EL CABALLERO DE LA CARRETA
(Estructura episódica)
El caballero de la carreta no fue terminado por Chrétien. Ignoramos por qué motivo, aunque no han faltado numerosos intentos de explicación a nuestro parecer puramente hipotéticos. Lo cierto es que, a partir del verso 6.150, comienza a actuar sobre el texto otro autor, Godefroi de Leigni (quizá Lagny, cerca de Meaux), quien redacta, si no imagina, el resto de la narración, un millar de versos poco más o menos. Entre corchetes hemos anotado su nombre al margen del primer verso a él debido en el corpus de nuestra traducción. De la participación de este segundo romancier nos informa el propio Leigni en el epílogo de la novela (versos 7.098-7.112 de la edición Roques). Allí nos dice que él ha terminado (parfinee) el relato, de acuerdo siempre (par le boen gré) con Chrétien, qui le comança. Inmediatamente después indica que inició su tarea an ça ou Lanceloz fu anmurez, esto es, a partir del verso 6.150 antes citado.
No cabe duda de que lo narrado en los mil últimos versos, a más de la distancia expresiva y de calidades —notable, por cierto— entre Chrétien y Godefroi, presentan una cadena de episodios mucho menos sugestivos que los precedentes. Son necesarios, sí, desde el punto de vista convencional del relato, pero no dejan de ser pálidos reflejos ante la espléndida primera parte (zona de queste e iniciación) y ante ciertos pasajes de la segunda, como la noche de amor o la reunión festiva y bélica de Noauz. Quizá Chrétien dejase en manos de su discípulo la redacción de esta parte final, más ingrata desde una perspectiva estética, y así surgió a los ojos de la posteridad ese nombre, Godefroi de Leigni, y esa imagen borrosa de clérigo-poeta que hoy es inevitable a la hora de coleccionar imágenes eruditas del primer Lancelot. El estilo, sin duda, pierde en intensidad y se nos antoja un tanto desmañado: son los riesgos del taller, en pintura como en literatura[37].
Hecha esta salvedad ineludible, pasemos a describir la estructura episódica de la novela. La acción tiene lugar en dos topónimos más o menos fabulosos. El primero es el reino de Logres (galés «Lloegr» o «Lloegyr»), y designa aquella parte de Inglaterra (sudeste) fronteriza con el país de Gales, y también Inglaterra en general. El segundo es Gorre o Goirre, reino de Baudemagus, quizá relacionable con la Isla de Cristal (país del Otro Mundo céltico identificado —como Avalon— con Glastonbury, en el condado de Somerset), al noroeste de Logres.
1. Advertencia Liminar (versos 1-29)
Alabanzas metaliterarias de María, condesa de Champaña. De ella proceden la matiere y el san —dice Chrétien— del relato que va a comenzar.
2. La corte de Arturo (30-223)
Es la corte de Arturo, un día de Ascensión. Un caballero se presenta de improviso, un caballero sin nombre y rebosante de jactancia[Meleagante], Formula un desafío: tiene prisioneros en Gorre, su patria «de donde nadie vuelve», un número considerable de vasallos —inclúyense doncellas, damas y caballeros— de Arturo; si el rey quiere volver a verlos en Logres, de regreso, ha de enviar a Ginebra, su esposa, a un bosque vecino, bajo la protección de uno de sus paladines; el desconocido medirá sus fuerzas con el campeón de la reina; en caso de que venza este último, todos los cautivos serán puestos en libertad; si Meleagante sale victorioso, Ginebra le acompañará a su reino, en calidad de prisionera como los demás. El senescal de la corte, Keu, hermano de leche del monarca, obtiene el favor de responder a tan impertinente provocación.
3. En busca de la reina Ginebra (224-320)
Galván y Arturo, preocupados por la suerte de la reina y de Keu, parten en su busca por la floresta. Pronto, el caballo ensangrentado del senescal les habla de la catástrofe. Galván se destaca del grupo de los perseguidores y puede ver a otro caballero[Lanzarote, sin nombre hasta el verso 3660] tras la pista del raptor de Ginebra. Le presta un caballo y se separan de nuevo.
