El spinner en el que me trasladan, un aerovehículo de largo recorrido capaz de desplazarse en vertical y horizontal, lleva horas sumido en la oscuridad del cielo nocturno de la República. El trabajador de Transportex que se sienta frente a los mandos no quiso responderme cuando le pregunté adónde íbamos. Miro mi reflejo en la ventanilla, y se me hace raro: aún no me he acostumbrado a tener la cabeza rapada. El día en que se produjo el anuncio, y después de regresar a la República con =Data, los antidisturbios de Armex nos trasladaron hasta un hospital de alta categoría ubicado en la ciudad de Sanitex. Una vez hubimos atravesado la puerta acosados por los periodistas de Ocioex, que pelearon por conseguir nuestras primeras declaraciones, nos separaron. Supongo que a =Data se lo llevaron a un quirófano como aquel en el que yo estuve, y donde un equipo de sanitarios me sometió a una revisión física exhaustiva. A continuación, dos trabajadores de Serviciex limpiaron mi cuerpo, me raparon el pelo y me vistieron con un mono de trabajo rojo de mi empresa con mi nombre grabado en el pecho. Los de Armex me recogieron de nuevo y me llevaron hasta este spinner que, un par de horas después, inicia el descenso.
Al abrirse las puertas del aerovehículo respiro profundamente y aprecio el olor a pólvora que flota en el aire. Así huele Armex, la ciudad de las fuerzas armadas, y la empresa que cotiza más fuerte en la bolsa después del Incidente. Desde entonces los republicanos prefieren confiarles su seguridad, en vez de hacerlo a las aplicaciones creadas a tal efecto por Ingeniex.
Pongo los pies sobre la inmensa explanada de asfalto, iluminada por la luz amarilla de unas farolas idénticas a las que alumbran el resto de la República. Los altavoces anclados en lo alto de ellas radian la música de La empresarial, la banda sonora que todos los republicanos tenemos siempre en la cabeza. Me recibe mi padre, que viste su uniforme oficial, un traje rojo de corte recto con los diez colores de la República bordados en los puños de la chaqueta y cientos de brillantes condecoraciones en las solapas. Trato de esforzarme para que la expresión de mi rostro sea tan fría como lo es la suya.
—La Selección comenzará dentro de ocho semanas. Por el momento vas a prepararte junto al resto de los candidatos —me comunica mientras iniciamos la marcha por la desértica explanada de asfalto.
Camino a su lado sin ser consciente de que nuestras piernas se mueven al compás. A quien nos viera desde atrás le resultaría difícil distinguirnos, porque mi padre y yo somos igual de altos y tenemos hechuras similares, aunque nuestros rostros no se parecen en nada. Yo soy igual que mi madre. Por culpa de mi padre no llegué a conocerla, pero he visto la mayoría de los archivos de su memoria procesada. Mi madre tenía los ojos verdes, la piel de color aceituna, y las facciones del rostro tan marcadas como las de las estatuas.
—Aprovecharás estas semanas para trabajar en ti y en tu avatar. La Selección será muy dura. De todos modos, lo más importante es que estudies a tus contrincantes. Obsérvalos, descubre cuáles son sus puntos fuertes y dónde residen sus debilidades.
Insiste en que lo primordial es que sea un buen estratega desde antes de que comience la competición; de lo contrario no conseguiré alzarme con la presidencia de la República.
—Sobre todo, controla tus alianzas. No establezcas vínculos con candidatos que no vayan a ayudarte a ganar la Selección.
—No me aliaré con nadie que no vaya a ayudarnos a ganar —le corrijo, resaltando el plural con mi tono de voz—. Recuerda que =Data y yo competiremos juntos. Seremos presidentes los dos.
Hace caso omiso de mis palabras y continúa con la perorata, aunque ya no lo escucho. La rabia me ensordece cuando recuerdo lo que fue capaz de hacer para ganar.
Unos metros más adelante, el suelo se abre para dar paso a un camino subterráneo. Unas luces de emergencia amarradas al techo iluminan de amarillo las rugosas y húmedas paredes de hormigón. El corazón dispara mi sangre cuando leo la frase grabada sobre el arco de entrada:
«BIENVENIDO A KAIBIL»
Kaibil es la academia de Armex más dura de toda la República, y en ella se forma a los kaibiles, las tropas de soldados de élite encargadas de frenar cualquier posible ataque a la seguridad de la República. De ellos se dice que son estrategas con la fuerza de dos tigres. El proceso al que Madre los somete aquí para conseguirlo es un secreto que sólo conocen quienes logran sobrevivir.
