7

Regresé a Londres el dos de enero y me encontré tres mensajes de Peter esperándome. Por lo visto Flora iba a estar en Taplow Bottom la noche del viernes. Peter y Philippa querían invitarla, y a mí, a cenar.

Llamé a Peter y acepté.

—Me alegro de que estés vivo —fue su respuesta—. Ya te veíamos en la caja.

Le pregunté si había tenido noticias de Arnold.

—Otra cinta —dijo—. Todo sobre Francia. Tienes que oírla.

Estuve sopesando la idea de contarle algo a Peter sobre mi propio descubrimiento, alertarlo acerca de la extraña conversación que Andrei y yo habíamos escuchado en la casa de baños de Bucarest, pero decidí que podía esperar. Mi principal prioridad era conocer a Flora; quería oír su versión de todas las cosas que Arnold había estado contándonos.

Llegué pronto a Taplow Bottom; tanto que pillé a Philippa y a Peter por sorpresa.

—Entra, amigo mío, entra —dijo Peter—. No hay problema. Así tendremos tiempo de colar una cerveza rápida y escuchar la cinta antes de que sirvamos las copichuelas. Pipizuela todavía está en el baño. Tenemos diez minutos para hacer travesuras.

Me condujo al salón y me dejó a solas mientras él iba a por unas cervezas. Estuve viendo las fotos que había en el escritorio. Peter y Philippa el día de su boda. Peter y Philippa en Grecia. Peter y Philippa con Arnold y… Así que esa era Flora. Alta, rubia y ligeramente agresiva. La cogí y la miré más de cerca. Parecía más mayor que Arnold, sus cinco o diez años más. Y tenía un aspecto muy distinto al que me esperaba.

Me senté en un sillón, con la foto aún en la mano, y me pregunté cuál sería el mejor modo de preguntarle a Flora por Arnold. Indudablemente, era la única persona que conocía todos los aspectos de su personalidad, pero juzgué improbable que estuviera dispuesta a hablar sobre él con un completo desconocido. A lo máximo que podía aspirar era a que confiara en Philippa y que fuera ella quien nos trasladara cualquier información a Peter y a mí.

También me preguntaba si Philippa le habría contado a Flora que yo era periodista. Ni siquiera estaba seguro de que supiera que yo había conocido a Arnold en Francia. Lo único que podía garantizar era que Philippa le habría contado que yo era soltero. De hecho, tenía mis sospechas de que había decidido invitarme porque no había cosa que más le gustara en la vida que ejercer de casamentera.

—Philippizuela es una agencia de contactos unipersonal —dijo Peter leyéndome el pensamiento cuando apareció con dos cervezas—. Ten cuidado de no decepcionar, Tobías —dijo—. A Philippa no le gustan las decepciones.

Señalé la foto.

—No me imaginaba que la mujer de Arnold tuviera este aspecto —dije.

Peter se echó a reír.

—Esa no es ella —dijo—. Esa es Madge, la hermana de Philippa. Es de lo más agresiva. Un chacal con colmillos. No te emparejaríamos con ella.

Ahí lo tenía, de primera mano. Me estaban emparejando.

Peter se acercó a la mesa y estuvo buscando entre las fotos, tamborileando con los dedos en la encimera mientras tanto.

—Flora, Flora, Flora… No, lo siento, amigo. Vas a tener que esperar.

Escuchamos la última cinta de Arnold desde el principio hasta el final sin decir una palabra. Peter estaba a punto de ponerla una segunda vez cuando sonó el timbre. Era Flora, y oímos que Philippa le daba una entusiasta bienvenida.

—Oooh, mi querida, queridísima Flora. Por fin…, el regreso de la hija pródiga. ¿Cómo estás? ¿Cómo estás? Tan adorable como siempre. De hecho, estás mejor que nunca. Se te ve a las mil maravillas.

