Las luces se encienden de golpe, y la música de La empresarial que emiten los altavoces dispuestos por el techo del búnker anuncia el comienzo de la jornada. Los once seleccionados nos despegamos de las sábanas con la guardia en alto, igual que hemos pasado la noche. Es imposible conciliar el sueño cuando compartes un espacio claustrofóbico con diez personas deseosas de que te visite la muerte antes que a ellos.
Nos vestimos con el mono de trabajo mientras Madre anuncia por megafonía que encontraremos la comida en el ascensor de servicio.
—Pienso, pienso, pienso —repite BabO:) sin parar mientras tamborilea los dedos sobre la oreja.
Hambrientos, nos apelotonamos para sacar los sacos de pienso y las garrafas de agua.
—No voy a comerme eso… —protesta Urda8(i, con una mueca de asco al ver lo que nos han dado—. Eso es lo que comen los trabajadores de baja categoría.
—No dispondréis de ninguna otra cosa durante las ocho semanas que dura la formación —nos dice Madre a través de los altavoces—. Deberéis racionarlo.
En total nos llegan veinte sacos de cinco kilos de pienso y veinte garrafas de diez litros, más un cuenco y un vaso para cada uno. Entre todos vamos extrayendo los sacos y apelotonándolos en un rincón del búnker. A BabO:) se le cae un saco al suelo, y las bolas de comida se desparraman a su alrededor.
—¡Recógelo, retrasado! —le grita GΔr©on.
Miro a GΔr©on porque su comentario no me ha gustado, aunque él me guiña un ojo con gesto cómplice. Dana se acerca a ayudar a BabO:), que mira el pienso desparramado por el suelo.
—Seiscientas treinta y cuatro, seiscientas treinta y cuatro, seiscientas treinta y cuatro —tartamudea.
—¿Seiscientas qué? ¿Bolas de pienso? —le pregunto.
BabO:) no me mira. He reparado en que nunca establece contacto visual. Confuso, miro el pienso desparramado mientras él insiste en la cifra. Parece convencido de que ésa es la cantidad de pienso que se ha vertido en el suelo, pero es imposible que haya podido contarlo con sólo un vistazo. Nadie podría hacerlo, ni mucho menos él, que apenas puede unir dos palabras.
Terminamos de amontonar la comida y el agua, y Madre nos informa de que uno de nosotros será el responsable de organizar el reparto diario. Antes de que el resto de los miembros del grupo podamos reaccionar a la noticia, GΔr©on se autoproclama nuestro líder. Hace las cábalas sobre lo que nos asignará, sin ocultar su intención de que su reparto beneficie a los candidatos de las empresas de alta categoría como él. Insiste en que Madre dejó claro con sus porcentajes el futuro que les aguarda a los selecionados, y cree que no merece la pena malgastar la comida y el agua en los perdedores.
—Slo, tú tienes el porcentaje más alto, así que te corresponden las raciones más abundantes —me dice mientras me pone una mano en el hombro.
—No lo vamos a hacer como dices —le rebato, mientras me aparto de su lado. Insisto en que los que tienen peores porcentajes no tienen por qué comer menos, ya que si estamos en Kaibil es, precisamente, para cambiar esas cifras.
Podría parecer que, con mi discurso, sólo quiero ganarme el favor de los trabajadores de baja categoría, como hace notar GΔr©on con una sonrisa descreída en el rostro, pero no es cierto. No puedo decirlo en voz alta, pero el motivo por el que defiendo que imperen condiciones de igualdad en el grupo es el siguiente: no es la primera vez que compito contra republicanos de baja categoría. Entre los novilunios hay chicos y chicas pertenecientes a todas las empresas, y sé que si no tenemos las aplicaciones activas en nuestros procesadores, apenas nos diferenciamos los unos de los otros, sobre todo si se trata de demostrar lo valerosos que somos.
