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Los restos de los BattleMechs derruidos se desparramaban por todas partes como cadáveres gigantes. Huesos de aleación de titanio cubiertos de espuma brillaban en la oscuridad dejando entrever las hendiduras de las corazas, mientras las trizas de seudomúsculo de miómero reflejaban su débil tonalidad grisácea como filamentos de carne en descomposición. Trozos de metal descubierto coloreaban las superficies de los ’Mechs con filones de óxido que simulaban sangre reseca. Un pájaro con forma de cuervo sobrevoló la matanza dibujando círculos en el cielo.

Desde su posición en el vientre de un Thunderbolt destruido, Elson Gatonova observó el visitante aéreo y sonrió. Podría haberlo derribado con sólo disparar su láser, pero no tenía motivos para hacerlo. Los sensores de la nave no podrían detectarlo entre los restos de los despedazados ’Mechs, y disparar hacia la nave de observación sólo delataría su posición.

Los ’Mechs en ruinas habían pertenecido a un equipo de ataque de la Casa Liao que había arremetido contra Outreach en una especie de ataque de venganza mientras los regimientos de combate de los Dragones de Wolf habían salido a defender Luthien durante el asedio de los Clanes. Los capelenses debieron de pensar que sería fácil acabar con los veteranos y los niños que los Dragones habían dejado atrás, pero se demostró que estaban totalmente equivocados. Las victoriosas fuerzas de defensa despojaron a los ’Mechs atacantes de Liao de todo equipo útil y dejaron los restos oxidándose en el campo. Si el campo de batalla hubiese estado en un lugar más accesible, les habría servido de aviso. Pero aquello era «el otro lado de la montaña», un lugar donde sólo podían adentrarse los Dragones y la gente con privilegios especiales.

Elson tenía que reconocer que los Dragones no se habían dejado capturar por las tendencias derrochadoras de la Esfera Interior. Aunque destruidos, aquellos BattleMechs seguían haciendo su servicio. A veces se realizaban allí ejercicios de entrenamiento con los ’Mechs destrozados y rearmados para ser utilizados como fortines. Elson era consciente de ello, así que había rastreado la zona en busca de sistemas armamentísticos activos, sin conseguir nada. Aquellas máquinas no eran más que restos insignificantes. Pero a pesar de ser restos, eran un refugio excelente, y el refugio era la vida de un soldado de infantería, aunque aquel soldado llevase una armadura de combate de Elemental.

Un traje de combate de Elemental podía parecer un ’Mech a ojos de un civil, pero sólo en el caso de que el civil no tuviera nada con que compararlo. El traje tenía una forma abultada y humanoide que la lanzadera trasera de misiles hacía parecer todavía más voluminosa. Las sencillas toberas de lanzamiento que sobresalían de la parte superior del engranaje del casco encorvaban la armadura a la altura de los hombros. El brazo izquierdo, que no mantenía la proporción humana, acababa en una poderosa garra de tres dedos, mientras que la mano derecha, cuando no se incorporaba a un conjunto de armas determinadas para una misión, tenía un guante reforzado más adaptable a los humanos. Aunque aparentemente se parecían a un BattleMech, los trajes blindados de tres metros apenas llegaban a la altura de la rodilla del ’Mech más pequeño. Los trajes de Elemental llevaban una única recarga para sus lanzaderas de misiles de corto alcance y, una vez que se disparaban los MCA, disponían de un armamento limitado. Aunque proveían a un soldado de la mejor protección y de una capacidad de movimiento impensable en un vehículo o en un ’Mech, un traje de batalla no era suficiente para vencer en un combate cuerpo a cuerpo ni siquiera contra el más ligero de los ’Mechs. En tales casos, los Elementales no arremetían cuerpo a cuerpo contra los ’Mechs.

Cuando estuvo seguro de que la nave de observación se encontraba fuera de alcance, Elson abandonó su refugio y reunió a su Punto. Los otros cuatro soldados del Punto designaban la unidad con el nombre de «brigada», ya que estaba compuesta de esferoides y jóvenes Dragones. Su arcaica nomenclatura era una desventaja sin importancia.

