El veinte de Mayo por la mañana, el cartero trajo a Gremiachi Log, con retraso a causa de las avenidas, los periódicos con el artículo de Stalin «Los éxitos se nos suben a la cabeza». Los tres ejemplares del «Molot» circularon en un día por todas las casas, y al anochecer estaban convertidos en unos jirones mugrientos y húmedos. Jamás periódico alguno, desde que existía Gremiachi Log, había congregado en torno suyo a tan gran número de lectores. La gente se agrupaba en los kuréns, en los callejones, detrás de los establos y a la puerta de los graneros… Uno leía en voz alta, y los demás escuchaban atentos, temerosos de perder una sola palabra, guardando un silencio absoluto. Con motivo del artículo, surgieron por doquier grandes discusiones. Cada cual lo interpretaba a su manera, y la mayoría, con arreglo a sus deseos. En casi todas partes, al aparecer Nagúlnov o Davídov, el periódico pasaba apresuradamente de mano en mano, como un ave blanca, hasta desaparecer en las profundidades de algún bolsillo.
—Lo que es ahora, los koljóses van a estallar por todas las costuras, ¡como los trajes viejos! —fue el primero en pronosticar Bánnik, triunfante.
—El estiércol se lo llevará el agua, y quedará lo de más peso —le replicó Diomka Ushakov.
—A lo mejor, ocurre todo lo contrario —insinuó maligno Bánnik, y apresuróse a ir a otra parte, a decirle al oído a la gente de más confianza: «Apresúrate a salir del koljós, ya que han proclamado la libertad de los siervos!»
—¡El campesino medio está despatarrado! Tiene un pie en el koljós y el otro levantado ya para plantarlo en su hacienda —decía Pável Liubishkin a Menok, señalando a unos koljosianos, campesinos medios, que hablaban animadamente.
Las mujeres, que no acababan de comprender muchas cosas, siguiendo la femenil costumbre, se dedicaban a hacer conjeturas y suposiciones. Y por el caserío corrieron los rumores:
—¡Se disuelven los koljóses!
—De Moscú han dado orden de devolver las vacas.
—Van a traer de nuevo a los kulaks, y los apuntarán en los koljóses.
—Les darán otra vez el voto a los que se lo habían quitado.
—Van a abrir de nuevo la iglesia de Tubianskói, y el trigo recogido para la siembra lo van a repartir entre los koljosianos, para que se alimenten.
Se avecinaban grandes acontecimientos. Todos lo presentían. Por la noche, en la reunión de la célula del Partido, Davídov decía nervioso:
—¡El artículo del camarada Stalin ha sido escrito muy a tiempo! A Makar, por ejemplo, ¡le viene como pedrada en ojo de boticario! Los éxitos se le habían subido a la cabeza, y a las nuestras también se nos habían subido un poco… Hagamos, camaradas, propuesta sobre qué yerros debemos enmendar. Bueno, las gallinas las devolvimos, nos dimos cuenta a tiempo. ¿Pero qué hacer con las ovejas y con las vacas? ¿Qué hacer?, os pregunto. Si no procedemos con tacto político, no cabe duda de que aquí… vendrá la desbandada… Será como un grito de «¡Sálvese el que pueda! ¡Vámonos del koljós!»; se irán, llevándose todo el ganado, y nos quedaremos a dos velas. ¡La cosa está más clara que el agua!
Nagúlnov, que había llegado el último a la reunión, se levantó clavando en Davídov sus ojos lacrimosos e inyectados en sangre, y Davídov percibió una fuerte tufarada a vodka, que venía de Makar.
—¿Dices que para mí ha sido como una pedrada en un ojo? ¡No, me ha dado en mitad del corazón! ¡Me ha atravesado de parte a parte! Y a mí no se me trastornó la cabeza cuando el koljós; se me ha trastornado ahora, después de este artículo…
—Y sobre todo, después de una botella de vodka —intercaló en voz baja Vaniushka Naidiónov.