—Estás en lo cierto: no tengo derecho a proclamarme la cabeza del grupo. En la República vivimos en democracia, así que vamos a votar quién será el líder aquí dentro. —GΔr©on, con una sonrisa pérfida, retuerce mi discurso para utilizarlo a su favor—. ¿Quieres presentar tu candidatura contra la mía?
Es demasiado tarde para echarme atrás, así que acepto el reto con una mirada. BrΨna, Doc.Cordob@, #France# y Urda8(i votan por GΔr©on. Wort:s y Torò_ó levantan las manos a mi favor, pero sólo porque me tienen miedo. =Data se coloca de mi lado, pero me castiga con la mirada por haber iniciado esa guerra. Dana tarda unos segundos en decidirse, pero al final se pone de parte de mi oponente.
—Y tú, ¿a quién votas? —le pregunta GΔr©on a BabO:) con malos modos.
BabO:) no responde. Tamborilea sus dedos sobre la oreja y mira la cúpula del búnker.
—¿Estás sordo? —le grita, y lo agarra del brazo.
Cuando lo toca, BabO:) se pone a gritar como loco, igual que si lo estuvieran quemando.
—¡Suéltalo! —Dana empuja a GΔr©on.
Los gritos ceden de golpe cuando deja de tocarlo. BabO:) va hasta un rincón del búnker. Dana lo sigue, se queda con él y trata de calmarlo. Ella trabajó unos años en Alimentex, y es la única que sabe cómo tratarlo.
—¿Cuándo dejarán de permitir que se perpetúe esa casta de retrasados? —protesta GΔr©on entre dientes.
—Dice que vota por ti —le asegura Dana a GΔr©on.
Tengo la sensación de que BabO:) no ha dicho nada, pero Dana me mira y me pide con la mirada que la apoye. Lo hago porque no quiero que GΔr©on amedrente más a ese chico gigante, y también por Dana, aunque soy consciente de que ése no debería ser un motivo.
—Eso me da la mayoría. Hay que saber perder, Slo —me dice GΔr©on al ver que rechazo la mano que me ofrece—. Pero ya aprenderás. Aquí dentro no te va a quedar otra opción…
—¿Me vas a enseñar a perder? ¿Tú y cuántos más?
Me encaro con él, pero =Data se interpone y me lleva hasta el otro extremo del búnker.
—¿En qué estás pensando, Slo? —me abronca—. Es un poco pronto para empezar con las peleas, ¿no crees?
Rabioso, me paso las manos por la cara. Es cierto que he desvelado mis cartas demasiado pronto, pero, sin tener activa en mi procesador la aplicación de censura de la soberbia, no sé cómo controlarla.
—Pues vas a tener que aprender a controlarte, Slo. Tenemos a más de la mitad en contra, y si sigues por este camino no duraremos ni un asalto.
—Está bien, no volverá a ocurrir —le prometo, aunque no le miro a la cara.
En la otra punta del búnker, GΔr©on reparte raciones desiguales de pienso entre sus seguidores. Nuestras miradas se cruzan el tiempo suficiente para firmar una declaración de guerra.
Al acabar el pienso que nos tenemos que comer con las manos, Madre nos pide que ocupemos las consolas de traslación. Los colores de los sillones que contienen los equipos nos indican cuál pertenece a cada uno. Empezaremos a entrenar a nuestros avatares en una simulación compartida que Madre descargará en nuestros procesadores. Obedezco sus órdenes y, al igual que mis compañeros, inserto la entrada de mi procesador (la apertura en la palma de la mano derecha que conecta con el computador instalado en mi cerebro) en el puerto de salida de la consola, sobre el reposabrazos del sillón que está asociado a ella. Al instante se me cierran los ojos. Veo un túnel negro en cuyas paredes se dibuja un código binario infinito escrito en números de color verde brillante. Da la sensación de que mi conciencia viaja por ese espacio a toda velocidad.
—Simulación descargada —le oigo decir a Madre.
