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Me llamo Brian Cameron. Soy un MechWarrior de los Dragones de Wolf.

Me gustaría decir que sólo soy un simple soldado, pero mis amigos dicen que mi decisión de contar esta historia me convierte en algo más. Tal vez tengan razón. O tal vez no. Sólo sé que tengo la necesidad de dejar constancia de ciertos acontecimientos, rememorar los sucesos que afectaron mi vida y la de todos los que llevan el uniforme de los Dragones de Wolf. Hago esto con la esperanza de que las futuras generaciones aprendan de los errores y de la experiencia de las generaciones pasadas.

No intento ser omnisciente sino hacer honor a la verdad. Para aquellos acontecimientos que no pude ver y aquellas palabras que no pude oír, confío en la integridad de mis testigos y en mi propia intuición. He intentado ser fiel al corazón y la mente del narrador, al menos tan fiel como pueda serlo cualquier persona ajena a la realidad de otra. He hablado con todas aquellas personas —bueno, todas excepto una— cuyos puntos de vista me permiten contar esta historia. Me han explicado su versión de los hechos y han contestado a mis preguntas sobre sus sentimientos y motivaciones. Confío en que me hayan contado la verdad, al menos lo que ellos entienden como verdad. ¿Quién, además del Creador, puede saber la verdad suprema?

Como decía, me llamo Brian Cameron. Durante los primeros diecisiete años de mi vida, Brian era mi único nombre. Por supuesto, tenía la denominación de la unidad, pero ésta no era más que una designación práctica, no un nombre real. De todos modos, no divagaré explicando las anécdotas de mi juventud, ya que con ello sólo retrasaría la explicación de mi historia. Los Dragones creemos que la indecisión significa la muerte en el campo de batalla y, a falta del incentivo que supone la contienda entre la vida y la muerte, ya me he demorado bastante.

Pido disculpas.

Hacia finales de febrero del año 3053, sólo diez de nosotros seguíamos todavía en nuestro sibko. Los demás habían sido destinados a otros emplazamientos al no superar alguna de las pruebas. El nerviosismo se hizo patente en el Área de Entrenamiento Tetsuhara, donde nos habíamos congregado para saber los resultados de nuestra última prueba. El ambiente ya habría sido lo bastante tenso si nos hubiésemos limitado a esperar la decisión de los destinos finales como MechWarriors, pero el hecho de que también esperásemos los resultados de los Juicios de Nombre de Honor lo hizo insoportable.

Yo sabía que había superado la última prueba, pero estaba convencido de que mi puntuación era demasiado baja para clasificarme. Estaba seguro de que conseguiría un puesto en una de las unidades de primera línea, porque pensaba que tenía suficiente capacidad para ello. Sin embargo, estaba nervioso. Como mis sibs, acababa de realizar los Juicios de Nombre de Honor. Todos formábamos parte del linaje de Cameron y esto nos hacía lo bastante honorables como para ser elegidos. Aunque éramos los más jóvenes de nuestro grupo de edad, algunos confiábamos en que los ajustes compensatorios nos permitirían tener alguna oportunidad. No creía que mi actuación en las pruebas hubiese sido excepcional.

Por este motivo, me quedé atónito cuando aparecieron los resultados en la pantalla situada en la parte superior, detrás de la plataforma donde nuestros oficiales de entrenamiento estaban sentados en solemne formación.

Mi nombre y nomenclatura encabezaban la lista. Había hecho lo que ningún otro en mi sibko, ningún otro en mi segmento de edad, había conseguido hacer. Había sido el mejor en las pruebas y había ganado el privilegio de llevar el Nombre de Honor Cameron para mi generación. Los destinos de la unidad todavía tardarían unos minutos en aparecer, pero no me importaba lo más mínimo. Jamás me había sentido tan feliz.

Algunos de los compañeros de mi segmento de edad se me acercaron mientras yo seguía contemplando la pantalla. En sus ojos pude ver la decepción por sus propios resultados. Jovell, un aspirante mayor que yo que había superado mi puntuación en todas las categorías del campo de batalla, se tragó el orgullo y fue el primero en dar la felicitación de rigor al nuevo guerrero con Nombre de Honor. No pude reprimir una sonrisa de placer al devolverle el saludo. Por su reacción pude comprobar que lo había ofendido, pero yo seguía inmerso en ese mundo de felicidad y alivio que giraba a mi alrededor. Ni siquiera me detuve un momento a pensar en sus verdaderos sentimientos cuando dio media vuelta y se abrió paso entre la multitud. Había muchos otros que querían felicitar al nuevo Cameron.