4. El caballero de la carreta (321-429)
Desmontado en una emboscada por los esbirros de Meleagante, Lanzarote se ve obligado a continuar a pie. Encuentra en seguida una carreta conducida por un enano repugnante. Al ser preguntado por el caballero, el conductor responde que su curiosidad será satisfecha si se atreve a subir a la carreta. (Hay que decir que la carreta era en aquellas épocas una especie de picota en movimiento, y que se cubría de deshonra quien subiese a una de ellas). Por tanto, el héroe se debate entre Reisons y Amors: triunfa este último. Así, pues, Lanzarote queda convertido en Caballero de la carreta por amor de su dama, guiado por el único afán de proseguir su búsqueda. Por su parte, Galván, que ha alcanzado de nuevo a Lanzarote, sigue, montado en su caballo, el camino de tan vergonzoso vehículo.
5. El lecho prohibido (430-579)
Llegan a un castillo. Las gentes confunden a Lanzarote con un condenado a muerte. Poco después, una hermosa y hospitalaria doncella les da la bienvenida. Se acerca la noche y, después de cenar, la bella ofrece lecho confortable a los viajeros. Junto a ambos lechos puede verse un tercero, riquísimamente ataviado, en el que la joven prohíbe descansar a los héroes. Lanzarote a pesar del peligro, se acuesta sobre el lecho vedado. A medianoche, una lanza terminada en pendón de fuego está a punto de atravesarle. No obstante, evita el hierro y extingue las llamas, superando esta prueba mortal y conciliando un sueño tranquilo hasta el día siguiente. Al amanecer, tiene ocasión de contemplar, inclinado sobre una ventana, la comitiva de Meleagante: Keu herido, la reina y el felón. A punto está de caer abajo desde la ventana: Galván lo impide en el último instante. Acto seguido, continúan su peregrinación en pos de Ginebra. La doncella del castillo le proporciona a Lanzarote caballo y lanza nuevos.
6. E l reino de baudemagus (598-709)
En una encrucijada encuentran a una segunda doncella. Ésta les informa de los dos únicos y terribles accesos a Gorre, el país del rey Baudemagus. El Puente de la Espada corta como una hoja de acero, y el Puente bajo el Agua está sumergido en plena corriente. Ambos caballeros escogen su destino: Galván elige el agua, y Lanzarote la espada. Antes de partir, prometen a la doncella sendos galardones.
7. E l paso del vado (710-930)
Inmerso en sus desolados pensamientos, Lanzarote no advierte que un caballero le prohíbe el paso por un vado de un río. Tan ensimismado está que sólo reacciona al verse en el agua, desmontado por su enemigo. Combaten. Al final es Lanzarote el vencedor, pero, por ruego de una tercera doncella que acompaña al guardián del vado, no da muerte a su adversario. A cambio de la vida y de la libertad de su caballero, la doncella ofrece el don que guste al victorioso paladín. Éste acepta el ofrecimiento y prosigue su camino.
8. La doncella hospitalaria (931-1280)
Al caer la noche, encuentra Lanzarote a una cuarta doncella. La joven le brinda hospitalidad, a condición de compartir con él su lecho. Llegan al castillo, y la doncella se retira a desvestirse a sus habitaciones. En ese instante, Lanzarote oye gritos: un caballero intenta violentar a su anfitriona, desnuda sobre el lecho. Varios esbirros protegen su cobarde acción. En duro combate, Lanzarote consigue llegar junto a la doncella. Entonces ésta despide a los supuestos asaltantes: todo ha sido un engaño, una prueba más en el riguroso camino de iniciación del héroe hacia su amada. Pronto se acuestan juntos. Pero Lanzarote no la roza siquiera. Al cabo, la doncella comprende —bien a su pesar—, y se dispone a ayudar al caballero en la difícil empresa que se ha propuesto llevar a término.
