hacía palidecer el maratón sexual de cualquier hombre. En una ocasión, estaban ya a punto de salir por la puerta para llevarle al aeropuerto cuando decidió que necesitaba despedirse de una manera más íntima… otra vez. Dejó en el suelo su maletín de viaje, se bajó los pantalones y le bajó a ella los suyos en medio minuto. Cinco minutos después ya la tenía dando gritos orgásmicos con la cara hundida en los cojines del sofá mientras él la montaba a todo gas por detrás.
—Me está esperando. —Su sonrisa le provocó un cosquilleo en el estómago—. Vamos a terminar ese lado de la entrada antes de que se ponga el sol.
Connor le cogió el bolso y las llaves y los tiró encima de la cama, luego le agarró el borde de la camisa y se la quitó por la cabeza. Inmediatamente, se lanzó al valle que formaban sus pechos y hundió allí la nariz.
—¡Ñam!… Qué bien hueles —le llegó amortiguado el elogio.
—Estás loco.
—En serio. —Levantó la cabeza y arqueó una ceja—. Tú y tu tarta de manzana sois las cosas que mejor huelen en este apestoso mundo.
Riendo, le pasó las manos por su espeso pelo.
—El mundo no es apestoso.
—¿A quién quieres engañar? —Le buscó la cinturilla del pantalón y se lo bajó, deteniéndose un momento para admirar su obra mientras ella se quitaba las deportivas con la punta de los pies—. Eso sí que es sexy.
—¿Más que los perritos? —Le miró batiendo rápidamente las pestañas.
Ahora se mantenía siempre en buena forma, gracias a las sesiones de ejercicios que él le daba cuando se encontraba en casa y a lo mucho que se cuidaba ella cuando él estaba fuera. Su confianza en él era incondicional, sabía que la amaba con todo su enorme corazón, podía comprobarlo en el deseo contenido que había en su mirada en cuanto la veía en el aeropuerto. Pero no olvidaba nunca que la belleza de aquel hombre era de otro mundo. Siempre estaba guapísimo para ella, y lo menos que podía hacer Stacey era intentar devolver el favor.
—Quizá —dijo, con un pícaro encogimiento de hombros.
Ella fingió ofenderse, y él la rodeó y le desabrochó el sujetador.
—Vale. —Se le marcó más el acento al verle los pechos desnudos—. Esto sí que es mejor que el dibujo de los perros.
—Bueno, supongo que eso ya es algo.
—Pero no el algo —bromeó, poniéndose en cuclillas y bajándole las bragas al mismo tiempo. Connor la besó en el hueso pélvico y se levantó—. Vamos.
Poniéndole una mano en la parte baja de la espalda, Connor la condujo al baño. Allí se encontró con una nueva bañera con jacuzzi, llena de agua caliente y rodeada de velas no encendidas. Había una bandeja metálica, que atravesaba la bañera de un extremo a otro, con un pequeño jarrón de cristal con lirios —sus flores preferidas— y una caja de bombones gourmet abierta.
—¡Qué bonito! —silbó, mientras calculaba mentalmente días y fechas, tratando de recordar algún aniversario o alguna ocasión especial. Hizo un gesto de dolor al notar un pinchazo en la cabeza e inmediatamente renunció a ello. No era el momento para que empezara a sangrarle la nariz.
¿Quién sabía si el cerebro humano podía contener una determinada cantidad de información antes de explotar? Gracias a Dios, alguien en el Crepúsculo la vigilaba. El teniente Wager la compelió subconscientemente a escribirse una nota mental una noche en la que Connor no estaba.
Estoy en ello. Aguanta.
P. D. ¡Vaya! Tienes grandes cosas ahí dentro.
Lo que fuera. Stacey sencillamente se sentía mejor sabiendo que alguien estaba trabajando activamente para ayudarla. ¿Quién sabe lo que haría si no tuviera a Wager? Connor se volvería loco intentando solucionarlo y ella sabía que no había nada que él pudiera hacer. Tener eones de información en el cráneo le servía para saberlo. Tenían que sacarle los datos de la cabeza y sólo la Elite del Crepúsculo contaba con la tecnología para hacerlo.
—¿Te gusta? —preguntó Connor, radiante.
—Me gusta —confirmó ella, volviéndose hacia él y poniéndose de puntillas para besarle—. ¿Qué celebramos?
—Eso es el algo.
—¿No es el baño el algo?
—No. —Le tendió una mano para ayudarla a entrar en la bañera.
Cuando se hundió en el agua con una exclamación de placer, Connor cogió un mechero convenientemente situado y encendió las velas. Luego la besó en la frente.
—Vuelvo enseguida —dijo.
Salió del cuarto de baño y Stacey se quedó allí, tratando de imaginar qué se proponía. Paseó la mirada por la bañera, con el corazón henchido y a la vez ligero. Cogió un bombón y se fijó en el papel doblado que había debajo de la caja dorada. Por curiosidad, lo sacó de debajo de ésta y lo abrió.
