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Freno en seco encima de un charco de sangre. El desconcierto me da un martillazo en la nuca cuando veo el cadáver de Thorò_ó en el suelo.

—¿Es tuya? —me pregunta Doc.Cordob@, que se mantiene alejada de mí. No quiere que le salpique la explosión de mi cabeza, que se producirá en menos de un minuto si no doy marcha atrás.

—No, es de =Data… —le respondo, muy confuso.

Su aeromoto con carrocería de linóleo rojo está tirada en el suelo. Es el bulto que despertó mis alarmas cuando lo vi a lo lejos. Parece que la T12000 ha atropellado a Torò_ó, que tiene el estómago quemado y agujereado como si se le hubiera incrustado uno de los propulsores.

—Debió de conseguirla en una de las casillas de recompensa —deduzco con el gesto torcido, porque sé que =Data jamás abandonaría su aeromoto.

Palpo el motor eléctrico bajo la carrocería. Está caliente, lo que indica que el accidente se ha producido hace poco. La pongo en pie y la enciendo. Funciona, aunque el propulsor turbofan derecho amenaza con dejar de arder. Miro las huellas del suelo, marcadas con la sangre del charco. Hay pasos de tres pares de botas diferentes, de distintos tamaños. Las más grandes parecen haberse alejado hacia la izquierda: tienen que ser de BabO:). Los otros dos pares se encaminaron hacia la derecha. Pongo un pie sobre la huella del par más grande del segundo grupo, y descubro que coincide. =Data y yo calzamos el mismo pie, por lo que estoy convencido de que son sus huellas.

¡Mi amigo está vivo!

—Slo, tienes que dar la vuelta ya —me insiste Doc.Cordob@ mientras camina como un cangrejo para alejarse de mí.

El collar ya no emite pitidos intermitentes: de nuevo me quedan apenas unos segundos de vida. Miro el rastro de las huellas de =Data, en la dirección contraria a la que debo tomar para que mi corazón siga latiendo. Me muerdo los puños con rabia y claudico.

—Sube —le digo a Doc.Cordob@, sentado ya en la aeromoto.

El propulsor averiado amenaza con dejar de arder, pero se recompone al levantar el vuelo. Tiro del puño, y Doc.Cordob@ me clava las uñas en los costados. Le asusta la velocidad, que va en aumento hasta que el zumbido de mi collar se agota. Sobrevolamos el laberinto de casillas, y derrapo en paralelo al suelo a sólo unos centímetros de GΔr©on y de #France#.

—Nos vamos —afirma GΔr©on, ansioso por retomar la marcha.

—¿Qué? Acordamos esperar a que el otro equipo llegara a los cien puntos. Aún les faltan cinco.

—Acordamos que esperaríamos a que el marcador del otro equipo alcanzara esa cifra, a no ser que Dana muriera antes… —me dice, con una sonrisa en la comisura de los labios.

Suelto la aeromoto y corro por el pasillo hasta llegar al final. Pego las manos contra la reja al descubrir que Dana está tirada en el suelo. En su piel blanca se han dibujado hematomas, y por sus ojos cerrados caen lágrimas de una sangre negra que también le resbala por los oídos.

—¡Dana! —grito mientras golpeo la reja—. ¡¡¡Dana!!!

—Respira. Está viva —me asegura Doc.Cordob@, que está de pie detrás de mí.

Sus manos son más delgadas, le caben por entre los agujeros de la reja y consigue tomarle el pulso.

—Le sangran los ojos y los oídos. Dentro de esa casilla hace el triple de calor que aquí, y parece que el aire pesa —dice mientras saca la mano en la que ahora se le marcan más las venas, como si estuvieran a punto de reventar. Abre mucho sus ojos azules cuando los cabos se atan en su cabeza—. La presión… ¡Está aumentado la presión en la casilla!