9. El peine de marfil y los cabellos de oro (1281-1495)
Acompañado por la tentadora doncella del castillo, llega Lanzarote junto a una fuente y una escalinata. Sobre la escalinata había un peine de marfil que conservaba un puñado de cabellos, rubios como el oro, de la reina Ginebra. Los excesos sentimentales del héroe al conocer la procedencia de esos cabellos alcanzan límites de locura: poco falta para que no caiga del caballo. Regala el peine a la doncella, y él aprieta contra su pecho los cabellos de su dama, besándolos una y mil veces.
10. El pretendiente de la doncella (1496-1828)
La doncella y Lanzarote se aventuran por un camino muy estrecho. Allí les cierra el paso un caballero enamorado de la joven, quien intenta llevársela consigo por la fuerza. Lanzarote se opone. El combate de ambos se aplaza, dadas las precarias condiciones del lugar, hasta llegar a un paraje más favorable. Llegan a una pradera. Caballeros y damas juegan, cantan y bailan sobre la hierba, en gratísima reunión. Allí está el padre del pretendiente de la doncella. No sé qué oculta premonición hace que el viejo caballero prohíba a su hijo combatir contra Lanzarote (quizá una inexplicable noción del privilegiado destino del héroe). Lo cierto es que, mientras los circunstantes comentan burlonamente la presencia del Caballero de la carreta —todos parecen estar informados de este hecho vergonzoso—, el padre del pretendiente impide el combate (que decidiría la suerte de la doncella) entre su hijo y Lanzarote. Sin embargo, padre e hijo deciden seguir al héroe y a la joven a distancia, por comprobar la misteriosa naturaleza de la empresa que guía a Lanzarote, el objeto de su queste.
11. El cementerio futuro (1829-2010)
La doncella y el héroe llegan junto a una iglesia. Queda ella al cuidado de los caballos, y Lanzarote entra en el templo con intención de orar. Allí encuentra a un monje de avanzada edad, quien le conduce a un cementerio adyacente al coro, rodeado de muros. En él pueden verse los epitafios de diversos héroes artúricos. Epitafios que son cenotafios, pues aún no descansan bajo esas inscripciones los cuerpos de los guerreros. El tiempo de este camposanto es el temido Mañana, y la atmósfera que se respira es la del más puro relato fantástico. Sin embargo, Lanzarote está ahí, revisando las tumbas de sus amigos en compañía de un monje centenario. Aún está vivo, y sigue caminando hasta llegar a su propia tumba. Allí consigue levantar la enorme losa reservada a aquél que liberará a los cautivos de Meleagante, pulida para él desde el comienzo de los siglos. La profecía que se cumple exige el nombre de quien le ha dado cumplimiento: pero no puede ser, un caballero como Lanzarote es Nadie hasta recuperar a su amada. El monje queda chasqueado, y se diría que la doncella, fuera del cementerio, siente un escalofrío. Después llegan el padre y el hijo enamorado: hizo bien este último en no enfrentarse con el héroe. Y la doncella se despide: otra vez solo.
12. Un vavasor afable (2011-2186)
Tras el encuentro con lo inefable, Lanzarote se topa con lo afable. Lo afable está aquí personificado en un hospitalario vavasor de Logres, cautivo por lo tanto (nos hallamos en Gorre), que vuelve de caza. Sin dudarlo, ofrece albergue a Lanzarote. Una vez en su casa, identifica al héroe como el caballero que ha venido al reino de Baudemagus en busca de la reina, y se presta a informarle acerca del camino a seguir en adelante. Antes de llegar al Puente de la Espada habrá de atravesar el Paso de las Rocas, un desfiladero peligroso en extremo. Dos de sus hijos le acompañarán en lo sucesivo. El héroe se lo agradece de corazón.
