CAPÍTULO XIV

Por un momento Sam confió en que aquel súbito trueno apagara el sonido del coche al ponerse en marcha. Entonces observó que Norman estaba en pie al extremo del mostrador, desde donde alcanzaba a ver un amplio sector de la carretera. Por lo tanto, no tenía por qué intentar ocultar la partida de Lila.

—¿Le importa que le haga compañía unos minutos? —preguntó—. Mi esposa va a la ciudad. Se le han acabado los cigarrillos.

—Antes teníamos una máquina automática para expenderlos —repuso Bates—, pero se vendía poco y la quitaron.

Miró hacia afuera, y Sam adivinó que estaba contemplando el coche al salir a la carretera.

—Lástima que tenga que ir tan lejos —prosiguió—. Dentro de unos minutos lloverá a cántaros.

—¿Suele llover mucho por aquí? —preguntó Sam, sentándose en el brazo de un destartalado sofá.

—Bastante —repuso Bates—. Pasan muchas cosas por aquí.

¿Qué significaba aquella observación? Sam le miró. Tras las gafas, los ojos del hombre parecían vacíos. De pronto, Sam percibió el delator aroma del licor y vio, al mismo tiempo, la botella en un extremo del mostrador. Bates estaba algo bebido, lo suficiente para inmovilizar su expresión, pero no lo bastante para afectar a su percepción. Vio cómo Sam miraba la botella de whisky.

—¿Quiere un trago? —preguntó—. Iba a tomar uno cuando usted entró.

Sam vaciló.

—Pues…

—Le buscaré un vaso. Debe haber alguno por aquí. —Miró bajo el mostrador y sacó uno—. Generalmente no los utilizo, y tampoco suelo beber cuando estoy en el parador. Pero con la lluvia y la humedad, un poco de licor siempre sienta bien, especialmente cuando se sufre de reumatismo, como yo.

Escanció whisky en el vaso y lo empujó hacia Sam, el cual se levantó y lo cogió.

—Además, no vendrá nadie con esta lluvia. ¡Fíjese cómo diluvia!

Sam se volvió. Llovía a cántaros. Y oscurecía también, pero Bates no hizo ademán de encender ninguna luz.

—Beba y siéntese —dijo Bates—. No se preocupe por mí. Me gusta estar de pie.

Sam volvió al sofá. Consultó el reloj. Hacía unos ocho minutos que Lila había partido. Incluso con aquella lluvia podía llegar a Fairvale en menos de veinte; luego diez minutos para buscar al sheriff, y veinte más para regresar. ¿De qué hablaría con Bates durante todo ese tiempo?

Sam levantó el vaso. Bates bebía de la botella.

—Debe sentirse muy solo aquí, a veces —observó Sam.

—Sí —repuso Bates, dejando la botella en el mostrador—. Muy solo.

—Aunque también debe ser interesante. Estoy seguro de que en un sitio como éste se debe conocer a toda clase de gente.

—Vienen y se van. No les presto mucha atención.

—¿Hace mucho tiempo que está aquí?

—Más de veinte años, y a cargo del parador. Siempre he vivido en este lugar.

—¿Y cuida usted solo del negocio?

—Eso es. —Bates se apartó del mostrador, con la botella en la mano—. Permítame que le sirva más.

—No debiera beber.

—Uno más no le hará daño. No se lo diré a su esposa —añadió, riendo—. Además, no me gusta beber solo.

Vertió licor en el vaso de Sam, y regresó después tras el mostrador.

Sam se apoyó en el respaldo del sofá. La cara del hombre sólo era una sombra gris en la creciente oscuridad. Volvió a tronar, pero no hubo relámpago.

Tras un breve silencio, Sam recordó que tenía que seguir hablando.

—Tenía usted razón. Ahora llueve mucho.

—Me gusta el sonido de la lluvia —repuso Bates—, sobre todo cuando cae con tanta fuerza. Es excitante.

—Jamás pensé en ello de esa forma. Supongo que no le vendrá mal un poco de excitación.

—¡Psé! A veces tenemos bastante.

—¿Tenemos? Creí haber entendido que vivía solo.

—Dije que llevaba el negocio solo. Pero nos pertenece a ambos, a mi madre y a mí.

A Sam casi se le atragantó el whisky.

—No sabía…

—Claro que no. Nadie lo sabe, porque siempre está en la casa. Tiene que permanecer allí. Mucha gente cree que ha muerto, ¿sabe?

La voz era reposada. Sam no podía ver el rostro de Bates en aquella penumbra, pero sabía que también su expresión era reposada.

—En realidad, también aquí hay motivos de excitación. Como la hubo hace veinte años, cuando mi madre y el tío Joe Considine bebieron el veneno. Llamé al sheriff y él les encontró. Mi madre dejó una nota, explicándolo todo. Se celebró una encuesta, pero yo no asistí a ella; estaba enfermo, muy enfermo. Me llevaron al hospital, donde permanecí mucho tiempo, casi demasiado para que me sirviera de algo al salir. Pero me las arreglé.

—¿Se las arregló?

Bates no contestó, pero Sam oyó el gorgoteo de la botella.

—Deje que le sirva otro trago —dijo Bates.

—Todavía no.

—Insisto en ello.

Bates salía ya de detrás del mostrador, y su cuerpo se cernió sobre Sam. Intentó coger su vaso.

