El tiburón más rápido del grupo llega desde el frente y sale con fuerza del agua con la mandíbula batiente repleta de espadas blancas afiladas. Adelanto la mano derecha y grito mientras me la amputa. Se lleva entre los dientes la entrada del procesador. Una vez rotos los circuitos que tengo debajo del cuerpo, saltan chispas y el dispositivo se funde. Mi conciencia viaja a toda velocidad por el túnel negro forrado de números verdes hasta que sale de la simulación y se ancla de nuevo en mi cuerpo real, engranado en la consola en el búnker de Kaibil.
Tremendamente aliviado al verme, =Data me ayuda a incorporarme. La mano me arde por haber destrozado la entrada del procesador en la simulación, aunque gracias a eso conseguí salir de ella con vida. Dada mi condición de estudiante de Ingeniex, sabía que ésa era la única parte del cuerpo, además del cerebro, donde se imprimirían los daños que sufriera mi avatar. A pesar del dolor que siento en la mano, lo aparto y me abalanzo sobre Doc.Cordob@. La empotro contra la pared del búnker y noto cómo se parten sus costillas contra mis hombros. Suelto su cuerpo, que cae al suelo como un peso muerto, y voy a por #France#. Le reviento la mandíbula de un golpe, pero antes de que pueda propinarle un segundo puñetazo, GΔr©on me empuja con fuerza y caigo de boca contra el suelo de cemento. Con una fuerza animal, arranca uno de los brazos de su sillón de traslación y me golpea con él en la cabeza. Me llevo las manos a la herida abierta y las miro. Están llenas de sangre. Trato de incorporarme y pelear, pero apenas puedo mantenerme consciente. Sólo consigo arrastrarme hasta quedar de rodillas a los pies de GΔr©on.
—Hay que saber perder, Slo —se regodea con una sonrisa de superioridad dibujada en su rostro, salpicado por mi sangre.
Con desprecio, me propina un suave puntapié en el pecho y me desplomo hacia atrás. La sangre se me mete en los ojos y pierdo la conciencia.
Cuando regreso al mundo de los vivos, oigo el sonido del vacío y la humedad asfixiante del búnker. Siento que estoy roto en pedazos, como si dentro de mí sólo quedara un hilo de vida. Abro con esfuerzo los ojos, que están pegados por la sangre seca, y me descubro tirado sobre mi camastro. Miro a un lado y veo al resto de los seleccionados. Están en las consolas. Parece que participan en alguna simulación. No sé cuánto tiempo he estado inconsciente por culpa de la herida abierta en la cabeza que me ha dejado la mente emborronada. Antes de sacar conclusión alguna, un holograma de comunicación de mi padre se materializa a los pies de mi cama.
—Espero que el dolor te esté enseñando algo. —Me mira con sus ojos oscuros, como si me lo mereciera—. ¿Cómo pudiste hacer algo tan cobarde?
Lo escucho. Estoy confuso, porque hasta ahora pensaba que lo que ocurría en Kaibil no quedaba registrado. La realidad es que mi padre es el presidente, y eso le otorga el derecho a consultar la memoria procesada de cualquier republicano, máxime si éste es su propio hijo. Entiendo por qué me abronca al ver que lo único que han reparado en mi cuerpo es la entrada de mi procesador, que ahora parece blindada. Manipular la gestión de un procesador viola la enmieda E-013 de la Constitución Biónica: «Ningún republicano está autorizado a desconectar ilícitamente su procesador». Cometí un delito al destrozar a sabiendas la entrada del mío, pero lo hice porque no me quedaba otra salida.
—¿Qué habría sido mejor? ¿Morir? —le pregunto con la boca llena de inquina hacia él.
—Lo mejor habría sido que tus compañeros no te utilizaran como cebo para poder escapar. Puede que Madre te haya dado un pronóstico de éxito superior al de todos los demás, pero eres el que peor lo está haciendo.
Mientras lo escucho, comprendo para qué me ha llamado. Quiere abroncarme y asegurarse de que hago las cosas como él quiere.
—No puedes estar más preocupado por =Data que por ti. Si sigues así sólo conseguirás que se convierta en tu enemigo. Y aléjate también de Dana —me advierte con su mirada clavada en la mía—. Ella es más lista, y ya ha dejado de ayudar a BabO:). No dudará ni un instante en arrancarte los ojos si con ello puede ganar la presidencia. El único con quien tienes que hablar es con GΔr©on.
