SE acepta generalmente que grandes porciones de la superficie de la Tierra estuvieron en alguna época bajo el agua, y que otras que ahora están sumergidas fueron parte de la superficie terrestre. Esto ya fue advertido por los naturalistas de la Antigüedad, cuando encontraron restos fósiles en el desierto, y por los de nuestra época, que han hallado esqueletos de ballenas en zonas tan al interior de los continentes como Minnesota e incluso las montañas del Himalaya. Por otra parte, existen amplias pruebas de que el desierto del Sahara fue alguna vez un mar interior. Existe, pues, un acuerdo general en cuanto a los intercambios en gran escala entre la tierra y los océanos ocurridos en el mundo entero, pero hay un aspecto que resulta particularmente importante para el estudio de los cambios de nivel en la tierra y el mar ocurridos dentro del Triángulo en épocas comparativamente recientes, y es el relativo a la oportunidad exacta en que se produjeron.
Sabemos que durante la edad de los hielos existía un enorme volumen de agua del océano dentro de la zona de glaciares de una profundidad de varios kilómetros que cubrían grandes extensiones del Hemisferio Norte, que estaba congelada. Hace unos 12.000 años, cuando los glaciares comenzaron a derretirse, debido a cambios de clima cuyas causas no están claras todavía, las aguas del planeta se elevaron, sumergiendo islas y tierras de la costa, convirtiendo istmos en estrechos y grandes islas en llanuras submarinas. Se estima que el nivel de las aguas del océano era unos 200 o más metros más bajo que el actual, en el momento en que el Tercer Glaciar comenzó a derretirse. Además, muchas tierras que estuvieron alguna vez sobre las aguas pueden haber quedado aún por debajo de ese nivel, debido a la actividad volcánica que se produjo, en el mismo momento, o con posterioridad a la inundación, para usar la terminología bíblica utilizada quizá para describir estos acontecimientos.
Casi todas las razas y tribus del mundo han conservado vivas narraciones acerca de las anteriores destrucciones universales causadas por incendios, inundaciones, terremotos, explosiones o trastornos y mutaciones de la Tierra toda. En la mayor parte de los casos, sólo un superviviente, junto con su familia y algunos animales elegidos, han logrado iniciar una nueva vida, como lo hiciera Noé, en un nuevo mundo, una vez que las perturbaciones cesaron y las aguas recuperaron su nivel. Pero Noé fue sólo un superviviente, el que resultaba familiar a los herederos de la tradición religiosa judeocristiana. Hubo otros muchos que escaparon a las mismas o similares catástrofes, como por ejemplo Deucalión, de la mitología griega, que repobló la tierra esparciendo piedras; Baisbasbata, el superviviente de la inundación de que se habla en el Mahabharata de la India; Ut-napishtim, de la leyenda babilónica, cuya historia se parece mucho a la de Noé; Yima, de Irán; Coxcox, del antiguo México, que escapó a la inundación en una balsa de ciprés gigantesca; Tezpi, perteneciente a otra raza mexicana, más desarrollada, quien dispuso de un espacioso navío en el que cargó granos y animales; Bochica, de la leyenda Chibcha colombiana, quien finalmente se libró de las aguas abriendo un agujero en la Tierra (igual que el griego Deucalión); Tamandere, el Noé guaraní de la Sudamérica Sudoriental, que flotó en un árbol enorme, sobre la cumbre de una montaña, donde consiguió supervivir; y muchos otros alrededor del globo. En cada caso, los animales salvados representaban la fauna local, como se desprende de la descripción del Arca de Noé. En la leyenda estadounidense, estos ejemplares se ven complementados por otros, como llamas, jaguares, tapires, búfalos, coyotes y buitres, que fueron salvados por los antiguos personajes, contrapartida norteamericana de Noé.
La primera fotografía de la Muralla de las Bimini, tomada desde varios metros por encima del nivel del mar. La transparencia de las aguas permite una clara visión del muro, que se halla a varias brazas de profundidad. Es probable que esta estructura no haya sido notada previamente por haber estado cubierta por el fondo del mar. Sin embargo, las tormentas marinas o ciertas faltas de la corteza terrestre habrían permitido su descubrimiento en 1968.
FOTO: J. M. VALENTINE
Ante una leyenda mundial tan precisa, en que incluso el período de tiempo en que ocurrió la inundación varía sólo ligeramente, entre cuarenta y sesenta días, parece plausible presumir que aquella catástrofe de escala mundial realmente ocurrió, y que dejó profunda huella en la memoria de las razas. También parece cierto que tuvo alguna relación con el mar y los cambios subsiguientes en la tierra, el clima y los niveles del agua ocurridos en todo el planeta.
