—¿No tienes hambre? —me pregunta =Data cuando ve que no he tocado el pienso de mi cuenco mientras él devora el suyo con fruición.
Lo cierto es que tengo el estómago lleno de ácido. Todos lo tenemos, de comer sólo bolas de pienso, pero ése no es el motivo por el que no como. =Data cabecea al descubrir que mi mirada está soldada a Dana. Ella recoge, en el otro extremo de la mesa, su ración de comida de manos de GΔr©on.
—El entrenamiento nos deja agotados, pero tú apenas te llevas nada a la boca desde hace días. Eso sólo puede deberse a que estás enamorado —bromea =Data, aunque tras la sonrisa oculta cuán decepcionado se siente conmigo—. Sé que Dana te gusta, Slo. No hace falta que disimules más.
Fuerzo una sonrisa de complicidad con la que trato de engañarlo, ya que no le he contado lo que descubrí de Dana. La escucho discutir con GΔr©on por la escasa ración de comida que le da. Parecen verdaderos enemigos, aunque yo sé que en realidad sólo están actuando para mí.
—¿Qué ha ocurrido? —le pregunto a Dana mientras me siento a su lado con total normalidad. Si quiero ganar esta partida, ella debe seguir pensando que es la única que mueve las fichas.
—Lo de siempre. Es increíble cuánta diferencia hay entre nuestras raciones y las de su grupito. ¡Ellos tienen el doble de pienso!
—Ya sabes: a los cerdos hay que cebarlos —digo, aunque lo que realmente pienso es que ella votó por él cuando GΔr©on y yo nos enfrentamos por la comida, así que ¿de qué se queja?
Mi comentario despierta una sonrisa en Dana, que sigue con su interpretación y se comporta conmigo como si realmente odiara a su secreto aliado.
—La verdad es que, cuando ronca, gruñe como un jabalí. ¿Le has escuchado?
—He escuchado cosas mucho peores por la noche en este búnker —la acuso, mi mirada clavada en la suya.
Sé que mis palabras cargadas de eufemismo han puesto mi plan en peligro, pero es que hay momentos en los que siento que no voy a ser capaz de participar por más tiempo de esta mentira. Dana se pasa la mano por la cabeza, en la que el paso de los días ha hecho que empiece a asomar su pelo rubio, abre su boca rosada y por un instante creo que va a confesarme su traición, pero se muerde el labio y las palabras quedan atrapadas en su garganta.
—Los ronquidos de =Data. Ésos sí que son graznidos —bromeo para distender los cables que unen nuestras miradas.
Le dedico una sonrisa tan artificial como las que ella acostumbra a regalarme. Me devuelve el gesto con timidez, aparta de mí su mirada de cervatillo y se centra en la comida, que traga igual que si fueran cristales.
Sé que está preguntándose si la habré descubierto.
Durante la convalecencia de mi avatar, Madre formó en el manejo de las armas a los de mis compañeros a través de simulaciones específicas para cada casta, desarrolladas en escenarios de nuestras ciudades empresariales. Yo sólo tuve tiempo de formarme en el lanzamiento de puñales contra objetivos en movimiento. Conseguí mejorar mi puntería, pero perdí la oportunidad de manejar armas de fuego. En cambio, ellos adquirieron conocimientos de teoría de la táctica, aplicación defensiva, localización binocular de objetivos y disparo en movimiento y bajo condiciones de estrés. Hoy comienza una nueva fase del entrenamiento con armas de fuego en la que yo tendré que dar por sabido todo lo anterior.
—Participaréis en dos simulaciones individuales y personalizadas que completarán vuestra formación —nos informa Madre por la megafonía mientras ocupamos los asientos de las consolas.
Me dan miedo los rostros de GΔr©on y sus esbirros, que aplauden con ilusión después de escuchar que Madre va a enseñarnos a matar.
—En escenarios virtuales construidos a tal efecto os enfrentaréis a adversarios reales a los que tendréis que erradicar. Aunque ése será su objetivo también. Vuestros enemigos tratarán de ejecutaros por todos los medios.
Las últimas palabras de Madre despiertan una sensación de desconcierto en el grupo, ya que parece que nuestras vidas vuelven a estar en peligro. El aire regresa a los pulmones cuando Madre nos aclara que las simulaciones serán orgánicas, que los avatares tendrán necesidades biológicas pero no de calco, por lo que los daños que sufran no se reflejarán en nuestros cuerpos. Madre insiste en que no habrá riesgo de daño en nuestras conciencias porque nuestros enemigos están diseñados para atacar nuestro cuerpo excepto el cerebro. Todos regresaremos con vida de las simulaciones, aunque lo que nos ocurra allí se imprimirá en nuestras conciencias.
—Las simulaciones que se descargarán en los procesadores son del tipo impronta.
Eso nos hará olvidar que estamos en un espacio virtual. Viviremos el enfrentamiento en la simulación como si fuera real, y ello dejará en nuestro intelecto una huella que recordaremos cuando hayamos regresado. Sentiremos que todo ocurrió de verdad.
—Por favor, introducid la entrada de vuestro procesador en el dispositivo de la consola —nos pide Madre con su voz mecánica.
