Ocho meses después de la boda nació el primer hijo de Rodrigo Baldrich. Se llamó Eduardo y pesó casi cuatro kilos, lo que fue un detalle comentado desde Barcelona a Valldoreix y desde Valldoreix a Rupit. También llegó a Madrid esa particularidad. Jaime Baldrich llamó a su hermana y le dio la noticia. Enseguida Nati le pidió la dirección de Rodrigo. Y a las dos semanas Rodrigo y María recibieron un inmenso paquete con un regalo para el bebé.
Eduardo Baldrich fue bautizado en la misma capilla donde fueron bautizados su padre y su tío Jaime. Fue una celebración familiar, a la que sólo asistieron los más allegados de las dos familias. El pequeño fue el protagonista, que se pasó la tarde de brazo en brazo y lleno de atenciones. Después de la formalidad en la capilla, en Muntaner la Charo había dejado dispuesto el salón con un refrigerio muy completo. Aquello significó la vuelta de Sagrario a Muntaner. Al comprobar lo desangelado que estaba, los platos que se habían roto y no se habían repuesto, la ausencia de productos básicos, y al descubrir que la persiana seguía atrancada quiso salir de allí cuanto antes. Ya no era su hogar. Algo tenía aquel espacio que hacía que ya no se encontrase a gusto. Llegó a añorar la presencia de unos vecinos de Valldoreix con los que de un tiempo a esta parte había empezado a establecer relación. No obstante, esa noche la pasó allí y ayudó a la criada a recoger todos los enseres, mientras el salón se iba vaciando.
Cuando Rodrigo Baldrich, días después del bautizo, en el despacho de Sandro Carnelli, le comentó el bonito gesto de Nati a su padre, a este se le iluminaron los ojos. Preguntó si en el paquete venía remite, pero Rodrigo le dijo que no.
—Pues da igual, eso es que no quiere nada… —Jenaro se quedó pensando—. ¿Y qué te ha enviado?
—Un peluche gigante, inmenso, como yo de alto, la verdad es que se ha pasado tres pueblos, el crío está embobado.
—¿Y no había una nota?
—Sí, una tarjeta en la que le decía a Eduardo que esperaba que le gustase ese «pequeño detalle», de parte de «tu tía Natividad». Nada más.
—Tu hermana es así, ya lo sé yo, es orgullosa, pero se le sale el corazón por la boca. Nunca tendrá nada.
Rodrigo asintió mirando cómo Jenaro Baldrich reflexionaba con las manos en la nuca. Como si no pudiera permitirse pensar en su hija ni un instante más, remató:
—Pero ya dije que para la familia estaba muerta.
Entonces Mateu apareció por el despacho. Vino para preguntarle a Jenaro si podía invitarlo a comer. Y Jenaro, sin moverse de la silla, expuso:
—Por supuesto, pero con una condición, invito yo. Dile a Gloria que reserve en Carballeira.
Y así se fueron a comer los dos. Lo hicieron en el coche de Jenaro. De camino al puerto Mateu habló de Maradona y de la final de la Copa del Rey, que se iba a disputar en La Romareda de Zaragoza y a la que quería asistir. Jenaro dijo que Schuster era un celoso. Y que con Menotti de entrenador era imposible hacer algo grande. La maldición de la Liga seguía persiguiendo al Barça. También hablaron del fútbol vasco, que parecía tener tomada la medida de la Liga. Llegaron al Carballeira y saludaron al maître. No quisieron ver la carta. Se dejaron aconsejar por él. No fue una comida abundante, pero sí soberbia. El entrante lo eligió Jenaro, imperativamente. Luego, lo único que exigió fue que se comiera con champán francés. Mateu no tardó en hablar de la escritura y de la correspondiente firma que tenían pendiente, y Jenaro dijo de forma taxativa:
—Ya está lista. Vas a tener el cinco por ciento de las acciones de Sandro Carnelli. Te lo mereces.
—Pero ¿no me habías dicho que era un quince?
