Como recojo en lo último del día,
a fuerza de honda, a fuerza de meneo,
en una piedra el sol que ya no veo,
porque ya está su flor en su agonía,
así recoge dentro el alma mía
por esta soledad de mi deseo
siempre en el pasto y nunca en el sesteo,
lo que le queda siempre a mi alegría:
una pena final como la tierra,
como la flor del haba blanquioscura,
como la ortiga hostil desazonada,
indomable y cruel como la sierra,
como el agua de invierno terca y pura,
recóndita y eterna como nada.