La sangre de =Data forma un charco alrededor de su cuerpo sin vida que se expande por el suelo y llega hasta la punta de mis botas. Los buitres bajan a comérselo, le desgarran la piel con el pico y rebuscan en su interior. Una arcada me golpea la garganta, y vomito todo lo que tenía dentro. Sólo me queda la culpa, que hace que me encoja. Pego mi cuerpo tembloroso contra la pared de la colina, sin despegar la mirada del que era mi mejor amigo. Mi conciencia se tiñe de negro hasta que viaja a toda velocidad por el túnel numérico.
—Simulación de objetivo completada —me anuncia la voz de Madre.
Tardo unos segundos en asimilar que he salido de una simulación, y que mi conciencia ha regresado a mi cuerpo engranado a la consola del sucio búnker. Tal y como prometió Madre, las heridas que mi avatar sufrió durante la pelea no se han calcado, aunque la experiencia ha dejado una huella oscura en mi cerebro: la impronta. Veo a =Data a mi lado mientras sale de su simulación, aunque siento que estoy frente a un espectro. Para mí, él está muerto: yo lo maté.
Al ver cómo se aleja de mí, igual que si yo fuera un verdugo, comprendo que =Data también peleó contra mí en el mundo virtual al que lo envió Madre. Fue una simulación diferente de la mía, Madre nos advirtió de que serían personalizadas, con escenarios y situaciones diferentes para cada uno.
—¡Abre la puerta, Madre! —grita al aire mientras la golpea, desesperado por salir del búnker.
Madre le avisa por megafonía de que lo penalizará si no cede en su arrebato. Intento retenerlo para evitarlo, pero =Data me agarra del cuello y me empotra contra la pared.
—¡No vuelvas a ponerme la mano encima! —me advierte con rabia y miedo.
Consciente de que está tan confundido como yo, le muestro las manos en alto. =Data me suelta y va hasta su camastro, donde se arrincona y rompe a llorar. Leo en sus ojos vidriosos, que me miran asustados, que él no fue capaz de matarme.
Durante los días siguientes, el orgullo y el entusiasmo con los que el resto de los seleccionados entraron en Kaibil parecen haberse evaporado. Madre nos mantiene inactivos, a la espera de la segunda simulación. El silencio envuelve la casa que ya olía a muerto, pero ahora se ha convertido en el purgatorio. Los rostros de Wort:s, Thorò_ó, #France#, e incluso el de BrΨna, están marcados por el miedo y la culpa. Lo que sufrimos en las simulaciones fue irreal, pero la impronta se agarra a nuestras conciencias y nos tortura.
En una de las escasas conversaciones que se cruzan en la mesa del comedor, en la que apenas comemos porque estamos saturados de pienso, todos escuchamos los gritos y llantos de BabO:). A juzgar por las palabras que repite, entendemos que su madre lo mató a tiros en su simulación. Tan sólo GΔr©on y Dana se mantienen impenetrables después de su paso por el macabro entrenamiento. Su coalición me parece cada vez más lógica: los dos tienen la sangre helada.
Después de haber pasado por la simulación he comprendido que Madre no quiere que aprendamos a matar a nuestros enemigos. Si así fuera, habría introducido en mi escenario un avatar de #France# o Doc.Cordob@, pero sabe que matarlos me habría resultado relativamente sencillo. No soy un asesino, ni nunca lo seré, pero tampoco voy a dejar que me maten. En cambio, la impronta que quedará en mi memoria por haber matado a mi mejor amigo me torturará de por vida. Ése es el verdadero objetivo de Madre: revolver nuestras emociones. Por eso nos obliga a vivir todos estos días muertos de encierro, con nuestras víctimas y verdugos, para que de este modo nos enfrentemos con nuestros fantasmas.
—¿Qué ocurrió en tu simulación, =Data? —le pregunto en medio de la noche, desde mi cama de sábanas sucias, la parte inferior de la litera que compartimos.
Sé que no está durmiendo: ninguno de los dos lo hemos hecho desde que regresamos de la simulación. Por muy dura que sea la respuesta, será más soportable que este asfixiante silencio que se ha formado entre nosotros.
—¿De verdad no te lo imaginas?
Tomo aire, el que necesito para tragarme la culpa que me aplasta la conciencia a pesar de que no fui yo quien lo hizo, sino una copia de mí que Madre programó para pelear con él.
—Lo siento.
Es la primera vez en toda mi vida que pronuncio esas palabras en voz alta, pero =Data las rechaza.
