Antes de que el tiempo se me agote por completo, Dana, que está detrás de mí, me grita cómo puedo salvar la vida.
—¡Abre todas las paredes y busca las casillas en las que aparezca un uno! ¡Hay que despejar el tablero!
Si derribara los muros que hay en el horizonte podría ver dónde están el resto de mis compañeros de equipo y alcanzarlos antes de que estalle la bomba de mi cuello. Apenas me quedan unos segundos para conseguirlo, y ya es casi imposible encontrar otro premio, pero cuando veo a Dana abrir con ímpetu el muro que queda a su derecha me obligo a luchar por salvar la vida. Chasqueo los dedos, activo la potencia cinética de mi avatar y pulso el avance en los muros que quedan a mi izquierda. De este modo derribo tres de manera casi simultánea. Parecen chillar mientras se los traga el suelo. Surgen nuevos espacios, y me muevo por ellos a la velocidad de un guepardo. Los números se dibujan en el suelo a medida que paso: un cuatro, un tres y un dos. Lanzo una mirada fugaz detrás de mí, y veo a Dana que abre los muros que va encontrando de frente y forma un pasillo recto, aunque todavía no ha encontrado un número uno en el suelo. El corazón casi se me sale por la boca al escuchar como el pitido del collar deja de ser intermitente y se convierte en constante.
Se me acaba el tiempo.
—¡Vamos!, ¡tiene que haber un uno! —maldigo al aire.
Frente a mí se alzan tres gruesos muros de hierro, y sé que sólo me queda arena en el reloj para abrir uno de ellos. Elijo el de la izquierda, pulso el botón y salto por encima del muro atravesándolo antes de que desaparezca. Al caer descubro que al fin he llegado a una casilla marcada con el número uno.
—¡Sí! —exclamo, triunfante.
El pitido del collar me taladra el cerebro. Tres muros rodean la casilla. Utilizo mis manos temblorosas para pulsar el botón de avance en el que está a mi izquierda. Se despejan más de quince casillas de golpe. En la más alejada de todas veo a mis enemigos, a quienes estoy encadenado.
Chasqueo de nuevo los dedos, sin darle tiempo a mi boca para dejar salir un suspiro de alivio, y corro por el tablero con la potencia cinética activada. Mis pies apenas tocan el suelo. El pitido infernal del collar vuelve a ser intermitente, y se detiene a medida que me acerco a ellos.
Aliviado, me dejo caer de rodillas en el suelo metálico. Los avatares de GΔr©on, Doc.Cordob@ y #France#, vestidos con monos elásticos de los colores de sus empresas, se acercan hasta mí. Me miran como si fuera un muerto viviente, aunque son ellos los que tienen mal aspecto. Están sucios y cansados, sobre todo Doc.Cordob@, que va con el cuerpo encogido.
—Madre nos dijo que estabas fuera de la competición… ¿Cómo has entrado? —me pregunta GΔr©on, reticente.
Recupero el aliento y me incorporo hasta que mi cara queda frente a la suya.
—¿De verdad creías que iba a perderme la oportunidad de estar aquí dentro contigo?
GΔr©on rebufa como un toro, pero retrocedo antes de que me embista con su réplica. Llevo un collar que me mantiene unido a él, y debo reconocer que provocarle no ha sido una buena idea. Un presidente debe demostrar que es capaz de mantener a sus enemigos a su lado. Madre me encadenó a ellos por eso.
—¿Dónde está =Data? —les pregunto.
—No hemos visto a nadie del otro equipo, aunque hemos oído como abrían muros a lo lejos —me cuenta Doc.Cordob@ con voz algo apagada. Para mi asombro, se permite más familiaridades de las habituales conmigo—. También están en el juego.
—¿Y Dana? ¿No está contigo? —me pregunta #France#.
Me acuerdo de ella en cuanto escucho su nombre. Creía que me había seguido cuando di con el resto del grupo, pero no está junto a mí. Miro a un lado y descubro, alarmado, que tampoco asoma en el horizonte de casillas que queda a mi espalda.