—No te voy a desear suerte —me dice mientras estamos detenidos frente a una gruesa puerta de hierro igual que las de las cajas fuertes—. Si haces todo lo que te he dicho, no la necesitarás.
Le demuestro que lo que no necesito es su apoyo. Sin tan siquiera cruzar con él una mirada de despedida, atravieso la puerta que chilló al abrirse. Las paredes tiemblan cuando se cierra detrás de mí. Unas barras de hierro salen de su centro y se anclan en las hendiduras del muro. No sé adónde he llegado. Todo está oscuro.
—Bienvenido, Slo —me habla la voz de Madre, desde el altavoz amarrado sobre la puerta, en cuanto se encienden las luces de emergencia amarillentas que penden del techo.
El aire viciado me tapona la nariz, y la humedad hace que mi piel se vuelva pegajosa. Un pequeño pasillo mucho más estrecho que el que dejé tras la puerta se abre en el frente.
—Por favor, reúnete con tus compañeros seleccionados —me insiste la voz automática de Madre.
Avanzo un par de pasos hasta alcanzar la esquina tras la que se abre el espacio. Estoy en un búnker redondo, de menos de setenta metros, iluminado por luces de emergencia, y con altavoces anclados en las esquinas que la cúpula del techo forma con las paredes. A la derecha se distribuyen en literas once catres sucios. A la izquierda hay una mesa metálica alargada a la que rodean once sillas que apenas pueden mantenerse en pie. Frente a mí hay un pequeño ascensor de carga en el que no cabría ni un niño, y al fondo veo otra puerta metálica cerrada, sin pomo ni tirador. No hay ventanas ni respiraderos. En el centro del búnker veo once consolas de traslación que se distribuyen formando un círculo. Junto a ellas están mis diez compañeros, los seleccionados. Todos rondan mi edad, están rapados, y van vestidos con monos de trabajo del color de la empresa a la que representan; llevan sus nombres bordados en el pecho. Parecen reconocer el espacio con curiosidad y excitación, aunque cuando me ven entrar sus conversaciones se apagan poco a poco. Todos saben quién soy yo, y quién es mi padre. =Data me recibe con una sonrisa inmensa, como si éste fuera el mejor día de nuestras vidas.
—¿Eres consciente de dónde estamos? ¡Madre va a formarnos en Kaibil! —exclama entusiasmado.
Tuerzo el gesto y miro detrás de él, a los ojos oscuros del chico de Armex. Sus facciones son tan cuadradas como su espalda, y lleva el mono de trabajo verde con las mangas arrancadas, seguramente para intimidarnos con su piel morena de animal salvaje llena de cicatrices. Antes de que pueda escudriñar al resto de mis compañeros siento que mi mirada ha encontrado el polo Norte magnético: he descubierto, al lado del militar, a Dana, la chica de Serviciex, que viste un mono gris. Había oído hablar de ella miles de veces por los altavoces, pero mi sorpresa es mayúscula porque jamás imaginé que sería así. Tiene unos ojos de color miel tan grandes como los de un cervatillo, las facciones alargadas, y el cuerpo bien proporcionado y envuelto por una piel blanca llena de pecas que parecen formar constelaciones. No le hace falta tener pelo para ser tremendamente hermosa, aunque no es como las trabajadoras de placer de su empresa. Por el contrario, su belleza es extraña y enigmática, diferente de la del resto de chicas a quienes he conocido. Dana baja la vista para evitar mi mirada, como si le incomodara.
—Bienvenidos a la base militar de Kaibil —nos anuncia Madre a través de los altavoces—. Aquí os formaréis del mismo modo en que lo hacen las tropas de élite de la República. El periodo de formación durará doce semanas, y sólo aquellos que lo superen participarán en la Selección.
Mis compañeros lo celebran con un sonoro aplauso. No parecen conscientes de que vamos a pasar más de ochenta días encerrados en este búnker, en el que muchos de los que entran morirán antes de que la puerta blindada vuelva a abrirse. Cruzo una mirada con =Data, que aplaude con ímpetu y me reprocha, enarcando las cejas, que yo no lo haga. No puedo evitar mirar a Dana de nuevo, atraído por ella como un imán. Veo que golpea las palmas de las manos como todos los demás, pero, al igual que yo, ella tampoco sonríe.