—Y yo siento no ser tan fuerte como tú —me dice, con más miedo que rencor en su voz—. Siento no ser capaz de matarte.
Sus palabras me hunden en mi camastro, y me hacen apretar la mandíbula por la rabia que siento hacia Madre, hasta que casi me la rompo. Con la mirada perdida en la oscuridad, pienso en que el único motivo por el que entré en la Selección fue para sacar a =Data con vida, aunque ahora sé que también voy a tener que pelear para sobrevivir. Y puede que llegue el momento en el que tenga que elegir entre mi vida o la de él.
Me odio al recordar que Madre me ha enseñado que eligiría la mía.
El tiempo cae con cuentagotas, hasta que al fin Madre nos pide que ocupemos nuestros puestos en las consolas para descargar la segunda simulación. Me coloco en el sillón pegajoso de sudor provocado por la ansiedad de la primera simulación. Estoy ansioso por acabar de una vez por todas. Esta vez estoy preparado para lo que me espera.
Mi avatar despierta en las ruinas del mundo primitivo, una metrópolis como tantas otras, convertida en un cementerio de hormigón tras la guerra de la Inseguridad. Es de noche, y todo está cubierto por una espesa niebla de polvo y ceniza, aunque se pueden ver las estrellas en el cielo. Busco con urgencia entre los coches calcinados hasta que encuentro uno que conserva el espejo retrovisor. Me desconcierta no verme reflejado en él, aunque puede que sólo sea un error en el diseño del escenario. Rompo el espejo con el puño y elijo el trozo más afilado. Me remango el brazo izquierdo y aprieto los dientes para soportar el dolor mientras escribo con el cristal en mi piel:
ESTO ES UNA SIMULACIÓN
Limpio la sangre con la tela del traje y me aseguro de que puedo leerlo. Necesitaré hacerlo para que la impronta no se fije a mi conciencia. Escucho un ruido detrás de mí, vuelvo la cabeza y me encuentro con la mirada de cervatillo de Dana. Ella es mi puerta de salida: tendré que matarla para poder salir de la simulación de objetivo e impronta. Aún soy consciente de que sólo es una reproducción virtual de ella, pero parece tan real que hasta tiene su olor a miel.
—No sé por qué te ha elegido Madre. No me supone ningún problema verte morir… Más bien lo contrario.
Como no es la verdadera Dana, me siento libre de gritarle todo el rencor que he acumulado en mi interior desde que descubrí que me había traicionado, lo que me resulta tremendamente catártico.
—¿Creías que no me iba a dar cuenta del doble juego que te traes con GΔr©on? Puedes engañar a toda la República con tu espectacular currículum, pero a mí no. Yo sé lo que de verdad eres.
La auténtica Dana habría reaccionado al escarnio encarándose y lanzando gritos más altos que los míos, pero su avatar hace algo totalmente inesperado para mí: sus ojos dejan caer lentamente dos lágrimas dolorosas. No son reales. Esta Dana que se arrincona entre los escombros y esconde la cabeza en sus brazos es sólo una combinación de ceros y unos. Pero puedo notar cómo la simulación echa raíces en mi cerebro y resquebraja mi armadura. Además, escuchar el llanto de una chica es para mí como recibir un golpe que me obliga a rendirme. Me siento culpable, y doy un par de pasos con los que acorto la distancia que nos separa.
—Me mentiste. Confiaba en ti —le digo con mi voz cargada de decepción mientras la miro de la misma manera—. Y yo nunca confío en nadie.
—Te engañé para defenderme —me asegura entre sollozos.
—¿Defenderte? ¿De qué tenías que defenderte? —Dana saca la cabeza de entre los brazos y me mira, pero no dice nada—. Tú sólo tienes que defenderte de ti misma. Estás podrida por dentro…
Dolida, me da la espalda. Veo en su nuca el vértice de la enorme cicatriz de la espalda que cubre su ropa gris.
—Ojalá te hubiera matado el que te dejó esa marca.
Vuelvo sobre mis pasos, dispuesto a dejarla atrás, pero mis últimas palabras han secado las lágrimas de Dana y despertado su cólera. Se lanza a por mí, y nuestros cuerpos ruedan por el suelo lleno de cascotes. Me defiendo de sus golpes con la potencia cinética activada, sin lanzar ninguno contra ella porque me niego a pegar a una chica. La hago volar por los aires con su cuerpo atrapado por el mío. Cuando caigo, consigo que quede encerrada entre mis piernas. Se revuelve, me da patadas y me golpea la cara con su respiración animal. La copia de Dana que ha hecho Madre para la simulación es mucho más fuerte de lo que esperaba, y apenas puedo contenerla. Rabioso, levanto el puño y la amenazo.
