Suelto el hierro afilado y cubierto de sangre como si me quemara en las manos. Poco importa que este avatar no tuviera mi conciencia. Es baladí si lo hice para defenderme, si fue =Data quien golpeó primero, o si fui yo. Lo único importante es que al fin se ha cumplido el destino fatal hacia el que la Selección nos ha llevado desde el principio: la pelea a muerte entre nosotros.
A =Data se le escapa la sangre de las entrañas, pero aún conserva la fuerza suficiente para darme un puñetazo en la cara sin que yo oponga resistencia, y alejarse de mí. Se lanza a por el puñal; estira las manos para conseguirlo, pero le doy una patada al trozo de hierro y lo pongo fuera de su alcance. =Data escala por mis piernas hasta quedar encima de mi cuerpo, y la emprende a golpes conmigo. No opongo resistencia, pero se queda sin fuerzas y se desmaya.
Le cojo la muñeca y compruebo que tiene pulso. La herida lo matará, aunque aún le queda mucho por sufrir. Tiro con fuerza de las costuras de los hombros de su mono de trabajo hasta que la tela queda suelta. Hago una bola con ella, y se la coloco sobre el agujero del estómago, que la empapa al instante. Pongo sus manos encima para que hagan presión y corten la hemorragia. Hago caso omiso a mi dolor. Lo cojo por los pies y lo arrastro hasta un grupo de minas, entre las que queda camuflado. Me paso las manos temblorosas y ensangrentadas por la cara mientras reconozco que no puedo hacer nada más por él. Además, =Data intentaría matarme de nuevo si recuperara la conciencia. Somos enemigos. El cronómetro que pende sobre mi cabeza me recuerda que ya no me queda tiempo para cambiar eso. Dispuesto a marcharme, me agacho a recoger el puñal de hierro. Escucho la respiración ahogada de =Data y decido dejarle el arma, que coloco entre sus dedos. La necesitará más que yo si lo atacan. Aprieto la mandíbula con rabia y cierro los ojos mientras me alejo de él, intentando no pensar en lo que ha ocurrido.
Sé que no volveré a ver al que fue mi mejor amigo.
El cronómetro me avisa de que sólo faltan ocho minutos para que concluya el plazo que ha estipulado Madre. Cuando el contador llegue a cero, comenzarán a estallar minas del tablero hasta que uno de nosotros muera. No voy a dejar que me maten, ni Madre ni nadie.
Mataré yo antes.
He elegido como víctima a GΔr©on, porque la mera idea de enfrentarme a Dana es demasiado complicada. No será fácil acabar con él, pero dejo de lado los remordimientos cuando recuerdo que a él se le hace la boca agua al pensar en matarme. Además, será mi víctima porque es el único lo suficientemente torpe como para caer en la trampa que estoy poniendo en marcha. Con la pierna derecha dolorida, avanzo por el tablero sin dejar de lanzar miradas fugaces hacia atrás. Me persigue la sensación de que me están vigilando de cerca, aunque no veo a nadie a mi alrededor. Estoy seguro de que es Dana, que me observa de lejos, retrasando el momento en el que tendremos que enfrentarnos.
Tres minutos después llego hasta una cruz formada por doce casillas, todas ellas con minas en su interior. Lo considero un lugar seguro, porque me ofrece un amplio margen de maniobra, y puedo esconderme entre los recodos de la figura. Me quito, con la palma de la mano, el sudor frío que me empapa la frente debido a la fiebre. Tomo una gran bocanada de aire y abro los muros que esconden cinco de las minas casi a la vez. El estruendo de las paredes de hierro cuando las engulle el suelo reverbera por todo el tablero. Ese ruido es el anzuelo para GΔr©on. Esperaré a que responda a la llamada y lo meteré en una mina. Me quito a toda prisa los cordones de las botas desgastadas, los ato y los tenso entre las manos. Parapetado tras la esquina más alejada del último muro que abrí, espero la llegada de GΔr©on. Miro el cronómetro que pende sobre mi cabeza. No puedo evitar que se me acelere la respiración cuando mis ojos nublados comprueban que quedan cuatro minutos. Si GΔr©on no muerde el anzuelo, las minas estallarán hasta que uno de nosotros muera, y yo estoy rodeado de ellas.
