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Las luces de las aeromotos que nos acorralan me deslumbran. Hago visera con las manos y consigo ver los rostros de quienes las conducen.

Respiro aliviado al reconocerlos.

—Vaya, vaya… ¿A quién tenemos aquí? ¡Si es Slo! —exclama Ka:Pinski con su sonrisa de dientes sucios.

Dana me mira confusa al ver que conozco a ese chico de cara picada, tupé y mirada cubierta con gafas oscuras que parecen estirar sus cejas más allá de su rostro. Lleva un uniforme remangado de estudiante de Armex y en los brazos tiene tatuajes vivientes tribales que se mueven al compás de sus músculos. Va subido a lomos de una T13000 verde, una aeromoto de nueve velocidades, seis propulsores y tuneada con pinchos en la carrocería. Quien se abraza a su espalda es Cha*Cha, una trabajadora de placer de Serviciex algo mayor que nosotros, que tiene el pelo negro largo con ondas y un cuerpo voluptuoso ceñido en un mono gris. Antes de ocupar el asiento trasero de la aeromoto de Ka:Pinski, se pasó meses montada en el de la mía. Subidos a una T9000 y vestidos con monos llenos de grasa van DJJdy y Potz:/e, una pareja de mecánicos de Transportex. Sonn(y), con Jan<3 a su espalda, pilota una T8000 repleta de abolladuras, ya que lo máximo a lo que puede aspirar un trabajador de Constructex es una aeromoto de segunda mano. Al resto de chicos y chicas que aterrizan a nuestro alrededor apenas los conozco de vista, aunque todos compartimos el mismo símbolo en el pecho.

La marca de los novilunios.

Hay luna nueva en el cielo, es noche de carreras y por eso están aquí. No pensé en ello cuando conduje la aeromoto hasta este lado del mundo, pues la herida del hombro me nubló la conciencia. El que nos hayan encontrado puede traernos problemas a Dana y a mí.

—Tú eres la famosa Dana, esa de la que todos hablan. —Cha*Cha la examina con desprecio mientras masca chicle de protopetróleo con la boca abierta—. Eres mucho más fea de lo que esperaba…

—En cambio, tú eres tal y como te habría imaginado —le suelta Dana sin dejarse amedrentar—…, si alguien se hubiera molestado en hablarme de ti.

Cha*Cha salta de la aeromoto, dispuesta a hacerle tragarse sus palabras.

—¿Qué has dicho? —la empuja con fuerza—. ¡Repítelo si te atreves!

Le pido a Dana con la mirada que se contenga. No nos conviene complicar aún más las cosas con una pelea.

—Me gusta tu chica —me dice Ka:Pinski, con tono cómplice.

—No es mi chica.

—No soy su chica.

Nuestra negación simultánea provoca una sonora carcajada entre los novilunios.

—Los altavoces de la República dicen que habéis escapado de la Selección. Os están buscando…

No oculta el regocijo que le provoca la emboscada que los trabajadores de su ciudad empresarial han organizado para encontrarme. Soy su mayor rival, pues Ka:Pinski siempre queda un puesto por detrás de mí en las carreras. Es cierto que su aeromoto está mejor tuneada que la mía, con propulsores de última generación y alerones que cortan el viento, pero nadie toma las curvas como yo lo hago.

—Sin las aplicaciones de tu procesador te has convertido en un cavernícola. —Ka:Pinski me clava una mirada llena de rabia—. ¿Cómo pudiste matar a uno de mis compañeros, Slo?

—¿Qué? ¡Yo no maté a nadie! —exclamo, desconcertado.

Al oirlo descubro con perplejidad que los periodistas han radiado una versión de lo sucedido muy diferente de la real. Me acusan de haber matado a un antidisturbio a golpes, y de haber disparado a todos los que intentaron controlar mi ira por medios pacíficos para mantener la seguridad de la República.

—¡Han manipulado la información! ¡Las balas de esos antidisturbios no eran de fogueo! ¡Eran de verdad! —les asegura Dana.

Está claro que los de Armex han tergiversado los acontecimientos tal como ocurrieron, deben contar con el apoyo de los periodistas de Ocioex. La muerte de Urda8(i los dejó sin candidato en la competición, y para mantener sus escaños en las Cortes les conviene fusionarse con otra empresa.

—Fueron los antidisturbios quienes hirieron a Slo. Engañaron a Madre. Las balas no eran de fogueo.

—¡No te permito que hables así de mis compañeros! —le advierte Ka:Pinski, pegando la cara a la de ella.

Me interpongo entre él y Dana, que queda detrás de mí, aunque ella se revuelve, incapaz de dejarse proteger.

