Lyssa estaba llorando en el sofá cuando Connor entró en la casa con Stacey. Aidan se paseaba de un lado a otro. Tommy estaba atado con cinta adhesiva a una silla junto a la puerta. Con la mente conectada al Crepúsculo, el ex de Stacey no era de fiar. Los Ancianos ya habían intentado matar a Lyssa mediante un sonámbulo, lo cual los había puesto sobre aviso de que tales maquinaciones eran posibles.
Por su parte, Connor se sentía impotente, estado que era incompatible con su salud mental. El dolor de Stacey le corroía por dentro, y estaba enloqueciendo por la sed de matar y la furia incontrolable que le producía.
—¡Oh, Dios, Stace! —Lyssa se levantó cuando la puerta mosquitera se cerró silenciosamente detrás de ellos. Fue corriendo a abrazar a su mejor amiga en cuanto Connor la dejó en el suelo—. Lo siento muchísimo. Todo esto es culpa mía.
Stacey negó con la cabeza.
—Tú no podías hacer nada. —Su mirada, cargada de veneno, fue de Aidan a Tommy y de Tommy a Connor, que se estremeció—. Es una lástima que no haya ningún hombre fuerte a nuestro alrededor —dijo con desdén, rozándolos a todos de camino al teléfono.
—Stacey. —Lyssa hablaba en voz baja y tono suplicante—. No puedes llamar para pedir ayuda.
—¿Por qué cojones no? —preguntó, alargando una mano temblorosa hacia el auricular—. Porque los polis podrían venir aquí y pensar: «Mmm. ¡Vaya, mira estos dos cachas, exmiembros de las Fuerzas Especiales, que no han movido un puto dedo para evitar un secuestro!».
Connor alzó la barbilla, consciente de que tenía todo el derecho a estar indignada, dada la información con la que contaba, pero aun así su escarnio le hería profundamente. No en su orgullo ni en su ego, que a lo largo de su vida habían sufrido algún que otro golpe, sino en el corazón, que nunca se había comprometido lo bastante como para sentir dolor.
Ahora la maldita cosa esa le estaba matando.
—No la conoces como nosotros, Stacey —dijo con dulzura—. No podríamos haber hecho nada que no pusiera en peligro a Justin.
—¡Y una mierda! —Los ojos de Stacey, muy abiertos y oscuros, tenían la pupila tan dilatada que sólo se veía un finísimo círculo de su brillante iris verde. Tenía la piel y los labios pálidos, y las manos temblorosas—. Cualquiera de vosotros, en solitario, podría haberse deshecho de los dos, de ella y del monstruo ese de la máscara.
—¿Estás segura de que sólo eran ellos dos? —preguntó, haciendo una pausa—. Con las lunas tintadas era imposible ver lo que había en el asiento de atrás.
—Había alguien más en el asiento de atrás —aseguró Aidan—. Alguien cerró la puerta del lado de los pasajeros cuando Tommy salió.
Stacey arrugó el ceño, pensando en lo que acababa de oír.
Connor continuó, pues necesitaba que ella comprendiera.
—Justin es muy valioso debido a ti, Stace. Rachel venía dispuesta a combatir, con el objetivo de matar a Justin y llevarte a ti. Eso haría subir la apuesta inicial, y, créenos, a Rachel le gustan las apuestas por las nubes. Si se quedó junto a la puerta abierta del coche fue por alguna razón. Estoy seguro de que tenía su espada allí mismo, a su alcance, esperando a que uno de nosotros hiciera el menor movimiento.
—¿Con qué clase de antigüedades trabajáis —preguntó bruscamente— que sean tan valiosas como para secuestrar a alguien por ellas?
—Oye —llamó Lyssa suavemente, acercándose y pasando un brazo alrededor de los temblorosos hombros de Stacey—. Vamos a la cocina y te lo contaré todo.
—Tengo que llamar a la policía.
—Déjame que te explique primero. Después, si aún crees que necesitas a la policía, yo misma te llevaré.
—¿Pero qué os pasa? —gritó Stacey, con la voz ronca—. ¿Se han llevado a mi hijo y vosotros queréis que no haga nada?
—No —murmuró Connor, con un doloroso nudo en el estómago—. Queremos que creas en nosotros, tus amigos. Los que te qu…
La palabra se le ahogó en la garganta, demasiado dolido por dentro como para exponerse a más desprecio. Le había fallado. Aunque no podría haber hecho más de lo que hizo sin poner en peligro la vida de Justin, sí había fracasado en protegerla a ella del dolor.
Amor.
¿Era ésa la palabra adecuada? Ella le importaba. Quería estar con ella. No soportaba verla tan destrozada. Quería sus sonrisas y su risa, quería sus delicadas caricias y sus entrecortados gritos de placer. Quería llegar a conocerla y darse a ella al mismo tiempo. ¿Era eso amor?
Quizá era la semilla del amor. El primer retoño. ¿Se marchitaría ahora y moriría? ¿O podría él reparar el daño y tener la oportunidad de verlo crecer?