Se han encontrado vestigios de esta catástrofe, o catástrofes, no sólo en la memoria del hombre, sino en las vastas erupciones, hundimientos y uniones de los fondos de la tierra y el mar. Por ejemplo, las extensiones de arena que se hallan a miles de metros de profundidad en torno de las Azores; los límites de la costa que se alzan a centenares de metros en algunos parajes, especialmente en Groenlandia, el norte de California y el Perú (donde se han hallado restos humanos cerca del fondo de las antiguas estribaciones geológicas resultantes de estos levantamientos). Los Andes mismos, que son geológicamente muy recientes, parecen haber sido levantados o empujados hacia arriba, transportando con ellos tal vez ciudades enteras, como Tiahuanaco. Mientras tanto, otras tierras costeras de la América del Sur se hundían en el océano, en las profundidades de la fosa de Nazca. El derretimiento de los glaciares podría haber causado la misma catástrofe, ya que habría significado la inundación de las llanuras de las islas del Atlántico y grandes extensiones de las plataformas continentales, que anteriormente se hallaban sobre el agua. Al mismo tiempo, en todo el mundo se produjeron cambios climáticos, con asombrosa rapidez. En Siberia, todavía suelen hallarse restos congelados de mamuts, helados con tal rapidez, que su carne era aún comestible y fue ingerida, primero por perros y luego por científicos soviéticos. Estos mamuts, rinocerontes y otros animales que en general no suelen relacionarse con Siberia, se vieron aparentemente atrapados por grandes inundaciones de lodo en congelación (o lodo que se congeló con posterioridad) y quedaron tan rápidamente en estado de conservación, que en sus estómagos se han hallado restos de alimentos no digeridos (de plantas que ya no se dan en Siberia).
Hay algunos lugares del norte de Siberia, Alaska y Canadá que se hallan cubiertos de huesos de grandes animales que sucumbieron repentinamente, en una época que se estima entre 10.000 y 11.000 años atrás. Hasta tal punto son abundantes, que algunas islas o lugares elevados a los que acudieron buscando refugio parecen estar constituidos enteramente por sus huesos. Se han encontrado también otros puntos de supervivencia en Europa del Norte, Asia Central y China, donde especies totalmente distintas y hostiles huyeron buscando abrigo y murieron en grandes manadas. Pareciera como si la cumbre entera del mundo hubiese experimentado al mismo tiempo un trastorno climático rápido e inexplicable. No obstante, en otros hemisferios se hallan también señales de exterminación simultánea de especies, desde el gran cementerio de elefantes que existe en los Andes colombianos, hasta zonas bajo el agua, como el otro enorme cementerio de elefantes hallado frente a la costa de Georgia. Ninguno de estos animales eran habitantes naturales de los sitios en que los encontró la muerte en número tan elevado y en medio del repentino cambio climático que ocurrió hace 12.000 años.
Entre las áreas que eran tierra firme en aquel período, y que hoy están cubiertas por las aguas, se hallan partes del Mediterráneo, puentes terrestres entre Gibraltar y África y entre Italia y Sicilia, una gran extensión del Mar del Norte, las plataformas continentales que están frente a Irlanda, Francia, la Península Ibérica y África, las llanuras sumergidas en torno de las Azores, las islas Canarias y Madeira, la cordillera de las Azores-Gibraltar y la del Atlántico Norte, y las plataformas continentales de Norte y Sudamérica, especialmente los enormes bancos de las Bahamas, que, una vez sumergidos, se extienden a lo largo de un área de miles de kilómetros cuadrados.
Existen abundantes pruebas de que estas zonas han estado sobre la superficie del océano en un período situado dentro de los últimos 10.000 o 12.000 años. Una expedición rusa realizada al norte de las Azores rescató recientemente desde una profundidad de 2.000 metros, algunas rocas que presentaban evidencias de haberse formado bajo presión atmosférica, hace unos 17.000 años. En el siglo XIX, mientras se realizaba una operación de dragado destinada a reparar una avería en el cable transatlántico, cerca de las Azores, se recogieron trozos de «taquilita», una lava vitrificada que se forma sobre el agua debido a la presión atmosférica. Se estimó que las muestras tenían una antigüedad de unos 12.000 años. (Aunque este incidente ha suscitado numerosos comentarios, resulta particularmente interesante examinar el motivo de la avería, o ruptura del cable, como un ejemplo de los movimientos que se producen en el fondo del océano. Lo que hizo que el cable se rompiera fue un repentino alzamiento de alrededor de 1.200 metros ocurrido en el fondo del mar).
Un proyecto que están realizando actualmente (1973-4) en las Azores un grupo de científicos de la Universidad de Halifax, destinado a la investigación de la energía geotérmica, ha dado como resultado indirecto la comprobación de que en los primeros 800 metros de núcleos perforados bajo el nivel del mar se encuentran indicios de que su formación se produjo sobre el nivel del mar. Ello implicaría que las grandes zonas que se encuentran alrededor de las actuales islas Azores estuvieron alguna vez sobre las aguas.
