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El Lobo se detuvo en seco al ver al hombre que estaba de espaldas a la puerta, junto a la ventana. Incluso yo sabía lo suficiente para darme cuenta de que aquel hombre alto no era el fornido Takashi Kurita, con quien debíamos encontrarnos. Al entrar en la habitación, el hombre se dio la vuelta para saludarnos. Entonces lo reconocí: era Theodore Kurita, el Gunji-no-Kanrei del Condominio. Parecía cansado.

—Me alegro de verlo, coronel Wolf.

—Buenas noches, Kanrei —respondió el coronel con cautela.

Theodore frunció el entrecejo en un gesto extrañamente revelador para alguien educado en la política kuritana. Era obvio que algo le molestaba. Me pregunté si estaba de acuerdo con el duelo de Jaime Wolf y su padre.

—Tomen asiento, por favor —dijo, señalando un grupo de sillas primorosamente grabadas que se encontraban cerca del centro de la sala. Tomamos asiento, pero él siguió de pie—. Lamento informarles de que su saludo es obsoleto. Mi padre falleció esta mañana. Ya no soy el Kanrei, sino el Coordinador.

El coronel Wolf se puso rígido, pero su voz sonó firme y tranquila.

—No sabía que estuviese enfermo.

—Fue algo repentino. Los médicos han diagnosticado un paro cardíaco.

—Su reserva sugiere que sospecha que ha sido otra la razón.

—Tan perspicaz como siempre, coronel Wolf. No estoy seguro de que la noticia le complazca, pero puedo asegurarle que mi padre no murió a causa de una traición.

—Nunca le he deseado una muerte deshonrosa.

—Pero sí deseaba verlo muerto. De lo contrario, ¿por qué aceptó su desafío?

—He venido a poner fin a esta disputa.

—¡Ah, sí! La disputa. —Theodore meneó la cabeza con tristeza—. ¿La muerte de mi padre pondrá fin a las hostilidades entre la Casa de Kurita y los Dragones?

—He venido a celebrar el duelo. Habría sido un buen cierre.

—Hay muchas maneras de llegar al final, coronel. ¿Qué sentido tiene una revancha contra inocentes?

—Yo podría preguntarle lo mismo —repuso el Lobo con una sonrisa hosca.

—Sus palabras van dirigidas a mi padre, no a mí. Vivimos en este mundo, coronel Wolf. El universo, ahora y en el futuro, es y será como nosotros lo hagamos. —Por fin, Theodore se sentó. Se inclinó hacia adelante y añadió con expresión sincera—: ¿No va a permitir que se olvide el pasado?

—Demasiados Dragones han muerto a manos de los kuritanos —replicó, impávido, el coronel.

—Otras muertes no les devolverá la vida. También muchos kuritanos han muerto a manos de los Dragones, y no lo culpo por ello. Cuando me invitó a Outreach, creía que me ofrecía la reconciliación.

—Lo llamé a usted, no a su padre. Había que detener a los Clanes.

—Y entonces usted vino y luchó por Luthien. Podía haberse quedado al margen y dejar que los Clanes saldasen sus viejas deudas.

—Hanse Davion invocó nuestro contrato con la Mancomunidad Federada y nos obligó a venir a Luthien, pero le aseguro que fue en contra de mis deseos.

—¿No creía que fuera inteligente defender Luthien de los invasores?

—Ustedes deberían haber ido a su encuentro en el espacio y confiar en sus fuerzas terrestres. Era posible defender Benjamin. —El Lobo hizo una pausa y desdeñó las cuestiones estratégicas con un gesto de la mano—. Ahora que Hanse está muerto, no me veré obligado a ayudar a los Kurita nunca más. Mi posición no ha variado.

—¿No nos ayudará contra los Clanes?

—No lucharé en sus batallas ni dejaré que los Dragones den la vida por los kuritanos. Pero si usted no presenta más batallas, yo no iniciaré ninguna. No es necesario que nos encontremos en el campo de batalla.

—Si lo hiciéramos, no tendría el mismo éxito que tuvo contra mi padre. Mi ejército no es tan descuidado como el suyo.

—Inicie la lucha y tendrá que enterrar más muertos de los que podrá contar.

Theodore se arrellanó en la silla y una extraña calma descendió sobre él.

—Habla mucho de la muerte, coronel. ¿Es la muerte lo que busca? Hay algunos que estarían encantados de encargarse de ello.

—Las amenazas no son su estilo, Theodore-san.

—¿Acaso son el suyo?

—Yo no empecé esta disputa —respondió el Lobo de forma acalorada.

—Pero está dispuesto a terminarla —repuso Theodore como si fuera hielo ante el fuego. El Lobo asintió con la cabeza—. No acepto una guerra latente —continuó Theodore con expresión severa—. Si me ataca, desencadenará una tempestad. No habrá ataques aislados, ni incursiones, ni ofensivas desorganizadas que usted pueda destruir a placer. Ahora los Dragones tienen un hogar permanente y son más vulnerables que nunca. Al vivir bajo la sombra de Davion, debe ser más consciente que nunca de la reputación kuritana en cuanto a atrocidades. Outreach no está tan lejos de Kentares —dijo en tono ominoso.

Era una amenaza apenas velada, ya que el nombre de Kentares era de infausta memoria. Fue en ese planeta donde uno de los antepasados de Theodore había perpetrado una masacre equivalente a un genocidio planetario.

—Los Dragones hemos afrontado otras amenazas contra nuestras familias y siempre con violencia —repuso el Lobo con expresión gélida—. Además, no creo que usted comience una guerra con los Clanes detrás de sus espaldas y Mancomunidad Federada a ambos costados.