Asiento con un leve gesto mientras recuerdo que en las clases de Historia primitiva del instituto nos enseñaban que una de las minas más utilizadas durante la guerra de la Inseguridad fue la del aumento de la presión barométrica, que provoca vasodilatación hasta que los pulmones estallan. Doc.Cordob@ me dice con gravedad que no cree que falten muchos minutos para que Dana muera.

—Despídete de tu novia —comenta GΔr©on, que no está dispuesto a perder tiempo por un cadáver—. Nos esperamos a que exhale el último suspiro y nos vamos.

El collar sólo me obliga a mantenerme unido a los miembros vivos de mi equipo, así que si Dana muere podré alejarme de ella. Pero una voz en mi interior me recuerda que cayó en esa mina por mi culpa, mientras intentaba salvarme la vida. No puedo dejarla morir, y después continuar en la competición como si nada.

—Salid del pasillo —les pido mientras deshago el camino a toda prisa.

—Slo, ¿qué vas a hacer? —Doc.Cordob@ me está siguiendo.

Se lo imagina al ver que llego hasta la aeromoto y me subo a ella. Si consigo que alcance una velocidad de Nach 5, destrozará cualquier cosa contra la que impacte, incluso esa reja.

—¡Es imposible que consigas esa velocidad sin sobrepasar la distancia de seguridad de tu collar! —me insiste después de escuchar mi plan.

El collar sólo me permite alejarme cien metros, y necesito recorrer varios kilómetros en línea recta. No dispongo de ellos, pues aquí dentro el camino se dobla cada pocos metros por las casillas. Eso me obligará a duplicar la distancia. Tendré que correr mucho para hacerlo, a una velocidad superior a Nach 3, sin que el collar estalle, y saltar de la aeromoto un instante antes de que entre en el pasillo. A esa velocidad, el impacto desintegrará la reja que encierra a Dana. Saltaré de la aeromoto con la potencia cinética de mi avatar activada para amortiguar el golpe, aunque ya casi la he agotado y puede que no sobreviva.

—Slo, esto no es por lo que te pase a ti, sino por lo que nos puede pasar a todos —me insiste Doc.Cordob@, que se asusta al ver que pongo en marcha el motor eléctrico de la aeromoto—. No sé por qué sólo ocurre allí dentro, pero la presión está subiendo únicamente en esa casilla, y es como una bomba. Si lanzas una aeromoto contra ella a más del triple de la velocidad del sonido, eso puede afectar al resto de las casillas. Incluso es posible que estalle todo el tablero.

—Lo sé, pero el pasillo hará de tubo de escape, y el núcleo de la explosión se quedará atrapado dentro. Sólo tenéis que manteneros alejados y parapetados tras los muros perpendiculares al pasillo.

—¿Estás seguro de eso? Porque tú podrás estamparte contra lo que quieras, pero no voy a dejar que me mates —me advierte GΔr©on, que me agarra del brazo con su pezuña.

—Lo que te va a matar es este buscaminas si sigues abriendo casillas sin mi ayuda. —Me zafo con un golpe seco—. ¿Qué más te da ya esperar unos minutos? Si sale mal, Dana y yo estaremos muertos, y lo habrás conseguido sin haberte ensuciado las manos. Si sobrevivo, te prometo que despejaré el tablero para que no acabes encerrado en una mina como ella.

—Adelante, acaba con tu vida —me dice después de valorarlo.

No voy a matarme, me lo repito hasta que me convenzo. Tomo una gran bocanada de aire, tiro del puño con determinación y alzo el vuelo.

Recorro el tablero por entre el mar de hierro que el otro equipo ha despejado. Busco alcanzar la distancia que necesito para romper la reja. El viento caliente que conforma la atmósfera del laberinto me golpea la cara, y su zumbido me ensordece. Por unos instantes me olvido de dónde estoy, y disfruto de la adrenalina que asciende por mis venas al mismo tiempo que la velocidad. Ni siquiera me perturba el ruido del collar, superada ya con creces la distancia de seguridad. La pantalla del cuadro de mandos me informa de que he alcanzado la distancia que necesito y, con el freno apretado en la mano, pego un volantazo con el que cambio la dirección de la aeromoto. Me dispongo a desandar el camino con el tiempo justo para que todo salga según lo planeado.

