Seguidos por los antidisturbios, entramos en el hemiciclo, el espacio que alberga la sala del plenario de la Cortes. Tiene forma semicircular y está cubierto por una bóveda de más de doscientos metros. Hay cien bancadas con los colores de las ciudades a las que pertenecen en los arquitrabes; los directivos de las empresas, vestidos con los uniformes del cargo, ocupan sus escaños en ellas. La tribuna de los oradores vacía se desliza suavemente por el espacio gracias a los propulsores que arden debajo de ella. Un enorme altavoz, desde el que Madre nos da la bienvenida, ocupa la cabecera de la sala. Debajo están las pantallas del mercado de valores, en constante fluctuación. Diez consolas acopladas en sillones, cada uno de un color de la República, forman un círculo en el centro de la sala hacia el que nos dirigimos, guiados por Madre y envueltos por los aplausos que nos dedican los miles de directivos. El color rojo resalta por encima del resto: los de Ingeniex somos los que más escaños tenemos, aunque el verde de Armex casi se ha duplicado debido a la masiva presencia de antidisturbios a nuestro alrededor. Amedrentados por ellos, nos detenemos en el centro de la sala, en la que se hace el silencio cuando entra mi padre. Vestido con el uniforme presidencial, traje rojo de directivo con estrellas de los colores de todas las empresas de la República en los puños y condecoraciones en las solapas, sube a la tribuna de los oradores que se detiene frente a él. Sobrevuela despacio la sala del plenario, que espera en silencio su discurso.
—Republicanos, celebramos hoy el inicio de un acto democrático, un acto de libertad protagonizado por estos diez jóvenes. Madre ha determinado que son los mejores de la República. Será un orgullo para mí ofrecerle mi legado al ganador de la Selección.
Todos los presentes en la sala nos dedican sus miradas, que mis compañeros les devuelven sonrientes y con la emoción contenida, orgullosos de ser los representantes del futuro de la República. En la de mis ojos verdes sólo hay rabia.
—El elegido jurará el cargo con una mano sobre la Constitución Biónica. Será el undécimo presidente de la República, después de más de un siglo de democracia, en bipartito con Madre, en el que mantener la seguridad ha sido la base del gobierno. Los procesadores y sus aplicaciones consiguieron abolir toda forma de emoción negativa, el germen que desató la guerra de la Inseguridad. —Antes de proseguir le dedica una mirada cargada de intención a la bancada de Armex—. Pero ahora las convicciones por las que lucharon nuestros antepasados se han puesto en entredicho…
Las palabras de mi padre dejan sin aliento a los presentes en la sala, aunque los directivos de Armex, los mismos que propiciaron las manifestaciones en contra de Ingeniex tras el Incidente, no parecen darse por aludidos. Charlan entre ellos, y muestran indiferencia y falta de respeto hacia mi padre, a quien miro sorprendido. No esperaba que fuera a afrontar así el asunto. Después del Incidente guardó un incomprensible y criticado silencio, y yo ya había dado por sentado que no se embarcaría en la defensa que nos merecíamos los ingenieros. Pero su discurso me demuestra que me equivoqué al juzgarlo, ya que mi padre sólo estaba esperando el momento idóneo para reivindicar la inocencia de los de nuestra facción.
—No podemos olvidar que otra de las bases de la República es la estratificación de los ciudadanos por servicios empresariales, así como la cooperación entre ellos. Si permanecemos unidos es poco lo que no nos es dado hacer. Si estuviéramos divididos y distanciados, no osaríamos hacer frente a un reto tan poderoso.
La República es una suma de empresas, todas ellas necesarias. Si Armex obtiene la presidencia, impondrá una dictadura, tal y como hizo GΔr©on en el grupo en Kaibil. Pero mi padre nos obliga a recordar que todas las empresas son necesarias para que el mercado de valores funcione. GΔr©on sonríe altivo al ver en las pantallas que Armex es la empresa que cotiza por encima del resto.
—Os pido a los diez aspirantes que prometáis defender con vigor los valores de la República. Prometed que no permitiréis que una forma de dominación colonial desaparezca para ser reemplazada por una tiranía férrea.
Mi padre recorre con la mirada las de los diez seleccionados hasta detenerse en la mía.
—No olvidéis que, en el pasado, quienes se entregaron a buscar el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron devorados por su cabalgadura. —Ahora le habla a GΔr©on, que suspira como si estuviera cansado de escucharle—. Y os pido una última cosa. No os preguntéis qué puede hacer la República por vosotros. Preguntaos qué podéis hacer vosotros por ella.
