8

Logo

Respiro aliviado cuando abro los ojos y veo el techo abovedado del búnker de Kaibil sobre mi cabeza. Me miro las manos, y las piernas, y palpo mi cara sudorosa hasta que me cercioro de que estoy vivo, aunque la impronta que ha dejado la simulación en mi cabeza insiste en lo contrario.

—Slo, ¿estás bien? —me pregunta =Data mientras me ayuda a incorporarme del sillón de la consola.

Vuelvo la mirada y veo a Dana, que despierta de su simulación con serenidad. Sólo han pasado unas horas desde que engranamos la entrada de nuestros procesadores a la consola. La duración de una simulación tiene un tiempo real determinado, aunque la vivencia del tiempo que ha transcurrido para los avatares en el mundo virtual es subjetiva. Por eso recuerdo que viví con ella varios días en aquella casa destruida, hasta mi muerte por inanición.

No pude matar a Dana.

Intenté hacerlo, pero me derrumbé antes de conseguirlo. Me tortura pensar que fui incapaz de terminar con una chica a quien apenas conozco, pero que en cambio sí tuve la sangre fría suficiente para matar a mi mejor amigo.

—El corazón te va a mil por hora. Slo, ¿qué ha pasado? —me pregunta =Data preocupado porque sabe que es difícil que se me acelere el pulso.

—Estoy bien, de veras —le miento, y muevo el foco para que lo ilumine—. ¿Cómo te fue a ti?

—Mejor que bien. ¡Fue increíble!

Su victoria en la segunda simulación, que me cuenta entusiasmado, parece haberle hecho olvidar el rencor que me guardaba por lo que le ocurrió en la anterior.

—¡Acabé con él de un plumazo! Y eso que mi enemigo era un hueso duro de roer. Pero lo conocía bien y me aproveché de sus puntos débiles…

No quiero saber con quién se ha enfrentado en la simulación, pero él me obliga a preguntárselo mientras me sigue hacia mi camastro, en el que quiero enterrarme para olvidar.

—Mi avatar tuvo que pelear con…, ¡conmigo mismo! —exclama con una sonrisa que le parte la cara en dos—. En la simulación había otro avatar igual a mí.

Freno en seco, muy sorprendido por lo que escucho. El gesto de =Data muta hasta convertirse en uno de preocupación idéntico al mío.

—¿Qué pasa, Slo?

Sé que Madre me obligó a pelear en las simulaciones con él y con Dana porque, según sus estimaciones, nos enfrentaremos en algún momento de la Selección. Si ha entrenado a =Data con una copia de su propio avatar es porque él mismo será su peor enemigo.

—Nada, sólo me ha parecido curioso —le miento, porque no quiero llenarle la cabeza de ansiedad.

Tuerce el gesto y se sube a su cama. Yo me tumbo sobre la mía y cierro los ojos, pero los abro de nuevo al instante, muy asustado. He vuelto a ver y a sentir mi muerte. Mi pulso se dispara aún más al ver que la Dana real se acerca a mí.

—Este entrenamiento es demasiado. Aún me tiembla todo el cuerpo por lo que Madre me ha hecho pasar… ¿Cómo te fue a ti? —me pregunta mientras se sienta a mi lado.

—Normal —le digo. Giro en la cama sucia y le doy la espalda, sin ganas de alargar la conversación.

—Mientes fatal —bromea, y me pone una mano en el hombro.

Ese gesto hace que mi piel reviva todas sus caricias, las mismas con las que me mató.

—Tú, en cambio, eres toda una experta. —Las palabras salen con desprecio por mi boca antes de que pueda evitarlo—. Lárgate, Dana.

Sin mirarla, noto que se le ha cortado la respiración. Se pone en pie y se aleja de mí. Oigo cómo arrastra los pies por el suelo. Tomo aire, agobiado, aunque no me arrepiento de haber destapado mis cartas. La simulación me ha enseñado el poder que Dana tiene sobre mí, y que debía cambiar de estrategia, apartarme de ella, o de lo contrario no seré capaz de matarla en la Selección.

—Tú sí que sabes cómo conquistar a una chica. —=Data ha escuchado la trifulca desde su cama, de la que se descuelga como un murciélago hasta que sus pies descalzos y ennegrecidos vuelven a estar en el suelo—. Supongo que el encierro en Kaibil nos ha vuelto a todos un poco locos. Me alegro de que al fin haya terminado.

