5.

Tres meses después, en el hall del hotel Calderón, en la Rambla de Cataluña de Barcelona, a dos calles de la tienda de Sandro Carnelli, Jaime Baldrich distinguió a varios jugadores de la selección italiana, pero sólo reconoció a tres: Zoff, Tardelli y Bergomi, asediados por cámaras fotográficas y grabadoras. Iban vestidos con el chándal de su equipo, azul y con una raya blanca en la manga, y era probable que pasaran por allí camino de sus habitaciones después de haber atendido a parte de la prensa en alguno de los salones. Al día siguiente, a la infrecuente hora de las dos de la tarde, debían disputar el último partido de la segunda fase, jugándose el pase a las semifinales del Mundial 82 contra la selección favorita: el Brasil de Zico y de Sócrates.

Cuando aparecieron los clientes, Alberto, Emiliano y Franco, Jaime Baldrich respiró aquel perfume, empalagoso e italianísimo, que ya le resultaba familiar.

Ma, Jaime, che cazzo fai con la giacca con questo caldo che fa?

Los tres estaban excitados ante el partido del día siguiente, que se iba a disputar en el estadio de Sarriá y para el que Jaime les había conseguido entradas, a modo de obsequio por cuenta de Sandro Carnelli. Se sorprendieron de que Jaime llevase cazadora con aquel calor, pero él dijo que luego, a veces, refrescaba. De cada tres palabras que decían, una era cazzo y otra calcio. Los napolitanos habían requerido a Jaime para ir a cenar por ahí. Jaime, por indicación de su padre, había reservado mesa en el Quo Vadis, en la calle del Carmen, pues allí hacían las mejores setas de la ciudad, las curiosas trompetas de la muerte.

Nada más salir del hotel los clientes preguntaron a Jaime por su hermano. Así supieron que estaba ultimando su boda, que tendría lugar unas semanas después. Caminaron Rambla de Cataluña abajo. El sol del mes de julio gratinaba la ciudad durante el día. Las altas temperaturas del verano parecían derretir el asfalto, por lo que, a ratos, caminar por la ciudad era como pisar un muelle. El suelo, pese a la caída de la noche, se mantenía caliente. Al margen de las conversaciones, que pasaban del italiano al castellano sin darse cuenta, en la mente de Jaime había otras cosas.

En mitad de la cena, Jaime Baldrich recordó algo y pidió a los napolitanos que lo disculparan un segundo, pues había olvidado dar un recado urgente. Cuando Jaime volvió a la mesa, después de colgar el teléfono, en uno de los reservados del Quo Vadis, se encontró con una pregunta que tenía forma de respuesta:

Jaime, carino… ¿Tu sai dove ci sono… questo que voi chiamate putas, las putas?

La mesa se llenó de risas con modulación italiana. Bajo el humo podía verse un mantel lleno de migas, ceniceros, botellas de vino vacías y copas a punto de acabarse. En los platos no quedaba ni una seta, sólo restos de picada de perejil y de salsa. Jaime rio con ellos. Entonces recordó a Roger Segura y por consiguiente vislumbró el Guma, que no estaba lejos de allí, y también entrevió a Merche. La recordó fugazmente. De espaldas, subiendo por aquella escalera descascarada.

Pero cuando Jaime iba a decir que sí, que sabía un lugar, un lugar marchito y turbio pero que si ellos aceptaban, a pesar de lo decadente, podían probar… apareció por la puerta del salón, y para sorpresa y satisfacción de los italianos, Mateu, luciendo bronceado en la cara, vestido con una camisa blanca de lino que le caía perfecta. Llegó para los postres. Lo hizo acompañado de una chica joven que Jaime no tardó en reconocer. Se llamaba Pilar. Era aquella amiga de la novia de su hermano. Mientras un camarero acercaba dos nuevas sillas, eran sillas muy elegantes, tapizadas en terciopelo verde, Mateu guiñó un ojo a Jaime y en un acto reflejo señaló a Pilar con un leve golpe de cabeza. Entonces Jaime fue incapaz de no pensar en Gloria. Y de rebote también en su madre.

Los italianos dejaron de reír con aspavientos. Sustituyeron las palabras cazzo y calcio por bella y bellísima. La educación se apoderó del salón, y un viso de seriedad se cernió sobre las conversaciones. Mateu y Pilar se sumaron a tomar el postre de la casa… delicias de nata y nueces y frutas exóticas que Jaime no había visto jamás, mientras en italiano se volvía a hablar del partido de mañana, al que los acompañaría Mateu, el más futbolero. Así hicieron sus apuestas. Acabaron con los postres. Pidieron copas. Brindaron por la bahía de Nápoles, y por Sandro Carnelli, y por la boda de Rodrigo, y por Jenaro, el gran ausente, y por la victoria de mañana frente a Brasil…

Una vez en la calle, Mateu propuso tomar taxis y acudir a Equilibrio, en lo alto de la ciudad, para seguir bebiendo sin agobios. Estuvieron todos de acuerdo. Uno de los italianos se acercó a él y le dijo algo al oído. Mateu asintió. Por la estrecha acera de la calle del Carmen caminaron hasta las Ramblas. El paseo iluminado por la luz de las farolas se desplegaba ante ellos prácticamente vacío. Una suave brisa movía las hojas de los plataneros. Era más de la una. Detrás de un quiosco apareció una manguera que amenazaba con abrir su boca de agua y empapar la calle en muy poco tiempo. Los operarios de la limpieza empezaban a faenar. Al ver las tiendas de animales, los puestos cerrados, en los que a la mañana siguiente los pájaros revolotearían en sus jaulas llenando la calle de disonancias, Jaime recordó a Roger. Segundos antes de detener el taxi se acercó a Mateu, que sujetaba por la cintura a Pilar, y le dijo:

—¿Y mi padre? Pensaba que vendría…

—Tu padre me ha dicho que te encargues tú, que les des conversación, que es lo que tienes que hacer… Él está con Francesca, pero no lo digas muy alto, que no quiere que estos lo sepan todo.