—¡Dana! —voceo.
La única respuesta es el ruido del laberinto. Parece un mecanismo de engranajes oxidados que chillan incluso cuando no se mueven.
—¡Acabamos de perder veinte puntos! —maldice GΔr©on al ver el contador rojo que nos persigue, instalado en el techo.
Comprendo entonces que ésos eran los puntos que mi equipo había acumulado desde que comenzó la Selección. Habían cambiado del color verde al rojo porque GΔr©on me sustituyó como líder mientras estuve fuera. Comprendo también que el descenso de la cifra está relacionado con Dana y con lo que le ha ocurrido.
Echo a correr hacia las casillas donde la perdí de vista. GΔr©on, #France# y Doc.Cordob@ me siguen. Todos han activado la potencia cinética. Llego hasta el cruce en el que Dana y yo nos separamos, y me adentro en el pasillo que ella abrió, a la derecha. Sigo con la mirada los números que brillan en el suelo. En el de la última casilla hay un uno. En la siguiente está Dana.
—¡Slo! ¡Estoy atrapada!
Golpea la persiana de rejas que la mantienen encerrada en la casilla. La situación se vuelve aún más angustiosa cuando en el hierro que hay bajo sus pies aparece, poco a poco, el dibujo de una mina antipersonas.
—¡Retrocede! —me advierte Doc.Cordob@, a mis espaldas—. ¡Ha caído en una mina!
Cuando escucho esto recuerdo por fin dónde estamos.
—El tablero, los números, las minas… ¡Es el juego del buscaminas!
Lo conozco porque el año pasado cursé en el instituto una asignatura optativa que se llamaba Informática primitiva. =Data no se matriculó, pero yo estudié todos los juegos mecánicos que se incluían por defecto en las antiguas computadoras. El buscaminas es un juego sencillo, aunque difícil de ganar, que consiste en despejar las casillas de un tablero excepto las que esconden una mina en su interior, que deben marcarse con una bandera. Me llevo las manos a la cabeza por mi torpeza: los números no te llevan hasta el premio, sino a las minas. Indican el número de minas que hay en las ocho casillas colindantes. Los números que encuentras por encima y por debajo de ellas amplían el campo de deducción. Una casilla con un cinco nos dice que ése es el número de minas que se esconden en las ocho que la rodean. Si, por ejemplo, abres la casilla que queda por encima y te encuentras con un número uno, puedes deducir que las cinco minas de las que hablaba la casilla anterior se encuentran por debajo, porque hacia arriba sólo encontrarás una. Las casillas en las que crees que hay una mina se marcan con una bandera, aunque si tienes dudas puedes colocar un interrogante encima hasta que las despejes. Caer en una mina supone perder la partida, pero en Internet, el sistema primitivo de conexión de ordenadores periféricos, se jugaba por equipos, como lo estamos haciendo en la Selección. El ganador será quien más puntos conserve cuando el tablero quede totalmente despejado. Cada vez que alguien caiga en una mina, su equipo perderá puntos en el marcador, aunque estoy seguro de que ése no será su único castigo. Dana también lo sabe, y por eso palidece cuando la voz de Madre inicia una cuenta atrás.
—Nueve…, ocho…, siete…
Dana aporrea las rejas que la rodean. Están ancladas al techo y el suelo. Las golpeo con todas mis fuerzas, chasqueo los dedos y utilizo la potencia cinética, pero ni siquiera tiemblan. Doc.Cordob@ retrocede, asustada.
—Seis…, cinco…, cuatro…
La mirada de cervatillo de Dana se hunde en su rostro alargado.
—¡Slo, aléjate!
Pero ella no me dejó cuando, hace sólo unos instantes, era mi cuerpo el que estaba a punto de volar por los aires. No sé por qué no lo hizo, pero me siento un cobarde mientras le doy la espalda y me alejo corriendo por el pasillo.