Se podía oír la voz de Philippa retumbando desde el recibidor, pero la que yo quería oír era la de Flora.

—Bueno, es estupendo volver a veros —dijo—. Hacía tanto tiempo, y ha sido tan difícil. Tengo una inmensa sensación de… vacío, viniendo yo sola.

Sonaba muy distinta a la Flora que Arnold había descrito en las cintas. Él había hecho que sonara estridente y discutidora.

—Pero… —Seguía sin verla—. Ya habrá tiempo después para todas estas cosas. ¿Cómo estáis vosotros?

—En plena forma —dijo Philippa con su acostumbrado estilo directo—. Ven, vamos al salón. Ven a conocer a nuestro nuevo amigo, Tobías. Ha venido en coche desde Londres especialmente para conocerte.

—¿A mí?

Observé que Philippa no decía por qué había viajado hasta Taplow Bottom, y que tampoco mencionaba a qué me dedicaba. Tal como sospechaba. Había decidido ser selectiva con la información que le proporcionaba a Flora.

En mi imaginación, ya me había creado mi propia imagen de la exmujer de Arnold: pelo oscuro, menuda y muy acicalada. Y ahora, al entrar ella en la habitación, descubrí que no iba muy desencaminado.

—Hola —dijo extendiendo la mano—. Soy Flora.

—Hola —respondí estrechando la mano que me ofrecía—. Vaya, eres un iceberg.

—Pues espero no derretirme —fue su respuesta.

Se suponía que era un comentario perfectamente inocente, por supuesto, pero ambos nos dimos cuenta de inmediato —y también Philippa— de que se podía encontrar una ambigüedad no intencionada en el giro que había utilizado.

Peter vino al rescate.

—Pues no queremos charcos en la alfombra —dijo.

Nos sentamos todos excepto Peter, que estaba a punto de interpretar su papel favorito en la vida.

—Cerveza, vino, vodka, ginebra, ouzo. —Recitó su lista habitual de bebidas con rodo el buen hacer de un barman profesional—. ¿O tal vez un vino blanco con soda para las damas?

—¿Sabes lo que me apetece de verdad? —dijo Flora.

—Ponme a prueba —dijo Peter.

—Estoy segura de que lo tienes —dijo Philippa metiendo baza—. La sección de bebidas de Potito está bien surtida.

—Un bloody mary bien picante. Todavía estoy tiritando. Me he pasado demasiado tiempo en Singapur y ahora estoy siempre helada. Creo que es lo único que me inyectaría un poco de calor.

—Un bloody mary muy picante marchando —dijo Peter, visiblemente encantado con su elección. No había nada que le gustara más que preparar combinados y cócteles.

Frágil. Así había descrito Philippa a Flora. Pero se me hacía difícil creer que fuera frágil. Y si lo era, seguro que le gustaba la estabilidad que Arnold le proporcionaba. Pero todo lo que Philippa y Peter me contaron indicaba que aquella era precisamente la faceta de él que ella encontraba tan imposible.

También se suponía que Flora era impetuosa y fogosa. ¿No fue eso lo que dijo Peter? «Un cartucho de dinamita». También Arnold había hecho que sonara fogosa y neurótica a la vez. Sin embargo, la primera impresión que me llevé de ella fue que era una mujer notablemente serena.

—Has pedido picante y aquí tienes picante —dijo Peter al volver con un bloody mary grande. Flora lo removió lentamente con el apio y dio un sorbo para probarlo. Nos quedamos todos esperando expectantes a que emitiera su juicio.

—Oh, sí, un buen punto por encima del de Raffles —dijo sonriendo—. El suyo se pasa de picante. Y no le echan suficiente vodka. Pero este está…, bueno, perfecto.

Peter se cepilló las solapas a modo de reconocimiento de su recién adquirido papel como barman y acto seguido le dio un buen trago a su cerveza Adnams.