Mi padre me cuenta que, después de que se hicieran públicos los nombres de los candidatos, Armex se disparó en bolsa porque todos los republicanos compraron sus acciones. Es lógico que apuesten por GΔr©on porque, desde que se produjo el Incidente, son muchos los que creen que un presidente de Armex le devolvería la seguridad perdida a la República.
Durante aquel día, el del Incidente, los procesadores de los trabajadores de Accionex fallaron. Se supone que una actualización de las aplicaciones mal gestionada por la central de Ingeniex, y cuya circulación autorizó mi padre, fue la responsable de que la censura de los pecados capitales quedara inactiva. Sólo perdieron el enlace con Madre durante unas horas, pero ese tiempo bastó para que los afectados se convirtieran en bestias humanas y el error de mis compañeros se saldara con una masacre descomunal. Fueron los primeros asesinatos cometidos en la República que no había ordenado Madre. Muchos culparon a mi padre, de quien dicen que puso a la venta las acciones para que Ingeniex subiera en el índice, sin pensar en los intereses globales de la República. Esto hizo que la seguridad que ofrecen las aplicaciones diseñadas por Ingeniex quedara en entredicho, y ahora los republicanos temen que el Incidente se repita y desemboque en algo tan destructivo como la guerra de la Inseguridad. Por eso compran acciones de Armex, ya que prefieren confiar su seguridad a las clásicas fuerzas armadas.
—Tendrás que demostrarles que quieres lo mismo que ellos: aparentar que tú también crees que la República necesita más presencia de Armex en las Cortes.
Tuerzo el gesto cuando escucho a mi padre ordenarme que me comporte como si yo también creyera que GΔr©on se merece la medalla de oro.
—Puedes convencer a los republicanos de que eres mejor candidato que GΔr©on a lo largo de la Selección, pero el primer paso para lograrlo será firmar una alianza con él.
Me agarro a las sábanas manchadas con la sangre de mi cabeza abierta en la que ya asoma el pelo. Intento incorporarme y mirar a mi padre a la cara.
—¡Jamás me aliaré con ese chico!
—No se trata de algo que puedas elegir, Slo —me amenaza—. Si no lo haces, morirás.
—Presidente, el objeto de esta llamada es transmitir un mensaje concreto —le apremia Madre.
A juzgar por el tono de voz de Madre, interpreto que ésta desconfía, y que mi padre burló su vigilancia para poder mantener esta conversación en privado conmigo.
—Madre está muy enfadada por tu comportamiento. —Al fin me transmite el mensaje por el que ella lo autorizó a llamar—. No quiere hablar contigo.
La ofendí al destruir mi procesador, ya que con mi gesto de rebeldía desprecié la manera con que ella gestiona nuestra preparación en Kaibil para ser presidentes. Por eso no volverá a dirigirse a mí, al menos hasta que le demuestre que soy merecedor de sus cuidados y su dedicación.
—Lo siento, Madre —le digo, aunque sé que una disculpa no basta para que me perdone.
—Permitirá que continúes en la Selección, aunque su relación contigo será distante, y te someterá a duras represalias por haberte rebelado contra ella.
Dicho esto, el holograma de mi padre se desmaterializa. Unas horas después, cuando me uno a mis compañeros en la simulación de entrenamiento, comprendo en qué consiste mi castigo. Madre no ha reparado mi avatar, que está casi destrozado después de su paso por aquel infierno marino… a diferencia de los del resto, que sí reinició. No me puedo tener en pie, las piernas están dislocadas y los músculos desgarrados. Solicito en voz alta acceso al taller de rehabilitación virtual, pero el espacio blanco e ilimitado no se trasforma. La voz de Madre me dice que no va a ayudarme, y que sólo el tiempo podrá curar mis heridas.
Invierto las horas de conexión a la consola, que el resto dedica a las simulaciones para entrenar a sus avatares, en esperar a que el paso de los días me cure. =Data renuncia a parte de su entrenamiento para estar conmigo. También me ayuda fuera del mundo virtual, me da parte de sus raciones de pienso y me ayuda con la fiebre que me provoca la herida infectada de la cabeza. Pero lo que más me ayuda es poder hablar con él acerca de cualquier otra cosa que no sea lo que estamos viviendo.