Muchos de ellos se mostraron sumamente complacidos al felicitarme. Todos nos habíamos enfrentado a las mismas pruebas y no suponía una deshonra no ser el primero si uno se había esforzado al máximo. Todos formábamos parte de los Dragones, y el éxito de un Dragón era también un éxito para los demás. Pero a pesar de lo reconfortante que era recibir las felicitaciones de otros compañeros de mi grupo de edad, me sentía abrumado por la eufórica reacción de mis sibs. Todos deseaban conseguir el nombre de Cameron, pero era imposible advertir en ellos el menor atisbo de decepción. Sonreían y reían al darme palmadas en la espalda, llamándome por mi nombre completo: Brian Cameron. Un sib había conseguido el nombre y todos compartíamos aquel honor. Era un momento mágico y el orgullo se había apoderado de mí. Pero en cierto modo también me sentía avergonzado. Dudaba si yo podría haber mostrado tanta alegría si en mi lugar hubiesen sido Carson, James o Lidia los vencedores.

La multitud que me felicitaba se dispersó dejando paso a un hombre negro y alto que se dirigía hacia mí. Era el coronel Jason Carmody en persona. Las múltiples condecoraciones de su uniforme, junto con el pelo canoso y la cara arrugada, le otorgaban un aspecto de guerrero triunfador, con capacidad suficiente como para haber sobrevivido tantos años. Carmody pertenecía al viejo cuadro, uno de los primeros confederados del propio Jaime Wolf. Había combatido desde antes de que mis sibs y yo hubiésemos nacido. En una ocasión, Carmody estuvo al mando de todas las fuerzas aeroespaciales de los Dragones. Se retiró después de sufrir una lesión en un ataque a Capella y luego volvieron a llamarlo para ser comandante en jefe de nuestro planeta natal de Outreach tras la muerte del coronel Ellman. El puesto de Carmody lo convirtió en comandante en jefe de la Guardia Nacional e incluso lo puso a cargo del programa de entrenamiento de los Dragones. Fue en este último puesto cuando descubrimos su mano de hierro.

El coronel Carmody siempre había sido una figura severa y distante, una fuente de autoridad y disciplina, poco dada a los elogios. Ahora había dejado su lugar en la plataforma y se encontraba frente a mí. Me quedé petrificado mientras sus ojos me escrutaban de arriba abajo antes de empezar a hablar.

—Te felicito, Brian Cameron. Has conseguido el Nombre de Honor. Espero que honres tu nombre en el futuro.

Su forma de dar la felicitación de rigor resultaba real, a diferencia de las palabras de Jovell. Mi comandante en jefe era el que hablaba; su voz emanaba autoridad. No pude más que susurrar:

—Seyla.

Sus facciones se relajaron.

—Te pareces tanto a él que es casi como ver un fantasma.

Yo sabía que me parecía al fundador de mi Linaje, pero hasta cierto punto todos mis sibs nos parecíamos. Nunca había pensado que mi parecido fuese tan sorprendente. Era consciente de que la edad y los recuerdos podían nublar la visión, de modo que me limité a sonreír e incliné la cabeza para aceptar la observación del coronel. Cuando volví a levantar la cabeza, me di cuenta de que la impresión de tener a Carmody ante mis propios ojos me había impedido ver a los otros dos oficiales de los Dragones que lo acompañaban. Podría decir que estaba muy emocionado, pero eso no era una excusa. Debería haber advertido su presencia enseguida ya que conocía a ambos de vista, aunque nunca había hablado con ellos. Eran los Cameron.

La guerrera de más edad era Alicia Cameron. Aunque no había sido la primera en conseguir el nombre consagrado por nuestro fundador William Cameron —Malcolm, que había muerto en Luthien, se había hecho con ese honor—, era la mayor de la línea tras haber obtenido el nombre en un combate de reemplazo después de la muerte de Malcolm. El más joven, el capitán Harry Cameron, pertenecía a la segunda generación Cameron. Conservaba el nombre desde el primer combate de su segmento de edad, tras haber derrotado al propio hijo de William Cameron. Aunque hacía más tiempo que llevaba el nombre, dejó hablar primero a Alicia.