La sala vibra al son del masivo aplauso que le dedican a mi padre todos menos los de Armex, aunque quienes golpean las palmas con más fervor son los ingenieros. Cruzo una mirada con él, lleno de orgullo. Por primera vez en mi vida siento su sangre por las venas. Ahora sé por qué tengo que ganar la Selección.
Desde el altavoz, Madre pide silencio. Mi rostro y los del resto de los candidatos se tensan al escuchar que nuestro futuro ya ha llegado.
—La Selección se librará en una simulación orgánica con calco que se descargará en vuestros procesadores. Vuestros cuerpos permanecerán en esta sala engranados a las consolas mientras las conciencias se trasladarán a vuestros avatares.
La competición se librará en dos equipos que se disolverán al llegar al ecuador de la competición, cada uno de ellos liderado por un capitán. Madre ya tiene sus nombres, los eligió a través del análisis del rendimiento alcanzado por nuestros procesadores durante la formación en Kaibil.
—Dado que ha conseguido un rendimiento del ochenta y seis por ciento, el capitán de uno de los equipos será Slo.
Agradezco con la mirada el aplauso en el que rompen los directivos de Ingeniex al escuchar la noticia.
—El capitán del segundo equipo, con un rendimiento del ochenta y dos por ciento, será Wort:s.
El silencio invade la sala, en la que todos los rostros parecen haberse congelado. Ni siquiera los pocos diputados vestidos de amarillo que ocupan los escaños de Accionex se atreven a aplaudir. Nadie esperaba escuchar un dato como ése, aunque lo cierto es que el cuerpo del avatar de Wort:s y sus destrezas se han duplicado tras su paso por Kaibil. Él ya sabía que era nuestro objetivo principal dado que representa a la empresa que protagonizó el Incidente. Por ese motivo aprovechó la formación más que ningún otro: quería dejar de ser la víctima y convertirse en el verdugo. Veo como GΔr©on aprieta los puños con rabia tras descubrir que no liderará ningún equipo, y no puedo evitar dedicarle una sonrisa de regocijo.
—Los capitanes seleccionarán, alternativamente, a los miembros de su equipo —informa Madre por el inmenso altavoz—. Slo, tu porcentaje superior te otorga el derecho a elegir en primer lugar.
Recorro con la mirada, despacio, las de los ocho candidatos y, contra todo pronóstico, elijo a GΔr©on. =Data me mira desconcertado al escuchar que él no ha sido mi primera opción. Trato de explicarle con la mirada que estoy siguiendo una estrategia, pero que en ningún caso me he olvidado de él. Sólo he elegido a mi mayor enemigo primero porque, si lo tengo a mi lado, podré controlarlo. =Data parece entenderlo, y afirma con un gesto, aunque se mordisquea las uñas nervioso.
—Elijo a Thorò_ó —dice Wort:s, cuya voz parece haber ganado fuerza de pronto.
Wort:s sabe lo que hace: tener a Thorò_ó en su equipo es una buena estrategia, porque nos equipara en fuerza a GΔr©on y a mí, y puede servirle como protector.
—Quiero a Doc.Cordob@ —anuncio con firmeza.
Escucho el murmullo de =Data, quien ahora ya no parece entenderme y me pregunta entre dientes qué demonios estoy haciendo. Le pido, con un susurro disimulado, que confíe en mí. Lo cierto es que no podía perder la oportunidad de tener de mi lado a la única candidata con los conocimientos necesarios para curar heridas. Madre ha dicho que la simulación será orgánica y de calco, lo que supone que correrá la sangre y que las heridas podrán matarnos.
Wort:s juega peor sus cartas en el segundo movimiento al elegir a BrΨna. Tal vez lo mueva el deseo, ya que noto que la mira con ardor. Su desliz me ofrece la posibilidad de tener a #France# controlada, aunque eso hace que el rostro de =Data enrojezca y pase del desconcierto al enfado. Trato de convencerme de que no lo he elegido aún porque quiero tener a mis enemigos a mi lado, aunque una parte de mí, que no quiero escuchar, me dice que lo he hecho porque =Data y yo tenemos capacidades muy parecidas, y no estoy seguro de que debamos estar juntos para ganar. Madre nos advirtió de que, para superar la Selección, será necesaria la suma de los trabajos de todas las empresas, y la realidad es que nuestros conocimientos se solapan.
—¿A quién eliges, Wort:s? —le pregunta Madre.