Hay otros recientes descubrimientos que parecen apoyar la fecha de 12.000 años atrás como aquella en que se produjo el hundimiento más reciente de grandes extensiones de tierra en el Atlántico. Esto coincidiría también en la época en que se estima que se formó el Tercer Glaciar. En 1956, los doctores R. Malaise y P. Kolbe, del Museo Nacional de Estocolmo, manifestaron su creencia de que los fósiles de diatomeas (algas microscópicas) de agua dulce que el doctor Kolbe extrajo de una profundidad de 3.600 metros, cerca de la cordillera Atlántica, estuvieron depositados originalmente en un lago que existió en la superficie de la Tierra y que ahora se hallaría en el fondo del océano. La edad de estas diatomeas se estimó entre 10.000 y 12.000 años.
Esta cifra resulta de una curiosa coincidencia con la descripción de la Atlántida que hace Platón en su diálogo Timeo, donde se refiere a un gran continente que habría existido en el océano «hace 9.000 años» (unos 11.400 años antes de nuestra era).
Aunque las fechas recogidas de leyendas resultan sospechosas, especialmente cuando son de segunda o tercera mano (Platón recibió su información indirectamente de Solón, quien, por su parte, la tomó originalmente durante un viaje de Sais, en Egipto), resulta sin duda notable que estos cálculos de tiempo surjan con tanta frecuencia en otros campos relacionados con estas tierras sumergidas.
Sin embargo, hay otros indicios de que grandes zonas del Atlántico Occidental estuvieron alguna vez sobre el nivel de las aguas. Las playas de arena, por ejemplo, se forman no en el fondo del océano, sino en las orillas, por la fuerza de las olas al romper contra la costa. No obstante, suelen encontrarse playas de arena en llanuras submarinas muy profundas que existen alrededor de las Azores. Los ríos forman cañones únicamente en tierra; sin embargo, el cañón del río Hudson continúa bajo el agua durante cientos de kilómetros. Otros similares se extienden de manera parecida, desde los puntos en que algunos ríos de Europa, África y Sudamérica entran al océano.
En el fondo del Mar del Norte se han hallado huesos humanos y de mastodonte junto a herramientas prehistóricas. Ello indica un cierto grado de adelanto y la posibilidad de que haya existido algún desarrollo cultural en la era del Pleistoceno (anterior al año 11.000 a. C.). Pero, tal vez el más notable indicio de cómo se han estado sumergiendo los restos culturales de los pueblos prehistóricos desde el derretimiento de los últimos glaciares son los edificios submarinos, las paredes, diques y caminos que suelen encontrarse ahora con frecuencia cada vez mayor bajo las aguas de las costas occidentales de Europa y Sudáfrica y las suborientales de Norteamérica. En éstas últimas se han hallado edificios submarinos, paredes y caminos de piedra que llevan hacia el Este desde las costas de Yucatán y Honduras. Dichos caminos podrían conducir a ciudades sumergidas que se encontrarían aún más allá, mar afuera. Hay incluso un ejemplo de «muralla» marina de 10 metros de alto y 185 km de largo que se interna en el océano frente a Venezuela y cerca de la desembocadura del Orinoco. En un comienzo se creyó que era un fenómeno natural, pero sus líneas rectas y su estructura tienden a desmentir esta primera apreciación.
Hay fuertes indicios de que en el Mar Caribe existía una masa de tierra continental, de la que algunas islas y cordilleras de las Antillas podrían ser cumbres supervivientes. En 1969, una expedición investigadora de la Universidad de Duke estudió el fondo del mar en el Caribe y realizó operaciones de dragado en cierto número de localidades de la Cumbre de Aves, que se extiende a lo largo del límite oriental de la fosa oceánica venezolana, entre Venezuela y las islas Vírgenes. En cincuenta oportunidades se sacaron a la superficie rocas de granito (ácido ígneo), que normalmente sólo se encuentran en los continentes. Comentando este hecho, el doctor Bruce Heezen, un distinguido oceanógrafo, observó: «Hasta ahora, los geólogos creían que el granito ligero, o rocas de ácido ígneo, existían sólo en los continentes y que la corteza terrestre bajo el mar estaba compuesta de rocas basálticas, más pesadas y de color oscuro… De manera que la aparición de rocas graníticas y de color más suave podría apoyar una vieja teoría, según la cual, en la región del Caribe Oriental existió antes un continente y estas rocas podrían representar el núcleo de un continente hundido, perdido».