Tomo aire y engrano la entrada de mi procesador en la clavija del reposabrazos del asiento. Cuanto antes comience esta pesadilla, antes despertaré de ella. La voz de Madre me indica que va a iniciarse la descarga de la aplicación. Mi conciencia recorre a toda velocidad el túnel negro cubierto por ceros y unos verdes, envuelto por un intenso zumbido que va en aumento hasta que parece estallar.
—Simulación descargada —anuncia la voz de Madre.
Antes de abrir los ojos sé que mis piernas se abrazan a mi aeromoto T15000. Mis manos acarician la carrocería roja de carbono hasta llegar al volante sobre el que se cierran con fuerza. Reconozco el espacio que me rodea: he competido en cientos de carreras con los novilunios en el caluroso desierto del mundo primitivo. Esta inmensa zona devastada formada por desfiladeros con rocas sedimentarias, acantilados y montañas huecas estuvo cubierta por el océano antes de la guerra de la Inseguridad. Noto algo que se clava en el bolsillo de la chaqueta de mi uniforme de estudiante.
Es una pistola con el cargador lleno de balas que me recuerda que estoy aquí para matar.
La impronta de la simulación tardará unos minutos en anclarse en el cerebro. Aún soy consciente de que estoy en un escenario virtual, y de que mi cuerpo es el de un avatar. Busco con la mirada a mi enemigo por el escenario, pero en el cielo sólo hay una manada de buitres que graznan. El motor eléctrico de la aeromoto se enciende por sí solo. Su zumbido me despierta una sonrisa que hace que mi cara parezca dividida en dos partes. Siento como la sangre corre por mis venas mientras sobrevuelo el desierto. La adrenalina en mi cerebro aumenta conforme lo hace la velocidad de mi T15000. El tiempo pasa más rápido en el aire, igual que mi conciencia del peligro. Vuelo por entre los estrechos desfiladeros, y hago ochos en el cielo que rompo como si fuera un proyectil. No recuerdo por qué estoy en el desierto, pero nunca había disfrutado tanto de la sensación que provoca el viento contra mi cara. Vuelvo a tierra firme con un derrape en paralelo que levanta una densa nube naranja de polvo. Grito eufórico por la adrenalina que baila dentro de mi cuerpo hasta que, de pronto, algo me embiste por detrás. Salgo despedido por los aires y ruedo por el suelo al aterrizar.
Dolorido, busco a mi alrededor alguna explicación de lo ocurrido, pero sólo veo a la manada de buitres del cielo. Aturdido, me sacudo el polvo y pongo en pie la aeromoto. Uno de los propulsores ha quedado casi inutilizado por el golpe, y apenas prende. Miro a un lado al escuchar el ruido de un motor que se aproxima, un zumbido que va en aumento. Vislumbro el brillo rojo de una aeromoto y comprendo que es la misma que me embistió, y que vuelve a por mí a toda velocidad. Subo a mi aeromoto, tiro del puño hacia atrás y, un instante antes de alzar el vuelo, veo la cara de mi perseguidor.
¡Es =Data!
Conduce con una tonelada de odio encima. Parece fuera de sí. No alcanzo a comprender qué le ocurre, ni por qué quiere verme estrellado contra el suelo. Le doy más electricidad a la aeromoto para escapar de él, pero =Data pega su cuerpo al esqueleto de la T12000 que conduce y vuelve a colocarse a mi lado. Grito su nombre, aunque no reconozco a mi amigo en esos ojos sanguinarios.
—¡Soy yo, Slo!
Cuando me oye aprieta el puño con más rabia. Sé que con un propulsor averiado me resultará difícil sacarle más ventaja, al menos mientras sigamos volando por un espacio abierto, así que aprovecho un hueco en la pared de una montaña del cañón para entrar en sus tripas. Conduzco a toda velocidad, y sin más luz que la del fuego de los propulsores. Me balanceo, con golpes secos, de un lado a otro para esquivar los pilares, y logro escapar de =Data. Soy mejor piloto que él. Tiene que apretar el freno para no colisionar. Consigo que me pierda la pista, freno en seco, detengo el motor y me camuflo en la oscuridad de la cueva. Pero el ruido de mi respiración acelerada, que no logro controlar, le da la pista que necesita para orientarse de nuevo. Arranco otra vez, pero ya está demasiado cerca de mí y no consigo escapar. =Data me pega un bandazo fuerte y mi aeromoto escupe lenguas de fuego mientras va de un lado a otro de la cueva; he perdido el control. Grito cuando se me desgarra la pierna contra la pared de roca. Casi puede verse el hueso. Consigo corregir el volante un instante antes de chocar de frente, tiro del puño y dejo atrás a =Data. El dolor que irradia desde mi pierna me obliga a asumir que si quiero sobrevivir al arrebato de locura de mi amigo no tendré más remedio que cambiar mi estrategia defensiva por una de ataque. Conduzco más despacio por el interior de la cueva, espero a que =Data me alcance y, con un bandazo, consigo que nuestros propulsores queden enganchados. Fijo los pies a mi aeromoto con los estribos de seguridad, mientras =Data me pega puñetazos y trata de hacerme perder el control del volante. Mi conciencia repite que no tengo otra opción.