Wort:s lo valora en silencio. Ya sólo quedan =Data, BabO:) y Dana. Cruzo los dedos para que no escoja a =Data.
—A BabO:) —escucho aliviado.
Ese gigante delgaducho es el más débil de todos, y molestará al equipo más que otra cosa, pero Wort:s tiene motivos para quererlo en su equipo. Tras el Incidente, los trabajadores de Alimentex fueron de los pocos que mostraron su apoyo a los de Accionex y, para superar la cuarentena a la que les sometió Madre, les ofrecieron sacos de pienso y garrafas de agua sin necesidad de hacerles comprar acciones.
—Elijo a…
Estoy a punto de dejar salir el nombre de mi mejor amigo por la boca, pero sello los labios y me lo pienso. La impronta que la última simulación dejó en mi cerebro me obliga a recordar lo que aprendí: no soy capaz de matar a Dana, es la única contra la que perdería la partida. =Data se revuelve a mi lado, incapaz de entender a qué estoy esperando para nombrarlo. Trato de explicarle con la mirada que sólo intento hacer lo necesario para que salga de la Selección con vida, y que no lo conseguiré si tengo a Dana en contra, pero no parece entenderlo. Tomo el aire que necesito para anunciar mi decisión:
—Elijo a Dana.
Los pequeños ojos azules de =Data duplican su tamaño, debido a la furia que siente al creer que le acabo de clavar un puñal por la espalda.
—Escúchame, =Data…
Trato de acercarme a él, pero dos antidisturbios me agarran por los hombros y me obligan a sentarme en el sillón sobre la consola. Escucho un gran «¡oh!» que llega desde las bancadas de los directivos. Todos parecen tener miedo de que me descontrole sin la censura de la ira activa en mi procesador.
—Los capitanes estarán enlazados a los miembros de sus equipos por collares explosivos. Se trata del mismo sistema que se utiliza para retener a los inadaptados laborales en las prisiones sin paredes de Armex.
Las palabras de Madre hacen que deje de revolverme para zafarme de los antidisturbios. La mirada se me llena de alarma, porque conozco esos collares y sé lo peligrosos que son. Ingeniex preparó una aplicación para controlar a los presos, pero el sistema de seguridad violento de Armex ganó el concurso. Desde entonces los inadaptados laborales llevan en torno al cuello un collar cargado de explosivos. Si se alejan más de cien metros de la prisión, los collares no tardan en estallar. Durante la Selección, los miembros de mi equipo serán mi prisión particular. Tendré que ser capaz de mantenerlos a mi lado o, de lo contrario, mi cabeza y la de mi avatar volarán por los aires. Me paso las manos por la cara sudorosa, consciente de que he creado un equipo con los cuatro que más ganas tienen de llevarme hasta el sendero que desemboca en el cementerio.
—La Selección va a comenzar —anuncia Madre sin darnos tiempo ni para respirar.
Todos los directivos en la sala aplauden y vitorean nuestros nombres. Mis compañeros saludan con orgullo a las bancadas de sus empresas.
—¿No vais a dejarme saludar? Ofenderé a los directivos de mi empresa —les digo, muy molesto, a los antidisturbios que me retienen.
Los que me inmovilizan miran al más alto del grupo, el capitán, quien les da permiso con un gesto. Liberan la presión de sus manos sobre mis hombros, me pongo en pie y saludo, pero sólo durante un segundo. En cuanto me separo de los de Armex, me lanzo a por =Data, y le agarro del brazo.
—Tienes que confiar en mí, =Data. De esta manera podremos controlarlos…
—¡No! —Se zafa, rabioso—. Ahórrate las excusas. Te has pasado detrás de Dana todo el tiempo que estuvimos en Kaibil, y ahora me haces esto. Tú has decidido que no estemos juntos en la Selección… ¡Somos enemigos, Slo!
Su respiración golpea mi cara igual que lo haría la de un animal salvaje. Trato de explicarle mi movimiento, pero, antes de que pueda acabar la frase, los dos antidisturbios tiran de mí para separarnos.
—Seleccionados, colocaos en los sillones asociados a cada participante —nos pide Madre—. Ensamblad la entrada de vuestros procesadores en las consolas para que se descargue la simulación.
