LAS desapariciones de barcos dentro del Triángulo se han producido principalmente dentro de la región del Océano Atlántico Occidental llamada Mar de los Sargazos, una extensión de agua que en gran parte permanece inmóvil y que deriva su nombre del alga marina Sargassum. Si se necesitase algún elemento para aumentar el misterio del Triángulo, nada más indicado para aportarlo que el Mar de los Sargazos, un misterio de por sí desde que los primeros marinos españoles y portugueses lo descubrieron, hace 500 años. Además, si incluimos las que ahora parecen probables penetraciones y travesías de esta zona realizadas por navegantes fenicios y cartagineses, resultaría que el enigma ha sido observado durante miles de años.
La característica de esta enorme zona es la presencia de una especie de alga flotante, el sargazo, que marca los límites de este mar dentro de un océano, ya sea flotando en forma separada o en grandes masas. Cuando Colón contempló todas aquellas algas en su primer viaje, dedujo erróneamente que la tierra estaba cerca, y se sintió muy reconfortado. Por cierto, su tripulación no compartía del todo aquel sentimiento.
El límite norte de este mar de algas está constituido por la Corriente del Golfo, que avanza primero hacia el Nordeste y luego hacia el Este. Por el Oeste y el Sur limita con la misma Corriente del Golfo, en su desplazamiento de regreso, y con la Corriente Nord-Ecuatorial. Aunque es algo amorfo, se extiende desde los 37º de latitud Norte, aproximadamente, hasta los 27º de latitud Norte, y desde los 75º Oeste hasta los 40º Oeste. Bajo sus profundas aguas yacen las llanuras abisales de Hatteras y Nares, la abrupta elevación de Bermuda, numerosas e intrigantes montañas marinas, que se elevan hacia la superficie, pero terminan en cumbres planas, como si en alguna época hubiesen sido islas. En sus límites orientales se encuentra una parte de la cordillera del Atlántico Norte, enorme cadena montañosa en medio del océano Atlántico, cuyas altas cumbres irrumpen a través de la superficie marina para constituir las islas Azores. En otras palabras, se trata de un mar casi estancado y desprovisto de corrientes, excepto en sus límites. Se extiende desde unos 320 km al norte de las Grandes Antillas hasta la Florida y la costa Atlántica; permanece a una distancia de tierra que generalmente no llega a los 320 km, y se desplaza hacia los alrededores del cabo Hatteras, siguiendo luego en dirección de la Península Ibérica y África, hasta la cordillera del Atlántico Norte, para regresar por fin hacia las Américas.
Otra de las características de este mar está constituida por sus calmas de muerte, que pueden estar en el origen de la leyenda pintoresca pero inquietante del «Mar de los Barcos Perdidos», el «Cementerio de los Barcos Perdidos» y el «Mar del Miedo». Cuenta esta creencia de los marinos que existe un gran cementerio en la superficie del Atlántico que contendría barcos de todas las edades de la navegación humana, capturados e inmovilizados en campos de algas y sufriendo una lenta descomposición, pero gobernados todavía por tripulaciones esqueléticas, o más bien por tripulaciones de esqueletos integradas por los infortunados que no consiguieron escapar y debieron así compartir el destino de sus navíos. En esta zona de la muerte habrían de encontrarse buques de vapor, yates, balleneros, clípers, paquebotes, bergantines, barcos piratas y, para que la historia resulte mejor, galeones españoles repletos de tesoros. En sus nuevas y entusiastas versiones de los relatos, los marinos incluían otros barcos que, para la época de la nueva narración ya estaban podridos y desaparecidos, como por ejemplo los dragones de los Vikingos, que se quedaron llenos de esqueletos al mando de los remos, galeras árabes, trirremes romanos, con sus grandes bancos de remeros, navíos de comercio fenicios con anclas de plata e incluso las grandes embarcaciones de la perdida Atlántida, con sus remos cubiertos de láminas de oro. Todos condenados a pudrirse durante centurias en un océano inmóvil.
Las primeras leyendas sobre el Mar de los Sargazos podrían haberse originado entre fenicios y cartagineses, quienes tal vez lo cruzaron hace milenios, llegando hasta las Américas, como lo señalan las numerosas inscripciones pétreas halladas en Brasil y en los Estados Unidos, los tesoros de monedas fenicias encontrados en las Azores, las monedas cartaginesas descubiertas luego en Venezuela y en la costa sudoriental de los Estados Unidos, y las antiguas representaciones pictóricas de los que parecen ser visitantes semitas a México. El siguiente informe del almirante cartaginés Himilco, escrito en el año 500 a. C., toca una cuerda familiar, aunque un tanto sensacionalista, en relación con los mares de algas y la falta de vientos del Mar de los Sargazos:
No se advierte brisa que mueva el barco, tan muerto está el perezoso viento de este mar quieto…; hay tantas algas entre las olas, que parecen contener al navío, como si fuesen arbustos…; el mar no tiene gran profundidad, la superficie de la tierra está cubierta por muy poca agua…; los monstruos marinos se mueven continuamente, en todas direcciones, y hay bestias feroces que nadan entre los barcos que se arrastran lentos y perezosos…
Habría que excusar al almirante Himilco por una cierta exageración, muy comprensible a lo largo de la bóveda de los tiempos y porque tal vez los navegantes fenicio-cartagineses estaban más preocupados de disuadir a otros viajeros de la época de realizar posibles viajes más allá de las Columnas de Hércules (Gibraltar), a la entrada del Mediterráneo, y de internarse hacia el otro océano. Su afán se debía principalmente al deseo de guardar para sí el provechoso comercio que mantenían con las culturas de las costas Atlánticas de Europa y África, e incluso tal vez de más lejos. Los cartagineses llegaron a proclamar la pena de muerte contra aquellos de sus capitanes del mar que dejaran ver sus rutas o incluso su presencia en el Atlántico. Esto explicaría la tendencia cartaginesa a hundir todos los barcos extraños en los alrededores o más allá de Gibraltar, o bien, cuando no eran lo bastante fuertes, a escapar e incluso a hundir sus navíos, si era necesario.
