CAPÍTULO XVI

Se necesitó casi una semana para sacar los automóviles y los cadáveres del pantano, utilizando una draga y una grúa, pero por fin lo consiguieron. También se encontró el dinero, en el compartimiento de los guantes. Era curioso que ni uno solo de los billetes presentara la más pequeña mancha de lodo.

Casi al mismo tiempo que las cuadrillas de obreros acababan su trabajo en el pantano, los asaltantes del banco de Fulton fueron capturados en Oklahoma, pero esa noticia mereció menos de media columna en el Weekly Herald, de Fairvale, cuya primera página estaba dedicada por entero al caso Bates. Las agencias de noticias A.P. y U.P. se hicieron eco de ella sin pérdida de tiempo, dedicándole también algún espacio la televisión. Algunos periodistas lo compararon con el caso Gein, apasionante suceso ocurrido unos años antes. Y escribieron extensamente sobre la «casa del horror» e intentaron probar que Norman Bates había estado asesinando clientes en su parador durante varios años. Exigieron una completa investigación de todos los casos de personas desaparecidas en aquel sector durante los últimos veinte años, y pidieron, asimismo, que el pantano fuera desecado, para averiguar si contenía más cadáveres.

Pero, naturalmente, no eran los periodistas quienes habían de sufragar los gastos de semejante proyecto.

El sheriff Chambers concedió diversas entrevistas a los periodistas, algunas de las cuales fueron reproducidas al pie de la letra, acompañadas de fotografías dos de ellas, prometiendo la más completa investigación del caso. El fiscal del distrito exigía un rápido juicio (las elecciones debían celebrarse en octubre), y no hizo nada para contradecir los rumores orales y escritos que acusaban a Norman Bates de canibalismo, satanismo, incesto y necrofilia.

En realidad, ni siquiera había interrogado a Bates, temporalmente sometido a observación en el hospital del Estado.

Tampoco habían hablado con él los propaladores de rumores, aunque eso no les impedía murmurar. Y aún no había transcurrido una semana cuando ya toda la población de Fairvale, para no mencionar el resto del condado, parecía haber conocido íntima y personalmente a Norman Bates. Algunos habían «ido a la escuela con él, cuando era muchacho», e incluso entonces habían «observado algo raro en su modo de comportarse». No faltaban quienes recordaran a su madre y a Joe Considine, e intentaran demostrar que «sabían que había algo sospechoso cuando se dijo que se habían suicidado de aquella manera», pero las murmuraciones de sucesos acaecidos veinte años antes resultaban rancias en comparación con las recientes revelaciones.

Naturalmente, el parador estaba cerrado; lo cual era una lástima, pues eran muchos los que hubieran deseado visitarlo. Y no es arriesgado suponer que un importante tanto por ciento de esos morbosos curiosos hubiera tomado gustosamente habitación en él. Pero los agentes de la policía estatal cerraban el paso a cuantos pretendían acercarse al edificio.

Incluso Bob Summerfield pudo informar a Sam de un notable incremento en las ventas en la ferretería. Todos querían hablar con Sam, pero éste pasó parte de la siguiente semana en Fort Worth, con Lila, y luego visitó el hospital del Estado, donde tres siquiatras examinaban a Norman Bates.

Sólo al cabo de unos diez días pudo obtener por fin el diagnóstico definitivo formulado por el Dr. Nicholas Steiner, quien estaba oficialmente encargado de la observación médica. Y Sam transmitió los resultados de su entrevista con el médico a Lila, cuando llegó a Fort Worth el fin de semana. Al principio, se mostraba reacio a hacerlo, pero ella insistió en conocer todos los detalles.

—Probablemente, jamás sabremos lo que sucedió —dijo Sam—. Y en cuanto a lo que impelió a Bates, el propio Dr. Steiner me comunicó que sólo podía hacer suposiciones más o menos fundadas. A pesar de que sometieron a Bates a un fuerte tratamiento sedante, no pudieron conseguir que hablara mucho. Parece que estos últimos días es víctima de una fuerte confusión mental. El Dr. Steiner dijo muchas cosas sobre fugas, catexia y trauma, pero no le comprendí muy bien.

»En su opinión, todo empezó hace muchos años, durante la niñez de Bates, muchos antes de la muerte de su madre. Él y su madre estaban muy unidos y, al parecer, ella le dominaba. El Dr. Steiner ignora si había algo más en sus relaciones, pero sospecha que Norman era travestido en secreto, desde mucho antes de la muerte de Mrs. Bates. Supongo que sabes lo que es un travestido.