Razmiótnov sonrió, asintiendo con un guiño, Davídov inclinó la cabeza sobre la mesa, mientras Makar,dilatadas las pálidas aletas de la nariz, centelleantes de rabia los turbios ojos, respondía:
—Tú, polluelo, ¡eres demasiado joven para hacerme a mí advertencias y darme lecciones! Aún tenías tú el cascarón en el culo, cuando yo me batía ya por el Poder Soviético y estaba en el Partido… ¿Te enteras? Y en cuanto a que he bebido hoy, eso es la pura verdad, como dice nuestro Davídov. Y no una botella, ¡sino dos!
—¡Vaya un motivo para vanagloriarse! Por eso te rezuma la tontería… —le espetó Razmiótnov sombrío.
Makar limitóse a lanzarle una mirada de soslayo, pero bajó de tono y su mano dejó de agitarse inútilmente en el aire para apretarse con fuerza contra el pecho, donde permaneció hasta el final de su incoherente y fogosa perorata…
—¡Mientes, Andriushka, a mí no me rezuma la tontería! He bebido porque, para mí, ese artículo de Stalin ha sido como una bala. Me ha atravesado de parte a parte, y en mis entrañas ha empezado a hervir la sangre ardiente… —la voz de Makar tembló y se hizo aún más queda—. Yo soy aquí el Secretario de la célula, ¿no es eso? He asediado a la gente, y a vosotros también, bribones, para meter las gallinas y los gansos en el koljós, ¿verdad? ¿Y cómo hacía yo la propaganda del koljós? Pues la hacía de la siguiente manera. A algunos de nuestros malhechores, aunque figuran como campesinos medios, les decía sin rodeos: «¿No entras en el koljós? Por consiguiente, ¿estás contra el Poder Soviético? El año diez y nueve combatiste contra nosotros, nos hiciste resistencia, ¿y ahora también estás en contra? Entonces, no esperes compasión de mí. Te voy a sacudir, canalla, de tal manera, ¡qué vas a echar los hígados por la boca!» ¿Hablaba yo así? ¡Hablaba! Y hasta golpeaba en la mesa con el revólver. ¡No lo niego! Verdad es que no a todos, solamente a los más enrabiados contra nosotros. Y ahora, no estoy borracho, ¡dejaras de sandeces! Ese artículo yo no lo puedo soportar; a causa de él, he bebido por primera vez en medio año. ¿Y qué artículo es ése? Es un artículo que ha escrito nuestro camarada Stalin, y yo, es decir, Makar Nagúlnov, caigo de bruces en el barro, derribado por él, y quedó allí con la cara aplastada contra el cieno, machacado, hundido… ¿No es así? ¡Camaradas, yo estoy de acuerdo en que me desvié hacia la izquierda con lo de las gallinas y demás animales… Pero, hermanos, hermanos míos, ¿por qué me desvié yo? ¿Y por qué me colgáis a Trotski del cuello y me uncís con él? ¿Cuándo he ido yo con él en la misma carreta? Tú, Davídov, siempre me estás echando en cara que soy un trotskista de izquierdas. Pero yo no tengo la instrucción de Trotski, y no estoy adherido al Partido como un pegote científico, sino con mi corazón y con toda mi sangre vertida por el Partido.