Cuando vuelvo a abrir los ojos no soy yo quien lo hace, sino mi avatar, en quien reside ahora mi conciencia. Es una versión mejorada de mí, con unos centímetros más de altura y anchura, los músculos más desarrollados, la piel bronceada, el pelo castaño, y un flequillo largo que me cae sobre la frente y me aparto con un golpe de cabeza. Voy vestido con un ceñido mono de color rojo que facilita todo tipo de movimientos; es casi como una segunda piel, muy ligero, pero tan resistente como una armadura. Miro el avatar de =Data, que también se parece a él, aunque presenta mejoras, sobre todo en lo relativo a la musculatura. Tal y como nos advirtió Madre, la simulación es compartida, y veo a nuestro alrededor los avatares del resto de los seleccionados. Los de alta categoría tienen tan buen aspecto como el de =Data y el mío, se nota que los conocen y que ya han trabajado antes con ellos en simulaciones, pero los de los cinco participantes de baja categoría son avatares primigenios: conservan el pelo largo y sus rostros tienen mejoras, pero su apariencia es aún más débil que la de los cuerpos reales. Hay que pasar muchas horas entrenando para que los avatares presenten mejoras, y sólo quienes poseen acciones de Ingeniex en la bolsa se pueden permitir el acceso a las simulaciones virtuales. La voz de Madre nos informa de que la Selección se desarrollará en una simulación, serán nuestros avatares quienes tengan que superarla, y por eso estamos aquí: para entrenarlos. En este espacio blanco y aparentemente carente de fondo en el que nos encontramos se desplegarán todos los mecanismos de entrenamiento que solicitemos, como si se tratara de un gimnasio a la carta.
—Solicito entrenamiento por parejas en pista con =Data —le digo al aire.
De esa manera =Data y yo nos separamos del grupo, y el espacio blanco de la simulación se convierte en una pista de carreras peraltada para nosotros.
—Te apuesto una ración de pienso a que consigo dar mil vueltas antes que tú —me reta =Data mientra se coloca en la posición de salida con las piernas flexionadas y las manos en la pista de tierra batida.
—Prepárate para perder —le digo con una sonrisa de medio lado mientras me coloco para correr a su lado.
Madre nos da la salida, y nuestros avatares echan a correr a la velocidad del sonido y sin apenas cansarse. Estamos utilizando la potencia cinética de los avatares que activamos al chasquear los dedos, aunque eso supone que consumiremos más energía de nuestros cuerpos reales engranados en las consolas.
Gano la carrera, y también la competición de salto de altura que practicamos después. Con la potencia cinética activa, mi avatar es capaz de alcanzar los diez metros sin apenas esfuerzo. Excitados por el ejercicio, solicitamos el acceso a un combate. El espacio se convierte en un tatami en el que nuestros avatares se lanzan a pelear a la señal del gong. Yo he invertido más tiempo en simulaciones de pelea y me manejo mejor en las artes marciales, aunque =Data se defiende con empeño. Consigue detener la tormenta de puñetazos que le propino hasta que cambio de estrategia; entonces lo acorralo a golpes y le barro las piernas. Enganchados por los pies, nuestros cuerpos forman un tirabuzón mientras giran juntos por el aire. Cuando estamos a más de seis metros de altura me suelto de sus pies y le pateo el estómago. =Data cae contra el tatami con tanta fuerza que se hunde bajo su cuerpo.
—Espero que no tengas hambre: es la tercera ración de pienso que te apuestas y pierdes —le digo con una sonrisa mientras me aparto el flequillo de la frente sudorosa con un golpe de cabeza.
=Data acepta la mano que le ofrezco para levantarse, pero sólo lo hace para apoyar el pie en mi pecho, y hacerme así volar por los aires hasta que caigo de espaldas contra el tatami.
—Te apuesto una cuarta ración a que te gano —insiste, con el aliento entrecortado.
Me río con ganas hasta que me doy cuenta de que no debería estar pasándomelo tan bien. La realidad es que en esta simulación estoy entrenando a mi avatar para que mate a los del resto de los seleccionados.