O él o yo.
Cierro los ojos y freno en seco. Oigo los gritos de =Data, que sale disparado. Presiono con urgencia el botón que suelta los estribos de seguridad, y salto de mi aeromoto un segundo antes de que se estampe contra la pared de la cueva. La explosión lo ilumina todo de rojo fuego. Ruedo por el suelo hasta que una columna me frena. Desde el suelo empedrado veo a =Data, que yace desmayado a unos metros del incendio. Su cuerpo tardará apenas unos instantes en convertirse en ceniza. Me siento culpable. Por ello me sobrepongo al aturdimiento y corro en su auxilio. Lo agarro por las muñecas y lo arrastro. Mi pierna rota apenas me deja caminar, pero silencio el dolor y consigo que nos alejemos del fuego. =Data sigue inconsciente. No respira y tiene el pulso muy débil. Bombeo, con mis manos en su pecho, el aire que le meto en la boca. El humo negro del incendio, que avanza y nos envuelve, me ciega y me ahoga. Me resultará imposible sacar a =Data de aquí si no recupera la conciencia.
—¡Vamos, =Data! ¡Respira! —Le exijo que regrese a la vida mientras le insuflo todo el aire de mis pulmones—. ¡Tienes que volver!
Pero ya no tiene pulso. Su corazón se ha parado.
Siento como me cae una losa encima que no me deja respirar. Le castigo con golpes por haberme obligado a matarlo, pero eso es justo lo que le hace resucitar. =Data abre los ojos de pronto, y con una bocanada ansiosa suelta todo el humo negro que se quedó encerrado en sus pulmones. Sin tiempo para disculpas ni explicaciones, lo ayudo a incorporarse y escapamos juntos por la galería de la humareda que amenaza con asfixiarnos. Corremos hacia la salida de la cueva. =Data parece haberse desprendido de la enajenación y la rabia que tenía en el rostro. Ya en el desierto, rodeados de colinas de piedras, se adelanta a mis pasos, que son mucho más lentos que los suyos debido a que tengo la pierna destrozada. Sorprendido, veo cómo saca del bosillo de su chaqueta de estudiante una pistola. Me apunta con ella. Antes de que pueda comprender por qué mi amigo tiene una arma, me dispara. Dispongo del tiempo justo para parapetarme tras una esquina de la colina que queda a mi lado, y evitar la bala que se dirigía a mi corazón, aunque acierta en mi hombro. Aprieto los dientes para ahogar los gritos de dolor mientras me camuflo entre los recovecos de la colina por la que asciendo.
—¡No te escondas, Slo! ¡Voy a encontrarte!
Con el corazón disparado, escapo de =Data, quien me busca con risa de hiena mientras dispara a las sombras. Encuentro refugio en el hueco que veo en la pared de la montaña, como un agujero en el tronco de un árbol. Tengo el brazo tan ensangrentado como la pierna, siento la bala contra el hueso, y el dolor hace que se me nuble la conciencia. Encogido, noto que algo se me clava en el abdomen. Es una pistola. No sé qué hace en el bolsillo de mi chaqueta, ya que sólo los de Armex pueden portar armas. La miro en mis manos ensangrentadas y temblorosas, con miedo, aunque también soy consciente de que es mi salvavidas. Con la espalda pegada a la piedra, aguanto la respiración mientras escucho los pasos de =Data, que se acerca. Tomo aire, saco el cañón de la pistola por el agujero y apunto a su cabeza. Tiro del percutor y pongo el dedo en el gatillo.
No puedo. Soy incapaz de matar a mi mejor amigo.
Derrotado, dejo caer la pistola a mis pies. Tomo aire y exprimo las últimas fuerzas que me quedan dentro para abalanzarme sobre =Data cuando pasa a mi lado. Rodamos con nuestros cuerpos unidos por el suelo pedregoso y seco del desierto. Le reviento a golpes la mano en la que guarda la pistola, hasta que consigo que la suelte.
—¿Por qué me haces esto? —le pregunto, rabioso—. ¿Por qué?
Me responde con un cabezazo, seco y cargado de furia, con el que me parte una ceja. La sangre me resbala por la cara, y se me mete en los ojos y el cerebro. A través de una cortina roja veo cómo =Data se arrastra por el suelo para recuperar el arma. Cuando la tenga en sus manos, no dudará en pegarme un tiro en la frente. Sé que sólo saldré de ésta si mis manos son más frías que las suyas. Alargo el brazo hasta alcanzar mi pistola, y le apunto con ella. Un instante después, =Data tiene la suya en las manos, pero le saco ventaja porque mi dedo ya aprieta el gatillo. Aparto la mirada mientras oigo el ruido ensordecedor de la bala que disparo. La sangre del corazón de =Data me salpica mientras estalla. Roto, suelto el arma y me derrumbo en el suelo. Aterrado, tardo unos segundos en levantar la cabeza y mirar lo que he hecho.
He matado a mi mejor amigo.