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—He leído tus registros y admito que Antón Shadd era un hombre merecedor de su popularidad. Sus acciones en An Ting lo demostraron, pero eso no dice mucho. Shadd no es un Nombre de Sangre.

Elson Gatonova era de mayor tamaño que el hombre al que desdeñaba. Pero aquello no era motivo de orgullo. El tamaño era una simple herencia genética, una razón más de su validez como Elemental. Ese Shadd era hijo de un Elemental librenacido, como Elson, pero el padre de Shadd había abandonado su legado genético para sentarse en la silla de los MechWarriors. Por más que ese hombrecillo hubiese conseguido un Nombre de Honor de los Dragones, provenía de un linaje que había dado la espalda a sus connotaciones genéticas.

—Shadd es un Nombre de Honor —repuso desafiante el hombrecillo mientras sus ojos se iluminaban de ira—. Es mejor que un Nombre de Sangre.

—Vuestros llamados Nombres de Honor no son más que sombras de la verdad. Si hubiese querido hacerme con tu nombre, lo habría ganado fácilmente —se limitó a decir Elson.

Había que poner a aquel novato en su lugar. Como Elemental de rango mayor de los Dragones, había sido uno de los supervisores del Juicio del Nombre de Honor de ese soldado de infantería. Había visto los resultados y sabía que podía superar la puntuación del recién llamado Pietr Shadd. Por lo tanto, a pesar de que Shadd lo tomase como una chulería, Elson no tenía intención de alardear.

—Demasiado alarde para alguien que insiste en tener nombre de gatito.

Los oficiales que había en la estancia se pusieron en guardia, sin duda por temor a que esta confrontación desembocase en violencia física. Elson no les prestó atención. Tanto él como Shadd eran de mayor tamaño que cualquiera de los presentes. Si la discusión pasaba a las manos, el daño estaría hecho antes de que los MechWarriors, los pilotos aeroespaciales y los oficiales de personal allí reunidos pudieran interferir. Si actuaban con suficiente rapidez, lo mejor que podrían hacer sería salvar la vida de Shadd proporcionándole atención médica inmediata. Pero Elson no tenía la menor intención de llevar las cosas tan lejos. Cualquier pelea en el Salón del Lobo, y más aún en el centro de conferencias, acabaría con todo lo que había cosechado hasta entonces. Era un momento para las palabras, no para la acción.

—Conseguí mi nombre en un combate honorable —dijo en voz baja.

Pero aquel tono no aplacó a Shadd, quien elevó la voz.

—¡Menudo nombre! Los Gatitos Nova son apaleados por los Dragones con la misma facilidad que por los Lobos.

—El mío es un nombre a la vieja usanza. Conozco El Recuerdo de los Gatos Nova. El suyo es un linaje honroso, invulnerable a tus palabras. ¿Tú puedes decir lo mismo?

—No tengo el menor interés en las canciones de gloria de los Gatitos Nova.

Elson empezaba a enfadarse. No pudo evitar elevar el tono de voz.

—Conozco tu historia. Es de esperar.

—Sí, es de esperar de los perdedores.

—No tienes ninguna noción del honor —gruñó Elson.

—Despierta. Ya no estás en los Clanes. Aquí no necesitamos su honor parcial. Ahora eres un adoptado. Si no te adaptas al programa, te dejarán atrás.

Elson dijo con desdén:

—¿Como tú has dejado tu herencia?

—Yo no soy un miembro de los Clanes —replicó Shadd. Parecía enorgullecerse de ello—. Soy un Dragón, de nacimiento y costumbres.

—Como has dicho, un librenacido. No nenes derecho a poner en duda el honor de un biennacido.

—Tú también eres un librenacido.

Dolido por el recuerdo, Elson sintió que su resolución contenía las ganas de llegar a la violencia. Ese novato carente de honor era un insolente y necesitaba que alguien le demostrase sus errores. Shadd debió notar que las intenciones de Elson cambiaban, ya que se puso en guardia sutilmente. Elson se echó hacia atrás, sorprendido. No esperaba que Shadd estuviera tan atento. El momento de retraso y la puerta abriéndose hicieron que la situación se congelara de repente. Elson miró de reojo y vio a MacKenzie Wolf al frente de los oficiales que acababan de llegar.