Tras la jornada de entrenamiento, y con la conciencia instalada de nuevo en nuestros cuerpos agotados (sobre todo el mío y el de =Data, debido al uso de la potencia cinética), nos sentamos en torno a la mesa para devorar las raciones de pienso. GΔr©on se encarga del reparto y, tal y como esperaba, la mía apenas es un aperitivo.
—Quédate con la mitad de mi comida. —=Data me ofrece su cuenco y su vaso mientas me siento a su lado.
Puedo escuchar el murmullo en el otro extremo de la mesa que GΔr©on comparte con Doc.Cordob@, Urda8(i y BrΨna, que se sientan junto a él. Me miran de reojo entre carcajada y carcajada, y no me cabe ninguna duda de que están hablando de mí. =Data insiste en que no les haga caso, y me recuerda lo que hemos hablado por la mañana. Por deferencia a él, me ato las manos a la silla y trato de centrarme en el cuenco de comida. Un par de bocados después, =Data sonríe: me ha descubierto con la mirada perdida en el rostro de Dana, que se sienta junto a BabO:).
—Es más guapa de lo que esperabas, ¿verdad? Pero la que es increible es BrΨna. ¿Te has fijado en su cuerpo? Yo creo que le gusto… La he visto antes, y me miraba de reojo.
También vi las sonrisas de coqueteo que BrΨna le lanzaba a =Data en cuanto tenía ocasión, aunque sé que sólo son parte de su estrategia.
—Olvídate de ella —le digo mirándolo fijamente a los ojos—. Es de Cognex, y los de esa empresa son expertos en manipular a la gente.
—Los de Cognex no manipulan, Slo: escuchan las necesidades de la gente para que Madre las gestione. ¿Qué pasa? ¿Tanto te cuesta aceptar que una chica se haya fijado en mí antes que en ti? —bromea como si estuviéramos hablando de una compañera del instituto.
—Esto no es un juego, =Data. No estamos aquí para ligar ni para hacer amigos. Ninguna de las relaciones que establezcamos será gratuita. Aquí todos tienen una estrategia para clavarte el puñal antes de que se lo claves tú.
He levantado la voz, y ahora todos nos miran, ansiosos por que el conflicto estalle entre nosotros.
—Recuérdalo: no te puedes fiar de nadie —le insisto en un susurro después de que el grupo vuelva a centrarse en su comida.
=Data suelta su cuenco de pienso y me sonríe, descreído. Toma una bocanada de aire, el que necesita para escupirme lo que de verdad piensa:
—No, no puedo fiarme de nadie. Ni siquiera de ti, Slo. Tú tienes el porcentaje más alto de todos y yo, en cambio, soy casi el peor valorado de los candidatos de alta categoría. No tiene sentido que compitamos juntos…
Suspiro con rabia al descubrir que, aunque ni siquiera llevamos un día aquí dentro, =Data ya me tiene miedo. No quiero ni imaginarme lo que podrá ocurrir entre nosotros cuando terminen las ocho semanas.
—Slo, esto no es culpa de Madre. Si lo piensas bien, no tienes ningún motivo para compartir la presidencia conmigo.
Es cierto: no lo tengo. Sin embargo, una voz en mi interior me grita que no quiero que =Data muera.
—Estamos juntos en esto, =Data. Te prometo que ganaremos los dos.
Sé que es =Data quien escucha ahora una voz en su cabeza que le advierte de lo que puede ocurrir si me olvido de mi promesa, pero la acalla con una sonrisa.
—Está claro que Madre se ha hecho un lío con los números. ¡No sé cómo puede pensar que vas a tener más éxito que yo en algo!
Le devuelvo la sonrisa, aunque terminamos la comida en silencio. Ya con el estómago lleno, el protagonismo lo copa el olor de nuestros cuerpos, que rezuman litros de sudor debido al calor que hace en el búnker cerrado. Madre nos comunica que la puerta del cuarto de baño, la que se encuentra bloqueada en la pared frente a nosotros, estará abierta durante diez minutos para que nos lavemos. Al instante se oye el ruido automático que hacen los cerrojos cuando se sueltan, y todos vamos hasta la puerta para ver el nuevo espacio. Descubrimos en su interior una hilera de duchas que salen de la pared alicatada. No hay ningún panel que marque la separación entre una y otra, y la mayoría decide no entrar. En realidad no se atreven a estar desnudos sin la aplicación de censura de la lujuria activada en sus procesadores.