—Fue realmente increíble aquella carrera que te pegaste contra Ka:Pinski en el desierto. ¡Estuviste a punto de salirte en aquella curva!
=Data rememora con entusiasmo nuestras noches con los novilunios mientras devoramos los cuencos de pienso en nuestros camastros. Ninguno de los dos tiene ganas de sentarse a la mesa con los demás.
—Oye, =Data… ¿Recuerdas lo que te dije en la simulación? —le pregunto, y al instante desaparece la sonrisa nostálgica de sus labios—. Te dije que no quería…
Escondo mi boca en el vaso de agua caliente. No me atrevo a repetir en voz alta las palabras que le escupí en la simulación.
—Dijiste que no querías morir por mi culpa —recuerda, con la mirada hundida por la decepción.
No puedo negarle que eso era lo que pensaba en aquel momento, porque eso sería mentirle, pero sí puedo prometerle que no volveré a infravalorarlo.
—Jamás. Te doy mi palabra —le digo, y lo miro sin pestañear.
Sé que podré cumplirlo porque el encierro en Kaibil está surtiendo efecto en =Data: los músculos de su avatar se han ensanchado, y controla cada vez mejor su potencia cinética. Además, la expresión de su verdadero rostro se ha endurecido, y ya no parece alguien lleno de temores a quien pueda uno tomarse en broma. Sé que ahora está dispuesto a pelear contra todos para conseguir la victoria. Vuelvo a prometerle que ganaremos los dos juntos. Me da igual lo que me ordene mi padre: mi única alianza la haré con él. La marca que compartimos en el pecho, el símbolo de los novilunios, es nuestra firma particular.
Al fin mi avatar está totalmente recuperado, y puede volver a entrenar con normalidad, aunque me ha quedado una cicatriz permanente en el cuello en forma de escorpión. =Data me ayuda a llegar hasta el gimnasio virtual, donde los avatares que manejan nuestros contrincantes hacen pesas y se ejercitan. Me cuenta que durante mi ausencia Madre nos ha ofrecido que, además del entrenamiento colectivo, hagamos simulaciones de entrenamiento individual diferentes para cada uno en función de la constitución de las castas, y que los realicemos en escenarios similares a nuestras ciudades empresariales. Descubro hasta qué punto está dando resultados el entrenamiento en Kaibil cuando veo los cuerpos de los avatares de mis contrincantes: ceñidos en trajes elásticos de los colores de las empresas, todos ellos esculpidos, y con visibles mejoras. Parece que todos se manejan en el mundo virtual casi como lo hacía yo antes de que mi avatar sufriera los desperfectos. Observo sus posiciones en torno a las máquinas del gimnasio, y veo que algunos entrenan en grupo. Da la sensación de que los equipos en los que nos dividimos para superar aquella simulación se han hecho oficiales. GΔr©on tiene a su lado a las chicas de alta categoría, Doc.Cordob@ y BrΨna. La de Transportex, #France#, también tiene un hueco en el grupo, que parece haber ocupado tras la muerte de Urda8(i. Hace días que Madre nos comunicó por megafonía que no le sustituirá ningún candidato. Eso significa que Ocioex ya no participará en la Selección, y que la empresa tendrá los mismos escaños en las Cortes que en la legislatura anterior. Lo cierto es que la participación de Ocioex en la gestión de la República nunca está exenta de polémica, debido al poder que su parte informativo diario ejerce sobre los republicanos. Si no compiten con ningún candidato propio, la información que radien por los altavoces y los mensajes en el foro sobre la Selección serán mucho más objetivos. Aunque la realidad es que todos los que estamos dentro habríamos preferido que el descarte sacara del juego a Wort:s, que hace abdominales en un banco de ejercicio, separado de todos. Sabe que estamos esperando a que se convierta en una máquina de matar, como les ocurrió a sus compañeros en el Incidente. Wort:s es el único que no levanta la vista al ver que me uno al resto en el gimnasio.
—Bienvenido, Slo. —GΔr©on deja las pesas y se acerca a recibirme con una sonrisa llena de hipocresía—. Te veo bien. Aunque te faltó poco para caer…
—Te equivocas. Hacen falta muchos más como tú para que yo caiga —le digo con arrogancia.
