Sentado en el sofá con los brazos colgando y las piernas doloridas. Marc miraba a los policías ocuparse de Paul Merlin. Había pedido que avisaran inmediatamente a Loisel y que pasaran a buscar a Louis Kehlweiler, apostado en ese momento en la calle del Soleil. Julie, sentada a su lado, parecía, si no desbordante de energía, al menos en mucho mejor forma que él. Le pidió tres aspirinas o cualquier cosa que encontrara para calmar la atroz migraña que le estaba desmontando el ojo izquierdo. Julie le deslizó el vaso de agua en la mano y le pasó uno a uno los comprimidos, de tal modo que uno de los policías, que llegó más tarde, creyó que el agredido había sido él.
Cuando la migraña aflojó un poco su tenaza, Marc miró a Merlin, que, flanqueado por dos policías, movía sus labios de batracio de manera incoherente y mecánica. Una mosca en el casco, no cabía duda, una mosca monstruosa, tan espantosa como la que había dibujado en Nevers. Ese espectáculo reafirmó en Marc su terror a los sapos, aunque supiera confusamente que eso no tenía nada que ver. Julie era bonita a rabiar. Se mordía los labios, con la mirada pilla y las mejillas moradas de emoción. Ella no había tomado aspirina ni nada, y Marc estaba francamente patidifuso.
Esperaban a Loisel.
Llegó con tres de sus hombres escoltándolo, seguido poco después por Louis, a quien un coche de la policía había ido a buscar. Louis corrió hacia Marc, que, un tanto ofendido, le señaló que no era él la víctima, sino la joven sentada a su lado. Loisel se llevó a Julie a la habitación de al lado.
—¿Has visto dónde estamos? —dijo Marc.
—En la calle del Comète. Somos gilipollas.
—¿Y has visto quién es?
Louis miró a Merlin y asintió con gravedad.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Con tus tabas. Te lo contaré en otro momento.
—Cuéntalo ahora.
—Remonté todo el camino de las tabas —dijo—. Clément juega. ¿Quién le enseñó a jugar? Ésa es la pregunta. No fue Marthe, que no tiene ni idea. En el instituto, había un fulano que jugaba con él a las cartas, a los dados, a «cosas sencillas»…
Marc alzó la mirada hacia Louis.
—¿Recuerdas que Merlin te lo contó? Clément jugaba con Paul Merlin. Y Paul Merlin jugaba a las tabas, eso era seguro. En su despacho, atrapaba las monedas entre los dedos, ¿recuerdas esa manía? Luego las reunía en la palma de su pataza y volvía a atraparlas. Así, así —dijo Marc apretando los dedos—. Fui corriendo a su casa y lo esperé.
La policía se llevaba a Merlin, y Marc se levantó. A nadie se le había ocurrido apagar la televisión, y Charlton Heston batallaba duramente en las murallas del fuerte. Marc recogió el tubo de plomo que se había quedado en el suelo.
—¿Has venido con esto? —preguntó Louis un tanto espantado.
—Sí. Un arma estupenda.
—¿Esta mierda de plomo?
—No es una mierda, es el bastón de estoque de mi bisabuelo.