—No puedes entrar en el cuarto de baño, Slo —me advierte =Data cuando ve que me dispongo a ir—. Habrá chicas desnudas…
—Lo que no puedo es oler como un animal. Además, sólo ha entrado Dana, y ella no es una chica. Es una enemiga —le aseguro con rotundidad.
Cuando atravieso la puerta de hierro del cuarto de baño oigo el ruido del agua caliente contra el suelo. Entre la nube de vapor que lo cubre distingo el cuerpo curvilíneo de Dana bajo el agua. Se lo limpia con la manos mientras tararea una canción:
Ellos son los hombres que nunca tienen hambre y nada les falta por saber.
Ellos son los hombres que nunca tienen frío y nada se les puede romper.
Ellos son los hombres que nunca tienen miedo y nada los puede detener.
Ellos son los hombres que perdieron sus nombres y dejaron de ser hombres.
La voz melodiosa de Dana es tan hipnótica como su cuerpo desnudo. Ella no es tan perfecta como las chicas con las que acostumbro a salir. Tiene los pechos pequeños, pero nunca me había sentido tan atraído por una piel. Es tan blanca como las nubes, y está llena de pecas que marcan el camino que deben recorrer las curvas de su cuerpo hasta llegar a su sexo rosado. Dana se percata de mi presencia, deja de cantar y me da la espalda. Simulo indiferencia, me quito el mono de trabajo hasta que me quedo desnudo y pongo en marcha una de las duchas, a unos metros de la que usa ella. La sensación del agua caliente contra mis músculos resulta de lo más placentera. No puedo evitar volver a mirarla, y descubro en la espalda de Dana una descomunal cicatriz que la recorre de arriba abajo.
—¿Cómo te hiciste esa herida?
Con sus ojos de cervatillo llenos de sorpresa, Dana me mira durante un instante. Después vuelve a centrarse en limpiarse el cuerpo con el agua, como si yo no estuviera allí.
—¿Qué pasa? ¿No te enseñaron tus dueños a responder? —le pregunto, molesto por el desplante.
—Me enseñaron que no debía hablar con nadie que no fueran mis dueños.
Me responde sin mirarme, como deben dirigirse los empleados de Serviciex a los republicanos que no son sus amos, pero tengo la sensación de que Dana no lo hace por sumisión, sino por arrogancia.
—Aquí dentro las normas son diferentes… Dudo que tus dueños te enseñaran a mentir. —Le recuerdo lo que le dijo a GΔr©on sobre el voto de BabO:)—. Ni a matar a republicanos de alta categoría… y tal vez tengas que hacerlo durante la Selección. Puede que tengas que matarme a mí.
Me arrepiento al instante de haber pronunciado esas palabras. Dana podría pensar que trato de poner en marcha algún tipo de retorcida estrategia o, lo que es peor, que busco que se compadezca de mí.
—No me importa. Ser vuestra diana no me preocupa lo más mínimo —le aseguro, mientras aparto la mirada de ella con indiferencia—. No os tengo miedo.
Dana no reacciona a ninguna de mis palabras. Cierra el grifo de la ducha y se dispone a vestirse de nuevo para salir. Echo aire con los dientes apretados, molesto porque las chicas siempre se mueren por hablar conmigo, y no entiendo por qué ella tiene que ser diferente.
—Entonces es cierto eso que cuentan de ti. Lo de tu problema con los chicos…
Por el foro de la República, el espacio virtual en el que los periodistas de Ocioex abren los temas para que todos los republicanos puedan dar su opinión, se rumorea que los mejores trabajadores de Cognex llevan meses buscando un chico compatible con quien enlazarla. Alguien con tantos talentos acumulados debería tenerlo fácil, pero, por lo que se dice en el foro, todas las propuestas han resultado fallidas.