=Data tira de mí para que avancemos. No quiere que me meta en otra pelea. Soy consciente de que otro enfrentamiento no es lo que me conviene en este momento, así que lo sigo, pero #France#, que está sentada en un banco de abdominales, estira sus cortas piernas cuando paso a su lado y me hace tropezar. Mis tobillos aún están debiles, me fallan y caigo de bruces contra el suelo. Al verme tirado frente a ellos, GΔr©on y sus chicas estallan en una sonora carcajada.
—No veo que sea tan difícil hacerte caer, Slo —se burla GΔr©on.
Los brazos de =Data me ayudan a incorporarme, pero después me agarran como si fueran correas para que no me lance a pelear.
—¡No, Slo! Si te vuelves a meter en un lío, Madre no te dejará seguir.
Trato de zafarme con los puños preparados para destrozarlos, muy rabioso.
—¡Escucha lo que te digo, maldita sea! ¡Prometiste que no volverías a infravalorarme!
Los gritos de =Data y la mirada que los acompaña aciertan en la diana, y no tengo más remedio que tragarme la furia.
—Prefiero entrenar solo —le digo a mi amigo, y le doy la espalda.
Solicito en voz alta un programa de potenciación física privada que hace que el espacio cambie para mí y se convierta en un polideportivo. No me queda más remedio que esforzarme el doble para anular la ventaja que me sacan mis compañeros. Me someto a un extenso programa que incluye carreras y saltos, y a cada zancada me sobrepongo al dolor hasta que mi mente lo silencia. Agotado, me aparto el flequillo con un golpe de cabeza y pido en voz alta un entrenamiento en pelea. Practico las artes marciales con diez contrincantes virtuales hasta que consigo vencerlos a todos. Cuando me desconecto, compruebo que mi cuerpo real se ha quedado agotado después de haberse pasado tantas horas conectado a la consola mientras mi avatar utilizaba la potencia cinética. Devoro en silencio la poca comida que me corresponde, y me voy directo al catre. Ojalá hubiera paredes y puertas aquí dentro, porque de ese modo dejaría tras ellas el murmullo que GΔr©on y sus aliados se traen en la mesa del comedor, a propósito de mi escarnio. Cierro los ojos y trato de pensar en algo que me saque del búnker. Imagino que vuelo por el mundo primitivo sobre mi aeromoto a toda velocidad. Puedo sentir el viento contra mi cara. Su silbido ensordece mis oídos y hace que me duerma.
La pesadilla de siempre me despierta de golpe. Tengo la respiración desbocada.
—Yo antes también tenía una pesadilla. Se repetía todas las noches…
Miro en la dirección de la voz, y me encuentro con los ojos de cervatillo de Dana en la oscuridad del búnker. El paso de los días ha hecho que el pelo rubio empiece a asomar por su cabeza. Tumbada sobre su litera, al lado de la mía, es la única que no duerme.
—¿Qué hiciste para dejar de tenerla? —le pregunto.
Sé que no debería hablar con Dana, y no creo que ella estuviera pensando en hacerlo conmigo, pero lo cierto es que todos hemos empezado a bajar la guardia, y las conversaciones fluyen entre unos y otros, cada vez con más normalidad. Da la sensación de que el asfixiante encierro que sufrimos ha hecho que veamos al búnker como el enemigo contra el que debemos estar unidos.
—Algo que hacían los padres para que sus niños no tuvieran pesadillas… Mucho antes de que existieran las aplicaciones de discriminación del contenido de los sueños.
Dana me rehúye la mirada con timidez, mientras me dice que no quiere contarme más porque cree que voy a burlarme de ella. Le prometo que no lo haré. Ella cabecea y cede. Se incorpora sobre su cama y rasga la sábana hasta que arranca una tira delgada de tela. Con ella en su mano, se acerca a mí y se sienta a mi lado. Me invade su olor a miel.
—Cuéntale tu pesadilla.
Enarco las cejas con incredulidad al oirla.