—Están como locos por encontrarte, Slo. Al que te lleve de vuelta a la República le darán acciones de todas las empresas. —El aliento podrido de Ka:Pinski forma una nube de vaho que me golpea el rostro y me revuelve el estómago—. Es una oferta de lo más tentadora…

Me mantengo impávido porque sé que Ka:Pinski no puede delatarme. Los novilunios sólo tenemos una norma: dentro de los límites de la República no existimos, y si coincidiéramos allí ni siquiera intercambiaríamos una mirada. Si Ka:Pinski me delatara tendría que explicarle a Madre demasiadas cosas, y se jugaría el ingreso en Kaibil, donde aspira a entrar en cuanto termine el instituto.

—¿Vas a traicionar el juramento? —le pregunto, consciente de que lo tengo atrapado.

—El único que se ha saltado nuestras normas eres tú, Slo. Has traído a ésta, y ella no es un novilunio.

Me paso la mano por la cara, nervioso: es cierto que Dana no debería estar aquí. Nadie puede unirse a los novilunios sin la aprobación previa de todo el grupo.

—Slo no me ha traído: he venido yo. —Se pone delante de mí, envalentonada—. Pero no diré nada de los novilunios. Os doy mi palabra.

Ka:Pinski la desnuda con la mirada mientras enreda un mechón del pelo dorado de Dana entre sus sucios dedos. Le pido con la mirada que contenga el impulso de retorcérselos, porque su vida está en juego.

—Así que nos das tu palabra… En este lado del mundo las palabras dan igual, Dana. Mira, ése es E:vgene. —Señala a un chico de Alimentex, sucio y con mirada de loco—. Apenas sabe hablar, pero es capaz de tirar a cualquiera de su aeromoto en marcha. Por eso es un novilunio. Nosotros no decimos las cosas, no damos palabras… Los novilunios las demostramos. Y tú tendrás que demostrarnos que podemos confiar en ti.

Dana se cruza de brazos sin dejarse amilanar, dispuesta a asumir cualquier reto si a cambio compra el silencio del grupo.

—¿Qué queréis que haga?

—Lo que hacemos los novilunios: correr en aeromoto —le dice Ka:Pinski sonriendo con sus dientes amarillos—. La carrera de la confianza ciega.

Me dedica la última frase con una mirada, porque a quien está poniendo a prueba no es a Dana, sino a mí. La carrera de la confianza ciega se lleva a cabo en el cementerio de Palmas, un inmenso terreno helado sobre el que se alzan un millar de troncos sin apenas espacio entre ellos y que llegan a alcanzar los cien metros de altura. El piloto de la aeromoto lleva los ojos vendados, y la persona que va a su espalda se convierte en su radar. Sus indicaciones fugaces deben ser más que precisas, pues al menor titubeo la aeromoto se desintegrará contra los troncos helados. Es fundamental que la confianza del piloto en su guía sea absoluta.

—Sabes que yo no corro esa carrera —le digo.

No lo hago desde que Cha*Cha dejó de ir conmigo: es la mejor guía de los novilunios, y competir contra ella te asegura la derrota. Ka:Pinski se frota las manos porque sabe que me ha encerrado en una ratonera.

—¿Qué pasa, Slo?, ¿no te fías de tu chica? —me reta Cha*Cha.

Cruzo una mirada con Dana. Ella sabe que no lo hago, pero si no dejo mi vida en sus manos, Ka:Pinski hará con ella lo que le dé la gana. Trato de acallar mi conciencia, y pensar que lo que le pase a Dana no es problema mío, pero no lo consigo.

—Sólo competiremos tu moto y la mía. —Le impongo mis condiciones para aceptar el trato—. El resto no tienen ninguna posibilidad de ganar, y no quiero que haya más muertos.

Si alguno no regresa a la República cuando comience la jornada laboral se activarán las alarmas, y los equipos de la Unidad de Absentismo Laboral de Armex pueden seguir su rastro hasta aquí.

—Si ganamos esta carrera, no nos habéis visto en la vida, ¿de acuerdo?

—Te doy mi palabra —me asegura con una sonrisa cínica que divide su cara en dos.

Hace sólo unos instantes, Ka:Pinski dejó claro lo poco que valen aquí las palabras, pero acepto la mano que me tiende porque no tengo ninguna otra cosa a la que aferrarme. Los novilunios aplauden y gritan emocionados por lo que está por venir mientras retoman el vuelo.

—Sube —le ordeno a Dana.