Masas de tierra que, según se cree, habrían estado constituidas por las actuales islas Bahamas, Cuba y Florida, antes del término de la última glaciación, cuando las aguas provenientes del casquete polar hicieron subir el nivel del océano. Las actuales islas aparecen con las formas que tenían anteriormente. La zona oscura que se advierte en el centro de la masa de tierra formada por las actuales islas Andros, Exuma, Eleutera y Nueva Providencia es el profundo cañón oceánico llamado la Lengua del Océano. En aquella época el mar formaba grandes bahías en las Bahamas, entre las que se hallaban los actuales Estrecho de Exuma y Lengua del Océano.
Sin embargo, el área del Triángulo de las Bermudas en que más incidentes se han producido, y en que han tenido lugar los descubrimientos más sorprendentes de restos submarinos es la meseta de las Bahamas. Muchos de los hallazgos se han hecho a sólo algunas brazas de profundidad. Las formaciones submarinas de piedra caliza de los bancos de las Bahamas estaban en su mayor parte sobre el nivel del mar, hace unos 12.000 años. Esta gran zona terrestre contenía bahías y vías de agua interiores que ahora aparecen en los mapas de profundidad como las partes hondas del océano que cruzan sobre y alrededor de los bancos de las Bahamas. En una época anterior al levantamiento del mar, esta considerable extensión de tierra formaba una gran isla o conjunto de islas que albergaban una cultura muy compleja, si hemos de creer lo que señalan los restos submarinos.
Desde 1968 hasta la actualidad se han realizado descubrimientos bajo las aguas, especialmente en las Bimini, de algo que parece haber sido una construcción de piedra enorme. Se halla depositada sobre lo que actualmente es el fondo del mar y la componen inmensos bloques de piedra, dispuestos de tal modo que parecen ser caminos, plataformas, obras portuarias o murallas caídas. Se asemejan extrañamente a las construcciones pétreas de Perú, a las columnas de Stonehenge y a las murallas ciclópeas de la Grecia de Minos. La edad de los bloques es incierta, aunque algunas raíces fosilizadas de mangle que habían crecido sobre las piedras han arrojado, en los análisis con carbono-14, fechas que les dan una antigüedad de unos 12.000 años.
El más célebre de estos hallazgos ha sido el del «Camino» o «Muralla» de las Bimini, descubierta primero por el doctor J. Manson Valentine, en 1968, junto a los buceadores Jacques Mayol, Harold Climo y Robert Angove. A primera vista, desde un bote y cuando el mar estaba especialmente claro y no había movimiento en la superficie, era, según las palabras de Valentine, «un extenso pavimento de piedras lisas, rectangulares y poligonales de diverso tamaño y grosor que, obviamente, habían sido diseñadas y alineadas para formar una estructura muy armoniosa». Era obvio, también, que estas piedras habían permanecido sumergidas durante un largo período, a juzgar por los bordes de las más grandes, que se habían alisado y les daban una apariencia de almohadones o trozos de pan gigantescos. Algunas eran absolutamente rectangulares y en ocasiones casi formaban perfectos cuadrados. (Debemos recordar que en las formaciones naturales las líneas rectas no se dan jamás). Las piezas más grandes, que tenían un largo de unos tres a cinco metros, por lo menos, estaban colocadas a menudo a lo ancho de las avenidas situadas en forma paralela, mientras las más pequeñas formaban pavimentos tipo mosaico y cubrían secciones más amplias… Las avenidas compuestas por las piedras, aparentemente calzadas, son paralelas y de bordes rectos; la más larga está constituida por una serie doble, interrumpida por dos expansiones que contienen piedras lisas y muy grandes, sujetas en los extremos por piezas verticales (como los antiguos dólmenes de Europa Occidental). El extremo sudoriental de esta gran carretera termina en una esquina hermosamente curva; los tres cortos diques, construidos con grandes piedras cuidadosamente alineadas, tienen una anchura uniforme y terminan en piedras angulares…
«Desde el aire, bajo el manto de algas oscuras, resulta difícil distinguir los grandes bloques individuales, que son precisamente los que bordean los márgenes de este desafío geológico y arqueológico».
Los primeros descubrimientos submarinos en las Bimini recibieron duros ataques de parte de geólogos y arqueólogos, algunos de los cuales no han visitado el lugar. Sin embargo, los recientes hallazgos que demuestran que la gigantesca construcción hace una curva y aparece en otros lugares del fondo del océano, indican cada vez con mayor claridad el tamaño y las ramificaciones de esta estructura enorme, cuya finalidad sólo podemos por ahora conjeturar. El descubridor ha expresado así sus opiniones: «… La sugerencia de que las piedras representan restos de murallas, caminos o incluso un antiguo puerto, son inaceptables en estos momentos, debido a que aún no se ha precisado qué hay debajo de las rocas, si es que hay algo. Sin embargo, las observaciones más recientes, en aguas ligeramente más profundas, han confirmado la existencia de una construcción de múltiples ramificaciones, por lo menos, en una zona. Yo creo que este gran complejo representa la utilización inteligente, por parte de hombres de la Antigüedad, de materiales proporcionados por la Naturaleza y apropiados para la creación de una especie de centro ceremonial. En relación con esto, debe recordarse que algunos lugares sagrados, como el Círculo de Glastonbury (55 km de circunferencia) y los trazados del desierto de Nazca, en el Perú, de líneas e imágenes de animales de 1.800 metros de largo, que sólo pueden apreciarse desde el aire, por sus gigantescas proporciones, no tienen prácticamente ningún punto de referencia con nuestra tecnología moderna, ya que la finalidad de estos artefactos majestuosos nos resulta incomprensible…».