—¿Mi problema? —Mi dardo acierta en Dana, quien al fin me mira directo a los ojos, muy molesta—. ¿Qué estás insinuando?
—No lo insinúo. Digo que eres una trabajadora modélica que ha conseguido ascender de casta, pero que eres incompatible con todos los chicos.
Dana se pone de puntillas para encararse conmigo. No le importa que estemos desnudos y que sus pezones rocen mi piel.
—¡O también puede que no exista ni un solo chico en toda la República capaz de despertar el menor interés en mí!
—No, eso es imposible —le aseguro con una sonrisa de medio lado—, porque me conoces a mí…
—¿Qué? ¡Ni en un millón de años me fijaría en alguien como tú! —salta encendida mientras retrocede un paso.
—Pues antes me has mirado de refilón, y no precisamente a la cara —insinúo, con la única intención de enfadarla más.
No sé qué me pasa con Dana, pero cuanto más me grita más ganas tengo de besarla. Antes de que pueda soltarme una réplica mordaz, la puerta del baño se abre y entra GΔr©on, que mira con lascivia el cuerpo desnudo de Dana.
—No te pongas eso todavía —le dice al ver que se cubre con su mono de trabajo gris—. ¿Seguro que no eres una trabajadora de placer? Cuerpo no te falta…
GΔr©on se acerca a Dana con una sonrisa rijosa. Ella se mantiene indiferente hasta que termina por sentirse intimidada y camina de espaldas hasta quedar arrinconada contra la pared alicatada.
—Déjala en paz —le digo.
Pero no sólo no lo hace, sino que acerca sus manos sucias a la piel blanca de Dana. Antes de que pueda tocarla, le agarro el brazo y se lo retuerzo hasta que cae de rodillas al suelo encharcado.
—¡He dicho que la dejes en paz!
GΔr©on se revuelve y barre mis piernas con el brazo que tiene libre. Peleamos, sin escuchar las advertencias que Madre nos lanza a través del megáfono anclado en el techo del baño:
—Los enfrentamientos entre los seleccionados en Kaibil están penalizados.
Los golpetazos llaman a nuestros compañeros, que entran para ver cómo nos arrancamos los ojos. GΔr©on es más fuerte que yo, pero la rabia me ayuda a sacarle ventaja. Lo encierro bajo mi cuerpo y le reviento a puñetazos. Estoy descontrolado sin la aplicación de censura de la ira en mi procesador.
—¡Slo, déjalo! —=Data trata de separarme, pero no puede conmigo—. ¡Lo vas a matar!
Me detengo con el puño en alto. Me miro los nudillos, manchados por la sangre que escupe GΔr©on. Siento una oleada de extrañeza, como si ésas no fueran mis manos. Suelto a GΔr©on, asustado al descubrir que, sin la censura de Madre, soy un animal.
Madre me castiga por la pelea, y sólo a mí, porque fui yo quien la empecé, de modo que no me deja comer durante dos días. Si lo hubiera intentado, la aplicación que descargó en mi procesador lo habría detectado, y el estómago me habría estallado. Cuando me levanta la sanción, me abalanzo sobre la ración que me da GΔr©on. Éste sigue con las marcas de los golpes en la cara. Apenas hay unas migajas en el cuenco sobre el que, además, lanza un escupitajo. Antes de que pueda destrozarlo a puñetazos, =Data me agarra y me lleva hasta el otro extremo del búnker.
—Déjalo, Slo. Yo te doy mi ración, pero no vuelvas a pelearte con GΔr©on. Por favor…
Me insiste en que Madre me descalificará si vuelvo a hacerlo. Me trago el orgullo, aunque rechazo la ración que me ofrece =Data.
Al día siguiente no me queda más remedio que aceptarla.