—No, ahora no… ¡No puede ser!

La aeromoto se detiene, y mis pies vuelven a apoyarse en el suelo. El propulsor turbofan averiado ha elegido el peor momento posible para dejar de funcionar.

—¡Venga, vamos!

Por mucho que aprieto el botón de encendido, la aeromoto no vuelve a la vida. El pitido del collar ya ha dejado de ser intermitente. En vez de permitir que me desborde la ansiedad, busco en la memoria las imágenes de lo que hizo Dana para arrancar la aeromoto cuando escapamos de las Cortes. Tiro de la cubierta que cubre las placas mecánicas, entre el manillar, y busco por los semiconductores. Repito, con mano temblorosa, los pasos que dio Dana hasta que al fin consigo encender el motor eléctrico.

—¡Sí! —exclamo victorioso.

Mientras me elevo de nuevo pienso en que Dana me ha salvado una vez más la vida. Arranco la placa de freno: a partir de ahora sólo podré acelerar. Tiro del puño con fuerza, y la velocidd asciende de golpe.

Nach 1.

Sobrevuelo el laberinto de casillas con los propulsores de la aeromoto ardiendo bajo mis pies. El aire caliente hace que se me salgan las lágrimas.

Nach 2.

El pitido del collar se intensifica, a punto de alcanzar su nota final. Muevo la aeromoto con el cuerpo hasta formar unos cerrados tirabuzones en el aire con los que aumento la velocidad más rápido.

Nach 3.

El collar vuelve a pitar de manera intermitente y, unos segundos después, se detiene. Vislumbro mi objetivo por entre el visillo de lágrimas con el que el aire en contra me ha cubierto los ojos.

Nach 4.

Enderezo el volante y pulso la tecla que lo bloquea. La aeromoto se dirige en línea recta y como un proyectil hacia el pasillo en el que está encerrada Dana. La velocidad apenas me deja mirar el suelo contra el que tengo que lanzarme.

Nach 5.

Salto.

Chasqueo los dedos para activar la potencia cinética, y envuelvo el cuerpo con las extremidades hasta que me convierto en una bola que rueda descontrolada por el suelo y deja una estela a su paso. Los muros que bordean la entrada del pasillo me frenan como si fueran una red de hierro que abollo por el golpe. Al mismo tiempo escucho el «bum», igual que el que provocaría el estallido de toda una ciudad. Todo tiembla mientras el pasillo se convierte en una enorme chimenea que escupe un millón de trozos de hierro.

Acabada la debacle me palpo el cuerpo hasta convencerme de que sigo vivo. Me golpeé la nuca, pero paradójicamente me ha librado de la muerte porque el collar se partió por el impacto e impidió que lo hiciera mi cuello. Me guardo en el tobillo el explosivo que había en el collar, y me incorporo, sin hacer caso de las quejas de mi cuerpo destrozado. Chasqueo los dedos para correr con la potencia cinética activada, pero ya no puedo hacerlo. He agotado a mi verdadero cuerpo, y tendré que sobrevivir en el buscaminas con un avatar débil.

—¡Dana! —grito, aunque no me oigo porque la explosión me ha ensordecido.

Me asomo a la entrada del pasillo envuelto en humo negro, me cubro la boca y la nariz y me adentro en ese averno de hierro. Se me quiebran los talones y caigo sobre el mar ardiente que forman los trozos de muros, la reja y la aeromoto reventada. Me arrastro, ciego como una lombriz, por encima de la afilada alfombra de metal que me raja las manos. Al fin palpo el cuerpo de Dana, le muevo la cabeza y acerco mi cara a su nariz. No noto que respire, aunque sí puedo sentir su pulso debilitado bajo la piel. Le masajeo el corazón con mis manos cortadas y rotas, le abro la boca y le insuflo aire negro. Lo hago de nuevo, una y otra vez, hasta que al fin siento su aliento contra mi garganta. Dana tose mientras abre sus ojos, más claros que nunca sobre su rostro mugriento.