Los vuelos de exploración realizados desde 1968 han puesto en evidencia otras formaciones extraordinarias existentes en los bancos de las Bahamas y en el fondo del mar, cerca de Cuba, Haití y Santo Domingo, que en apariencia habrían sido hechas por el hombre. Algunas parecen ser pirámides o enormes cimientos de edificios. Uno de ellos, situado en la zona de las Bimini, mide 55 por 42 metros, y podría ser la mitad superior de una pirámide (o plataformas de templos) cuya existencia mar afuera es conocida. Dentro de las aguas territoriales de Cuba existe un complejo entero de «ruinas» submarinas a la espera de exploración; a menos que ya los propios cubanos (Castro es un entusiasta buceador) hayan estado allí.
Los pilotos comerciales Bob Brush y Trig Adams fotografiaron un rectángulo partido en los bancos de arena de Andros, mientras volaban en los alrededores de esa isla, en 1968. Más tarde, los buceadores descubrieron que lo que se creía una muralla era una piedra. Sin embargo, no existe información acerca de que los primitivos habitantes de la zona, o los conquistadores españoles que llegaron luego, hayan construido semejantes estructuras allí, y mucho menos bajo el agua. Cerca de Cayo Lobos se ha localizado y fotografiado lo que se cree que puede ser un camino sumergido o una muralla que corre a lo largo de las cumbres de un acantilado. Es posible que la antigua carretera tuviese ya ese trazado cuando tanto ella como la montaña se hallaban sobre el nivel del mar. Tal vez la visión de escalones labrados en la plataforma continental frente a la costa Norte de Puerto Rico, de la que informaron el capitán de la Marina francesa Georges Houot y el teniente Gérard de Froberville desde el batiscafo Archiméde, representaba simplemente una escalera construida en un acantilado rocoso, que descendía hasta el antiguo nivel del mar, hace 12.000 años.
En México, frente a la costa de Yucatán, existen numerosas vías terrestres que han sido a menudo observadas desde el aire. Parten de la playa, en línea recta hacia localidades submarinas desconocidas que se hallarían muy lejos, mar afuera, en aguas más profundas. Aunque los caminos de enlace en tierra son invisibles, debido a la jungla que los ha cubierto, los que se encuentran bajo el agua pueden distinguirse todavía cada cierto tiempo, cuando alguna tormenta o las corrientes los dejan al descubierto.
En 1967, los integrantes de una misión que se hallaban a bordo del submarino de gran profundidad Aluminaut observaron lo que les pareció un enorme camino sumergido, o tal vez un pavimento que había estado previamente sobre el agua, frente a las costas de Florida, Georgia y Carolina del Sur. Aparentemente, la carretera estaba construida o pavimentada con óxido de manganeso, y cuando se le instalaron ruedas especiales al Aluminaut, pudo avanzar a lo largo de la carretera, que en algunos lugares alcanzaba una profundidad de unos 900 metros, como si fuese un automóvil que se desplazaba a lo largo de un camino normal, salvo que se hallaba en el fondo del mar. El tamaño de la superficie pavimentada era demasiado ancho para sugerir que había sido construido por el hombre. Esto fue lo mismo que ocurrió con un muy extenso sector «embaldosado» del fondo del océano que fue observado por el doctor Bruce Heezen, del Observatorio Lamont, durante una profunda exploración submarina, en la zona de las Bahamas.
Entre los hallazgos hechos en las Bermudas, que parecieran haber sido construidos por el hombre, algunos son muy visibles, pero otros se encuentran, no sólo bajo el agua, sino debajo del fondo mismo del mar. Es un hecho que los trabajos en piedra, o los cimientos pétreos enterrados bajo una acumulación de capas de tierra de las diversas eras, o como resultado de terremotos o inundaciones, transforman el musgo o los otros tipos de plantas que viven sobre ellos. Esto ha conducido a algunos exitosos descubrimientos en el pasado, tanto en tierra como bajo el mar. Se han descubierto y reconstruido algunas estructuras que van desde campamentos y caminos romanos en ruinas, en Inglaterra, hasta viejos sistemas de canales y murallas de ciudades de lo que alguna vez fue Babilonia y Asiria (hoy Iraq) y ciudades perdidas enteras, en Irán y Asia Central. Esto ha sido posible al estudiar la variedad de formas y degradación de la flora en tierra o en los pantanos y zonas submarinas. Hay líneas rectas que muestran, en los colores de la superficie, los lugares en que se hallan enterrados los cimientos de murallas o en que existieron canales y carreteras. El antiguo puerto etrusco de Spina, en Italia, desapareció hasta tal punto que se le creyó legendario mientras no se hallaron las huellas de sus muros, cimientos, canales y muelles, absolutamente invisibles desde tierra pero claramente perceptibles desde el aire.