—¿Cree que nos han visto? —preguntó Jelson. Era el segundo del Punto, una posición que había conseguido por ser el único contendiente.

Ellos lo sabrían.

Neg —se limitó a decir Elson.

—Todavía creo que deberíamos estar esperándolos en el paso con el resto de la sección —intervino Kíllie. Tenía una forma muy típica de los esferoides, aunque su estructura era la de una Elemental pequeña. A pesar de que apenas se quejaba al entrar en acción, siempre lo ponía todo en duda y se excedía expresando unas opiniones mal informadas.

—Pero es allí donde nos esperarán —dijo Vorner, un joven y locuaz Dragón.

—¿Y qué? —preguntó Killie riendo. La risa resonó a través del comunicador del traje—. Es el mejor terreno defensivo de la zona. No hay ninguna línea clara de visión más allá de cincuenta metros. Un perfecto terreno para los sapos.

¡Sapos! Si Elson no hubiese llevado el traje, habría escupido. Un piloto de ’Mech esferoide se había referido a las tropas de infantería como «sapos» la primera vez que las había visto avanzar hacia él por la llanura. Los miembros de los Clanes habían estado preparando una rápida maniobra de cierre sirviéndose de sus equipos de salto, la única arma de la que disponían. Aquellos Elementales se habían cambiado los trajes con gracia y precisión, y aquel piloto librenacido no pudo pensar más que en los saltos de los sapos. El apelativo se había hecho popular entre los esferoides, incluso entre su propia infantería blindada. Los memos de la unidad abandonada utilizaban el nombre para referirse a ellos mismos. No tenían orgullo.

De repente, su rabia le pareció infundada. Ahora estaba entre los Dragones de Wolf. ¿Qué más podía pedir?

La presencia de la nave de observación significaba que el enemigo llegaría pronto, demasiado pronto para que el Punto de Elson tuviese tiempo de hacer especulaciones inútiles y preguntas fútiles a sus mandos. Cortó la discusión y dispersó el Punto entre los escombros, seleccionando sus posiciones para conseguir la máxima protección de lo que él consideraba la ruta enemiga más probable. Volvió al Thunderbolt y subió al torso. Examinó el horizonte y vislumbró un resplandor de luz. Subió el circuito de aumento a potencia diez. En efecto, se trataba de una pequeña nube de polvo. Había puesto a trabajar el Punto justo a tiempo. El enemigo se acercaba.

Pulsó un sensor de enlace óptico sobre el casco del Thunderbolt y descendió hasta perderse de vista, consiguiendo que gran parte del ’Mech le sirviese de protección contra los escáneres de los BattleMechs que estaban a punto de llegar, como había hecho desde la nave de observación. Se mantuvo al acecho a través del enlace óptico.

El enemigo estaba formado por una sola lanza de ’Mechs ligeros. El más pesado era un modelo que había visto por primera vez hacía poco, un ’Mech humanoide con una silueta casi canina de su cabeza. Elson no tardó en recordar la designación… Wolfhound. Los otros eran modelos clásicos de la Liga Estelar: dos Locusts con piernas de zanco y un Wasp, un ’Mech más humanoide. Avanzaron en formación de diamante con el Wolfhound al frente y un Locust a cada lado. Por la posición del Wolfhound en la formación y su masa significativamente superior, Elson supuso que aquélla debía de ser la máquina del jefe de lanza.

Los ’Mechs redujeron la marcha al acercarse al antiguo campo de batalla, examinando los peligros que ofrecía el terreno resquebrajado. Eso era prudencia. Un paso en falso entre los sospechosos escombros podía hacer que la máquina se desequilibrase y tal vez sobrecargara los giróscopos. Un piloto en tales apuros tendría que esforzarse al máximo para impedir que la potente máquina de batalla se estrellase contra el suelo. Eran pocas las ocasiones en que una caída así destrozaba un ’Mech, pero sí podía herir gravemente al piloto, aunque la herida afectase sólo su orgullo.

Elson esperó con la paciencia de un leonaraña nevtoniano. Uno a uno, los BatdeMechs llegaron al antiguo campo de batalla. Se movían lentamente, con prudencia. Pero su única preocupación era el terreno, un error que pagarían caro. Elson dejó que alcanzasen lo que él consideraba el centro del campo de ’Mechs antes de salir al exterior.