—Soy tu mejor amiga, Stace. —Había en la dulce voz de Lyssa un matiz acerado que interrumpió los pensamientos de Connor—. Te quiero. Quiero a Justin, y quiero que vuelva a casa tanto como tú.
A Connor se le encogió el corazón cuando Stacey rompió a llorar, echándose a los brazos de su amiga, mezclándose sus rizos negros con los rubios mechones de Lyssa. Era el sonido de la desesperación y la desesperanza más absoluta, y le hacía trizas. Ella era su mujer. La única que había tenido. Era su deber protegerla y mantenerla a salvo. Pero lo que había hecho era introducirla en el peligro que la había herido tan gravemente.
—¡Bruce!
Dejó de mirar la espalda de Stacey al salir ella del cuarto de estar y se dirigió a Aidan.
—¿Qué?
—Tranquilízate y solucionemos esto.
—Estoy tranquilo. —No lo estaba. Se sentía como si estuviera desmoronándose. Extraño sentimiento el de estar desparramado. El corazón en un sitio, el cerebro en otro, el cuerpo tenso con la necesidad de salir en persecución—. Podemos rastrearlos a través del teléfono móvil. McDougal puede hacerlo.
Aidan asintió con expresión tensa.
—Viene muy bien cuando de repente recibes una oferta por un inestimable artefacto. Localizas al vendedor y compruebas que es de fiar antes de proceder a la transacción. Pero eso no va a ayudarnos a averiguar lo que Rachel quiere.
Como Connor había pasado un tiempo en la estela del sueño de Aidan, tenía un archivo mental de sus recuerdos. Había estado buscando entre ellos desde el momento en que Rachel había planteado su exigencia, pero no encontró nada que se pareciera a una tríada en sus recuerdos. Que Aidan supiera, ninguno de los artefactos que él había recuperado eran el objeto que Rachel quería.
Connor se pasó ambas manos por el pelo, torturado por los sonidos apagados de llanto que venían de la cocina.
—Rachel se ha vuelto completamente loca o se está refiriendo a ese terrón de tierra que tienes.
—Mierda.
—Te dije que estaba tranquilo —musitó.
Stacey dio un alarido y algo de cristal se rompió en la otra habitación. Él parpadeó. Si Lyssa le estaba hablando del Crepúsculo, las cosas iban a ponerse mucho peor.
—Tengo la bolsa en el coche —masculló Aidan, antes de salir corriendo por la puerta.
Mirando fijamente el teléfono móvil que sostenía en la mano, Connor se hizo una lista mental de las cosas que necesitaría: transporte, ropa, una nevera con comida y bebida…
—¿Qué demonios le habéis hecho vosotros dos a mi mejor amiga? —Stacey preguntó fríamente, entrando en la habitación.
Connor se puso derecho y la miró directamente.
—Le hemos salvado la vida.
—Chorradas. —Sus ojos brillaban con fuego esmeralda, lo que en realidad era un alivio después del vacío que había visto antes—. Habéis conseguido convencerla de que sois guerreros del sueño y de que ella es una profetisa de no sé qué catástrofe.
—Profecía —corrigió él—. Y nosotros somos Guerreros de Elite, Stacey. No luchamos contra los sueños, los protegemos.
El temblor del labio inferior era la única señal de su aflicción. Tenía los hombros hacia atrás, el mentón alzado con obstinación. Lista para enfrentarse al mundo ella sola.
—Sabía que algo malo tenías que tener —dijo ella con amargura—. Demasiado bueno para ser verdad. ¿Qué quieres? —Él arqueó una ceja—. Vamos —insistió con desdén—. Dos tíos guapísimos aparecen en la puerta de nuestra casa salidos de la nada. No tienen pasado y a mi hijo se lo llevan. ¿Coincidencia? No lo creo.
Tardó un momento en encajar su acusación.
—¿Crees que esto ha sido obra mía? —Se quedó mirándola, boquiabierto—. ¿Crees que yo he tenido algo que ver en el secuestro de Justin?
—Es lo único que tiene sentido para mí.
—¿Y quién dice que esta mierda tenga sentido? —Connor atacó y la atrajo hacia sí, agarrándola del pelo con la otra mano y tirándole del cuello hacia atrás, obligándola a mirarle—. Hemos hecho el amor. He estado dentro de ti. ¿Cómo puedes acusarme de algo tan abyecto después de lo que hemos compartido?
—Era sexo —replicó con desdén. Pero respiraba agitadamente contra el pecho de él y tenía los ojos inundados de lágrimas.
Dispuesto a hacer cualquier cosa —cualquier cosa— para ganarse de nuevo su confianza, la soltó, luego la agarró de la mano y la llevó a la cocina.
Lyssa esperaba en el umbral, pero enseguida se quitó de en medio. Connor fue hasta donde estaba el taco de los cuchillos en la encimera de azulejo blanco y sacó uno. Con los dientes apretados, se volvió a mirar a Stacey y se acuchilló el pecho en diagonal, desde el hombro hasta el abdomen.
Ella gritó cuando brotó la sangre y le cayó por el torso. Dejó el cuchillo en el fregadero de acero inoxidable y dijo en tono grave:
—No me quites los ojos de encima.