—¿Estás bien?

Dana no me oye. La sangre sale de sus orejas y se precipita por sus mejillas, aunque me da las gracias con la mirada, por haberle salvado la vida. La ayudo a levantarse y caminamos hacia la salida, ahogados y rotos. Al final del pasillo nos esperan GΔr©on, #France# y Doc.Cordob@, que mantiene su alianza y atiende las heridas de Dana.

—Enhorabuena, Slo —me felicita GΔr©on con falsa ironía. Oigo su voz algo atenuada—. Tienes más vidas que un gato…

—Dentro de unas horas recuperarás la audición al cien por cien. Los tímpanos sólo están dañados —me dice Doc.Cordob@ después de explorarme—, aunque tienes trozos de hierro dentro de las heridas, y lo más probable es que se infecten.

—Me da igual que os encontréis bien o mal. Nos vamos ya —zanja GΔr©on.

#France# coge del suelo una plancha de hierro de las que saltaron por la explosión. Coge también un trozo largo afilado como un puñal para utilizarlo como punzón sobre la plancha y dibujar un mapa del buscaminas mientras lo recorremos.

—Nos vamos ya, pero seré yo quien marque el camino —les digo, firme.

GΔr©on aprieta los dientes con rabia al descubrir que ya no tengo el collar que me ataba a él. Pero le prometí que despejaría el tablero si me daba la oportunidad de sacar a Dana, y yo nunca rompo una promesa. Además, aún no sé si lo voy a necesitar para resolver el buscaminas, o a #France#, que ya ha comenzado a dibujar el mapa con lo que recuerda de nuestro recorrido.

—Quiero que vayas siempre diez pasos por detrás de mí, ¿entendido? —le advierto a pesar de mi aliento entrecortado—. Si me la juegas, te aseguro que te encerraré en una de esas minas para que vueles por los aires.

Ahora que tengo el timón recorremos el tablero de hierro en la dirección que marcan las huellas de la sangre de =Data. El rastro se pierde al cabo de una docena de casillas. Trato de imaginarme el camino que siguió. Dudo que sepa que esto es un buscaminas, pero él sabe tanto de combinatoria como yo, y puede que ya haya deducido cómo funciona. Si así fuera, deberíamos ejecutar unos movimientos parecidos. Después de unos metros abrió una casilla que dio lugar a una bifurcación en el tablero, lo que abrió dos alternativas.

—¿Por dónde has ido? —me pregunto en voz alta. Escucho los ruidos del buscaminas, y busco algo que me oriente, pero sólo me llega el crujir metálico de la estructura.

—¿A quién estás buscando? —pregunta GΔr©on, desconfiado.

Es consciente de que llevamos horas de caminata, y apenas he despejado dos docenas de nuevas casillas que abrí con la única finalidad de disimular delante de mi grupo.

—Te dije que te quedaras diez pasos por detrás de mí —le advierto.

Deja salir una ráfaga de aire entre los dientes, me muestra las manos en alto y se aleja de mí dando pasos que parecen patadas al suelo. Al abrir una nueva pared de metal llegamos hasta una casilla en la que el muro de enfrente carece de botones para despejarlo.

—Este muro no se puede abrir…

Abro las dos paredes que hay a los lados. Los muros que quedan enfrente tampoco tienen botones. Marcan un límite.

—Esto tiene que ser uno de los extremos del buscaminas —deduzco.

—Veinticinco casillas —dice #France#, que se echa sobre el suelo con ansia y dibuja en su mapa—. El buscaminas tiene veinticinco casillas de alto.

—¿Y a lo largo? —pregunto mientras me agacho a su lado. Si multiplicáramos las casillas que tiene a lo largo y a lo alto sabríamos cuántas tiene el tablero en total.