Vista de la Muralla de las Bimini, que muestra un pasaje o canal que corre por el centro de la construcción. La regularidad de este canal sería una indicación más de que la estructura fue obra de seres humanos.
FOTO: J. M. VALENTINE
La posibilidad de localizar antiguos emplazamientos desde el aire ha sido utilizada con éxito en las Bahamas, donde la plataforma continental es lo bastante superficial como para distinguir en una observación aérea los restos de construcciones submarinas. En muchos lugares, dentro de la zona de bancos de las Bahamas existen asombrosas variedades de grandes plazas, rectángulos, cruces, largas líneas paralelas unas a otras, tal vez caminos que algunas veces dan vuelta en ángulo recto, círculos concéntricos, triángulos, hexágonos y otras formas geométricas. Todas han sido descubiertas gracias a la presencia (o ausencia) de musgo sobre las ruinas. Bajo el agua, los exámenes verificados por los buceadores indican que las construcciones de piedra descubiertas por las líneas existentes en el fondo yacen a varios metros de profundidad bajo la arena.
Con todas estas desusadas muestras que ahora están siendo investigadas, uno podría preguntarse por qué nadie las había advertido antes. Parte de la respuesta es que, sin duda, nunca se le ocurrió a nadie buscar una civilización perdida en los bancos de las Bahamas, especialmente dado que existían tantos emplazamientos por descubrir en el Mediterráneo. Las investigaciones submarinas en esta zona y frente a la costa de Florida han estado concentradas especialmente en los barcos españoles cargados de tesoros, que ciertamente son objetivos que deparan una recompensa financiera más inmediata que el descubrimiento de alguna civilización olvidada y difícil de identificar. Incluso teniendo las pruebas en la mano, se está gastando tantos esfuerzos en los círculos científicos para descalificar los hallazgos como entre los exploradores e investigadores para atraer la atención pública hacia ellos.
Hay que hacer notar también que algunos investigadores muy distinguidos dudan antes de enfrentar la opinión hostil de otros arqueólogos y oceanógrafos, o sencillamente no están dispuestos a enfrentarla. Ocurre también que las construcciones y artefactos hallados hasta ahora podrían quedar cubiertos por la acción de tormentas y mareas, y volverían a perderse. Sin embargo, es notable comprobar que, desde 1968, se ha producido cierto levantamiento del fondo del Banco de la Gran Bahama, descubriendo huellas de nuevas formaciones, allí donde fotografías anteriores de la misma zona no permitían distinguir ninguna. Este fue el caso de una estructura que tenía la forma de una gran flecha. Estaba hecha de piedra, tenía 30 metros de largo y se hallaba entre los cayos North Cat y South Cat, en las Bimini. Había otra al sudeste de South Caicos, apuntando en dicha dirección y siguiendo otra línea recta en el fondo que aún no ha sido explorada.
Un buceador investiga un canal que existe entre dos secciones de la Muralla de las Bimini. La forma y el emplazamiento de estos monolitos, sus bordes en ángulo recto y los pilares que existen bajo algunas de las piedras, son prueba concluyente, aunque todavía no por completo aceptada, de que fueron realizadas por el hombre.
FOTO: J. M. VALENTINE
Algunos de los lugares ya descubiertos parecen también estar alzándose, o tal vez la acción de las mareas los están despojando de los sedimentos, de manera que su estructura, artificial o construida por el hombre, puede apreciarse mejor. El doctor James Thorne, distinguido oceanógrafo y buceador, que es sin duda neutral, o en todo caso se muestra escéptico en cuanto al tema de las «civilizaciones perdidas bajo el mar», examinó recientemente las gruesas columnas que sostienen algunas de las piedras de la «muralla» de las Bimini. Ello significó una convincente refutación de las opiniones de numerosos otros oceanógrafos, en el sentido de que todo el complejo de las Bimini y de los otros lugares de las Bahamas son formaciones naturales. Otro grupo de buceadores, que habían hallado el ancla sumergida de un galeón español, descubrieron mientras la examinaban y rastreaban el fondo alrededor de ella, que estaba puesta sobre un piso de mosaico, o terraza, que pudo haberse hundido miles de años antes.