Otros escritores de la Antigüedad han embellecido estos primeros informes con sus comentarios acerca de los bancos de arena y las zonas de aguas poco profundas que han dejado en el Atlántico los remanentes de Atlántida, el continente perdido, y también acerca de las algas que se enredaban en los remos y detenían las galeras. Como la mayor parte de las leyendas, el «Mar de los Barcos Perdidos» podría tener alguna base real, aunque mezclada con sueños y fantasías. El australiano Alan Villiers, marino de toda una vida y que cuando cruzaba el Mar de los Sargazos, realmente pudo ver un barco abandonado entre las algas, señala (en su libro Wild Ocean, 1957) que si un barco quedara paralizado durante un período suficientemente largo como para agotar sus provisiones, se vería «… finalmente cubierto de musgo y lapas, hasta que le resultaría imposible navegar…». Dice también que los gusanos barrenadores del Trópico se introducirían en los costados del navío hasta que, convertido en «… una masa decadente y podrida, tripulada por esqueletos… se deslizaría bajo la cálida superficie del mar inmóvil…».
Entre las numerosas embarcaciones abandonadas vistas en el Mar de los Sargazos durante la época moderna hubo algunos que, sin llegar a verse atrapados entre las algas, quedaron paralizados y fueron abandonados, debido a la falta de viento.
Area ocupada por el Mar de los Sargazos, en la parte occidental del Atlántico Norte. Las flechas indican la dirección de la Corriente del Golfo y de la Corriente Nordecuatorial, que constituyen los límites aproximados de este mar lleno de algas y aparentemente estancado dentro del océano, cuya principal característica es la calma absoluta. Las mayores profundidades aparecen señaladas con tonos más oscuros, y las islas, como las Bermudas y las Azores, por ejemplo, están marcadas de negro. Las zonas elevadas, que se encuentran especialmente entre los 30" y 40" de latitud Norte, muestran misteriosos promontorios, y montañas submarina de cumbres planas que sugieren que alguna vez fueron islas. Las áreas bajas que rodean a las Azores y las Bahamas son también una señal de que estas islas tenían un tamaño mucho mayor antes de que el derretimiento del último glaciar hiciera subir el nivel de las aguas de los océanos.
Incluso el nombre de las Latitudes del Caballo, que atraviesan este mar, es un índice de la calma estancada. Proviene de la época en que los galeones españoles quedaban cogidos por la calma y, al ver reducirse las provisiones de agua, estaban obligados a matar y arrojar al océano sus caballos guerreros.
Los barcos modernos de motor no corren ya el riesgo de caer dentro de una calma, pero ello hace todavía más misteriosas las desapariciones de algunos buques. Naturalmente, todas las pérdidas son misteriosas, puesto que son relativamente pocos los capitanes dispuestos a permitir que se produzcan. Cuando se puede establecer, o incluso presumir lo ocurrido, se acaba el misterio. Pero no ha sido ése el caso de los numerosos barcos desaparecidos en el Mar de los Sargazos.
En los primeros días en que se produjeron pérdidas en esta zona y en su colindante, de la Corriente del Golfo, muchas fueron atribuidas a los piratas o al mal tiempo, pese a que los archivos españoles eran sorprendentemente exactos, sin duda por el valor de las cargas de los galeones que componían las flotas anuales que llevaban tesoros a España. Estos barcos, provenientes de México, Panamá y la actual Colombia, hacían escala en La Habana y proseguían rumbo a los Cayos y al Estrecho de Florida, donde muchos solían hundirse a causa de los huracanas y depositaban sus tesoros en el fondo del mar, para beneficio de las futuras generaciones de buzos. Otros eran hundidos, sin dejar huella, por corsarios o simples piratas.
Mucho tiempo después de que la piratería dejase de ser una provechosa manera de ganarse la vida, los barcos siguieron desapareciendo en esta zona, incluso con buen tiempo y cada vez con mayor frecuencia, en años recientes, sin depositar restos o cadáveres a lo largo de las playas e islas del Atlántico Occidental.
Gran número de estas desapariciones afectaron a la Marina de los Estados Unidos y a otras Armadas. La serie se inició con el buque de los Estados Unidos Insurgent, en agosto de 1800, que llevaba 340 hombres a bordo, y prosiguió hasta el desastre debido a causas desconocidas que hizo hundirse al submarino Scorpion, con una tripulación de 99 hombres, en mayo de 1968. Sin embargo, la del Scorpion no fue una «desaparición», puesto que finalmente se le localizó, a una profundidad de unos 3.200 metros y a unos 740 km al sudeste de las Azores.
He aquí otras de las inexplicables desapariciones de barcos ocurridas en esta zona:
Pickering, buque estadounidense, el 20 de agosto de 1880, con una tripulación de 90 hombres, en ruta hacia Guadalupe, en las Indias Occidentales, desde New Castle, Delaware.
Wasp, buque estadounidense, el 9 de octubre de 1814, navegando en el Caribe, con 140 tripulantes.
Wild Cat, buque estadounidense, el 28 de octubre de 1824, en ruta desde Cuba hacia la isla Thompson, con catorce hombres a bordo.
Atalanta, buque de guerra británico, en enero de 1880, en ruta hacia Inglaterra desde las Bermudas, con una dotación total de 290 hombres, en su mayoría cadetes navales en curso de entrenamiento. Su desaparición dio lugar a una extensa búsqueda por parte de la Marina británica. Seis barcos de la flota del Canal fueron destacados para desplazarse, en línea y separados entre sí por varios kilómetros, a lo largo de la zona donde se presumía perdido el Atalanta. La operación se prolongó hasta comienzos de mayo, pero sin éxito. Este tipo de rastreo habría de repetirse muchas veces en el futuro, pero utilizando aviones que llevarían a cabo operaciones masivas de búsqueda en la misma región, volando casi ala con ala.
Cyclops, buque estadounidense, el 4 de marzo de 1918, en ruta desde Barbados hacia Norfolk, Virginia, con un personal de 309 hombres a bordo. Entre las desapariciones sufridas por la Marina de los Estados Unidos, ésta es la más conocida y también la más desusada, si se piensa en las comunicaciones que se mantenían entre mar y tierra y entre cada barco en la época de la Primera Guerra Mundial. Además, hay otros elementos coincidentes: puesto que la guerra estaba aún en pleno desarrollo, primero se pensó que el Cyclops (un barco carbonero, gemelo del Langley, también estadounidense que más tarde fue transformado en portaviones) había chocado con una mina, o había sido atacado por un submarino o alguna nave de superficie alemana. También se consideró la posibilidad de que la tripulación se hubiese amotinado contra el capitán, un hombre despótico al estilo del de «Motín del Bounty». Muchos supusieron sencillamente que el capitán, nacido en Alemania y que había cambiado su nombre Wichmann por el menos teutón de Worley, había defeccionado, entregando el Cyclops al enemigo. En realidad, existían ciertos indicios que avalaban alguna de estas posibilidades, o todas ellas, puesto que al salir del puerto de Barbados, la nave se dirigió inesperadamente hacia el Sur, en circunstancias que debía ir hacia el Norte, y luego, de modo igualmente abrupto, desapareció. Pero la revisión posterior de los archivos alemanes demostró que en aquel momento no había submarinos alemanes en la zona. Sin embargo, un barco británico que, por una coincidencia increíble, se llamaba también Cyclops, fue hundido en el Atlántico Norte por un torpedero. Cuando desapareció, la embarcación norteamericana transportaba una carga de mineral de manganeso y, algún tiempo después de concluida la guerra, los agentes alemanes destacados en Sudamérica aseguraron haber colocado bombas de tiempo en el carguero. Este fenómeno suele producirse en los círculos de inteligencia de los países cuando una operación resulta exitosa.