13. El paso de las rocas (2187-2256)
Llegados al desfiladero, después de haberse levantado muy temprano, Lanzarote y sus compañeros encuentran dificultades: desde una fortificación enemiga, surge un caballero armado que se precipita sobre el héroe, reprochándole al mismo tiempo la deshonrosa aventura de la carreta. Pronto es vencido y muerto por Lanzarote. Los demás no oponen resistencia. El Paso de las Rocas es, así, franqueado.
14. El traidor (2257-2366)
Poco después, un hombre se ofrece a darles albergue por esa noche. Ése hombre es un traidor, y ellos lo ignoran. Mientras cabalgan en su compañía, un escudero les informa de la rebelión de los cautivos de Logres contra sus carceleros de Gorre: mucho les place la noticia. Caminan hacia una fortaleza erigida sobre un montículo. Nada más entrar ellos, alguien deja caer unas puertas corredizas sobre sus talones: han sido traicionados. Pero Lanzarote lleva un anillo en el dedo, un anillo mágico que le regaló un hada. Piensa que ha sido encantamiento y que su anillo dará al traste con él. Pero no ha habido magia, sólo traición. Entonces logran alcanzar una poterna, rompiendo con sus espadas la barra que la clausuraba. Ya están a salvo: hora es de reunirse con los rebeldes y brindarles su ayuda sin condiciones.
15. La batalla y el debate (2367-2565)
Con la ayuda de Lanzarote y los dos hijos del vavasor afable, el campo es pronto de los de Logres. Comienza entonces el debate: ¿quién hospedará a tan sobresaliente caballero, quién tendrá el privilegio de albergar a su salvador? El héroe ha de intervenir personalmente para aplacar los ánimos de quienes con tanta vehemencia pugnan por brindarle hospedaje. Por fin logran partir, él y sus dos acompañantes. Esa noche se alojan en casa de otro vavasor hospitalario.
16. El caballero orgulloso (2566-2778)
Están sentados a la mesa de su huésped cuando se presenta un caballero, quien, desdeñosamente, insulta a Lanzarote por el pasado episodio de la carreta y se mofa de su intención de atravesar el Puente de la Espada. La provocación obtiene respuesta. Combaten. Lanzarote es el vencedor. Pero no le da muerte: aún puede salvarse si (es la ironía del héroe) sube a una carreta.
17. La doncella de la mula(2779-3006)
En ese instante llega una doncella a lomos de una mula. Su pretensión se manifiesta: quiere la cabeza del caballero orgulloso (tiene sus motivos para ello). Lanzarote se debate entre la piedad hacia el vencido y la cortesía para con la dama. Opta por perdonar a su enemigo, a condición de enfrentarse de nuevo con él, una vez armado, sin mediar tregua alguna. El orgulloso dice que le place. Este segundo combate sí es decisivo, y Lanzarote puede entregar a la doncella la cabeza de su ofensor. Semejante don tendrá más tarde consecuencias muy importantes (cf. § 32). Pronto desaparece la doncella, y Lanzarote y sus compañeros se retiran a casa del vavasor. Al amanecer, encaminan sus pasos al Puente de la Espada, adonde llegan al declinar el día.
18. El puente de la espada[38] (3007-3180)
El filo de dos lanzas en longitud y dos terribles leones al otro lado del puente esperan a Lanzarote. Sus compañeros quieren hacerle desistir: todo es en vano. El héroe se despoja de su armadura, afronta su aventura con las manos y los pies desnudos. Si no lo hiciera así, caería al fondo de ese río maldito que le separa de Ginebra: una vez más, el héroe viaja a los Infiernos (es Gilgamesh, Orfeo, Ulises, Heracles), y sabrá regresar del Otro Mundo, no lo dudéis. Llagado y maltrecho, alcanza la orilla deseada. Los leones no existen. Su anillo le confirma que no eran sino alucinaciones, visiones fruto de un encantamiento. Amor le ha guiado, y toda una confusa genealogía feérica (por si el Amor no fuera por sí solo un Virgilio irreprochable) le ha brindado su apoyo en tan difícil trance. Baudemagus, espejo de monarcas, y su hijo, el perverso Meleagante, han seguido desde una torre las incidencias de tan memorable hazaña.