Cada vez que se encuentran restos de alguna civilización sumergida en el Atlántico (o en otras zonas), se publican una serie de libros y artículos de revistas que suelen identificarlos con el continente «perdido» de la Atlántida. La Atlántida, cuya imagen ha intrigado a la Humanidad desde épocas remotas, fue descrita con muchos detalles por Platón en sus diálogos Timeo y Critias como la tierra de la Edad de Oro del hombre, un grande y maravilloso imperio mundial que «se hundió bajo el mar… en medio de violentos terremotos e inundaciones… en un sólo día y una sola noche de lluvia… y que ésa es la razón por la cual el mar es impenetrable en esos lugares…».
Como es natural, se han identificado las ruinas submarinas de las Bahamas con la Atlántida, aunque Platón, el más famoso comentarista de este continente perdido, parece haberlo situado en frente de las Columnas de Heracles (Hércules), hoy conocidas como Estrecho de Gibraltar, en algún lugar del Atlántico. Una lectura detenida del relato de Platón revela sin embargo una información en extremo interesante, que sugiere que el Imperio Atlántico no era una isla, sino una serie de grandes islas a lo largo del Atlántico, cuyo poder se había extendido a ambos lados del océano. Platón escribió:
… En aquellos días (aproximadamente hace 11.500 años), el Atlántico era navegable y había una isla situada frente a los estrechos llamados Columnas de Heracles: la isla era mayor que Libia y Asia juntas y era la ruta hacia otras islas, y desde ellas podía uno pasar a través de todo el continente situado en dirección opuesta y que rodea el verdadero océano; porque este mar que se halla dentro de los estrechos de Heracles (el Mediterráneo) es sólo un puerto, con una entrada estrecha, pero el otro es el verdadero mar y la tierra que lo rodea podría en verdad ser llamada un continente.
Debe señalarse que Platón mencionó a Libia (es decir, África) y Asia, pero específica y separadamente habla del continente; es decir, el continente hacia el Oeste que, según había dicho antes, se hallaba dentro de la égida de la Atlántida.
Los complejos submarinos de las Bimini y de otros puntos situados dentro de las Bahamas han sido atribuidos a toda clase de tempranos viajeros oceánicos: fenicios, cartagineses, griegos de Minos, mayas, egipcios y, como recurso final, cuando su antigüedad se va haciendo más patente, a los atlantes. Sin embargo, es casi seguro que ninguna raza de nuestra historia conocida fue responsable de su construcción y lo que es del todo cierto es que no fueron construidos bajo el agua.
La referencia de Platón a un continente situado al otro extremo del «verdadero océano» ha sido a menudo citada como prueba de que los antiguos archivos hacían referencia a la América del Norte y que dichas menciones sirvieron de inspiración y estímulo a Colón. Según se dice, el navegante llevaba consigo un mapa que mostraba la Atlántida y las tierras que se extendían más allá. El relato de Platón implica de manera directa la posibilidad de que la Atlántida (término utilizado aquí en el sentido de imperio del océano Atlántico) se hallara en el extremo occidental del océano Atlántico. Esta zona habría abarcado las actuales islas de los Bancos de la Gran Bahama, en la época en que grandes extensiones de ellos se hallaban muy por encima del nivel del mar, y en que los accidentes oceánicos más profundos de la actualidad, como la Lengua del Océano y el Estrecho de Florida formaban una bahía interior y una barrera marina que partía desde la costa de Florida, la cual se extendía también mar adentro, mucho más que ahora. Los declives circulares del fondo del mar que se hallan a 25 km de los Cayos de Florida y a 150 metros de profundidad respecto del fondo marino que los rodea (de unos 300 metros de hondura en esa zona) han sido diseñados en mapas por el Registro Costero y Geodésico de los Estados Unidos. En ellos se les considera lagos de agua dulce cubiertos por el mar en la época del último levantamiento del océano, o del último hundimiento de las zonas costeras.
Observando la actual tabla de profundidades del Atlántico Occidental se advierten claros indicios de que, si el nivel del mar descendiera entre 180 y 250 metros, existirían grandes islas en las zonas en que actualmente se encuentran algunas pequeñas. Y resulta particularmente interesante recordar que este ascenso de las aguas se produjo hace 11.000 o 12.000 años, lo cual coincide con la información que Platón recibió por medio de Solón, de los sacerdotes egipcios de Sais, cuyos archivos escritos anteceden a los de los griegos en mil años.
A lo largo de los años, la Atlántida ha sido «situada» en distintos lugares del mundo: bajo el océano Atlántico, bajo los mares Egeo, Caspio y del Norte, en África Occidental, España, Túnez, Alemania, Suecia, el Sáhara, Arabia, México, Yucatán, Venezuela, las Azores, las Canarias y las islas Madeira, Brasil, Irlanda, Ceilán, e incluso las profundidades del Océano Indico. A menudo, esto depende de la nacionalidad y tal vez también, diríamos, de la Weltanschauung del escritor o investigador.