—Por esto te engañé. Para defenderme de lo que me vas a hacer en la Selección. ¡Porque me vas a matar, Slo!
Veo mi reflejo en sus ojos de cervatillo, y me encuentro con la cara de un asesino que está a punto de cometer un crimen. Noqueado por la imagen, por la idea de que se pueda repetir el pasado de mis padres, abro el puño y la dejo escapar.
—No soy un asesino —le digo con rotundidad—, y no permitiré que Madre me demuestre lo contrario.
Dana se mantiene en guardia a unos metros de mí, aunque oigo como baja los brazos al ver que le doy la espalda y echo a andar por las calles oscuras de los suburbios, dispuesto a escapar del destino que Madre trata de imponerme.
—¿Adónde vas? —me pregunta desconcertada.
—Lejos de ti —le digo mientras leo el mensaje que escribí en mi brazo—. Esto es una simulación, y no se acabará hasta que yo te mate o me mates tú. No pienso participar en este juego. No voy a matarte. Yo no soy como mi padre…
—Pues yo tampoco. No pienso matarte —la oigo decir tras mi espalda mientras sigue mis pasos.
—Te han programado para hacerlo. Aunque si te soy sincero, tampoco creo que pudieras conseguirlo. —La miro de reojo, para que pueda ver mi sonrisa de medio lado—. Peleas como una chica…
La oigo mascullar cuánto me odia, aunque echo a un lado el juego entre nosotros, me aparto el flequillo de la cara con un golpe de cabeza y pongo toda la atención en encontrar una salida de la simulación. Es de objetivo, y en principio no podré salir hasta que se complete, pero he estudiado diseño de mundos virtuales en el instituto y sé que siempre hay un subterfugio de seguridad en los límites físicos del escenario. Si consigo alcanzarlos podré salir sin tener que matar a Dana, aunque es probable que la extensión sea de miles de kilómetros. No me dejo amedrentar por esa posibilidad y camino con decisión por el oscuro paisaje que dejó la guerra de la Inseguridad. Mis botas revientan los cascotes y cristales sobre los que piso, y el polvo se mete en mis pulmones. Busco un coche que funcione, pero la tormenta eléctrica que puso fin a la guerra los dejó todos inutilizados.
Camino con la potencia cinética activada entre cientos de edificios destruidos, aunque siento que jamás alcanzaré la frontera de escombros que se divisa en el horizonte. No necesito mirar hacia atrás para saber que Dana me sigue. Puedo oler su piel. Tengo que leer el mensaje de mi brazo, que está cada vez más ilegible porque la sangre se ha secado y forma una costra sobre las letras, para no olvidarme de que ella y todo lo que me rodea forman parte de una simulación. Pero noto cómo la impronta se agarra cada vez con más fuerza en los surcos de mi cerebro y le gana espacio a la realidad. Por eso no paro de repetirme en voz alta quién soy y por qué estoy aquí.
Ya sin fuerzas, camino kilómetros y kilómetros de infierno hasta que se me quiebran los talones. Hambriento porque la simulación es orgánica, me cuelo en una casa primitiva, que está practicamente calcinada, aunque es de las pocas que mantiene las vigas en pie. Busco en los armarios alguna lata de comida que llevarme a la boca, pero todo está podrido y huele a muerto. Agotado, me dejo caer sobre el colchón que encuentro en el dormitorio. Me cuesta recordar por qué no quiero que Dana se tumbe a mi lado, y además siento que ya no tengo fuerzas para evitarlo.
—¿Por qué no amanece nunca? —murmuro confundido.
El techo de la casa está medio derruido, y podemos ver el perpetuo cielo nocturno sobre nosotros; está lleno de estrellas que brillan como diamantes.
—¿En cuál de esas estrellas dices que está escrito tu destino? —Me recuerda la confesión que le hice aquella noche en la oscuridad del búnker—. ¿Cuál de todas ellas dice que tienes que ser presidente?
Miro ese cielo en busca del mensaje que mi padre se encargó de grabar a fuego en mi frente durante toda mi vida, pero no lo encuentro en ninguna estrella, porque ésas son blancas y mi destino es rojo. La Selección está teñida del color de la sangre.