—Es cierto, Mateu, era el quince, pero va a ser el cinco. El cinco por ciento de Sandro Carnelli y el cinco por ciento de otras futuras empresas, ramificaciones que tengo en mente y que vamos a ir creando anexas. Lo he estado pensando y lógicamente tú eres el presente y el futuro de la empresa. A ti lo que te interesa ahora es ganar dinero. Toma, Mateu, toma… Tengo este sobre para ti. Un millón de pesetas, toma, coño, cógelo…
Y Jenaro se lo tendió por encima de las ostras que habían llegado como entrantes, dos docenas, de las cuales docena y media fueron a parar al paladar de Jenaro Baldrich. Mateu se conformó con seis. No era hombre de ostras. La labia de Baldrich pareció dejar sin habla a Mateu. Con maneras dóciles agarró el sobre. Sopesó el monto, y se lo metió en el bolsillo de la chaqueta. Cuando levantó la vista, Jenaro extendía su servilleta por las piernas. Luego se empezó a remangar al tiempo que hablaba:
—Mira, Mateu, te voy a ser sincero, como siempre, hoy en día tu puesto en Sandro es el de mayor responsabilidad, el más importante. Te mereces eso y mucho más, y vas a tenerlo. Sólo te pido paciencia. Ya llegará. El primer día que te contraté, y mira si hace años, que te saqué de los talleres siendo un niño, porque eras un niño, te dije que el dinero iba a llegar, y mira, ha llegado, lo tienes. Tienes tu casa, tienes tu coche, tienes una mujer que trabaja, y que también gana, tienes dinero…, que es lo más importante en esta vida, todo eso lo tienes y además tienes reconocimiento social. Y lo que te interesa es seguir ganando dinero. Estás en la mejor edad para hacerlo, y lo estás haciendo. Ahora me dices no sé qué de las acciones y te digo las tendrás, todo llega, las vas a tener porque te lo mereces, el cinco por ciento es tuyo, porque es momento de crecer, de consolidar nuevos mercados, de sacar nuestra mentalidad exportadora. Y es momento también de revisar tu sueldo porque tú eres el catalizador de nuestra empresa, ya lo tengo hablado conmigo mismo, y ahora vamos a brindar, coño, no empieces aún, vamos a brindar, que nos lo merecemos.
Sobre la mesa ya se dispersaba el humo que salía del arroz caldoso, condimentado con marisco, que acababa de llegar a la mesa. Olía ligeramente a cilantro. Mateu y Jenaro chocaron las copas de champán, que aquel día, para celebrarlo, era Moët Chandon, por encima de los platos.
—Y mira, Mateu, te diré más, ahora es cuando más imprescindible eres, ahora es cuando vas a ganar más dinero. Es el momento de ser más razonables que nunca. Razonables. Vamos a seguir haciendo grande Sandro. Tú sabes que se nos viene encima la competencia. Los gallegos están comprando una barbaridad de tiendas con buenas localizaciones, y eso es lo que yo te decía, desde el primer día: es importante tener buenos locales, pero es más importante todavía que no los tenga tu competencia. Ya no somos la única alternativa, seguimos teniendo mercado, pero ya no estamos solos. Qué quiere decir eso, que hay que trabajar más. Estamos facturando lo mismo que el año pasado y lo mismo que el anterior, algo pasa, Mateu, tenemos que ser capaces de crear nuevos productos porque tú sabes que si lo hacemos crecerá la facturación, porque cuando se crece en producto se crece en facturación. Además, vas a ir a Italia otra vez. El mes que viene. Lo he estado mirando. Tienes que ir, yo sé que tú vas a subir las cifras. Rodrigo está con lo del hijo, Jaime solo no puede hacer nada…, bien lo sabes, ya me dijiste que no servía, y para eso no sirve, pero para muchas otras cosas sí, el caso es que tú eres Sandro Carnelli, tú eres la cabeza visible de nuestra empresa, y yo quiero que siga siendo así, pero que seas más visible todavía, y que esa visibilidad se vea reflejada en tu bolsillo. Mateu, eres la imagen y la fuerza de Sandro… Mira, yo viajo por Italia y la gente me dice «Cazzo, Mateu, qué grande», y yo digo ya lo sé, es grande… y mucho, pero nunca te lo creas, Mateu, nunca te lo creas. Aunque sea verdad, y aquí también me pasa, qué te crees, yo voy a cenar y me encuentro a clientes y lo mismo, «¿Dónde está Mateu?», todos me preguntan por ti, y no te creas que digo otra cosa, una y otra vez: Mateu es el gerente de Sandro Carnelli, es mi socio y es mi mejor amigo, porque yo lo sé, coño, yo lo sé. Mira, yo tengo tres hijos y tú, Mateu, tres hijos y tú. Eres mi cuarto hijo. Y me dirás que no eres genético, ya me gustaría que lo fueras, ya me gustaría. Y es más, y lo he pensado muchas veces, ojalá mi hija fuera más mayor y hubiera habido chispa entre vosotros.
Para cuando Baldrich agarró la cuchara su plato estaba tan templado que no le hizo falta soplar. Tragó un bocado de arroz que acompañó con pan. Luego volvió a beber.
—La semana que viene me voy a Nápoles. No puedo vivir sin Francesca. Me la tengo que traer como sea. Volveremos a hablar. Pero antes dime, esa que está con Jaime ahora es la de Equilibrio, ¿no? La amiga tuya que me dijiste, ¿te ha pedido algo?