—¡Al grano, al grano, Makar! ¿A qué nos vienes con músicas en estos momentos? El tiempo apremia. Haz tus proposiciones sobre la forma de enmendar nuestros yerros comunes. En vez de repetir comoTrotski: «Yo estoy en el Partido, yo y el Partido…»
—¡Dejadme hablar! —rugió Makar, enrojeciendo intensamente y apretándose con más fuerza la diestra contra el pecho—. ¡A Trotski yo lo rechazo! ¡Sería para mí una vergüenza estar ahora a la altura de él! Yo no soy un traidor, y os prevengo una cosa: al primero que me llame trotskista, ¡le rompo la cara! ¡Lo hago papilla! Y si me incliné hacia la izquierda con lo de las gallinas, no fue por Trotski, ¡sino porque tenía prisa en llegar a la revolución mundial! Por eso quería hacer todo lo antes posible, apretarle más las clavijas al propietario, al pequeño burgués. ¡¡Pues todo eso sería un paso más hacia la aniquilación justiciera del capitalismo mundial!! Decidme, ¿por qué calláis? Y ahora, ¿qué soy yo, según el artículo delcamarada Stalin? Oíd lo que está escrito en mitad de este artículo —Makar sacó del bolsillo de la zamarra la «Pravda», la desplegó y empezó a leer lentamente—: «¿A quién pueden favorecer esas deformaciones, esas imposiciones burocráticas, por decreto, del movimiento koljosiano, esas amenazas indignas a los campesinos? ¡A nadie, más que a nuestros enemigos! ¿Qué pueden acarrear esas deformaciones? El fortalecimiento de nuestros enemigos y el descrédito de la idea del movimiento koljosiano. ¿No es evidente que los autores de esas deformaciones, que se creen estar a la «izquierda», lo que en realidad hacen es llevar el agua al molino del oportunismo derechista?» Por lo tanto, resulta que yo soy ante todo un burócrata decretista y autor de deformaciones, que yo he desacreditado a los koljosianos, he proporcionado agua a los oportunistas de derecha y hecho andar su molino. ¡Y todo por unas miserables gallinas y ovejas, que maldita sea la hora en que nacieron! Y además, por haber metido miedo a unos cuantos antiguos guardias blancos que andaban remoloneando, sin ganas de entrar en el koljós. ¡Eso no es justo! Con lo que bregamos para crear nuestro koljós… Y ahora ese artículo toca a retirada. Yo he mandado un escuadrón contra los polacos y contra Wrángel, y sé que cuando uno se ha lanzado al ataque, ¡no se debe retroceder a mitad de camino!
—Tú te has adelantado al escuadrón precisamente en sus buenos cien metros… —dijo ceñudo Razmiótnov, que en los últimos tiempos venía apoyando a Davídov tenazmente—. Y haz el favor de acabar de una vez, Makar. ¡Hay que ceñirse al asunto! Cuando te elijan Secretario del CC, podrás lanzarte al ataque con toda la furia que te parezca. Pero ahora eres un soldado de filas y tienes que guardar la formación; de lo contrario, ¡te cortaremos los vuelos!
—¡No me interrumpas, Andréi! Yo me someto a todas las órdenes del Partido, y si deseo hablar no es porque me disponga a oponerme a mi querido Partido, ¡sino porque quiero su bien! El camarada Stalin ha escrito que hay que tener en cuenta las condiciones locales, ¿no es eso? ¿Y por qué tú, Davídov, dices que el artículo va contra mí de lleno? ¿Es que se dice en él abiertamente que Makar Nagúlnov es un autor y un burócrata? Tal vez esas palabras no se refieran a mí en absoluto. Pues bien, si el camarada Stalin viniese a Gremiachi Log, yo le preguntaría: «¡Querido José Vissariónovich! Por consiguiente, ¿tú estás en contra de que se amenace a nuestros campesinos medios? ¿Te da lástima de ellos y quieres que les convenzamos con ternezas? Y si ese campesino medio fue en el pasado un cosaco blanco y hasta hoy está apegado, a más no poder, a su propiedad, ¿en qué sitio tengo yo que lamerle para que entre en el koljós y se acerque sin protestar a la revolución mundial? Porque ese campesino medio, ni aun dentro del koljós, puede renunciar a la propiedad; por el contrario, sigue apegado a ella, procura siempre que sus bestias estén mejor alimentadas que las demás. ¡Así es él!» Y si el camarada Stalin, después de ver a esa gentuza, insistiera en que yo he cometido deformaciones y desacreditado a los koljosianos, le diría francamente: «Pues que el diablo los acredite, camarada Stalin, porque yo no tengo ya fuerzas, a causa demi salud, perdida, derrochada en los frentes. Mandadme a la frontera china, que allí podré servir mucho al Partido, y que en Gremiachi se encargue de colectivizar Andriushka Razmiótnov. El tiene el espinazo menos duro, sabe inclinarse de primera ante los antiguos guardias blancos, y hasta verter una lagrimita a tiempo… ¡Eso también sabe hacerlo!»
—No te metas conmigo, mira que yo puedo…
—Bueno, ¡basta! ¡Basta por hoy! —Davídov se levantó, plantóse frente a Makar y, con una frialdad inhabitual en él, le dijo—: La carta de Stalin, camarada Nagúlnov, es la línea del CC. ¿Y tú, qué? ¿No estás de acuerdo con esa carta?