—Yo sólo veo una cosa en las estrellas —me dice Dana mientras ladea mi cara con sus manos hasta que nuestros ojos se alinean en la misma horizontal—. Que tú y yo nos conoceríamos.
Me acaricia el rostro como si fuera el de una estatua. Sus labios están cada vez más cerca de los míos, y reclaman mis besos. Roza mi boca con la suya, despacio, hasta que me la roba y la envuelve con la seda de su lengua. Me rodea con sus brazos y pega su cuerpo al mío mientras se come mi cuello. Mis ojos avivados por el deseo encuentran el mensaje que ya apenas recordaba tener en mi brazo, y la realidad se dibuja en mi mente.
—Sí, esa estrella del cielo se parece a ti. ¡Es tan falsa como tú!
Me incorporo, dispuesto a alejarme de ella, pero Dana me agarra del brazo y me obliga a escucharla.
—Puedes insultarme todo lo que quieras, puedes odiarme, o incluso… ¡Incluso puedes matarme! Pero nada de lo que hagas va a cambiar el hecho de que tú y yo, Slo, estamos predestinados.
Sus caricias me encienden y no soy capaz de negar nada de lo que me dice porque mis pensamientos flotan en un mar cada vez más espeso. Necesito volver a leer el mensaje de mi brazo, pero Dana me agarra la mano y la coloca sobre su cuerpo.
—No eres real —me lo repito una y otra vez para luchar contra mi deseo—, no eres real…
—Sí que lo soy. Estoy aquí.
Sus labios vuelven a encontrarse con los míos en un beso profundo que termina en un gemido. Me acaricia el pelo, y lo aparta de mi rostro para que la mire.
—Soy real. Tócame…
Dana mueve las puntas de mis dedos por su cuerpo, hace que salten desde su barbilla el precipicio del cuello, y las posa en las faldas de sus pechos, cubiertos por su ropa gris. Animado por su respiración acelerada, los envuelvo con mis manos.
—Te deseo, Slo. Te deseo tanto…
Vuelve a buscar mi boca, coloca su cuerpo encima del mío, y abre las piernas sobre mis caderas; la suya arde y la mía se endurece, aún más cuando baja la cremallera del mono de trabajo y deja salir su piel blanca y llena de pecas que lamo de una en una. Con la mirada derretida por el deseo, me arranca la ropa y roza mi cuerpo con ansia. Su boca roja se come mi sexo, sin dejar de acariciarme el pecho, al que se agarra porque el placer le hace perder el equilibrio. Antes de explotar, giro su cuerpo con el mío hasta quedar encima de ella. Nuestras cinturas suben y bajan al ritmo que marcan nuestros besos. Humedezco las puntas de mis dedos con el néctar de sus labios, que unto por su piel hasta llegar a la frontera que marca su sexo. Despacio, acaricio su tacto de seda. Dana hierve y me pide más. Se coloca encima de mí y entro en ella. Nuestros cuerpos encajan como si los hubieran esculpido para estar unidos. Dana se mueve al ritmo de mi respiración, que se acelera al compás y, junto a la suya, parece música. No sabía que mi cuerpo pudiera dar y recibir tanto placer. Ansioso por ver el goce en su cara, la abrazo por la espalda y la volteo, sin salir del agujero de terciopelo de su cuerpo. Aprieta los brazos en torno a mi cuello, del que se cuelga con ansia. No quiere que se despegue ni un solo centímetro de nuestras pieles. Su respiración caliente golpea mi oreja, en la que me ruega con la voz entrecortada que añada más fuerza a mis embestidas. Mi sexo golpea las paredes del suyo como si quisiera tirarlas abajo, aunque retengo mi placer hasta que oigo que el corazón de Dana estalla bajo sus pechos duros. Una corriente eléctrica avanza por sus músculos y la hace gritar con su mirada dentro de la mía. Me dejo estallar mientras me cubre la boca de besos.
Nuestros cuerpos rendidos forman una nuez el uno frente al otro. Le aparto el pelo sudoroso de la cara, y le sonrío. Veo en el reflejo de sus pupilas, mi espejo particular, como mis hoyuelos se hunden en mis mejillas. Dana me devuelve la sonrisa y empezamos a reír, felices por los que acabamos de vivir. No se parece en nada a lo que he sentido con otras chicas. Aunque, a decir verdad, en este momento ni siquiera recuerdo si mi cuerpo había tocado otra piel antes. Siento que mi vida acaba de empezar.
—Deseo quedarme contigo bajo estas estrellas para siempre —me susurra tumbada sobre mi pecho.