—Ustedes no son súbditos de Davion, ya que se ocultan bajo su sombra. ¿Quién llorará por unos mercenarios cuando pueden obtenerse tantos beneficios en río revuelto?

Aunque las palabras de Theodore eran sutiles, su significado estaba muy claro. Yo había visto los informes sobre los espías que habían intentado robarnos nuestros secretos. Había visto los resultados de la incursión de los capelenses. Desde su llegada a la Esfera Interior, los Dragones habían luchado sucesivamente por todas y cada una de las Grandes Casas y, al hacerlo, también habían luchado contra ellas. Además, al ocultar nuestros orígenes en los Clanes, habíamos mentido durante décadas a los líderes de la Esfera Interior. No podían confiar en nosotros, por mucho que ahora pareciéramos dispuestos a colaborar. La historia ha demostrado que si un Señor Sucesor no puede confiar en alguien, lo considera un enemigo. Outreach era un objetivo tentador: era muy pequeño, comparado con el poder de los líderes de la Esfera Interior, y lleno de botines tecnológicos. Sabíamos que envidiaban nuestros recursos. La historia también ha demostrado la inquietante tendencia de los señores de la Esfera Interior a tomar lo que querían si creían poder salirse con la suya. Como sugería Theodore, los señores de las otras Grandes Casas podían permanecer impasibles mientras él nos despedazaba, pero era más probable que luchasen entre sí por nuestros despojos. Sin embargo, eso no nos ayudaría; una vez se hubiera iniciado la guerra, nadie querría que trabajásemos para otro. Cualquiera de los líderes de la Esfera Interior podía decidir ser el primero en destruirnos, sin duda con la esperanza de ganar el premio de nuestra tecnología.

—Luthien también es vulnerable —declaró el Lobo con expresión sombría.

—No tiene la fuerza suficiente para resistir los regimientos que puedo reunir aquí —aseveró Theodore lleno de confianza.

—No sería necesario —dijo el Lobo, inclinándose hacia adelante y enseñando los dientes—. ¿Sabe lo que una nave de guerra, una nave de guerra auténtica, puede hacer desde su órbita? Si no lo sabe, consulte los registros del ataque de los Clanes contra Edo. Vinimos a la Esfera Interior con naves iguales que aquéllas, pero las hemos guardado ocultas en la Periferia. No queríamos que nadie supiera quiénes éramos ni de dónde veníamos, y las naves eran una pista demasiado evidente. Ahora que nos hemos mostrado como los Lobos, ya no es necesario seguir llevando pieles de cordero. Podríanlos traer aquí esas naves; ya no es necesario que las escondamos. Los Dragones tienen el poder suficiente para borrar su capital del mapa. ¿De qué sirven todos sus BattleMechs contra una amenaza como ésta?

Theodore se incorporó y se apartó de las sillas. Se colocó junto a la ventana y se volvió lentamente hacia nosotros. Su figura era una silueta oscura contra la luz del crepúsculo.

—El dragón puede estar herido, pero el lobo morirá. Sus fuerzas no pueden resistir a todo un imperio estelar.

—Tal vez no, pero quien lo intente derramará su sangre.

—¿Violaría las Convenciones de Ares utilizando sus naves de guerra contra un planeta?

—Defenderé a mi pueblo con todos los medios que estén a mi alcance —replicó el Lobo, impasible.

—Si utilizase esas naves, se convertiría en un proscrito.

—Un precio barato y que ya pagué en el pasado. ¿Está dispuesto a igualar mi apuesta?

—Sí.

Reinó el silencio tras la respuesta de Theodore. La convicción de su voz era innegable. Ambos hombres se miraron en silencio y sentí escalofríos. Si el Lobo se veía obligado a llevar a cabo su amenaza, yo dudaba que dejáramos el palacio con vida. Theodore no tenía nada que perder.

Por fin, el coronel preguntó:

—¿Por qué?

Theodore se irguió y cruzó los brazos sobre el pecho al responder.

—Quiero acabar con esta locura. Mi reino ha luchado durante demasiado tiempo en demasiados frentes. Ahora tenemos un enemigo terrorífico, que exige toda nuestra atención. Ese enemigo también es el suyo, si sus palabras en Outreach eran algo más que pura retórica. —Creo que entonces esbozó una sonrisa, pero no estoy seguro. Luego añadió—: ¿Acaso Minobu Tetsuhara se habría negado el acceso a la mitad de las fuerzas de su enemigo, sólo para consolarse en su tristeza?

—Eso ha sido un golpe bajo.

—Si lo ha sido, le pido disculpas, coronel Wolf —dijo Theodore, haciendo una reverencia—. Su amenaza contra Luthien también ha sido impropia de un guerrero.

El coronel se levantó despacio y amagó otra reverencia.

—Ambos somos hombres prácticos, coronel Wolf. Sabemos que el otro hará cualquier cosa por proteger a su pueblo. He entregado una quinta parte de mi reino para salvar al resto. Entonces pensé que era necesario, pero la rueda sigue girando, como siempre. Ahora han venido los Clanes y veo que el sacrificio del Condominio podría haber sido en vano. Los invasores amenazan con arrebatarme el resto. Si el Condominio cae, ¿qué vendrá después? ¿Será capaz la Mancomunidad Federada de detener a los invasores? ¿Y la Liga de Mundos Libres de Marik? ¿Y usted? ¿Vale la pena correr el riesgo por una vieja ansia de venganza?

Jaime Wolf guardó silencio durante largo rato.

—Pensaré en lo que me ha dicho, Theodore-san —dijo por fin.