—No.
—¿Y tus errores, los reconoces? Yo, por ejemplo, reconozco los míos. No es posible ir contra los hechos, ni saltar por encima de ciertas cosas. Yo no sólo reconozco que se nos ha ido la mano al socializar el ganado mejor, y los terneros, sino que enmendaré mis faltas. Nos hemos entusiasmado demasiado con el tanto por ciento de colectivización, aunque en esto, el Comité Distrital tiene también su parte de culpa, y hemos trabajado poco para reforzar efectivamente el koljós. ¿Tú reconoces esto, camarada Nagúlnov?
—Lo reconozco.
—¿Entonces?
—El artículo no es justo.
Davídov estuvo unos instantes alisando con la mano el sucio hule que cubría la mesa y, pese a que el quinqué ardía con moderada luz, bajó la mecha; por lo visto, trataba de dominar su agitación, pero no pudo.
—Pedazo de alcornoque, ¡adoquín del diablo!… Por esas palabritas, dichas en otra parte, ¡te echarían del Partido! ¡Eso es la pura verdad! ¿Es que te has vuelto loco? O dejas ahora mismo de… de hacer oposición, o te mandamos al c… ¡Eso es la pura verdad! Ya hemos aguantado bastante tus manifestaciones. Y si planteas esto en serio, ¡no hay más que hablar! ¡Comunicaremos oficialmente al Comité Distrital tu intervención en contra de la línea del Partido!
—Comunícalo. Yo mismo informaré al Comité Distrital. Responderé a un tiempo de lo de Bánnik y de todo lo demás…
Al oír la voz desconcertada de Nagúlnov, Davídov apaciguóse un poco; sin embargo, no extinguido el coraje aún, repuso, encogiéndose de hombros:
—¿Sabes lo que te digo, Nagúlnov? Anda, vete a dormir, y luego hablaremos como es menester. Porque ahora estamos tú y yo como en el cuento del becerro blanco[61]: «¿No íbamos los dos por el camino?» —«Íbamos». —«¿Encontramos un tulup?» —«Lo encontramos». —«Entonces, vamos a repartimos el tulup, como convinimos». —«¿Qué tulup?»— «Pero, ¿no íbamos los dos por el camino?»— «Íbamos»… Y no se acaba nunca. Dices que reconoces tus errores, y a continuación añades que el artículo no es justo. Entonces, ¿qué errores son los que reconoces, si el artículo, según tú, no es justo? Te has hecho un lío, ¡eso es la pura verdad! Además, ¿de cuándo acá los secretarios de las células vienen a las reuniones en estado de embriaguez? ¿Qué significa esto, Nagúlnov? ¡Esto es una infracción de las normas del Partido! Tú, un viejo militante, un guerrillero rojo, condecorado con la Orden de nuestra bandera, y procedes así… Ahí tienes a Naidiónov, que es komsomol, ¿qué va a pensar al ver tu ejemplo? Por otra parte, si la Comisión de Control se entera de que tú te das a la bebida, y por añadidura en un momento tan serio como éste, de que no solamente has aterrorizado, con las armas en la mano, a los campesinos medios, sino que tu actitud con respecto a tus desviaciones no tiene nada de bolchevique e incluso te pronuncias contra la línea del Partido, ¡lo vas a pasar mal, Nagúlnov! No sólo dejarás de ser Secretario de la célula, sino miembro del Partido, ¡no te quepa duda! Eso te lo aseguro yo —Davídov se alborotó los cabellos e hizo una pausa, comprendiendo que acababa de herir a Makar en lo más vivo; luego, continuó—: No hay por qué entablar una discusión en torno al artículo. Al Partido no le voy a hacer ir por donde tú quieras; con otros más testarudos que tú ha tropezado, y ha sabido romperles los cuernos y obligarles a que se sometan. ¿Cómo no lo comprendes?