—Tres…, dos…, uno…
La cuenta atrás concluye, y el silencio se me clava en las costillas.
Miro detrás de mí, y veo a Dana que cierra los ojos. El dibujo del suelo de la casilla que la encierra cambia: se ha convertido en una nube de humo. Doy la vuelta y corro hasta allí. Pego las manos a la reja y enarco las cejas, desconcertado. Dana sigue encerrada en la casilla, pero su cuerpo se mantiene intacto. Da la sensación de que no ha ocurrido nada.
—¿Estás bien? —le pregunto, confuso.
—Sí… —titubea, casi sin atreverse a decirlo en voz alta mientras mira el humo dibujado en el suelo.
—Al principio a mí tampoco me pasó nada cuando caí en la mina. —Doc.Córdob@ regresa por el pasillo. Camina como si fuera una anciana—. Pero cuando salí de allí empezó esta enfermedad.
Nos confiesa que sabe que ha contraído un germen patógeno, y que si no recibe tratamiento morirá en apenas unos días. Cuando la escucho comprendo cuál es el plan de Madre. Este tablero está lleno de minas como las que fabricaron los hombres primitivos para defenderse durante los inicios de la guerra de la Inseguridad. Todos eran el enemigo en esa lucha mundial y sin bandos que se produjo tras la caída del antiguo régimen, y la defensa se convirtió en una prioridad individual. Apretar el gatillo de una arma sólo está al alcance de personas con corazones de hierro, pero defender tu casa con una muralla de minas, y que sea el intruso quien la active al atravesarla, te exime de responsabilidades. Aquellas trampas compradas en el mercado negro provocaban enfermedades patógenas, deformaciones físicas y genéticas debido a las reacciones nucleares descontroladas, o tan sólo hacían volar cuerpos por los aires al detonar sus explosivos. Fueron el germen de la destrucción masiva, y Madre no quiere que los republicanos lo olviden; ni mucho menos ahora, tras el Incidente, cuando la desconfianza parece haberse adueñado de la atmósfera. La defensa individual ha vuelto a ser un objetivo prioritario para los republicanos, pero Armex es la empresa encargada de ofrecerla, y siempre debe hacerlo bajo la gestión de Madre, so pena de repetir la debacle.
—¿Cómo saliste de la casilla? —le pregunto a Doc.Cordob@ en cuanto asimilo la noticia.
—No lo sé. No tuve que hacer nada. Las rejas se levantaron después de que estallara la mina. Supongo que, como ya estaba infectada, no había razón para que siguiera dentro…
No parece que Dana se haya contagiado, y la persiana de reja que ha sustituido al muro de hierro se mantiene anclada al techo y el suelo. Sea lo que sea lo que la va a atacar, aún no lo ha hecho.
—Tenemos que sacarte de ahí.
—Nosotros seguimos —vocea GΔr©on desde el extremo del pasillo—. Hay que buscar comida. Además, debemos recuperar cuanto antes los puntos que esta inútil nos ha hecho perder.
Miro los marcadores del techo y descubro que el otro equipo, con el que juega =Data, nos aventaja en casi cincuenta puntos.
—Vamos, Doc.Cordob@ —le insta al ver que no se une a ellos.
Puede ser que esté desarrollando una enfermedad, pero Doc.Cordob@ es una estudiante de Sanitex, y GΔr©on quiere tenerla cerca mientras le sea útil. En cambio, Dana es sólo una empleada de servicios, y dejarla encerrada en una jaula no supone una gran pérdida para el grupo. Le sobran los motivos para que yo me quede atrás y, además, eso juega a su favor. Lo penalizarían si me matara a sangre fría, pero en este caso se trata de su vida o la mía. (Antes de que entráramos en la simulación, Madre nos advirtió de que se podía matar a los contrincantes, pero sólo cuando no quedara ninguna otra opción, o en el caso de que se pudiera asumir la función del compañero, como si de una absorción empresarial se tratase). Soy incapaz de dejar aquí a Dana, pero no por los motivos que nos dio Madre, sino porque forma parte de mi grupo, y si ella no está a mi lado me estallará la cabeza. Además, Dana cayó en la mina mientras intentaba salvarme la vida y, de algún modo, me siento en deuda con ella.