Había olvidado que la simulación de la que venimos era el punto y final. Ya han pasado doce semanas. Cuando BabO:), el único que aún sigue conectado, se despega del sillón de traslación, Madre nos anuncia por megafonía que nuestra formación en Kaibil ha concluido. Ansiosos por salir, nos apelotonamos frente a la puerta de hierro del búnker. Nuestros gritos y aplausos de celebración aumentan al ver que los cierres se abren hasta que al fin somos libres.

Eufóricos, corremos todos juntos hacia el fulgor que nos espera al final del túnel subterráneo. Demacrados por el secuestro, no podemos dar dos zancadas sin tropezar. Al llegar a la explanada de asfalto, mis ojos se resienten por la luz del sol; noto que me duelen como si estuvieran llenos de clavos, pero me siento feliz por volver a ver el cielo azul sobre mí. Mis oídos necesitan unos segundos más para quitarme de la cabeza el ruido de vacío del búnker que ya ni siquiera escuchaba, y poder percibir el zumbido de los spinners que nos esperan. Los flanquean una docena de antidisturbios de Armex, vestidos con unos uniformes verdes tan reforzados que parecen armaduras, y cascos con viseras oscuras que no dejan ver sus rostros. Nos amenazan con dispararnos con rifles de fogueo si no subimos en los vehículos, cada uno en el del color de su empresa. De pronto la situación se vuelve tensa y violenta, como si fuéramos perros rabiosos a los que tratasen de controlar. No entiendo a qué viene el que nos traten de ese modo. Trato de resistirme, pero estoy muy débil, y dos de ellos me empujan hasta que me meten en el vehículo que me han asignado. Rabioso por lo ocurrido, lo despejo de mi cabeza al descubrir que en el interior del spinner está mi padre. Va vestido con el uniforme presidencial y me recibe sin una sonrisa, con la mirada perdida en la ventanilla.

—Reconozco que me sorprendió la entereza con la que actuaste después de descubrir el complot que Dana y GΔr©on tejían a tu alrededor. Por un instante llegué a pensar que habías cambiado. —Hace una pausa para volverse hacia mí y clavarme sus ojos oscuros—. Pero has tenido que echarlo todo por tierra en el último minuto…

Sin elevar la voz, me abronca por haberle dicho a Dana que sabía que me estaba mintiendo.

—No te das cuenta de lo importante que es que ganes la Selección, Slo.

—Claro que me doy cuenta. Sé lo importante que es que gane… para ti. Eres incapaz de asumir que Madre ya no te necesita, y crees que si gano yo podrás seguir controlando la República —le grito mi verdad, lleno de inquina—. Pues entérate, puedes controlar a todos los republicanos, pero nunca me controlarás a mí. ¡Nunca!

—No entiendes nada, Slo. Hace mucho tiempo que dejé de controlarte —me asegura mientras sacude la cabeza como si se avergonzara de mi comportamiento—. Y ya no controlaré más al resto de los republicanos, ni lo hará nadie cabal si tú no ganas. El presidente será GΔr©on. Su empresa está en la cabeza de la bolsa desde que se anunciaron vuestros nombres. ¿Eres consciente de lo que eso puede suponer?

Las palabras de mi padre me obligan a dirigir la mirada hacia el negro futuro que le espera a la República si GΔr©on se alza con la presidencia.

—No es por mí por quien tienes que ganar, Slo, sino por todos los republicanos. Pero está claro que eres demasiado egoísta para pensar en ellos.

Me escupe esa última frase y sale del spinner, cuyas puertas se bloquean mientras se pone en marcha. El zumbido del motor eléctrico se suma al de los otros diez aerovehículos que despegan al unísono. Con la mirada perdida en el cielo azul pastel, rumio las palabras de mi padre. Jamás lo reconocería en voz alta, pero la realidad es que han dado de pleno en mi diana.

Tiempo después, el spinner entra en la ciudad empresarial de Sanitex. Contemplo desde la ventanilla sus amplias avenidas bordeadas por edificios cúbicos azules sostenidos por pilotes, todos ellos idénticos. A los candidatos de alta categoría nos trasladan hasta un hospital para los de nuestra clase, en el corazón de la ciudad. Supongo que a los otros cinco se los han llevado a uno de baja categoría, en el que se ofrece el tipo de cobertura sanitaria que les corresponde a los trabajadores de esas empresas. Un nuevo grupo de antidisturbios nos recibe en la puerta del edificio. Nos amedrentan con sus armas para que entremos.

—¡Que no me pongas las manos encima! —me encaro con uno de ellos.

