Sonó el teléfono. Estaba en el trabajo, esperando la llamada de uno de nuestros reporteros en Berlín.
—¿Cómo es que no has telefoneado? —dijo la voz al otro extremo de la línea—. Pensaba que querías que volviéramos a vernos.
Era Flora.
—Quería hacerlo. Te lo prometo. Pero he estado liadísimo desde que volví y…
Hojeé distraídamente las páginas de mi agenda sabiendo que no tenía nada previsto para las próximas noches.
—¿Qué tal esta noche?
—Estás tan ocupado como yo —dijo riéndose—. Creo que podré hacerte un hueco.
Quedamos en mi piso, en Bayswater, a las cinco y media. Le dije que podíamos salir o que —si tenía tiempo— podía cocinar algo.
Sonó el timbre, abrí la puerta y allí estaba una risueña Flora. Parecía mucho más relajada que cuando la conocí en casa de Peter y Philippa.
—Mmmm —fue lo primero que dijo—. Huele de maravilla. ¿Qué es?
—La especialidad del chef —respondí—. El plato insignia: ternera Strogonoff. Dijiste que eras una carnívora.
Sabía que estaría delicioso. Le había echado media botella de coñac a la salsa.
Comimos, bebimos y Flora me contó más cosas acerca de sus dos visitas a Taplow Bottom. Philippa, dijo, se había mantenido firme como una roca, pero sus costumbres maternales la estaban volviendo «completamente loca». Me atreví a preguntarle qué pensaba realmente de Peter y Phillipa. Ella hizo una leve mueca.
—No debería decir esto —dijo—. Él tiene buenas intenciones, y ella también. Sin embargo, no sé, hacen que me sienta como una adolescente. Y…, no, no, es peor que eso. Hacen que me sienta como si el mundo fuera un lugar diminuto, como si su perímetro no abarcara mucho más allá de Taplow Bottom. Me caen bien, de verdad que me caen bien, pero odiaba verlos con Arnold. Se volvía como ellos. Lo constreñían. Y por eso quería alejarlo. De ellos, de su trabajo, de su rutina.
Me había perdido. A mí Peter y Philippa me habían parecido muy hospitalarios y amigables, aunque un poco raros.
—¿Te ha hablado Peter sobre…? —No tuve necesidad de terminar la frase.
—¿La cinta nueva? Sí, me lo ha contado.
—Y… ¿qué te parece?
—No lo sé. En serio. Pero deja que te diga algo sobre Arnold. No tenía intención de hablar sobre él esta noche, de verdad que no. Y estoy segura de que tú ya has tenido bastante. Pero deja que te diga algo sobre él.
»Arnold tiene metido en la cabeza un teatro que está en perpetuo funcionamiento. Los personajes suben y bajan del escenario, gritan, se ríen, cantan, bailan. Y cuando le pasa algo a él, le pasa en grado superlativo.
»Siempre pensé que debía de resultar extraño ver el mundo a través de sus ojos. Una vez estábamos en el bosque y había un espeso manto de campanillas. Me volví hacia Arnold y vi que se estaba riendo solo. “¿Qué pasa?”, dije. “¿Qué te hace tanta gracia?”. Parecía desconcertado. No entendía cómo podía ser tan prosaica. “Ese azul”, dijo, “es el azul más azul del mundo. Y me dan ganas de reír. ¿Es que no lo entiendes?”.
»No lo entendía. De verdad que no veía las cosas como las veía él.
»“Es un color primario”, me dijo. “No se puede inventar un color como ese. O naces con él o no. O lo tienes o no lo tienes”.
»Seguía sin entenderlo, pero me pareció maravilloso.
La noche pasó deprisa y era casi medianoche cuando Flora dijo que tendría que ir pensando en marcharse.
—¿Tienes que irte? —dije—. Puedo ofrecerte…
—¿Una cama para pasar la noche?
Me había quitado las palabras de la boca.
—Sí. Exactamente —dije—. Puedo ofrecerte una cama para pasar la noche. Si quieres…
Y así fue como acabé en la cama con la mujer de Arnold Trevellyan, que, en un lapso de tiempo bien corto, estaba desnuda de pies a cabeza. Y no pude evitar pensar para mis adentros que Arnold era un idiota.
Sonó el teléfono del trabajo: era Peter.
—Soufflot —dijo en un desacostumbrado tono entrecortado—. El arquitecto francés. Las canteras. Todo es verdad.
—¿Qué es verdad? —pregunté—. ¿Qué has descubierto?
—El Panteón; ya sabes, la iglesia grande de París. Un cruce entre un templo y una tarta de boda.
Lo conocía. Había estado allí hacía unos años.
—Bueno, pues espera a oír esto, amigo: la piedra que se usó para construirlo…, adivina de dónde vino. Adivina. Adivina. —No me dio opción a contestar—. La piedra venía de Borgoña. Del Morvan. Se extrajo de allí. Provenía de las famosas canteras de Creux. Sí. La mejor caliza de Francia, por lo visto. La llevaron desde Creux hasta París, nada menos.
Le pregunté a Peter dónde había descubierto todo aquello.
—En la biblioteca —dijo—. He ido a la hora de comer. He investigado un poco sobre los edificios de París y sobre los arquitectos. Busqué a Soufflot, Jean-Germain Soufflot. Estaba a cargo de todas las construcciones reales de París. Y también fue el arquitecto del Panteón. La iglesia grande de París. Claro que por aquel entonces no lo llamaban el Panteón. Era la iglesia de Sainte Geneviève, me parece. Pero ese es otro tema. La construyó Soufflot, que era de un pueblo…, ya verás, ya verás…, que está justo al lado de las canteras de Creux. E insistió en que todos sus edificios, todos y cada uno de ellos, tenían que construirse con piedra de esas canteras.
—Lo que significa… —Estaba pensando en voz alta—. Que debieron de extraer piedra a una escala enorme. Y eso significa… que… el agujero… en el suelo…
—… tenía que ser absolutamente gigante —dijo Peter terminando mi razonamiento—. Y espera a oír esto. Uno de sus encargos más confidenciales, ordenado ni más ni menos que por el rey Luis XV, fue diseñar un refugio, sí, un lugar para que toda la realeza y sus parásitos huyeran en tiempos difíciles. Un lugar donde esconderse en épocas de malestar ciudadano. Hay una página entera que habla de ello en una de las biografías. Al parecer sacaron la idea de los Habsburgo. Ellos habían construido algo similar.
—¿Y? Esto se está poniendo interesante.
—Bien, durante mucho tiempo se creyó que este refugio estaba localizado en París —dijo Peter—. En algún lugar bajo tierra. Debajo de uno de los palacios reales. Eso en caso de existir, claro. Pero ahora, después de haber escuchado a Arnold…, bueno, no estoy seguro.
—¿Estás pensando…?
—No sé lo que pienso. Pero no hace falta ser un genio para darse cuenta de que Arnold podría estar tratando de decirnos algo.