Pintó el Wasp final con su láser, marcando el objetivo principal del Punto. Apuntando con los misiles de corto alcance de la mochila del traje, dio la orden de abrir fuego.

Los cohetes resonaron desde su lanzadera, sacudiéndolo durante los microsegundos que tardó el propulsor de los motores en lanzarlos desde allí. Mientras sentía el calor que envolvía su casco y los misiles se dirigían hacia el objetivo, se complacía en ver varios rastros de humo idénticos emergiendo de otros cuatro lugares casi simultáneamente. Todo su Punto había dado en el blanco.

Las explosiones siguieron a los destellos, y el humo envolvió al Wasp, pero antes de ser engullido por una nube cada vez más grande, Elson vio que uno de sus disparos impactaba en la cabeza. Aunque sabía que el disparo no penetraría, disfrutó pensando que el piloto del ’Mech estaría herido. Pero no había tiempo para regocijos. Tenía que irse antes de que los compañeros del Wasp reaccionasen.

Se concentró en llegar a la segunda posición sano y salvo. Al tener que buscar refugio entre los BattleMechs despedazados, no pudo ver a los otros miembros de su Punto. Pero el hecho de que los ’Mechs enemigos no contraatacasen lo alivió. El Punto debía de haber pillado a los pilotos de los ’Mechs por sorpresa.

Se arriesgó a echar un vistazo desde su refugio. Su posición sólo le permitía ver a uno de los demás Elementales: Killie. Ahora le hacía señas levantando y bajando la mano cuatro veces para indicar que todos los miembros del Punto estaban en sus posiciones.

Examinó los ’Mechs. El Wasp había caído. Era una buena señal. Muy buena. De hecho, era mejor de lo que esperaba. Significaba que su Punto disponía de otra oportunidad. Los demás ’Mechs se habían detenido. No cabía duda de que se habían demorado examinando los escáneres y que estaban aprovechando para averiguar quién había eliminado a uno de los suyos. Elson sonrió despiadadamente. No tardarían en darse cuenta.

El Wolfhound permaneció estacionado. Parecía que estaba al acecho mientras los otros dos Locusts se lanzaban a la búsqueda. Esquivaron los ’Mechs destruidos, como si temiesen que uno de ellos se levantase y acabase con ellos como un difunto vuelto de ultratumba.

En esas circunstancias, la prudencia era la solución más inteligente, aunque el jefe de lanza no era tan inteligente como él creía. Elson estaba preparado para la reacción del piloto. Al tiempo que recordaba las posiciones asignadas a los miembros del Punto, hizo un cálculo rápido de la distancia que los separaba de ellos. Grabó sus nuevas órdenes, comprimiéndolas para la retransmisión antes de gritar a su Punto. Tenía que actuar con rapidez si quería evitar que los pilotos de los Mechs localizasen su posición.

—A todas las unidades, vector en Wolfhound. Tres minutos para posición de fuego. Atención al brazo derecho. Nueva orden en dos si no se cumple.

Esperó diez segundos antes de retirarse.

Tiempo: un minuto, doce segundos.

Se agachó y se mantuvo a la espera detrás del brazo desmembrado de un BattleMech. Por la izquierda le llegaba el chisporroteo del láser incorporado de un ’Mech. No hubo más explosiones ni fuego: el guerrero debía de estar asustado, disparando a las sombras. No habían abierto fuego a su paso, de lo que deducía que no lo habían descubierto mientras caminaba entre los escombros. El Wolfhound seguía inmóvil, observando a sus compañeros de lanza.

Tiempo: dos minutos.

La frecuencia del Punto permanecía en silencio. Y el Wolfhound todavía no se movía. Las cosas iban mejor de lo que esperaba.

Tiempo: tres minutos.

Elson salió de su refugio tras activar sus propulsores de salto con fuerza suficiente para deshacerse de los restos. Lanzando su última salva de MCA mientras aterrizaba, volvió a buscar refugio. El resto del Punto también estaba atacando, refugiándose, disparando, retrocediendo. Esta andanada era más débil que la anterior.