Yo también anhelo acariciar su piel blanca toda la eternidad, pero en mi cabeza reverbera un recuerdo nublado. Siento que en este instante debería estar en otro lugar, aunque no estoy seguro de si existe más mundo que el que nos rodea. Asoma de pronto en mi conciencia el nombre de mi mejor amigo.
—Creo que =Data me necesita…
—No, él ya no te necesita. Está muerto. —Leo en la mirada de cervatillo de Dana todo el dolor que enterré en mi memoria—. Lo mataste tú, Slo.
No recuerdo cómo ocurrió, ni los motivos, pero en mi cabeza se reproduce el momento en que apreté el gatillo del arma con la que le reventé el corazón a mi mejor amigo. La culpa forma una losa sobre mi pecho que no me deja respirar, y que Dana trata de romper con sus abrazos.
—Olvida lo que ocurrió. Olvídate de =Data y de todo el pasado. Quédate aquí conmigo —me pide sin dejar de besarme—. Te quiero, Slo.
Es la primera vez en mi vida que escucho a alguien decirme que me quiere.
Esas dos palabras funcionan como un conjuro que me encadena a ella.
Paso el tiempo a su lado en esta noche eterna y siempre estrellada. Convertimos la casa destruida en un palacio del placer en el que siempre quedan puertas por abrir. Cada vez que sus labios muerden los míos, cada vez que me entierro entre sus piernas, descubro una nueva habitación en su interior. Ya ni siquiera necesito comer, sólo me alimento de su cuerpo cuando me despierto.
—Tranquilo, Slo —me pide Dana a mi lado en la cama que compartimos para siempre al ver que me despierto con la respiración acelerada—. Vuelve a dormir.
No recuerdo qué he soñado, pero ha sido algo que me asusta, incluso despierto. Miro mis manos, temblorosas y delgadas.
Mi cuerpo está famélico.
En cambio, el de Dana parece un oasis de placer. Cada vez que despierto, su piel brilla más. Busco mi reflejo en sus pupilas, el único espejo de los que encuentro en el que puedo verme.
—Creo que estoy enfermo. Necesito comer… ¿Cuánto tiempo llevamos en esta habitación?
Dana trata de embelesarme con sus besos, pero escapo de ella. Siento que al ver mi rostro hundido en sus ojos se ha abierto una brecha en mi cabeza que no sabía que tuviera, y ahora los recuerdos huyen por ella.
—Creo que tengo que irme —balbuceo, confuso—. Debería estar en la Selección…
Repito una y otra vez esa palabra, que asoma de manera automática en mi mente hasta que recuerdo su significado.
—Tú y yo nos conocimos en Kaibil. Tú… ¿Me mentiste?
La mirada de Dana se aparta de la mía. La he descubierto. Mis preguntas me llevan a buscar en mi brazo izquierdo. Siento un pálpito que me dice que ahí están escritas todas las respuestas. Dana trata de evitarlo, e insiste en sus caricias, pero la aparto y salgo de la cama. Descubro un jeroglífico de cicatrices en la piel arrugada de mi brazo que escudriño hasta que consigo descifrarlo:
ESTO ES UNA SIMULACIÓN
Siento vértigo y un sudor frío mientras la verdad sale a presión por mi cabeza. Nada de lo que me rodea es real, yo soy un avatar, y a la chica a la que llevo una eternidad abrazado la programaron para matarme. No utiliza armas afiladas ni balas para hacerlo, sino la lujuria que me provoca su cuerpo, y sus falsas palabras de amor. Así consiguió que me olvidara de toda mi vida y me quedara con ella en esta habitación durante tanto tiempo que estoy a punto de apagarme.
—Yo no quiero matarte. Estás confundido —me insiste.
Trata de obnubilarme una vez más con el tacto de su piel ardiente, sobre la que me coloca las manos, pero ya no funciona porque vuelvo a estar despierto.
—Esto es una simulación. ¡Tú no eres real!
La sujeto por el cuello, rabioso.
Tengo que escapar de este mundo de mentira, aunque estoy demasiado débil como para caminar hasta encontrar una puerta de seguridad. La única salida es mi muerte o la de Dana. Podría ser la suya si fuera capaz de apretar un poco más las manos.
—Slo, ¿qué estás haciendo? —me pregunta, ahogada—. Tú no eres un asesino como tu padre.
Miro sus ojos que derraman lágrimas de miedo con las que me recuerda que eso fue lo que mi padre le hizo a mi madre.
—¿De verdad puedes matarme, Slo?