—Primero cuénteme el resto —dijo Sam, echándose hacia atrás.

Bates se detuvo.

—Sí. Traje a mi madre a casa. Fue muy excitante ir al cementerio por la noche y abrir la tumba. Llevaba tanto tiempo encerrada en aquel ataúd, que al principio creí que estaba de verdad muerta. Pero no lo estaba, desde luego. No podía estarlo, pues, de lo contrario, no hubiese comunicado conmigo mientras yo me encontraba en el hospital. Estaba en trance, lo que llamamos animación suspendida. Sabía cómo revivirla. Hay formas de hacerlo, aunque algunos lo llamen magia. No hace muchos años que la gente decía que la electricidad era magia, cuando es una fuerza que puede ser dominada, si se conoce su secreto. La vida es una fuerza, también, y, como la electricidad, puede apagársela y encendérsela. Yo la apagué y sabía cómo encenderla. ¿Me comprende?

—Sí. Es muy interesante.

—Pensé que se sentiría interesado. Usted y la joven. En realidad, no es su esposa, ¿verdad?

—¿Cómo?

—Sé más de lo que usted imagina; en realidad, sé más que usted mismo.

—¿Está seguro de que se siente bien, Mr. Bates? Quiero decir…

—Sé lo que quiere decir. Imagina que estoy borracho, ¿no? Pero no lo estaba cuando ustedes llegaron, ni tampoco cuando encontraron el pendiente y usted le dijo a la joven que fuera a buscar al sheriff.

—Yo…

—No se mueva. Yo no estoy alarmado, y lo estaría si algo fuera mal. Pero todo está bien. ¿Le diría todo esto si algo fuera mal? —Bates hizo una pausa—. No; esperé hasta que usted entró; esperé hasta que la vi a ella tomar por la carretera; esperé hasta que la vi detenerse.

—¿Detenerse?

Sam intentó encontrar su cara en la oscuridad. Pero sólo podía oír su voz.

—Sí. No creía usted que ella iba a detener el coche, ¿eh? Creía que iría directamente en busca del sheriff, como usted le encargó. Pero ella tiene opiniones propias. ¿Recuerda lo que quería hacer? Registrar la casa. Y es allí donde está ahora.

—¡Déjeme salir de aquí!

—Naturalmente. No se lo impido. Sólo pensé que quizá le gustaría tomar otro trago, mientras le contaba lo demás sobre mi madre. Pensé que le gustaría saberlo, a causa de la muchacha. Ahora debe estar con ella.

—¡Apártese de mi camino!

Sam se puso en pie rápidamente y la borrosa sombra retrocedió.

—Entonces, ¿no quiere otro trago? —La voz de Bates sonó petulante sobre su hombro—. Muy bien. Como usted quie…

El resto de la frase se perdió en el trueno y el trueno se perdió en la oscuridad, cuando Sam sintió que la botella estallaba en su cráneo. Entonces, la voz, el trueno, la explosión y el propio Sam desaparecieron en la noche.

* * *

Aún era de noche, pero alguien le sacudía repetidamente; le sacudía para sacarle de la noche y llevarle a aquella habitación en la que brillaba la luz, hiriéndole los ojos y haciéndole parpadear. Pero podía sentir ya Sam y sintió que los brazos de alguien le levantaban, pareciéndole, de momento, que la cabeza iba a caérsele. Luego fue sólo un dolor en las sienes, y pudo abrir los ojos y ver al sheriff Chambers.

Sam estaba sentado en el suelo, junto al sofá, y Chambers le miraba. Sam abrió la boca.

—Gracias a Dios —dijo—. Por lo que veo, mentía acerca de Lila, y fue en busca de usted.

El sheriff no parecía escucharle.

—Recibí una llamada del hotel, hace una media hora. Estaban intentando localizar a su amigo Arbogast. Parece que pagó su cuenta, pero no se llevó las maletas. Las dejó abajo el sábado por la mañana, diciendo que regresaría a buscarlas, pero no ha dado señales de vida. Eso me hizo pensar y entonces intenté ponerme en contacto contigo. Tuve la corazonada de que tal vez vinierais aquí, y tuvisteis suerte de que lo creyera así.

—¿Entonces Lila no fue a buscarle?

Sam intentó ponerse en pie. La cabeza parecía a punto de estallar.

—Vamos, cálmate. —El sheriff le obligó a permanecer echado—. No; no la he visto. Espera.

Pero esa vez Sam logró ponerse en pie, tambaleándose.

—¿Qué ha sucedido aquí? —preguntó el sheriff—. ¿Dónde está Bates?

—Debe haber ido a la casa, después de golpearme con la botella —repuso Sam—. Allí están ahora, él y su madre.

—Pero ella murió.

—No, no murió —murmuró Sam—. Vive, y están en la casa con Lila.

—Vamos.

Chambers salió rápidamente a la lluvia. Sam le siguió por el resbaladizo paso, jadeando al empezar a subir la empinada cuesta que llevaba a la casa.

—¿Estás seguro? —preguntó Chambers, por encima del hombro—. No hay luz.

—Sí, estoy seguro —repuso.

El trueno rugió súbita y secamente. El otro sonido fue más débil y mucho más agudo. Pero ambos lo oyeron, y también lo reconocieron.

Lila estaba gritando.