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Cuando el coronel Atwyl me despertó y me ordenó que fuese al espaciopuerto sin darme más explicaciones, me sentí más molesto que preocupado. No era habitual recibir órdenes de reunión repentinas en una zona segura, salvo durante el período de adiestramiento. Había estado soñando con mi sibko y supongo que, en cierto modo, todavía me estaba adiestrando. Hasta que llegué al puerto y vi la frenética actividad que había allí, no comprendí que ocurría algo grave. El coronel Atwyl me explicó la extrema gravedad del asunto.

Estuve demasiado atareado para preocuparme hasta poco tiempo después del despegue. Entonces encontré el momento de pensar en ello, puesto que, al navegar sin establecer comunicaciones, estaba desocupado. Aunque me alegraba que el Lobo se hubiera decidido finalmente a contraatacar, no tenía muchas esperanzas. Al escuchar las transmisiones de radio, oí las primeras mentiras. Según las informaciones, un conducto importante de gas había explotado cerca de la vivienda de los Wolf, causando algunas bajas entre las fuerzas de seguridad. Dijeron a la audiencia que ninguna persona —lo que incluía a Wolf— había resultado herida. No se hizo la menor mención a armas, cohetes ni huidas. Estaba seguro de que la noticia fidedigna había sido transmitida por conexiones seguras o codificadas a las que, por el momento, no podía acceder.

La Chieftain se alejaba del sol y del alba que asomaba en Harlech siguiendo una órbita baja. Me animé al ver que no encontrábamos oposición durante el vuelo. Del espaciopuerto no habían despegado cazas aeroespaciales ni otras Naves de Descenso, ni tampoco venía ninguna nave de las órbitas superiores para enfrentarse a nosotros. La Chieftain disponía de armas potentes, pero un enjambre de cazas o un grupo de Naves de Descenso podían vencerla. Eramos un blanco demasiado fácil, volando por el espacio con un par de cazas como única escolta.

Anhelaba estar en tierra firme, donde uno podía ponerse a cubierto de los enemigos. Un ’Mech lleva menos blindaje y armamento que una Nave de Descenso, pero al menos uno controla la palanca de mando. A bordo de una nave, el destino de uno está en manos de la pericia y la suerte de otros.

En esos momentos no sabía mucho sobre los planes del coronel Wolf. Me habían dicho a dónde nos dirigíamos: el centro de operaciones de entrenamiento que se encontraba al otro lado de la montaña. Si todo iba bien, no tardaríamos en recibir el permiso de aterrizaje de las fuerzas de la Guardia Nacional estacionadas allí. Teníamos una confianza razonable en ser bienvenidos. Al fin y al cabo, los usurpadores habían enviado a las fuerzas de la Guardia Nacional al otro lado de la montaña para mantenerlos lejos de la acción. Aunque no fuésemos recibidos con los brazos abiertos, podríamos aterrizar. Algunos Guardias debían de ser leales. Si nos veíamos obligados, tendríamos que abrirnos paso combatiendo hasta establecer contacto con ellos.

Más abajo y más atrás, estaban pasando sin duda muchas cosas. Pero ¿qué? Una vez que hubiésemos establecido una base en el Interior, tendríamos la oportunidad de averiguarlo.

El amanecer llevó malas noticias al centro de mando del Salón del Lobo, pero Elson se las tomó con calma. Hasta el momento, todo había ido sorprendentemente bien para sus planes. Tarde o temprano tenía que producirse una contrariedad; pero habría deseado que se tratase de un aspecto menos importante de la situación.

Se suponía que el Séptimo Comando era la infantería de elite de los Dragones de Wolf. Eran muy buenos, sobre todo tratándose de unos soldados de infantería que no eran Elementales. Pero hasta los mejores comandos estaban en desventaja cuando iban a una batalla después de haber planeado un ataque sigiloso.

De algún modo se había filtrado la información y los leales a Wolf habían sido avisados. Habían organizado un plan con mayor rapidez de lo que Elson los había creído capaces, dada la reciente apatía de Jaime Wolf. Al final, el Lobo había escapado de la trampa.

Era necesario localizar y eliminar el origen de la filtración, pero no había motivos para castigar a los comandos, ni utilizar palabras duras ni medidas disciplinarias. Aunque Elson estaba decepcionado por su fracaso, no había sido su culpa. Por lo menos habían eliminado a uno de los partidarios de Wolf. La muerte de Carmody facilitaría el aislamiento de las fuerzas de la Guardia Nacional que quedaban en Harlech. Con el tiempo, los más previsores serían separados y reintegrados a la fuerza de combate de los Dragones. Sin embargo, antes había cosas más importantes que realizar. Dio órdenes de atacar el cuartel de la Guardia Nacional. El equipo de Fancher debía encargarse de eso con facilidad; la superioridad abrumadora de los BattleMechs debía dominar a los guerreros retirados y a los aprendices, carentes de mando sin necesidad de entablar combate.