En todo caso, el incidente del Cyclops posee todos los ingredientes de una novela de misterio y aventuras: un barco de la marina de los Estados Unidos al mando de un capitán alemán, que tal vez padecía de perturbaciones mentales, puesto que habitualmente se paseaba por el puente luciendo calzoncillos largos y un sombrero de copa; un grupo de pasajeros entre los que se hallaban el excónsul general de los Estados Unidos en Brasil más tres marineros prisioneros acusados de asesinato, y dos marines desertores.
El Vicealmirante de la Marina norteamericana, M. S. Tisdall, elaboró una teoría acerca de la desaparición en un artículo titulado «¿Se dio vuelta de campana el Cyclops?». La teoría se basa en la tendencia del barco a balancearse, y tal vez proporcionó la idea del argumento de la película filmada en 1973, La aventura del Poseidón, en la que el barco de pasajeros se da vuelta de campana, debido a la mala disposición de la carga y a la excesiva velocidad. El accidente ocurre cuando el barco es azotado por la marea, pese a lo cual no se hunde. Hasta donde pudo averiguarse, el Cyclops no se vio atrapado por un huracán. Sin embargo, pudo haber sido sacudido por una ola oscilante que se presentó de pronto, haciendo que se volcase y provocara un torbellino al hundirse, que arrastró a la tripulación y los pasajeros mientras trataban de salvarse.
Fotografía tomada desde un satélite, hacia el Sur, que muestra la mitad meridional de Florida, las Bahamas (Andros, Gran Bahama y Bimini) y parte de Cuba. Las zonas oscuras del mar muestran las aguas profundas situadas entre Florida y las Bahamas, donde han ocurrido muchas de las desapariciones de aviones y barcos. Los bancos sumergidos de las Bahamas aparecen como áreas del océano más claras, cerca de las islas.
FOTO: CORTESIA DE LA NASA
Sin embargo, lo único seguro acerca del Cyclops es que se desvaneció dentro del Triángulo de las Bermudas, como tantas otras embarcaciones, grandes y pequeñas. Un periódico de los hechos de la Marina dice lo siguiente respecto de este buque:
… Desde su partida (de Barbados, el 4 de marzo de 1918), no ha habido señales del navío. La desaparición constituye uno de los misterios más asombrosos de los anales de la Marina, y todos los esfuerzos por localizarlo han resultado inútiles… Se han sugerido muchas teorías, pero ninguna explica satisfactoriamente lo ocurrido…
Pese a lo misterioso de su desaparición, el Cyclops influyó notoriamente en los acontecimientos posteriores. Fue el factor directamente responsable del establecimiento de la reserva estratégica nacional, instaurada varios años después del incidente. Durante los debates preliminares en el Congreso, el Cyclops, que llevaba una carga de manganeso necesaria para la producción del acero utilizado en armas y proyectiles, fue citado como un primer ejemplo de los casos que hacían necesario mantener una reserva, ya que era la demostración de que los Estados Unidos no podían depender de las rutas marítimas para el transporte de materiales estratégicos durante un conflicto internacional.
Entre las recientes desapariciones de barcos de guerra en tiempos de paz, en los alrededores del Triángulo de las Bermudas, el caso del buque de la Marina brasileña, Sao Paulo, resulta particularmente llamativo. El navío, destinado a chatarra, y con una tripulación de sólo ocho hombres a bordo, era arrastrado por dos remolcadores al sudoeste de las Azores cuando se desvaneció inesperadamente, durante la noche del 3 al 4 de octubre de 1951. Uno de los remolcadores tuvo que soltar el cable de arrastre, debido a una fuerte marejada, la noche del 3 de octubre. Sin embargo, en la madrugada del 4 sobrevino una repentina calma, y pudo advertirse que los cables del segundo remolcador estaban rotos, o habían sido cortados, y que el Sao Paulo había desaparecido. La subsiguiente búsqueda del barco, realizada por buques y aviones, estuvo caracterizada por una serie de informes desusados: durante la noche y en las primeras horas de la mañana se vieron luces extrañas, y luego, a lo largo del siguiente día, los aviones señalaron algunas masas o formas oscuras avistadas sobre la superficie del mar, que desaparecieron rápidamente. Jamás se hallaron señales del Sao Paulo ni de su reducida tripulación.
La mayor parte de los comentaristas de los acontecimientos ocurridos dentro del Triángulo de las Bermudas se contentan con presentarlos simplemente como otros tantos misterios no resueltos, aunque varios de los más pertinaces investigadores consideran que las desapariciones inexplicables de aviones, barcos y seres humanos se deben a inteligentes agentes terrestres o extraterrestres. Esta es una creencia compartida tal vez a fuerza de no contar con ninguna otra explicación lógica por un creciente número de observadores.
Una de las teorías, sugerida por Ivan Sanderson y el doctor Manson Valentine, supone la actuación de seres inteligentes que vivirían bajo el mar. Otra de las versiones más populares, que cuenta entre sus más destacados exponentes a John Spencer, un hombre que perteneció a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos durante diez años, concluye que los extraterrestres visitan la tierra y raptan o «arrastran hacia el espacio» a hombres y equipo, para estudiar el estado de nuestro desarrollo tecnológico. Lo hacen, no para ver si hemos avanzado bastante, sino para calcular el momento en que nos hallemos en peligro de avanzar demasiado. Aunque estas teorías volverán a ser examinadas en las páginas siguientes, resulta interesante, teniendo en cuenta esta sugerencia acerca de la posibilidad de un laboratorio espacial de investigación exterior (o interior), aplicar la versión de Spencer a la desaparición de barcos y, más tarde, aviones. El espacio de tiempo transcurrido entre las desapariciones de barcos de guerra, así como su sustitución por pérdidas de aviones militares, y la cantidad de embarcaciones comerciales o de placer desaparecidas, algunas con carga y otras sólo con pasajeros o con cargamentos especiales, y por último algunos curiosos incidentes relacionados con estas pérdidas, dan lugar a inquietantes consideraciones.