Los antidisturbios me fuerzan a obedecer a Madre, pero siento una ira descontrolada. Cierro los puños y golpeo la cara del más alto. Lo hago con tanta fuerza que le rompo la visera del casco. Los fragmentos se le meten en los ojos. Chilla y suelta el arma para llevarse las manos al rostro ensangrentado. Los gritos de confusión de toda la sala se convierten en expresiones de horror cuando los antidisturbios abren fuego contra mí. Cubierto por una lluvia de balas de fogueo, me lanzo detrás de una hilera de asientos hasta quedar parapetado. Madre ordena el alto el fuego.
—Slo, facilítales el trabajo a los antidisturbios —me pide Madre, que insiste en que salga con las manos en alto.
Miro mi cuerpo tembloroso, con la espalda apoyada en mi particular trinchera. Una bala me ha rozado en el hombro, y la sangre oscura me resbala por la herida. Madre nos aseguró que los rifles estaban cargados con balas de fogueo, pero no es así: los antidisturbios han disparado munición real. Aguanto la respiración, asustado. Si me levanto, esos soldados dispararán de nuevo y me matarán. Miro a un lado, alertado al escuchar el ruido de un cuerpo que se arrastra por el suelo hacia mí. Es Dana, que me trae el arma del antidisturbio al que reduje. Además, mientras Madre insiste en que corrija mi comportamiento, Dana me cuenta la solución para salvar la vida.
—¿Por qué lo haces? —le pregunto en voz baja después de escucharla.
Dana me contesta con una mirada que no sé cómo interpretar. Dudo si debo confiar en ella, aunque tampoco me queda otra opción. Le arranco el arma de las manos y compruebo que está cargada.
—Si me la juegas, no tendré ningún problema en dispararte —la amenazo.
Me sobrepongo al dolor del hombro y pongo en marcha su plan.
—¡Tirad las armas! Os juro que si no lo hacéis, le vuelo la cabeza —les amenazo mientras arrastro el cuerpo de Dana entre mis brazos con el rifle clavado en su costado—. Ya sabéis que esto no dispara balas de fogueo…
Los gritos se ahogan en la sala. Todos se creen la farsa de que Dana es mi rehén y me miran con miedo. Soy la viva imagen de en qué se convierten los hombres si les quitan la censura biónica. Madre ordena a los antidisturbios que tiren los rifles al suelo. Camino de espaldas hacia la puerta del hemiciclo, utilizando el cuerpo de Dana como escudo.
—Slo, valora las consecuencias de tu mal comportamiento —me pide Madre.
Irreverente, le exijo que abra la puerta de la sala y me deje salir. Los antidisturbios me miran con los dientes apretados, como perros atados frente a su presa. Antes de salir, cruzo una mirada con mi padre, que está suspendido en el aire sobre la tribuna de los oradores. Preferiría ver cómo me matan los antidisturbios antes que presenciar lo que estoy haciendo. Sus ojos, verdes como los míos pero más oscuros, me piden que me detenga a escuchar mi conciencia. Si escapo ya no habrá vuelta atrás. Es Dana la que me obliga a tomar la decisión al empujarme con su cuerpo a dar el último paso. Cierro la puerta de golpe y corremos juntos por el pasillo hasta llegar a la salida. Saltamos, de cuatro en cuatro, los peldaños de la escalera, acosados por los de Ocioex, que están desconcertados por nuestra inesperada salida. Una periodista en aeromoto frena delante de nosotros, nos corta el paso e insiste en saber qué ha ocurrido. La agarro del cuello de la gabardina rosa y la tiro del vehículo.
—Slo, valora las consecuencias de tu mal comportamiento —insiste la voz de Madre por los altavoces, ya notablemente enfadada.
Me subo a la aeromoto y, sin entender por qué hace Dana todo esto conmigo, ella se coloca detrás de mí. Una horda de soldados armados asoma en lo alto de la escalera. Disparo al aire para que se detengan y, de este modo, ganar tiempo. Suelto el rifle descargado y tiro del puño del volante para alzar el vuelo, pero el motor eléctrico de la aeromoto, un modelo T10000 con sistema de bloqueo por reconocimiento táctil, se ha detenido.
—¡Apártate! —me grita Dana, desbordada por la ansiedad al ver que los antidisturbios vuelven a salir a por nosotros.
Dana tira de la tapa de la carrocería que hay bajo el volante, busca dos semiconductores y los manipula con rapidez. Me sorprende ver que sabe cómo provocar la chispa necesaria para que la aeromoto se encienda de nuevo. Tiro del puño y salimos disparados hacia el cielo negro. El ruido de los disparos queda cada vez más atrás, hasta que ya sólo oímos el viento que atravesamos a toda velocidad.
Dana y yo escapamos juntos de la República.