Elson dio un paso atrás, dejando vía libre. Shadd sonrió. La alteración del ritmo de su respiración denotaba cierto alivio. Disfruta de tu pequeña victoria, pensó Elson. Es sólo un asalto, no la guerra. Habrá más ocasiones, se prometió a sí mismo.

—¿Qué pasa aquí? —exigió MacKenzie.

—Nada, señor —contestó Shadd.

La expresión de MacKenzie mostraba que no creía las palabras de Shadd.

—Un nada lo bastante alto para que lo oyera desde el pasillo. ¿Tú también dices que no pasa nada, Elson?

—No tiene importancia.

MacKenzie encogió los ojos. Respiró profundamente e irguió los hombros.

—Todos somos Dragones —dijo, desviando la mirada de Shadd a Elson—. ¿Lo entendéis? Dragones.

Elson tuvo la sensación de que MacKenzie demoraba más la mirada en él que en el Dragón «de nacimiento y costumbres». Era un signo de quién tenía el poder allí y de cómo los Dragones se habían desviado del verdadero camino. Pero Elson entendía el honor a pesar de que ellos no lo hicieran. Clavó la mirada en MacKenzie y escuchó dócilmente las palabras del oficial.

—No somos esto por nuestro lugar de nacimiento o aquello por el lugar donde nos entrenaron. Somos Dragones en primera y última instancia y por encima de todo. En eso os convertisteis cuando os pusisteis el uniforme. Ya no pertenecéis a los Clanes. No sois simples contratados o niños de sibko. Sois Dragones. —MacKenzie se paseaba por la estancia mientras hablaba, caminando hacia adelante y hacia atrás al otro lado del depósito holográfico—. No me importa si vuestras familias han vivido en la Esfera Interior desde antes de la caída de la Liga Estelar o si vuestros antepasados zarparon con el general Kerensky. No me importa si fuisteis niños de sangre o de sibko. No me importa si os incorporasteis después de Misery o de Luthien. Jóvenes o viejos, novatos o veteranos, todos sois Dragones y espero que actuéis como tales.

»Cuentan que los irlandeses del planeta Tierra luchaban entre ellos porque no encontraban rivales que estuviesen a su altura. Ese capricho es algo que los Dragones no podemos permitirnos. Tenemos muchos enemigos, y los Clanes no son precisamente los más inofensivos. Ahora están ahí fuera, tras la línea de Tukkayid, pero no se quedarán ahí para siempre. Tenemos que estar preparados. Y lo estaremos. Los Dragones serán lo bastante buenos para no dejar títere con cabeza. Vosotros seréis lo bastante buenos. Si olvidáis lo que fuisteis y os comportáis como lo que sois. ¡Dragones! —Se apoyó en el depósito holográfico—. ¿Lo habéis entendido?

En medio del coro desafinado de «¡sí, señor!», Elson contestó:

—Lo he entendido.

Se preguntó si MacKenzie entendería la diferencia.

Jaime Wolf y yo llegamos a tiempo para presenciar el pequeño discurso de MacKenzie. Era un modo algo violento de recibir al Lobo en su primera aparición oficial después del atentado. La tensa atmósfera se relajó un poco a medida que el coronel se paseaba por la estancia, recibiendo las felicitaciones de los oficiales y asintiendo a sus deseos de recuperación. Estábamos ocupando nuestros asientos para iniciar la conferencia cuando la puerta lateral se abrió y apareció un último grupo, en el que se encontraba Maeve.