Entre los casos de barcos comerciales, uno de los primeros misterios registrados en esta zona se refiere al Rosalie, un navío francés que se dirigía hacia La Habana, en 1840, Sin embargo, no fue el Rosalie el que desapareció, sino sus tripulantes y pasajeros, que dejaron el barco abandonado, con excepción de un canario, con las velas desplegadas y la carga intacta. De haberse tratado de un caso de piratería, quienes la realizaron estaban más interesados en las personas que viajaban a bordo, que en el barco o en su carga. Si alguna plaga o enfermedad hubiese causado la pérdida de pasajeros y tripulación, habría quedado alguna seña. (Como ejemplo de enfermedades repentinas que hacen abandonar un barco se cita el caso ocurrido durante los días del tráfico de esclavos, en el Mar de los Sargazos, cuando una goleta avistó un barco de esclavos que navegaba a la deriva. Su capitán pidió ayuda a la goleta. Aparentemente, todos los esclavos y la tripulación habían sido atacados por una virulenta enfermedad que producía ceguera. El barco que podía haberles asistido rechazó la llamada de auxilio y abandonó la zona lo más rápido posible, dejando el esclavista, a su tripulación y a los esclavos abandonados a su suerte).
El 26 de febrero de 1855, el James B. Chester, un buque de tres palos, fue hallado por el Marathón dentro del Mar de los Sargazos; navegaba sin destino y sin tripulación, pero con las velas desplegadas. Las investigaciones en la cabina revelaron que las sillas y las mesas estaban volcadas, en medio de un gran desorden y mezcladas con objetos personales. La carga estaba intacta y los botes salvavidas en su sitio. No había señas de derramamiento de sangre o asalto. Sencillamente, la tripulación se había desvanecido, ya sea porque se vio arrastrada fuera del barco, o porque tal vez —cosa muy improbable— saltó por la borda. Los hombres del Marathón notaron durante su abordaje, sin embargo, la falta de los documentos y compases del James B. Chester.
En 1881, la goleta norteamericana Ellen Austin sufrió un accidente casi increíble. Mientras navegaba al oeste de las Azores, encontró una nave similar abandonada. Cuando sus hombres la abordaron, hallaron todo en orden, las velas plegadas y el aparejo intacto. El capitán de la Ellen Austin resolvió aprovechar su buena fortuna, instalando una tripulación a bordo, para rescatarla como botín. Sin embargo, antes de que pudieran ponerla en movimiento, sobrevino repentinamente una tormenta que hizo que las dos embarcaciones perdieran todo contacto. Pasaron dos días antes de que la Ellen Austin pudiera avistar nuevamente la nave abandonada, y cuando la volvieron a abordar, descubrieron que la nueva tripulación había desaparecido, sin dejar señales acerca de lo que le había ocurrido o adónde se había ido. Pero el capitán era insistente y, tras vencer la considerable reticencia de parte de su tripulación, consiguió un grupo de voluntarios a los que persuadió para que pilotaran aquel misterioso barco, aparentemente lleno de peligros. Poco más tarde volvió a levantarse una tormenta, se volvió a perder contacto y ya no se volvió a ver ni la nave ni a la segunda tripulación. Si todo no resultara tan extravagante, se podría hacer una comparación entre el barco abandonado y una trampa, de la que incluso las tormentas formarían parte.
Lo inexplicable es que los barcos abandonados han aparecido en otras numerosas oportunidades en el área del Triángulo. La barcaza alemana Freya, que se dirigía desde Manzanillo, Cuba, hacia varios puertos de Chile, en octubre de 1902, apareció a la deriva y sin su tripulación navegando fuertemente inclinada hacia un costado. Las páginas de su calendario de viaje habían sido arrancadas hasta el 4 de octubre.
En aquella época se había producido un violento terremoto en México y se presumió que el choque sísmico produjo una enorme ola que arrastró a la tripulación del Freya, que tal vez volcó parcialmente la barcaza. Luego, cuando el mar volvió a quedar en calma, la propia embarcación recuperó a medias su posición normal.
Buceador junto al borde de uno de los bancos de las Bahamas, una enorme llanura sumergida en la que las islas Bahamas son las cumbres. Esta gran planicie submarina está sembrada de cuevas de roca que algunas veces conectan con lagos situados en el interior de las actuales islas.
FOTO DE PAUL TZIMOULIS, CORTESIA DE LA REVISTA «SKIN DIVER»
Buceando junto a la plataforma submarina de las Bahamas. En tanto que en extensas áreas de las cercanías de las Bahamas el fondo del mar es relativamente poco profundo, el borde de los bancos de las Bahamas cae abruptamente en tremendos abismos.
FOTO DE PAUL TZIMOULIS, CORTESIA DE LA REVISTA «SKIN DIVER»
Las historias acerca de barcos hallados vacíos en el Mar de los Sargazos o en zonas cercanas del Atlántico narran invariablemente el caso de la Mary Celeste, tal vez el más famoso de todos. El incidente no se produjo en el Mar de los Sargazos, aunque la nave pasó por el Norte de dicha zona, rumbo al punto situado también al Norte de las Azores y hacia el cual se dirigía cuando fue hallada por el bergantín inglés Dei Gratia, en noviembre de 1872. Los marinos ingleses observaron su curso extraviado, le hicieron señas y, al no obtener respuesta, la abordaron y la tomaron en botín. Sus velas estaban desplegadas y la carga de barriles de alcohol yacía bien estibada en la bodega. Había suficientes provisiones de agua y comida, pero su dotación de diez personas, incluyendo al capitán, su esposa y su hija pequeña, habían desaparecido. A bordo quedaron dinero, pipas, objetos personales, e incluso el cuaderno de bitácora. Sólo faltaba el sextante. La cabina principal había sido parapetada con maderas, como si alguien hubiera querido establecer allí una plaza fuerte para repeler un ataque.