Tres antidisturbios más acuden en su ayuda y me obligan, a empujones, a cruzar la puerta del hospital, que queda bloqueada detrás de mí. Antes de que pueda reaccionar, media docena de celadores vestidos de azul me tumban en una camilla. A mis compañeros también los colocan sobre camas, pero no los atan a ellas con grilletes. Yo soy el único que se revuelve.

—Slo, tranquilízate —me pide =Data—. Saldremos mucho mejor de lo que hemos entrado. Estamos hechos un asco…

Rendido, me vuelvo hacia él y encuentro la sonrisa confiada de =Data mientras empujan nuestras camillas por el pasillo. Nos separan en una bifurcación que marca la entrada en los quirófanos. Una docena de médicos me esperan tras la puerta abatible. No puedo hacer nada por impedir que conecten la entrada de mi procesador a una matriz sanitaria. Una aplicación de anestesia se descarga en mi procesador. Veo esas doce cabezas sobre mí, ansiosas por comenzar a trabajar en mi cuerpo. Los párpados me pesan como si fueran de hierro hasta que no logro mantener los ojos abiertos por más tiempo.

Despierto con una sensación de pesadez en la mente. No sé cuánto tiempo ha pasado desde que entré en el quirófano, ni cómo he llegado de nuevo al spinner en cuyo asiento trasero voy sentado mientras atraviesa el cielo nocturno. Contemplo con extrañeza el uniforme de directivo que llevo puesto: chaqueta, pantalón y camisa que se cierra en el cuello con una corbata, todo de color rojo. No tengo barba, me han afeitado, y mi pelo castaño, peinado hacia atrás con gel, vuelve a ser de la misma longitud que tenía antes de entrar en Kaibil. He dejado de oler como un animal, y noto que ya no me duele nada. Los médicos han restituido mis músculos y mis huesos con aplicaciones sanitarias. Siento el estómago lleno, y mi piel ya no está escamada por la desnutrición que me provocó el alimentarme de pienso durante tres meses. Temo que me hayan quitado también el tatuaje de los novilunios, pero después de abrir un botón de la camisa descubro aliviado que la marca sigue sobre mi corazón. Palpo con los dedos las espirales del dibujo mientras suspiro aliviado y me pierdo en su significado. Miro a un lado y me encuentro con mi reflejo en la ventanilla. Veo mi rostro de facciones marcadas como las de una estatua. Siento que las doce semanas en Kaibil me han puesto decenas de años encima. Ningún chico de dieciocho años debería tener una mirada tan anciana.

El spinner inicia el descenso, y descubro que me ha llevado hasta el edificio de las Cortes en el que se celebrará la Selección. El alboroto que forman los periodistas de Ocioex que cubren el acontecimiento en torno al edificio es ensordecedor. Nos sueltan preguntas a toda velocidad. Algunos de mis compañeros ya están frente a la escalera de entrada, y el resto nos sumamos a medida que llegan nuestros aerovehículos. Mis compañeros también tienen buen aspecto, han eliminado las marcas de sus cuerpos, ahora nutridos, y los cabellos les brillan de nuevo. También llevan uniformes de directivos. Las chicas, en vez de pantalones, complementan la chaqueta con una falda de tubo y una camisa de seda. Evito mirar a Dana, el traje resalta sus curvas y la convierte en una chica tremendamente atractiva que parece mayor de lo que es, aunque el viento de la noche me trae su olor a miel. Sólo eso hace que la impronta agarrada a mi memoria evoque las mil noches falsas que compartí con ella. El sexo no fue real, pero en mi mente se mantiene grabado con tinta indeleble. Me alejo de ella y recibo a =Data en su spinner que, con su pelo rizado rubio y vestido con un traje como el mío, sonríe al verme.

—Te dije que saldríamos de ese hospital mucho mejor que como entramos. —=Data mira el edificio frente a nosotros con una mueca de orgullo—. No me puedo creer que hayamos llegado hasta aquí. Las Cortes… Por fin vamos a entrar en la Selección.

—Lo importante no es entrar, sino salir —le recuerdo sin una pizca del entusiasmo de su voz en la mía.