—Movimientos no autorizados en el cuadrante de Champaigne —le informó el comtech.

Elson se dio por enterado asintiendo con la cabeza. A pesar del bloqueo informativo, se estaba divulgando la noticia de la huida de Wolf. La lucha que Elson esperaba haber finalizado con el nuevo día probablemente acababa sólo de comenzar en serio.

La ciudad se encontraba relativamente en calma.

El espaciopuerto estaba demasiado lejos; Dechan no podía ver si seguían combatiendo allí. El noticiero matutino que oía a sus espaldas no había dicho nada al respecto.

Los primeros trabajadores debían de estar llegando a la ciudad desde las zonas residenciales. Algunos pasarían frente a las puertas destrozadas de la mansión de Wolf. ¿Qué pensarían? ¿Sospecharían lo que había ocurrido con las primeras luces del alba?

Más abajo, la ciudad parecía seguir dormida, en algo semejante a un sueño en paz. Sabía que era un espejismo, pero lo valoró igualmente. Se preguntó cuánta sangre se derramaría durante el día porque no había podido soportar un pequeño derramamiento la noche anterior.

Al norte del rascacielos desde donde observaba la ciudad un movimiento impresionante y conocido llamó su atención.

BattleMechs.

Una lanza de cuatro avanzaba por la avenida Verban hacia el centro de la ciudad: eran dos ’Mechs pesados y otros dos medianos, que iban a velocidad moderada. Se desplegaron en una sola fila cuando llegaron al parque. No era un ataque; de haberlo sido, habrían embestido los árboles más pequeños y las estructuras de recreo ligeras, en lugar de rodearlos cuidadosamente. Separados por distancias regulares, salieron por el lado más próximo al Salón del Lobo y se detuvieron frente a él. Dechan se hallaba demasiado lejos para ver si salían soldados para enfrentarse a ellos. Si los pilotos de los ’Mechs hubieran sido partidarios de Elson, habrían girado con sus máquinas hacia el exterior.

Dechan observó los ’Mechs inmóviles varios minutos. Pensó en despertar a Jenette, pero era reacio a explicarle los sucesos de la noche anterior. Ella querría ir en auxilio de Wolf y él tendría que intentar convencerla de lo contrario. Quería posponer esa situación lo máximo posible.

Una serie de fogonazos iluminó la fachada del Salón del Lobo. Parecían disparos, pero los ’Mechs no reaccionaron. Más fogonazos. Esta vez, Dechan estaba seguro de que eran disparos. La falta de movimientos de los BattleMechs sólo podía implicar que sus pilotos habían descendido de sus carlingas. Sospechó que ninguno de ellos volvería a sentarse en una silla de piloto.

Se apartó de la ventana y fue a despertar a Jenette.

La línea de comunicaciones zumbó para llamar su atención. Michi extendió la mano y pulsó un botón. La unidad mostró el código de la llamada entrante, indicando que era la que esperaba.

Había comenzado.

—¿No vas a contestar?

Kiyomasa parecía mayor de lo que era en realidad. Las oscuras ojeras de agotamiento y la postura encorvada lo privaban de un aspecto juvenil. Aun así, el joven MechWarrior había dormido mucho más que Michi.

Iie —contestó Michi—. Las palabras que oiría no son importantes. Ya conozco el contenido del mensaje. Debo irme ahora.

—Entonces, ¿estás decidido?

Michi dejó que sus actos fueran la respuesta a esa pregunta. Se levantó, recogió su bolsa que estaba junto a la silla y se la colgó al hombro. Kiyomasa se levantó también y se interpuso en su camino.

—Debes reflexionarlo, Michi-sama.

—Debo lealtad a un nuevo señor. ¿Quieres que sea desleal?

Kiyomasa frunció el entrecejo. Era obvio que estaba desconcertado por el dilema.

—Nuestro verdadero señor es Wolf. Necesitará guerreros.

Michi, que estaba preparado para ese argumento, respondió:

—Si reúne un ejército, se habrá rebelado contra las leyes de los Dragones.

—Es el señor legítimo —insistió Kiyomasa.

—Perdió el Juicio.

—Fue engañado. Carece de todo sentido.

—¿Acaso carecen de sentido nuestras costumbres?

—Por supuesto que no.

—Entonces, ¿por qué las valoras tan poco?

Kiyomasa se mostró enojado y frustrado. Por fin, contestó:

—Debes venir con nosotros. Por eso he venido aquí.

—Si ésa era la única razón, entonces todos estáis locos o algo peor. —Rodeó al hijo de su maestro y añadió—: Debes hacer lo mismo que yo: seguir los dictados de tu honor.

Dejó a Kiyomasa en la habitación, mirándose los pies.