Al fin oigo pasos que se aproximan, pero no lo hacen desde donde esperaba, la zona contigua al último muro que abrí, sino por la izquierda. Alerta, lucho por mantenerme en pie y me arrastro para bordear la casilla y sorprenderlo por la espalda. Espero agazapado tras la esquina. Los pasos están cada vez más cerca, y siento cómo hacen vibrar el suelo de hierro. Mi cuerpo destrozado se prepara para pelear, y me muerdo el labio inferior, que sabe a mi sangre mezclada con la de =Data, como si eso pudiera hacer algo por controlar mi débil pulso. Los pasos se detienen, parece que han llegado hasta su destino, pero frente a mí no hay nadie. Confundido, espero unos segundos más y asomo la cabeza por la esquina. No veo a nadie. Miro el cronómetro. Quedan poco menos de tres minutos para que todo vuele por los aires. De pronto noto que alguien va a atacarme por la espalda.
Es =Data.
Se lanza a por mí con el puñal en alto. Trata de mostrarse como un animal enfurecido, pero se sujeta las tripas y apenas puede respirar. Evito la puñalada, lo empujo y caemos juntos. El metal afilado se le escapa de las manos y rueda por el suelo. Me zafo de él con un fuerte empujón, =Data rueda hasta que lo detienen las piernas de GΔr©on, quien nos dedica una sonrisa con los dientes manchados de sangre. Le tiembla el cuerpo por el hambre y las heridas, pero aún conserva la pistola en su poder.
—¡Mátalo! —le grita =Data mientras se pone en pie frente a él y escupe sangre. Se comporta como si fueran aliados, pero abre los ojos como un búho, sorprendido al ver que GΔr©on le apunta con el arma y lo obliga a retroceder.
—¿Qué estás haciendo? BrΨna y yo estábamos contigo para formar una alianza empresarial. Ella me contó que ése era el plan —le dice, desconcertado.
—Si de verdad te creíste lo de BrΨna es que eres mucho más bobo de lo que pensaba… Slo te hizo un gran favor matándola antes de que lo hiciera ella.
=Data arruga el rostro al escucharlo, y me mira avergonzado. Comprendo que al fin ha entendido que ella lo engañó para que pensara que yo era su enemigo.
—Y tú no fuiste capaz de matarlo… —me dice GΔr©on.
Al escucharlo descubro que no era Dana quien me observaba a lo lejos, sino él. Eso me obliga a preguntarme dónde estará ella. Sigue viva porque, de lo contrario, el cronómetro se habría reiniciado.
—No eres el presidente que necesita la República, Slo. Has demostrado tu incapacidad para controlar los sentimientos humanos, esas bajezas… —GΔr©on prosigue, lleno de desprecio—. En cambio, yo estaba dispuesto a matar a Dana cuando se completó el buscaminas y llegó el momento de pelear entre nosotros. Pero se me escapó…, aunque vosotros no tendréis tanta suerte.
Balancea la pistola de uno a otro hasta que apunta a =Data. Lo elige como primera víctima porque quiere hacerme sufrir, y que vea cómo se cumple lo que he tratado de evitar por todos los medios. Clava el cañón en la frente de =Data, que está empapada en sudor frío por el miedo. Está tan débil que ni siquiera opone resistencia. El contador del techo indica que quedan poco más de veinte segundos para llegar al último minuto. GΔr©on los apura, como si quisiera disfrutar del momento. Él dice que está por encima de las emociones, pero lo cierto es que la falta de censura en su procesador lo ha convertido en un psicópata. Eso es lo que es. Cinco segundos después se escucha el ruido metálico del gatillo que comienza a ceder entre sus dedos. =Data castañetea los dientes sin control, y cierra los ojos como un condenado a muerte. Vuelve a abrirlos cuando siente que cede la presión de la mano con la que lo retiene su verdugo.
—Es a ti a quien se le ha acabado la suerte —le espeto a GΔr©on, que me mira perplejo.
Antes de que le dé tiempo a dispararme, me tiro al suelo, cojo el puñal metálico, se lo lanzo y le atravieso la frente con él. El entrenamiento de Madre en Kaibil con las armas blancas me ayudó a afinar la puntería. A GΔr©on se le doblan las piernas hasta que cae al suelo de rodillas. Me dedica la última mirada de su vida, la de un vencedor vencido; está cargada de rabia, frustración y un destello de admiración. Se desploma hacia adelante, muerto. Me acerco a él y le quito la pistola, que me sujeto por la cintura del mono, a la espalda. El contador del techo, que estaba a punto de marcar el último minuto, se detiene y reinicia la cuenta.
Tenemos otra hora para matar o morir.