Solicitud de Licencia Matrimonial.
Stacey se quedó de piedra.
El apartado para los datos del novio había sido rellenado con una caligrafía nítida y clara.
Dejó escapar el aire lenta y cuidadosamente, luego esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Quizá algunas mujeres soñaban con declaraciones románticas, esmóquines, y/o grandes gestos. Los gestos de Connor funcionaban con ella, porque le salían del corazón. Era consciente de que no le resultaba fácil expresar sus sentimientos con palabras, pero no tenía problemas para expresar lo que sentía por ella. Después de los embaucadores sin sustancia que había habido en su vida, le encantaba tener a un hombre capaz de hacer mucho más que simplemente decir frases bonitas sin sentido.
Del porche le llegaba el bajo murmullo de la voz de Connor, probablemente explicándole algo a Justin. A Stacey le admiraba el deseo que tenía Connor de enseñar y las aptitudes que demostraba para ello. Era una prolongación natural de su carácter amable. Le gustaba decir que era puro músculo, pero, en realidad, a ella le parecía todo corazón.
Suspirando de satisfacción, dejó el preciado papel donde estaba y empezó a lavarse; preparando su cuerpo para la larga noche de amor que sabía que le esperaba.
—¿Significa esa sonrisa soñadora lo que creo que significa?
Volviendo la cabeza, vio a Connor apoyado en la jamba con el pelo húmedo y una toalla alrededor de las caderas. La imagen le recordó a la primera noche que pasaron juntos y se le aceleró el pulso. Le encantaba cuando se excitaba tanto que no podía esperar ni un minuto más para entrar en ella. A juzgar por la carpa que estaba montando su polla contra la felpa, se diría que estaba a punto de sentirse de esa forma.
—¿Significa ese papel lo que creo que significa?
—Si lo que tú crees que significa es que te quiero y quiero hacerte mía de todas las formas posibles, entonces sí. Lo has entendido perfectamente.
—Te quiero. —El tono ronco en la voz de ella no dejaba lugar a dudas con respecto a lo que quería. No podía evitarlo. Siempre que él pronunciaba la palabra «amor», su respuesta instintiva era el deseo de abrazarle. De abrazarle y ser abrazada. De sentir su hermoso cuerpo mientras la follaba largo y tendido—. ¿Son las nueve ya?
Aquella lenta y sensual sonrisa suya le produjo una sacudida en el bajo vientre.
—No. Lyssa y Aidan acaban de marcharse con Justin. Esta noche se queda con ellos. —Con un rápido tirón, Connor se quitó la toalla, revelando su magnífica polla—. Hacia las nueve de la noche estarás suplicándome que te deje recobrar el aliento.
—¿Ah, sí? —Se lamió los labios mientras él se aproximaba, incorporándose para ponerse de rodillas.
—Ah, sí —confirmó él, inclinándose para dar al interruptor y abrir los chorros de agua.
Tuvieron que cambiar el antiguo cuarto de baño cuando él se mudó a la casa para adaptarlo a su tamaño. Connor había vendido varios artefactos a McDougal, lo que les proporcionó unos buenos ahorros. Podrían haberse mudado a una casa más grande y moderna, pero ninguno de los dos quería. Prefirieron reformar la que ya tenían.
—Connor se metió en la bañera y ella le detuvo.
—Espera.
Se puso tenso y la polla le creció aún más, señal de que había entendido lo que ella quería.
—Nena… —Había un tono dolorido en su voz que hizo que a ella se le endurecieran los pezones. Le encantaba que ella se la mamara. Le gustaba de tal manera que a ella le encantaba hacérselo. Con Connor, ese acto la ponía tan caliente que se sentía como si estuviera derritiéndose.
Le agarró la erección con las manos mojadas y se llevó aquella polla enhiesta a su boca expectante. Sacó la lengua y le lamió el diminuto agujero de la punta y él se estremeció violentamente.
—Stace —susurró, pasándose las manos por su pelo húmedo—. Me matas.
La sonrisa que le dedicó era pura travesura.
—Suerte que eres inmortal, ¿eh?
Abriendo la boca, le chupó la gruesa cresta sólo un poco por dentro, agitando la lengua por el punto sensible justo de debajo. A Connor le temblaban sus fornidos muslos y ella alargó una mano y le rodeó el trasero.
—Sí —susurró, meneando suavemente las caderas—. Tienes una boca tan caliente…, qué forma de lamerme la polla…
Si hubiera podido sonreír, lo habría hecho. Le encantaba que la elogiara, la delicadeza con que le acariciaba el cuero cabelludo incluso fuera de sí. Ella redobló sus esfuerzos para satisfacerle, chupando con más fuerza, hundiéndole los dedos en el firme cachete de su trasero. Ella cabeceaba mientras cabalgaba a lomos de su miembro palpitante, sirviéndose de sus gemidos y sonidos guturales para guiarse. Le cogió las pelotas y se las acarició con ternura, luego llevó un dedo hacia atrás y le masajeó el perineo.