Este misterio marino ha sido contado y adornado una y otra vez. Se ha convertido en tema de pesquisas y juicios ante los tribunales, pero sigue sin ser resuelto. Se ha explicado la desaparición de sus tripulantes de muchas maneras: ataque de piratas, motín y huida después de asesinar al capitán, temor de que la carga estuviese a punto de estallar, descubrimiento repentino de contrabando o de algún material peligroso en las bodegas, una plaga o un secuestro cometido por supuestos amigos. El Lloyds de Londres, que pagó el seguro, se inclina por la teoría de que un incendio repentino, pero breve, de la carga de alcohol pudo atemorizar a la tripulación, haciéndola abandonar el barco. Posteriormente, de acuerdo con las características del alcohol, habrían surgido llamas azuladas que se habrían extinguido por sí solas. Para entonces, probablemente la tripulación no pudo regresar desde el bote salvavidas al barco. Otra explicación posible del comportamiento irracional de la tripulación es que el pan se haya mezclado con brotes de centeno en la despensa. En otras ocasiones, el pan infectado por el centeno ha sido la causa de violentos raptos de locura seguida de muerte y precedida por un comportamiento irracional de los marineros. Un caso de locura colectiva como éste podría haber hecho que la tripulación abandonase el barco en medio del pánico y explicaría algunas otras desapariciones de dotaciones completas de «barcos fantasmas» hallados en diversos océanos del mundo.
Harold Wilkins, en su libro Strange Mysteries of Time and Space (Extraños misterios del tiempo y el espacio) plantea seriamente la posibilidad de que el barco hubiese sido abordado y secuestrado en el mar por algunas personas conocidas de los tripulantes. Esto implicaría que, posteriormente, se hizo desaparecer a la tripulación y el barco vacío fue «redescubierto» y tomado como botín.
Al desarrollar esta teoría, Wilkins hace ver las numerosas contradicciones de las versiones del capitán y la tripulación del Dei Gratia y el hecho de que este barco permaneció amarrado junto al Mary Celeste en Nueva York, durante una semana, haciéndose a la mar poco después de la partida de la nave condenada.
Tras concluir el procedimiento de legalización del botín, y una vez reacondicionado, el Mary Celeste volvió a navegar, pero con una reputación de «barco de mal agüero», que acarreaba desgracias, destrucción y muerte a quienes navegasen en él. Finalmente, su último patrón, el capitán Gilman Parker, repartió gran cantidad de licor a la tripulación, bebió generosamente él mismo y luego condujo a propósito —según se dice— al Mary Celeste contra un arrecife cerca de Haití, terminando así con su desgraciada trayectoria.
Hay toda una serie de barcos que fueron hallados desiertos y con menores indicios aún acerca de lo que había ocurrido a sus ocupantes. Entre ellos, el Carol Deering, que se varó en una playa de Carolina del Norte en febrero de 1921, y sin que nunca se supiera qué pasó con su tripulación, salvo que había abandonado el buque, o se había visto obligada a dejarlo, en el momento en que se estaba a punto de servir la comida. El John and Mary apareció desierto en abril de 1932, a 80 kilómetros al sur de las Bermudas. El Gloria Colite, una goleta encontrada sin nadie a bordo el 3 de febrero de 1940, y el Rubicón, un boque cubano que también quedó abandonado (con excepción de un perro hambriento) frente a Cayo Largo, en la Florida, el 22 de octubre de 1944. La última anotación en su cuaderno de bitácora era del 26 de septiembre y señalaba su permanencia hasta entonces en el puerto de La Habana. La falta de botes salvavidas sugería que la tripulación se había alejado precipitadamente. Ivan Sanderson ha observado que en los casos en que la tripulación abandona el barco resulta muy poco común que no se lleve la mascota o los animales preferidos. Se ha sugerido que la tripulación fue obligada a desembarcar, tal vez por entes que sólo deseaban hacerse de seres capaces de comunicación oral. Sanderson comenta además que debe señalarse que, así como se han encontrado perros, gatos y canarios en buques de los que las tripulaciones han desaparecido, «… los loros parecen desvanecerse lo mismo que los seres humanos…». Ello se debe tal vez —nos imaginamos— a que el hablar coherente (o incoherente) es una manera fácil de reconocer las especies dominantes en el planeta Tierra.
Tripulaciones y pasajeros han desaparecido frecuentemente también de numerosas embarcaciones pequeñas que luego han sido halladas a la deriva y desiertas. Así ocurrió, por ejemplo, con el yate Conneniara IV, hallado a 640 km al sudoeste de las Bermudas en septiembre de 1955; con el Maple Bank, un velero de 20 metros de largo que apareció desierto y sin rumbo al norte de las Bermudas, el 30 de junio de 1969; con The Vagabond, un yate de doce metros pilotado por su dueño, que fue hallado en perfecto estado al oeste de las Azores, el 6 de julio de 1969, pero sin señales de su capitán, Wallace P. Williams, ni de su tripulación. Algunas embarcaciones han desaparecido durante viajes bastante cortos, como fue el caso de Al Snyder, un jockey muy conocido, que llevaba a varios amigos en su motonave en una excursión de pesca que se inició en Miami el 5 de marzo de 1948, rumbo a Cayo Sandy. Aunque el yate apareció, nunca más se supo de sus ocupantes.
Aunque algunas de las pequeñas lanchas halladas en alta mar después del triunfo de la Revolución cubana podrían tener alguna relación con las actividades de los cubanos que escapaban y de los que les perseguían, hubo una extraña desaparición que no tuvo nada que ver con la situación de Cuba.
El incidente del Witchcraft es un ejemplo notable de cómo puede una pequeña embarcación desaparecer con la velocidad del rayo, en circunstancias en que se hallaba no sólo a la vista del puerto, sino atada a una de las boyas. Dan Burack, el dueño del Witchcraft —que, por cierto, gozaba de fama de ser «insumergible»— había invitado al sacerdote Pat Hogan a ver la iluminación navideña de Miami, frente a la costa de Florida, la víspera de la Nochebuena de 1967. Avanzaron en medio de aguas serenas hasta cerca de dos kilómetros de la playa y se detuvieron a admirar las luces en las inmediaciones de la boya número 7. Desde aquel punto, Burack hizo una sola llamada de emergencia a la Guardia Costera, dando su posición exacta. Una lancha de la Guardia tardó sólo veinte minutos en llegar a la boya número 7, pero ya para entonces no había señales del Witchcraft. Cuando se suspendió la búsqueda, un vocero de la Guardia Costera declaró, de manera un tanto paradójica: «Presumimos que están extraviados en el mar, pero no desaparecidos».