—¿Quieres que hable con un trozo de tela? Tenías razón: voy a burlarme de ti…
Dana insiste. Lo hace con tal convicción que hace que algo así no parezca una locura. Suspiro y hago lo que me pide. Hablo en voz baja porque no quiero que ella conozca mis miedos. Cuando termino, Dana sostiene mi muñeca y anuda la tira alrededor de ella.
—No puedes quitártela porque esa pesadilla es parte de ti —me dice con su mirada de cervatillo clavada en la mía—. Pero ahora está atada, y ya no volverá a angustiarte.
Los dedos de Dana me acarician la mano mientras se separan. Sólo es un roce, pero basta para que mi cuerpo se encienda aún más al vislumbrar su silueta. Escucho en mi cabeza la voz de mi padre, que me advierte de que Dana no dudará ni un instante en eliminarme para llegar a la presidencia. Puede que tenga razón, pero la pulsera que llevo en torno a mi muñeca durante días me convence de lo contrario.
La pesadilla no se repite, pero las conversaciones nocturnas entre Dana y yo se convierten en un hábito. Tumbados sobre nuestros camastros, compartimos en la oscuridad del búnker horas de susurros mientras el resto de los seleccionados duermen.
—¿Qué se siente cuando eres el favorito de Madre para ganar? —me pregunta con la cabeza apoyada sobre las manos.
—Eso no es cierto. Me da igual lo que digan sus porcentajes. Además, yo no quiero…
Detengo las palabras con un suspiro antes de que salgan por mi boca. Desvío la mirada, que dejo perderse en la negrura.
—No quieres ganar —interpreta Dana mi silencio—. Lo sé, se te nota, Slo. Tú no eres como el resto de los seleccionados. No estás orgulloso de estar aquí. No quieres ser el presidente de la República.
Me vuelvo y de nuevo me encuentro con su mirada de cervatillo que brilla en la oscuridad y me pide que confíe en ella.
—Esto no tiene nada que ver con lo que yo quiera. Es mi destino. —Le confieso lo que mi padre me ha obligado a asumir—. ¿Y tú por qué quieres ganar?
Ahora es Dana quien se da la vuelta, y deja que su mirada se pierda sobre la litera que tiene encima.
—Porque también es mi destino.
Ese sino que compartimos, que nos enlaza, es lo que nos convierte en enemigos. Ésa es nuestra realidad, que terminará por caer a plomo cuando comience la Selección. Pero, por el momento, lo real es este magnetismo que siento por ella.
Se lo oculto a =Data, aunque sé que lo nota. Me lo dicen sus miradas llenas de desconfianza cada vez que se encuentran con la mía, perdida en el cuerpo de Dana. Lo cierto es que a cada minuto que paso a su lado, ella me atrae más y me descubro pasando los días a la espera de que llegue la noche para poder estar los dos a solas. Cuando la miro, pienso en besar sus labios, en recorrer todo su cuerpo con mi boca, y en perderme en sus pechos. Puede que sólo sea porque la lujuria no está censurada en mi procesador. Los estudios realizados por Cognex dicen que ése es el pecado capital más difícil de controlar sin la ayuda de Madre. Es cierto. Yo siento que ya he perdido la batalla.
Salgo de la cama, insomne por las preocupaciones que atenazan mi cabeza ya cicatrizada. Me ahogan el olor a suciedad del búnker y el de los cuerpos de mis compañeros. Todos duermen, menos Dana, que no está en su litera. Extrañado, la busco con la mirada por el búnker oscuro, pero no la encuentro en ninguna parte. Parece que se ha esfumado. Oigo un murmullo que parece provenir del pasillo de entrada al búnker. Confuso, me acerco hacia allí, pero me detengo al reconocer la voz tras la esquina. Está hablando de mí.
—Slo confía cada vez más en mí. No tardará mucho en querer firmar una alianza conmigo.
Se me cierran los puños con rabia al oír la frialdad con la que Dana relata cómo me ha engañado todas las noches pasadas compartiendo secretos que en realidad eran mentiras, sólo para conseguir que yo me acercara a ella.
—Entonces será mucho más fácil acabar con él. Eliminaremos a Slo casi sin esfuerzo —prosigue.
—Buen trabajo, Dana.
No me puedo creer lo que escucho. Estupefacto, me asomo por la esquina con cuidado de no ser visto, ya que necesito ver con mis propios ojos quién la felicita.
Es GΔr©on.