19. Baudemagus y Meleagante (3181-3489)
Es la hora de la disputa entre el rey bueno y justo y el príncipe desleal. Baudemagus insta a Meleagante a devolver a la reina. Éste se niega a hacerlo. Por fin, pese a los esfuerzos pacificadores del monarca, se decide que la suerte de Ginebra se solventará en un duelo a muerte entre el felón y Lanzarote. Baudemagus, cortésmente, hace curar las llagas que atormentan al héroe desde que atravesó el Puente de la Espada. El combate es fijado para el día siguiente.
20. Combate singular (3490-3898)
Las heridas de Lanzarote hacen cobrar ventaja a Meleagante en un primer momento. Una doncella de Ginebra pregunta entonces a la reina, que contempla el combate desde una ventana, cuál es el nombre de su campeón. Ella le responde: Lanzarote del Lago. Es la primera vez que oímos ese nombre a lo largo de la novela (v. 3660). Acto seguido, la doncella llama al héroe por su nombre, invitándole a mirar hacia la ventana que ocupa Ginebra. Desde el instante en que la ve, Lanzarote, extasiado, no se defiende. Pero la doncella le recrimina su insensata conducta. Entonces el héroe, sin dejar de mirar a su dama, logra la victoria sobre Meleagante. A punto está de darle muerte cuando la intercesión de Ginebra, a quien se lo ha rogado Baudemagus, detiene su brazo. El felón insiste en sus ataques, por más que Lanzarote no le golpea ya. Por fin, son separados. Y estipulan un pacto de común acuerdo: la reina será liberada, a condición de que, al cabo de un año, tenga lugar entre ambos contendientes un nuevo combate, esta vez en la corte de Logres.
21. Lanzarote y Ginebra (3899-4106)
Junto con Ginebra, son liberados los demás cautivos. Entonces el rey Baudemagus conduce a Lanzarote a la presencia de la reina. Ésta le dispensa la más cruel de las acogidas: no se digna mirarle ni dirigirle la palabra. Para ella es un juego, pero Lanzarote queda completamente destruido. Después visita a Keu, convaleciente aún de su derrota ante Meleagante. Tampoco el senescal puede explicarse el desdén (aparente) de Ginebra hacia su salvador. Lanzarote, deshecho, decide partir en busca de Galván hacia el Puente bajo el Agua.
22. Las dos muertes ficticias (4107-4400)
Pensando obrar de acuerdo con su monarca, las gentes de Gorre prenden a Lanzarote y a sus seguidores. Se difunde la falsa noticia de que el héroe ha muerto a manos de sus enemigos. El dolor de la reina al conocer la nueva es indescriptible. Su cruel acogida —piensa ella— ha sido la única causa de la muerte de su amado. Se abstiene de comer y beber, tantos rigores se administra así misma que hay quien cree que ha exhalado su último suspiro. La noticia de su falsa muerte llega a su vez a Lanzarote, quien, tras un formidable y desesperado monólogo, intenta suicidarse. Afortunadamente, sus guardianes impiden que se quite la vida.
23. La cita (4401-4532)
Conducido por sus raptores, Lanzarote regresa junto a la reina. Baudemagus promete vengar cumplidamente la afrenta que sus gentes han infligido al héroe. La hora de la reconciliación entre los amantes ha llegado. Lanzarote dudó, aunque sólo fuese un instante, en subir a la carreta: por ello no había querido Ginebra hablarle ni concederle una sola mirada. El caballero se disculpa. Pero se hace preciso concertar una cita: esa noche podrán hablar a su placer en la ventana de la reina. Exultan de alegría los enamorados ante la próxima entrevista.