—Me juego lo que quieras a que en Singapur no tienen nada como esto —dijo con cierta satisfacción, dándole unos toquecitos a su jarra de cerveza—. Supongo que por allí solo beben rubia.

Singapur había surgido de forma bastante espontánea en la conversación, y eso animó a Flora a hablar sobre su estancia allí. Nos contó que había puesto rumbo directamente a casa de su hermana, después de salir de Francia, y que se había pasado buena parte de los once meses con ella.

—Anna y tú siempre habéis mantenido una relación muy cercana —comentó Philippa—. Supongo que todo esto os debe de haber unido aún más.

Me quedé admirado por el modo tan inglés que tenía Philippa de abordar los temas sensibles. Nunca mencionó el «esto», propiamente dicho. Aludió a su ruptura, hizo comentarios; incluso se pronunció al respecto. No obstante, nunca mentó la palabra en cuestión.

De pronto Flora cambió el tono.

—Estuve tan cerca de derrumbarme —dijo—. Todo sucedió tan rápido. Eso es lo… raro. Eso es lo que me sigue chocando. Me quedo despierta por las noches, todas las noches, pensando por qué no me di cuenta de que había algo… —Suspiró—. Oh, Philippa, no tenía ni la menor idea: no tenía ni idea de que algo fuera mal. Arnold es tan hablador cuando tiene quien le escuche. Es capaz de tener atrapada a toda una sala con sus historias, sus anécdotas y su encanto. Pero, en ocasiones, cuando estás a solas con él, bueno, es como si las puertas se cerrasen de golpe. Muchas veces me he preguntado qué estaría sucediendo en las profundidades de su mente. Ojalá me hubiera dicho que había algo que no funcionaba del todo. Ojalá me hubiera dado una pista.

Se volvió hacia mí y me sonrió.

—Lo siento —dijo—. Esto debe de ser muy cargante y aburrido.

No podía estar más equivocada. Era lo que quería oír. Estaba tan intrigado con Arnold y su nueva vida en Tuva que quería saber hasta el más mínimo detalle de lo que había sucedido entre ellos dos. También quería respuestas a todas las preguntas que me había sido imposible hacerle cuando lo entrevisté en Francia, pero había una voz en mi interior que me instaba a actuar con comedimiento.

Philippa le preguntó por fin a Flora si había tenido noticias suyas.

—Nada de nada —dijo—. Nada en más de seis meses. Ni una palabra. Es como si nunca hubiera estado ahí. Como si no hubiera existido. Ni siquiera es como si se hubiera muerto…, es peor que eso. Es como si nunca hubiera formado parte de mi vida.

—¿Y tú has intentado contactar con él? —preguntó Philippa.

—Pues claro —dijo Flora en un tono de voz casi indignado—. Le he escrito media docena de veces desde Singapur. Y otra desde Malasia. Intenté explicarle por qué me había marchado y qué era lo que quería. Pero también le dije que nunca volvería a Creux. Ni en un millón de años. Había algo en ese lugar que me ponía los pelos de punta.

—¿Y? —preguntó Philippa.

—Y nada. Nunca contestó. Un silencio radiofónico total. Y eso es algo que me sorprendió de verdad. Me hizo darme cuenta de que habíamos llegado al final.

—¿Y? —dijo Philippa por segunda vez. Tenía que admitirlo, su método de obtener información era poco sutil, pero efectivo.

—Y ahí es donde estoy ahora —dijo Flora—. ¿Qué hago? Como no me vaya a Tuva, no veo la forma de averiguar nada más. A no ser que vosotros, claro… ¿Vosotros sabéis algo de él? ¿Tenéis noticias?

—Sí —dijo Peter un poco avergonzado. Balbuceó algo sobre las cintas—. Sí. Y parece que está bastante bien. Menos por el calor. Se ve que no le gusta el calor.

Apenas me podía creer el modo tan trivial en el que estaba hablando Peter. No hizo mención a las canteras, ni a la coronación de Arnold, ni a su extraña nueva vida en el otro extremo del mundo.