—Bueno…
—Bueno, pues de lo que te he dado le das lo que consideres oportuno si es que le tienes que dar algo, y ya te lo devolveré cuando vuelva. Al menos lo habrá espabilado bien. Está atontado con el teléfono. Me gusta verlo así, lo veo mejor. No sé cómo lo ves, Mateu, pero creo que es el momento de mandarlo a Rubí… Lo vamos a poner de encargado en Rubí, a ver si así explota y se ve con responsabilidad y con ganas. Porque mira, Mateu, una empresa es como un hijo, tú no tienes hijos, y no lo sabes igual que yo, pero yo sé que tu hijo es Sandro. Hay que alimentarlo, pero no de cualquier manera, que luego pasa lo que pasa… Siempre atento, Mateu, siempre atento. ¿Y a qué? A los pequeños grandes detalles, no hay más, Mateu, cualquier pequeño detalle es importante… y sabes por qué, te lo voy a decir, en este mundo, en nuestro mercado, la ocasión deja de serlo en el momento en que se desaprovecha, que no se te olvide.
Mateu terminó con el arroz y se pasó la servilleta por la boca. Algo tenía dentro que no lograba sacar. Ahí estaba, oprimiéndole la nuez, no un complejo de inseguridad ante Baldrich, sino su exceso de humildad. Es posible que tratara de borrar una sensación de engaño de su cabeza. Observó, con la mirada baja, cómo Jenaro se terminaba el plato mojando en el fondo un trozo de pan. Algo poco corriente, sin duda. Era uno de esos detalles que Mateu, por él mismo, no se atrevería a hacer. Fue Baldrich quien, al ver casi vacía la copa de Mateu, agarró la botella y rellenó las dos. No tomaron postre. Bastó un café corto para Mateu y un whisky de malta en copa de balón para Jenaro. Al terminar de comer regresaron a Sandro Carnelli y en el trayecto, por la ronda del mar, volvieron a hablar de fútbol, y Jenaro, como si pretendiera reanimar la melancolía, dijo:
—¿Te acuerdas de Basilea?
Y bastó esa pregunta para que Mateu se vivificara mientras en su mente se veía junto a Jenaro, ondeando las banderas en las gradas del Saint Jakobs Park Estadium, en Suiza, palpando el gozo de aquel estallido de barcelonismo y seny con final agónico… y, por fin, el pitido del árbitro: cuatro a tres, los abrazos, la épica, y Asensi levantando la primera Recopa de la historia del Barcelona; como si su amistad estuviera otra vez por encima del fondo de comercio y de su miedo al fracaso sin Baldrich. Así se olvidó Mateu de preguntar a su jefe cuándo firmarían la escritura, el traspaso de ese cinco por ciento, y al salir del coche y entrar en la fábrica se palpó el sobre que tenía en el bolsillo interior de la chaqueta y Jaime Baldrich, que pasaba por allí, vio en él una cara de satisfacción que le produjo envidia.
A partir de entonces, Rodrigo Baldrich empezó a tener un horario más elástico en la empresa. La presencia de su hijo Eduardo en su vida había trastocado sus costumbres. Suavizó sus esfuerzos en Sandro Carnelli. Mateu se fue cargando con la responsabilidad de la empresa. Empezó a atender él solo a los clientes. Con mayor ahínco, puso todo su esfuerzo en personalizar aún más sus contactos y sus relaciones. Asumía riesgos sin consultar a Jenaro y daban resultados. Entonces encontraba el aplauso. Se esforzó por mantener el concepto de «buenos precios» que tenía Sandro Carnelli, frente a la idea de «barato», y la de «comprar bien» y la de subir el precio en los productos que la gente no podía comparar, por no tener una referencia concreta, y la empresa seguía vendiendo, facturando y aumentando su nivel de exportaciones. Aquel niño recién nacido que empezó a patalear en la Bonanova había crecido de manera sana, Sandro ya era mayor y caminaba solo. La nave de Esplugues era una máquina que generaba beneficios que luego nunca eran suficientes; y los anuncios que antes se leían en blanco y negro en las páginas impares de los principales periódicos se trasladaron a inmensos carteles, situados en fachadas, parques, espacios anchos, así como en las principales vías de salida de las ciudades y los pueblos con tienda Sandro Carnelli…, llamando la atención, a todo color: moda para todos. Lo último, al mejor precio. Algo tendría que ver la labor de Mateu en todo aquello, pero él tampoco encontró tiempo para darle vueltas al asunto. No se paró a pensarlo. Tenía reuniones, compromisos, cenas, tenía que seguir sustentando su matrimonio, y continuar fascinando a Pilar y viajar en representación de su mejor amigo.
Jenaro Baldrich empezó a desentenderse sin desentenderse de nada. Y aunque por momentos no lo pareciera, desde su despacho flotante en el que se había instalado, por encima de la realidad laboral de Sandro Carnelli pero bien atento a sus cifras, por encima de la gran nave donde sus operarios producían y cargaban camiones, pero con un ojo bien abierto puesto en el negocio, y con Francesca a su lado, cada vez más juntos y con menos disimulos, controlaba la situación. Y aparecía de vez en cuando por la fábrica; entonces telefoneaba, reía, leía la prensa y repasaba pedidos en mangas de camisa, y enmendaba los posibles desmanes de lo razonable y luego aprovechaba para llevarse a comer a Mateu al Passadís del Pep y meterse entre pecho y espalda un homenaje de los que se merecían, coño, de los que se merecían.