—En Kaibil os someteréis a pruebas físicas y mentales extremas que deberéis superar sin mi gestión. Por ello, a partir de este momento vuestras aplicaciones de censura de los pecados capitales quedarán inactivas.
Veo cómo se dibuja, por primera vez, una mueca de desconcierto en los rostros de mis compañeros. Todos somos conscientes de que, si no tenemos esas aplicaciones activadas en nuestro procesador, sentiremos soberbia, envidia, ira, avaricia, gula, pereza y lujuria, las siete bajezas que condujeron al hombre primitivo a la guerra de la Inseguridad.
—Estáis en Kaibil para aprender a ganar. La Selección es un proceso duro e intenso de lucha en el que la fuerza será tan importante como la estrategia.
Madre repite casi palabra por palabra las instrucciones que me dio mi padre. La escucho mientras recorro con la mirada a mis contrincantes. Temo por mi vida, por primera vez desde que anunciaron mi nombre como candidato. Hasta ahora sólo había pensado en los chicos a quienes tendría que matar para evitar que =Data perdiera la vida, pero la realidad es que aquí todos quieren ganar, y yo también puedo morir.
Madre comienza a presentar a los candidatos.
—GΔr©on proviene de un linaje superior. Sus padres ocupan cargos de capitanía en Armex. Su nota media en el instituto militar es de sobresaliente, y acumula un sinfín de méritos. Se estima que su probabilidad de éxito en la Selección es de un noventa por ciento.
GΔr©on sonríe con orgullo al escuchar el dato que Madre obtuvo a través de análisis de sus capacidades y las fluctuaciones en bolsa de la empresa a la que representa. Madre ha hecho lo mismo con todos nosotros: elaborar estimaciones con un índice de confianza variable que nos ofrece para incentivar la competición. Al dárnoslas a conocer deja en nuestras manos que nuestras posibilidades aumenten, y mengüen las de los enemigos. Resulta obvio pensar que aquellos a quienes Madre les otorgue las puntuaciones más elevadas se convertirán en los primeros objetivos a eliminar para el grupo.
—Wort:s representa a Accionex. Trabaja junto a sus padres como perforador en una de las mayores plataformas de extracción de combustible de la República.
Nervioso, se mordisquea las uñas, teñidas de amarillo por extraer protopetróleo del suelo. Su cuerpo escuálido y el cuello alargado, que asoma por la parte superior del mono de trabajo, es del mismo color que el combustible con el que funciona la República, y le otorga un aspecto inquietante. Su estimación de éxito es del cuarenta y tres por ciento, una cifra habitual para un aspirante de una empresa de baja categoría. Este dato no lo convierte en absoluto en un enemigo prioritario, pero desde que se produjo el Incidente casi ningún republicano confía en los trabajadores de Accionex. Apostaría a que ahora mismo todos estamos pensando en eliminar cuanto antes a ese chico de ojos marrones.
En cambio, a Doc.Cordob@, la aspirante de Sanitex, que viste de azul, le sobrarán candidatos con los que sellar una alianza. A juzgar por su baja estatura y su cara infantil iluminada por los ojos azules y el rojo de los carrillos, parece una niña. Doc.Cordob@ simultaneó los dos últimos cursos del instituto y lleva meses trabajando en uno de los mejores hospitales de alta categoría de la República. Todo apunta a que saldrá sangre a borbotones en la Selección, y ella es la única que sabe cómo reparar un cuerpo herido. Sonríe con aires de superioridad al escuchar que su probabilidad de éxito es del ochenta y ocho por ciento.
Urda8(i, el imberbe aspirante de Ociex, tiene veinticinco puntos menos. Sus padres ocupan puestos de dirección en el informativo de la República que radian por los altavoces a diario, y él lleva unos cuantos meses allí como trabajador en prácticas. Enfundado en un mono de trabajo rosa, da las gracias hablando rápido, como hacen siempre los de Ociex.
—BrΨna representa a Cognex, la empresa violeta. Sus probabilidades de éxito se estiman en un ochenta y nueve por ciento.