Lila asintió.

—Una persona que viste ropas del sexo opuesto, ¿verdad?

—Según Steiner explicó, es algo más que eso. Los travestidos no son necesariamente homosexuales, pero se identifican poderosamente con personas del otro sexo. En cierta forma, Norman quería ser como su madre, pero también quería que su madre se convirtiera en parte de él.

Sam encendió un cigarrillo.

—Pasaré por alto lo que me ha contado de sus años escolares y de los motivos por los cuales el Ejército le declaró inhábil para todo servicio. Debió ser por esos tiempos, cuando contaba unos diecinueve años, que su madre decidió que jamás saldría del mundo que la rodeaba. Y obrando tal vez de un modo deliberado le impidió que creciera mentalmente. Jamás sabremos hasta qué punto es responsable de aquello en lo que se ha convertido su hijo. Debió ser entonces cuando Norman se interesó por el ocultismo y otras teorías parecidas. Y fue entonces también cuando apareció Joe Considine.

»Steiner no pudo lograr que Norman hablara mucho de Joe Considine. Incluso hoy día, después de veinte años, su odio es tan grande que no puede hablar de ese hombre sin enfurecerse. Pero el médico habló con el sheriff y se hizo con todos los recortes de periódico de aquellas fechas, lo que le ha permitido formarse una idea muy aproximada de lo que sucedió.

»Considine contaba unos cuarenta años, y Mrs. Bates, treinta y nueve, cuando se conocieron. Parece que no era muy hermosa, sino bastante delgada y prematuramente envejecida. Poseía tierras de labor, que su marido había puesto a su nombre antes de abandonarla. Sacaba buen provecho de sus propiedades. Considine empezó a cortejarla. No debió ser muy fácil. Es de suponer que Mrs. Bates odiaba a los hombres, desde que su esposo la había abandonado con su hijo, niño entonces, siendo ésta una de las razones, según el Dr. Steiner, por las cuales trató a Norman de la forma en que lo hizo. Pero te estaba hablando de Considine. Éste obtuvo por fin promesa de matrimonio por parte de Mrs. Bates. Le había inculcado la idea de vender las tierras y construir el parador, pues la carretera principal pasaba entonces por aquel lugar.

»Al parecer, Norman no opuso objeción alguna a la construcción del parador, y durante los primeros tres meses él y su madre lo dirigían juntos. Entonces su madre le comunicó que iba a casarse con Considine.

—¿Fue ésa la causa de su excitación? —preguntó Lila.

—No exactamente —repuso Sam, aplastando el cigarrillo en el cenicero—, según averiguó el Dr. Steiner. Parece que se lo anunciaron en circunstancias bastante embarazosas, cierto día en que Norman sorprendió a su madre y a Considine en la habitación del piso alto. No podemos saber si Norman experimentó inmediatamente el pleno efecto del shock, o si la reacción tardó algún tiempo en efectuarse. Pero sí sabemos en qué paró todo ello. Norman envenenó a su madre y a Considine con estricnina, que les sirvió con el café, en el cual, al parecer, había mezclado previamente algún licor, para disfrazar el sabor del veneno.

—¡Qué horror! —murmuró Lila.

—Sí, debió serlo —asintió Sam—. Según me han dicho, el envenenamiento por estricnina produce convulsiones, pero no la pérdida del conocimiento. Las víctimas suelen morir por asfixia, cuando se agarrotan los músculos del tórax. Norman debió contemplarlo, y seguramente fue demasiado, incluso para él.

»El Dr. Steiner opina que todo sucedió cuando estaba escribiendo la nota del suicidio. Norman había planeado escribirla, desde luego, e imitaba a la perfección la letra de su madre. Incluso había inventado un motivo: algo acerca de un embarazo y la imposibilidad de que Considine se casara con ella, ya que lo estaba con otra mujer, en el Oeste. El Dr. Steiner afirma que la forma en que estaba redactada la nota era suficiente para hacer entrar en sospechas; pero nadie se dio cuenta de ello, ni de lo que le había sucedido a Norman después de escribir la nota y telefonear al sheriff.

»Se sabía ya entonces que el shock y la excitación le habían llevado al histerismo, pero se ignoraba el cambio operado en él mientras escribía la nota. Al parecer, no podía soportar la pérdida de su madre. Y mientras redactaba la nota, dirigida a sí mismo, cambió literalmente de mente. Y Norman, o una parte de él, se convirtió en su madre.