«Parece que está bien». Esa no era mi interpretación de la información que barajábamos. Es cierto, yo sabía más que Peter, pero, aunque no hubiera estado en Rumania, habría llegado a la conclusión de que no todo iba bien. Había algo en aquella situación —muchas cosas— que no cuadraba.

Philippa anunció que la comida estaba casi lista y nos levantamos al unísono.

—Chico, chica, chico, chica —dijo indicándonos dónde debíamos sentarnos—. Y Flora, tal vez podrías hacer de madre y servir el agua.

Peter se había escabullido para ir a buscar vino y nos quedamos a solas por primera vez.

—¿Y —me preguntó mientras llenaba mi vaso— a qué te dedicas? Philippa ha dicho que vives en Londres.

—Sí —dije, y a continuación le conté que acababa de volver de Rumania.

—Ha debido de ser todo un viaje —dijo—. ¿Estuviste allí cuando pasó lo de los disturbios y los tiroteos? Tiene que ser horrible ver esas cosas en persona. Más que en la televisión, quiero decir.

Me puse a juguetear con el vaso, dándole vueltas y más vueltas. Fue realmente terrible ver esas cosas, casi irreal; y sin embargo…

—Bueno, se supone que voy para informar acerca de esas cosas —dije—. Intento que me resbalen. Creo que tiene que ser así, si no, acabas obsesionándote.

Me di cuenta de que estaba farfullando. Ni siquiera estaba seguro de lo que estaba diciendo. Desde luego, no estaba preparado para la respuesta de Flora.

—Pero es increíble —dijo—. ¿Cómo era? «Oh, qué espantosa la señal/ intensa la agonía/ cuando el oído empieza a oír y el ojo empieza a ver». Es Emily Brontë. Estoy segura de que lo conoces. Creo que me parezco mucho a ella. Yo no serviría para desempeñar tu trabajo. Investigaría las cosas hasta la saciedad; pensaría en ellas y les daría mil vueltas en la cabeza. Y entonces me preocuparía y me entraría el pánico. Y antes de darme cuenta, estaría igual que Emily.

Sonreí.

—Has conseguido que suene bastante aburrido.

—Oh, no —dijo alegremente—. Lo siento mucho. No era esa mi intención en absoluto. Estoy impresionada. Eso es bueno. Controlas lo que te sucede. Y eso es una gran ventaja.

—¿Y tú? —me aventuré—. ¿Qué me dices de ti? ¿Puedo preguntar…? ¿Te importaría si te pregunto qué pasó en realidad? Verás, tengo que confesártelo: conocí a Arnold. Lo entrevisté. Para el periódico. Fui a Francia y estuve con él una tarde. Y hay tantas cosas que no acaban de cuadrar.

—¡Lo has conocido! —exclamó—. ¡Has conocido a Arnold! Bueno, entonces sabes cómo es. Arnold es Arnold. Y eso es lo que me resultaba tan emocionante. Nunca sabías qué vendría después.

—Entonces —dije—, dime…

—No —dijo—. Ahora no. Esta noche no. Tal vez otro día.

Le brillaban los ojos. Por un segundo pensé que hasta se echaría a llorar.

—Ejem —interrumpió Philippa entrando en el salón con una gran fuente de musaca—. Me parece, joven Tobías, que es hora de cambiar de tema.

Eran casi las once cuando salí de casa de Peter y Philippa, y bien pasada la medianoche cuando estuve de vuelta en Londres. Me quedé despierto durante más de una hora, tumbado, repasando mentalmente la velada una y otra vez. No había sacado nada en claro. Al final me sumí en un profundo sueño, y habría estado durmiendo hasta el mediodía de no ser por que el teléfono sonó justo después de las nueve. Era Peter.

—Ha llegado el correo —dijo—. Y hay otro casete de Arnold.