Los minutos se esfuman a toda velocidad. Camino despacio, pues el dolor de mi pierna se me ha extendido a la espalda, como un hormigueo que me adormeciera el cuerpo. Para cuando regreso junto a =Data, y la poca comida y el agua escondidas a unas cuantas casillas de donde estamos, tiene la piel pálida y los labios amoratados. Todo lo que se lleva a la boca le sabe a sangre, apenas puede ver ni respirar. =Data morirá antes de que el contador llegue a cero.
Me como las migas y me siento algo mejor, aunque mi pierna herida ya está muerta y no voy a poder volver a correr. Espero que Dana no aparezca ahora, porque quiero estar con =Data cuando muera. Siento una gran tristeza al mirarle, pues apenas es la sombra de lo que fue: el chaval con quien más me he divertido en mi vida.
—Quiero decirte una cosa, =Data…
Lo intento, pero soy incapaz de encontrar las palabras con las que pedirle perdón, porque sé que no se puede perdonar a tu asesino. Me obliga a callar: no quiere oírmelo decir. En realidad lo hace porque se siente tan culpable como yo.
La mirada de =Data se pierde en mi pecho descubierto, en la marca de los novilunios que le hace sonreír. Busca la suya con los dedos, y la palpa. La Selección nos lo ha arrebatado casi todo, pero aún estamos unidos por esa marca de círculos grabada a fuego en nuestra piel. Hemos sido amigos y, al final, también los mayores enemigos, pero sobre todo somos novilunios. Nuestras miradas se pierden en aquellas carreras, las noches en las que nos devoramos la vida a toda velocidad sobre nuestras aeromotos. El recuerdo dibuja una sonrisa cargada de nostalgia en la boca amoratada de =Data.
—Daría un brazo por pegarme ahora una de esas carreras —le digo con nostalgia.
—Lo harás cuando salgas de aquí —me asegura, pero está tan extenuado que apenas puede terminar de pronunciar las palabras—. Ganarás la Selección, Slo.
—Eh, tú también. Lo harás conmigo, ¿me oyes? —le insisto, aunque ambos sabemos que le estoy mintiendo.
—No, yo no… —me asegura con la calma de quien ya ha superado la agonía—. Además, es lo justo. Ni siquiera deberían haberme elegido.
Se incorpora, dolorido, lo cojo de la mano y así nos quedamos, cerca el uno del otro. =Data me mira y toma el aire que necesita para contarme la verdad:
—Slo, no hubo ninguna excepción. Nuestros procesadores no estaban igualados, y mi rendimiento era inferior al tuyo… Si entré en la Selección fue porque así lo acordé con tu padre.
—¿Mi padre? —le pregunto, confuso.
—Sí, y con Madre. Ella estaba al corriente, y aprobó la operación.
Al instante se me pasa por la cabeza una posible explicación. Dana me dijo que la Selección era en realidad un experimento de Madre. Si metía a dos de los mejores de Ingeniex ello le supondría conseguir el doble de datos. Los motivos de mi padre para que =Data participara son mucho más primarios. Sólo le mueve la ambición. Sabía que yo no habría competido en la Selección si =Data no hubiera participado también, porque sería incapaz de dejarlo solo. A mi padre no le importó poner en peligro la vida de mi mejor amigo: lo único que deseaba era que yo ganara. Siento como hierve la rabia dentro de mí cuando al fin lo comprendo todo.
—No, Slo, la culpa es mía. Tu padre me ofreció un trato, y yo lo acepté. Sabía que no ganaría, pero estar en la Selección es el mayor motivo de orgullo para un republicano —me dice con el hálito entrecortado—. Pensé que sería capaz de echarme a un lado y dejar que fueras el protagonista, como siempre. Pero esta vez no pude hacerlo…
Me confiesa que sin las aplicaciones de censura activas en su procesador, =Data sintió por primera vez un pecado capital que siempre había anidado en su interior: la envidia. Tan sólo pensaba en una cosa: superarme.
—Aquí dentro todos éramos adversarios, pero yo me he convertido en mi peor enemigo…
Al escucharlo recuerdo contra quién tuvo que pelear en aquellas simulaciones con las que Madre nos enseñó a matar: una copia de sí mismo. Le estaba advirtiendo de lo que ocurriría, de quién sería su peor enemigo.
—Slo, llevas dieciocho años negándote a ver la realidad. Reconócelo de una vez. ¡Eres el ganador! Yo ya he asumido lo que soy. —Agotado, se detiene para tragar saliva ensangrentada y vuelve a hablar, con una mueca de orgullo—. Soy el mejor amigo del nuevo presidente.