—No lo sé. Deberíamos llegar hasta el otro extremo para calcularlo. —Me señala el camino hacia derecha e izquierda.

Le insisto en que quiero ver el mapa, pero se levanta y lo coloca tras su espalda. No me dejará verlo a no ser que le diga cómo sé dónde están las minas.

—Vamos por aquí —digo, descartando el camino que propone #France#. Vuelvo sobre mis pasos para seguir de nuevo el rastro de =Data.

—Slo, sé que quieres encontrar a =Data, pero el único rastro que debemos seguir es el de BabO:), el de las huellas más grandes. Puede que haya conseguido alimento en una casilla de recompensa —me susurra Dana mientras caminamos delante del resto—. Sin comida no tendremos muchas posibilidades de salir adelante…

Miro su cuerpo, herido y tembloroso; apenas puede oír, tiene los ojos hundidos y cubiertos de sangre seca. No puedo verme, pero sé que mi reflejo no es mucho mejor. Miro más atrás, hacia donde está GΔr©on. A pesar de sus imponentes medidas, el encierro en el tablero parece estar pasándole factura. Pero quien corre verdadero peligro es Doc.Cordob@, que yace encogida a su lado. El gen patógeno se manifiesta ahora en forma de daños neurológicos, y tiene parálisis facial. No puede ni pestañear, y se le ha quedado una expresión de terror en el rostro. Además, lleva unos minutos sin mover las manos, y siente un hormigueo por todo el cuerpo, que amenaza con agarrotarse. No me he olvidado de que la muerte que había predicho estaba relacionada con la de =Data. Si ella muere, mi amigo será el siguiente. Es probable que esas predicciones hayan dejado de ser fiables, ya que encontramos a Torò_ó muerto mucho antes.

—Slo, ¿me estás escuchando? Ahora la prioridad es comer —me insiste Dana, con la mirada clavada en la mía.

Suspiro mientras doy por hecho que seguir buscando a =Data sólo puede conducirnos al cementerio. Sin pararme a explicarle a GΔr©on lo que ocurre, desandamos el camino hasta que llegamos a las huellas que marcan la dirección que tomó el chico de Alimentex. Pero, igual que las otras, también se desvanecen al cabo de un rato. Pero esta vez parece que las han borrado de manera intencionada, como si hubieran esparcido la sangre para que no pudieran seguir el rastro.

—¿Ahora por dónde, jefe? —me pregunta GΔr©on con sorna.

Echo a andar, ya sin rumbo, y entonces nos perdemos.

Arrastro los pies por delante del resto del grupo. No sé por dónde ir. El tiempo ha hecho que el marcador del otro equipo casi se duplique, y que las piernas de Doc.Cordob@ se paralicen. Con los ojos bañados en lágrimas de frustración y miedo, clava la mandíbula en el suelo e intenta gatear. GΔr©on, su aliado desde que comenzó la Selección, no tiene ningún reparo en dejarla atrás ahora que ya no puede serle útil, justo como ella pronosticó que ocurriría. Doy la vuelta y cargo con su cuerpo como un fardo.

—Slo, no podrás dar ni dos pasos si la llevas contigo —me advierte Dana—. No la necesitas. Ya no tienes el collar.

—Deberías llevarla tú. Si no fuera por ella estarías muerta —le espeto, molesto por su frialdad.

Echo de nuevo a caminar, con la esperanza de encontrar pronto una casilla de recompensa de Sanitex, que es el único modo de salvarle la vida a Doc.Cordob@. Sólo espero que también encontremos algo que me ayude a reponer fuerzas, porque mi cuerpo se está agotando. No sé cuanto tiempo llevamos encerrados en la simulación, porque aquí el día es sólo uno e infinito. Apenas puedo mantener los ojos abiertos, que me duelen de mirar con la poca luz que dan las luces de emergencia sobre nuestras cabezas. A cada minuto que pasa, parece que el techo nos aprisiona más y, por mucho que despeje los muros de hierro, da la sensación de que éstos se multiplican. Hay miles de ellos. Este lugar es inmenso.