Veo a =Data mirar con los ojos encendidos a esa chica que se parece más a una mujer, y cuya belleza racial de ojos rasgados resplandece a pesar de haberse rapado la cabeza. Es justo del tipo que le gusta. En cambio, yo la clasifico como muy peligrosa, sobre todo porque se trata de una mentora de Cognex y la han formado para conocer nuestras debilidades.
—#France# ha sido elegida para representar a Transportex, la empresa que se encarga de los transportes de suministros y de los desplazamientos privados de la República.
Delgaducha, apenas levanta un metro y medio del suelo, aunque su mirada oscura resalta sobre su mono naranja y la hace parecer temible. Pienso, en silencio, que tal vez lo sea, pese a que pertenece a una empresa de servicios. Transportex pelea desde hace años por ser reconocida como una empresa de alta categoría, ya que su labor no se limita a las tareas de transporte y movilidad, sino que también explora terrotorios para abrir nuevas rutas. Se consideran tan estratégicos y valientes como los de Armex, con los que llevan años buscando fusionarse. El porcentaje de éxito de #France#, un cincuenta y cinco por ciento, la aleja del resto de candidatos de baja categoría.
El más débil de todos, con sólo un treinta por ciento de probabilidades de éxito, es BabO:). Se trata de un chico tan alto como un gigante, aunque escúalido, de cara chupada, labios morados y piel mortecina que cubre con un mono de trabajo negro. Tiene la mirada perdida y el gesto taciturno debido a que padece de retraso cognitivo, al igual que la mayoría de los trabajadores de Alimentex. Cuando escucha a Madre hablar de él, se tamborilea la oreja con la mano derecha. Es un simple reponedor de un gran almacén de pienso artificial, y carece de posibilidades de ganar, sobre todo si se tiene en cuenta que su empresa está a punto de desaparecer. Los republicanos de las empresas de alta categoría se alimentan e hidratan artificialmente desde hace meses, gracias a las aplicaciones de nutrimento y bebida artificial que crearon mis compañeros de Ingeniex. Los republicanos de baja categoría más desfavorecidos siguen comiendo pienso —el único alimento que se consigue con los pocos recursos naturales que quedan en la República—, pero sólo porque con su trabajo no les alcanza para comprar acciones de Ingeniex con las que podrían descargarse en sus procesadores las aplicaciones de nutrimento artificial.
—Trabaja desde hace años en la construcción como obrero vertical, un puesto sólo apto para los más valientes.
Madre habla ahora de Torò_ó, el chico elegido para representar a Constructex, a la que se le atribuye mucha fuerza, aunque carece del valor de Armex. Viste de marrón y, pese a tener un cuerpo similar al de GΔr©on, sus ojos verdes claro y su piel albina, propia de los de su ciudad, le restan agresividad. Tal vez por eso sólo le conceden un cuarenta y dos por ciento de probabilidades de ganar.
La siguiente es Dana, la representante de Serviciex, aunque no necesita presentaciones porque todos estamos al tanto de sus méritos. A nadie le sorprende que, pese a que representa a una empresa de baja categoría, cuyos trabajadores sólo destacan por su docilidad, tenga un cincuenta y nueve por ciento de probabilidades de éxito. Siempre había escuchado que Dana era especial, y ahora, al verla frente a mí, me cuesta negarlo, aunque no sé explicar qué la hace tan distinta de todas las chicas.
—Y, por segunda vez en la Selección, dos candidatos de la misma empresa han igualado el rendimiento de sus procesadores y competirán en equipo por el título —anuncia Madre.
Se me revuelve el estómago al recordar cuál fue la primera vez en que ocurrió: cuando los protagonistas fueron mis padres. El rendimiento equiparado de sus procesadores los obligó a competir en equipo; pero mi madre no resultó ser una participante tan brillante como mi padre. Él sabía que si seguían compitiendo juntos no lo conseguirían, y tuvo que elegir entre continuar en la competición con ella y perder o ganar en soledad.
Eligió ganar.
—La estimación de éxito para =Data es del ochenta y seis por ciento.
Anticipo en mi cabeza la debacle que esta cifra provocará si la mía es superior: =Data hace que hasta un paseo en aeromoto se convierta en una competición entre nosotros.
—Las probabilidades de que Slo se alce con la presidencia son del noventa y nueve por ciento.
Cuando escucho la sentencia de Madre siento que las miradas de todos los seleccionados se clavan en mí como puñales afilados.
Seré el primero a quien intenten matar.