Llegaron a Equilibrio. Al traspasar la entrada recibieron el impacto de la música. Mateu, que sostuvo la puerta a los demás, fue el último en entrar pero enseguida tomó la delantera. Jaime se quedó sorprendido. Muchos camareros conocían a Mateu. Saludó a varios de ellos con evidentes muestras de complicidad en sus gestos. A sus cuarenta y seis años, el joven aprendiz de los Talleres Mateu había desarrollado su manera de ser. Era el gerente de Sandro Carnelli. Exhibía una madurez bien llevada. Su elegancia y su modo de hablar, delicado, otorgaban a su apariencia un matiz de pericia.

Desde allí, a unos metros del parque de atracciones del Tibidabo, se vislumbraba la ciudad como un gigantesco charco en el que el cielo, negro, dejaba caer dardos de luz que mantenían a flote el brillo de la metrópoli a través de la intemperie. A lo lejos, el mar ya no se veía, pero se presentía y su presión se notaba en la humedad que supuraban los cuerpos. Los tres italianos agradecieron a Mateu haber sido llevados hasta allí. Más acostumbrados como estaban a Bacarrá, Pippermint y Don Chufo, les fascinó la cascada exterior de Equilibrio por la que se deslizaba el agua al compás de los bailes, y aquellas panorámicas que guiaban la mirada ciudad abajo. Jaime se alegró en silencio de no haber ido al Guma, pero volvió a pensar en la imagen de Merche mientras ofrecía un cigarro negro a Franco, antes de encenderse uno. Emiliano, el italiano que le había dicho algo al oído a Mateu, se acercó a él. Mateu se separó un segundo de Pilar y se dio la mano con el napolitano. Luego, Emiliano sorbió su copa, palpó la espalda de Alberto y se alejó al servicio.

E domani la partita —dijo Franco, moviendo la copa.

Sarà difficile —agregó Jaime por decir algo.

Bo, comunque speriamo que Paolo Rossi faccia qualche cosa

Así se estiró la noche en Equilibrio, entre la intranquilidad napolitana y las buenas vistas de una ciudad dilatada, cuyas pupilas temblaban como los reflejos de las farolas en el mar.

Antes de salir, después de unas cuantas copas, y cuando el local ya se iba vaciando, Jaime se aproximó al guardarropa. La suya era la única cazadora que había, por lo que la chica que se hacía cargo del asunto encontró un pretexto para hablar. De este modo Jaime Baldrich se quedó separado del grupo. Estuvo un rato charlando con aquella chica. Debía de ser una conversación curiosa, pues cuando todos los demás emprendían la salida, a excepción de Mateu, que se despedía y pagaba, y la música ya había descendido considerablemente el volumen, y las luces se iban encendiendo, Jaime aún seguía recostado en el mostrador del guardarropa.

Una vez en la calle Jaime notó que había refrescado y se alegró por ello. Es probable que en ese momento más de uno deseara tener a mano una cazadora. A pesar del calor, la humedad había dejado preparada una corriente de aire más fría de lo habitual. Mientras descendían por la avenida Tibidabo, traspasando el silencio de la montaña, en espera de llegar a la parada de taxis de la calle Balmes, Mateu quiso saber algo más. Se separó un momento de Pilar, quien por cierto se había mantenido callada durante toda la noche, y, rodeando con el brazo la espalda de Jaime, le dijo al oído algo que tuvo por respuesta:

—Pues nada, que dice que me pase mañana…

—Te pasarás, ¿no?

—No sé… ¿qué puedo hacer?

—Pues ya eres mayor, Jaime, cualquier cosa, le dices hola, la invitas al cine, la invitas a una copa… Ya se te ocurrirá algo.

Y Mateu soltó al hijo de su jefe, sonriendo, como si supiera de memoria que «no sé» quería decir «sí». No tardaron en encontrar un taxi. Jaime acompañó al hotel a los napolitanos. Fueron los cuatro en el mismo coche. Una vez en la puerta del hotel Calderón, cuyo hall, pese a estar vacío, se mantenía iluminado, Jaime Baldrich se despidió de ellos, que lucían rasgos de embriaguez mientras sopesaban la posibilidad de tomar una última copa en Trauma, que les quedaba a dos pasos, y les deseó suerte para mañana.

Luego subió andando, Rambla de Cataluña arriba, respirando el aire de una ciudad despojada, en un barrio en perpetuo silencio, únicamente roto por la prisa de algún coche. Y el hecho de verse solo en las calles le intensificaba un sentimiento de libertad que le redimía de todo y que, junto al nombre de Julia, le hizo pensar en los autobuses que iban a Madrid y en quienes, en aquella ciudad, le queríamos. Entre los árboles seguían alineadas las farolas, y en ellas tenues incendios de tiza artificial. Y así siguió caminando Jaime Baldrich buscando Muntaner, como si sus pasos le hablaran.