Niego con un gesto. Se equivoca, como todos los que se empeñan en colocarme la corona sobre la cabeza. Si gano la Selección, el único triunfador habrá sido mi padre.
—¿Adónde vas? —me pregunta alarmado al ver que me incorporo, con la pierna dolorida pero lleno de cólera.
—No voy a ganar la Selección… ¡Voy a ganarle a mi padre! Vamos a salir los tres de aquí.
También voy a hacerlo por Dana. No sé si creerme todo lo que me contó en la Caravana, pero sí sé que su olor aún me hace vibrar cuando lo recuerdo. No quiero que ella muera aquí dentro. Ninguno de nosotros lo hará.
—¡Espera, Slo! —me insta, al adivinar lo que me propongo.
—Confía en mí —le pido mientras me zafo del abrazo tembloroso con el que trata de retenerme.
—Slo…
Me resisto, pero termino por devolverle el abrazo, con fuerza. Al hacerlo me doy cuenta de lo mucho que lo he echado de menos.
—Ten cuidado con lo que sea que hayas pensado… Ya sabes que soy capaz de hacer cualquier cosa para superarte —bromea, a pesar de que apenas se puede mantener en pie.
Me separo de él y le sonrío. Siempre consigue que me ría, incluso ahora que casi no tiene pulso. Me pongo en marcha de nuevo, muy convencido, aunque las piernas apenas me responden. Dejo a un lado el cadáver de GΔr©on y me detengo en el borde de una de las minas que abrí. Me bastará dar un par de pasos para activar la trampa que alberga en su interior, pero sé que no me pasará nada cuando entre. Mi padre tenía el poder necesario para conseguir que =Data fuera un candidato más en la Selección, y estoy convencido de que lo tendrá para sacarme de la simulación antes de que mi cuerpo se desintegre. Además, los Naturales cuentan con la tecnología para hacerlo, y el séquito de ingenieros de mi padre, los mejores de la República, debería superarla con creces.
Sé que lo hará, quiere que yo gane a toda costa, y no dejará que lo tire todo por la borda ahora que sólo me faltan unos metros para atravesar la meta. Una vez fuera de la simulación, podré dar los pasos necesarios para salvarles la vida a =Data y Dana. Pero me asaltan las dudas un instante antes de cruzar la línea. Si me equivoco y mi padre no lo impide, serán mis últimos pasos. Pienso también en que, tanto si me saca de la simulación como si no lo hace, será la primera vez que le gane la partida a mi padre. Estoy decidido a hacerlo, aunque primero me quito la bota y la lanzo. Contengo la respiración durante dos segundos. No pasa nada. Tan sólo se escucha el ruido metálico que envuelve la atmósfera del tablero.
—¡Sí! —exclamo, triunfal.
Pero justo cuando me dispongo a entrar en la casilla, aparece el dibujo de la mina y las persianas de reja caen desde el techo. La casilla se cierra. Me libro de quedar atrapado por un solo segundo. Sin detenerme, echo a correr mientras escucho la cuenta atrás de Madre, quien hace estallar la mina. Las rejas encierran el fuego, pero la onda expansiva me eleva dos palmos del suelo y me hace caer de bruces.
Mi padre no iba a impedir que me mataran. No entiendo a qué está jugando, ni qué quiere, ni qué espera de mí si está dispuesto a dejarme morir aquí dentro. Oigo de pronto un disparo que me desconcierta. Escucho, por encima de mí, el ruido de las pestañas de hierro del cronómetro. Están moviéndose para que la cuenta atrás vuelva a empezar.
Alguien ha muerto.
Confuso, me palpo la rabadilla, donde debería estar el arma de GΔr©on, pero ésta ha desaparecido.
—¡No, =Data!
Me pongo en pie y echo a correr como puedo, pero me detengo para ver a lo lejos el cuerpo de mi compañero tirado en el suelo. Un charco de sangre se expande poco a poco a su alrededor. Reparo en que me robó el arma y se disparó para obligarme a seguir hasta el final, para que gane la Selección. Se me suelta el nudo que tenía en el pecho, pues he comprendido que mi mejor amigo ya no está, que ha muerto por mí. Intento asimilar el hecho de que =Data ha dejado de existir, y que ya no volverá a hacerme reír.
Por primera vez en toda mi vida, una lágrima cae despacio por mi mejilla.
Quiero acercarme a él y llorar abrazado a su cuerpo sin vida, pero no puedo hacerlo.
Dana está aquí.