24. Una noche de amor (4533-4736)
Es la noche de amor entre Ginebra y Lanzarote. Lanzarote abandona su posada y se dirige hacia su cita. Llegado a la ventana, unos barrotes de hierro le separan de su amada. Le pide licencia para romperlos: ella se la concede muy de su grado. Lo consigue, pero no sin herirse los dedos con el filo cortante de la reja. Entra en seguida en la cámara de la reina. Lo que resta es su noche de amor, noche en extremo deleitosa, noche de «secreta alegría» (vv. 4674-4684). Al amanecer, han de separarse. La sangre que mana de las llagas digitales de Lanzarote ha manchado las sábanas de Ginebra. Ello traerá funestas consecuencias.
25. Defendiendo el honor de la reina (4737-5043)
Meleagante ve las manchas de sangre en el lecho de la reina. Por otra parte, las heridas de Keu, que duerme en la misma sala, se han abierto durante la noche, y también están ensangrentadas sus sábanas. El felón extrae sus propias conclusiones, acusando a Ginebra y a Keu de adulterio. El senescal lo niega, y está dispuesto, a pesar de su debilidad, a probar su inocencia con las armas en la mano. Pero la reina ha mandado llamar a Lanzarote. Él será el encargado de lavar el honor de su dama. Ambos rivales juran por las reliquias de los santos lo que pretenden evidenciar con su triunfo en el duelo. Combaten. Lanzarote obtiene la victoria una vez más. La intercesión de Baudemagus, a través de Ginebra, salva la vida del felón. Todo queda pendiente, en lo que a un definitivo arreglo de cuentas se refiere, del combate fijado para un año más tarde en la corte de Arturo.
26. La traición del enano (5044-5236)
Lanzarote y un nutrido grupo de caballeros se dirigen de nuevo al Puente bajo el Agua en busca de Galván. A una legua de su destino, aparece un enano que invita a Lanzarote a acompañarle, solo, a un lugar —dice— muy bueno para él. El héroe cae en la trampa: ese enano es un traidor al servicio de Meleagante. Cuando los compañeros de Lanzarote consiguen sacar a Galván del agua en que había caído, no hay rastro ya del que fuera caballero de la carreta.
27. El regreso de los cautivos (5237-5358)
Una carta engañosa recibida en la corte de Baudemagus insta a Ginebra y a sus compatriotas a regresar a Logres: según la misiva, Lanzarote les espera en la corte de Arturo. El objetivo de Meleagante con esta nueva estratagema es privar al héroe de todo socorro por parte de Galván, Keu y los demás. Los ex-cautivos regresan a su patria alborozados. Al llegar allí, la alegría se torna duelo: Lanzarote no ha sido visto en Logres desde antes del rapto de la reina.
28. Las doncellas de Logres (5359-5574)
Las damas y doncellas del país de Arturo organizan un torneo, con el beneplácito y la asistencia de la reina Ginebra, en Noauz. Es hora de que las más jóvenes contraigan matrimonio con los más valientes de entre los justadores, la noticia del torneo se expande por todas partes: llega por fin a casa del senescal de Meleagante donde está prisionero Lanzarote. Éste suplica a la esposa del senescal que le permita asistir a tan apetecible certamen. La dueña, después de requerir de su cautivo trato amoroso sin resultado, le concede permiso, a condición de que regrese nada más finalizar la reunión. Él lo promete así, y parte hacia Noauz con las armas bermejas y el caballo que le proporciona la dama, propiedad de su marido ausente. Llegando a su destino, logra pasar inadvertido de la multitud. Sólo un heraldo le reconoce, mientras descansa en su posada. Lanzarote le ordena guardar silencio respecto a su identidad. El heraldo grita entusiasmado por todas partes: Or est venuz qui l’aunera! (cf. nota ad loc. de nuestra traducción).
