XV

Apoyada en la pared de su edificio de la calle Delambre, Gisèle fruncía sus gruesas cejas examinando el periódico.

—¡Joder! —masculló—, no me equivoco. Es él. No es por nada, pero es él.

La sorpresa la hizo tambalearse. Necesitaba pensar. El crío de Marthe no se andaba con chiquitas. Eso daba mucho que pensar.

Un cliente se aproximaba con paso lento. Lo reconoció, lo veía más o menos una vez al mes. En cuanto llegó hasta ella, Gisèle le dijo que no con la cabeza.

—No es que pueda permitirme rechazar al personal —dijo Gisèle—, pero no puedo. Pásate en otro momento.

—¿Por qué? ¿Esperas a otro?

—¡Que no puedo, te he dicho! —exclamó más fuerte Gisèle.

—¿Y por qué no puedes?

—¡Porque estoy pensando! —vociferó Gisèle.

Curiosamente, en lugar de responder, el tipo se fue de inmediato. «Tiene gracia», se dijo Gisèle, «a los hombres no les gustan las mujeres que piensan. Y tienen razón, porque cuando estoy pensando, más vale que no me toquen las narices».

La joven Line, al oír gritar a Gisèle había venido desde la bocacalle.

—¿Algún problema, Gisèle?

—Que no, que no tengo problemas. Mira, eres muy maja, pero si te necesito ya te llamaré.

—Oye una cosa, Gisèle —añadió Line—, tengo una duda tremenda desde esta mañana.

—Pues no tengas muchas, que ahuyentan a la clientela.

—¿No has visto el periódico?

—¿Qué pasa con el periódico? Sí, lo he visto. ¿Y qué?

—El tipo que buscan por el asesinato de las dos chicas… ¿lo has mirado?

—Pues claro.

—¿Y no te suena?

—Pues no —dijo Gisèle con aplomo.

—Sí, mujer, acuérdate… Es el tipo del otro día, el acordeonista que buscaba a la vieja Marthe. ¡Te juro que es él!

—¡No jures! Eso está muy mal.

Gisèle abrió de nuevo el periódico con gesto brusco y miró el retrato robot.

—Pero qué dices, Line, por favor, qué va a ser él. No es por nada, pero no es él en absoluto. Tiene cierto aire, no te digo yo que no, pero por lo demás no tiene nada que ver. No es por nada.

Desorientada por la seguridad de la gorda Gisèle, Line miró de nuevo el retrato. No estaba loca, ¿no? Era el mismo tipo. Sí, pero Gisèle, Gisèle que siempre tenía razón, Gisèle que le había enseñado todo…

—¿Qué? —le espetó Gisèle volviendo al ataque—, ¿vas a quedarte petrificada mirando a este hombre?

—Pero ¿y si fuera él, Gisèle?

—Que no es él, a ver si te metes esto en la cabeza de una puñetera vez. Porque el tío que vimos el otro día —dijo Gisèle agitando su dedo delante de la cara de Line— es el chaval de la vieja Marthe. Y no irás a pensar que el chaval de la vieja Marthe, que es una institución en el barrio, va a andar por ahí apuñalando chicas, con toda la educación que ha recibido, ¿no?

—No —dijo Line.

—¡Pues entonces! ¿No ves que estás diciendo chorradas?

Viendo que Line se quedaba callada, Gisèle volvió a la carga, con un tono más grave.

—Oye, Line, chata, no estarás pensando, por casualidad, entregar a un inocente a la pasma, ¿verdad?

Line miró a Gisèle un poco inquieta.

—Porque si lo haces ya puedes despedirte de tu trabajo. Así que si quieres mandarlo todo a hacer gárgaras por no saber diferenciar un pollo de un pato, tú misma que ya eres mayorcita.

—Vale, Gisèle. Pero ¿me juras que no es el mismo tipo?

—Yo nunca juro.

—Pero no es el mismo, ¿no?

—No, no es el mismo. Además, ¿sabes qué te digo?, que me des tu periódico, no te vaya a dar ideas.

Gisèle siguió con la mirada a la joven Line, que se alejaba. La chica iba a quedarse calladita. Aunque con los jóvenes nunca se sabe. Iba a tener que vigilarla de cerca.