Aquel mes apenas la había vuelto a ver desde nuestra noche en los úteros, y siempre había sido por cuestiones de negocios. No había contestado a mis llamadas. Me emocioné al verla. Luego se me partió el corazón al comprobar que el rumor que había oído era cierto. En lugar de la ropa de cuero de los guardaespaldas, llevaba el uniforme del batallón de la Telaraña, la unidad de MacKenzie Wolf. Desde su regreso a Outreach, Mac había relegado el mando a John Clavell, quien ascendió a algunos oficiales, dejando así una plaza vacante. Maeve debió de solicitar el puesto, pasar la prueba y hacerse con él. Yo no había visto su solicitud entre los comunicados, así que lo único que se me ocurría era que se las había ingeniado para que yo no la viese.

¿Qué había hecho mal?

No pude reflexionar más sobre mi problema. El Lobo ordenó que se iniciara la reunión y enseguida me concentré en mi trabajo, transfiriendo las visualizaciones al holotanque y actualizando y adaptando el flujo de información según sus necesidades.

A una orden suya, abrí un archivo secreto sobre los recintos de producción de OmniMechs que Blackwell Corporation dirigía al otro lado de la montaña. Sabía de la existencia del archivo, pero nunca había visto su contenido. En circunstancias normales, habría estado tan fascinado como los otros pilotos de ’Mech por ver la evolución del recinto, pero lo cierto es que no estaba prestando ninguna atención. Mi mente estaba con Maeve mientras ésta observaba la pantalla con el interés que me habría gustado que hubiese mostrado por mí. Se había colocado junto a Jaime Wolf. Supongo que era la última oportunidad que tenía de ser su guardaespaldas. Stanford Blake tuvo que avisarme en una ocasión que no advertí la indicación de Wolf para cambiar la pantalla.

Tras dar a conocer las buenas noticias, el coronel Wolf se adentró en sus planes sobre el futuro de los Dragones. Habíamos pasado muchas horas preparando ese discurso, horas que podría haber pasado con Maeve si no hubiese estado tan obsesionado por ser un buen oficial de comunicaciones. El coronel Wolf pretendía integrar los elementos dispares de los Dragones en una nueva tradición, una tradición de los Dragones y para los Dragones. Era un buen plan a pesar de las reservas que había mostrado Stan sobre su viabilidad frente al enemigo. Creo que el Lobo habló con elocuencia, como siempre. Debió de haber discordia; no lo recuerdo.

Me sumergí en mi mundo de falsas esperanzas y sueños frustrados. Apenas recuerdo las intervenciones de MacKenzie para reafirmar los argumentos de su padre, notando que la conversación se estaba desviando. Aquello me preocupaba, pero no tanto como mi amor perdido.

Se hizo una pausa durante la reunión y Jaime Wolf aprovechó el momento para felicitar a Maeve por su nuevo puesto. Me quedé mirándolos. La ex guardaespaldas era del mismo tamaño que el hombre al que había protegido, pero el tamaño de un piloto no importaba en la lucha de BattleMechs. Y ahora no importaba en absoluto. Ella se iría a otra parte y alguien tendría que proteger al Lobo. Unas meditaciones estúpidas. Meditaciones que parecían encajar con lo estúpido que me sentía. Incapaz de pensar con claridad, me limité a sentarme sin hacer nada. Por alguna razón, no me dirigió una sola mirada. En caso de haberlo hecho, yo habría… ¿qué? No lo sé. Sólo sé que me quedé mirándola cuando se fue con el oficial ejecutivo de MacKenzie.

Su Nave de Descenso zarparía en dos horas. Al empezar la exposición de argumentos supe que no podría salir antes. Mientras uno quería cambiar el emplazamiento de los OmniMechs, otro ponía en duda la nueva organización de los regimientos. Los oficiales discutieron sobre la estructura de las unidades de Elementales, pero todos querían incorporar a los Elementales a sus mandos sin importarles el nivel. La discusión más acalorada giró entorno a los sibkos y los regimientos de entrenamiento supervisado. Todo me pasaba inadvertido. Más tarde, al revisar las cintas, pude recuperar muchos detalles, pero en aquel momento no oía más que un lastimero susurro.

Ella no se despidió de mí.