El canal Donau estaba vacío, salvo por el barco vikingo, que se mecía una vez más en el punto de atraque junto al puente de Taborstrasse. Sólo faltaba una hora para el amanecer; el cielo, todavía oscuro, empezaba a aclararse, las estrellas se ocultaban y antes de que pasara mucho rato las linternas emplazadas a proa y popa serían innecesarias. El viento del oeste soplaba con fuerza canal abajo y barría la cubierta del barco, y acabó por hacer que el irlandés tiritara y recuperara la consciencia. Se sentó en las ajadas tablas y se apoyó contra la amura, mientras tocaba con torpeza el vendaje que le cubría la cabeza.
Aureliano estaba agachado en proa, hablando en voz baja con Bugge y los tres vikingos, pero se incorporó cuando lo oyó moverse.
Se dirigió hacia donde estaba Duffy.
—No te toques la venda —dijo en voz baja—. Por suerte, tu cráneo no estaba roto, pero podría empezar a sangrar otra vez. —Sacudió la cabeza, asombrado—. Y tienes suerte de que haya recuperado mi fuerza mágica. Estabas hecho una piltrafa cuando te sacaron de ese canal. Tuve que reconstruir tu rodilla izquierda por completo; siempre cojearás un poco, pero supongo que te dará cierta prestancia. También hubo que convencer a un par de cosas de tu interior para que volvieran a su sitio y empezaran a funcionar otra vez. Te examiné dentro del cráneo, pero no sangras por ahí, aunque puede que sientas náuseas y veas doble durante un par de días. Le he dicho a Bugge que te vigile y qué cosas no debe dejarte hacer.
Duffy miró hacia donde estaba el vikingo y abrió la boca para hacer un chiste, pero la volvió a cerrar.
—Yo… ya no conozco su lengua —le susurró a Aureliano.
—Sí. Arturo ha regresado a Avalón, y ahora eres por completo Brian Duffy. Eso debería ser un alivio para ti: para empezar porque supongo que soñarás con menos frecuencia, y con menos intensidad. —Chasqueó los dedos—. Ah, registré tus bolsillos, y quiero darte las gracias —dijo, mostrando una hoja de papel de pulpa—, por haber pensado en salvar la dedicatoria del libro de Becky. La tinta se corrió cuando te caíste al agua, claro, pero fue… muy considerado. —Se acercó a la plancha—. Os llevarán remando a ti y a estos hombres hacia el noroeste, siguiendo el canal y luego el Danubio. Ya no hay nada que podáis hacer aquí. Ahora son los soldados jóvenes quienes tienen que hacer la limpieza.
—¿Quién va a remar? —inquirió el irlandés—. Ninguno de nosotros tiene fuerzas suficientes para cortar siquiera una cebolla.
—Santo Dios, hombre, después del espectáculo de anoche, ¿crees que tendré algún problema para conjurar unos cuantos espíritus sin mente para que remen un rato?
«El viejo mago parece agotado —pensó Duffy—. Probablemente más que yo. Sin embargo, al mismo tiempo, parece más fuerte de lo que lo haya visto antes».
—Toma —añadió Aureliano, arrojando una bolsa que resonó cuando golpeó la cubierta—. Una muestra de la gratitud de Occidente.
Rickard Bugge se levantó y se desperezó, y luego le dijo algo a Duffy El irlandés se volvió hacia Aureliano. El mago sonrió.
—Dice: «Surtur ha dado la vuelta, y ahora debe retirarse a Muspelheim. La tumba de Balder está a salvo y no veremos el Ragnarok este invierno».
—Amén —dijo Duffy con una sonrisa.
Aureliano cruzó la plancha para regresar a la orilla, se agachó para retirarla, y los remos se movieron sin orden ni concierto un instante y luego chasquearon rítmicamente en las abrazaderas. El hechicero soltó la amarra y la dejó resbalar entre los dedos hasta que cayó al agua.
El irlandés se puso cautelosamente en pie y se apoyó con pesadez sobre la borda.
—¿Tienes uno de tus gusanos? —le pidió a la figura en sombras de la orilla que era Aureliano.
—Toma. —El hechicero se sacó uno del bolsillo y lo lanzó al aire. Duffy lo capturó al vuelo y a continuación lo encendió en la linterna de popa.
El barco ya estaba en movimiento y Duffy se sentó a la sombra de la alta popa, de forma que todo lo que el hechicero pudo ver de él, hasta que el barco dobló el siguiente recodo y se perdió de vista bajo un arco de piedra, fue la diminuta ascua de la cabeza del gusano.