La lista de barcos de carga, embarcaciones de pesca y de placer que se han desvanecido con sus tripulaciones es impresionante. Muchos de ellos han desaparecido en medio de buen tiempo y sin dejar restos flotantes, ni manchas de aceite, ni botes o chalecos salvavidas (con una notable excepción), o cadáveres, ni en el mar ni en playas vecinas donde las aguas pudieran haberlos arrastrado. Al igual que los aviones desaparecidos, los barcos no enviaron mensajes de SOS ni informaron acerca de nada anormal por medio de sus transmisores.
Entre los barcos desaparecidos figuran el Cotopaxi, un carguero que se dirigía desde Charleston a La Habana en 1925; el Suduffco, un mercante que navegaba desde el puerto de Newark hacia el Sur, en 1926; el Stavenger, con 43 personas a bordo, localizado al sur de la isla Cat en 1931, y el carguero Angla-Australian, que llevaba una tripulación de 39 hombres y que, en marzo de 1938, al pasar por las Azores rumbo al Oeste, envió un mensaje que decía: «Todo bien».
En 1924 se recibió una comunicación radial espectacular del mercante japonés Raifuku Maru, presumiblemente en el momento de su desaparición entre las Bahamas y Cuba, durante el invierno. Las palabras de este mensaje radial constituían un llamado de auxilio muy poco usual: «Corremos peligro de muerte como una daga… Vengan pronto… No podemos escapar…».
No se especificaba, sin embargo, cuál era el peligro. Si se trataba de una tormenta repentina o de una tromba marina, lo normal habría sido que el operador de la radio proporcionase una información precisa, que más tarde pudiese servir de ayuda a las operaciones de rescate, en lugar de explayarse en comparaciones imaginativas, por muy estremecedoras que resultaran.
Las desapariciones de barcos durante las guerras tienen diversas y satisfactorias explicaciones, como los ataques de submarinos, las explosiones de minas o bombas y los sabotajes, que podrían ser las causas de las pérdidas sin dejar huellas. Sin embargo, mucho tiempo después de concluida la guerra, los grandes barcos siguieron desapareciendo dentro del Triángulo de las Bermudas. El mercante Sandra, que se dirigía desde Savannah a Puerto Cabello, en junio de 1950, llevando una carga de insecticida, pasó por Saint Agustine, Florida, en medio de buen tiempo. Después, se perdió todo contacto. Como ocurrió en este caso, y en otros, la mayoría de los barcos norteamericanos han desaparecido mientras se hallaban a la vista de tierra. El pesquero Sno’ Boy, con cuarenta personas a bordo, se perdió un poco más al Sur, entre Kingston, Jamaica, y Cayo Nordeste, en 1963, sin que mediara explicación o señal de ninguna clase.
Entre las numerosas embarcaciones de placer dadas por desaparecidas sin dejar rastro en esta zona, y que han llegado a ocurrir con un promedio de una al mes, el caso del Revonoc mereció, por varias razones, comentarios especiales. Era un yate de carrera, de quince metros, que había ganado premios en la prueba Newport-Islas Bermudas y que desapareció mientras realizaba un crucero entre Key West y Fort Lauderdale, entre Navidad y Año Nuevo de 1967 (como veremos, esta fue una temporada fatal en cuanto a desapariciones). En primer lugar, el yate estaba diseñado para participar en carreras con cualquier clase de tiempo. Además, el capitán Conover, su dueño y patrón, era un excelente marino, con el título de Comodoro del Cruising Club de los Estados Unidos. Se trataba de «un marino demasiado bueno» como para arriesgarse a sufrir un accidente durante una travesía relativamente tan corta. En todo caso, puesto que navegaba tan cerca de tierra, algún vestigio del yate se habría encontrado a lo largo de la playa, en caso de que hubiese chocado con algún arrecife, Tratando de ofrecer alguna explicación lógica, el entonces director de deportes náuticos del Herald Tribune de Nueva York sugirió la posibilidad de que un carguero que se hallaba en la zona en ese momento hubiese arrollado al yate durante la noche, enviándolo al fondo del océano con tripulación y todo, y sin dejar el menor rastro.
Más de medio siglo antes de la desaparición de Conover en el Renovoc, Joshua Slocum, otro marino muy conocido por haber sido el primer hombre que circunnavegó el globo solo, en 1909 emprendió un segundo viaje en su yola de once metros, The Spray. Se informó de su ingreso al área del Triángulo, navegando desde Miami hacia el Sur. Poco después, él y The Spray desaparecieron para siempre.
Aspecto interior de un «agujero azul», una de las cuevas submarinas de los bancos de las Bahamas. Fuertes corrientes suelen surcar estos canales y se han encontrado algunos botes pequeños atrapados en su interior. Las estalagmitas y estalactitas que se advierten dentro de ellos indican que en alguna época, y durante un largo período, estuvieron sobre el nivel del mar.
FOTO DE PAUL TZIMOULIS, POR CORTESIA DE LA REVISTA «SKIN DIVER»
Las pérdidas de embarcaciones de tamaño pequeño y mediano dentro del Triángulo se deben sin duda, en muchos casos, a condiciones meteorológicas. Sobre todo en invierno, cuando se hacen aún más imprevisibles debido a que las masas de aire frío del Ártico chocan con el aire caliente de los trópicos. Este puede haber sido el caso de la goleta Windfall (17 metros, desaparecida frente a las Bermudas en 1962), la Evangeline (16 metros, en ruta desde Miami hacia las Bahamas, en 1962), la Enchantress (17 metros, desaparecida mientras navegaba desde Charleston a Santo Tomás, en 1946) y el queche de 10 metros, Dancing Feather (desaparecido entre Nassau y Carolina del Norte, en 1964). Todos se produjeron durante los meses de invierno, cuando grandes olas levantadas por tormentas repentinas hicieron tal vez que aquellas pequeñas embarcaciones se hundieran antes de poder enviar un mensaje por radio. Pero esto, naturalmente, no explicaría la desaparición de barcos en aguas relativamente tranquilas, o las diversas ocasiones en que grandes cargueros o barcos de la Marina se perdieron sin dejar huellas.
La pérdida del carguero Marine Sulphur Queen, de 130 metros, que llevaba una tripulación de 39 hombres, se produjo el 2 de febrero de 1963, o alrededor de esa fecha, y resulta particularmente notable por el tamaño del barco. Se dirigía a Norfolk, Virginia, desde Beaumont, Texas, con una carga de 15.000 toneladas largas de azufre fundido acarreadas en tanques metálicos. Hacía buen tiempo. La última vez que dio su posición era cerca de Tortugas Secas, en el Golfo de México, un área que está dentro o cerca del Triángulo, de acuerdo con sus límites más bien elásticos.