—¡Esperad! —les grito a los tres antes de que se alejen—. Me necesitáis. Sé cómo debemos movernos por el tablero sin volver a caer en una mina.
Se detienen en seco y me miran con los ojos muy abiertos.
—¿Sabes dónde están las minas? —me pregunta GΔr©on, incrédulo.
—Esto es una simulación. Soy de Ingeniex, y ésa es mi especialidad.
—¿Cómo sabes lo de las minas?
—No pienso decírtelo.
Me cruzo de brazos e insisto en que no lo compartiré con ellos. Si lo hiciera perdería la única baza de que dispongo para conseguir que sigan a mi lado
—Pero os lo puedo demostrar.
—Adelante —me reta GΔr©on—. Mueve ficha…
Camino por las casillas del tablero con las miradas de mis enemigos clavadas en la nuca. Abro el primer muro que encuentro a mi izquierda, y el suelo tiembla mientras se lo traga. Doy un par de pasos por la nueva casilla hasta que aparece un número uno en el suelo. Arrugo la frente mientras pienso en silencio que eso significa que en las ocho casillas que la rodean sólo hay una mina. Abro dos muros más, a derecha e izquierda. En los nuevos espacios se repite el mismo número.
—¿Qué dirección tomarías como el norte? —le pregunto a #France#.
Por mucha lógica deductiva que yo sepa, la necesito para moverme por el laberinto. #France# es la mejor trabajadora joven de Transportex y le basta un vistazo para diseñar una ruta idónea.
—Hacia arriba —me dice con desconfianza.
Abro el muro situado frente a mí, y encuentro un número dos. Esto me obliga a descartar esa dirección, porque las probabilidades de toparme con una mina han aumentado en una cifra. Camino hacia atrás sin darme la vuelta, y vuelvo la casilla anterior. Abro otras dos casillas y, con la frente arrugada, sigo adelante hasta que no me queda ninguna duda de dónde está la mina.
—Esta casilla tiene mina.
Pulso la opción de la bandera en el muro que queda a mi derecha.
El dibujo se amplía al instante, hasta ocupar los cuatro muros que encierran la casilla. Las pestañas de hierro del marcador del techo que hay sobre nuestras cabezas se mueven y suman diez puntos más.
—Impresionante —me espeta GΔr©on, con rabiosa ironía.
—Sacamos a Dana de aquí y después nos movemos juntos.
Dejo claro con mi gesto que la oferta no admite ningún tipo de réplica.
—Más te vale hacerlo de prisa —me dice GΔr©on, que me sonríe lleno de condescendencia.
Después deja caer la espalda por el muro de la casilla que he marcado. #France# lo imita, y los dos se tumban a descansar. Es obvio que no van a ayudarme a sacar a Dana, aunque me vendría muy bien que me echaran una mano. Sin ningún plan preconcebido, regreso hacia la casilla que mantiene atrapada a Dana. Doc.Cordob@, que me sigue a unos pasos de distancia, me pide que la espere.
—Te ayudaré a sacar a Dana si me prometes que te encargarás de mí cuando el germen empiece a… —le tiembla la voz— afectarme más.
Doc.Cordob@ es consciente de que GΔr©on no dudará ni un segundo en dejarla atrás cuando ella deje de serle útil. Puede que la necesite, porque aún no sé lo que le va a ocurrir a Dana ahí dentro, así que acepto la mano que me ofrece y retomamos la marcha.
—Tranquila. Vamos a sacarte de ahí —le prometo a Dana.