»El Dr. Steiner dice que estos casos son más frecuentes de lo que se supone, sobre todo cuando la personalidad del individuo es ya inestable, como la de Norman. Y el dolor le produjo una reacción tan fuerte, que a nadie se le ocurrió ni tan siquiera dudar del pacto de suicidio. Hacía ya tiempo que Considine y Mrs. Bates estaban enterrados cuando Norman fue dado de alta en el hospital.

—¿La desenterró entonces? —preguntó Lila, frunciendo el ceño.

—Al parecer. Era aficionado a la taxidermia, y sabía lo que tenía que hacer.

—Pero no comprendo —observó Lila—. Si pensaba que él era su propia madre…

—No es tan sencillo como parece. Según Steiner, Bates poseía entonces una personalidad múltiple, con tres facetas por lo menos. Era Norman, el niño que necesitaba a su madre y odiaba a cuanto se interpusiera entre ambos. Era Norma, la madre, cuya muerte no podía tolerar. Y el tercer aspecto podría ser llamado Normal, el adulto Norman Bates que debía llevar a cabo la diaria rutina de vivir, y ocultar al mundo la existencia de las otras personalidades. No eran entes completamente distintos, claro está. Cada uno de ellos contenía elementos del otro. El doctor Steiner lo denominó una «trinidad non sancta».

»El adulto Norman Bates logró dominarse lo bastante para ser dado de alta del hospital. Volvió al parador, y entonces acusó la reacción. Lo que más pesaba en él, como personalidad adulta, era el conocimiento culpable de la muerte de su madre. No le bastaba con conservar intacta su habitación. Tenía que conservarla también a ella, conservarla físicamente, para que la ilusión de su presencia viva sofocara los sentimientos de culpabilidad.

»Por eso la sacó de la tumba y le dio nueva vida. La acostaba por la noche, y de día la vestía y la llevaba por la casa. Naturalmente, ocultaba todo esto a los extraños. Arbogast debió ver la figura colocada junto a la ventana del piso alto, pero no tenemos pruebas de que la viera nadie más en el transcurso de los años.

—Entonces el horror no estaba en la casa —murmuró Lila—, sino en su mente.

—Steiner dice que las relaciones entre Norman y el cadáver de su madre eran como las que existen entre el ventrílocuo y su muñeco. Ella y Norman, niño, debieron de conversar corrientemente. Y es probable que el adulto Norman Bates racionalizara la situación. Podía fingir cordura, pero ¿quién puede decir cuánto sabía en realidad? Sentía interés por el ocultismo y la metafísica; y probablemente creía en el espiritismo tanto como en los poderes conservadores de la taxidermia. Además, no podía rechazar ni destruir las otras partes de su personalidad sin rechazarse y destruirse a sí mismo. Vivía tres vidas a la vez.

—Y entonces llegó Mary —murmuró Lila—. Sucedió algo y él la mató.

—Su madre la mató —repuso Sam—. Fue Norma quien mató a tu hermana. Ignoramos cuál fue la verdadera situación, pero el Dr. Steiner afirma que cuando se producía una crisis, Norma se convertía en la personalidad dominante. Bates empezaba a beber, y entonces sufría una fuga mientras su madre se imponía. Naturalmente, durante esas fugas se vestía con ropas femeninas. Después ocultaba la imagen de su madre, porque en su mente era ella el verdadero criminal, y debía ser protegida.

—Entonces el Dr. Steiner debe estar seguro de la locura de Norman Bates.

—Me dijo que era un sicópata. Recomendará que Bates sea internado en el hospital del Estado, probablemente para el resto de su vida.

—¿No habrá juicio?

—Eso quería decirte. No habrá juicio. —Sam suspiró—. Lo siento. Supongo que tus sentimientos…

—Me alegro de ello —le interrumpió Lila lentamente—. Es mejor así. Es curioso cómo suceden las cosas en la vida real. Ninguno de nosotros sospechaba la verdad; andábamos a ciegas, hasta que hicimos lo que debíamos movidos por motivos equivocados. Ni en este mismo instante puedo odiar a Bates por lo que hizo. Debe haber sufrido mucho más que cualquiera de nosotros. Hasta cierto punto, incluso creo comprenderle. No estamos tan cuerdos como pretendemos estarlo.

Sam se puso en pie. Lila le acompañó hasta la puerta.

—De todas formas, ya todo ha pasado. Intentaré olvidar. Procuraré olvidarlo todo.

—¿Todo? —murmuró Sam.

No la miró.

—Casi todo —repuso ella.

Y tampoco le miró.

Y ése fue el fin de todo ello.

O casi el fin.