—Busca una mesa tranquila —dijo Louis entrando en el café, en la plaza de la Bastille—. No nos interesa hacer publicidad de nuestros mugrientos líos. Voy a telefonear, pide la comida.
Louis se reunió con Marc unos minutos después.
—Tengo cita con el comisario de división del distrito 9 —dijo sentándose—. Es el sector del segundo asesinato, el de la Tour-des-Dames.
—¿Qué le vas a decir?
—No le voy a decir nada, voy a escuchar. Quiero saber lo que piensa la policía de estos dos asesinatos, cuáles son sus hipótesis, en qué punto están. Puede que ya hayan hecho el retrato-robot. Me gustaría verlo.
—¿Y el comisario de división te va contar todo esto?
—Creo que sí. Trabajamos juntos cuando estuve en Interior.
—¿Qué pretexto le vas a dar?
Louis vaciló.
—Diré que esos asesinatos me recuerdan algo pero no sé qué. Alguna tontería así. No tiene importancia.
Marc hizo una mueca.
—Que sí, que será suficiente. El comisario me aprecia, saqué a su hijo de una situación difícil hace ya ocho años.
—¿De qué tipo?
—Vendía a una microbanda de cabezas rapadas un crack fulminante, un auténtico matarratas. Lo saqué de allí justo antes de la redada.
—¿A santo de qué?
—A santo de que era hijo de madero, y de que eso podría resultarme muy útil.
—Muy bonito.
Louis se encogió de hombros.
—No era un tío peligroso. No tenía el perfil.
—Eso es lo que se dice, y luego…
—Sé de qué hablo, ¿no? —dijo Louis en un tono más brusco, alzando la mirada hacia Marc.
—Vale, vale —dijo Marc—. Comamos.
—Nunca lo he vuelto a ver metido en trapicheos, y no me fastidies con tus escrúpulos de monja. Lo que cuenta ahora es el espantoso follón en que se ha metido Marthe. Necesitamos información de la policía. Es crucial averiguar adónde van para saber adónde vamos. Supongo que la policía, como los periodistas, busca a un asesino en serie.
—¿Tú no?
—No, yo no.
—Sin embargo, no tiene nada de un ajuste de cuentas. Elige a las mujeres al azar.
Louis hizo un gesto con la mano mientras engullía rápidamente unas patatas fritas. No solía comer con precipitación, pero tenía prisa.
—Claro —dijo—. Pienso lo mismo que tú y que todo el mundo: es un pirado, un maníaco, un obseso, un psicópata sexual, llámalo como quieras. Pero no es un asesino en serie.
—¿Quieres decir que no matará a más?
—Al contrario. Matará a más.
—Mierda. A ver si nos entendemos.
—Es una cuestión de cuentas, ya te explicaré —dijo Louis bebiéndose apresuradamente la cerveza—. Salgo pitando. Por favor, llévate las cosas del muñeco de Marthe a tu casa, comprenderás que no puedo cargar con ellas si tengo que ir a la comisaría. Espérame allí, ya te daré noticias.
—No vengas antes de las ocho, estaré en el trabajo.
—Es verdad —dijo Louis volviéndose a sentar—. Creo que has encontrado trabajo, ¿no? ¿Como historiador?
—Como historiador no. Como limpiador.
—¿Como limpiador? ¿Qué quieres decir?
—Estoy hablando en francés por mi parte, Louis. Como limpiador. Llevo tres semanas de chacha a dos tercios de jornada. Aspirar, quitar el polvo, encerar, sacar brillo, fregar, enjuagar. Y me llevo ropa para planchar en casa. Y ahora eres tú el que pone cara de monja. Vete a pensar a la comisaría, que a mí me esperan los cristales.