Golpeamos las rejas con todo el peso de nuestros cuerpos sin éxito. Por mucho que exprimo la potencia cinética de mi avatar, que corre por el pasillo y se lanza contra la persiana casi como un proyectil, lo único que se resquebraja son mis huesos. Además noto que estoy agotando a mi verdadero cuerpo, y que voy a quedarme sin esa función en mi avatar si la sigo utilizando. Los intentos de Dana también le pasan factura. Le sangran los nudillos debido a los golpes que le da a la reja. Llegamos a la conclusión de que la casilla no se va a abrir por la fuerza. Los minutos se agotan, igual que mis ideas para sacar a Dana con vida.
—¿Estás bien? —le pregunto al ver cómo se detiene a respirar.
—Sí, sólo que el aire… Es como si ahora estuviera más caliente. Tengo los oídos taponados, y estoy algo mareada. ¿No os pasa lo mismo a vosotros?
Cruzo una mirada con Doc.Cordob@. Los dos sabemos que, sea lo que sea lo que esconde la mina, está empezando a pasarle factura a Dana.
—Descansa un poco… —le digo. Evito mostrar preocupación, para no alarmarla.
Dana se sienta, agotada, y apoya la espalda contra la reja que la tiene atrapada. A continuación le hago un gesto con el mentón a Doc.Cordob@ para que me siga por el pasillo.
—¿Adónde vais? —salta GΔr©on, al ver que nos encaminamos por las casillas despejadas.
—Necesitamos algo para sacarla de ahí. Vamos a buscarlo.
A pesar de que mi voz quiere aparentar seguridad, ni siquiera sé si en este tablero hay algo más que muros de hierro.
—No voy a permitir que el marcador del otro equipo llegue a los cien puntos. Si sucede, nos vamos —me advierte GΔr©on.
Sólo les faltan venticinco puntos. Doc.Cordob@ y yo caminamos por las casillas despejadas, y lanzo miradas fugaces hacia atrás para no perder de vista al resto del grupo. Los necesito cerca para mantener la cabeza sobre los hombros. Abro un par de nuevas casillas y avanzamos hasta llegar a una cuyos muros son de color negro y con un único botón sin dibujo.
—¿Qué es esto? —pregunta Doc.Cordob@ mientras la bordeamos.
—Es una casilla de recompensa. Dentro hay un premio.
—Es del color de Alimentex —dice ella mientras aprieto el botón. No consigo que el mecanismo se active—. Sólo puede abrirla BabO:). Las hay por todo el tablero. Las hemos generado con nuestras puntuaciones, al despejar casillas.
Me encojo de hombros, dando por hecho que no podremos abrirla, y la bordeo. Doc.Cordob@ me sigue. Abrimos los ojos como platos: frente a nosotros, y hasta donde alcanza la vista, no hay más muros. El espacio parece un mar de hierro.
—Este sitio es inmenso. Y aquí hay cientos de casillas abiertas… ¿Habíais pasado antes por aquí?
—No, el que lo despejó debió de ser el otro equipo —asegura Doc.Cordob@—. Y no hace mucho…
Lo dice mientras mira al marcador del techo. Alzo la vista y descubro que el equipo de Wort:s ha sumado veinte puntos de golpe. Sólo les quedan cinco para llegar a los cien, el límite que ha marcado GΔr©on para reanudar la marcha. Hago visera y oteo el horizonte. Tengo el pulso acelerado porque el otro equipo acaba de pasar por aquí y =Data está con ellos. Veo algo a lo lejos que hace que mi corazón se revolucione por completo.
—Slo, ¿qué estás haciendo? —me advierte Doc.Córdob@ al ver que echo a correr por el tablero—. ¡Tu collar!
Se ha activado porque he vuelto a superar la distancia que debo mantener con los miembros de mi equipo. Ni siquiera oigo el pitido, aplacado por la ansiedad que me produce lo que he visto tirado a lo lejos. Corro a su encuentro con la potencia cinética que ya casi he agotado, activada. Es una masa inmóvil de color rojo, y lo suficientemente grande como para ser una persona.
Una persona muerta.
—¡=Data!