Rabiosa, sube a la aeromoto, aunque rechaza la mano que le ofrezco a modo de ayuda. Noto su corazón acelerado en mi espalda mientras seguimos a la procesión de aeromotos que se encaminan hacia el precipicio. Debajo de éste se abre el inmenso cementerio de Palmas, repleto de troncos que tocan el cielo. La luz de nuestras aeromotos ilumina la bruma que desprende el suelo de hielo. Coloco la aeromoto en el borde del precipicio, junto a la de Ka:Pinski, quien me reta con la mirada sin perder la sonrisa amarilla. Eufórico, besa a Cha*Cha, y ella le recuerda, igualmente eufórica, que es el mejor de todos. Los novilunios llenan el ambiente de fuego, con la combustión de sus aeromotos, y de ruido, con sus silbidos. Sonn(y) camina entre las dos aeromotos con las que vamos a batirnos en duelo. Se dirige de la una a la otra mientras nos recuerda las normas de la carrera de la confianza ciega.

—Está prohibido correr por encima de los troncos. No hay límite de velocidad. Están permitidos los bandazos, tirones y peleas en el aire.

DJJdy hurga en las placas que conforman el mecanismo de mi aeromoto, arranca el semiconductor de freno y después hace lo mismo con la de Ka:Pinski. En el transcurso de la carrera sólo podremos acelerar. Ya no hay vuelta atrás.

—La carrera la ganará el primero que llegue al final del cementerio de Palmas, después de la calva. —Recuerdo que los últimos kilómetros del cementerio están casi despejados de troncos—. Novilunios, ¿aceptáis las normas?

Asiento con la cabeza, busco a Dana con la mirada y le explico lo que tendrá que hacer:

—Me dirás la dirección que debo tomar en cada momento. Tendrás que pegar tu boca a mi oído y gritar, pues el viento de cara apenas me dejará oír nada. No tendrás tiempo para dudar: si eliges un camino no podré dar marcha atrás. En cuanto arranque la aeromoto, tú serás mis ojos.

—Está bien, lo haré —me dice, aunque parece perder la atención debido a que ha visto algo unos metros a la derecha y ha guiñado los ojos para verlo mejor.

—Tampoco podrás perder de vista la aeromoto de Ka:Pinski —le insisto—. Está mejor equipada y nos lleva ventaja porque ha ganado esta carrera una docena de veces. ¿Puedo confiar en ti?

Dana ha dejado de escucharme, baja de la aeromoto y camina hacia lo que ha despertado su inquietud.

—¿Qué le pasa a tu chica, Slo? —me pregunta Ka:Pinski al ver cómo se aleja—. ¿No sabes controlarla?

Dana recoge algo del suelo, similar a un cartucho de fogueo vacío que hace que su mirada sea de alarma. A continuación otea el horizonte y trata de ver qué hay más allá del cementerio de Palmas. Bajo de la aeromoto y voy hasta ella, rodeado por los bocinazos de los novilunios que nos reclaman.

—¿Qué hay al otro lado del cementerio? —me pregunta Dana, con voz preocupada.

—¿Y eso qué más da? —Rabioso, la agarro del brazo con fuerza y la obligo a que me mire a los ojos—. ¡Te estoy preguntando si puedo confiar en ti!

Se revuelve y la pego contra mi cuerpo para retenerla. Noto su respiración desbocada contra mi cara.

—¿Y qué más da lo que te responda, Slo? Tú ya has sacado todas las conclusiones sin escuchar mi versión de la historia. Te he engañado con GΔr©on porque soy una ambiciosa que quiere ganar la Selección a toda costa. Eso es lo que piensas, ¿no?

El cuerpo de Dana deja de oponerme resistencia; parece rendida. Aparta su mirada triste de la mía, mientras me habla con la voz quebrada:

—Da igual que te diga que puedes confiar en mí. Tú ya no te vas a creer nada de lo que salga por mi boca.

—Ya te lo ha dicho Ka:Pinski: aquí las palabras no valen nada —le recuerdo.

Mi mano que le sujeta el brazo desciende hasta llegar a las suyas. Las yemas de mis dedos rozan los suyos. Dana levanta la mirada caída, y la mía se encuentra con sus labios rojos. Noto nuestros cuerpos casi pegados, encendidos. Doy un paso atrás porque no puedo permitir que el deseo vuelva a jugarme una mala pasada. No hasta que sepa si puedo confiar en ella de verdad.

—Sube a la aeromoto y demuéstrame que puedo confiar en ti.

Dana acepta el trato con su mirada y vuelve a la aeromoto. Me paso la mano por flequillo helado para despejar la frente, y la sigo.

—¿Todo bien, presidente? —me pregunta Ka:Pinski con ironía mientras vuelvo a sentarme en la aeromoto.

Le lanzo una mirada de desprecio y cojo el antifaz de metal biónico que me da Sonn(y). Me lo pongo sobre los ojos y el hierro se expande automáticamente sobre mi cara. Aprieto los dientes mientras los cierres de los extremos me atraviesan la cabeza, como clavos. Ya no puedo ver.

—¡Propulsión! —grita Sonn(y).