Finalmente, el Wolfhound reaccionó. Giró sobre la pierna izquierda mientras levantaba la derecha y daba sacudidas hacia adelante disparando su brazo láser. Los misiles de los Elementales impactaron en el brazo, el hombro y el torso del ’Mech en una estruendosa cacofonía. El Wolfhound movió el brazo derecho, y el hocico del láser Setanta se abrió como unas feroces fauces y emitió un rayo de energía que envolvió la armadura de combate de Vorner cuando éste se apresuraba a buscar un refugio más seguro. En ese momento se oyó a ambos lados el impacto en el suelo de dos de los láseres incorporados al torso del Mech. El piloto del ’Mech había disparado todas sus armas. Obviamente pretendía eliminar al Elemental que había localizado. Para su desgracia, aquel disparo no fue mejor que los otros.

Elson disparó su láser, una insignificancia en comparación con los gigavatios de energía que el pesado láser Setanta podía lanzar. Pero él era mejor tirador que el piloto del ’Mech. El rayo incidió directamente en el hombro que ya había sido alcanzado por tres de los MCA. Lanzó dos rayos más, uno en el pecho y otro que le dio también en el hombro.

El Wolhound emitió un silbido agudo. Su láser cayó al suelo mientras las bobinas de energía se fundían. El daño que había causado el ataque de los Elementales había inutilizado el armamento principal del ’Mech.

Elson sonrió.

—Retirada —ordenó a su Punto. Habían cumplido su trabajo. Ahora sólo tenían que agazaparse y sobrevivir.

Elson sintió una alegría despiadada al darse cuenta de la precisión con la que había adivinado la reacción de los pilotos de los ‘Mechs durante el ataque. A pesar de saber que ese Punto particular de Elementales había gastado todos sus misiles, los pilotos no podían averiguar si había más Puntos escondidos entre los restos. Aunque quisiesen luchar, los pilotos de los ‘Mechs seguían teniendo una misión, que era no destrozar la infantería atacante.

La fuerza de la lanza había disminuido casi hasta la mitad y era obvio que su jefe no quería perder más. El Wolfhound se retiró, aumentando la velocidad a medida que atravesaba el campo sin prestar la menor atención. Los dos Locusts lo siguieron. La velocidad les permitiría alejarse de los Elementales. Los ’Mechs desaparecieron en la distancia sin desviarse de su ruta.

Elson pensó que una retirada rápida era la mejor decisión que el jefe de la lanza había tomado en todo el combate.

Mientras los ’Mechs llegaban al pie de las colinas, se preguntó si tendrían más suerte contra el resto de la Estrella de Harold.

Elson se encaramó a lo alto del Crusader medio enterrado tras el que había buscado refugio. Se sentó en el torso con las piernas suspendidas en la cavidad vacía que en otro tiempo había alojado una lanzadera de misiles. La lucha se había acabado. Por ahora.

A veinte metros de él, Vorner aliviaba su frustración arremetiendo contra los restos de un ’Mech hecho trizas. Levantó la tapa, se deshizo de su armadura de combate y no tardó en descargar su furia contra el traje. Las patadas no tenían ningún efecto en la armadura de Elemental.

Elson soltó una carcajada. La prueba se había acabado, especialmente para Vorner. Había perdido, técnicamente muerto por el láser del Wolfhound. La infantería no disponía de segundas oportunidades como los pilotos de los ’Mechs. Más le habría valido a Vorner que el láser del ’Mech hubiese disparado a la máxima potencia.

En la lejanía, Elson pudo ver el Wasp incorporándose después de que los controladores hubiesen abierto el bloqueo electrónico de los mandos. Sin duda, el piloto del ’Mech estaba más disgustado que Vorner. Se suponía que los ’Mechs no podían perder contra los Elementales.

El crujido de la grava indicó a Elson que alguien se acercaba por detrás. No se molestó en dar media vuelta.

—Un Elemental por un Mech. Una buena ganga, ¿quiaf? Buen trabajo, candidato Elson.

Al reconocer la voz, Elson movió las piernas a un lado del ’Mech y saltó al suelo hasta encararse con el coronel Griffith Nikkitch. Elson permaneció atento. Había que mostrar respeto al rango, aun cuando el coronel perdía puntos por no utilizar el apellido de Elson.