Al final pierdo la cuenta de los días que llevamos encerrados en Kaibil. Todos son iguales, aunque tengo la sensación de que el tiempo pasa cada vez más lento. Nos limitamos a entrenar a nuestros avatares (ya sin utilizar la potencia cinética porque apenas comemos, y nuestros cuerpos se agotan demasiado), y a dormir unas horas para volver a hacer lo mismo al día siguiente. Todas las noches se repite en mi cabeza una pesadilla en la que veo a mi padre al final de una escalera. Trato de llegar hasta él, pero los escalones cambian la dirección, y desciendo los peldaños que creía estar subiendo. Mi padre está cada vez más lejos y, por mucho que corra, me parece imposible alcanzarlo. Tengo la sensación de que me estoy volviendo loco en esa escalera imposible, de que la cabeza me va a estallar. Y justo cuando los peldaños empiezan a desaparecer bajo mis pies me despierto, siempre gritando, empapado en sudor y con el corazón en la boca.
Esta noche, al despertar de golpe, veo los ojos de cervatillo de Dana, que me observan desde su camastro, al lado del mío, en la oscuridad del búnker. Desde que me peleé con GΔr©on por defenderla parece que me busque siempre con la mirada para decirme que se siente culpable. No quiero reconocerlo, pero la realidad es que me basta con ver sus ojos para calmarme. La respiración acelerada de =Data, quien se revuelve en su camastro sin despertarse, me obliga a apartar la mirada de ella. Puedo imaginarme en qué consiste la pesadilla de mi mejor amigo: en perder mi alianza. Cuando entramos aquí le advertí de que no podía fiarse del resto de los contrincantes, aunque soy yo quien parece no haberlo comprendido. Me doy la vuelta en la cama y le doy la espalda a Dana. No vuelvo a dormir, y me paso la noche despierto, repitiéndome una y otra vez que ella y yo somos enemigos.
Cuando amanece, Madre anuncia un cambio en nuestra rutina. Esta vez va a descargar en nuestros procesadores una simulación diferente de la de entrenamiento. Los interrogantes asoman por encima de nuestras cabezas. Todos queremos saber con qué vamos a enfrentarnos, pero Madre no responde a ninguna de nuestras preguntas.
—Tan sólo debéis saber que el trabajo en equipo es esencial para superar la simulación. Recordad que vuestros avatares son tan sensibles como un cuerpo real, pues la simulación es de tipo orgánico. Si los avatares resultan dañados, después tendréis que rehabilitarlos en el mundo virtual. También debéis saber que la simulación no es de calco.
Eso significa que las heridas de los avatares no se reflejarán en nuestro cuerpos reales a no ser que se produzcan daños cerebrales. Si la conciencia de un avatar muere, lo hará también el cuerpo engranado a la consola, sea cual sea el tipo de simulación. Madre nos cuenta que la mitad de los kaibiles que participan en la formación no superan esta fase.
El miedo tiñe los rostros de mis compañeros mientras nos sentamos en las consolas. No puedo ver el mío, pero me temo que tenga la misma expresión. Ninguno de nosotros esperaba estar en peligro de muerte tan pronto.
—Insertad la entrada de vuestros procesadores en las clavijas, para que se descargue la simulación.
GΔr©on es el primero en engranar la palma de la mano en el puerto de salida. Sus protegidos hacen lo mismo, aunque a ellos les tiembla el pulso. Dana convence a BabO:) para que la imite y, una vez conectados, se les cierran los ojos. Les siguen el resto de los candidatos de baja categoría, hasta que ya sólo quedamos =Data y yo.
—Recuérdalo: vamos a ganar juntos —afirma mi amigo, muerto de miedo. Cierra sus pequeños ojos y se introduce en la simulación virtual.
Tomo aire con rabia mientras acerco la mano a la clavija. Oigo el ruido del engranaje y, al instante, mi conciencia viaja a toda velocidad por ese túnel negro forrado de números verdes en movimiento.
—Simulación descargada —oigo la voz robotizada de Madre.
Cuando abro los ojos veo, a través de mi avatar, el cielo azul que me rodea.
Caigo al vacío.