Miro con inquietud el edificio que nos espera. Un gran pórtico de seis columnas soporta un inmenso frontón triangular con un bajorrelieve. La escultura representa a las diez ciudades empresariales a través de sus colores, protegidas por un cielo de altavoces desde los que habla Madre. El pórtico resguarda las puertas de bronce que dan acceso al edificio, ante las cuales se abre una monumental escalera flanqueada por las estatuas de los anteriores diez presidentes de la República. Todo un ejército de antidisturbios bordea la escalera. Tras ellos se agolpan los miles de periodistas de Ocioex que nos lanzan preguntas y estiran los brazos entre los huecos que dejan los cuerpos encadenados por los brazos de los antidisturbios para sacarnos fotografías. Madre les recuerda por los altavoces anclados en las farolas y en las esquinas del edificio que la Selección es un proceso privado del que ella les ofrecerá un parte diario, pero los periodistas insisten en recoger nuestros testimonios. Varios de ellos, subidos en aeromotos con las que sobrevuelan por encima de la escalera para conseguirlo, nos cortan el paso hasta que los antidisturbios los obligan a alejarse a golpes.

—Seleccionados, entrad en las Cortes, por favor —nos solicita Madre sin que su voz mecánica nos oculte que teme perder el control de la situación—. La Selección va a comenzar.

Llegan nuevos antidisturbios, que nos acorralan y amenazan con sus rifles para que subamos la escalera. El más alto de ellos me da empujones y me clava el arma en la espalda.

—¡No se te ocurra tocarme! —lo amenazo, encarado con él en lo alto de la escalera.

—Slo, facilítales el trabajo a los antidisturbios —me pide Madre a través del altavoz portátil de uno de ellos—. Esto es sólo una medida de seguridad. Las armas son de fogueo.

Madre nos explica que en el interior de las Cortes nos esperan todos los miembros del equipo directivo de la República, y que fueron ellos quienes contrataron los servicios de los antidisturbios de Armex. Las aplicaciones de censura de nuestros pecados capitales siguen inactivas en nuestros procesadores —la Selección así lo requiere—, y ya no estamos encerrados en un búnker. Somos muy peligrosos, y la ira puede dominarnos en cualquier momento.

Decido seguir subiendo, pero sólo porque sé que Madre aún está enfadada conmigo, y no me conviene tenerla en contra cuando la Selección comience.

—Nos tratan como a perros rabiosos —protesta =Data a mi lado mientras subimos la escalera con el cañón de las armas de fogueo de los antidisturbios a unos centímetros de nuestras espaldas—. Habría bastado con que descargasen una aplicación cautelar de la violencia en nuestros procesadores, ¿no?

No le respondo, pues sabe tan bien como yo que los republicanos ya no confían en la seguridad que ofrecen las aplicaciones diseñadas por Ingeniex. La presencia masiva de antidisturbios en las Cortes evidencia las palabras que me dijo mi padre en el búnker. Armex tiene cada vez más poder, y por eso GΔr©on sonríe a los periodistas como si ya hubiera tomado posesión del cargo.

Entramos en el colosal edificio, y los gritos de los de Ocioex se quedan tras los portones que se cierran. Contemplo con admiración el majestuoso interior de las Cortes, iluminado por lámparas de araña que penden del techo. Un ancho pasillo de arquitectura abovedada se abre frente a nosotros, con inmensos mapas de las diez ciudades empresariales enmarcados sobre las paredes. La voz de Madre, por encima de la música de La empresarial que radian los altavoces anclados en los frisos de las paredes, nos pide que caminemos hacia la gran puerta de bronce que nos espera al fondo. Los antidisturbios insisten en sus amenazas y, ya sin oponer resistencia, nos movemos hacia nuestro destino final. Miro a mis compañeros, que sonríen orgullosos, aunque sus ojos dejan ver el miedo que sienten por lo que nos espera. Los míos se encuentran un instante con los de Dana, aunque ese tiempo es suficiente para que los flashes del sexo que tuvimos en la simulación hagan temblar de nuevo mi cuerpo. Ella aparta su mirada de la mía: parece que está muy enfadada y dolida conmigo por haberla acusado de mentirosa. Por un instante pienso que tal vez me haya equivocado; si realmente la he descubierto, no debería estar tan molesta ni apartarse de mí como lo está haciendo. Pero miro hacia GΔr©on y descubro que él también busca a Dana con la mirada. Está claro que trata de afianzar con la mirada su alianza entre ellos antes de atravesar la puerta. Yo miro a =Data, mi único aliado.

—Vamos a ganar —le prometo una vez más—. Juntos.

=Data afirma con un movimiento de cabeza, ansioso, y mira hacia la puerta que comienza a abrirse. Sólo nos quedan unos pasos para alcanzarla.

Comienza la Selección.