Nikkitch era un hombre de infantería mediocre y de mediana edad, sin que ninguna de estas dos características supusiese una desgracia. Tenía varias placas de honor y todavía se mantenía erguido. Aunque era de mayor estatura que el resto de la gente, no tenía sangre de Elemental. Incluso cuando no llevaba su armadura de combate, Elson le sacaba una cabeza a cualquier oficial que se le pusiera delante. Esperó a que el oficial se le acercase para comprobar la placa facial del traje y dijo con cierta frialdad:

—Misión cumplida, coronel.

Nikkitch no pareció sorprenderse por los modales de Elson, aunque éste había rayado en la irreverencia. También hablaba mucho en su favor el hecho de que no hubiese prestado la menor atención a la desgarrada armadura de combate de Elson.

—Me imagino que te estarás preguntando por qué se valora al comandante de las operaciones de infantería por su controlador.

—Eso no es asunto mío, coronel.

Nikkitch frunció el entrecejo.

—Debería serlo. ¿Por qué has dividido el Punto de la Estrella?

—El capitán cadete Harold se había equivocado al examinar el campo de batalla, señor.

—Sincero —Nikkitch dio media vuelta e interrogó a los restantes miembros del Punto a medida que éstos iban llegando. Volvió a girarse hacia Elson—. ¿Y viste algo que te había pasado inadvertido?

—Yo ya llevaba armadura de combate cuando él aprendía a hablar en el sibko, señor.

—La sabiduría de los Clanes dice que la nueva generación es superior a la anterior.

Nikkitch asintió y se mordió los labios.

—Y Harold no debió escucharte. Seguro que dijo que ya había trabajado en este campo y que conocía las mejores zonas para la emboscada.

Aquella exhaustiva descripción hizo que Elson dudase si el coronel había presenciado la sesión de estrategia de la Estrella.

—Yo había examinado los mapas del campo antes del ejercicio, señor.

—Lo sé —dijo Nikkitch, mostrando así el interés que había prestado a la planificación de la Estrella—. ¿Qué intentas demostrar, Elson?

—Que soy un guerrero, coronel.

—Eres un sirviente.

Elson inclinó la cabeza. Desde fuera del traje no se notaría la tensión que sentía pese a su esfuerzo por contener la ira. Se recordó a sí mismo que su estado de siervo era sólo temporal. Cuando creyó que se había calmado lo suficiente como para poder hablar con tranquilidad, dijo:

—Como usted diga.

—He visto tu códex, Elson. No eres un biennacido. ¿Por qué estás tan alterado? Habla sinceramente.

—Puede que sea un librenacido, pero mi sangre es sangre de guerrero. Conseguí el rango en el clan de los Gatos Nova. Demostré que era un guerrero.

—De modo que te molesta tener que hacerlo otra vez, ¿quiaf?

Af, pero soy un sirviente de los Dragones de Wolf y tomo parte en combates. Cumpliré con mi deber.

—Entonces no habrá nada que te impida volver a ser un guerrero.

—Tengo que ser fiel a mi herencia.

Nikkish dio un resoplido y, con un gesto, se dirigió al resto del Punto.

—Bueno, será mejor que confiéis en que el resto de la Estrella siga adelante sin vosotros. Lo que más cuenta son las aptitudes de toda la unidad. Es posible que las aptitudes de vuestro Punto sean altas, pero no servirá de nada si el resto de la Estrella lo estropea todo o pierde por no tener suficiente fuerza. La infantería tiene que trabajar en equipo.

Elson no prestó atención a la reprimenda. Había tomado la decisión correcta.

—Todas las divisiones tienen que trabajar en equipo, señor. Y todas las divisiones tienen que servirse de su fuerza, aplicándola lo mejor posible.

—Cierto —Nikkitch se giró lentamente para observarlo—. Tu códex da fe de que eres muy hábil en estrategia. Supongo que quieres ser oficial.

—Serviré según me permitan mis posibilidades, señor.

—Ya veremos.

Aquello puso fin a la inesperada revista.