Él jadeaba y maldecía, cada vez más grueso. Ella gemía de placer, con el coño resbaladizo y calientes sólo de imaginar aquella polla clavándosele dentro.
—Me voy a correr —advirtió él, follándole la boca con enérgicas estocadas que mantenía superficiales agarrándose la base.
Ella podía retirarse y dejar que él la montara para finalizar. A él le encantaba hacerlo y no protestaría, pero ella quería esto otro. Quería sentir cómo se deshacía de la manera en que sólo podía hacerlo cuando no estaba medio concentrado en que ella alcanzara el clímax. Ella le animó con un tarareo y Connor bramó.
—Eso es —cantó suavemente con su marcado acento—. Chúpame la polla, cariño. Haz que me corra. Estoy tan cerca… joder…, así… ¡Stace!
Connor se derramó enérgicamente, a espesos borbotones; sus roncos gritos de liberación inundaron el cuarto de baño una música sensual que nunca se cansaría de oír. Se separó de ella y la levantó, dándole en el pecho con un chorro de semen antes de ponerla de culo en el borde de la bañera e hincarle la polla en su coño prieto y ávido.
Ella gritó sobresaltada por el placer, deliciosa la palpitante sensación de tenerle dentro. Él la envolvió con su cuerpo y le hundió su frente perlada de sudor en el hueco del cuello.
—Te quiero.
—Connor. —Stacey le rodeó con sus brazos—. Yo también, cielo.
Se le contrajo el pecho y luego le vibró cuando rompió a reír.
—Soy varios siglos mayor que tú, cielo.
—Semántica —murmuró ella, lamiéndose los labios.
—He aprendido muchas cosas en mi larga vida —susurró, enderezándose y meneando las caderas. Ella jadeaba a medida que le subían oleadas de puro calor desde donde él la frotaba por dentro—. Como ésta.
Se salió y empezó a empujar más superficialmente. Luego volvió a salirse y a empujar con más profundidad. Stacey se retorcía y resbalaba en la repisa de la bañera. Connor sonrió y le sujetó las caderas con las manos.
—¿Te gusta?
Entrando y saliendo, le follaba el coño con unos empellones impresionantes, sabiendo exactamente dónde concentrarse para conseguir que ella suplicara. Estaba marcándola del revés con la candente largura de su polla dura como el pedernal. No había disminuido en absoluto después de su primer orgasmo. Aquel hombre tenía un vigor increíble. Menos mal que había dado con la chica adecuada, porque ella aceptaba todo lo que él tenía y luego quería…
—… más —le rogó, clavándole las uñas.
—Pero estás tan prieta que no creo que puedas admitir más de mí. —Su sonrisa era de pura satisfacción masculina.
Stacey tensó todo lo que tenía dentro sólo para ver cómo se le oscurecían los ojos y se le encendían las mejillas.
—Puedo contigo, grandullón.
La echó hacia atrás y puso las manos a ambos lados de ella.
—No puedo hacer palanca con los pies metidos en una bañera llena de burbujas.
—Excusas, excusas. —Colocó las manos por detrás y puso las piernas alrededor de sus caderas—. Por suerte para los dos, llevo tiempo haciendo ejercicio.
Tensando los músculos de los muslos, elevó las nalgas y se deslizó sobre su polla.
—¡Joder! —susurró él, contrayendo los abdominales—. Eso da mucho gusto.
Ella hizo un mohín.
—Quiero correrme.
—Tus deseos son órdenes. —Metiendo una mano entre los dos, Connor llevó el pulgar a su clítoris y le clavó la polla en lentas y superficiales embestidas. Dibujando círculos. Frotando.
—Sí —susurró ella, deleitándose en la sensación de ser estirada para que él encajase—. ¡Oh, Dios, sí!
El orgasmo la estremeció por dentro y él le susurró, como hacía siempre, palabras de aliento subidas de tono para que el orgasmo durase más.
—Precioso, ese dulce coñito succionándome la polla. —Connor siguió acariciando entre sus ávidas oleadas—. Voy a llevarte a la cama y a montarte como quiero hacerlo. Hasta lo más profundo.
—Hazlo —sollozó ella, aferrándose a él se deshacía de dicha.
Cómo consiguieron llegar a la cama es algo que nunca sabría. Stacey sólo recordaba que la mecían contra un pecho duro, un corazón fuerte bajo su oreja y luego una fresca suavidad bajo su espalda mojada cuando él la acostó sobre un lecho de pétalos de rosa.
—Cásate conmigo —pidió él, deslizándole en el dedo un antiguo anillo de esmeralda—. Deja que te ame para siempre.
—Sí. —Lloró quedamente, arqueándose debajo de él cuando él se deslizó dentro de ella, uniéndose a ella.
Haciéndose más fuertes. Juntos.