—Te felicito, Brian Cameron. Mi hermano Malcolm y yo te damos la bienvenida a la familia.

Tuve que humedecerme los labios para poder contestar:

—Es un honor.

Alicia sonrió, pero su sonrisa no era cordial como las de mis sibs.

—Has demostrado tu capacidad para conseguir el honor. Todavía no lo has obtenido.

Harry soltó una risita tras su comentario y dijo:

—Te felicito, Brian Cameron. Te doy la bienvenida a la familia.

El temor de que volvieran a herir mi recién estrenado orgullo hizo que probara con otra respuesta más segura.

—Gracias —dije.

Volvió a soltar una risita. Algo había cambiado en su actitud, aunque no sabía descifrarlo. Tendría que aprender; ahora eran mi familia. Tuve la sospecha de que se mostrarían reservados conmigo durante algún tiempo ya que, aunque sabían mis resultados, no me conocían. Sentí que no estaba preparado para que me pusieran a prueba.

Él coronel Carmody rompió aquel incómodo silencio al pedirme mi códex. Arranqué las etiquetas que tenía alrededor del cuello y se las pasé. Este las insertó en el lector que llevaba en el cinturón y tecleó una serie de instrucciones. Asintió mientras leía la pantalla.

—Muy bien, MechWarrior Brian Cameron —cerró el lector y me devolvió el códex—. Un Dragón debe estar siempre preparado para entrar en acción. Lleva tu equipo a la plataforma veintidós a las 1730.

Estaba atónito. Los MechWarriors nuevos obtienen una licencia, normalmente en Outreach. ¿Acaso ganar el Nombre de Honor merecía unas vacaciones fuera del planeta?

—¿Por qué, señor? Yo…

—Tienes órdenes, MechWarrior. Debes presentarte al coronel Wolf, que está a bordo de la Chieftain. Has sido asignado a su equipo como ayudante.

Debí balbucear otra pregunta, pero la verdad es que no me acuerdo. Lo que sí sé es que el coronel Carmody dijo algo más, pero tampoco recuerdo sus palabras. Creo que intentó alentarme. Mis recuerdos de las siguientes horas también son confusos, un remolino de felicitaciones y celebraciones. Carson y Lydia se aseguraron de que estaba en la plataforma veintidós a las 1720.

Cuando se fueron, levanté la vista hacia la gigantesca Nave de Descenso Chieftain. Su enorme forma ovoide reflejaba buena parte de las estrellas que brillaban en la oscura y fría noche de invierno en Outreach. Todavía recuerdo aquella sensación de sobrecogimiento. Y todavía siento el terror que la teñía. Sin embargo, no era la Nave de Descenso de clase Overlord la que provocaba aquellas emociones, sino lo que me esperaba dentro.

Tenía que estar al servicio de Jaime Wolf, el legendario comandante en jefe de los Dragones de Wolf. Era conocido en toda la Esfera Interior como el mejor, un MechWarrior experto y también un estratega que durante años había desconcertado a sus enemigos a la vez que ayudado a sus amigos. Nos había conducido a través del fuego para luego volvernos a sacar en más de una ocasión, consiguiendo no sólo que los Dragones sobrevivieran sino que estuvieran preparados para la lucha. Nos había convertido en los primeros mercenarios de la Esfera Interior. Los sibs lo llamábamos «el Lobo[1]» porque para nosotros era el arquetipo de gobernante implacable de un equipo; padre, guardián y líder al mismo tiempo.

Si desempeñaba correctamente mi trabajo, se darían cuenta. Inmediatamente. E incluso más inmediatamente si fallaba. Me vinieron recuerdos del fundador William. Estaría orgulloso, mientras yo no lo estropease. Si fallaba a los ojos de Wolf, no habría honor para mí. Deshonraría el nombre, y la familia pediría mi reemplazo. Perdería el derecho a llevar el Nombre de Honor Cameron. ¿Dónde iría entonces? Ninguno de los Dragones querría incorporar a un desgraciado sin nombre.

Ser un guerrero es conocer el miedo y, conociéndolo, seguir adelante. Aunque no tenía muchas ganas de encontrarme con el miedo y reírme en su cara, me eché el equipo al hombro y subí la rampa con decisión.