Empezó a quemarse y luego a picar. La piel se curó casi instantáneamente. Había sido una herida superficial y se habría curado enseguida, a diferencia del profundo tajo de Aidan, que tardó horas en desaparecer.
—¡Joder! —susurró, tambaleándose al fallarle las piernas.
Él la cogió y la ayudó a apoyarse en la mesa del rincón del desayuno. Ella le tocó la piel, apartándole la sangre para ver que no había dejado ninguna marca. Aidan regresó en ese momento y dejó la bolsa negra en el suelo junto a ella.
Abrió la bolsa y sacó el libro que había robado a los Ancianos y el fardo envuelto en tela.
—Tenemos que limpiarlo, Bruce, y ver si podemos encontrar aquí alguna mención de qué es esta cosa.
—Tengo que dirigirme a ver a McDougal —dijo Connor— antes de que Rachel llame.
—No puedes ir. No lograrás pasar los controles de seguridad.
—¿Que no? —Connor sonrió forzadamente—. No puedo leer el lenguaje de los Antiguos (me dormía en aquellas clases), pero puedo colarme en cualquier sitio y dar una paliza a todo el que se me ponga delante.
Aidan parecía dispuesto a discutírselo.
—Confía en mí, Aidan. Es mejor así. En lugar de arriesgar tu empleo, puedes hacer el papel de víctima de un secuestro o algo así. Tú serás inocente.
—Es una cagada de plan —farfulló Aidan.
—Tuve un buen maestro.
No obstante, Aidan, gruñendo por lo bajo, dijo:
—Ve. Yo intentaré averiguar por qué tiene tanto interés en esa maldita tríada.
Stacey cogió el libro y lo abrió, pasando los dedos por el texto.
—¿Qué es esto?
Necesitado de cierta conexión con ella, Connor le puso una mano en el hombro y se inclinó a mirar.
—Antes de la creación de bases de datos virtuales, nuestro pueblo dejaba constancia de su historia en textos, como hacéis vosotros.
—¿No puedes leerlo? —preguntó, con la mirada fija en las páginas que iba hojeando.
—No. Nuestra lengua actual se basa en ésa, al igual que la vuestra tiene sus raíces en el latín, pero sólo los eruditos y los muy curiosos, como Cross, saben lo suficiente de su forma original como para entenderlo.
—¡Señor! —susurró—. Creo que me estoy volviendo loca.
Él levantó la vista hacia Aidan, que captó su mirada.
—Cuidaremos de ella —le aseguró.
Connor no soportaba la idea de no poder ser él quien confortara a Stacey, pero sabía que su lugar en la vida de ella era cuando menos dudoso. Ella necesitaba consuelo y seguridad, y él era consciente de que no los buscaría en él. Lo mejor que podía hacer era encargarse de la logística y el trabajo sucio para recuperar a Justin.
Hizo un gesto con la cabeza.
—Gracias. Me voy a buscar las cosas que necesitamos.
—¿Qué cosas? ¿Qué necesitamos?
—Voy a buscar a tu hijo. Necesitaré cierto equipamiento para hacerlo.
Sus ojos se llenaron de esperanza.
—Voy contigo.
—De ninguna manera —respondió él con firmeza—. Es peligroso. Tienes que…
—No me digas que es peligroso. —Se puso de pie como impulsada por un resorte—. Quiero ir a donde esté Justin. ¿Viste el terror que había en su cara? ¿Viste a ese monstruo que estaba a su lado, escondido detrás de aquella puta máscara para que no pueda identificarle la policía?
—¿Una máscara? —Lyssa frunció el ceño.
—Sí, doctora. Una máscara. Con ojos negros y dientes falsos de vampiro. Daba miedo sólo con mirarla. No quiero ni imaginar por lo que está pasando mi niño… —La voz se le ahogó por la emoción.
Connor la acercó a ella, incapaz de hacer otra cosa, pero ella forcejeó y se soltó. Stacey rodeó la isla de la cocina, como si esa barrera pudiera mantenerlos alejados.
Él tensó la mandíbula, pues le había tocado en lo más profundo.
—Una máscara… —susurró Lyssa a través de sus blancos labios—. ¡Oh, no!
Connor se dio cuenta de que ella entendía lo que eso implicaba. No entendía cómo Rachel controlaba al Guardián infectado de Pesadillas; pero, no obstante, dudaba que fuera lo bastante estricta como mantener a Justin a salvo durante mucho tiempo.
La cuenta atrás continuaba.
Guardándose el teléfono móvil en el bolsillo, Connor se dispuso a marcharse.
—Me voy.
Aidan se hundió en la silla delante de la bolsa.
—Prepararé café —dijo Lyssa.
—Yo voy a hacer la maleta —masculló Stacey, saliendo de la cocina.
Connor apretó los dientes y salió corriendo por la puerta, preparándose para la discusión que se avecinaba. No iba a poner a Stacey en peligro. Más valía que se fuera haciendo a la idea.
Se subió al descapotable de Lyssa y se marchó.