—¡Déjalo, no pierdas más tiempo con él! Ha estado una hora dándonos la tabarra para no decirnos nada. Que se vaya a dormirla. ¡Vete, Makar! ¡Debería darte vergüenza! Mírate al espejo, y te asustarás: la jeta hinchada, unos ojos de perro rabioso… ¿Por qué te has presentado en ese estado? ¡Vete! —Razmiótnov se levantó bruscamente y zarandeó con furia a Makar, pero éste, desmadejado, sin fuerzas, apartó de su hombro la mano y encorvóse aún más…
En el angustioso silencio que se hizo, oyóse el tamborilear de los dedos de Davídov sobre la mesa. Naidiónov, que había estado observando a Makar todo el tiempo con una sonrisa de estupor, pidió:
—Camarada Davídov, acabemos.
—Pues bien, camaradas —dijo Davídov, reanimándose—, yo propongo lo siguiente: que se devuelva a los koljosianos el ganado menor y las vacas. Pero a los que hayan entregado dos vacas, hay que hacerles propaganda para que dejen una en el rebaño colectivo koljosiano. Mañana temprano tenemos que convocar una reunión y explicar la cosa. ¡Lo principal ahora es explicar bien! Yo temo que la gente empiece a marcharse del koljós, precisamente cuando, de un momento a otro, hay que salir a los campos… ¡Ahí tienes, Makar, una ocasión para mostrar tu temple! Convence, sin el revólver, para que no se vayan del koljós. ¡Eso sí que sería una verdadera acción! Entonces, ¿qué? ¿Vamos a votar? ¿Votamos mi proposición? ¿Quién está a favor? ¿Tú te abstienes, Makar? Así constará en acta: «con una abstención…»
Razmiótnov propuso que al día siguiente mismo se emprendiese una lucha contra las ratas del campo. Acordaron movilizar para ello a una parte de los koljosianos, que no estuvieran ocupados en las labores, poner a su disposición varios pares de bueyes para el acarreo del agua y pedir al maestro Shpin, director de la escuela, que fuese al campo con los escolares a ayudar al exterminio de los roedores.
Durante todo aquel tiempo, Davídov había estado dudando en su fuero interno. Se preguntaba si sería preciso apretarle las clavijas a Makar, plantear la cuestión ante el Partido para que se le exigiese responsabilidad por su intervención contra el artículo de Stalin y por su negativa a liquidar las consecuencias de los errores «izquierdistas» cometidos al crear el koljós. Pero cuando la reunión tocaba ya a su fin, al observar el rostro cadavérico y sudoroso de Makar, sus abultadas venas en las sienes, decidió: «¡No, no hace falta! El mismo comprenderá. Que él solo se dé cuenta, sin necesidad depresión. Es un enrédalo todo, pero es de los nuestros, ¡de pies a cabeza! Y además, esa enfermedad… sus ataques. No, ¡hay que echar tierra al asunto!»
En cuanto a Makar, hasta el final de la reunión permaneció en silencio, sin delatar la emoción que le embargaba. Solamente una vez, Davídov vio correr por sus manos, que yacían inertes sobre las rodillas, las encrespadas ondas de un fuerte temblor…
—Llévate a Nagúlnov a tu casa y que pase allí la noche. Cuida de que no beba más —susurró Davídov, al oído de Razmiótnov, y éste asintió con la cabeza.
Davídov regresó solo a casa. Ante el patio de Lukashka Chebakov, sentados sobre la derribada cerca, había varios cosacos. De allí llegaba el rumoreo de una animada conversación. Davídov iba por el lado opuesto de la calle. Al pasar frente al grupo, oyó que, en la oscuridad, alguien afirmaba con bronca voz y un dejo burlón:
«… por más que se les dé, por más que se les pague, ¡siempre les parece poco!» Y otro agregó: «Ahora le han salido dos alas al Poder Soviético: la derecha y la izquierda. ¡A ver si levanta pronto el vuelo y se va a tomar viento!»
Resonó una carcajada, de múltiples tonos, que, se cortó de pronto, bruscamente.
—¡Chits!… ¡Davídov! —advirtieron en un susurro de alarma.
E inmediatamente, la misma voz de bajo, ya sin él menor acento de ironía, dijo, arrastrando las palabras, fingiendo laborioso afán:
—Cierto…, Si no hay lluvias, acabaremos la siembra en un dos por tres… La tierra se seca en menos que se cuenta… Bueno, ¿qué, hermanos? ¿Nos vamos a dormir? ¡Buenas noches!
Una tos. Unos pasos…