Siento la mano temblorosa de Dana sobre la mía, que me guía por los botones del manillar. Mi dedo pulgar encuentra el botón, lo presiono y se ponen en marcha los seis propulsores de la aeromoto.

—¡Combustión!

Aprieto con el pie derecho la palanca que llena los propulsores de fuego, y siento que el hielo bajo la aeromoto se vuelve líquido mientras nos elevamos despacio. Los novilunios gritan, eufóricos. Dana clava sus uñas en mi espalda, me golpea la oreja con su respiración desbocada. Sabe que lo próximo será tirar del puño y acelerar. Entonces ya no habrá marcha atrás.

—¡Ya!

La aeromoto sale disparada hacia el cementerio de Palmas. Tiro del puño hasta que calculo que voy a una velocidad superior a Nach 2, y de ese modo me aseguro de que vayamos empatados. Podría superarlo, pues esta aeromoto de Ocioex es capaz de correr hasta Nach 3, pero sé que Ka:Pinski no irá a más velocidad porque perdería el control. Conduzco entre los troncos helados y con el viento en contra. Me guía la voz de Dana, que dibuja el camino en mi cabeza con sus gritos frenéticos.

—¡Derecha, izquierda! ¡Mantén la izquierda! ¡Arriba!

Uso la fuerza de todo mi cuerpo para balancear la aeromoto de un lado a otro al compás de sus indicaciones. Ya no escucho mis pensamientos, sólo la oigo a ella. Dana es mi cabeza, y nuestros cuerpos pegados parecen fundirse hasta formar uno. Ni siquiera cuando corría con Cha*Cha sentí una conexión tan poderosa.

—¡Cuidado, viene por el lado! —me advierte alarmada.

No logro evitar el bandazo de Ka:Pinski que nos hace perder un propulsor y me destroza la pierna con los pinchos de la carrocería. Oigo la risa maliciosa de Cha*Cha mientras nos alejamos de ellos ascendiendo en vertical para evitar una nueva embestida. Sé que así ganarán ventaja, pero necesito que Dana visualice el camino que nos queda por recorrer.

—¡Al oeste hay una curva cerrada que sirve de atajo para llegar hasta la calva! —Le grito una senda para llegar al final del cementerio—. ¿Puedes verla?

—¡Sí, pero es imposible tomar esa curva! ¡Es demasiado cerrada!

Apenas hay medio metro de distancia entre los árboles. Todos los novilunios que intentaron atajar por ella murieron, pero, con un propulsor menos como tenemos, atravesar ese atajo es nuestra única posibilidad de ganar.

—¡Guíame hasta allí!

—¿Qué? ¡Es un suicidio, Slo!

Lo sé, pero si perdemos la carrera estaremos muertos de todas formas.

—¡Hazlo! —le ordeno a gritos.

Entrelazo mis dedos a los de Dana y, juntos, se agarran a los puños del manillar.

—¡Dana, confío en ti!

Siento que esas tres palabras cargadas de verdad aceleran su corazón contra mi espalda. Toma una enorme bocanada de aire que expulsa en los gritos con los que me guía hasta la curva de la muerte. Entro con la aeoromoto tumbada, y utilizo todo el peso de nuestros cuerpos para no perder el eje. Puedo sentir cómo los troncos nos acorralan, un solo centímetro arriba o abajo bastaría para desintegrarnos entre ellos, pero consigo que la aeromoto se agarre al aire como si transitase por raíles. Dana grita eufórica, debido al subidón de adrenalina, cuando al fin salimos de la curva. En la calva casi puedo guiarme sin su ayuda, sólo necesito escuchar el viento helado que viene de frente y que se corta cuando me aproximo a un tronco.

—¿Ves la aeromoto de Ka:Pinski detrás de nosotros?

—Sí, acaban de entrar en la calva. —Sonrío al escuchar que hemos ganado casi un kilómetro de ventaja al llegar desde la curva—. ¡Vamos a ganar!

—Aún tenemos que pasar el último tramo —le advierto para que vuelva a estar alerta.

Al pasar la calva, y antes de salir del cementerio de Palmas, hay una nueva zona de troncos tan altos que no dejan ver el horizonte. Dana vuelve a convertirse en mis ojos. Acariciamos juntos la victoria que nos espera al otro lado del cementerio, pero justo unos metros antes de llegar enmudece y el mapa desaparece de mi cabeza.

—¡Dana! ¡¿Por dónde?!

Puedo sentir que hay demasiados troncos a nuestro alrededor. El viento ya no me sirve de guía. De pronto sus dedos se separan de los míos y dejo de notar el peso de su cuerpo. Ya no está en la aeromoto. Grito su nombre una y otra vez, miro sin poder ver a un lado y a otro hasta que impacto contra un enorme tronco.

Mi cuerpo sale disparado por los aires.