Lo paradójico es que, en un primer momento, la pérdida del barco no fue notada por sus dueños, sino por una casa de corretajes. Todo ello se debió a una serie de curiosas circunstancias. Uno de los tripulantes del Marine Sulphur Queen había estado especulando en el mercado de corredores, específicamente en ventas de trigo a futuro, y había colocado una orden «de compra» antes de que el barco dejara el puerto. Este es un pasatiempo que normalmente requiere un contacto más bien estrecho con el agente de Bolsa. Justamente por eso, la casa de corretajes ejecutó la orden y le envió un cable confirmándoselo. Al no recibir respuesta, la casa se puso en contacto con los armadores, diciéndoles que no lograban comunicarse con el barco. Fue la primera indicación de que las cosas no andaban del todo bien y la señal de partida para la infructuosa búsqueda del buque, iniciada por la Guardia Costera el 6 de febrero. Sus barcos y aviones recorrieron una amplia zona, desde los cabos de Virginia hasta la parte oriental del Golfo de México. Aunque la búsqueda fue interrumpida el 15 de febrero, cinco días más tarde la Marina informó haber hallado un chaleco salvavidas del Marine Sulphur Queen en el mar, 27 km al sur de Key West. Esto significó la iniciación de un nuevo rastreo, del que resultó solamente el hallazgo de un nuevo chaleco. La investigación posterior examinó una serie de posibilidades: explosión del azufre, zozobra, choque contra una mina, o incluso captura y confiscación por parte de los cubanos (o de simpatizantes cubanos). Una Junta de Investigación de la Marina hizo notar que el Marine Sulphur Queen había «desaparecido en el mar sin transmitir ningún mensaje radial de alarma», pero no ofreció ninguna solución ni adelantó teoría alguna en relación con el desastre.
Los relatos acerca del Triángulo de las Bermudas revivieron cuando el submarino atómico estadounidense Scorpion, que llevaba una tripulación de 99 personas, no volvió a su base en el puerto de Norfolk, Virginia, el 28 de mayo de 1968. Había enviado su último mensaje de rutina en el viaje de regreso el 21 de mayo, cuando se hallaba a 400 km al oeste de las Azores, El 5 de junio se le dio por desaparecido, pero varios meses más tarde, un barco de investigación oceanográfica de la Marina localizó algunos restos, a 740 km al sur de las Azores y a una profundidad de más de 3.000 metros. Puesto que las fotografías submarinas identificaron, aparentemente, al Scorpion, no puede decirse que se haya desvanecido, aunque no se pueda determinar las razones de su pérdida, en el borde del Mar de los Sargazos. Si hubiera algún motivo atribuible a seres inteligentes, como lo han sugerido algunos investigadores, tras las desapariciones o semidesapariciones, la pérdida de varios submarinos atómicos en el Atlántico Occidental daría lugar a pensar en algunas otras posibilidades, aparte de las fallas mecánicas.
Si proyectamos el área de las naves desaparecidas al interior del Golfo de México, como lo sugiere John Spencer, habría que incluir una que se produjo en 1966, especialmente teniendo en cuenta la forma de escapar a cualquier amenaza que pueda pesar sobre barcos y aviones en esta zona y que discutiremos más adelante. En aquel caso, la embarcación afectada fue el remolcador Southern Cities, de 20 metros de largo, que salió de Freeport, Texas, el 29 de octubre de 1966, arrastrando una barcaza de 64 metros. Cuando se advirtió que el Southern Cities no enviaba su informe diario por radio se inició una búsqueda que consiguió ubicar a la barcaza, completa, con su carga de sustancias químicas en orden y con su cable de arrastre intacto hasta su cadena de enganche, pero no se hallaron rastros del remolcador ni de su tripulación. El párrafo del informe subsiguiente de la Junta Marítima de Investigación de la Guardia Costera podría aplicarse también a cualquiera de los numerosos aviones y barcos que han desaparecido: «… El hecho de que el barco no enviara un mensaje de emergencia parece justificar la conclusión de que la pérdida del remolcador se produjo de manera tan rápida que la transmisión resultó imposible».
Entre las desapariciones más recientes habría que incluir la del Ithaca Island, ocurrida en noviembre de 1968, mientras llevaba una carga de grano desde Norfolk a Manchester; la del Milton latrides, en abril de 1970, cuando iba en ruta de Nueva Orleáns a Ciudad de El Cabo, con un cargamento de aceites vegetales y soda cáustica; y la del Anita, un barco de carga muy grande (20.000 toneladas), con una tripulación de 32 personas, que navegaba desde Newport News hacia Alemania, en marzo de 1973, llevando una carga de carbón. Nunca se volvió a saber de él. Después de la característica investigación minuciosa, que determinó que definitivamente el Anita había desaparecido, el Lloyds de Londres pagó a sus dueños un seguro de tres millones de dólares.
El barco gemelo del Anita, el Norse Variant, que salió del puerto dos horas antes, envió un mensaje por radio informando que se estaba hundiendo, a 240 km al sudeste del cabo May. Al comienzo se pensó que toda la tripulación estaba perdida, pero hubo un sobreviviente, que se salvó aferrándose a una compuerta de madera. Según su informe, el hundimiento se produjo en cuestión de minutos. Se levantó un viento extremadamente violento que arrastró todos los objetos movibles que había en los puentes y de pronto se desencadenó una marejada que anegó las bodegas, echó a pique y hundió el buque en un lapso de cinco minutos.
Al considerar la diversidad de las cargas que llevaban los distintos barcos desaparecidos, pareciera no existir una relación entre su contenido y la desaparición misma, que pudo ser provocada por actos de piratería, peligro de explosiones, motines o algo semejante. Las pérdidas no presentan ninguna coherencia, pero todas resultaron concentradas en la misma zona.
Al comentar las desapariciones de barcos y aviones dentro del Triángulo de las Bermudas, un funcionario de información del Tercer Distrito Naval de los Estados Unidos manifestó una opinión de profesional que es ampliamente compartida, aunque ciertamente tiene un carácter extraoficial: «Esto es un verdadero misterio. En la Marina, nadie se burla de esto. Siempre supimos que había algo extraño respecto de este Triángulo de las Bermudas, pero nadie ha podido descubrir qué es. No parece existir ninguna razón física o lógica. Es casi como si estos buques hubiesen quedado cubiertos de pronto por una especie de red de camuflaje electrónico secreto».