Miro hacia atrás porque ya no veo a Dana a mi lado, y descubro que está con GΔr©on. Hablan en voz baja como si discutieran por algo.

—¿De qué hablabas con GΔr©on? —le pregunto, sin ocultarle mi desconfianza, cuando vuelve a caminar a mi lado. Arrastra los pies.

—De nada. Sólo pensamos que deberíamos descansar. No hay comida ni agua, y llevamos días sin dormir.

—No: tenemos que seguir.

Tengo que encontrar a =Data antes de que muera Doc.Cordob@, y ya apenas siento el aliento de ella contra mi espalda.

—Slo, si no descansas no podrás pensar en qué casillas están las minas… Apenas puedes mover un músculo. Ni tú ni ninguno de nosotros. Eres el líder del grupo, y deberías tener en cuenta lo que es mejor para todos, ¿no crees?

Suspiro, removido por sus palabras. Lo cierto es que tengo la mente nublada, y me cuesta incluso respirar.

—Está bien. Descansaremos un poco…

Bastan unos segundos para que, tumbado sobre el suelo caliente del tablero, me pierda en la misma pesadilla de siempre. Y, también como siempre, me despierto de golpe, gritando y empapado en sudor.

—¿Estabas teniendo esa pesadilla?

Tumbada a mi lado, Dana se incorpora. Se sostiene la cabeza con una mano, como si estuviera en un diván. Su cuerpo curvilíneo me impide ver ninguna otra cosa que no sea ella.

—Supongo que tu hechizo no funciona aquí dentro.

Toqueteo la muñeca. A mi avatar le falta la tira de tela que Dana anudó aquella noche en el búnker para que no volviera a tener esa pesadilla.

—Supongo que aquí dentro no hay nada que no haya diseñado Madre…

Me sorprende oírla hablar así de la Selección. A veces tengo la sensación de que Dana es como yo, de que ella tampoco quiere estar aquí.

—¿De verdad quieres presidir la República? —le pregunto.

Me mira con sus ojos de cervatillo, con los que parece querer decirme algo distinto de lo que sale por su boca:

—Es mi destino.

Suspiro. Ése es el motivo por el que yo estoy aquí. No entiendo cómo es posible que dos personas compartan el mismo destino.

—Vuelve a dormir —me ruega, mientras acurruca su cuerpo junto al mío.

Siento cómo se aviva mi piel pegada a la suya, y contengo a mis manos, que desean acariciarla. Le miro el rostro. Las heridas y la sangre me recuerdan para qué estamos aquí. Apenas he repuesto fuerzas, pero me incorporo, dispuesto a reanudar la marcha.

—Espera. —Dana tira de mi brazo para que no me levante—. No, Slo…

La miro extrañado hasta que alzo la vista y entiendo por qué trataba de retenerme. Doc.Cordob@ está tumbada a su lado, muerta.

=Data será el siguiente en morir.

—¿Dónde están GΔr©on y #France#? —pregunto desconcertado al levantarme y no verlos a nuestro lado.

—Escúchame, Slo…

Pero no lo hago. La corto en seco antes de que pueda explicarse. Se ha dibujado en mi memoria el momento en que la vi hablando con GΔr©on, mientras recorríamos el laberinto de hierro.

—Lo planeasteis juntos para que escaparan… ¡Has intentado distraerme para que no me diera cuenta!

Dana se muerde los labios mientras la acuso de haber pegado su cuerpo al mío con esa intención. Me llevo una mano a la frente al ver, detrás de Dana, la sonrisa afilada de GΔr©on, quien llega con la potencia cinética activada, junto con #France#. Comprendo que mientras yo dormía dieron con una casilla de recompensa de Armex, en la que GΔr©on encontró la pistola con la que se rasca la sien. Se coloca delante de mí, tira hacia atrás del percutor y me apunta directamente a la cabeza.

—Ahora vas a decirme cómo sabes dónde están las minas.