Faltaba casi una semana para que se anunciasen las aptitudes. Elson había alcanzado un nivel bastante alto para llegar al rango de guerrero y, para su sorpresa, Harold también. En cuanto Elson hubo dispersado a su Punto, Harold había vuelto a sopesar el consejo de Elson y había hecho lo mismo con su unidad, extendiendo el guantelete por el que tenían que pasar los BattleMechs. El resultado había sido la eliminación efectiva de la lanza por acumulación de daños tras el hostigamiento de los Elementales.

Elson fue citado ante el coronel Nikkitch.

—Harold ha reconocido que fue tu estrategia la que dio la victoria a la unidad. ¿Te sorprende?

Sí que le sorprendía, pero Elson se negó a admitirlo.

—Harold es honrado cuando no ve ninguna ventaja en actuar de otro modo.

Nikkitch sacudió la cabeza, algo confundido.

—¿Eres siempre tan sincero?

—Le pido perdón, coronel.

—Olvídalo.

El coronel indicó a Elson que se sentara. Al ver que la silla que había frente a la mesa era lo bastante grande y robusta, se sentó. El coronel se detuvo por un instante, sin duda para analizar el estado mental de Elson, antes de continuar.

—Estoy muy impresionado con tu actuación, Elson. Fue mucho mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta la intervención de los Gatos Nova en Luthien.

Elson se tranquilizó un poco. Era obvio que el coronel pretendía llegar a algún punto. ¿Por qué no podía hacerlo sin recurrir a los insultos?

—Elson, los Dragones están creando su propia fuerza de Elementales. Sabes muy bien que nos faltan jefes experimentados que sepan cómo dirigir tal fuerza. Necesitamos expertos. Tú has progresado con mayor rapidez que ninguno de los demás sirvientes que capturamos en Luthien y has demostrado ser un experto. —El coronel se detuvo, obviamente a la espera de una reacción. Elson mantuvo la misma cara inexpresiva que había mostrado durante los insultos. La cara de Nikkitch enrojeció de cólera durante unos instantes—. ¿Estarías dispuesto a trabajar conmigo organizando las unidades de los Elementales Dragones?

—¿Significa eso que no estaré al mando?

—¿Temes no volver a ver un combate? —inquirió Nikkitch sonriendo maliciosamente.

Elson le dio la respuesta clave:

—En el combate hay honor.

—Los comandantes de los Dragones no tienen la reputación de sentarse en el campo mientras los demás luchan.

—¿Entonces estaré al mando?

—Sí, y en más ocasiones si así lo quieres. Tienes potencial, Elson.

—Entonces acepto. Trato hecho y bien hecho. —Se irguió y le ofreció la mano.

Nikkitch rió al estrechársela.

—Trato hecho y bien hecho. La ceremonia oficial se celebrará a final de mes, pero deja que sea el primero en darte la bienvenida a nuestras filas, Elson Wolfson.

Elson le soltó la mano. ¡Wolfson!

—¿Y ahora qué? —preguntó Nikkitch.

—Conseguí el nombre Gatonova cuando fui destinado a los rangos del clan de los guerreros Gatos Nova. Aunque haya sido aceptado en sus filas, no renunciaré a ese honor.

Nikkitch lanzó un suspiro.

—Esperaba que intentases adaptarte. Ese nombre no te dará muy buena reputación entre los veteranos.

Elson contestó con una mirada contenciosa. Lo que los «veteranos», los Dragones originarios, pensasen de su nombre le traía sin cuidado. Insistieron en la contienda del clan de los Lobos con los Gatos Nova, pero fue un derroche de energía. ¿Qué era lo que realmente les importaba? Todos ellos eran librenacidos que habían demostrado su opinión a los biennacidos. ¿No habían dado la espalda a la herencia de los Clanes? ¿No habían traicionado el sueño de Nicholas Kerensky?

Había que dejar que el nombre de Elson les recordase lo que habían rechazado. Poco importaba que él mismo fuese un librenacido. Había conseguido su honor, su nombre de guerrero. Aquél había sido el primer paso para demostrar la validez de sus genes. Había demostrado a esos Dragones que merecía un nombre de guerrero. Ahora les dejaría claro que merecía más.