Salvo algunas escasas excepciones, casi todos los incidentes relativos a barcos o aviones se han producido dentro o en los alrededores del Mar de los Sargazos y de las aguas costeras que lo bordean. Junto con prevenir acerca de los peligros de concentrar la búsqueda por área alrededor de cualquier «incidente llamativo», Ivan Sanderson comenta los «aspectos agravantes» del hecho de que (la posición de) el Mar de los Sargazos casi coincide con la circunstancia de que «… la mayoría de las desapariciones de los aviones y de la mayoría de los barcos… han ocurrido, desde antiguo, en esta zona de forma oblonga…».
Resulta una irónica coincidencia el que esta región, que causó temor desde épocas remotas, según las leyendas que existieron mucho antes de que fuera oficialmente descubierta y luego temida durante cientos de años como un mar condenado, conserva su aureola siniestra y gran parte de su misterio hasta ahora, en plena era espacial, uniendo así, en el asombro, a los personajes que podrían ser situados en los extremos opuestos del aspecto de las grandes exploraciones: Colón y los astronautas del Apolo 12.
Colón, a bordo de la Santa María, fue el primer observador que, según nuestros anales, advirtió esa iluminación inexplicable del mar constituida por las brillantes aguas blancas de las Bahamas, cerca de los límites occidentales del Mar de los Sargazos. Pudo verlos durante su primer viaje, el 11 de octubre de 1492, dos horas después de la puesta del sol. Los astronautas, en cambio, notaron esas mismas rayas luminosas, o especies de vías dentro de las aguas, y ellas fueron las últimas luces terrestres que pudieron observar desde el espacio. Se han dado varias explicaciones acerca de este fenómeno: podría deberse a mangas agitadas por peces, o a bancos de peces, o a alguna otra materia orgánica. Cualquiera que sea su origen, todavía por explicar, esta luz es visible desde la superficie y resulta especialmente notoria desde el aire.
El primer viaje a Colón dio lugar a otros misteriosos incidentes que aún hoy provocan sorpresa y comentarios en la zona del Triángulo. El 15 de septiembre de 1492, cuando se hallaba dentro de la zona occidental del Mar de los Sargazos, él y su tripulación, que estaba cada vez más nerviosa, observaron cómo un gran arco de fuego cruzaba los cielos y caía o desaparecía en el océano. Algunos días más tarde, los marineros volvieron a sentir que les embargaba el temor, ante la inexplicable perturbación sufrida por el compás del barco. Este incidente constituyó un curioso presagio, en la víspera del descubrimiento del Nuevo Mundo, de las perturbaciones electromagnéticas que todavía afectan a la navegación aérea y marítima dentro del Triángulo.
El desove de las anguilas constituye otro de los numerosos misterios relacionados con el Mar de los Sargazos, y ha intrigado tanto a los observadores modernos como a los antiguos. Aristóteles (384-322 a. C.) fue el primer naturalista de la Antigüedad que parece haber planteado la misteriosa cuestión de la reproducción de las anguilas europeas, que, naturalmente, eran las únicas que conocía. Se sabía que estos animales abandonaban sus estanques, lagos, arroyos y pequeños ríos para luego nadar a lo largo de los ríos mayores y desembocar en el mar. Esto era todo lo que se conocía acerca de los hábitos reproductores, hasta unos 2500 años más tarde, cuando un científico danés, el doctor Johanes Smith, descubrió el lugar hacia el cual se habían dirigido las anguilas en sus travesías a lo largo de los siglos transcurridos desde que el fenómeno fue planteado por primera vez.
Las anguilas europeas adultas siguen las vías de agua que se vacían en el Atlántico; allí se unen y nadan formando un gran banco, que progresa con lentitud durante unos cuatro meses, acompañado de bandadas de gaviotas y manadas de tiburones, hasta que alcanzan un punto del Mar de los Sargazos en que se detienen para desovar a gran profundidad. Allí los adultos mueren y los recién nacidos comienzan su largo viaje de regreso, dirigiéndose por la Corriente del Golfo en una jornada de regreso a Europa que les toma alrededor de dos años.
El comportamiento de las anguilas del continente americano tienen las mismas características, pero al revés. Nadan en dirección Este y encuentran a las anguilas europeas en las profundidades del Mar de los Sargazos, desde donde los ejemplares jóvenes regresan a sus lares ancestrales en las Américas. La notable conducta de estas especies y la «nostofilia» (memoria acerca del lugar de origen o de reproducción) que han heredado, dio lugar a algunas teorías en extremo interesantes. Por ejemplo, aquella que sostiene que su región reproductora original estaba en un gran río de un continente que existió en el Atlántico, en los alrededores del Mar de los Sargazos, y que las anguilas están todavía en busca de sus lugares de desove primitivos, en la zona en que alguna vez fluyó el río desaparecido, a través de un continente que ahora estaría a miles de metros bajo el mar. Se ha sugerido incluso que las algas del Mar de los Sargazos serían restos, adaptados a la vida submarina, sobrevivientes de la vegetación del viejo continente atlántico que se hundió con gran rapidez, según la histórica leyenda, arrastrando consigo todos sus lujuriosos bosques y llanuras.
Sin embargo, de todos los misterios del Mar de los Sargazos y sus alrededores, el más inquietante es el relativo a los barcos y aviones perdidos y su posible conexión con otros fenómenos, sobre todo porque está relacionado con una zona que es atravesada todos los días por tan gran número de barcos y aviones. Naturalmente, podría ocurrir que cada una de las desapariciones tuviese una explicación lógica, y que algunos términos, como «aberraciones atmosféricas», «agujeros en el cielo» y «pozos de gravedad», así como las sugerencias de que los aviones y las embarcaciones grandes y pequeñas han sido capturadas y secuestradas por entes desconocidos, constituyen simplemente intentos de explicar lo inexplicable.
Hay todavía otro elemento que agregar al misterio. Es muy reciente y resulta bastante inesperado. En las numerosas desapariciones anteriores ocurridas en el Triángulo de las Bermudas, no sólo no ha habido supervivientes, sino que no se ha recuperado ni un solo cadáver de las numerosas víctimas. No obstante, durante los últimos años, y debido a la divulgación que ha tenido la leyenda del Triángulo de las Bermudas, algunos pilotos y marineros están empezando a perder su comprensible reticencia a discutir lo insólito y a narrar cómo se han librado de las fuerzas que operan dentro del Triángulo. Si se examinan algunos de estos relatos se podrá advertir una cierta tendencia común, que podría explicar cómo (si no el porqué) se han producido algunas de las desapariciones.