29. El torneo (5575-6056)
En la primera jornada, el Caballero de las Armas Bermejas[Lanzarote] obtiene un triunfo señalado sobre los demás. La reina, deseando comprobar si se trata de su enamorado, ordena que le diga de su parte: au noauz («lo peor posible»). Lanzarote obedece y rehuye el combate desde ese momento. Las gentes, enardecidas por su anterior comportamiento, no ven en su actitud sino cobardía. Al término de la jornada, todos se mofan de él. A la mañana siguiente, numerosos caballeros que no tomaban parte en el torneo describen brillantemente ante la reina los blasones de los justadores[39]. Comienza la segunda jornada: también en ella sigue Ginebra experimentando sumisiones extremas con su caballero, manejando sus hilos a placer, como si se tratara de un títere[40]. Todavía le ordena: au noauz. Pero más tarde: au mialz («lo mejor posible»), y Lanzarote obtiene una rotunda victoria en el torneo. Por su parte, el heraldo no cesa de gritar, ebrio de júbilo: Or est venuz qui l’aunera!, y las doncellas hacen votos de no desposar a nadie en un año, si no es al bravo Caballero de las Armas Bermejas. Aprovechando la confusión reinante, Lanzarote se va. Debe regresar a su prisión: lo ha prometido a la mujer del senescal de Gorre.
30. La torre junto al mar (6057-6146)
A la vuelta de Lanzarote, Meleagante es informado de su participación en el torneo de Noauz. Su ira no conoce límites. Para evitar que pueda escaparse de nuevo hace construir una torre a la orilla del mar, sin otro vano que una pequeña ventana por donde deslizar una comida escasa. Allí manda encerrar a su enemigo.
31. Meleagante en la corte del rey Arturo (6147-6373)
Llega el felón a Logres a reclamar el duelo concertado con Lanzarote. Galván responde a sus insolencias, ofreciéndose a tomar el lugar de su amigo, en caso de que el héroe no estuviese presente la fecha del combate. Vuelve Meleagante a la ciudad de Baudemagus. Allí discute con su padre (éste ignora que tiene cautivo a Lanzarote), quien le echa en cara su orgullo desmedido y su locura. Hay que advertir que, aproximadamente a partir del v. 6150, Godefroi de Leigni —como arriba dijimos— ha tomado el relevo de la historia.
32. En busca del héroe cautivo (6374-6706)
Pero una hermana de Meleagante ha oído la discusión entre padre e hijo. No es otra que la doncella de la mula, a la que Lanzarote entregó (cf. § 17) la cabeza de su enemigo, el caballero orgulloso. A lomos de una veloz mula (parece su medio habitual de desplazamiento) la joven parte en busca de Lanzarote: no cesará hasta encontrarle. Ha buscado por todo el país, y llega por fin a la torre junto al mar donde está el héroe prisionero. Después de asegurarse que es él quien está dentro, le procura un sólido pico para que ensanche la única abertura de la torre, por donde logra salir. Libre de nuevo, la doncella conduce a Lanzarote a una mansión, donde repone fuerzas el héroe. Allí le baña, le viste y le proporciona un magnífico caballo: su deuda, pues, ha sido saldada.
33. El combate final (6707-7097)
Se ha cumplido el año de plazo, y Meleagante se presenta de nuevo en la corte de Arturo. Ni rastro hay de Lanzarote. Galván empieza a armarse para el encuentro decisivo. Pero he aquí que, en el último instante, llega Lanzarote. La alegría desborda por todas partes. En esta ocasión el héroe, que da a conocer a todos los presentes la traición de Meleagante, no perdona al felón: su cabeza rueda por tierra. Así termina el relato propiamente dicho.
34. Epílogo (7098-7112)
Godefroi de Leigni se confiesa responsable de El caballero de la carreta a partir de que Lanzarote fuese encerrado en la torre. En todo momento obró de acuerdo en su redacción con las prescripciones de Chrétien, su maestro. Fin de la novela.