Elevación submarina del fondo del Atlántico Occidental. Las zonas más profundas son las señaladas por tonos oscuros. Las montañas del centro corresponden a las Bermudas sobre la gran planicie llamada Meseta de las Bermudas. La zona profunda que aparece hacia el Oeste es la llanura abisal de Hatteras, y la del Sur es la de Nares. Pueden advertirse los límites del Mar de los Sargazos, que van desde la fosa de Nares hasta la de Hatteras. Luego, describen una curva hacia el Este, en la parte norte de la Meseta de las Bermudas, y hacia el Sur al acercarse, a la cordillera del Atlántico central, y luego nuevamente hacia el Oeste, hasta la llanura de Nares. Frente a la costa de los Estados Unidos pueden advertirse dos grandes cauces de ríos, que ahora se hallan bajo el agua y que continúan desde las desembocaduras del Hudson y el Delaware a lo largo de cañones abiertos en la plataforma submarina. Esta plataforma y los bancos de arena de las islas Bahamas y Antillas, la llanura alrededor de las Bermudas y las altas montañas y valles que comienzan en el extremo derecho del mapa, se hallaban presumiblemente sobre el nivel del mar antes del fin de la última glaciación, hace unos 12.000 años, y hacían que el Atlántico Occidental tuviese una forma totalmente distinta.
La candidatura de la parte occidental del Triángulo de las Bermudas como lugar de emplazamiento de la Atlántida se ha popularizado desde los descubrimientos de 1968, que se vieron rodeados de una serie de circunstancias curiosas y relacionadas con el año mismo en que se produjeron. Todos giran en torno de las predicciones de Edgar Cayce, el «profeta durmiente» que murió en Virginia en 1945 y cuyas «conferencias» (término utilizado para describir las entrevistas concedidas por Cayce mientras se hallaba en trance) han seguido influyendo en muchos miles de personas. Mientras vivió, dio consejo por medio de este sistema a más de 8.000 individuos, primero sobre problemas de salud y luego sobre una serie de diversas cuestiones. No es necesario reseñar aquí la documentación que existe acerca de sus notables poderes curativos y telepáticos, salvo en cuanto se refiere a las predicciones arqueológicas más desusadas de la historia, que están relacionadas directamente con la Atlántida y las Bimini.
Entre los años 1923 y 1944, Cayce concedió centenares de entrevistas en trance acerca de la Atlántida, en relación con seres que en su opinión, y en la de quienes han continuado su obra dentro de la Asociación para la Investigación y la Iluminación, vivieron allí en épocas anteriores. Cuando no se hallaba en trance, Cayce era incapaz de hablar del tema, o no parecía estar interesado en él, y a menudo se mostraba perplejo de haberlo mencionado en tantas «conferencias». Sin embargo, en junio de 1940, y refiriéndose a numerosas otras observaciones previas en el sentido de que la Atlántida existió en la zona de las Bimini (a la que llamaba Poseidia), declaró inesperadamente:
Poseidia estará entre las primeras porciones de la Atlántida que volverán a levantarse —posiblemente en 1968 y 1969— en una época que no está tan lejana.
Esta curiosa profecía arqueológica se cumplió casi dentro del plazo señalado cuando se produjeron los hallazgos de los bancos de las Bahamas, el descubrimiento de algunas construcciones causado por las mareas y una elevación del fondo del mar en algunas zonas. Sin embargo, uno se siente tentado a preguntarse si dichos descubrimientos ocurrieron como los habían previsto aquellas profecías o debido a las profecías mismas, o tal vez porque aquellos que habían escuchado o leído acerca de Cayce estaban investigando. Ese fue el caso de los pilotos que avistaron las primeras formaciones o construcciones submarinas.
Como era de suponer, los descubrimientos de los complejos sumergidos realizados en 1968 y en los años siguientes, tal como se había profetizado 28 años antes, hicieron que mucha gente examinara con renovado interés las demás referencias de Cayce a la Atlántida y a toda la región. Si las «conferencias» del vidente y las antiguas leyendas se basaban en recuerdos de hechos reales, podría contemplarse la posibilidad de que algunas fuerzas desarrolladas por una civilización anterior científicamente muy adelantada actuasen todavía dentro de la región en que estuvieron concentradas en una época, y debería estudiarse también la posibilidad de que las aberraciones electrónicas, magnéticas y gravitacionales del Triángulo de las Bermudas fueran un legado —tal vez negativo— de una cultura tan antigua que no habrían quedado restos de ella y acerca de la cual nuestras memorias serían más instintivas que concretas.